6.22.2010

Lectura de poemas en Casa de América

Participaron Andrés Fisher (Chile), Forrest Gander (Estados Unidos) y Roger Santibáñez (Perú). La lectura fue presentada el 1ro de junio por Marcos Canteli y Juan Soros, director de la Colección Transatlántica.
Ver Video >>>

Roger Santiváñez nació en la ciudad de Piura -costa norte del Perú- en 1956. Primer premio de poesía en los IV Juegos Florales de la Universidad de Piura (1973) donde estudió Artes Liberales. Prosiguió estudios de Literatura en la Universidad de San Marcos, Lima y obtuvo un doctorado en Temple University, Filadelfia (2008) con una tesis sobre la poesía de Enrique Lihn. Participó en La Sagrada Familia (1977), militó en Hora Zero (1981) y fundó el estado de revuelta poética denominado Movimiento Kloaka (1982-1984). Cofundador del suplemento cultural Asalto al Cielo (1986) y el sello editorial del mismo nombre, así como del Comité Killka (1990) y del Centro Contra-cultural El Averno (1998). Fue promotor de rock subterráneo y periodista en distintos medios de Lima. Autor de Eucaristía (Tse-tse, Buenos Aires, 2004) libro por el que recibió el Premio JM Eguren de Nueva York (2005) y de Dolores Morales de Santiváñez. Selección de Poesía (1975-2005) (Hipocampo & Asalto al Cielo, 2006). Una edición restringida de Amastris (Altazor, Santiago de Chile) circuló en 2007. Labranda se publicó en sucesivas ediciones (Hipocampo, 2008 y Tranvía Editores, 2009) ambas en Lima, la horrible. Eduardo Milán introdujo su poesía en España con la muestra 'Pulir Huesos. 23 poetas latinoamericanos' que preparo para Galaxia Gutenberg en 2007. Poemas suyos se han vertido al inglés, francés, italiano y alemán. Actualmente es profesor de español en Saint Joseph's University, Filadelfia. Vive a las bucólicas orillas del río Cooper, sur de New Jersey.
Andrés Fisher nace en 1963 en Washington DC. A muy temprana edad viaja a Chile, donde crece en Viña del Mar. Asiste a la universidad en Valparaíso donde toma parte activa como dirigente estudiantil en oposición a la dictadura y donde se gradúa de médico en 1988. En 1990 va a Madrid, donde inicia estudios de doctorado en Sociología que concluye en 1997 con una tesis crítica frente al discurso prohibicionista de las drogas publicada en 2001, tema que sigue cultivando. Paralelamente forma parte del colectivo Delta Nueve que produce publicaciones que combinan la poesía y la gráfica al tiempo que hacen presentaciones y exposiciones en diversos lugares de Madrid. En poesía ha publicado Ocularmente Ávido, Ed. Vertiente, Valparaíso, 1992; Composiciones, Escenas y Estructuras, Delta Nueve, Madrid, 1997, Hielo, Ed. Germanía, Valencia, 2000, premio Gabriel Celaya y Relación Ed. Santiago Inédito, Chile, 2008. Desde 2004 vive principalmente en USA donde es profesor en los departamentos de Literatura Extranjera y Sociología de Appalachian State University, Boone, Carolina del Norte al tiempo que dicta talleres de poesía en Fuentetaja, Madrid. En 2009 ha aparecido su antología bilingüe de la poesía de Haroldo de Campos, Hambre de Forma (Ed. Veintisiete letras, Madrid) y en 2010 lo hará una de José Viñals, Caballo en el umbral, preparada en conjunto con Benito del Pliego, con quién ha traducido al inglés Blues castellano de Antonio Gamoneda al tiempo que trabajan en versiones al español de la obra poética de Gertrude Stein.
Forrest Gander es autor de varios libros de poesía entre los que destacan Eye Against Eye (con fotos por Sally Mann), Torn Awake, y Science & Steepleflower en la editorial New Directions y la reciente novela As a Friend. Es traductor de Firefly Under the Tongue: Selected Poems of Coral Bracho, No Shelter: Selected Poems of Pura López Colomé y dos libros por Jaime Saenz, Immanent Visitor y The Night (con Kent Johnson). También ha editado dos antologías de poesía Mexicana. Es becario del United States Artists Rockefeller Fellowship y ha recibido becas de las fundaciones Guggenheim, Whiting, Howard, y del National Endowment for the Arts, entre otros. Es profesor de literatura en la Universidad de Brown.
Marcos Canteli (Bimenes, Asturias, 1974) ha publicado los libros de poemas Reunión, enjambre, Su sombrío y Catálogo de incesantes. Ha traducido a Robert Creely y Jack Kerouac y fue miembro de la revista Solaria. Dirige la revista electrónica www.7de7.net.
Juan Soros nació en Santiago de Chile en 1975. Es Ingeniero Civil Industrial por la Universidad Católica de Chile y Master en Estudios Literarios por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado Tanatorio (Santiago de Chile, 2002, premio de poesía en los Juegos Literarios Gabriela Mistral 2000) y Cineraria (Madrid, 2008, premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile 2005). Sus poemas se han publicado en diversas antologías y revistas en formato de libro, CD y en línea. Ha realizado dos cortometrajes, escrito guiones y piezas de teatro breve. Dirige la colección de poesía Transatlántica, en Ediciones Amargord, dedicada a poesía americana.

Virgilio PIÑERA: DE LA CONTEMPLACIÓN


(Reflexión sobre la escultura de Virgilio, aparecida en Clavileño. No. 3. Octubre 1942. Pág. 8)

A Bernard Reder que es el escultor

Ahora. Estoy frente a la obra. Nada veo, nada siento; nada percibo o toco. Siempre esta horrorosa sensación que me acomete en virtud de la cual, y según el caso, me veo, o rasgando violentamente la tela a causa de las embestidas de mi cabeza, o encerrándome con todas las llaves posibles en esa expresión de habitalidad sepulcral que es la arquitectura, o ensayando una violenta metamorfosis a hombre, animal o cosa, si se trata de la escultura. Sensación física de aplastamiento. Por eso digo que nada siento. En música o poesía el choque parece menos intenso, pues lo que estas artes tienen de puro –impuro--, oído amortigua un tanto ilusoriamente dicha sensación de estrellamiento del cuerpo contra una materia elástica que abre todos sus poros a fin de pulverizarse cabalmente. Por otra parte, no niego la posibilidad de que a su vez, la obra sufra ese mismo proceso de estrellamiento al chocar con nuestras miradas; pero con todo ella es la obra mientras que nosotros… La cuestión radica, como se dice, en saber cruzar las miradas. Nada tan peligroso, tan vacío, tan inútil, como la fascinación. ¡Ay de aquellos que hablan de estar fascinados por la obra de arte; de aquellos extasiados, de aquellos connaisseurs… Así, deberían cortar la cabeza al inventor al inventor de las exposiciones, y a los que salen de las exposiciones hablando de sensaciones placenteras, de deslumbramiento, de correspondencias, de desagrados. El más avisado se engañaría; aque; que vio mucho, pronto comenzará a estar entre tinieblas; el que chiflaba afirmando que nada veía, se sorprenderá bien pronto con repentinas claridades. ¿En qué momento se participa con la obra? ¿Cuándo se la contempla? Es el caso que podemos contemplarla precisamente cuando más alejados estamos de ella; cuando nuestros ojos físicos no pueden seguirla y perseguirla; cuando un hecho cualquiera, un suceso trivial en nuestra vida será el agente conductor que procure la armoniosa, anhelada contemplación hasta ese momento denegada.
   Porque habrá que convenir que ella participa de esa especial condición que Miisand encontraba para la poesía de Browning””Son centro n’est pasa u milieu…” Hay en la obra un centro de referencia
(Para continuar la lectura, pica en el documento archivado en .jepg.  Sólo debes ampliarlo o reducirlo) 

<<< (Sigue la flecha)


Algunas muestras de Reder:

"Lady with House of Cards"
<<<<


>>> "Lucha de mujeres desnudas"








Bernard Reder (1897-1963). Escultor checo cuya presencia en La Habana en la década del cuarenta fue parte del aliento de los intelectuales nucleados en torno a Clavileño. “De la contemplación” es una reflexión de Virgilio derivada del quehacer de este artista.

6.15.2010

RAÚL ORTEGA: SIN GRASA Y CON ARENA

Esa noche, cuando encontré al poeta Raúl Ortega, me detuve en sus ojos. Prudente, desvié la atención, aunque pude haberme pasado la noche fija en su mirar fácil e inquisitivo, comedido e indiscreto, alborozado pero doliente. Lo vi como parado en sus poemas: preguntas directísimas de hombre y de poeta, asqueado de la hipocresía, evaluando el carnaval, recuestando las razones de la in/existencia, inquiriendo una posible salvación dentro de la muerte a través de los poderes del horror. Pertinaz trovador de la memoria, en su poesía el sujeto agoniza dentro de la pérdida y la mudanza. Su verso muestra paisajes conocidos y hasta comunes, pero desde ahí arranca a preñar, con ironía y sarcasmo, sorprendentes imágenes y lúcidas sentencias. Los dejo con algunos poemas de su poemario inédito más reciente: Sin grasa y con arena.


PEQUEÑAS DIFERENCIAS

Dios es un tipo que siempre te perdona porque ése es su negocio. Sólo pide a sus embajadores en la Tierra que exijan la rodilla en el piso, la mejilla más sana, sin importarle si tú eres el único culpable de que el mundo se haya convertido en la letrina de todas las estrellas.

El hombre no. El hombre cuando otorga el perdón es cuando más seguro está del valor de su odio.

PERROS QUE NO MUEVEN LA COLA

Pudimos escapar armados de valor, o también por cobardes, que viene siendo igual si es cierto que los límites se pueden confundir.

Pero si lo logramos, si nos desenredamos del pezón, entonces ya no estaremos de acuerdo con más nada. La desconfianza será como ese plato donde nos inclinaremos a comer levantando los ojos, y no permitiremos que nadie nos pase la mano por el lomo para que demostremos la obediencia.

LA FE

Cuando era como un tren de carga sobre los rieles del torrente sanguíneo; un aleteo insomne; discreta como una vieja chismosa detrás de la ventana, o calzaba pantuflas para caminar por el corazón de la gente, no niego que la fe sirviera para algo.

Ahora sale en la tele, en un reality show donde hay que defecar y revolver con un palito, para que el rival adivine los ingredientes de la última cena.

La fe, un asco, en fin: una figura pública.

LA FAMILIA

Si mi hija de un año no durmiera sobre mí como si descansara sobre un parque de diversiones; si la caricia de su madre a mi lado no enroscara sus piernas con la mías, estoy seguro que ya me hubiese puesto un chaleco cargado de explosivos, para ponerme a bailar en medio de un mercado.

Hoy por hoy trabajo de mozo de limpieza en una fábrica de caramelos, y cuando hablo sobre el dueño le digo míster William.
--------------------------------------------------------------------------------------------
Raúl Ortega Alfonso. (La Habana, Cuba, 1960). Mexicano por naturalización. Ha publicado, entre otros libros, los siguientes poemarios: Las mujeres fabrican a los locos (La Habana: Editorial Abril); Acta común de nacimiento (México, D. F.: Editorial Praxis 1998); Con mi voz de mujer (Fonca, Guadalajara, México: Editorial Arlequín, 1998). Segunda edición de Las mujeres fabrican a los locos (México, D. F.: Editorial Praxis); La memoria de queso (Miami, Florida, Editorial La Torre de Papel, 2006); libro-objeto de poemas y grabados Desde una isla, en colaboración con el pintor Carlos Alberto García, (México, D. F., 2007). Incluido en diferentes antologías de poesía en Cuba y en el extranjero, su obra ha sido traducida al alemán. Radica entre Miami y la Ciudad de México.

En el 2010 los lectores de Grafoscopio fueron de los primeros en disfrutar una selección de poemas de Sin grasa y con arena. En este mes de enero del 2011, convido a comprarlo. El poemario acaba de ser publicado por la Editorial Velámenes. Encuentra detalles aquí de su pronta presentación, el 4 de febrero en la Alliance Francaise South Florida.

6.14.2010

ALBERTO LAURO: EL SUEÑO DE SISIFO

En los inolvidables años ochenta conocí a Alberto Lauro.  Ya por esa época Fina García Marruz le había dedicado unas palabras a su poesía, lo cual no era poco para su pasaporte poético.  A esto, el título Con la misma furia de la primavera lo marcaba, para unos, como un poeta de contenido homo-erótico, y para otros, como uno de palabra que se goza en lo antagónico.  Ahora, con una establecida (y estable) producción poética y narrativa, no queda la menor duda de que Alberto Lauro es uno de los poetas esenciales.  Su verso es limpio y claro; pero fogueado por esta época nuestra de exilios y crisis.  Se levanta su palabra transgresoramente plena de belleza (transgresión bíblica, transgresión histórica, transgresión homosexual). Alberto Lauro se ha buscado persistentemente en la palabra, a través de ella, dentro de ella, y se ha reconocido en un diálogo ininterrumpido y múltiple de invenciones y mitologías.  Los dejo con uno de sus escritos:

EL SUEÑO DE SISIFO
 
Con la mano sobre el sexo erecto, el pelo rabiosamente despeinado, vuelto hacia la pared, Sísifo duerme. La oscuridad es una mortaja que prefigura su condena y ni la noche puede ocultar su terrible palidez. En el sueño despierta bajo un sol verde y purulento. Cansado asciende la pendiente con el cuerpo cubierto de un emplasto de polvo, hastío y sudor. Cae. Escupe sangre. Retrocede. Vuelve a andar el camino perdido. Avanza. Va por un sendero de arrecifes como cuchillos o arenas de brasas encendidas que debe pisar. Sobre sus hombros, la piedra. Descomunal. Invisible. Cada vez más enorme. Un solitario azor vuela sobre una cumbre cercana. Al borde de los desfiladeros fija su mirada en la ternura de un cielo sin milagros. El páramo se llena de brumas cuando aparece esa delicada mano que la hace rodar desde la cima, casi alcanzada, al fondo del abismo. Maldice. Se resigna. Ni los dioses ni los jueces conocen el perdón. Vuelve a caer. Se pone de pie. Retrocede unos pasos. Ahora tiene los labios llenos de tierra. Salvo él nadie puede verlas pero la piedra y la montaña están. Lo sabe cuando se queda otra vez dormido entre las rejas  de este largo insomnio.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------

Alberto Lauro (Holguín, Cuba, 1959). Poeta, escritor y periodista. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana y la Autónoma de Madrid. Autor del poemario Con la misma furia de la primavera (1987) y de los libros para niños Los tesoros del duende (1987) y Acuarelas (1990), todos premiados en Cuba. Además de los poemarios Parábolas y otros poemas (Ed. Rondas, 1977), El errante (Ed. Jábega, 1994), Cuaderno de Antinoo (Ed. Betania, 1994) y de varias plaquettes y libros de arte, aparece en numerosas antologías en Cuba: Como jamás tan vivo (1987), Andará Nicaragua (1987), Mi madre teje el humo de los días (1990). Y fuera de Cuba en: Un grupo avanza silencioso (UNAM, México, 1990), Poesía cubana: la isla entera (Betania, Madrid, 1995) y Poemas cubanos del siglo XX (Hiperión, Madrid, 2002). En el año 2004 fue galardonado en España con el VI Premio Odisea de Literatura por su novela En brazos de Caín. Vive exiliado en España desde 1993. Es articulista del diario La Razón.

6.08.2010

ALBERTO GARRANDÉS: ¡Tápate eso, cochina!

Fragmento inicial de Las nubes en el agua (Premio Ítalo Calvino de novela 2010)

En la Casa de los Muertos, mientras enjuga una lágrima inverosímil e imagina faisanes dorados, rellenos de castañas bajo vaporosos y distantes crepúsculos, Gata de Angora le ordena con irritación a Flor de Cactus: ¡Tápate eso, cochina! Extrañas excepciones —gráciles rostros en la niebla, susurros discontinuos— hacen que esa noche no sea cualquier noche. El parque frente a la Casa de los Muertos, donde pervive un ciprés enfermo y la gente se aglomera antes de entrar en las oficinas del Consejo de Europa, se encuentra desierto y continúa barrido, de vez en vez, por el aire que arrastra hojas y flores mustias. Hay otros objetos que se deslizan sobre el pavimento y se traban en las grietas. Materias dispares, llenas de incongruencia y maldad: dientes recién extraídos, algodones húmedos, cabellos atados con cintas de colores, y papel sanitario seco, doblado en dos, con manchas de sangre y acartonamiento de trombocitos. ¡Muslos demasiado suaves, cánceres, orines, escaras, delirios! Los trombocitos brillan como el ámbar milenario. En el inicio mismo de la madrugada, tres niños de nueve o diez años consiguen unos sables y combaten en el parque con pertinaz elegancia. No falta nitidez en el resuello de los metales. Pero ahora, por los iluminados corredores de la Casa de los Muertos, dos tipos metidos en sobretodos blancos transportan un carro de lata donde brillan tazas de loza y el chocolate se deja oler.

Un sujeto que representaba al Consejo de Iglesias del Levante había llegado el día anterior  con una carga de cruces de madera labrada —obsequios venidos de la impar Constantinopla— y las había distribuido dentro y fuera de las salas. Cada una de las cruces mostraba un bonito neón anaranjado que contribuía a acentuar el fervor. Los sarcófagos resplandecen ahora bajo la iluminación del Altísimo, y en los pasillos un aura nueva atempera la tristeza.
Gata de Angora había mandado sellar el ataúd de su marido. El maquillista, un connoisseur proveniente del Teatro Imperial, no había podido disimular del todo el feo agujero en la frente de Roberto, practicado en vivo con un taladro eléctrico y una broca de media pulgada, mientras tres esbirros lo inmovilizaban, con cuerdas elásticas, en una silla de soberano estilo. Un cuarto esbirro, disfrazado de payaso, afincaba la broca —que, al ir perforando el hueso frontal, soltaba un humillo encantador—, y un quinto y último filmaba la totalidad del proceso, al tiempo que el payaso cantaba un aria de Purcell.
En su casa, encima de una mesa habitualmente llena de revistas, y dentro de una inopinada bolsa de nylon para evidencias criminales, había visto Gata de Angora el taladro homicida. La sorpresa de llegar y encontrarse con todo revuelto no le impedía recordar perfectamente que en la empuñadura del taladro fulguraba un diminuto sello plástico con una marca desconocida y casi ilegible: Red Snake.   
Pero regresemos a Flor de Cactus, que es una chica atrevida. A pesar de las circunstancias, se mete en un baño para quitarse la tanga negra —calada con meticulosidad— y regresa a la sala donde Gata de Angora rumia su pena. Se acomoda frente a ella, encaramando las piernas y separando las rodillas. El borde del vestido está en alto y empieza a resbalar a causa del peso de una cenefa de satín de la que penden cuentas de vidrio. Con las caras muy alegres los tipos del chocolate invaden el recinto. Y es entonces cuando Gata de Angora le susurra ¡Tápate eso, cochina! a Flor de Cactus, en el estilo de una cobra real, mientras intenta borrar un sollozo en el que nadie hubiera creído jamás.  Al oír semejante mandato y ver el balsámico trasiego de las chicas, uno de los chocolateros queda clavado en el piso de mármol gris, con la boca abierta, sin reparar en el horroroso encanto de un hilo de sangre que se escurre, inoportuno, por una de las patas traseras del catafalco.
Lectura de Alberto Garrandés de su novela Las nubes en el agua, la noche de la premiación del Ítalo Calvino, el pasado viernes 4 de junio del 2010.

6.06.2010

Emilio BALLAGAS: OÍDO POÉTICO Y SENSIBILIDAD VISUAL

Decía Juan Ramón Jiménez cierta vez en la Revista de la Universidad de La Habana, que el mar no es más débil ni más viril sino el mejor mar, el eterno y el total. Todo depende en efecto, de la mirada y del oído líricos que, al destilar la esencia de las cosas las transfiguran de tal como que nos parecen desconocidas aunque precisamente desde ese instante poético empiezan a despojarse velo a velo. Hay un modo de conocer por la poesía que quizás no sea el único, pero sí un modo imprescindible para nuestra relación con lo existente. Ninguna buena poesía es frívola sino trascendente. La ligereza en el poeta es más bien transparencia, alado modo de entregar en música o en limpia palabra lo que se conquisto con dolor o dificultad.
La sustancia tropicalista habíase dado a menudo en nuestra poesía bajo los accidentes de simple paisaje --gracia de lo vegetal casi exclusivamente-- o intentos, no siempre afortunados, de plasmar el drama o la voz del pueblo. También habíanse revertido los ojos del poeta hacia nuestra condición de isla, más en un sentido conceptual que con la fuerza de la vivencia. Pero el trópico en sí mismo no es ni más ni menos exuberante sino tan fino y piramidal como el poeta alcance a descubrirlo. A Dulce María Loynaz le tocó ver el juego de nuestras aguas universales a la luz particular del trópico; prisma de crespúsculos inacabables y lujosos; fuego vertical de las horas del mediodía, colores cambiantes a cada momento. El oído poético de la Loynaz cruzóse con la sensibilidad visual: un mundo de imágenes se agrupó en torno a la vivencia de la fuente, del río, del mar, de la nube, de todo lo que es agua o trasunto de ella sin excluir lo dramático y hasta lo misterioso. Y nacieron así como la concepción de una vasta sonata, estas variaciones sobre el agua con sus andantes plenos de sugerencia, sus allegros briosos y hasta los inevitables adagios cuyo recorrido sólo se acepta en gracia a los mejores movimientos y porque en ellos siempre hay algo del gran poeta que puede dejarnos ávidos en un finale en el que palpita la promesa de un nuevo compás insospechado.
Nube, infancia celeste de la lluvia plasma toda una manera de identificarse con lo que se canta. La pobre agua está triste y yo le paso la mano virtualiza ese patetismo incomparable de la Loynaz. No te ha anunciado el Ángel --pero puedes limpiarnos el pecado-- y apagar nuestra sed hace patente la hermosa emoción franciscana que inspira este libro donde sólo puede cantarse aquello que se ama. Más cercana, en cuanto a su metier se refiere del impresionismo de Monet y del sensualismo debussyano, que de lo que equivaldría en poética a la complejidad de un Picasso y a los bruscos pero magistralmente situados atonalismos de la música de Dukas cuya agua magnetizada es punto de partida para lo humorístico y lo demoníaco. Dulce María Loynaz ha concertado su voz con la posición natural de su mirada y de su oído sin que la voluntad intervenga sino en el instante de escoger la imagen sin saltos sobre el más depurado romanticismo o por sobre las claves que rigen las mejores conquistas del modernismo. Sólo en momentos excepcionales en que se aparta de este terreno conquistado por Darío, Juan Ramón y Enrique González Martínez, Dulce María nos parece menos segura o menos ella misma. Y casi siempre la vemos directa, como quien no mira atrás o en derredor, como quien se ensimisma en la contemplación de un lucero que la guía, y sonámbula no tropieza con los obstáculos del mal gusto porque un sexto sentido la hace andar esquivándoselos. En suma, un libro que la autora ha entregado a sí misma después de esperarlo en vigilia pero con los ojos cerrados, a través de varios años, y llegado en el momento oportuno para que no se pierda este hito marcado en el recorrido de la poesía cubana digna de la más acendrada atención.  

Publicado en 1948, Diario de la Marina

Tres poemas de Joaquín Galvez























BALADA DEL PURGATORIO

Mis dedos entre tus piernas, en aquel cine de La Habana,
son hoy una balada que me justifica.
La oveja negra escribe su evangelio;
el rebaño es una doctrina, un cielo de mansedumbre
contra el nacimiento de la próxima estrella.
Madre, la luz de tu óvulo tiene un alma
para hacer del barro una escritura,
y el cuerpo de una bala para atravesar el mundo.
Ah Judas y Pedro (Pedro y Judas)
son mis amigos, son mis enemigos.
Dios juega con nosotros a la gallinita ciega.
Dios, devuélveme esos ojos para que no cometa otro crimen.

Cultivo todos los días esta imperfección
como un árbol que lo abandona la primavera.

Esta balada me justifica.

CALIGRAMA EN LA TUMBA DE APOLLINAIRE

Acaso porque para ti todo tiempo presente siempre fue mejor,
sobre tu tumba siguen germinando tulipanes de piedra.
Tus caligramas son los pasos que ya dejaron una huella
en el camino que ha de venir.
Tus caligramas ruedan hasta alcanzar el nacimiento de otro lector.

Bebes coñac en Montparnasse, junto a Picasso y Braque,
para que un día Breton nazca con tus pies
y ese epígono le cercene un ojo al perro andaluz.
Te comes la manzana y fundas una zona,
la semilla trashumante de una eclosión.

Qué importa, Tiresias, que no te sirvan los ojos,
si eres el único vidente que, desde su tiempo, toca
la consagración letrada de unas tetas,
con las que desnudo otra noche en mi ordenador.


Haber nacido en Roma y ser ciudadano francés,
para que venga a matarme la gripe española;
¿acaso porque para mí todo tiempo presente siempre fue mejor?

Te burlaste de la muerte, Guillermo.
Alguien quiso ofrendarte un epitafio,
pero desistió ante estos tulipanes de piedra
que, sobre tu tumba, nunca han dejado de germinar.

RETRATO DEL QUE YA NO VIVE EN LAS NUBES

En una nube corre un niño calzando las botas del viento…

Los gigantes, los cíclopes y los lestrigones nunca pudieron encontrar extremidades
para arribar a tu altura. Sobre tu cabeza pendía una espada, por eso el filo de tu
inocencia era la envidia de Damocles.

Con el alba, alguien languidece (no sabe que ha perdido su tugurio en las nubes):
firma un cheque para pagar la hipoteca, con ademán del que ya no es soberano…

Orinas tu fragmento de lluvia y te alimentas del aire sentado en tu trono. Ladrón y policía: a ti te encarcelan, te castigan, te matan… y al final demuestras que jugar es el único triunfo.

(Triunfador sólo fuiste con tu oficio en las nubes)

El conductor de ese auto se perderá por siempre de mi mirada, pero me dejó su sonrisa/ manchada de tanto pie en la tierra.

Puse un día los pies en la tierra, y ahora descubro que no hay memoria ni vuelo que me devuelva a mi villorrio en las nubes.

6.02.2010

JORGE CARRIGAN: BAILAR CON LA MÁS FEA

Un fragmento de la novela recién publicada por Jorge Carrigan: Bailar con la más fea. Una historia sobre el miedo, la duda y el síndrome de la sospecha.

Abrirás la puerta. Nadie. Te asomarás al pasillo para mirar en ambas direcciones. Nadie. “Tanto mejor. Le ronca tener que hablar con alguien a esta hora”. Después de cerrar la puerta te acercarás a la ventana instintivamente y apartarás la cortina para mirar hacia la calle: el hombre de la camisa gris estará allí, en su lugar, fumando plácidamente. Serán las seis y nueve minutos de la mañana, Benjamín, cuando enciendas la radio. En honor a la verdad no nos podremos quejar. Los habitantes de este país tendremos el privilegio de vivir en la tierra más hermosa que ojos humanos vieran; etcétera, etcétera, etcétera. Apagarás la radio un momento antes de que suenen tres toques en la puerta una vez más y no puedas evitar otro sobresalto. Irás a abrir a toda velocidad, pero nada encontrarás. Saldrás, mirarás a un lado y a otro... nadie... te asomarás a la escalera... nadie... volverás al interior... “¿quién será el estúpido?... ¿quién será el comemierda?... ¿quién será el maricón?...” imposible pensar que a esa hora pudiera ser uno de los niños jodedores del edificio. Siendo niño tú mismo tocaste a la puerta de algún vecino para luego esconderte a disfrutar de la reacción del pobre imbécil cuando salía y no veía a nadie. Pero un chamaco nunca lo haría a esa hora, casi de madrugada, un domingo. 
Apartarás la cortina, para mirar a la calle de nuevo, y el hombre de la camisa gris que fuma constantemente habrá desaparecido. ¿Cómo es posible que ya no esté allí? Será preocupante, incluso. ¿Sería él quien tocó a la puerta en dos ocasiones?... claro que no... no habrá razón para asustarse; si la primera vez miraste inmediatamente... sí, es cierto que habrás mirado, pero no inmediatamente... ¿cuánto tiempo necesitaría una persona normal para llegar desde tu puerta hasta la calle y pararse allí como si nada? Probablemente entre uno y dos minutos... eso es caminando a un paso normal, pero si corriera podría hacerlo en un poco menos, tal vez en la mitad del tiempo... además, parecerá obvio que es él mismo porque en esa ocasión no le habrá dado tiempo a llegar y colocarse en su puesto. ¿Qué hacer? Si bajaras podrías comprobar si es posible o no hacerlo en menos de un minuto. Tal vez podrías ir hasta la esquina para cerciorarte de que el hombre no está escondido al doblar... o registrarlo todo. Sí, porque también podría ser que esa vez se haya escondido allí mismo, en el edificio y que es por eso que no estará en la esquina. Sentirás algo raro, Benjamín, algo muy raro, que en el fondo se parecerá al miedo. Encenderás de nuevo la radio. La voz del locutor te hará sentir esa otra sensación que se asemeja tanto a la seguridad de estar acompañado; de que alguien podría venir en tu auxilio si lo necesitaras y muy poquito a poco el Benjamín temeroso se irá convirtiendo en un primer boceto de Benjamín Fernández, el  seguro, el fuerte, el valiente... Tomarás una silla, la llevarás hasta justo detrás de la puerta y allí te sentarás a esperar. Deberás estar preparado para la próxima.
La radio te repetirá que no puedes quejarte. Este es el mejor país del mundo. Por ahí andarán tantos sociólogos, politólogos, economistas; hablando maravillas de nuestros logros en todas las esferas de la vida... transcurrirá más de media hora antes de que sientas unos pasos cerca de la entrada del edificio. Pegarás la oreja a la puerta para captar cada detalle. Qué maravilla. Desde esa posición podrás sentir cada uno de los movimientos de la persona que se moverá afuera: Atravesará el pasillo... comenzará a subir la escalera... llegará al primer descanso... subirá otro tramo... se acercará... se acercará... unos nudillos débiles golpearán la puerta. Te pondrás de pie, levantarás la silla con una mano mientras con la otra abres de un tirón.
La persona será una mujer a la cual no recordarás haber visto antes. “Buenos días”, dirá ella. “Buenos días”, responderás, y te darás cuenta de lo ridículo que deberás parecer allí, con la silla en una mano y el picaporte en otra, como la reproducción grotesca de un domador de fieras. Relajarás los músculos, dejarás caer la silla y la moverás un par de veces en un esfuerzo por fingir que la estabas poniendo allí cuando la mujer tocó a la puerta, aún cuando fuera absurdo que la estuvieras colocando en ese sitio. “Buenos días”, insistirá la mujer. “Buenos días”, redundarás. “¿Tú eres Benjamín Fernández Yañez?”, preguntará ella con voz suave y una entonación un poco extraña. “Yo mismo soy”, responderás, y ambos quedarán estáticos, frente a frente; y pasarán unos larguísimos treinta segundos antes de que cualquiera de los dos pregunte alguna otra cosa.
“¿Se te ofrece algo conmigo?”  Estarás ansioso cuando preguntes eso. Se habrá hecho evidente que la mujer no piensa decir nada más. Tal parecerá que llegar allí y pararse frente a ti hubiera sido su único objetivo y que, una vez conseguido, no tendrá otra cosa que hacer.
“¿Puedo pasar?” La mujer seleccionará cada una de sus palabras con muchísimo cuidado; como si la pregunta tuviera alguna particular significación.
“Sí, pasa”. Estarás tan molesto... pero te resignarás a tratar con aquella persona que además de venir de manera inoportuna, a una hora increíble, no te estará dejando otra alternativa que atenderla.
“Gracias”. Será muy formal la mujer, y su extraña entonación agregará un elemento más a lo molesta que es ya la situación misma para ti, Benjamín.
“¿Se puede saber a qué se debe el honor de esta visita?” Tendrás ganas de definirlo pronto, pero no evitarás que tu frase lleve una evidente carga de ironía. Por supuesto que no estarás dispuesto a perder más tiempo con aquella aparición; pero no habrás querido ahorrarte el sarcasmo.
“Sí, sí, claro. El motivo de mi visita es que...” Ella dudará mucho, pero además, hará que su duda sea obvia, como si darle a aquello un toque de misterio fuera a hacerla más interesante ante tus ojos.
“¿Qué?” Tratarás de cortarle el paso. Será posible que sea una vecina nueva o algo por el estilo; alguien que venga a pedirte un poco de azúcar, pero a esa hora...
“Oye, ¿no te parece que nos conocemos?” La mujer evidentemente estará regodeándose en no se sabe qué idea con la cual pensará despertar tu curiosidad, sin embargo, lo único que conseguirá será molestarte un poco más.
“No”. Tu respuesta tratará de ser tan rotunda que impida cualquier otra especulación.
“¿Estás seguro de lo que estás diciendo?” La muy estúpida actuará con la naturalidad que cabría esperar si fueran las nueve de la noche de un día cualquiera y la estuvieras tratando con la mayor amabilidad del mundo; cuando de lo único que tienes deseos es de que...
“Si para lo único que has venido hasta aquí es para preguntarme esa mierda te puedes estar yendo ahora mismo por donde viniste”.
“Lo que vine a decirte es más importante que eso, Benjamín”. Continuará ella en su terca naturalidad, pero, dejará que en sus palabras se infiltre cierta sensualidad muy muy muy velada.
“Ojalá que lo sea, porque si no...” Dirás y, hablando de infiltraciones, dejarás que tu frase inconclusa sea infiltrada por cierta amenaza, tan ambigua como cualquier otra, pero tan elegante como pueda pronunciarse una amenaza. Sin embargo, seguirás teniendo miedo de algo que no sabrás muy bien qué podría ser. Y será ese miedo el que te hará posponer el momento de mandar al carajo definitivamente a aquel ser.
“¿Sabes de qué vengo a hablarte?” La mujer usará un tono de “eso mismo que estás pensando”. En ese preciso instante tu no pensarás en otra cosa que no sea que te gustaría verla desaparecer, pero así, por las buenas.
“¿Tienes algún interés especial en mi?” Le dirás con el tono del Benjamín seguro que habrás usado en este disparate de conversación, sin embargo, por primera y única vez, pasará por tu cabeza de manera rotunda la idea de que podría haber alguna relación entre esta mujer y el hombre de la camisa gris que fuma constantemente; entonces la pregunta sonará tímida porque eso que sientes que se parece al miedo, comenzará a tener la forma de “eso que estás pensando”.
“¿Puedo sentarme?” Preguntará y señalará la silla sobre cuyo respaldo apoyarás la mano aún.
“Sí, como no”. Te sentirás amable, tan amable como hacía tiempo no lo eras, y un poco ridículo también. La amabilidad te saldrá forzada, por supuesto. La ridiculez será genuina.
“¿Confías totalmente en tu memoria?” Ella se habrá sentado ya y usará otra vez ese tonito de mierda del principio y que tan raro sonó a tus oídos. A pesar de que preferirás hacerte el bobo, Benjamín, sabrás muy bien que estás teniendo problemas de memoria. No se tratará de olvido absoluto, gracias a Dios. Será, en todo caso, una cuestión de lagunas momentáneas, que habrán comenzado siendo dispersas, pero que irán convirtiéndose, día a día, en más frecuentes. Habrás comenzado por olvidar, por ejemplo, los nombres de tus vecinos, los de tus antiguos amigos y hasta el de tu madre, que en paz descanse. Pero no sólo se te irán escapando los nombres, sino también los rostros. Pero eso qué le importará a ella...
“Por supuesto que puedo confiar en mi memoria”. Estarás tan cabrón porque la mujer se haya referido a algo como lo de la memoria; y sobre todo que lo haya dicho así tan fresca como una lechuga. Pero además, ¿de dónde habrá sacado ella que podrá ser posible siquiera que tengas problemas de memoria? La insinuación resultará dolorosa por ser cierta. Será tan difícil escuchar la alusión a tu memoria porque ya a esas alturas habrás olvidado, por momentos, cosas tan elementales como cuánto es ocho por nueve o quién fue el hijo de puta almirante que descubrió América. Todos los libros que hayas leído; todo lo que aprendiste en la universidad; irá y vendrá en tu mente, de manera que en muchas ocasiones pronunciar el nombre de un gran novelista o la notación de un teorema matemático, te provocará una sonrisa hueca, porque sabrás, sin dudas, que novelista y teorema existieron, pero no significarán ya nada para ti. Eso será cuando tengas las lagunas de memoria; sin embargo, cuando amanezcas con la mente clara...
“Si yo fuera tú no estaría tan segura”. Cargará sus palabras de un aire enigmático que no sólo será bastante falso, sino también tan estúpido...  ¿Por qué ella lo sabe? Puede que sea casualidad... pero, ¿por qué una casualidad en medio de tantas irregularidades que habrás notado últimamente?... ¿por qué...? Ay, qué bueno sería sacarla de aquí con una buena patada en el culo.
“¿Quieres decirme quién carajo eres tú?” Estarás más que convencido de que, si no la presionas, ella se pasará todo el tiempo hablando sandeces y, cuando se vaya, no podrás sacar nada en limpio. Claro que lo mejor sería que se fuera en ese mismo instante. Es más, si ella se fuera en ese momento estarías dispuesto a sacrificar la curiosidad de saber quién es y a qué habrá venido y la dejarías ir sin hacerle una sola pregunta, pero, por favor, que se vaya.... que se vaya... que se vaya...
“Puede que haya sido tu novia”. Que ella habrá sido tu novia. Ja ja ja... qué disparatado... qué ilógico... qué estúpido... ¿Cómo va a ser posible eso? Si hubieran sido novios por lo menos la recordarías, ¿no es cierto? Sí, sí, lo de los problemas de memoria será cierto, pero no... es imposible.  Sin embargo, ella hablará con tanta seguridad que si fueran otras las circunstancias; si aunque fuera la recordaras un poquito no dudarías de que lo que estará diciendo es cierto. Pero no, si ella se habrá aparecido en tu casa a las seis de la mañana... ¿cómo pensar entonces que no es una loca?
“Qué disparate”. Esbozarás una sonrisita que te saldrá amarga y la mirarás con desprecio, pero con desprecio evidente, para que note, si es que puede, que es eso lo que ella te inspira.
“Puede que hasta nos hayamos casado”. Será obvio que la humillación a la que te propusiste  someterla con tus palabras anteriores y, sobre todo, con tu actitud despectiva, no consiguieron herir a la mujer que seguirá más fresca que una tarde de enero.
“No, eso sí que es imposible”. Tu carcajada será sincera, aunque, en medio de tu risa, pensarás también que pocas cosas pueden ser tan insultantes como una risotada incontrolable, entonces te esforzarás en continuarla incluso cuando te sientas en condiciones de pararla.
“Puede que tengamos una hija”. Ella habrá esperado con muchísima paciencia a que tu carcajada se apague para hablar. En ese instante, aunque ella apenas se percate, comenzarás a preocuparte. Por supuesto que la posibilidad de que tengan una hija... pero no... ni pensarlo... ¿cómo te vas a poner a creerle una sola palabra a esa loca?... “Eso es más increíble todavía. ¿Por qué no me dices de una vez para qué has venido aquí a esta hora y te dejas de payasadas?” Con esa pregunta cáustica sentirás, Benjamín, por primera vez en mucho tiempo, algo ligeramente parecido a la satisfacción y te extrañarás tanto frente a tu propio placer que dejarás incluso de sonreír de golpe.
“Si vine hoy ha sido, más bien, por casualidad”. Aunque lo que esté diciendo sea una insensatez, una locura, una necedad; la mujer parecerá totalmente sincera. ¿Cómo va a ser posible eso de que sea casual? ¿Cómo va a ser posible cualquier razón que pueda dar ella? ¿Y de la hija, qué? ¿No va a hablar más de la hija que dice que tuvieron?
“¿Has venido por casualidad y has tocado tres veces a la puerta para luego esconderte?” Escupirás las palabras una a una como el juez que tiene en sus manos todas las evidencias y sabe que si el acusado se empeña en negarlas se convertirá en descarado además de culpable. Sabrás, o intuirás, que no existe mejor recurso, para que el otro diga lo que oculta, que decir todo lo que uno sabe. No obstante, tampoco tú preguntarás de nuevo por la hija de la que ella hablara antes. ¿Tendrás miedo de hablar de eso? No, pero es que...
“Está bien. Perdóname. Es cierto que toqué a la puerta y no tuve valor de presentarme delante de ti; por eso fui a esconderme; pero juro por mi honor que fue una debilidad pasajera”. Por muy sincera que parezca a la hora de hablar, por supuesto que no estarás obligado a confiar en ella, mucho menos en su honor. ¿Qué honor puede tener esta mujer? No lo sabes.
“¿Y, para qué viniste?” Recuperarás la paciencia y hablarás muy despacio. Será demasiado el misterio que se estará moviendo detrás de esta visita para ponerte a arriesgar con malos humores lo que podría convertirse en algo muy grave en un par de días. Bueno, tampoco habrá que ponerse tan dramático. Esta mujer será una loca y punto final. Pero si todavía ni siquiera sabrás a ciencia cierta quién carajo es el hombre de la camisa gris...
“¿Para qué vine? Ya te lo dije. Después de todo lo que pasó entre nosotros era lógico que volviera algún día para verte, ¿no?” Oh, no. Esta mujer probablemente no sabrá que tu paciencia se ha ido haciendo, con el paso de los años, cada vez más frágil; y que no se podrá estar jugando con ella. No sabrá que tienes muy malas pulgas; que te importará un pito que ella piense lo que le parezca...
“Está bien. Ya me viste. Lo único que quiero ahora es que te vayas”. Descartarás de nuevo la posibilidad de que la aparición de esta dama tenga que ver con el hombre de la camisa gris que fuma constantemente o con cualquier otro asunto. Pero si no tiene alguna relación con otras cosas, entonces ¿qué hará ella aquí?... ¿se tratará de verdad de una desquiciada, de una loca y nada más?... pero, en todo caso, ¿por qué te habrá escogido precisamente a ti?...
“Yo no pensaba venir”. La mujer empezará a entrar en crisis cuando diga estas palabras. Se notará por su voz un poco alterada y sus gestos que se volverán relativamente más torpes y nerviosos. Haciendo honor a la más estricta verdad, no se podría decir que los gestos de ella fueran elegantes y delicados en algún momento, pero también resultará evidente que algo en tus últimas palabras le habrá hecho daño. Qué bueno será sentir que estás ganando terreno.  
“Claro que tú no querías venir, pero un día, por casualidad, te despiertas de madrugada, llegas a mi casa y tocas a la puerta a las seis de la mañana”. Hablarás de un tirón y eso será un error tremendo. Parecerá increíble porque deberías haber sabido que en nada te podría ayudar hacerle un reproche como ese a aquella mujer; sin embargo, en esa ocasión no habrás podido resistirte a subirle el tono a la ironía aunque te cueste extender la discusión hasta no se sabe cuándo. Antes de hacerle el reproche tu inteligencia habrá sabido que ponerte irónico lo iba a complicar todo en lugar de arreglarlo, pero será delicioso...
“Lo que pasa es que anoche no dormí”. La mujer estará tan segura de que ese es un buen argumento que lo dirá casi con lágrimas en los ojos; lo que no sabrá es que a ti eso te va a importar un rábano y que si algo estarás empezando a disfrutar será la posibilidad de ser implacable, golpeante, lacerante...
“¿Y a mí qué me importa?”  Estará estrictamente definido que no te importará si ella durmió o si se morirá de insomnio algún día; porque tú, Benjamín, ni siquiera le regalarás la opción de quedarte callado y perdonarla, sino que te habrás empeñado en seleccionar, de todas, la frase más hiriente que encuentres para decirla en el más hiriente de los tonos y la disfrutarás infinitamente.
“Sé que a ti no te importa que me desvele, pero lo que vine a decirte puede ser muy importante para ti también”. A esta mujer no le molestará en absoluto hacer el ridículo. Eso lo habrás notado desde el principio, pero se habrá hecho más obvio aún en la frase que acaba de pronunciar. ¿Cómo se le ocurre seguir hablando?
“Suéltalo entonces”. Te sentirás un triunfador. Hará tanto tiempo que no experimentabas una sensación de superioridad tal como la que estarás sintiendo ante aquella dama, que el placer de ese momento tendrá visos, incluso, de la más legítima felicidad. 
“Lo siento, pero no puedo decirlo así como así. Tendrás que darme más tiempo”. La mujer se dará cuenta de inmediato de que una frase como esa estará entre las cosas que no debe decir. Y será claro el instante en el cual se percate, porque enseguida se pondrá de pie, como para defenderse mejor de la furia que le anunciarás de inmediato.
“Vete ahora mismo”. Gritarás esta frase que no dejará dudas de tu deseo. Irás hasta la puerta y la abrirás de par en par, como para apoyar con una acción concreta, inequívoca, tu deseo.
“Quería decirte que tendríamos que vernos con cierta frecuencia, conversar...” Ella estará en una posición de escape, pero no se moverá del lugar. Sin ninguna duda deberá saber que está en peligro de que le hagas daño físico, si dice algo más, a juzgar por sus gestos evidentemente defensivos que se opondrán a la desfachatez de las palabras. ¿Tendrá alguna esperanza de que su diálogo contigo podría continuar?
“Vete”. Percibirás, apenas hayas terminado de gritar esta palabra, de cuánto bienestar te produce, no sólo mostrarle tu superioridad, sino también ser enérgico, violento. Tendrás ganas de seguir. Tendrás ganas de aplastarla y de sentir cómo ella se deja aplastar. Estarás sintiendo algo nuevo; una sensación inédita, pero tan placentera...
“¿Me estás botando de tu casa?” Dará la impresión de que ha notado todo el bien que te hace humillarla y parecerá estar colaborando en el juego, permitiéndote que la maltrates...
“Si tienes alguna duda puedo empujarte por la escalera”. Y te sentirás tan a gusto disfrutando de tu vieja y conocida ironía, esta vez mezclada a partes iguales con esa violencia nueva.

Para la compra de Bailar con la más fea pique en el siguiente enlace de atompress 

6.01.2010

Jorge Carrigan: Bailar con la más fea (lanzamiento)



Para obtener la novela debe acceder a www.atompress.org

ALBERTO GARRANDÉS PREMIO ÍTALO CALVINO 2010

El Premio de novela "Ítalo Calvino" ha sido concedido al escritor cubano Alberto Garrandés por Las nubes en el agua, una historia que ocurre en una Habana de las ucronías distópicas... La premiación ocurrirá el viernes. Nosotros, ya estamos celebrando.