7.30.2010

JOSÉ LORENZO FUENTES: LAS VIDAS DE ARELYS

Un fragmento de la novela recién publicada por José Lorenzo Fuentes Las vidas de Arelys. Una indagación bajo hipnosis que descubre en sus vidas anteriores a Carmen Sylva, una prominente escritora rumana que se codeaba con los más famosos autores de su época: Balzac, Dostoievski, Víctor Hugo, Gogol y Melville. Pero, por qué Carmen Sylva se convirtió en la gran desconocida? ¿Una sordida y despiadada conspiración en contra de ella? ¿Por qué?

De Félix Luis Viera, lea una reseña sobre esta novela: La Arelys de José Lorenzo Fuentes

UNO
La olvidada Carmen Sylva

En 1929, la editorial Books for Libraries Press, de Nueva York, publicó bajo el título de Worlds Great Adventure Stories, una antología en la que se agrupaban textos de los más renombrados creadores literarios del siglo XIX: Honorato de Balzac, Alejandro Dumas, Antón Chejov, Herman Melville, Víctor Hugo, Rudyard Kipling, Mark Twain, Leon Tolstoi, Edgar Allan Poe, Máximo Gorki, Gustavo Flaubert, Charles Dickens, Iván Turgenieff y Emilio Zola. Entre los nombres de tan eximios escritores figuraba el de Carmen Sylva. ¿Quién era Carmen Sylva? ¿Quién era la autora del relato Kiss of Death, que estaba incluido con tan sobradas razones en la antología? A todos los que saben leer español, a todos los escritores de nuestra lengua, a todos los profesores universitarios, editores, críticos, bibliotecarios, a cualquiera de ellos que usted le formule esa pregunta responderá de inmediato que lo ignora. En efecto, Carmen Sylva, que escribió la mayor parte de sus obras en francés y en alemán, nunca ha sido traducida como merece al español. Sospeché desde el primer instante que lo mismo podía estar ocurriendo en otros idiomas. No me equivoqué. A Carmen Sylva la han olvidado. Una especie de conspiración del silencio se ha cernido sobre su nombre. Injustamente. Porque si hasta 1929, cuando la antología apareció, era digna de ser mencionada entre los más grandes escritores de su época, no hay motivo para que, ahora, se la desestime. ¿Por qué ha ocurrido? ¿Acaso porque Carmen Sylva era el seudónimo bajo el que se amparó la escritura de Isabel de Wied, reina de Rumania? ¿Acaso porque se piensa que no es menester de una reina escribir poemas y cuentos? O todavía peor: porque alguien lanzó al ruedo el venenoso infundio de que Carmen Sylva adquirió en su momento tal prestigio literario a causa de ser la consorte de Carlos I, rey de Rumania. Desde las esferas del poder es frecuente crearse doctorados honoríficos y reconocimientos inmerecidos. Pero ése no es el caso de Carmen Sylva, escritora raigal, cuyo nombre no estaba destinado a ser rehuido tan fácilmente.
La primera oportunidad en que escuché pronunciar el nombre de Carmen Sylva fue durante el desarrollo de una regresión a vidas pasadas. Al escuchar ese nombre tuve la vaga impresión sobresaltada de que podía ser el de un personaje de alguna de mis futuras novelas, algo así como le pudo ocurrir a Gustavo Flaubert cuando oyó mencionar a escondidas por primera vez el nombre de Emma Bovary. Pero en seguida desestimé esa posibilidad. ¿Pretendía nada menos que escribir una novela a partir de regresiones a vidas pasadas? Sí, por qué no: detrás del translúcido rostro de Carmen Sylva acaso se escondía una apasionante historia de amor que reclamaba, después de incontables años, ser sacada a la luz. Y además, nadie me objetaría el procedimiento utilizado para desempolvar el personaje. La mayoría de los lectores lo creería posible porque últimamente entre el gran público consumidor de libros de metafísica y autoayuda se ha hecho cada vez más frecuente aceptar la noción de que los eventos de nuestras vidas, refundidos en el subconsciente (“reprimidos”, como los llamaba Freud), pueden ser expuestos y analizados gracias a la práctica de la meditación o a la ayuda de un hipnoterapeuta que nos sirva de guía para internarnos en ese viaje de introspección que nos permite regresar a acontecimientos de nuestra vida actual o de otras numerosas vidas anteriores, de las que hasta ese momento no teníamos la menor noticia.
Carmen Sylva. Carmen Sylva.
Era un nombre que lo repetía a cualquier hora, en cualquier momento, después de largos insomnios, de prolongados soliloquios. Carmen Sylva. A ti te gustaría, Carmen Sylva, saber quién me incitó a seguir tras la huella de tu nombre y de tu historia. Ya debes suponerlo: se llama Arelys.
Cuando Arelys me dijo que la lectura de mi libro Meditación le había despertado el interés de conocer sus vidas pasadas, la sorpresa se apoderó de mi ánimo. Nunca me hubiera imaginado que aquella mujer, joven y bella, que se desempeñaba exitosamente en su profesión y disfrutaba de una sólida situación económica, estuviera motivada por alguna de las carencias que conducían a los demás hasta la consulta de un terapeuta. Pensé de momento que lo hacía sólo por la presumible curiosidad de saber quién había sido ella en otras vidas: casi un entretenimiento para alguien que no necesitaba encontrar en una regresión la solución a algún conflicto que le angustiara la existencia. Sin embargo, una voz interior me inclinaba a desechar tales ideas. Regresé, por tanto, a los mismos pensamientos que acudieron a mi mente la noche en que la conocí. Arelys se cruzaba en mi vida por una razón muy especial, que todavía yo no era capaz de definir. Teniendo en cuenta la diferencia de edades, no podía sospecharse que nuestro encuentro se tradujera en una relación amorosa que, evidentemente, no debía estar en su mente ni en la mía. Pero sí abrigaba el presentimiento de que ella era portadora de un enigmático mensaje sobre el curso futuro de mi existencia. No tenía la menor duda: algo muy importante iba a acontecerme desde el instante en que la vi por primera vez. Por supuesto, también reflexionaba que yo podía estar fantaseando, creándome expectativas que no tenían asideros en la realidad. Al cabo de evaluar detenidamente todas las posibilidades, me dije que lo mejor, lo más lógico, era esperar a que el tiempo pusiera las cosas en su justo sitio.
Con esas ideas en la cabeza, conseguí animar a Arelys para que iniciara un viaje más allá del tiempo y el espacio, que, si no errábamos el camino, debía concluir con el conocimiento de sus vidas anteriores.
Pensé que si mi libro Meditación la había motivado tanto, debía empezar por enseñarla a meditar.

-Meditar es más fácil de lo que la gente suele imaginar - le decía constantemente a Arelys mientras le explicaba los primeros pasos a seguir. Acaso lo único que entrañaba alguna dificultad era aprender a conservar la postura ideal que debe asumirse durante la práctica de la meditación: entrecruzar las piernas como vemos con frecuencia en las ilustraciones de algún libro de Yoga, mantener la espalda erguida, las manos unidas en el regazo y la lengua vuelta hacia el paladar. El resto es bien sencillo: dejarse ir, fluir hacia uno mismo mientras nos alejamos de los pensamientos derivados de los conflictos y angustias de nuestro diario vivir.

Pero para cerrarse al exterior, para impedir que nada nos perturbe mientras meditamos, es imprescindible adueñarse de las técnicas de relajación. Más pronto de lo que yo esperaba, Arelys aprendió a iniciar ese viaje hacia sí misma mediante el uso de distintos mantras. El mantra, ya se sabe, es una palabra sánscrita que significa plegaria. La repetición de un mantra posibilita alejarse de las solicitudes exteriores que impone el ritmo cada vez más acelerado del mundo moderno.
Meditar equivale también a provocarse un estado de auto hipnosis. Arelys, por tanto, no tenía necesidad de acudir a un hipnólogo para trabar contacto con sus vidas pasadas. Muy pronto, meditando, fue descubriendo quién había sido ella en otras vidas. Al principio, el descubrimiento de esos eventos anteriores no me provocó el menor interés. Esas primeras existencias que afloraron eran de mujeres preteridas o maltratadas, que incluso habían tenido que acudir a la violencia para defenderse de los hombres que convivían con ella. Cualquier terapeuta hubiera visto en esas vidas pretéritas el origen de algunos traumas que pudieran agobiar su vida presente. Por varios motivos yo no aceptaba semejante posibilidad, entre ellos porque esas vidas pasadas no tenían el menor influjo en sus actuales normas de conducta ni afectaban su desenvolvimiento en la sociedad.
No me faltaba razón. A partir de la segunda semana, los acontecimientos que Arelys empezó a relatar eran más congruentes con su personalidad, o con las señales reveladoras de vidas significativas que yo vislumbraba en su pasado.
Durante una de las siguientes regresiones, Arelys tuvo acceso a dos vidas pasadas, totalmente distintas. En una de ellas -la más sorprendente de las dos- se produjo un cambio de género, y en lugar de mujer, Arelys manifestó, bajo auto hipnosis, que era un muchacho alto y fornido, un joven de unos diecisiete años que vivió en Italia alrededor del año 1540. Hasta aquel momento el joven, que dijo llamarse Guido Ferreri, había aceptado la noción casi generalizada de que todos poseemos un alma inmortal, que puede reencarnar en cuerpos sucesivos. Pero desde que conoció a un alquimista famoso (cuyo nombre nunca pudo precisar) su vida cambió. El alquimista le trasmitió la idea de que, efectivamente, en ese sentido todos somos inmortales, pero que también era posible alcanzar la inmortalidad de nuestro propio cuerpo físico. Sólo había que dar con la fórmula apropiada. El alquimista decía que tras su aparente muerte, él iba a regresar a la vida transformado en un hombre joven y bello. “Algún día, sentenciaba, alcanzaré la eterna juventud”. Desde entonces el adolescente, que se convirtió en la sombra del alquimista, estaba al tanto de todas sus palabras y en ocasiones hasta creía leerle el pensamiento. Aunque el alquimista era más bien feo, el joven pensó que entre los dos estaba naciendo un sentimiento de amor. Guido Ferreri tenía muy bien definidas sus preferencias sexuales, pero en la adolescencia a menudo es indispensable confundir la admiración con el amor. La muerte del alquimista, a los cuarenta y ocho años de edad, lo sumió en profunda depresión, y perdió la esperanza de que él, y el alquimista, los dos, pudieran algún día recuperar el cuerpo donde habitaba su alma inmortal. Sin embargo, siguiendo sus preceptos, Guido Ferreri dedicó el resto de su vida a curar a los demás utilizando los mismos procedimientos del alquimista, es decir las mismas pócimas, emplastos y conjuros mediante los cuales el alquimista les restauraba la salud a enfermos con dolencias tan agresivas como el cáncer, la rabia y la sífilis, para las cuales la ciencia médica de la época no tenía respuestas de sanación.
En otra de las vidas de esa misma regresión, Arelys dijo ser una gitana que, según ella misma se describió, le encendía la imaginación a los hombres con su larga trenza y una rosa prendida en su cabellera a la altura de la oreja derecha; también dijo que casi siempre andaba descalza, y llevaba un holgado vestido amarillo salpicado de óvalos rojos, muy ceñido a la cintura. Confesó que las únicas veces que asistió a la escuela no lo hizo con el propósito de aprender sino porque se había enamorado de un profesor que casi le doblaba la edad. Contra la voluntad de su familia, todos los días corría a escondidas hasta la casa del profesor movida por el incendio de una pasión incontrolable, y durante horas y horas hacían el amor. La gitana admitió que nunca antes se sintió tan feliz en la vida como cuando se hundía entre los brazos del profesor.
A la semana siguiente conseguí que mediante una meditación Arelys accediera de nuevo a un estado de auto hipnosis que le permitiera establecer contacto con una vida anterior. Tras una prolongada pausa, con los ojos cerrados y una voz quebrada por la emoción la escuché decir:

“Veo árboles…Es un paisaje campestre…Hay un sendero que se desliza entre arbustos cada vez más pequeños…El sendero conduce a un palacio…Yo vivo en ese palacio y soy escritora… He escrito muchos libros”.

Arelys dejó de hablar pero yo no apagué la grabadora. Una ansiedad inexplicable se apoderó de mi persona. Durante años, utilizando los mismos procedimientos, había logrado inducir un estado de auto hipnosis en decenas y decenas de personas que así consiguieron arribar al conocimiento de sus numerosas vidas anteriores. Y siempre, ajeno a todo prejuicio, lo había hecho con la frialdad del investigador. Sentía un rechazo visceral a toda forma de fanatismo: esa fue siempre la razón por la cual me distanciaba tanto de las ideas que dominaban a mi amigo Frank, quien parecía vivir todos los minutos de sus afanes cotidianos fuera de la realidad, como instalado en otra dimensión del tiempo y el espacio. De modo que me llamó poderosamente la atención el desasosiego que de pronto se apoderó de mí cuando escuché la voz de Arelys diciendo que en una vida anterior ella había sido una escritora que vivía en un palacio. ¿Cómo explicarlo? ¿No había escuchado tal vez cientos de veces a personas que, con los ojos cerrados, comenzaban a relatar historias de otras vidas, y nunca, nunca, cuando el relato se interrumpía, me sentí apremiado por la necesidad de seguir oyendo? ¿Por qué, ahora? Buscándole una explicación, me dije que posiblemente mi desusado interés por seguir escuchándola lo provocaba el hecho de que mi invisible interlocutor fuera una escritora, como yo lo soy: el oficio y la vocación quizás establecían misteriosos lazos de afinidad entre los dos. Pero además la experiencia me decía que en ninguna otra ocasión futura yo iba a conseguir que Arelys, respondiendo a mis deseos, por imperio de mi voluntad, volviera a establecer contacto con su lejana encarnación de escritora. No existe ninguna fórmula, ningún conjuro para lograrlo. Todos los terapeutas saben que el paciente retorna a una de sus tantas vidas pretéritas no cuando lo desea sino cuando sucede. ¿Volvería a hablar la escritora del palacio?
Durante el curso de las siguientes dos semanas Arelys se ausentó de la ciudad. Según me dijo debía viajar a un polvoriento pueblito de Puerto Rico con el propósito de encontrarse con algunos miembros de su familia, a los que no había vuelto a ver en los últimos cinco años. Yo aproveché para irme a la playa todos los días. El tiempo lo exigía: mucha luz, un cielo sin nubes, también mucho calor aposentando sudor en las axilas. Pensé que era la mejor de todas las opciones: hacerme de un traje de baño. Nadar un buen rato, dejar que el sol estampara su huella en mi piel, y después, después de algunos escorzos gimnásticos, echarme panza arriba en la arena, a la sombra de los cocoteros. Cuando Arelys regresó caí en la cuenta de que últimamente yo había olvidado sin esfuerzo el tema de las regresiones, y que las historias que podía relatarme la escritora del palacio, que al principio se posesionaron de mis insomnios, ahora me tenían sin cuidado. Sin embargo, recordé que había tenido un sueño recurrente que tal vez estaba relacionado con la escritora de marras, pero ciertamente no me percaté de esa posible asociación hasta el momento en que tuve de nuevo a Arelys frente a frente. En el sueño, una mujer estaba sentada junto a una ventana escribiendo con una pluma de ganso. Cada vez que alguien se le acercaba estrujaba los papeles destinados a su escritura y, sin ser vista, los arrojaba en el cesto de la basura. Presumí lo menos creíble: que su mayor deseo era que todos ignoraran lo que estaba escribiendo, acaso una novela, acaso cartas de amor. Pero entonces, ¿por qué escribía?
Estuve a punto de referirle el sueño a Arelys, pero me contuve. Mejor era esperar a que la escritora del palacio, si aparecía de nuevo en alguna regresión, relatara su historia sin interferencias, una historia que supuestamente debía coincidir con mi sueño, en la que acaso había una mujer escribiendo al amparo de una luz que le proporcionaba la ventana.
Volvimos a las regresiones. Con los ojos cerrados, Arelys trabó contacto con otra de sus vidas anteriores. Ahora era una cortesana en el París de Luís XVI, y se jactaba de ser en toda Francia la mujer que practicaba con mayor desenfado las posturas eróticas anunciadas en el Kama Sutra.

Cuando abrió los ojos y escuchó la grabación, Arelys se sintió molesta.

-¿No podemos hacer otra regresión en la que mi persona salga mejor parada? –me preguntó.
-Por supuesto –le respondí-, pero no te puedo garantizar nada. No es tan fácil dar con una monja, y mucho menos con la Madre Teresa de Calcuta. El péndulo no siempre se desplaza del azafrán al lirio, quiero decir: de la cortesana a la santa.
-Lo sé, pero no perdemos nada con intentarlo –dijo haciendo un mohín.
-Es verdad –dije y le prometí que, desde luego, lo íbamos a procurar.

Cuando veinticuatro horas después intentamos otra regresión, Arelys estaba convencida de que la esquiva escritora del palacio al fin dejaría oír su voz. Sin embargo, contra mis deseos y previsiones, no fue ésa sino otra de las tantas encarnaciones de Arelys la que decidió hacer acto de presencia. El relato lo ofrecía ahora una mujer de oficio cocinera, Bernarda González, de unos treinta años de edad según decía, quien llevaba más de quince, es decir: desde su adolescencia, trabajando en una mansión señorial, con blasón tallado en piedra, balcones que daban a la calle y escalera de mármol por la que se llegaba hasta los cuartos de dormir en la segunda planta.
Bernarda había llegado a la mansión con una niña en los brazos, de sólo cinco meses de nacida, resultado de una relación ocasional con un hombre que, apenas la supo embarazada, desapareció de su vida sin dejar siquiera una huella de su nuevo paradero. Muy pronto Bernarda se percató de que el dueño de la mansión, un hombre que había hecho fortuna en oscuros negocios de barcos y contrabandos, se fijaba en ella con creciente interés. Y ocurrió lo lógico: Bernarda, fascinada por la personalidad del dueño de la mansión, accedió a convertirse en su amante a escondidas. “Los años pasaban casi sin yo darme cuenta”, comentaba Bernarda en la regresión, hasta aquel día en que Isabel, su hija, ya una quinceañera de fastuosa belleza, le confesó, con lágrimas en los ojos, que desde hacía más de un mes había dejado de menstruar. Apremiada por Bernarda, Isabel no pudo ocultarlo: había perdido la virginidad entre los brazos del dueño de la mansión. Como enloquecida, según dijo, impulsada por una mezcla de sentimientos, entre los que mencionó la vergüenza, el despecho y la impotencia, Bernarda se suicidó.
De nuevo dejé de ver a Arelys durante el curso de casi tres semanas. Era cierto que me llamaba por teléfono con puntualidad todos los días, en horas de la mañana, pero no como otras tantas veces para anunciarme que acudiría a mi casa esa misma tarde o a más tardar al día siguiente a fin de continuar las sesiones de regresión a vidas pasadas. Me llamaba para confirmarme, entre un comentario y otro, que a diferencia de la semana anterior, en la que disfrutó de largas horas sin ningún apremio de actividades, ahora estaba agobiada por compromisos de todo tipo. “Ya puedes imaginarlo –me dijo sin las inflexiones de su voz eufórica de siempre-, son obligaciones que me impiden pensar en otra cosa que no esté relacionada con los números: con los números de lo que debo comprar y pagar”.
Mi relación con Arelys durante aquellas tres semanas, ya lo he dicho, se reducía a las llamadas telefónicas que invariablemente me hacía en horas de la mañana. Pero yo me procuraba con ella otras conexiones adicionales. De vez en cuando accionaba la grabadora no sólo para escuchar su voz, tan agradable a mis oídos, sino tratando de desentrañar el verdadero motivo por el cual ella demostraba tan viva curiosidad en conocer el desarrollo de sus vidas pasadas. ¿Qué secreta angustia la aquejaba? ¿Por qué no me lo había confiado sin ambages? Reflexioné que no era desconfianza. Acaso ella, más que en busca del consejo de un amigo, pues ya nuestra amistad databa de casi dos años, intentaba en esa época encontrar la respuesta a sus presumibles inquietudes en el conocimiento de sus vidas pretéritas. “Tienes razón, Arelys”, pensé. Lo que hoy somos depende de lo que hicimos o dejamos de hacer en el pasado más remoto. “El karma, el inevitable karma”, musité mientras empezaba a oír el zumbido de la grabadora.
En la grabación no fue mi voz la que escuché al principio, sino la tuya, Arelys, refiriendo los pormenores de los quince años que duró tu matrimonio. Ignoro la razón por la cual no mencionas el nombre de quien fue tu esposo. Sólo me dices que como resultado de ese matrimonio tienes dos niñas preciosas, que son la mayor alegría de tu vida. Sin embargo, la relación conyugal con el hombre que sembró en ti esas dos niñas, no tuvo su origen en el amor. Ya lo he escuchado antes muchas veces pero ahora, movido por un creciente interés, consigo que la grabación regrese a su punto inicial y oigo de nuevo tu voz refiriendo la misma historia que ya me sé de memoria. “No me casé enamorada, no te puedo decir que estaba enamorada. Poco después de conocerlo, él me confesó que había estado preso, por un problema de pandillas, de un presumible robo de autos, y que no tenía en regla sus papeles de residencia en los Estados Unidos. Sentí una gran lástima por él y decidí ayudarlo. Fuimos a ver una abogada, que nos pidió cinco mil pesos. Yo tenía entonces veinte años y él veintitrés. Éramos unos niños, cinco mil pesos para nosotros era una fortuna. ¿Ustedes son novios?, me preguntó de pronto la abogada. Le contesté que no. ¿Y por qué no se casan? Hacen una bonita pareja, insistió la abogada. Yo había nacido en Puerto Rico, era ciudadana norteamericana, así que si nos casábamos todo podía resolverse fácilmente a su favor. Cuando salimos de la oficina, le dije que estaba dispuesta a casarme con él para ayudarlo. No estaba enamorada pero me dejé amar y tuvimos dos niñas”.
Hasta entonces Arelys no me había referido si después de su matrimonio habían existido otros hombres en su vida, ni yo intenté preguntárselo, pero la relación con el padre de sus hijas para ella, decía, no representó un fracaso sino una pésima elección. “Escogí mal”, enfatizó. De modo que como desde el principio yo la veía como una especie de diosa, calculé que ningún hombre, ningún ser mortal, podía dañarle la psique, y que su tropiezo con el padre de sus niñas tampoco era motivo para que ella acudiera a un terapeuta, en busca de una explicación en sus vidas pasadas.
Después de un extenso recorrido por la ciudad, aquel día regresé a casa con el pálpito imposible de que algo importante pudiera haber ocurrido durante mi ausencia. Sin embargo, mi prevención no resultó. Todo estaba en perfecto orden, tal como lo había dejado. Pero al acercarme al contestador comprobé que tenía un mensaje de Arelys diciéndome que al siguiente día, 9 de abril, ella me iba a visitar sobre las diez de la mañana para hacer una nueva regresión. Cumplió. Exactamente a las diez de la mañana llegó a mi casa, tan enigmática y bella como siempre.

-¿Qué has hecho durante todo este tiempo? –me preguntó.
-Escribir. Lo mismo de todos los días –le contesté.

Se acomodó en el sofá y al cabo de un tiempo prolongado escuché su voz:

Fuera, la nieve está cayendo en los alrededores del palacio. Los escalones que voy subiendo son de piedra…Dentro, todo es de mármol…Muebles… Muchas habitaciones…Puertas cerradas…Es el palacio donde vivo. Me llamo Isabel. Estoy casada con el rey, pero mis relaciones con él no son de amor. Son de lealtad. Nos une un propósito común: servir al pueblo. Siempre he estado a su lado. También escribo libros y he sido mencionada entre los grandes escritores de mi época. Todos mis libros los escribí bajo el seudónimo de Carmen Sylva.

Cuando Arelys abrió los ojos, le pregunté:

-¿Has oído mencionar alguna vez el nombre de Carmen Sylva?

-No. Que yo recuerde nunca lo he escuchado.

Yo tampoco había oído mencionar nunca el nombre de Carmen Sylva, y a partir de ese momento empecé a hacer las más variadas conjeturas acerca de la escritora desconocida. Todos mis amigos escritores, a los que llamé por teléfono para consultarlos, me dijeron más o menos lo mismo: aquel nombre no les resultaba familiar. Al fin acudí a Internet y accedí a las primeras huellas. Carmen Sylva era el seudónimo que en sus trabajos literarios usaba Isabel de Wied, quien nació en el castillo de Monrepos, Alemania, en 1843, y contrajo matrimonio, en 1869, con el príncipe Carol de Hobenzollern, elevado más tarde al trono de Rumania, con el nombre de Carlos I. Tuvieron un solo hijo, una niña, María, que murió a los tres años de edad.
Aquellas pocas referencias no fueron más que el inicio de una larga y paciente búsqueda. Al fin, una madrugada, después de un breve sueño reparador, abrí los ojos y me percaté de que esa noche, como tantas otras noches en las que todos mis pensamientos los sorbía la imagen de Carmen Sylva, había estado leyendo, por primera vez, uno de sus libros, acaso el único de sus libros que ha sido traducido al español, un volumen de sus cuentos publicado en 1906 por Montaner y Simón, editores de Barcelona.
Poco después cayeron en mis manos otros de sus libros, traducidos al inglés. Pero nunca le referí a Arelys el curso de mis descubrimientos acerca de la obra y personalidad de Carmen Sylva, No quería que la información que yo acumulaba pudiera interferir en las presumibles futuras regresiones durante las cuales se escuchara de nuevo la voz de la escritora del palacio.
Desde entonces acudo con cierta asiduidad a las grabaciones de cada una de las regresiones a vidas pasadas en las que Isabel de Wied se dejó escuchar. Y oigo de nuevo su voz mencionando un aspecto de su vida al que no le concedí mucha importancia al principio pero que, ahora, a la luz de la lectura de sus libros, y de un modo muy especial de sus memorias, cobra un singular significado:

…mi niñez estuvo teñida por la tristeza que me provocaron la enfermedad de mi querido padre y la muerte de mi pequeño hermano…

-----------------------------------------------------------------------------------------------------
José Lorenzo Fuentes (Las Villas, Cuba, 1928). Narrador, periodista y profesor de Historia del Arte (Escuela de Periodismo “Severo García Perez” de Las Villas). En 1952 obtuvo el Premio Internacional de Cuento Hernández Catá por “El lindero”. Con su novela Viento de enero recibió el Premio Nacional de Novela Cirilo Villaverde de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (1967), y su libro de cuentos Después de la gaviota fue mención en el concurso Casa de las Américas (1968). En 1983 fue distinguido con el premio literario Plural de la revista mexicana homónima, con El cielo del general. En 1985 fue víctima de la publicación por parte de Ricardo Bofill de su novela Los ojos del papel bajo el título El tiempo es el diablo.
Participó en la batalla de Santa Clara con el Ché y fue periodista personal de Fidel Castro durante 1959 al 1961. A su cargo tuvo labores como la subdirección de la revista Instituto Nacional de Reforma Agraria (1960-63), secretario de redacción del periódico El Mundo (1964-68) y responsable de la sección Arte y Literatura de la revista Bohemia (1968-69). A partir de 1969 sufrió un gran período de ostracismo y posteriormente en 1975 se incorporó a la emisora COCO como redactor. En 1991 fue firmante de la Declaración de los intelectuales cubanos que buscaba promover y asegurar un amplio debate nacional.  Ha dedicado gran parte de su vida al estudio de la parasicología, misticismo, magia y medicina alternativa. Su libro Meditación ha sido publicado en español y en ingles en los Estados Unidos, y más tarde en Rusia, República Checa, Brasil, Portugal, Grecia y la India.
Reside en estos momentos en Estados Unidos donde continúa trabajando.

7.28.2010

Próximos estrenos: Akuara Teatro

 Trilogía
Elogio a la locura: Tres autores.

"Si nunca esperas nada de nadie nunca te decepcionarás." Sylvia Plath.

Flores no me pongan, Juana y Felipe
y No son todos los que están...



Flores no me pongan de Rita Martín

Próximo estreno en el 2010.

Con Miriam Bermúdez como Virginia.

Dirección Yvonne López Arenal

Producción Akuara Teatro


Virginia Woolf regresa irreverente, múltiple, rebelde con causa. En Flores no me pongan (2006), Rita Martin recrea, a partir del Diario de Virginia Woolf, algunas reflexiones de la escritora inglesa. Los minutos correspondientes al suicidio de Woolf, muestran la conmovedora manera en que ésta estuvo vinculada con su tiempo histórico. Un vínculo clave para Martin al reactualizar una Virginia múltiple, capaz de representar tanto a sujetos marginados del pasado como del presente. Rita Martin nació en La Habana donde se licenció en Filología por la Universidad de La Habana en 1986. Años más tarde, obtuvo un Máster en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Atlántica de Florida, especialidad que continuaría hasta lograr su doctorado en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill. Su trayectoria como narradora, poeta, crítica e investigadora literaria ha dejado publicaciones en todas estas áreas. Entre sus poemarios sobresalen El cuerpo de su ausencia (Letras Cubanas, 1991), Estación en el mar (Ediciones Extramuros, 1992) y Tocada por el astro (La Torre de Papel, 2006). En el año 2000, Ediciones Universal publicó su Edición Homenaje a Eugenio Florit junto a Ana Rosa Núñez y Lesbia Varona y en el 2003 el libro de relatos Sin perro y sin Penélope. Como dramaturga destaca Flores no me pongan.



Juana y Felipe de Yvonne López Arenal

Estreno para el 2011

"Algo está podrido en el reino... diría Hamlet".

La obra narra la historia de una mujer fuera de lo común. Decepciones, traición, intereses mezquinos, un amor desmedido, una enfermedad que parece probada y un "encierro más que justificado", pero detrás de todo las circunstancias que la condujeron a esta situación.
Una mujer inteligente que piensa, educada. Tiene y desea poder, vive su sexualidad, se enfrenta a los dogmas religiosos y se rebela ante las intrigas del poder y lo podrido que le rodeaba. Para muchos lo mejor es borrarla relegarla, encerrarla y declararla loca.
 
 
No son todos los que están... de Iván Acosta

Estreno para el 2011

Con una visión absurdista a lo Beckett, una sátira mordaz y su ingenio popular Acosta narra la deshumanización que nos rodea. Un mundo enajenado y cruel que reduce a basura lo que le molesta.

7.22.2010

MARIA ELENA HERNANDEZ CABALLERO: POEMAS

Fue el artesano Manuel Puig (Manolo para nosotros, sus amigos) el que me preguntó una vez si ya conocía la poesía de María Elena Hernández. Al responderle que no, me tomó por el brazo y me condujo por toda La Habana a la lectura que ese mismo día daba la poeta. En el camino me hablaba de lo fuerte de esta nueva voz. Y como había tanta aglomeración en la sala, ese día sólo entré en contacto con la voz juvenil de la poeta. Después conocí a María Elena y comenzó el intercambio de ideas y poemas y una hermandad hermosa donde la poesía siempre estuvo presente y creciendo hacia libros futuros. Parece increíble el viaje en el tiempo; pero de estas andanzas han pasado ya 20 años y yo tengo el gusto y la alegría de saber y confirmar que la obra de María Elena Hernández sigue ofreciendo la misma fortaleza e integridad de sus comienzos. A la misma, claro, le ha añadido más vida, más experiencia, más filosofía y decantación. La poeta ha transitado distintos mundos y de todos ellos ha recogido (recoge) alertas, avisos, señales urgentes de las que nos habla con voz emergente e inquisitiva.

PREGUNTA CON ANTORCHA
¿El futuro con su caja de pandora cuándo llegará? ¿Cuándo seremos envidiados por esta fatiga? Para pasarles la antorcha necesitamos a los nuevos atletas. De lo contrario abandonaré la carrera. Y los desilusionaré a ustedes. Y a los atletas del futuro.

LETARGO
A Cioran lo torturaban las nubes
que pasaban presurosas y sin sentido
por su ventana. A Cioran
le faltaba el sueño
que eternizaba a Chuang Tzu.
Nubes, nubes o mariposas
Dejo que pase el día
sin lo uno
y sin lo otro.

CUALQUIER PIEDRA QUE LEVANTES
Pudo ser aquella.
Ausente de materia.
Sin tiempo ni fronteras.
Fugada del camino.

Ésta pudiera ser.
La que hace años impide
escape tu revólver
insatisfecho y errabundo
por los ríos, por las colinas.

OTRA PREGUNTA
¿A dónde van las palabras
después que se las lleva el viento?
¿Caen,
como pensaba Emily Dickinson,
en alguna matriz?
¿O nos sumergen
en un plato con sopa
como le sucedió a Olga Orozco?

Una vez dispersas,
¿dónde se mantienen alertas?

Es domingo: estoy perdida.
Me gustaría pasar revista a ese discreto ejército.

Tal vez si paseo con mis muertos por la plaza
y los niños me gritan
y juegan a la rueda rueda
que sí tengo palabras.
Que sí puedo.
Que sí puedo partir.

Vuelvo a mi armadura: mi celda medieval.
Existe una matriz y es la desesperanza.

Tapemos mi nombre.
Y ya.

VIOLETA EN EL ASERRADERO
Una rama de parra tirada en el piso a nadie debe importar.
(A nadie debe importar aunque con la escoba levante
las hojas que ya le crecieron, Dios mío, ¿con la ayuda de quién?)
A Violeta Parra, por supuesto

FELICIDAD
Lo estéril no tiene límites.
La poesía, el feto: imposibles.

Si algún brote de vida en el macetero hay,
lo ahogo con tus manos.
Y con las mías.

CIORAN DECAE
Niega todo de manera obsesiva.
Incluso a Europa niega lo que es de Europa.
A Rusia lo que es de Rusia.
Y a Rumania
todo posible tratamiento
contra el dolor.
Decae
luego de haber fundado un imperio
de inquietud y de duda.
Nació cansado.
Pero aún así saltó del útero
al propio campo de exterminio.
Lejos de la madre y de la patria
con otro colega suyo bebió leche de burra.
Nadie le regale un llamado
ni una vindicación.
Ahorcaría con el cable del teléfono.
No quiere ir al doctor.
Niega
toda alucinación
curativa.
El imperio del ser
le quitó el sueño.
Y ahora decae.
Es un estoico
provocador.
Es un rebelde, un bárbaro.
------------------------------------------------------------------------------------------------------


María Elena Hernandez Caballero. (La Habana, 1967). Ha publicado: Donde se dice que el mundo es una esfera que dios hace bailar sobre un pingüino ebrio, poemario con el que obtuvo el Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en en 1989; Elogio de la sal. (Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 1996) y Electroshock-Palabras (Argentina: Editorial La Bohemia, 2001). Poemas suyos aparecen incluidos en las antologías sobre poesía cubana actual: Un grupo avanza silencioso (México D.F.: Ed. UNAM); Retrato de grupo (La Habana: Ed. Letras Cubanas); El pasado del cielo (Colombia); Álbum de poetisas cubanas (Cuba), entre otras, así como en diversos diarios y revistas literarias latinoamericanas, españolas y de Estados Unidos. Mantiene inéditos la novela Libro de la derrota y el poemario La rama se parte. En 1994 llegó a Chile donde residió algunos años y fue cofundadora de la Editorial Las Dos Fridas . Reside desde el 2000 en Buenos Aires, Argentina.

7.09.2010

ALBERTO HERNÁNDEZ-CHIROLDES: UN VERDADERO AMOR


Toda esta historia es absolutamente cierta (excepto algunos detalles periféricos). Conocí al protagonista cuando era uno de mis estudiantes menos aventajados. El joven poseía un verdadero orgullo de su ignorancia; una especie de arrogancia primitiva. Se llamaba Robert Williams (not his real name) y estudió descalabradamente Ciencias Políticas; por ello sabía todo lo necesario para comprender los problemas sociopolíticos más complejos de todos los países del mundo. Entre sus sentimientos, que no eran muy abundantes, sobresalía el deseo imperioso de ayudar a las personas de los países menos aventajados. Por eso estudió español, ya que, como todos sabemos, las naciones en que se habla ese idioma tienen una tendencia genética a padecer gravísimos problemas de todo tipo. Un día Robert (Bobby) Williams vino a verme consternado y en busca de consejo (¿consuelo?). Ésta parece ser su historia:
Después de graduarse con altas dificultades, Bobby se fue a México para perfeccionar su español. Estando en Cuernavaca (la ciudad de la eterna primavera y de periódicos asaltos), Bobby tomó la repentina decisión de viajar a Cuba. Al llegar a esa isla (la “Llave del Golfo”), encontró a los nativos unbelievably nice. Ni siquiera en su pueblo de Georgia -718 habitantes, dos policías, un semáforo y sin cine- era la gente tan amistosa como en Cuba.
Bobby era predeciblemente rubio pero, para general confusión de los cubanos, era bajito y diminuto, todo lo contrario a lo que se sabe en Cuba de los “americanos.” Esta singularidad lo hacía más gracioso para los nativos, quienes tenían una general tendencia a dejarse invitar por Bobby a toda clase de ingestión de alimentos y bebidas alcohólicas.
Al día siguiente de llegar a La Habana, Bobby conoció, en la plaza en frente de la Catedral, a Yufardi Gastambide, un nativo “mucho simpático,” con una sonrisa generosa y un conocimiento insondable de los lugares más divertidos (fun places) de la ciudad capital. Yufardi hablaba pocas palabras en inglés, pero descubrió que eran inútiles porque los “americanos” que había conocido dominaban ya todo el caudal de su conocimiento lingüístico de ese idioma. Yufardi creía que los turistas ya venían “de fábrica” con un grupo de vocablos del castellano: palabras como cerveza, fiesta, siesta, señorita, dinero y simpático parecían ser innatas a los yumas. Por ello, se dedicó a enseñarle a Bobby vocablos del lenguaje cubano: jeva, lea, asere, jeta, puro y pureta, gao, jama, mundele, barín, chévere, jicotea, fiana, bollo, papaya, galúa, subuso, ocambo; y, sobre todo, dos palabras esenciales para el buen entendimiento con los nativos de la Cuba contemporánea: fulas (dólares) y Yuma (Los Estados Unidos de América o los habitantes de ese país).. Yufardi creía que estas palabras habían sido inventadas por su generación pero, en realidad, casi todas eran términos antiguos del habla cubana que procedían de muchas fuentes, tales como las lenguas nativas del Nuevo Mundo, de idiomas africanos, del lenguaje de germanía castellano y del lunfardo aprendido de los tangos porteños. Bobby Williams, al parecer, había asimilado con bastante precisión estas palabras y las usaba con orgullo y soltura. Me parece que solamente tuvo dificultades con la palabra “ecobio,” de origen africano. En Cuba este vocablo significa “amigo entrañable” o “persona de toda confianza.” Cuando Yufardi le presentó a Bobbby uno de sus mejores amigos, Yosimiro Valle, le dijo,”éste es el ecobio Yosimiro Valle.” Desde ese instante, Bobby pensó que su nuevo amigo era un biólogo dedicado a la ecología. Yo no tuve el valor de desengañarlo de su error.
Bobby me hizo saber su admiración por la Revolución cubana por haber ampliado los horizontes de los ciudadanos del país. Me explicó, orondo por su descubrimiento, que en Cuba muchos profesionales tienen la oportunidad de explorar otras esferas de trabajo. Por ejemplo, Yosimiro Valle, además de ecologista y biólogo (un ecobio), era especialista en relaciones públicas y se dedicaba a facilitar las vinculaciones de los extranjeros con las señoritas (las jevitas) cubanas. Esto había convertido a Yosimiro Valle, según creía Bobby, en un hombre mucho más preparado (“rounded,” me dijo) porque estaba no sólo en contacto con la naturaleza y el medio ambiente sino también con las relaciones humanas. Yosimiro era, según Bobby, “un hombre renacentista” Y todo esto gracias a la Revolución. Bobby Williams redondeó sus argumentos citándome casos de señoritas licenciadas en idiomas extranjeros que servían de magníficas damas de compañía a turistas interesados en conocer profunda e íntimamente a la sociedad cubana. También encontró a médicos que trabajaban de taxistas “por el placer de hacerlo,” y a empleados de hoteles que además eran policías, y a lingüistas muy competentes que se dedicaban a escuchar las grabaciones que se hacían en los taxis para turistas, y a abogados que cambiaban, escondidos discretamente detrás de una columna, moneda nacional por dólares o euros. También conoció a historiadores que trabajaban de “coleros,” (un nuevo oficio que consiste en guardarle a otra persona, por una humilde remuneración, el puesto en una cola para comprar pan, sal, azúcar u otros productos deseables y escasos.) En fin, Bobby admiraba la elasticidad profesional y técnica del “hombre nuevo” cubano.
Después de tres semanas de estar en Cuba, Bobby ya era íntimo amigo de Yufardi Gastambide y de Yosimiro Valle. Éste último le hizo el honor de invitarlo a su casa. Allí se organizó una fiesta muy animada (Bobby corrió gustosamente con todos los gastos) y Yosimiro le presentó a su esposa, Yametira, a su hijo de 9 años, Oriundo, y a su sobrina Milady Mata de 17 años (aunque parecía, por su madurez, mucho mayor). Después de tomarse varios tragos de una bebida llamada Cagatrín (invento ingenioso de los cubanos), Bobby Williams estaba contentísimo. Bailó muchas piezas con la joven Milady (very voluptouos for her age) y se rió de todos los chistes que no entendía. Mientras bailaban muy apretados, Milady le decía bajito al oído, “Ay, Bobito, usted es tremendo.” A Bobby le gustaba que Milady usara su nombre en diminutivo porque había aprendido que esto era una forma cariñosa de tratarlo (a term of endearment). Pasada la medianoche, Yosimiro le confesó que tenía un gran peso en su alma porque no había bautizado a su hijo Oriundo. Bobby, quien no era particularmente religioso, pero pertenecía a la iglesia Presbiteriana y, por ello, se sentía un cristiano admirable y caritativo. Yosimiro le pidió a Bobby que fuera el padrino de su hijo. El joven americano, confuso, le respondió que él no era católico; pero según Yosimiro, eso no constituía ninguna dificultad, porque la iglesia católica cubana tenía manga ancha para estas cuestiones. Además, Milady Mata, su sobrinita, sería la madrina, y ella era una católica muy fervorosa. Bobby Williams aceptó el honor recibido de su amigo Yosimiro Valle.
La ceremonia del bautizo se celebró tres días después en la residencia de Yosimiro Valle y de su esposa Yametira Gato. Cuando llegó el sacerdote, Sungo Chispa, todos los invitados (que eran muchísimos) irrumpieron en risas y aplausos. El padre Sungo, como lo llamaban, era un cubano negro, alto, delgado y un poco jorobado. Después de saludar a todos los invitados y de abrazar calurosamente (con tanta gente, el calor era insoportable) a Bobby, el Padre Chispa ofreció un brindis por la salud de todos los presentes. Bobby había comprado dos cajas de güisqui J & B en una tienda del gobierno que sólo vendía sus productos a cambio de dólares u otras monedas “convertibles.” Pero Bobby no probó el güisqui porque su amigo Yufardi Gastambide le trajo, como un obsequio muy especial, una botella de Cagatrín. Yufardi le hizo saber que era costumbre cubana que, en los bautizos, el padrino tomara un licor más fino y exquisito que el resto de los invitados. El padre Sungo ofreció dos brindis más a la salud de todos los santos y para que Dios protegiera a los navegantes en embarcaciones pequeñas. Inmediatamente comenzaron a sonar los tambores. Bobby les había pagado a los tres músicos. Cuando empezó la ceremonia del bautizo, el padre Sungo Chispaetrén tomó un libro amarillento en la mano y arrancó a leer un lenguaje que Bobby no reconoció. Latín no era (Bobby había estudiado tres años de esa lengua muerta en la secundaria) y tampoco le parecía español (luego le explicaron que era castellano antiguo). El Padre Sungo tomó un mazo de hierbas que había dentro de un recipiente con agua (¿una palangana?) y procedió a pasarle a Oriundo las hierbas mojadas por todo el cuerpo y rociaba al joven con güisqui. También salpicó a los invitados, quienes ya bailaban rítmicamente. El Padre tomó un tabaco (a cigar), lo encendió y luego le trajeron una gallina negra (prieta) sin plumas en el cuello (¿gallina jamaiquina?) y se la pasó por el cuerpo a Oriundo, mientras les echaba humo del tabaco a la gallina y al niño. Los gritos crecían. Bobby no entendía. Al principio creía que estaba en una ceremonia de la religión Pentecostal, pero no vio a nadie tocando panderetas; por lo cual llegó a la conclusión de que no estaba entre pentecostales. Su amigo Yufardi Gastambide le aclaró que era un culto típico del Rito Católico Cubano. De repente, Oriundo cayó al suelo y comenzó a temblar y a saltar como si alguien le hubiera puesto un nido de hormigas bravas en el culo. Oriundo estaba en un éxtasis (“trance” lo llaman los nativos) y empezó a hablar con una voz ronca (¿voz de un hombre viejo que ha fumado mucho?) y gritaba “LA YUMA, LA YUMA, LA YUMA.” Ante esta palabra, hubo como un éxtasis colectivo y, cada vez que el Padre Sungo le pasaba la gallina a uno de los invitados, éste caía “yerto” al suelo aquejado de una especie de horror y júbilo simultáneos… “El sacerdote se acercó a mí. Primero me pasó las hierbas (¿mastuerzo, mejorana, ojo de ratón, palo del diablo, reseda, rompe saragüey, hierba buena, pendejera, escoba amarga, galán de noche, albahaca, siguaraya?) y luego continuó con la gallina prieta y con el humo del tabaco… No sé si me caí o me dejé caer (I let myself go), pero terminé en el piso, temblando y hablando con una voz de niño lloroso que gritaba HELP, HELP. HELP.” Cuando Bobby salió del trance, le preguntó a su amigo Yufardi Gastambide, “¿Qué me pasó?” Yufardi le dijo: “Se te ha subido el Santo,” “también te han hecho un despojo.” Bobby Williams no sabía el significado de la palabra “despojo,” pero en ese momento el Padre Sungo lo invitó a pasar a un cuarto aparte y, ambos se sentaron en la cama, el Padre le habló de esta manera: “Tengo que explicarle las obligaciones que usted ha adquirido con su ahijado. De aquí en adelante, usted es el Padrino y, como tal, debe hacerse cargo del ahijado en caso de que los padres falten. Además el Santo del niño ha pedido que lo lleven a los Estados Unidos. Ahora me debe doscientos fulas por la ceremonia“. Bobby no entendió muy bien las instrucciones del Padre, pero trató de buscar en sus bolsillos todo el dinero que le quedaba. Sólo tenía $38.23 USD. El padre tomó los treinta y ocho dólares y le dijo solemnemente: “El menudo no me sirve, me debe ciento sesenta y dos dólares.” Entre los músicos, el güisqui, la comida, las hierbas, la palangana, la gallina jamaiquina, el Padre Sungo y los regalo que le tuvo que hacer a su nuevo ahijado (un microondas y un refrigerador nuevos, comprados con dólares en una tienda especial del gobierno), Bobby Williams había gastado más de dos mil setecientos dólares, y le quedaba rondando en la cabeza la palabra “despojo” que le había dicho Yufardi. Al día siguiente, buscó “despojar” en un diccionario Inglés-Español y encontró la definición “to dispossess.” Bobby se encolerizó y empezó a gritar “I have been robbed.” Y en ese estado de desasosiego lo encontró Yufardi cuando vino a recogerlo a las puertas de su hotel. Bobby le exigió que le devolvieran todo el dinero del bautizo inmediatamente. “Ustedes me robaron, me despojaron de mi dinero” decía Bobby enardecido. Entonces, después de investigar por qué su amigo estaba tan “obstinado” (pissed off), le explicó: “En el despojo solamente te quitan los malos espíritus que has adquirido en tu vida. Es una especie de limpieza general.” Inmediatamente Bobby comprendió todo: Le habían hecho un exorcismo. En el Rito Católico Cubano (RCC), le dijo Yufardi, se celebra el bautizo y el despojo (exorcism) a la vez, lo que hace a la ceremonia una verdadera ganga (bargain). “Dos por uno. Es algo que la iglesia del Rito Católico Cubano ha instituido durante el “periodo especial,” debido al embargo imperialista, para aliviar la situación económica de los ciudadanos” Bobby entendió la explicación de su buen amigo Yufardi Gastambide y quedó satisfecho, y hasta muy contento, de haber recibido los beneficios de un “despojo.”
Pero no le quedaba dinero y por eso le pidió a su padre que le mandara urgentemente más fondos (more fulas). El padre de Bobby trabajaba catorce horas diarias, excepto los domingos (The Lord´s day) y poco a poco había adquirido una pequeña plantación de melocotones. Bobby era su hijo mayor y el único varón. Mr. Williams le mandó el dinero que su hijo le pedía con tanta angustia.
Dos días más tardes, Milady Mata lo invitó a una fiesta en el barrio de la Víbora, en casa de unas amistades de Yufardi Gastambide. Milady llevaba a Bobby de la mano y se lo presentaba a todos diciendo, “éste es Bobito, mi compadre.” Y allí hubo baile y sudor y apretadera y besitos y manos que se deslizan hasta donde las dejaban ir y música muy alta y susurros y mucha gente en poco espacio y mucha gente y poco aire y el deseo que se estiraba como una iguana al sol y poca luz, muy poca. Bobby (Bobito) bebió varias copas de cagatrín, pero una mano (¿Yufardi? ¿Milady? ¿El Padre Sungo?) le dio un vaso con una bebida diferente. Bobby bebió.
En un cuarto con una luz pisoteada, se despertó Bobby. Estaba en una cama encharcada de sudor. A su lado oyó llorar a una mujer. Lloraba hondamente. Estaba casi desnuda. Con el vestido verde estrujado y descolocado. Era Milady Mata, su comadre. “Me has violado. Has abusado de mí. Has mancillado mi honor. Mis padres nos matarán a los dos.” Gritaba bajito Milady. Bobby no entendía casi nada porque le rompía el cráneo un abultado dolor de cabeza. Trató de calmarla, pero Milady lloraba más y más, y más. Bobby no recordaba nada, absolutamente nada. Le ofreció llevarla a casa, pero la muchacha, su comadre, le dijo que no podía volver mancillada al hogar de sus tíos. Bobby no sabía qué hacer. Pensó dejar a Milady allí mismo y correr hasta el aeropuerto y tomar un avión a cualquiera parte y no parar de correr hasta llegar a la cocina de su casa en Georgia, en donde su madre, Mrs. Williams, estaría fregando los platos del desayuno. Pero Milady le dijo, “vamos a ver a Yufardi para que nos ayude.” Bobby, por el dolor de cabeza, creyó apropiada esa solución y después de vestirse (alguien le había robado los zapatos y el cinturón) dejó que Milady le pagara por el cuarto a un hombre de apariencia débil y amarillenta (a Bobby también le habían robado el poco dinero que tenía) y se fueron a buscar a Yufardi que, ya a esa hora, estaba en su esquina favorita (cerca de la catedral) esperando a los primeros turistas que se arriesgaban por esa zona. Yufardi oyó la explicación atropellada de los dos amantes y con ecuanimidad les ofreció una solución sencilla: “Tienen que casarse inmediatamente.” Bobby sintió un terror sin tregua y gritó, “No way, man.” Pero Yufardi habló un poco más alto y Milady lloraba tenazmente. “Esta niña,” dijo Yufardi “es de una de las familias más honorables y religiosas de Sagua la Grande. Si se enteran que te has burlado inicuamente de ella, van a lavar con sangre el ultraje.” Bobby comenzó a preparar inmediatamente su método de fuga. Aceptaría, pensó, el plan de matrimonio, pero escaparía secretamente en el primer avión que saliera de la isla. Sin embargo, su maquinación se desintegró cuando Yufardi Gastambide le dijo… “Y no intentes escapar porque un tío de Milady es un oficial de seguridad del aeropuerto y tendrá conocimiento de tus designios. Francamente Bobby, corres el peligro de ser encarcelado por violación de menores. Recuerda que esta niña sólo tiene diez y siete años.” La desesperación cayó sobre Bobby. Pensó por un instante en escaparse de la isla en una balsa. Pero Milady dejó de llorar y le dijo sin mirarlo, con la cabeza baja y con una vergüenza muy perceptible en su voz: “Bobby, mi Bobito, yo te quiero mucho. A pesar de lo que me hiciste, yo te amo con toda mi alma. Si tú no te casas conmigo y me dejas mancillada, me quitaré la vida. Me lanzaré al mar para que me coman los tiburones.” Y comenzó a llorar entrañablemente. Bobby la abrazó y le dio un beso en la frente. Yufardi los separó con celeridad y les dijo. “No deben tocarse hasta que se celebre el matrimonio. Ésa es la costumbre de Sagua la Grande.”
Las emociones de ese día fueron muy intensas para Bobby. Se fue a su hotel y se tiró llorando en la cama. Los sollozos eran cada vez más agudos. Tuvo el impulso de llamar a su padre pero le dio vergüenza contarle su situación. Mr. Williams le había insistido tantas veces que no le trajera deshonor a su casa. Poco a poco, Bobby se fue sosegando y pensó en las lágrimas de Milady, tan desvalida. La verdad es que la muchacha estaba muy bien (un poco joven e inmadura, pero muy bien). Sobre todo le encantaban su mirada inocente y sus nalgas sobresalientes. Pero su familia nunca le perdonaría que se casara sin avisarle. A la boda tendrían que venir sus padres, sus dos hermanas, sus dos abuelas, sus amigos de la universidad, especialmente su compañero de cuarto, Gregory Bartlomiejczuk, quien sería el “mejor hombre” de su boda.
Sin embargo, Bobby cambiaba de ánimo repentinamente. Unas veces preparaba su boda con lujos de detalles en la imaginación pero, al minuto siguiente, entraba en cólera y se decía, “yo soy ciudadano americano y tengo el derecho de acostarme con quien quiera. Mañana mismo me voy tranquilamente de esta isla de todos los demonios (damned island).” No obstante, el momento decisivo llegó, creo yo, cuando Bobby recordó el problema “racial.” Sus padres estarían escandalizados de que él se casara con una latin woman. Su madre no podría asistir a su garden club por la vergüenza de este escándalo tan grave. Su abuela, Mrs. Roberts, diría “this is preposterous.” Entonces la decisión de Bobby se hizo más firme. “Él le haría el favor a esta muchacha de casarse con ella. Nadie podría jamás acusarlo de racista.” Desde ese momento, se sintió bueno y liberal. La opinión que tenía de sí mismo se elevó notablemente.
Desde su llegada a La Habana, Bobby había visto a un personaje estrafalario, todo vestido de negro en el violento verano, y que vendía, por un dólar (nunca decía “fula”), unas cuartillas escritas a mano y con lápiz. El pordiosero decía que dispensaba algunos de sus poemas manuscritos. Una tarde Bobby le compró al hombre tres poemas por un dólar. Nunca los leyó, por supuesto, pero se estableció una relación de ligera amistad entre el turista y el poeta. Éste último hablaba inglés correctamente y le dijo de secreto que había estudiado en una universidad en Carolina del Norte. Cada vez que veía a un policía, el menesteroso desaparecía lo más rápidamente posible. Un día le confesó a Bobby que la policía, uniformada o secreta, le quitaba el dinero de sus ventas. Bobby quiso regalarle un dólar en una ocasión, pero el hombre no lo aceptó si Bobby no se quedaba con uno de sus manuscritos. Estaba orgulloso de ser uno de los pocos poetas del mundo que todavía viven de sus poesías. Bobby le contó al hombre de sus amores hacia Milady Mata. Después de oír todos los detalles del romance entre el norteamericano y la cubana, el hombre extraño (¿loco?) le susurró a Bobby: “le voy a decir tres secretos importantes: Número uno… No se case con nadie. Váyase inmediatamente de Cuba. Número dos… el posmodernismo es una farsa, pero tenga mucho cuidado con los simulacros y, número tres… yo soy Narciso Sosa.
Bobby se convenció entonces de que su amigo el poeta estaba completamente loco, y continuó con sus planes de matrimonio. Yufardi le aconsejó que la boda fuera primero por lo civil y luego, después que Milady viajara a los Estados Unidos (la Yuma, dijo Yufardi), celebrarían la boda religiosa y así podría asistir toda la familia del novio. Bobby, sin pensarlo mucho, aceptó ese plan. Cuando se anunció el compromiso entre Milady y Bobby, hubo gran regocijo entre los amigos y familiares de la novia. Bobby pagó doscientos dólares (fulas) por el viaje de los padres (los puretos) de Milady desde Sagua la Grande hasta La Habana. Hubo una fiesta en el hogar de Yosimiro Valle. Los señores Raúl Mata y Vilma Gato, los padres de Milady, fueron muy corteses con Bobby y lo andaban abrazando y besando a menudo. Todos bebieron un güisqui que Bobby compró (con fulas, por supuesto). El novio tomó cagatrín que era un obsequio de Yufardi. La boda civil quedó señalada para tres días después. Bobby preguntó si no necesitaba su certificado de nacimiento, pero Yosimiro le respondió que con el pasaporte era suficiente.
La boda tuvo efecto a las doce de la noche en un edificio que se llamaba el MININT (Yufardi le explicó a Bobby que las siglas significaban MATRIMONIOS INMEDIATOS INTERNACIONALES). Había varias personas cuidando el lugar. El acto no pudo celebrarse a otra hora porque, según Yosimiro Valle, el MININT es un lugar extremadamente ocupado. El séquito nupcial fue reducido: los novios, los padres de la novia, Yufardi Gastambide, Yosimiro Valle y su esposa, Yametira Gato. Entraron en una oficina con poca pintura y muchas cintas de grabaciones. Sentado detrás de un escritorio había un hombre joven que se levantó y con un estilo marcial les dijo: “Soy el juez Yiacomo de la Fuente.” Luego habló en inglés algunas palabras acerca del matrimonio y su relación con la moral revolucionaria. Yufardi, impaciente, le dijo: “Asere, dale agua al asunto.” El juez, Yiacomo de la Fuente, terminó hablando en un castellano solemne:”Señor Robert Pendelton Williams, ¿acepta usted por esposa a Milady Mata Gato?” “Sí, la acepto” dijo valiente y firme, Bobby Williams. “Señorita Milady Mata Gato ¿acepta usted por esposo a Robert Pendelton Williams?” Milady, irritada, le dijo al juez, “sí, chico, apúrate.” “Los declaro marido y mujer,” concretó Yiacomo de la Fuente. Hubo besos (en las mejillas) y abrazos. Hubo palmadas y sonrisas. De pronto un hombre metió la cabeza y el torso por la puerta y gritó muy bajito “compañeros, terminen esto ya. Me van a buscar una salación.” Yufardi le dijo a Bobby, “los honorarios del juez son mil doscientos dólares.” Bobby, alarmado, confesó no tener más de doscientos fulas. Hubo una pequeña discusión entre el Señor Juez y los presentes. Yametira Gato estaba indignada. Vilma Gato dijo que terminaran el rollo porque los zapatos la estaban matando. Yosimiro apuntó que todos iban a caer presos si no terminaban la cuestión inmediatamente. Raúl miraba y parecía atónito. Yufardi le dijo al juez, “después arreglamos” El juez respondió, “a mí hay que resolverme.” Y todos salieron aceleradamente, casi corriendo, del MININT.
Bobby ya estaba mentalmente preparado para la noche de boda., el primer encuentro íntimo con su esposa. Yufardi, sin embargo, especificó indignado que, hasta que la ceremonia religiosa no se llevara a cabo, no podría haber ningún contacto físico entre los cónyuges. Raúl Mata y Vilma Gato, padres de Milady, apoyaron las palabras de Yufardi. En la esquina de las calles M y 12 el grupo se separó: Bobby se encaminó a su hotel, mientras que los otros miembros del séquito matrimonial andaban trabajosamente en dirección contraria. Bobby se detuvo y se volvió a mirarlos. Ya el grupo se alejaba. No pudo ver a su amada esposa, pero notó que su suegra, Vilma Gato, caminaba trabajosamente y llevaba los zapatos en las manos.
Bobby preparaba su viaje de regreso a la Yuma y, cada vez que pensaba en su esposa, un ardor casi irrefrenable lo atormentaba. Iba diariamente a ver a su mujer en la casa de sus tíos, Yosimiro y Yametira, pero las visitas siempre lo dejaban frustrado porque unas veces sus suegros, Raúl Mata y Vilma Gato, no se movían del lado de su amada y otras veces encontraba, esperándolo a la puerta de la casa, al Padre Sungo Chispa y al juez Yiacomo de la Fuente, quienes venían a reclamarle el dinero que les debía. Lo único que lo confortaba eran las miradas de amor intenso y profundo que su amantísima esposa, Milady Mata, le lanzaba furtivamente cuando sus padres se descuidaban.
Después de llorosas despedidas, Bobby salió de Cuba un cuatro de septiembre. Al llegar a Georgia, le anunció a su familia su reciente matrimonio. Sus padres mostraron una consternación silenciosa y parecían más viejos y tristes. Las dos hermanas menores de Bobby lo apoyaron con entusiasmo y una de ellas, Thelma Lou, le mandó una tarjeta de felicitación a Milady Mata. Mr. William le dijo a su hijo que se buscara un trabajo (You must get a job) para mantener a su nueva mujer. Bobby tomó medidas drásticas: vendió su flamante Volvo S80 (regalo de graduación) por un KIA Spectra de segunda mano. Se mudó a Atlanta y consiguió un trabajo en la National Cash Register (NCR) y, lo peor para él, tuvo que compartir un apartamento (para ahorrar) con un antiguo condiscípulo e íntimo amigo de la universidad a quien había decidido no tratar más después de la graduación (because he was not fun anyway).
Bobby ahorraba todo lo que podía para traer de Cuba a su esposa, pero los trámites se dilataban más de lo que sus hormonas podían soportar. Milady le escribió que existía otro medio más rápido: el BOMBO. Un tipo de lotería a través de la cual ciertos cubanos recibían visa para salir del país, previo el pago de varios miles de dólares de soborno a algún empleado de la representación de Estados Unidos en Cuba. Era un tipo de lotería que sólo ganaban los que tenían un mínimo de siete mil dólares por cabeza. Bobby le envió las siete mil fulas a su jeva y la lea pudo salir del país. Fue algo como por arte de magia. Pero, GRAN SORPRESA, Milady, al llegar a Miami le dijo que no podían reunirse hasta que no llegaran de Cuba sus padres, Raúl Mata y Vilma Gato. Por otros catorce mil dólares (toldos, cocos, telas, guayacanes, barros, mameyes), podría traer a sus queridos padres, Raúl Mata y Vilma Gato, y así podrían celebrar la ceremonia religiosa.
Milady y Bobby hablaban todas las noches por teléfono. La joven se hospedaba en Hialeah en casa de su tía política Adela Lamelas (Lámelas, decía Bobby) quien, según Milady, era sumamente estricta y chapada a la antigua (very old fashion). Bobby le mandaba a su esposa quinientos dólares mensuales religiosamente. Y, hablando de religión, es bueno saber que el joven norteamericano había comenzado el proceso de convertirse al catolicismo para estar más en consonancia con su esposa y con el fervor religioso de ella y de toda su familia.
Tres meses después de la llegada de Milady a Hialeah, Bobby recibió la noticia de una gran tragedia: los padres de su ahijado Oriundo, sus recordados compadres, Yosimiro Valle y Yametira Gato, habían muerto en un terrible accidente de tránsito. El camión (the truck) en que viajaban se viró en una curva cerca de El Perico (The Parrot), provincia de Matanzas (Killings). Oriundo se salvó milagrosamente al quedar colgado de un árbol de guayaba. La carta firmada por el Padre Chispa le recordaba a Bobby sus responsabilidades como padrino de Oriundo, ahora que los padres del niño faltaban. Bobby empezó a mandarle a su ahijado una mensualidad de $100.00 US dollars.
Un día el teléfono móvil de Milady emitió un mensaje que decía “this number is no longer in service”… Bobby repitió la llamada decenas, cientos de veces, y siempre el mismo mensaje. Entonces, alarmado y preocupado (“concernido,” me dijo), decidió ir a Miami, a la dirección a la que le había mandado muchos cheques y ardientes cartas de amor a su esposa.
Era una casa anaranjada, estrecha y larga, con un número infinito de ampliaciones (adiciones, en Miami) laberínticas. Tocó. Esperó un rato. Abrió la puerta una señora tristemente gruesa que le dijo irritada:
-Ya pagué la cuenta.
-¿Qué cuenta?
-¿Quién es usted?
-¿Me llamo Robert Williams?
-¿Es de la policía?
-No. Soy el esposo de Milady Mata.
-¿El esposo de quién?
-De Milady Mata
-Niño, ¿pero tú estás loco? ¡El esposo de Milady!
-Sí. Nos casamos en Cuba ante el juez Yiacomo de la Fuente, en las oficinas del MININT.
-¿En el MININT? ¿En el Ministerio del Interior donde vigilan, apresan, torturan y le joden la vida a la gente?
-No en el MININT, en la oficina de Matrimonios Inmediatos Internacionales.
-Muchacho, perdóname, pero tú eres el comemierda más grande que he conocido en mi vida.
-Señora, ¿por qué me dice “comemierda”?
- Porque lo eres, sin intención de ofenderte. Te han dado gato por liebre.
-A mí no me gustan los gatos…
-¡Lo que quiero decir es que te han engañado. A ese Yiacomo de la Fuente, lo conozco del barrio, también conocí a su padre, a su madre y a toda su parentela. Eran gente buena, pero este Yiacomo es de la Seguridad del Estado, es un “seguroso.” No es juez ni abogado ni nada. Es un mierda seca que se dedica a oír las grabaciones que el gobierno hace en los taxis para los turistas. El MININT, donde te casaste, es el Ministerio del Interior. Todo fue una farsa, un parapeto, una coña, para sacarte dinero, para exprimirte como a un limón. ¿Cuánto te sacaron?
-Señora, me está poniendo mal…
-Siéntate muchacho. ¿Quieres tomar algo?
-Si tiene usted Cagatrín, deme un trago por favor.
-¡Cagatrín! ¿Tú tomaste Cagatrín en Cuba?
-Sí, muchas veces, mi amigo Yufardi me lo dio muchas veces.
-Mi niño, ¿tú sabes de qué se hace el Cagatrín?
-Yufardi me dijo que era destilado de una fruta tropical que sólo se encuentra en las montañas de Cuba.
¡Coño! Ese Yufardi es un jodedor… El Cagatrín es alcohol fermentado con caca de niños lactantes.
-¿Caca? ¿Lactantes?
-Sí, mierda de niños que están mamando todavía. La mierda de esos fiñes no apesta, por eso la usan para fermentar el alcohol,
-Pero Yufardi, mi amigo, iba a ser el mejor hombre en mi boda.
- ¿Mejor hombre?” Tú quieres decir, el ¡padrino de tu boda!
-¡No era un bautizo, es una boda.
-Las bodas también tienen un padrino. Mi niño, ¿cuánto dinero te ha costado toda esta función?
-¿Qué función?
-La boda, Yufardi, Milady, Yiacomo, el Cagatrín y el MININT.
-Mucho dinero.
-A mí me ha costado dinero también, porque esos cabrones de Yufardi y Milady han vivido cuatro meses en un cuarto aquí en mi casa y no me han pagado un centavo y, para colmo, se fueron con la cama, el colchón y la mesita de noche. Aprovecharon que yo estaba en el doctor para llevarse todo lo que pudieron.-
-Pero, ¿mi amigo Yufardi estaba aquí con Milady?
-Y, ¿por qué no debía estar si son marido y mujer?
-Pero yo estoy casado con Milady ante un juez.
-Ya te dije que el tal Yiacomo no es juez ni nada. Es un típico chivato cubano.
-Yo no entiendo ninguna cosa (I´m lost now)
-No tienes nada que entender. Te han engañado para sacarte dinero. Yufardi y Milady han estado casados por más de diez años.
-Pero, ¡si ella es una niña de diez y siete años!
-¡Diez y siete mis chancletas! Ésa tiene más horas de vuelo que la Delta Airlines.
-Me han jodido, coño.
-Te jodieron y a mí también. Yo los recibí en mi casa porque Yufardi es el sobrino de mi cuñada Magdalena, pero toda esa familia son unos maleantes y unos cagatintas, empezando por la hijadeputa de mi cuñada, quien siempre fue una chivata del gobierno y, mientras yo estaba en Cuba, me hizo la vida un yogurt, pero ahora me anda pidiendo continuamente que le mande dinero porque la cosa allá está muy dura.
-Yo también le mando dinero a mi ahijado Oriundo,
-Oriundo ¿qué?
-¿Oriundo Valle, hijo de los difuntos Yosimiro Valle y Yametira Gato, que ¡En Paz Descansen!
-¿Difuntos? Si Yosimiro y Yufardi hablaban por teléfono dos o tres veces a la semana. Ése es otro dinero que me tumbaron: Las llamadas a Cuba mientras yo dormía.
-Pero, si el Padre Sungo Chispa me escribió y me dijo que se habían matado cerca de El Perico.
-¡El Padre Sungo Chispa!
-Sí, Padre del Rito Católico Cubano.
-¡Ay, muchacho, quítate el babero. Segundo (Sungo) Pozo no es cura de ningún rito. Lo llaman Chispa porque es un bebedor desorbitado de un alcohol, un tipo de aguardiente, que hacen ilegalmente en Cuba. Sungo era un hombre respetable en el barrio hasta que lo mandaron a pelear a Angola y vino de allá alcoholizado. No es cura, ni santero, ni Padre. Tú no eres padrino de nadie en ningún rito.
-Y Milady, me quería tanto y siempre me decía Bobito, Bobito.
-Sí que lo eres. Pero hay que reconocer que, a pesar de lo hijodeputas que son, entre Yufardi y Milady hay un verdadero amor.
-¡Ay señora. ¿Usted está segura de que no me puede dar un trago de Cagatrín?
-----------------------------------------------------------------------------------------------------
Alberto Hernández-Chiroldes. Nace en 1943 y padece Pinar del Río hasta los 18 años en que ve por última vez las aguas del río Guamá.  Ha vivido en Puerto Rico, Canadá, España y varias ciudades de los Estados Unidos.  Obtuvo el grado de doctor en Filosofía en la Universidad de Texas y se ha desempeñado principalmente en Davidson College como profesor de lengua española y literatura y cultura hispanoamericanas. La recepción de sus libros ha sido impactante en las ciudades de París y Hialeah y entre los más robados de la librería la Universal se encuentran: un estudio sobre los Versos sencillos de José Martí, la traducción de los cuentos de Lydia Cabrera (Afro-Cuban Tales) y A diez pasos del paraíso (1996).

María ZAMBRANO: FRANZ KAFKA, MÁRTIR DE LA MISERIA HUMANA

Es raro que alguien se sorprenda ante los hechos cuando ya desde tiempo antes, está ahí su profecía. Profecía que al igual que tantas otras, resulta mucho más clara que los acontecimientos. Pues éstas a que nos referimos, no tienen aquel carácter enigmático de las antiguas, sino que por una parte, más modestas, no se presentan como tales, y por otra son una visión profunda, bajo los tejidos, una radiografía de la realidad social. Y a fuer de ser esto, radiografía verídica, visión de lo que esté oculto aun, resulta profecía, porque eso oculto es Io que más tarde va a salir a luz sin recato alguno.
A esta especie de obras pertenece, como uno de sus más terriblemente afortunadas realizaciones, El Proceso de Kafka. Escritor de extraña vocación, pues que en vida recató sus manuscritos y ante la muerte confió a un amigo el deber de seguir manteniéndoles en el silencio. Para vocación, si Ia de quien dedica las contadas horas de su vida con avaricia, con apasionada disciplina a una labor literaria que es por esencia comunicativa, con el deliberado propósito de que a nadie le sea comunicadas. ¿No existirá una conexión profunda entre el género, el especial cariz de las obras que escribiera con tan genial lucidez, y este afán de mantenerlas bajo el más absoluto silencio? ¿Para qué y para quién escribiría Franz Kafka?
Sin duda no escribió para comunicar nada a nadie, más bien parece haber escrito un género de cosas que cualquier conciencia limpia prefiere no ver jamás dichas. Escribió pues, contrariando alguna fibra de su corazón, alguna exigencia de su moral. Diríamos que esta clase de escritores lo son contra sí mismos, que son gentes nacidas a destiempo a quienes el dios terrible del tiempo, de la época histórica que sus ojos han tenido que ver, han condenado a ser testigo, de algo horrible. Son los mártires, los llamados a dar testimonio, que en otro tiempos hubieran parecido con celeste gozo en las arenas del circo y que en el tiempo obscuro en que les ha tocado vivir, tuvieron que aceptar otro martirio menos cruento y mis amargo, puesto que no sirve para dar testimonio de luz, sino de terrible obscuridad; no de una revelación, sino de una destrucción siniestra. Kafka poseía sin duda, una de esas naturalezas infinitamente leales, cuyo uso es manifestar lo que a su alrededor sucede de más importante, dejar paso transparentemente a la verdad. Y tan sometidas a esta función están que ocultan su tortura; nunca la dejan filtrarse entre las líneas geométricas de su testimonio. La repugnancia que tenía de que sus obras se hicieran públicas no era sino la última resistencia ante el destino que le tocó sobrellevar. De haber sido su martirio testimonio de luz, no hubiera vacilado en su cumplimiento, pero siendo tales los acontecimientos que le tocó testimoniar hubo de apurar todas amarguras, toda la disciplinada fatiga, sin que le cupiera un destello de gloria. Pues, lo que le tocó descubrir era la sordidez humana, la miseria más extremada, el desamparo, la humillación. Si hay alguien digno de nuestra devoción, hasta de nuestra ternura, de una infinita misericordia, son estos seres condenados en virtud de sus propias virtudes; mártires sin gloria, ni resplandor, víctimas de su propia inocencia. Porque solamente una inocencia extremada, un candor sin límites puede penetrar tan siniestros misterios sin perecer en ellos. Y de que no pereció, de que no fue destruido por tan helado fuego, tenemos la prueba en sus obras, en las que reina la perfecta objetividad de un clásico tratado de geometría.
Merced a estos mártires hoy podemos ver el cáncer que corroe a Europa no en la inmediatez cruelísima de los bélicos hechos, sino con la calma y precisión del que trabaja en un laboratorio. Una vista al microscopio de algo que es a su vez una radiografía se nos ofrece en lugar de las azarantes noticias de la prensa, del vaivén contradictorio de los cables. Resulte lo que resulte de los bélicos acontecimientos, el testimonio de Kafka es cierto, más cierto que suceso alguno, puesto que lo que nos muestra son sus causas, sus entrañas mismas.
La obra de Kafka se ha impuesto por sí misma; en la época de la propaganda, ninguna propaganda, anuncio o reclamo, sino es para los españoles e hispánicos, su exótico nombre. Pero no es el único que suena así. Sin comentario apenas, sin leyenda, la primera obra de Kafka traducida al español, La metamorfosis, por la Revista de Occidente (a quien de esto como de tantas cosas habrá que dar las gracias algún día), quedó fija en nuestra memoria, fija como una obsesión. Su persistencia es como la de ciertos sueños. Cuando están presentes parecen materia deleznable, sin contextura apenas. Están y no están, de tal manera que nos parecen con estar presentes, que una distancia insalvable nos separa de ellos. En verdad, sentimos, que nada tienen que ver con nosotros. ¿Por qué están ahí? ¡qué extraños son! Y mientras están no creemos en su solidez, creemos que desaparecerán sin dejar rastro, que nada más pasen nos veremos libres de su influjo. Y luego, cuando ya han pasado, los sentimos incrustados en nuestra conciencia, casi formando parte de ella; sentimos que jamás podrán ser olvidados, que su suceso estarán siempre pasando y volviendo e pasar y que en cada vuelta, lejos de desgastarse su fuerza, se veri acrecentada. Cada vez tienen más fuerza, porque cada vez son más claros. Es algo muy sutil que solamente conoce el verdadero arte, el más sabio. Hay verdades de tal índole que en un primer encuentro no podríamos soportar. Por eso tal vez, se nos presentan como sueños sin trascendencia, como fantasmas sin peso, nubes de nuestra alma que bien pronto serán borradas sin dejar huella.
Esta sabiduría es la que acerca el arte de Kafka ya plenamente revelado en La metamorfosis a las antiguas profecías como las que se daba en los sueños. Los sueños mientras transcurren son siempre sueños, por mucho que impresionen siempre hay un rincón en la conciencia que sabe que se trata de un sueño nada más. Por eso pueden soportarse. Luego, los sueños, cierta especie de sueños cobran realidad a medida que se alejan. En su presencia no tendríamos serenidad para afrontarlos sintiéndoles con la dura contextura de la realidad; necesitamos un largo entrenamiento para aceptarlos como parte de lo real, y todavía más como médula de nuestro destino.  El arte antiguo lo sabe; lo sabe también el alma misma que nos advierte de ciertas realidades bajo la capa sutil fantasmagórica del sueño, para darnos así primero a conocer su imagen sin trascendencia, y que luego lentamente vayamos aceptando la trascendencia propia de lo real que de un golpe nos hubiera sumergido en la locura. Artimañas, astucias del alma, de la sabiduría de viejas culturas y religiones del alma cuyas últimas tradiciones sólo algunos raros artistas nos transmiten. Así Kafka.
Por lo demás, el tema de La metamorfosis es igualmente de una antigüedad venerable. Lo nuevo es el tono, el tono de sombría amenaza. Lo nuevo es el tono, el tono de sombría amenaza. No es la fábula alegre, de los tiempos mágicos en que los seres carecían de límites fijos, el mito de las edades dichosas en que el hombre no había aún roto con las demás criaturas, en que no era todavía el ser separado en que vino a quedar más tarde. Es un regreso. Las fábulas lo son siempre, nos conducen aprovechando el ser indiferenciado que aún somos en la infancia, hacia aquella dichosa edad, lejana su aire es festivo, burlón y aunque tengan su moraleja, todas ellas tienen el tono casi de una promesa, o de un recuerdo feliz. “Cuentan que un día, allá cuando el hombre no estaba solo"... Pero La metamorfosis nos conduce a un tiempo catastrófico, en que la conversión del hombre en el extraño animal, no es síntoma de paz, ni de restablecimiento de la perdida unidad, sino al contrario, la desgraciada posibilidad abierta de nuevo, al final del largo camino, como muestra de su fatal equivocación. Como abismo que espera al fondo de la larga carrera equivocada. Es la burla de la meta trastocada, sustituida; la anhelada cima resplandeciente es sólo la hendidura mis terrible. El avance ha resultado un retroceso y nos encontramos en el mismo lugar de donde habíamos partido, mas ya en la miseria más atroz. Pues a, tanto ha llegado el retroceso, que el animal inmundo en que ha venido a transformarse el pobre muchacho de la clase media de una ciudad centro Europa de principios del siglo veinte, no tiene ni siquiera forma, no es ni tan siquiera orgánico, admite en su masa blanda, en sus tejidos corrompidos cualquier objeto. Es solamente materia bestial, limo de la más baja animalidad, barro sin soplo creador alguno. El camino de la creación del hombre, a partir del momento en que se irguiera a "imagen y semejanza" de quien lo criara por amor, ha sido deshecho completamente. Ya es de nuevo, el vil gusano de la tierra la amorfa materia inorgánica, mas sin esperanza. Desposeído de todo en su vil materia.
¿No podría ser esta fábula, este sueño con que nos invade Kafka la advertencia terrible de lo que es el hombre cuando se hunde en sí mismo? En sí mismo en su infinita sordidez, materia amorfa, movida espasmódicamente por energía eléctrica, mezquina criatura, turbio espejo que no es imagen ni semejanza de nada ni con nada. El hombre, sólo el hombre, en la almendra de su ser separado de su principio. "Acuérdate de que polvo eres"... Pero ya, ni polvo que al fin es ligero y puede reflejar la luz, sino materia opaca, corrupta, fétida, pantano de su propio ser, cieno de su entendimiento enceguecido. Es lo que ha quedado de esa búsqueda soberbia del hombre por sí mismo, lo que le es dado cuando infinitamente pobre, se ha negado a aceptar toda dádiva. Es el gusano, la larva. Lo que es peor que el no ser y ni tan siquiera puede morir porque no es.
Peor que el no ser, porque ya es, ya tiene el conato de ser de nada. Conato de ser necesitado del libre albedrío. Pero éste al ser desatendido, que al ser impíamente desdeñado por la soberbia, lo abandonó. Y quedó eso: el conato de ser, abandonado a su propia sordidez sin esperanza sin posibilidad. Porque la única posibilidad de que tal conato se desarrolle es el libre albedrío, la recta voluntad guiada por el conocimiento, nacida en el amor. Y si el libre albedrío define y sostiene el ser propio del hombre, le realiza su conexión esencial con la fuente de todo amor le encadena, le enlaza, le salva. Porque el amor pide conocimiento y el conocimiento a su vez alimenta al amor y guía, endereza la voluntad. Así era alguna vez, durante los siglos de la mejor Europa. Al menos así se creía.
Esta sabiduría fué desdeñada, y la rebelión cada vez más extensa en su inconsciencia, en su animal inconsciencia, liego por fin al término de Ia destrucción. El camino que baja desde el más alto origen fué deshecho. Estamos la Metamorfosis nos lo dice, antes de la Creación. Mas ya, habiéndola rechazado. ¿Que hará, qué hará el gusano? ¿Qué hará la larva?... sólo una cosa, durar mientras llega Ia muerte; una muerte en la desintegración total que no engendra unidad alguna. Muerte que le arrastra junto con los viejos utensilios sin belleza, que arroja a diario al vertedero las grandes ciudades. Muerte de los cepillos sin cerdas, de las cajas de cartón sucias, de las suelas rotas, de los desperdicios, de los residuos de aquello que sólo vivió para ser útil; deshechos de lo que solamente era práctico, necesario, odiosa y feamente necesario. Residuos de los que se avergüenza quien los redujo a tal condición, porque ni ellos Ilevan ninguna belleza propia, ni quien los usó supo impregnarlos de nobleza alguna. Uso sin nobleza, desgaste sin tradición; tijeras rotas, monedas falsas, cabellos postizos, mugre. Toda la mugre que colma los vertederos, los escombreros de las grandes ciudades, donde el hombre se hizo fuerte en su ciega soledad.
Con terrible concreción se nos ha dado este suceso, sin tener que acudir a nada grandioso ni mítico; hasta con color de época. Porque el verdadero arte siempre concreta, y puede darnos lo más universal, el más genérico drama, aquel que se refiere al origen del hombre y a su fin, a su ser más esencial, ateniéndose al ambiente peculiar de una época, a su atmósfera particularísima, captando al mismo tiempo que este suceso más allá todo tiempo y espacio reales, la realidad de un momento histórico y hasta doméstico.
Pero, si La metamorfosis nos ha mostrado tan hondo suceso, sólo igual a los de la Divina Comedia, su otra obra publicada no ha mucho en castellano, El Proceso nos sumerge en otro abismo, en otro terrible paisaje de nuestra Europa actual. ¿Podrá darse algo de más actualidad que esta obra escrita en 1924? No llegan a su terrible actualidad los sucesos de los periódicos, los partes de guerra, las cotizaciones de bolsa. Es sencillamente, la pura actualidad.
Lo que sucede en El Proceso tiene también ese aspecto del sueño, parece una pesadilla a una lectura de un autor policiaco que de pronto se ha vuelto loco. Parece como el extremo de algo que se da todos los días en piano normal, sin que a nadie le extrañe. Es más que sueño, una novela policiaca abstracta, esquematizada, la culpabilidad pura, la persecución pura. Y recuerda en esto a ciertas novelas de Dostoyeski, el genial novelista del pecado y de la redención. Nos presenta crímenes que jamás producen la impresión de realidad real diríamos; pero en cambio, tienen la virtud de poner al descubierto todos los misterios de una conciencia culpable. El criminal tal vez no haya cometido su crimen, más que en el pensamiento, pero es igual, exactamente igual. Es culpable, ha caído, vive en pecado que es lo único cierto. Después en no se sabe qué momento, se ha operado el prodigio de la redención y el miserable asesino se ha separado de sus culpas, es libre, se ha redimido, le han redimido.
En estas novelas de Dostoyeski nadie para mientes en la víctima. Por muy concretos y reales que sean los detalles del suceso, no pesan; lo único real es el drama, el suceso pecado-redención. Lo demás no cuenta, no existe en verdad.
Franz Kafka ha ido más allá. El Proceso, es un proceso sin más, sin delito, sin suceso alguno. También diríamos, sin delincuente, puesto que tampoco existe la conciencia de culpabilidad. El protagonista ha sido misteriosamente elegido, inesperadamente señalado por el dedo de la justicia. Después esta elección siniestra perderá toda su distinción, pues nos enteramos de que muchos hombres son así llamados, casi todos los que andan por la calle, se sientan en las oficinas y suben a los automóviles, tienen un proceso en marcha.
¿Por qué? ¿por quién? ¡Ah!, esto es lo que no puede saberse. Ni delito, ni conciencia de culpabilidad, únicamente la máquina infernal de la justicia funcionando, burocráticamente. El terror, el implacable terror de la burocracia... ¿Qué quiere decirnos Kafka con esta singularísima novela? ¿Qué espantosa nueva nos insinúa con el diseño minucioso de este monstruo? Antes había código, leyes, más o menos injustas que guardar si se quería vivir sin persecuciones. La injusta justicia de la tierra tenía al menos un perfil, mas ahora ninguna ley, ningún delito señalado. El procesado no sabe jamás de qué se le acusa. La maquinaria infernal se mueve con la infinita complejidad burocrática de un pulpo de mil tentáculos. ¿Por qué? ¿Contra quién? ¿Quién la mueve? Nadie, nada. Sobre todo esto: nadie. Del universo burocrático ha desaparecido todo destello de vida personal, no hay quien responda de nada, ni hay nadie a quien dirigirse. Todos los seres que aparecen con apariencia humana se desvanecen no más se apela a ellos. Son máscaras, máscaras de personajes, de profesiones. No hay persona alguna, solamente personajes. Nada más que personajes, es decir, la hinchazón desmesurada de los rasgos funcionales de un ser de humana forma, y dentro nada, ningún corazón, ningún entendimiento tampoco, ni en conato siquiera. Si el héroe de La metamorfosis era una larva, los personajes que pueblan este vacío universo ni siquiera están vivos, son de cartón rígido, son simples muecas funcionales, caricaturas animadas, gestos, ademanes funciones que antes han sido humanas y que ya sólo subsisten como en un molde de yeso... Nada más. Dentro, detrás nada; en el interior… no hay interior. Sólo fuera, sólo mueca sin sujeto, sin sostén, sin substancia.
Ni tan siquiera el procesado parece tener vida, como en embrión se desliza par los pasillos de su proceso. No tiene sangre que grite, ni corazón que estalle en cólera, ni centro moral que requiera... Se sorprende, pero así que le explican lo que es su proceso, es como si automáticamente hubiera ingresado en el universo de la burocrática justicia; es como si se convirtiera inerme, en un tornillo más de la infernal maquinaria. Nada vivo que no se resigne, ninguna necesidad tampoco de resignarse, puesto que no anhela, ni siente, ni quiere. ¿Qué le ha pasado? Antes este señor sin nombre, era un hombre sin embargo, un hombre normal, disponía de su albedrío. Ahora para no llamar la atención sigue andando por las calles y asiste a su oficina a cumplir con sus diarios deberes, puede ir y venir por las calles, flirtear con mujeres, tener amigos.. Mas, resulta que todo ello, todo lo que toca, todo lo que se encuentra tiene alguna relación con la justicia, todo forma parte de la espantosa maquinaria. Es como si de pronto hubiera ingresado en un universo distinto, al que enseguida acomoda, pues para acomodarse sólo precisa en rigor, vaciarse de sus vísceras, despojarse de su humana condición y convertirse en un número, en un sin nombre, en una mueca. La mueca de la docilidad.
Docilidad, absoluta sumisión, ¿a quién? Ya lo hemos dicho, no hay quién, a nada, a nada. Absoluta y ciega, sorda sumisión nihilista; sumisión y humillación humana que vacía al hombre de su entereza, que sólo ha podido ser posible después de la extirpación completa de su libre albedrio.
Y por una parte Kafka nos legó el testimonio de la repugnante concreción del animal hombre cuando se separa de su principio, su pútrida materia, por otro nos deja este testimonio de lo que pasa en idéntica situación mas en otro polo. No en el polo de la concreción de la materia, sino de la objetividad. Si Ia concreción se disuelve en la podredumbre, la objetividad representada en la justicia se vacía en una espantosa abstracción. Es la abstracción, no de la culpa del pecado original que espera y obtiene la gracia de la redención. Es simplemente la abstracción de la persecución, el que todos seréis perseguidos, perseguidos implacablemente, por la feroz maquinaria sin entrañas, por el nadie, por la nada. ¿Y por qué? Por el mero hecho de haber nacido y haber luego desnacido. Al no ser nadie, la maquina persecutoria se pone en marcha porque sí. Diríase que su vacía abstracción necesita algo vivo con que alimentarse. Y no lo encuentra, porque todo lo que toca lo mata.
¿Sería comprensible sino, este afán insaciable de persecución, esta furia que en nombre de una justicia nihilista arrasa el mundo? Sólo el vacío absoluto no se satisface jamás, sólo él no se calma, no se apacigua. Sólo la abstracción de lo que no es, del nadie que queda después de que el hombre olvidó que la justicia no es cosa de la tierra, después de que rompió el lazo de la redención, de la gracia tras de haber roto también el de la creación.
Rompimiento del lazo de la reacción, rompimiento del vínculo de la redención. Y en medio, el hombre destruido. Estos dos vínculos le sostenían, le hacían ser porque le daban su albedrío, su libre albedrío, ahora derrotado por los suelos. ¡Terrible lucidez la del testigo Franz Kafka, pero terrible, más terrible la de verla comprobada, realizada! Terrible destino el de irnos sintiendo supervivientes del mundo anterior a La metamorfosis. El fué profeta. Nosotros supervivientes, testigos y testimonio de lo que fué y no se resigna a diferencia del héroe de El Proceso, a entregarse. Testigos, hemos de ser testigos de que la criatura humana fue alguna vez algo más que gusano algo más que pasto de una insaciable, infernal abstracción.