10.20.2013

JOSE LEZAMA LIMA: PENSAMIENTOS EN LA HABANA

Porque habito un susurro como un velamen,
una tierra donde el hielo es una reminiscencia,
el fuego no puede izar un pájaro
y quemarlo en una conversación de estilo calmo.
Aunque ese estilo no me dicte un sollozo
y un brinco tenue me deje vivir malhumorado,
no he de reconocer la inútil marcha
de una máscara flotando donde yo no pueda,
donde yo no pueda transportar el picapedrero o el picaporte
a los museos donde se empapelan asesinatos
mientras los visitadores señalan la ardilla
que con el rabo se ajusta las medias.
Si un estilo anterior sacude el árbol,
decide el sollozo de dos cabellos y exclama:
my soul is not in an ashtray.

Cualquier recuerdo que sea transportado,
recibido como una galantina de los obesos embajadores de antaño,
no nos hará vivir como la silla rota
de la existencia solitaria que anota la marea
y estornuda en otoño.
Y el tamaño de una carcajada,
rota por decir que sus recuerdos están recordados,
y sus estilos los fragmentos de una serpiente
que queremos soldar
sin preocuparnos de la intensidad de sus ojos.
Si alguien nos recuerda que nuestros estilos
están ya recordados;
que por nuestras narices no excogita un aire sutil,
sino que el Eolo de las fuentes elaboradas
por las que decidieron que el ser
habitase en el hombre,
sin que ninguno de nosotros
dejase caer la saliva de una decisión bailable,
aunque presumimos como las demás hombres
que nuestras narices lanzan un aire sutil.
Como sueñan humillarnos,
repitiendo día y noche con el ritmo de la tortuga
que oculta el tiempo en su espaldar:
ustedes no decidieron que el ser habitase en el hombre;
vuestro Dios es la luna
contemplando como una balaustrada
al ser entrando en el hombre.
Como quieren humillarnos, le decimos
the chief of the tribe descended the staircase.

Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos.
En esas vitrinas alternan el maniquí con el quebrantahuesos disecado,
y todo lo que ha pasado por la frente del hastío
del búfalo solitario.
Si no miramos la vitrinas charlan
de nuestra insuficiente desnudez que no vale una estatuilla de Nápoles.

Si la atravesamos y no rompemos los cristales,
no subrayan con gracia que nuestro hastío puede quebrar el fuego
y nos hablan del modelo viviente y de la parábola del quebrantahuesos.
Ellos que cargan con sus maniquíes a todos los puertos
y que hunden en sus baúles un chirriar
de vultúridos disecados.
Ellos no quieren saber que trepamos por las raíces húmedas del helecho
-donde hay dos hombres frente a una mesa; a la derecha, la jarra
y el pan acariciado-,
y que aunque mastiquemos su estilo,
we don't choose our shoes in a show-window.

El caballo relincha cuando hay un bulto
que se interpone como un buey de peluche,
que impide que el río le pegue en el costado
y se bese con las espuelas regaladas
por una sonrosada adúltera neoyorquina.
El caballo no relincha de noche;
los cristales que exhala por su nariz,
una escarcha tibia, de papel;
la digestión de las espuelas
después de recorrer sus músculos encristalados
por un sudor de sartén.
El buey de peluche y el caballo
oyen el violín, pero el fruto no cae
reventado en su lomo frotado
con un almíbar que no es nunca el alquitrán.
El caballo resbala por el musgo donde hay una mesa que exhibe las espuelas,
pero la oreja erizada de la bestia no descifra.

La calma con música traspiés
y ebrios caballos de circo enrevesados,
donde la aguja muerde porque no hay un leopardo
y la crecida del acordeón
elabora una malla de tafetán gastado.
Aunque el hombre no salte, suenan
bultos divididos en cada estación indivisible,
porque el violín salta como un ojo.
Las inmóviles jarras remueven un eco cartilaginoso:
el vientre azul del pastor
se muestra en una bandeja de ostiones.
En ese eco del hueso y de la carne, brotan unos bufidos
cubiertos por un disfraz de telaraña,
para el deleite al que se le abre una boca,
como la flauta de bambú elaborada
por los garzones pedigüeños.
Piden una cóncava oscuridad
donde dormir, rajando insensibles
el estilo del vientre de su madre.
Pero mientras afilan un suspiro de telaraña
dentro de una jarra de mano en mano,
el rasguño en la tiorba no descifra.

Indicaba unas molduras
que mi carne prefiere a las almendras.
Unas molduras ricas y agujereadas
por la mano que las envuelve
y le riega los insectos que la han de acompañar.
Y esa espera, esperada en la madera
por su absorción que no detiene al jinete,
mientras no unas máscaras, los hachazos
que no llegan a las molduras,
que no esperan como un hacha, o una máscara,
sino como el hombre que espera en una casa de hojas.
Pero al trazar las grietas de la moldura
y al perejil y al canario haciendo gloria,
l'etranger nous demande le garçon maudit.

El mismo almizclero conocía la entrada,
el hilo de tres secretos
se continuaba hasta llegar a la terraza
sin ver el incendio del palacio grotesco.
¿Una puerta se derrumba porque el ebrio
sin las botas puestas le abandona su sueño?
Un sudor fangoso caía de los fustes
y las columnas se deshacían en un suspiro
que rodaba sus piedras hasta el arroyo.
Las azoteas y las barcazas
resguardan el líquido calmo y el aire escogido;
las azoteas amigas de los trompos
y las barcazas que anclan en un monte truncado,
ruedan confundidas por una galantería disecada que sorprende
a la hilandería y al reverso del ojo enmascarados tiritando juntos.

Pensar que unos ballesteros
disparan a una urna cineraria
y que de la urna saltan
unos pálidos cantando,
porque nuestros recuerdos están ya recordados
y rumiamos con una dignidad muy atolondrada
unas molduras salidas de la siesta picoteada del cazador.
Para saber si la canción es nuestra o de la noche,
quieren darnos un hacha elaborada en las fuentes de Eolo.
Quieren que saltemos de esa urna
y quieren también vernos desnudos.
Quieren que esa muerte que nos han regalado
sea la fuente de nuestro nacimiento,
y que nuestro oscuro tejer y deshacerse
esté recordado por el hilo de la pretendida.
Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria
y que la primera flauta se hizo de una rama robada.

Nos recorremos
y ya detenidos señalamos la urna y a las palomas
grabadas en el aire escogido.
Nos recorremos
y la nueva sorpresa nos da los amigos
y el nacimiento de una dialéctica:
mientras dos diedros giran mordisqueándose,
el agua paseando por los canales de los huesos
lleva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso
de la tierra que no está navegada,
donde un alga despierta digiere incansablemente a un pájaro dormido.
Nos da los amigos que una luz redescubre
y la plaza donde conversan sin ser despertados.
De aquella urna maliciosamente donada,
saltaban parejas, contrastes y la fiebre
injertada en los cuerpos de imán
del paje loco sutilizando el suplicio lamido.
Mi vergüenza, los cuernos de imán untados de luna fría,
pero el desprecio paría una cifra
y ya sin conciencia columpiaba una rama.
Pero después de ofrecer sus respetos,
cuando bicéfalos, mañosos correctos
golpean con martillos algosos el androide tenorino,
el jefe de la tribu descendió la escalinata.

Los abalorios que nos han regalado
han fortalecido nuestra propia miseria,
pero como nos sabemos desnudos
el ser se posará en nuestros pasos cruzados.
Y mientras nos pintarrajeaban
para que saltásemos de la urna cineraria,
sabíamos que como siempre el viento rizaba las aguas
y unos pasos seguían con fruición nuestra propia miseria.
Los pasos huían con las primeras preguntas del sueño.
Pero el perro mordido por luz y por sombra,
por rabo y cabeza;
de luz tenebrosa que no logra grabarlo
y de sombra apestosa; la luz no lo afina
ni lo nutre la sombra; y así muerde
la luz y el fruto, la madera y la sombra,
la mansión y el hijo, rompiendo el zumbido
cuando los pasos se alejan y él toca en el pórtico.
Pobre río bobo que no encuentra salida,
ni las puertas y hojas hinchando su música.
Escogió, doble contra sencillo, los terrones malditos,
pero yo no escojo mis zapatos en una vitrina.

Al perderse el contorno en la hoja
el gusano revisaba oliscón su vieja morada;
al morder las aguas llegadas al río definido,
el colibrí tocaba las viejas molduras.
El violín de hielo amortajado en la reminiscencia.
El pájaro mosca destrenza una música y ata una música.
Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse,
el bosque es para nosotros una serafina en la reminiscencia.
Cada hombre desnudo que viene por el río,
en la corriente o el huevo hialino,
nada en el aire si suspende el aliento
y extiende indefinidamente las piernas.
La boca de la carne de nuestras maderas
quema las gotas rizadas.
El aire escogido es como un hacha
para la carne de nuestras maderas,
y el colibrí las traspasa.
Mi espalda se irrita surcada por las orugas
que mastican un mimbre trocado en pez centurión,
pero yo continúo trabajando la madera,
como una uña despierta,
como una serafina que ata y destrenza en la reminiscencia.
El bosque soplado
desprende el colibrí del instante
y las viejas molduras.
Nuestra madera es un buey de peluche;
el estado ciudad es hoy el estado y un bosque pequeño.
El huésped sopla el caballo y las lluvias también.
El caballo pasa su belfo y su cola por la serafina del bosque;
el hombre desnudo entona su propia miseria,
el pájaro mosca lo mancha y traspasa.
Mi alma no está en un cenicero.
Retrato de don Francisco de Quevedo

Sin dientes, pero con dientes
como sierra y a la noche no cierra
el negro terciopelo que lo entierra
entre el clavel y el clavón crujiente.

Bailados sueños y las jácaras molientes
sacan el vozarrón Santiago de la tierra.
Noctámbulo tizón traza en vuelo ardientes
elipses en Nápoles donde el agua yerra.

Muérdago en semilla hinchado por la brisa
risota en el infierno, el tiburón quemado
escamas suelta, tonsurado yerto.

En el fin de los fines ¿qué es esto?
Roto maíz entuerto en el faisán barniza
y en la horca se salva encaramado.

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JOSÉ LEZAMA LIMA. 
(La Habana, Cuba, 1910-1976)

10.19.2013

NICOLÁS GUILLÉN: UN LAGARTO VERDE

Por el Mar de las Antillas
(que también Caribe llaman)
batida por olas duras
y ornada de espumas blandas,
bajo el sol que la persigue
y el viento que la rechaza,
cantando a lágrima viva
navega Cuba en su mapa,

Un largo lagarto verde,
con ojos de piedra y agua.
Alta corona de azúcar
le tejen agudas cañas;
no por coronada libre,
sí de su corona esclava:
reina del manto hacia fuera,
del manto adentro, vasalla,
triste como la más triste
navega Cuba en su mapa:
un largo lagarto verde,
con ojos de piedra y agua.

Junto a la orilla del mar,
tú que estás en fija guardia,
fíjate, guardián marino,
en la punta de las lanzas
y en el trueno de las olas
y en el fuego de las llamas
y en el lagarto despierto
sacar las uñas del mapa.

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NICOLÁS GUILLÉN.
(Camagüey, Cuba, 1902
-La Habana, Cuba, 1989)

MARIANO BRULL: ISLA DE PERFIL

A JorgeMañach


Ilesa isla intacta bozal del mar nomada, cabezal de nardos ahogados en luz. Un ladrido en clave de nácares rudos y en ronda, soleados, estios de agua. Clara y crespa aroma, alta en voz de gallo, la cresta levanta. Mordaza de azules con rizos de lumbre, la pulsa y la cine.— No caimán artero, primavera ecuestre a hombros de hipocampo, abra de clamores, rubiales de mieles, espiral del gozo, zumo: icima ilesa de la isla intacta!

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MARIANO BRULL 
(Cuba, 1891-1956)

ELENA TAMARGO: POEMA SINCOPADA O FUERA DE TIEMPO

Todos los días se matan en La Habana
dos millones de gatos y quinientos caballos.
Quinientas yeguas solas sostienen el rencor de su dureza
se abrazan
en la pira arrogante del león babilónico.
Trasgos de sangre suspenden el azul y el animal del trópico
se agota.
Diez millones de vacas ya murieron
tres mil palomas agonizan
y el olor de los lirios se deslíe
en un prurito de ácidas hormigas.
Los ciudadanos temblando se repliegan
a construir el escenario de la nada
si no quedan caballos ni lengua ni jazmines
si los trenes de leche detuvieron su paso
donde canta la belleza
y ahora se escuchan los terribles quejidos de las vacas
si los lirios, los gatos, las palomas
son animales muertos.
Pero yo no he venido a ver el cielo
cómo voy a ordenar pedazos de paisajes
ordenar los amores que son fotografías
y luego tambor tosco, bocanada de sangre.
Ay, voz lejana
ay, voz de la sordera
estás aquí bebiendo mi humor de niña muerta
quiero llorar mi talco, como lloran las niñas
porque yo no soy ni mujer ni poeta ni azucena
soy el agua y el vino y el aceite
una llaga tal vez que debe al fuego
y me andan buscando.
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Elena Tamargo 
(Cabañas, Cuba, 1957
- Miami, EE.UU, 2011) 


VIRGILIO PIÑERA: LA ISLA EN PESO

La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones
me acostumbro al hedor del puerto
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche tras noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,
en otro tiempo yo vivía adánicamente.
¿Qué trajo la metamorfosis?
[...]
Todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste.
Al mediodía el monte se puebla de hamacas invisibles,
y echados, los hombres semejan hojas a la deriva sobre aguas metálicas.
En esta hora nadie sabría pronunciar el nombre más querido,
ni levantar una mano para acariciar un seno;
en esta hora del cáncer un extranjero llegado de playas remotas
preguntaría inútilmente qué proyectos tenemos
o cuántos hombres mueren de enfermedades tropicales en esta isla.
Nadie lo escucharía: las palmas de las manos vueltas hacia arriba,
los oídos obturados por el tapón de la somnolencia,
los poros tapiados con la cera de un fastidio elegante
y de la mortal deglución de las glorias pasadas.
¿Dónde encontrar en este cielo sin nubes el trueno
cuyo estampido raje, de arriba a abajo, el tímpano de los durmientes?
¿Qué concha paleolítica reventaría con su bronco cuerno
el tímpano de los durmientes?
Los hombres-conchas, los hombres-macaos, los hombres-túneles.
¡Pueblo mío, tan joven, no sabes ordenar!
¡Pueblo mío, divinamente retórico, no sabes relatar!
Como la luz o la infancia aún no tienes un rostro.
[...]
No queremos potencias celestiales sino potencias terrestres,
que la tierra nos ampare, que nos ampare el deseo,
felizmente no llevamos el cielo en la masa de la sangre,
sólo sentimos su realidad física
por la comunicación de la lluvia al golpear nuestras cabezas.
Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad,
un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios:
un velorio, un guateque, una mano, un crimen,
revueltos, confundidos, fundidos en la resaca perpetua,
haciendo leves saludos, enseñando los dientes, golpeando sus riñones,
un pueblo desciende resuelto en enormes postas de abono,
sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir,
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla;
el peso de una isla en el amor de un pueblo.
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VIRGILIO PIÑERA 
(Matanzas, Cuba, 1912-La Habana, 1979)


FELIX LUIS VIERA: 73

lsla de Cuba,
cuántas guitarras han sido rotas en tu nombre,
cuántos tiranos te han violado luego de haberte proclamado doncella nuevamente,
cuántas muchachas han mordido el polvo de
su Sueño
luego de que el azulísimo mar se ha hecho rojo
con la sangre de sus amores,
cuántos niños han perdido sus globos bajo el
trueno prometedor de la Justicia.
Cuántas gonorreas, cuántos chancros
han depositado en ti tus salvadores,
cuántos, blandiendo el rojo matiz de la poesía,
han encadenado tus ojos, han lanzado
en aviones de papel la mentira de ti
como una fruta plástica.
lsla de Cuba, sangre que no termina,
¿dónde te hallas en esta noche, dónde
que tus boleros no me alcanzan, dónde
que aquellas mujeres no me afierran los tímpanos con sus risas como
pífanos que estallan, dónde los negros que no llegan acezantes, tautológicos,
serenos como sierpes en fuga, donde
las negras que no me asaltan con sus culos como bastiones bíblicos?
Y ¿dónde, donde aquellas mulatas
que bajo las nieves de los relámpagos consagran la hostia?
Dónde,
amor mío,
en esta noche cuando
me dueles en toda la boca,
cuando
inútilmente 
te busco en el lejano frío.

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FELIX LUIS VIERA 
(Villa Clara, Cuba, 1945).

CARILDA OLIVER LABRA: MADRE MÍA QUE ESTÁS EN UNA CARTA

I  


Madre mía que estás en una carta
y en un regaño antiguo que no encuentro,
quédate para siempre aquí en el centro
de la rosa total que no se aparta.

Madre mía que estás tan lejos, harta
de la nieve y la bruma, espera, que entro
a ponerte a vivir con el sol dentro,
madre mía que estás en una carta.

Puedes darle al misterio tu infinita
amistad con las sombras hechiceras;
puedes ser una piedra que se quita

o borrarme ahora mismo las ojeras;
pero, madre, recuerda nuestra cita:
¡no te atrevas a todo, no te mueras!


II

Trato de hallar aquella luz
que apenas
canta en el vientre necesario
donde nací a la vida,
pero pareces sólo un eco
que brota de la tierra cuando llueve.

Registro los anones, las vidrieras,
el delantal que no olvidó tu música,
y nada encuentro sino un miedo
a que te vuelvas de ceniza.
Pregunto por tus ojos
—amanecían más que el mismo cielo—;
invento tus arrugas
—pues sí que son estalactitas
de mucho que las quiso el tiempo.
Sólo es verdad que te perdiste y sigo
buscando por rincones
y que hasta en los cadáveres espío.

Yo te dije que no, pero era Cuba.

Me estabas invitando a tanta nieve sin saberlo.
¿Qué hubiera hecho sin el sol,
mamá juiciosa entre frituras cocinando siempre?
Si a mí esas uvas no me dicen hija
y en cambio quedo lela ante las palmas,
me da suerte la aurora
con su repunte de sinsontes...

Mamá,
vuelve con el terral, entra en el tiempo,
aprovecha el milagro de la tarde;
te cogerá la mano zurcidora
aquel olor a piña,
has de encontrar en tu zaguán la areca
que se secó de echarle lágrimas.

Mamá,
no pelearemos,
me pondré los vestidos de la infancia
que tú quieras,
barreré tu corazón todos los días.
Aún respeto
el lugar en donde reposabas los cubiertos,
el almanaque del sesenta y cinco
que en la pared hace una mueca de ternura.
No sé cómo decirte
que el comején ya terminó tu cama
y que el espejo, de no verte nunca,
se ha puesto ciego y no le asusta ni el relámpago.

Mamá,
los balancines
de aquella linda mecedora tuya
le han dicho sí a la muerte.
Pero yo te he cuidado esas agujas con que hacías
enredos de colores,
el perfume que alzaste en las cazuelas
y aquel dedal tan único,
aquel dedal de plata
donde cabían los sueños de tu esposo.
Ay, no te digo viuda
porque papá está aquí guardado entre los libros.
¡Qué broma tan radiante cuando salga!

Ahora sigo siendo libre,
y como siempre pobre, enferma, atolondrada.
Mamá,
te compraré otro piano.
Si cuando llegues falta el queso,
la almendra falta,
te haré algún caldo fabuloso
con el amor y con su cáscara.
Y nos iremos a encontrar sorpresas:
te enseñaré unos eucaliptos inmortales,
el pueblo que aromó su peripecia;
y tú,
devuelta al tomeguín,
te harás un solo nudo con mi tierra
como una madre que abrazó a otra madre.


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CARILDA OLIVER LABRA
(Matanzas, Cuba, 1924)

ROLANDO ESCARDÓ: ISLA

Esta isla es una montaña sobre la que vivo.
La madre solemne
empujó hacia los mares estas rocas.
En el tiempo desconocido que no se nombra
en el límite que no se escribe
los deslaves
las profunda grietas:
—gargantas hasla los juegos blancos—
llega la hora de mi nacimiento en esta isla:
—planeta ardiendo en el cielo—
llega la hora de mi nacimiento
y también la de mis muertes
pues al mundo he venido para que me instale.
¿Por que esos labios se abren como tuneles a los que no bajo?
Yo sé que el hombre es un rumbo que se instala
sé estas cosas y otras más que no hablo
pero yo puedo darme con los puños en el pecho
feliz de esta revolución que me da dientes
aunque de todo soy culpable
de todas esas muertes soy culpable
y no me arrepienten los conjuros
que en el triángulo de fuego he provocado.
Yo soy el gran culpable
mi delito no puede condenarlo sino Dios
y aun ni el mismo Dios pudiera
(Vosotros no lo sabeis
pues ni siquiera los colores de la bandera
os sugieren
vosotros no lo entenderéis)
y esto se quedará como un poema más en la tiniebla
como el ruido de palabras del viento que me arrastra
aunque sea la estrella del alba
pues de todas estas cosa os burlaréis
hermanos
mas allá del deseo de vuestras convicciones
en la trama creada para mi deleite
pero yo solo sé
pero yo solo estoy seguro
pero yo mismo lo he vivido de mis muertes y nacimientos
¿cómo puedo yo mismo asi negarme
cómo podría yo mirar al Sol y no cegarme?
Pero lo que importa es la Revolución
lo demás son palabras
del trasfondo
de este poema que entrego al mundo
lo demás son mis argumentos.
No creáis en mis palabras
soy uno de tantos locos que hablan
y no me comprenderéis
no creáis mis palabras
esta isla es una montaña
sobre la que vivo...
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ROLANDO ESCARDÓ 
(Cuba, 1925-1960)

EMILIO BALLAGAS: CUBA, POESÍA

Cuba, lengua caliente,
estremecida dentro de ti misma.
Solicitada a un tiempo ardor de sol y bravura de oleaje
por el cielo y el mar.
Verde, magnífica entre azul y azul,
elevando a lo alto tus brazos de palmeras
que agitan las manos en el cielo
como en un rito de danza primitiva.
Me amamantó tu tierra
con la misma savia
que nutre a los plátanos y a los cañaverales
ondulantes. suaves, perezosos.
El jugo de esta caña
que corre en hilo dulce hasta mis labios
es el mismo que corre por mis venas
en el viaje asombroso de la sangre.
Dentro de mí responden espíritus atávicos
a la voz de tus cantos y al ritmo de tu rumba...
Se hacen para mis manos y para mi deleite
las huecas güiras en donde bailan las semillas secas.
Se hacen para mis manos y para mi deleite.
Para mí se hace el talle de la guitarra
esbelta como una mulata
que canta en la noche endulzada de estrellas
mientras le acariciamos con indoIencia el vientre.
He sentido palpitar junto a mí
la carne mestiza;
han resbalado suavemente mis manos
sobre una piel del color del níspero
y el sol subió a una boca sensual
sólo para besarme.
Me sacude esta música palpitante y ondulada como el majá,
estremecida y voluptuosa como el oleaje de tus costas.
Esta fragancia del tabaco fresco va a cerrarme los ojos.
Y la sangre se agita dentro de mí
como el pañuelo rojo de la rumba.
Estos negros,
sus labios gruesos beben siempre un guarapo invisible.
A las bocas africanas asoma por los dientes
la blancura, la espuma ingenua de las almas.
Esta mulatería, garganta para que hablen y canten
los lejanos, los ancestrales mensajes
de nuestra alma recóndita.
Cuba, lengua caliente,
en el océano de tu sol nos bañamos.
Y soy tan plácido bajo tu sol!
como un lígero pez dentro del agua!
Fui domando desde .la niñez
el ardor de tu clima como a un potro bravío.
Ahora el potro bravío me lame las manos
y quiere amansarme en el vaivén cariñoso de la hamaca
mientras gozo el sabor del café perfumado
mientras se pintan en el batey claro del cielo
los vuelos sosegados de las aves.
Cuba, lengua caliente,
estremecida dentro de ti misma:
ondulante de arroyos, lujuriosa de árboles,
ceñida de sol vivo.
Tu ron viril me baña.
Y tu música me acerca una llama
para mirarme arder en poesía.

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EMILIO BALLAGAS 
(Camagüey, Cuba 1908-La Habana, 1954)

DULCE MARÍA LOYNAZ: ISLA Y POEMA CI

ISLA

Rodeada de mar por todas partes, soy isla asida al tallo de los vientos... Nadie escucha mi voz si rezo o grito: Puedo volar o hundirme... Puedo, a veces, morder mi cola en signo de Infinito. Soy tierra desgajándose... Hay momentos en que el agua me ciega y me acobarda, en que el agua es la muerte donde floto... Pero abierta a mareas y a ciclones, hinco en el mar raíz de pecho roto.
Crezco del mar y muero de él... Me alzo para volverme en nudos desatados...! ¡Me come un mar batido por las alas de arcángeles sin cielo, naufragados!

POEMA CI

La criatura de isla paréceme, no sé por qué, una criatura distinta. Más leve, más sutil, más sensitiva. Si es flor, no la sujeta la raíz; si es á, su cuerpo deja un hueco en el viento; si es niño, juega a veces con un petrel, con una nube...
La criatura de isla trasciende siempre al mar que la rodea y al que no la rodea. Va al mar, viene del mar y mares pequeñitos se amansan en su pecho, duermen a su calor como palomas. Los nos de la isla son más ligeros que los otros nos. Las piedras de la isla parece que van a salir volando...
Ella es toda de aire y de agua fina. Un recuerdo de sal, de horizontes perdidos, la traspasa en cada ola, y una espuma de barco naufragado le ciñe la cintura, le estremece la yema de las alas...
Tierra Firme llamaban los antiguos a todo lo que no fuera isla. La isla es, pues, lo menos firme, lo menos tierra de la Tierra.

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DULCE MARÍA LOYNAZ 
(La Habana, Cuba, 1902-1997)

JOSE MARTÍ: ISLA FAMOSA

Aquí estoy, solo estoy, despedazado.
Ruge el cielo: las nubes se aglomeran,
y aprietan, y ennegrecen, y desgajan:
los vapores del mar la roca ciñen:
Sacra angustia y horror mis ojos comen:
A qué, Naturaleza embravecida,
a qué la estéril soledad en torno
¿de quién de ansia de amor rebosa y muere?
¿Dónde, Cristo sin cruz, los ojos pones?
¿Dónde, oh sombra enemiga, dónde el ara
digna por fin de recibir mi frente?
¿En pro de quién derramaré mi vida?
Rasgóse el velo; por un tajo ameno
de claro azul, como en sus lienzos abre
entre mazos de sombra Díaz famoso,
el hombre triste de la roca mira
en lindo campo tropical, galanes
blancos, y Venus negras, de unas flores
fétidas y fangosas coronados:
¡Danzando van: a cada giro nuevo
bajo los muelles pies la tierra cede!
Y cuando en ancho beso los gastados
labios sin lustre ya, trémulos juntan,
sáltanles de los labios agoreras
aves tintas en hiel, aves de muerte.
--------------------------------------------------------------------------------------------
JOSE MARTÍ 
(La Habana, Cuba, 1853-Dos Ríos, Oriente, Cuba, 1895)



GERTRUDIS GÓMEZ AVELLANEDA: LA VUELTA A LA PATRIA

Saludo
¡Perla del mar! ¡Cuba hermosa! Después de ausencia tan larga que por más de cuatro lustros conté sus horas infaustas, torno al fin, torno a pisar tus siempre queridas playas, de júbilo henchido el pecho, de entusiasmo ardiendo el alma. ¡Salud, oh, tierra bendita, tranquilo edén de mi infancia, que encierras tantos recuerdos de mis sueños de esperanza! ¡Salud, salud, nobles hijos de aquesta mi dulce patria! ¡Hermanos, que hacéiss su gloria! ¡Hermanas, que sois su gala! ¡Salud!... Si afectos profundos traducir pueden palabras, por los ámbitos queridos llevad brisas perfumadas, que habéis mecido mi cuna entre plátanos y palmas!—, llevad los tiernos saludos que a Cuba rni amor consagra. Llevadlos por esos campos que vuestro soplo embalsaman, y en cuyo ambiente de vida mi corazón se restaura por esos campos felices, que nunca el cierzo maltrata, y cuya pompa perenne melifluos sinsontes cantan. Esos campos de la seiba hasta las nubes levanta de su copa el verde toldo, que grato frescor derrama: donde el cedro y la caoba confunden sus grandes ramas, y el yarey y el cocotero sus lindas pencas enlazan: donde el naranjo y la pifia vierten al par su fragancia: donde responde sonora a vuestros besos la cafia: donde ostentan los cafetos sus flores de filigrana y sus granos de rubíes y sus hojas de esmeraldas. Llevadlos por esos bosques que jamáss el sol traspasa, y a cuya sombra poética, do refrescais vuestras alas, se escucha en la siesta ardiente —cual vago concerto de hadas— la misteriosa armonía de árboles, pájaros, aguas, que en soledades. secretas, con ignotas concordancias, susurran, trinan, murmuran, entre el silencio y la calma.

Llevadlos por esos montes,
de cuyas vírgenes faldas
se desprenden mil arroyos
en limpias ondas de plata.
Llevadlos por los vergeles,
llevadlos por las sabanas
en cuyo inmenso horizonte
quiero perder mis miradas.
¡Llevadlos férvidos, puros,
cual de mi seno se exhalan
—aunque del labio el acento
a formularies no alcanza—,
desde la punta Maisí
hasta la orilla del Mantua,
desde el pico de Turquino
a las costas de Guanaja!
Doquier los oiga ese cielo,
al que otro ninguno iguala,
y a cuya luz de mi mente
revivir siento la llama:
doquier los oiga esta tierra
de juventud coronada,
y a la que el sol de los trópicos
con rayos de amor abrasa:
doquier los hijos de Cuba
la voz oigan de esta hermana,
que vuelve al seno materno
—después de ausencia tan larga-
con el semblante marchito
por el tiempo y la desgracia,
mas de gozo henchido el pecho,
de entusiasmo ardiendo el alma.
Pero, ¡ah!, decidles que en vano
sus ecos le pido a rni arpa...
pues sólo del corazon
los gritos de arnor se arrancan.

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GERTRUDIS GÓMEZ AVELLANEDA  
(Puerto Príncipe, Camagüey, Cuba, 1814
-Madrid, España, 1873).

JOSE MARIA HEREDIA: HIMNO DEL DESTERRADO

¡Cuba, Cuba, que vida me diste,
dulce tierra de luz y hermosura!
¡Cuánto sueño de gloria y ventura
tengo unido a tu sueño feliz!
¡Y te vuelvo a mirar...! Cuán severo,
hoy me oprime el rigor de mi suerte
la opresión me amenaza con muerte
en los campos do al mundo nací.

Mas ¿qué importa que truene el tirano?
pobre, sí, pero libre me encuentro.
Sólo el alma del alma es el centro:
¿Qué es el oro sin gloria ni paz?
Aunque errante y proscrito me miro,
y me oprime el destino severo;
por el cetro del déspota íbero
no quisiera mi suerte trocar.

¡Dulce Cuba!, en su seno se miran
en el grado más alto y profundo,
las bellezas del físico mundo,
los horrores del mundo moral.
Te hizo el cielo la flor de la tierra;
mas, tu fuerza y destinos ignoras,
y de España en el déspota adoras
al demonio sangriento del mal.

¡Cuba, al fin te verás libre y pura!
Como el aire de luz que respiras,
cual las ondas hirvientes que miras
de tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores te sirvan,
del tirano es inútil la saña,
que no en vano entre Cuba y España
tiende inmenso sus olas el mar.
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JOSE MARIA HEREDIA
(Santiago de Cuba, Cuba, 1803
-Toluca, México, 1839).


JOSÉ JACINTO MILANÉS: INVIERNO EN CUBA

Benigtio alumbra el sol: suelto va el río: no falta hoja ni rama al mango airoso: el verde de la mar es más hermoso, y el ami de los cielos más sombrío.
El pie quiere bailar a su albedrío: la mano quiere asir: todo es reposo. La mente fresca: el corazón dichoso: tal es en Cuba la estación del frío.
Monta el guajiro en su retinto bravo, y alrededor de su potrero gira por sólo andar, sin que se canse al cabo.
Braina el toro de amor y no de ha, silba y salta el zorzal, canta el esclavo, y nada apesadumbra y todo admira.


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José Jacinto Milanés
(Matanzas, Cuba, 1814
November, 1863)