5.14.2014

ÁNGEL RODRÍGUEZ ABAD: DEVOCIONARIO EN PROSA DE UN POETA



[H]ubo un mago, retirado del tráfago y del ruido veleidoso, en su cueva cervantina de las maravillas, prendado de la palabra poética en su libertad y en su resplandor por sobre todas las cosas, encadenado perpetuo a la literatura y a la sabiduría, que se llamó Gastón Baquero (Banes, Cuba, 1914 – Madrid, 1997). La primera parte de su vida la pasó en su Isla natal. Perteneció al grupo de la revista Orígenes (que tutelaba su siempre idolatrado Lezama Lima) y ejerció el periodismo, aunque como él mismo señalase “fue de la poesía al periodismo y, en lo posible, llevó a éste los temas, las personas y los problemas de la poesía”. María Zambrano lo conoció en La Habana mítica de la década de los años cuarenta y quedó deslumbrada ya por sus primeros poemas. Cintio Vitier testimonió de ellos: “Llegaban y se establecían en la luz como si siempre hubieran estado ahí, familiares en su secreto y en su grave magnitud”. A partir de 1959 Baquero residiría en su destierro español, donde moriría sin haber podido regresar a su país. Su libro Memorial de un testigo (Adonais, 1966) se convertiría en gema casi secreta de alabanzas, defendido con pertinacia por poetas como Gerardo Diego, Francisco Brines, Luis Alberto de Cuenca o Mario Míguez y críticos como José Olivio Jiménez y Guillermo Díaz-Plaja. Tuvo la buena fortuna de disfrutar de postreras ediciones de su obra en verso, que vieron la luz antes de su fallecimiento; así, Poemas invisibles (Verbum, 1991) y Autoantología comentada (Signos, 1992). En su labor de ensayista literario recordaremos Darío, Cernuda y otros temas poéticos (Editora Nacional, 1969) y La fuente inagotable (Pre-Textos, 1995).
     La minuciosa e inexcusable resonancia de Baquero sigue, felizmente, cumpliendo su curso. Gracias a la dedicación consecuente y apasionada de sus conocedores devotos. El también poeta y editor Ángel Luis Vigaray inició la andadura de la colección “Signos/Versión Celeste” (bajo el auspicio de Huerga y Fierro Editores) con un opúsculo del cubano, recuperado homenaje a Juan Ramón Jiménez, escrito tras el fallecimiento de éste en 1958. Ahora, en esa misma colección, se publica una amplia –más de 40 piezas– recopilación de crónicas y ensayos aparecidos, en su día, en prensa aquí y acullá, y reunidos en casi detectivesca indagación por el estudioso cubano Alberto Díaz-Díaz, transterrado residente en Edimburgo que asimismo culminó una tesis en la Complutense madrileña (Perfil íntegro de Gastón Baquero) sobre nuestro autor. Como encargado de esta edición subraya la sabia y generosa virtud baqueriana para pensar con fe o sentimiento siempre en la Poesía, y nos indica cómo Baquero superó las rejas del artículo periodístico para lograr incluir en su luminosidad el ensayo literario de venero hondo y palpitante. Pues lo primero que demuestra este libro, en su desplegado muestrario, es que la prosa de Gastón Baquero no es inferior a su poesía lírica.
     Escojamos un par de ejemplos relevantes. Diario de la Marina, periódico habanero. Año 1946. “Memorial por el poeta John Keats”. Se repasa ahí la existencia de creación, de contemplación y de reverencia a la Belleza por parte del romántico inglés enterrado en Roma, y se nos ofrece lo impalpable y sutil de su quehacer, en compañía y frente a sus compañeros Shelley y Byron. La divisa del Endymion (“A thing of beauty is a joy forever”) brilla como hechizo cautivador, y el excurso del comentarista aún rutila seis décadas después: “Que la vida se vive con idéntica intensidad y potencia, tanto por el que está llamado a combatir en medio de la arena, como por el que está llamado a contemplar las estrellas”. Mismo periódico y mismo año: “Emily Dickinson o de las maravillas pequeñas”. La aparición de una traducción al español de la señora rara y fantasmal de la casona de Amherst llevada a cabo por Ernestina de Champourcin y Juan José Domenchina nos conduce de bruces ante la misteriosa, mágica y exquisita Emily. La consecuencia explícita deviene lema plausible, válido para la obra del propio creador cubano: “Aun en el más humilde hondón de una aldea, o en la más apagada vida de un ser cualquiera, puede arder, y arde con frecuencia, la llama transfiguradora e inmortal de la Poesía”. Les invito a leer un par de poemas del mencionado Memorial de un testigo (“Primavera en el Metro” o “Discurso de la rosa en Villalba”) y podrán hallar las correspondencias pertinentes entre el verso y la prosa de tan sabio hacedor.
     Otoño de 1945; Baquero se refiere a su dilecto compatriota Julián del Casal. “Se sabe que el otoño ha llegado porque la luz comienza a hacerse más oscura (...) Se pronuncia despaciosamente la palabra O-to-ño, y el color gris, gris de humo, hace su aparición”. Allí donde el otoño echa sus lienzos de humo, sus meditaciones tristes y sus sentidos rebeldes queda anclado el modernista cubano. Durante otro adiós al estío –“reinar deleitoso de la luz”– en noviembre de 1951, llega a La Habana LuisCernuda. La nota de recibimiento de Baquero –siempre en el Diario de la Marina– describe al sevillano reflexivo, tocado por lo inglés, en su madurez; y nos acentúa su poesía trágica sin desmelenamiento, dolorida sin alarido, elegíaca: “En Luis Cernuda se reencuentra lo griego, se comprende que el punto final del romanticismo apuntaba más hacia el retorno a Grecia que el Renacimiento”. La inserción de lo griego gira y abre una aguda interpretación en su artículo de bienvenida. La poesía de Cernuda, en su desnudez limpia de aditamentos y estorbos, resplandece como un templo escueto, como una estatua griega. La concatenación de otoños se nos revela, como un íntimo trallazo confesional aunque sobrio, más adelante ya en Madrid, en el exilio de Gastón. Diario Arriba, 1965. El confeso otoñófilo de nacimiento, discípulo de Spengler y de Schumann, habla de su estación amiga, intuida, soñada: “El otoño es así, no defrauda, no miente, no simula. El otoño es”. La poesía, que ha de enriquecer y de perfeccionar la vida, se hace entonces explícita poética baqueriana; al ser el otoño una estación revés del perpetuo verano antillano, posibilita vivir en ella “sin precipitaciones, hablar reposadamente, contemplar sin prisas las maravillas del mundo”. Tal es su estética de compositor.
     Una fiesta de la literatura universal resulta ser este libro. En las páginas escritas antaño en La Habana podemos recrearnos con Lautréamont y Valéry, celebrar el Premio Nobel de T. S. Eliot o complacernos con excéntricos como Jorge Santayana y O. W. de Milosz. Instalado ya en Madrid, destaca un agudo ensayo sobre Borges, aparecido en el diario ABC, ¡en mayo de 1962! ¿Cúantos conocían aquí entonces al políglota, sabelotodo y memorión memorable (sic) calificado como “la primera figura intelectual de la América Española”? Se celebran con precisión las fabulaciones del argentino universal: “Gracias a Borges, América es más rica, más profunda, más inteligente...”. Un corolario de este libro es también constatar la indisolubilidad eterna del vínculo creado por la lengua española en sus dos vertientes: España y América. Gozosas de paladear ambas una lengua común que se ha imantado en maneras tan diversas: Bécquer, Martí, Valle-Inclán, Baroja, Ballagas, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Eliseo Diego. Relámpagos que recorren el devocionario de quien impelido por su
límpida obsesión sabe, y mucho, de la palabra vivificadora de la Poesía. En fin, esta Geografía literaria acoge una cultura universal unitaria (también a Novalis, Rilke, Huidobro, Ramón Gómez de la Serna y tantos más) que se hace simultánea en sus diversidades. “Un niño con una candelita encendida en medio de la noche es lo que siempre he sido” nos dejó dicho ese inmenso cubano de plural resonancia que es Gastón Baquero. Acompañémosle en este viaje por el mapa de sus predilecciones.



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Más de Gastón Baquero en Grafoscopio:
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ÁNGEL RODRÍGUEZ ABAD. (1961). 
Poeta y crítico literario español. 
Su último poemario se titula 
El centinela perpetuo 
(Madrid: Editorial Polibea, 2011). 
Es colaborador habitual de la revista cultural Turia 
y de la emisora de radio RNE.



GASTÓN BAQUERO: PALABRAS ESCRITAS EN LA ARENA POR UN INOCENTE (1941)

I
Yo no sé escribir y soy un inocente.
Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente.
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva.
Va y viene entre los hombres respirando y existiendo.
Voy y vengo entre los hombres y represento seriamente el papel que ellos quieren:
Ignorante, orador, astrónomo, jardinero.

E ignoran que en verdad soy solamente un niño.
Un fragmento de polvo llevado y traído hacia la tierra por el peso de su corazón.
El niño olvidado por su padre en el parque.
De quien ignoran que ríe con todo su corazón, pero jamás con los ojos.
Mis ojos piensan y hablan y andan por su cuenta.
Pero yo represento seriamente mi papel y digo:
Buenos días, doctor, el mundo está a sus órdenes, la medida exacta de la tierra
es hoy de seis pies y una pulgada, ¿no es ésta la medida exacta de su cuerpo?
Pero el doctor me dice:
Yo no me llamo Protágoras, pero me llamo Anselmo.
Y usted es un inocente, un idiota inofensivo y útil.
Un niño que ignora totalmente el arte de escribir.
Vuelva a dormirse.

II
Yo soy un inocente y he venido a la orilla del mar,
del sueño, al sueño, a la verdad, vacío, navegando el sueño.
Un inocente, apenas, inocente de ser inocente, despertando inocente.
Yo no sé escribir, no tengo nociones de lengua persa.
¿Y quién que no sepa el persa puede saber nada?
Sí, señor, flor, amor, puede acaso que sepa historia de la antigüedad.             
En la antigüedad está erguido Julio César con Cleopatra en los brazos.             
Y César está en los brazos de Alejandro.
Y Alejandro está en los brazos de Aristóteles.             
Y Aristóteles está en los brazos de Filipo.
Y Filipo está en los brazos de Ciro.             
Y Ciro está en los brazos de Darío.
Y Darío está en los brazos del Helesponto.
Y el Helesponto está en los brazos del Nilo.
Y el Nilo está en la cuna del inocente David.
Y David sonríe y canta en los brazos de las hijas del Rey.
Yo soy un inocente, ciego, de nube en nube, de sombra a sombra levantado.
Veo debajo del cabello a una mujer y debajo de la mujer a una rosa y debajo             
      de la rosa a un insecto.
Voy de alucinación en alucinación como llevado por los pies del tiempo.             
Asomado a un espejo está Absalom desnudo y me adelanto a estrecharle la mano.             
Estoy muerto en este balcón desde hace cinco minutos lleno de dardos.             
Estoy cercado de piedras colgado de un árbol oyendo a David.
Hijo mío Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom!             
Nunca comprendo nada y ahora comprendo menos que nunca.
Pero tengo la arena del mar, sueño, para escribir el sueño de los dedos.             
Y soy tan sólo el niño olvidado inocente durmiéndose en la arena.             

III
«Yo soy el más feliz de los infelices».
El que lleva puesto sombrero y nadie lo ve.             
El que pronuncia el nombre de Dios y la gente oye:
Vamos al campo a comer golosinas con las aves del campo.             
Y vamos al campo aves afuera a burlarnos del tiempo con la más bella bufonada.             
Pintando en la arena del campo orillas de un mar dentro del bosque.             
Incorporando las biografías de hombres submarinos renacidos en árboles.             
Atahlía interrumpe todo esfuerzo gritando hacia los cielos traición, traición!             
Nos encogemos de hombros y hablamos con los delfines sobre este grave asunto.             
Contestan que se limitan a ser navíos inesperados y tálamos de ruiseñores.             
Que lo dejen vivir en todo el mar y en todo el bosque.
Escalando los delfines los árboles y las anémonas.             
Comprendo y sigo garabateando en la arena.
Como un niño inocente que hace lo que le dictan desde el cielo.             

IV
Bajo la costa atlántica.
A todo lo largo de la costa atlántica escribo con el sueño índice:             
Yo no sé.

Llega el sueño del mar, el niño duerme garabateando en la arena,             
escucha, tú velarás, tu estarás, tú serás!
«Sí, es Agamenón, es tu rey quien te despierta,             
Reconoces la voz que golpea en tus oídos».
¿Por qué vas a despertarle rey de las medusas?             
¿Qué vigilas cuando todos duermen y no estás oyendo?
Las cúpulas despiertas. Las interminables escaleras de la memoria.             
Oye lo que canta la profunda medianoche:
Reflexiona y tírate en el río.             
De la mano del rey tírate en el río.
Nada como un amigo para ser destruido.             
Prepárate a morir. Invoca al mar. Mírame partir.
Yo soy tu amigo.             
No! Si yo soy tan sólo un niño inocente.
Uno a quien han disfrazado de persona impura.             
Uno que ha crecido de súbito a espaldas de su madre.
Pero nada comprendo ni sé, me muevo y hablo             
Porque los otros vienen a buscarme, sólo quisiera
Saber con certidumbre lo que pasó en Egipto             
Cuando surgió la Esfinge de la arena.
De esta arena en que escribo como un niño             
Epitafios, responsos, los nombres más prohibidos.
Escribiendo su nombre y borrándolo luego,             
Para que nadie lea, y los peces prosigan inocentes.
Y los niños corran por las playas sin conocer el nombre que me muere.             

V
«Qué soy después de todo sino un niño,
complacido con el sonido de mi propio nombre,             
repitiéndolo sin cesar,
apartándome de los otros para oírlo,
sin que me canse nunca?».             

Escribo en la arena la palabra horizonte
y unas mujeres altas vienen a reposar en ella.             
Dialogan sonrientes y se esfuman tranquilas.
Yo no puedo seguirlas, el sueño me detiene, ellas van por mis brazos             
buscando el camino tormentoso de mi corazón.
El horizonte guarda los amigos perdidos, las naves naufragadas,             
las puertas de ciudades que existieron cuando existió David.
            
Yo no comprendo nada, yo soy un inocente.
Pero los dejo irse temblando por el camino de los brazos,             
sangre adentro, centellas silenciosas,
ahora los escucho platicar por las venas,             
fieles, suntuosamente humildes, vencidos de antemano.
Hablan de las antiguas ciudades, hablan de mujeres esfumadas, gritan             
      y corren apresurados.

Esta mano de un rey me pertenece.
Esta Iglesia es mi casa. Son mis ojos             
quienes la hacen alta y luminosa. Aquel torso
que sirve de refugio a un bienamado pueblo de palomas             
Escapado ha de mí. Han escrito una letra de mi nombre
en las tibias espaldas de aquel árbol. ¿Quién es esta mujer?             
La oigo mis verdades. Ella conoce el preciado alimento.
Va inscribiendo mi nombre sobre sepulcros olvidados.             
Ella conoce la destreza de amor con que se yergue
Dentro de mí un cuerpo esplendoroso. Ella vive por mí.             
¿Cómo responde cuando soy llamado? ¿Cómo alcanza
a su terrible boca el alimento que deparado fuera a mis entrañas?             
Ahora comprendo que su cuerpo es el mío.
Yo no termino en mí, en mí comienzo.             
También ella soy yo, también se extiende,
Oh muerte, oh muerte, mujer, alma encontrada,             
¿Qué vigilas cuando todos duermen?
Oh muerte, feliz inicio, campo de batalla,             
donde las almas solas, puras almas, ya no se mueren nunca,
también se extiende hacia su extraña playa de deseos             
esta frente que en mí es destruida por ardientes deseos de otra frente.             

Bajo este murmullo de guerreros por dentro de las venas
pienso en los tristes rostros de los niños.             
Pienso en sus conversaciones infantiles y en que van a morirse.
Y pienso en la injusticia de que no sean niños eternamente.             

Y una voz me contesta:
Eres el más inocente de los inocentes.             
Apresúrate a morir. Apresúrate a existir. Mañana sabrás todo.
A su oído infantil, a su inercia, a su ensueño,             
bufón, rojo anciano, sabio dominante, le dirás la verdad
diciendo tus verdades, bufón, anciano dominante, sabio de Dios, alerta.             
Mañana sabrás todo. Mañana. Duerme, niño inocente, duerme hasta mañana.             
Le mostrarás el polvoriento camino de la muerte, anciano dominante,             
bufón de Dios, poeta.

To-morrow, and to-morrow, and to-morrow,             
creeps in this petty pace from day to day,
to the lasta syllable of recorded time;             
and all our yesterdays have lighted fools
the way to dusty death: Out, out, brief candle!             

Bufón de Dios, arrójate a las llamas, que el tiempo es el maestro de la muerte.             
Y tú no estás, ya nadie te recuerda el cuerpo ni la sombra.
Hoy eres el bufón, que se levanta y ríe, padre de sus ficciones, sabio dominado.             
Levántate sobre la última sílaba del tiempo que recordamos, levántate, terrible             
y seguro, imponiendo tu sombra a la luz de la vida.

Life's but a walking shadow, a poor player             
that struts and frets his hour upon the stage,
and then is heard no more; it is a tale             
told by an idiot, full of sound and fury,
signifying nothing.             

Mañana sabrás todo.
Vuelve a dormirte.

La vida no es sino una sombra errante,             
un pobre actor que se pavonea y malgasta su hora sobre la escena,             
y al que luego no se le escucha más, la vida es
un cuento narrado por un idiota, un cuento lleno de sonido y de furia,             
Significando nada.

Vuelve a dormirte.

VI
Estoy soñando en la arena las palabras que garabateo en la arena con el             
      sueño índice:
Amplísimo-amor-de-inencontrable-ninfa-caritativo-muslo-de-sirena.             
Éstas son las playas de Burma, con los minaretes de Burma, y las selvas             
      de Burma.
El marabú, la flor, el heliógrafo del corazón. Los dragones andando de puntillas
      porque duerme San Jorge.
Soñar y dormir en el sueño de muerte los sueños de la muerte.             
Danos tiempo para eso. Danos tiempo. Tú eres quien sueña solamente.             
«No. Yo no sueño la vida,
es la vida la que sueña a mí,
y si el sueño me olvida,             
he de olvidarme al cabo que viví».

VII
Andan caminando por las seis de la mañana.             
¿Querría usted hacer un poco de silencio?
La tierra se encuentra cansada de existir.             
Día tras día moliendo estérilmente con su eje.
Día tras día oyendo a los dioses burlarse de los hombres.             
Usted no sabe escucharla, ella rueda y gime.
Usted cree que escucha las campanas y es la tierra quien gime.             
Recoja sus manos de inocente sobre la playa.
No escriba. No exista. No piense.             
Ame usted si lo desea, ¿a quién le importa nada?
No es a usted a quien aman, compréndalo, renuncie gentilmente.             
Piense en las estrellas e invéntese algunas constelaciones.
Hable de todo cuanto quiera pero no diga su nombre verdadero.             
No se palpe usted el fantasma que lleva debajo de la piel.
No responda ante el nombre de un sepulcro. Niéguese a morir. Desista.             
      Reconcilie.
No hable de la muerte, no hable del cuerpo, no hable de la belleza.             
Para que los barcos anden,
«Para que las piedras puedan moverse y hablar los árboles».             
Para corroborar la costumbre un poco antigua de morirse,
remonten suavemente las amazonas el blanco río de sus cabellos.             

VIII
«Yo soy el mentiroso que siempre dice su verdad».
Quien no puede desmentirse ni ser otra cosa que inocente.             
Yo soy un niño que recibe por sus ojos la verdad de su inocencia.             
Un navegante ciego en busca de su morada, que tropieza en las rocas vivientes             
      del cuerpo
humano, que va y viene hacia la tierra bajo el peso agobiante de su pequeño
      corazón,
quien padece su cuerpo como una herejía, y sabe que lo ignora.             
Quien suplica un poco más de tiempo para olvidarse.
La mano de su Padre recogiéndolo piadosa en medio del parque.             
Sonriendo, sollozando, mintiendo, proclamando su nombre sordamente.             
Bufón de Dios, vestido de pecado, sonriendo, gritando bajo la piel, por su             
      fantasma venidero.
Amor hacia las más bellas torres de la tierra.
Amor hacia los cuerpos que son como resplandecientes afirmaciones.             
Amor, ciegamente, amor, y la muerte velando y sonriendo en el balcón             
      de los cuerpos más hermosos.
Las manos afirmando y el corazón negando.             

Vuelve, vuelve a soñar, inventa las precisas realidades.
Aduéñate del corazón que te desdeña bajo los cielos de Burma.             
Sueña donde desees lo que desees. No aceptes. No renuncies. Reconcilia.             
Navega majestuoso el corazón que te desdeña.
Sueña e inventa tus dulces imprecisas realidades, escribe su nombre en las
arenas, entrégalo al mar, viaja con él, silente navío desterrado.             
Inventa tus precisas realidades y borra su nombre en las arenas.
Mintiendo por mis ojos la dura verdad de mi inocencia.             

IX
Estamos en Ceylán a la sombra crujiente de los arrozales.             
Hablamos invisiblemente la Emperatriz Faustina,
Juliano el Apóstata y yo.             
Niño, dijeron, qué haces tan temprano en Ceylán,
Qué haces en Ceylán si no has muerto todavía.             
Y aquí estamos para discutir las palabras del Patriarca Cirilo,
Y hablaremos hebreo, y tú no sabes hebreo?             

El emperador Constantino sorbe ensimismado sus refrescos de fresa.             
Y oye los vagidos victoriosos del niño occidente.
Desde Alejandría le llegan sueños y entrañas de aves tenebrosas como la herejía.             
Pasan Paulino de Tiro y Petrófilo de Shitópolis.
Pasan Narciso de Neronias, Teodoto de Laodicea, el Patriarca Atanasio.             
Y el Emperador Constantino acaricia los hombros de un faisán.
Escucha embelesado la ascensión de Occidente.             
Y monta un caballo blanquísimo buscando a Arlés.
El primero de Agosto del año trescientos catorce de Cristo.             
Sale el Emperador Constantino en busca de Arlés.
Lleva las bendiciones imperiales debajo de su toga,             
y el incienso y el agua en el filo de su espada.
Faustina me prestaba su copa de papel             
y yo bebía del vino que toman los muertos a la hora de dormir.
Pero no conseguían embriagarme             
y de cada palabra que decían sacaba una enseñanza.
El pez vencerá al Arquitecto,             
los hijos son consubstanciales con el padre.
Si descubren un nuevo planeta, habrá conflagraciones, y renunciará a existir el Sínodonde Antioquía.

Y de todo salía una enseñanza.

Estamos en Ceylán a la sombra de los crujientes arrozales.             
Mujeres doradas danzan al compás de sus amatistas.
Niños grabados en la flor de amapola danzan briznas de opio.             
Y en todo el paraninfo de Ceylán las figuras del sueño testifican:             
¿Quién es ese niño que nos escribe en palabra en la arena?
¿Qué sabe él quién lo desata y lanza?             

Me prestaba su copa de papel.
El patriarca hablaba desde su estatua de mármol, con su barba natural y             
      voz de adolescente:
Preparáos a morir. La hora está aquí. Vengan.
Continuaba bebiendo el vino de los muertos y fingía dormir.             
El patriarca me ponía su manto para cuidarme del sueño.
Y oía su diálogo por debajo del vuelo, la voz enjoyada de Faustina, la voz             
      de la estatua,
el vino de Ceylán, la canción de los pequeños sacrificados en la misa de Ceylán.             

¿Quién es ese niño que nos escribe en palabras en la arena?
¿Qué sabe él quien lo desata y lanza?             

Una voz contesta desde su garganta de mármol:
Dejadlo dormir, es inocente de todo cuanto hace,             
Y sufre su sangre como el martirio de una herejía.
Dormir en la voz helena de Cirilo.             
Con las soterradas manos de Faustina.
Dialogando interminablemente Juliano el Apóstata.             

X
Echemos algunas gotas de horror sobre la dulzura del mundo.             
Mira tu corazón frente a frente, piensa en la terrible belleza y renuncia.             
Los ancianos ya tiemblan al soplo de la muerte.
Los ancianos que fueron también la belleza terrible,             
Los que turbaron un día las débiles manos de un niño en la arena.             
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Piensa en su belleza y piensa en su fealdad.             
Aún los seres más bellos conducen un fantasma.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.             
Escapa, débil niño, a la verdad de tu inocencia.
Y a todos los que se imaginan que no son inocentes             
Y adelantándose al proscenio dicen:
Yo sé.

Dejemos vivo para siempre a ese inocente niño.             
Porque garabatea insensatamente palabras en la arena.
Y no sabe si sabe o si no sabe.             
Y asiste al espectáculo de la belleza como al vivo cuerpo de Dios.             
Y dice las palabras que lee sobre los cielos, las palabras que se le ocurren,
a sabiendas de que en Dios tienen sentido.             
Y porque asiste al espectáculo de su vida afligidamente.
Porque está en las manos de Dios y no conoce sino el pecado.             
Y porque sabe que Dios vendrá a recogerle un día detrás del laberinto.             
Buscando al más pequeño de sus hijos perdido olvidado en el parque.             
Y porque sabe que Dios es también el horror y el vacío del mundo.             
Y la plenitud cristalina del mundo.
Y porque Dios está erguido en el cuerpo luminoso de la verdad como en el cuerpo sombrío      de la mentira.
Dejadlo vivo
para siempre.

Y el niño de la arena contesta: ¡Gracias!             
Y una voz le responde:

Sea Pablo,
sea Cefas,
sea el mundo,             
sea la vida,
sea la muerte,
sea lo presente,
sea lo por venir,             
todo es vuestro:
y vosotros de Cristo,
y Cristo de Dios.
            
Vuelve a dormirte.


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GASTÓN BAQUERO.
 (Banes, Cuba 1914-Madrid, España, 1997). 
Poeta, ensayista y periodista cubano de resonancia universal.
Obra publicada:
Poemas (La Habana, 1942); Saúl sobre su espada (La Habana, 1942); Ensayos (La Habana, 1948); Poemas escritos en España (Madrid, 1960); Escritores hispanoamericanos de hoy' (Madrid, 1961); Memorial de un testigo (Madrid, 1966); La evolución del marxismo en Hispanoamérica (Madrid, 1966); Cartas a Gerardo Diego, 1968; DaríoCernuda y otros temas poéticos (Madrid, 1969); Magias e invenciones (Madrid, 1984), poesías completas hasta la fecha, a cargo del poeta boliviano Pedro Shimose; De San Salvador a Ayacucho, 1974, ensayos; Carta a Simone Lerch, 1990, ensayos; Poemas invisibles (Madrid, 1991); Indios, blancos y negros en el caldero de América (Madrid, 1991); Acercamiento a Dulce María Loynaz (Madrid, 1993); La fuente inagotable (Valencia, 1995); Poesía (Salamanca, 1995); Ensayo (Salamanca, 1995); Poesía completa (Editorial Verbum, 1998), recogida por el poeta y editor cubano Pío Serrano; The Angel of Rain. Poems by Gastón Baquero (Eastern Washington University Press, 2006), translated by Greg Simon and Steven F. White; Geografía literaria. 1945-1996: crónicas y ensayos (Madrid, 2007), edición del escritor y periodista cubano-británico Alberto Díaz-Díaz; Fabulaciones en prosa, 2014.

5.08.2014

ROGER SANTIVÁÑEZ: MAR-NAN-OTHA

Del libro inédito Bordado

1

Sol dorado sobre el frío invierno
Tibieza de la persiana cerrada
Perfume recóndito aumenta sola

Mi soledad suaviza simétrica
La cándida ciencia de tu gracia
Nimbo oculto se ilumina rosa

Cordial memoria de un candor
Que en el insomnio fue fulgor &
Sortija con tu pubis un obsequio

Espumante frecuencia de la playa
Adonde fuimos para verte en tu bikini
Evasión fílmica renace o iris

2

Celeste cielo solitario del mar
Crestas azules advienen al poema
Afinan mi angustia antigua

Prístino subir de las olas vagas
Sobre la playa feliz del pasado
Sosiego cifrado en arena infinita

Gaviotas previas al morir a solas
Pasan de súbito de cúbito se
Tiende la mañana estreno del sol

En la fresca liquidez desliza
Dora la marea alzada al
Vacío del próximo mediodía

Nace Amor en la forma de mujer
& se cubre con el myrtho del deseo
Calatita & húmeda aire flotante

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Más de Roger Santiváñez en Grafoscopio

5.04.2014

TRIÁNGULOS MÁGICOS (CLIP)

A veinte años de Triángulos mágicos.



Armé la primera mitad de Triángulos mágicos en la Isla, poco antes de hacer mis maletas para irme de allí definitivamente, y la terminé en la ciudad de Quito, adonde iba a pasar la siguiente década. Acababa de cerrar la segunda parte de Brujas, un libro llamado Confesiones nocturnas (Planeta Mexicana, 1992) que no conoce mucha gente, y había decidido que lo mío era la novela.
Escribir Triángulos… no solo fue divertido, sino que además funcionó para mí como un exorcismo: Conocí de muy cerca personajes de carne y hueso parecidos a Margo, sus amantes y sus amigas, y en medio de la debacle nacional que se nos echó encima a principio de los noventa, comencé a entrever que algo cambiaba una vez más en Cuba —como de costumbre, “para peor”— y que lo que dentro de mi generación se vivió como una de las pocas alegrías clandestinas que tuvimos —esa forma alegre y desinhibida de asumir el sexo, al más puro estilo de “haz el amor y no la guerra”— se desintegraba para dar paso a los tristísimos aires de la prostitución, que hizo presa en tantos jóvenes cubanos.
Cuando Planeta publicó la novela hubo numerosos lectores —en especial, lectoras—que me escribieron, entusiasmados, identificándose con los protagonistas, lo cual fue un consuelo, porque mi nuevo país, Ecuador, no era lo que se dice un lugar muy adecuado para revivir las andanzas de Margo y sus dos chicos... Aquella primera edición fue la postrera, y hasta el día de hoy recibo notitas de gente que me pregunta dónde encontrar el libro, o me piden una segunda parte.
Margo —que me recuerda tanto a mí misma en cierta época— sigue siendo uno de mis personajes favoritos.




C.E.D.: TRIÁNGULOS MÁGICOS




A
utor de dos excelentes colecciones de cuentos para adultos, Antonio Orlando Rodríguez se mantiene fiel, no obstante, a la narrativa para niños y jóvenes, campo en el que se dio a conocer en 1975 y gracias al cual goza de un sólido prestigio en Latinoamérica. Su selección recayó precisamente en una obra de ese género, aunque, como él mismo comenta, se trata de un texto poco ortodoxo y atrevido, que muchos, lamentablemente, no se atreverán a recomendar a los lectores a quienes está dirigido.
Una estupenda novela juvenil
Cuando me hablaron de escribir unas líneas sobre una obra de la literatura cubana, estuve tentado de escoger Cuentos fríos, de Virgilio Piñera, o Poemas sin nombre, de Dulce María Loynaz, por mencionar apenas un par de mis preferidas. Sin embargo, súbita e inesperadamente, me decidí por una novela que, publicada en México, en 1994, se ha convertido en uno de mis libros favoritos: Triángulos mágicos, de Chely Lima
Quiero empezar contando cómo tuve mi primer contacto con esta obra.
En 1993 viajé a Quito, invitado a participar en un seminario internacional sobre literatura infantil y juvenil; allí encontré, como parte de los organizadores del evento, a Alberto Serret y Chely Lima. Alguien tuvo la poco académica —pero muy refrescante— idea de que en la sesión de clausura, después de la exposición de varias ponencias, un grupo de autores leyera al auditorio algunos de sus textos de ficción. Y me vi sentado en una larga mesa, de frente al público, junto a varios escritores entre los que se encontraba Chely. Cuando le correspondió su turno de lectura, ella anunció que iba a dar a conocer el primer capítulo de una «novela para jóvenes» cuyo título no mencionó. Y de inmediato, con cara de «yo no fui» y una vocecita que hacía creer que su dueña era incapaz de matar no ya a una mosca, sino ni siquiera a una guasasa, comenzó a leer las páginas iniciales de Triángulos mágicos. Precisamente aquellas en las que la heroína, una jovencita de la Cuba de fines de los años 1980, narra los motivos que la impulsaron a alejarse de su hogar y a desflorarse a sí misma utilizando un simbólico mortero de triturar ajos.
No tengo que describir las caras del respetable público, presidido por una ex alcaldesa. Se fueron demudando de manera progresiva, hasta terminar exhibiendo una serie de sonrisas dibujadas a la fuerza sobre máscaras de algo bastante parecido al horror. Para mis adentros, yo estaba muerto de la risa.
Y, sin embargo, cuando pude leer Triángulos mágicos ya publicada por la editorial Planeta en México —con una de las ilustraciones de cubierta más espeluznantemente feas que hayan sido impresas jamás—, comprendí que la lectura por parte de Chely de un capítulo de esa obra en un seminario de literatura infantil y juvenil, no había sido del todo un capricho o un acto de deliberada transgresión. En efecto, Triángulos mágicos, novela de iniciación, con personajes y situaciones inspiradas en el clásico de aventuras Los tres mosqueteros, no deja de ser, de cierto modo, una estupenda novela juvenil. Por su sentido del humor, por su irreverencia, por su voluntad de burlarse de los estereotipos sexuales, por su capacidad de hacernos devorar los renglones de una página para poder darle la vuelta y enterarnos de lo que pasará en su revés, por su atrevido happy end. Lamentablemente, muy pocos padres y educadores se atreverán a recomendar a los adolescentes y jóvenes a su cargo esta historia, que habla de una joven terca y andrógina (Margarita-Margo) que se enamora de un gay (Pablo) y termina viviendo un apasionado romance con éste y con su apuesto amante (Arturo). Para complicar las cosas, ese «triángulo mágico» tiene un cuarto vértice: el bebé que uno de los chicos procreó en su única experiencia sexual con una mujer (producto de una borrachera), y de cuya crianza la singular trinidad se hace cargo.
Triángulos mágicos me recuerda The Catcher in the Rye, porque ambas novelas se pueden leer a cualquier edad, pero nunca se disfrutarán tanto como cuando se tienen 16 o 17 años. A cada rato tomo el libro (al que he puesto un forro, para no tener que volver a ver su horrible carátula) y lo abro al azar, para releer algún pasaje, con la certeza de que seré recompensado con una sonrisa o, en el mejor de los casos, una sonora carcajada, pues algunos pasajes y diálogos son francamente cómicos («Más de tres podría ser un desastre, aunque, quién sabe... Menos, sería insuficiente»).
Se trata de una obra tierna y, al mismo tiempo, sarcástica, con ideas interesantes sobre la condición femenina y los «límites» de las identidades sexuales, con personajes que poseen el don de la perdurabilidad. Escrita con un estilo transparente y casi involuntariamente perfecto. Pero, sobre todo, ¡es un libro muy divertido! Pido disculpas a los numerosos autores y críticos para quienes la capacidad de divertir carece de importancia cuando se habla de literatura (pero, al fin y al cabo, quien está escribiendo esta nota soy yo).
En fin, me gustaría que muchas personas leyeran Triángulos mágicos, y mientras más jóvenes mejor. Otros han explicado más sesudamente la significación de esta novela y sus valores de diversa índole. Yo apenas he querido recomendarla.

CHELY LIMA: TRIÁNGULOS MÁGICOS (FRAGMENTO)

«Pueden creerme si les digo que dos cosas cambiaron mi camino: la gimnasia artística y un novio que yo tenía.
          Fui la menor de mis hermanos, lo que constituía una pesada carga, y la única hembra entre los hijos, carga más pesada aún.  Mi madre es de personalidad dominante; pasó veinte años tratando de meterme en la cabeza sus propias ideas, a fuerza de discursos, proverbios y amenazas.  Habría resultado un político brillante en cualquier época y cualquier circunstancia, porque acuñaba slogans con una facilidad asombrosa.  La tercera parte de sus slogans aludían a la virginidad imprescindible para llevar al matrimonio.  En cuanto a mi padre, jamás me hizo caso porque vivía sumergido hasta las cejas en su trabajo.  Y mis dos hermanos se casaron cuando yo tenía como nueve años, formaron familia aparte, y yo les importaba un comino. 
          Siempre he sido angelical, como que soy angelical por naturaleza.  Pocas veces discuto, me limito a adaptarme.  Nadie, ni yo misma, podría haber supuesto que dentro de mí había algo así como una bomba atómica lista a estallar.
          Por la época en que me estaba preparando para entrar a la universidad y, de una vez por todas, ubíquense: estoy hablando de los años ochenta del siglo veinte, asistía cuatro veces por semana a unas clases de gimnasia artística.  Es decir, que cada martes, cada miércoles, cada jueves y cada viernes, mi sentido del ridículo sufría unos embates violentos. 
La gimnasia artística no me gustaba para nada, no tenía ni la sombra de una vocación que me permitiera deslizarme como una garza grácil, imitando a mis esforzadas compañeras.  Nuestra instructora sufría, y sufría yo también.  Las otras desgraciadas se divertían de lo lindo.  Pero mi madre estaba encantada: a ella sí que le gustaba la gimnasia artística.  Y le gustaba mi novio.  No porque estuviera bueno, que lo estaba, sino porque en unos meses iba a terminar la carrera de médico.
          Para mi mamá, que ha sido hija, nieta, sobrina y hermana de afamados siquiatras, gineco-obstetras, otorrinolaringólogos, pediatras, neurólogos y microbiólogos, la posibilidad de propiciar la entrada al clan familiar de un nuevo y prometedor pichón de facultativo, era todo un honor.  Por otra parte estaba el hecho de que ella misma había cazado a un simple dentista, de modo que, por así decirlo, no había saldado su deuda con la tradición.
          Mi novio también pensaba que yo debía llegar virgen al matrimonio.  No me lo decía con esas palabras, claro, pero en esencia el contenido de lo que sí me decía era idéntico al de los más esforzados slogans de mi madre.
          Sigo preguntándome si alguna vez estuve enamorada de él, o si todo fue un espejismo.  Es verdad que tenía unas nalgas bien criollas, es decir, poderosas, y que me agradaba mirarle al pecho cuando se le entreabría la camisa, y que se le formaba junto a la ingle un bulto promisorio.  Pero lo raro es que, cuando me masturbaba, no lo hacía pensando en él sino en un flaco, feo como él solo, del que me había enamorado secretamente en unas vacaciones lejanas.
          Pues mi karma quiso que cierto día se me ocurriera visitar a mi novio a deshora.  El asunto de la gimnasia artística estaba empezando a desquiciarme y le quería consultar qué hacía: si la dejaba o no la dejaba.  Y lo encontré en pleno ataque de pasión.  Lo que significa que mi novio había perdido la cabeza hasta tal punto que dejó mal cerrada la puerta de la casa de sus padres, de par en par la de su dormitorio, y estaba enganchado como un perro con otra futura doctora en medicina.  Me supongo que ella sí que no sería virgen.  La pasión era tan violenta, que ninguno de los dos se logró enterar de que yo había estado allí, con los ojos desorbitados, calibrando aquel desbarajuste.
          En el camino de regreso a mi casa, la bomba atómica hizo bum en mi interior.  Decidí suicidarme.
          En casa no había un alma.
          Con una frialdad que después se me ha figurado patológica, abrí los armarios y fui sacando uno por uno mis vestidos caros, mis falditas con volantes, mis blusas bordadas, las fajas, los sostenes, los ligeros géneros del resto de mi ropa interior, los zapatos de lazo y tacón.  Agregué el contenido de mi joyero de fantasía y las fotos de los quince años, cuando me maquillaron por primera vez y me vistieron de largo.  Vacié sobre aquel montón la gaveta donde guardaba mis cosméticos.  Traje alcohol, empapé todo y prendí un fósforo.
          Suicidio es suicidio.  Así que me saqué las prendas de ropa que llevaba puestas y también las coloqué en la pira. Coloqué además los mechones rizos color de miel” según mi madre que me daban por entonces a la cintura, y que fui cortando con una mohosa navaja de mi padre.  Luego me encerré en el baño.  Apoyé el pie derecho en el borde de la bañera y con mano firme introduje en mi cuerpo el cabo de la mano de mortero con que trituraban ajos en casa.  El dolor me atravesó hasta la médula, y el cabo salió ensangrentado.  Pero ya no era virgen.
          Tuve que ir a desplomarme en la cama. 
Cuando se me pasó el mareo, redacté una nota destinada a mi madre que decía más o menos así: «Si te gusta la gimnasia artística, te vas a practicarla. Y si te gusta mi novio, te puedes casar con él».   En el momento de firmar, dudé.  Hasta ahí mi nombre de pila había sido Margarita.  ¡Margarita!, ¿se imaginan?  Pero ya esa pobre flor estaba muerta.  Acabé decidiendo que los recién nacidos tenemos tiempo de sobra para escoger nombres, y dejé la nota sin firma sobre la mesa de noche, y una mancha de sangre en la sobrecama.
          Me envolví en un impermeable, me adueñé de unas zapatillas deportivas desahuciadas con las que mi madre hacía la limpieza, y agarré mi mochila.  Puse dentro mi alcancía para la boda, los dos tomos de Los tres mosqueteros, y una media botella de ron que mi padre escondía detrás de una torre de periódicos viejos.  Era un equipaje digno de un náufrago.
          Cuando dejé el que había sido hasta entonces mi hogar, largué un suspiro de alivio, como si me hubiera sacado de los hombros el doble de carga que Atlas.

          Deambulé por la ciudad durante horas, y acabé recalando en el cinturón de rocas que circunda el muro del malecón, para descansar un poco, matarme el hambre con unos cuantos ronazos y meditar acerca de mi futuro.  Claro que existía el peligro de que me emborrachara y acabara ahogándome miserablemente en las contaminadas aguas de la bahía, pero a un recién nacido no se le puede pedir que tenga ciertas cautelas».

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