5.23.2018

MADELINE CAMARA: MEMORIA DE MÁRQUES RAVELO

Bernardo Marqués Ravelo
Hablar, recordar, escribir me resultan últimamente tareas de Sísifo. Pero desde anoche una noticia me ha sacudido y me ha obligado a abrir la ventana del pasado, a hacer ciertas llamadas telefónicas, a enviar correos electrónicos y finalmente tomar una pluma, una hoja en blanco, y escribir este obituario para Bernardo Marqués Ravelo, mi “socio” de los años de El caimán barbudo, como diría él;  mi amigo, como yo diría, aún en el exilio, donde todo lo que es sólido se desvanece en el aire, parafraseando al poeta filósofo Carlos Marx.

         No le disgustaría esta referencia a  Bernardo porque, aunque enemigo acérrimo del Comunismo, era hombre de vastísima cultura, que no tenía la pedantería de exhibirla. Hombre tolerante y por eso de exquisito humor. Siempre fue un placer hablar con él porque se podía hilvanar un tema con otro, un tiempo con otro; era todo un señor barroco en su expresión criollísima, y hasta en sus gestos que demandaban estar atentos, tomar compromisos con la vida, entre sus  los suyos estaba  la exigencia de democracia y cultura libre para su país. Ha muerto en Miami sin haber visto ese momento.
         ¿Que por eso se fue de Cuba? La historia de un exilio tiene dos caras y una de ella no es sólo la partida. Antes hubo el abandono cuando sentimos que la patria nos rechaza, que no hay tal lugar en el suelo que pisamos. Entonces es igual el destino que se escoge. Las circunstancias vitales nos empujan en una u otra dirección, pero ya hemos entrado a la Intemperie. Y ahí nos quedamos solos… María Zambrano vino a mi rescate cuando comencé mi propia ruta de exiliada. Busco ahora el primer libro suyo que leí, que no casualmente me llegó de las manos de otra exiliada. Encuentro ese  texto iniciático: “Carta sobre el exilio” y destaco unas palabras que parecen haberse escrito para enmarcar la vida de hombres como Bernardo. Dice Zambrano que a la pregunta de por qué se es un exiliado la respuesta es simplemente: “porque me dejaron la vida o con mayor precisión porque me dejaron en la vida… Ese sentir es el más alejado de lo heroico.” Recomienda la filósofa no regodearse en la condición de héroe “porque entonces el exiliado hubiera tenido que inventar, consciente y deliberadamente, nuevas hazañas. No han dejado algunos de realizarlas, pero anónimamente y siguen sin identificarse con ello, sin vivir de ello…”
         Bernardo nunca quiso ser heroico, era demasiado lúcido para ello, pero ya que éste es el momento del recuento no quiero que se olvide su labor crítica en las páginas de El caimán barbudo,  aprovechando cualquier oportunidad para señalar la estulticia, ridiculizar a los autócratas y celebrar a los atrevidos. Más reconocida, por el alto costo que le hicieron pagar, fue su participación en el “Grupo de los Diez” como se conoce a  aquel puñado de escritores--algunos de los cuales cuento entre mis amigos, vivos y otros fallecidos--que creyeron que la fuerza de sus firmas bastaba para oponerse al aparato totalitario del Estado; gesto más que gesta inverosímil porque apostaba por la protesta pacífica de la Voz y que terminó en la Cárcel o en la Salida.
         Desde 1994, Bernardo se instaló en Miami donde resumió con modestia y perseverancia, como las circunstancias se lo permitieron, su labor de escritor, de mentor cultural, y de creador en el alto sentido de la palabra. Algunas veces leí sus artículos. Nos encontramos en un par de tertulias, asistió a la presentación de mi libro, me visitó con su esposa Rosa cuando residí temporalmente en esta ciudad. La última vez nos reunimos sin saber que la despedíamos en una lectura de poemas de Elena Tamargo. Ya ambos estaban enfermos; ella aun bellísima, Bernardo, más golpeado por la salud pero íntegro, seguía allí, apoyando la cultura en Miami: escribiendo, opinando.

Fue  ahora que supe que publicó un poemario He aquí el cuerpo, con la editorial Iduna, que adaptó un monólogo para el teatro tomado de la novela Mariel de José Prats Sariol, que dejó inédita una novela: Los naufragios. Pero no los conozco. Hablo entonces de lo que leí con admiración allá en nuestra Habana.  Su novela  Balada de barrio (Letras Cubanas, 1984) hubiera merecido más reconocimiento crítico del que tuvo, lo dije entonces cuando tuve el gusto de reseñarla. Entre tanta narrativa que experimentó en los 80’ con el erotismo, el lenguaje popular y la representación de la vida cotidiana, aquella novela de Marqués lo hacía con una fuerza dramática tremenda y casi con perfección formal. Había que leer con cuidado para apreciar al Bernardo “jodedor” que era el autor y separarlo del Bernardo estilista que
fungía como narrador. Ver entonces cómo jugaba con las palabras y hacía estallar las normas de la gramática. Porque todo aquello era puro artificio. En el manejo del idioma era un perfeccionista, ¿sería Virgo?A Marqués era muy difícil moverle una coma. Grandes batallas precedían el más mínimo cambio de sus textos.  Me consta. Cuando lo conocí yo era la correctora de estilo de El caimán barbudo. Fui a parar a su redacción luego de perder mi plaza de profesora en la Escuela de Letras por “diversionismo ideológico”, un sintagma propio de un anatema. Por supuesto, salida del aula de Beatriz Maggi considera aquello como un castigo. Pero la redacción de El caimán me hizo mucho bien, hoy lo veo así. Amplió los moldes literarios decimonónicos en que me había forjado en la Escuela de Letras y me obligó a entrar en contacto con la literatura cubana; me obligó también a tomar la lanchita de Regla cada día y romper el aislamiento en que me había quedado en aquellos años, recién graduada y ya “problemática”. Tenía una pequeña oficina donde ponía todo lo alto que me permitían discos de música de órgano de Mendelssohn. Escucharlos era mi venganza contra todo lo que entonces consideraba “la vulgaridad” de los redactores de El caimán barbudo: los gritos de Peyi (recientemente fallecido y muy querido en mi memoria), los pequeños escándalos la oficina de Paquita de Armas, las citas de amor clandestinas que se fraguaban en el estudio fotográfico de Estupiñan, las frecuentes visitas de Fernando Velázquez para quien Marqués Ravelo fue un verdadero mentor literario; las idas y venidas de Zenaida brindando té caliente que algunos, como a Bernardo, les gustaba “bautizar”.
De izquierda a derecha, Bernardo Marqués Ravelo,
Gabriela Arredondo, Madeline Cámara, Rita Martin,
Enrique Patterson y Cámara.
         Aquellos años--los de la Perestroika--sacudieron la cola del Caimán, pero sólo la cola porque la cabeza, es decir sus mediocres directores, fueron siempre asignados “de a dedo” desde las cavernas del Partido. Pero así todo vivíamos con emoción en nuestras oficinas la explosión de las artes gráficas, alguna nueva protesta en la música de los trovadores, alguna alusión subversiva que la censura dejaba pasar en un libro, todo lo cual significaba que durante los años 80 éramos aún una generación artística y literaria viva. Después, mientras Europa derrumbaba sus muros a nosotros se nos demostró que no había “Tercera Opción” dentro de la Isla, y algunos “nos fuimos” y hasta hemos empezado a morir en la distancia.
         He recordado, hablado, escrito. Hago mi parte, “pago prenda”, porque hemos sido testigos, porque fuimos amigos. He llamado a Rosa para darle el pésame. El diálogo es difícil. Weeki Wachee no está al doblar de la esquina y no puedo ir a darle un abrazo. Le digo que encontré, después de buscarla bien, una foto que le tomé a Bernardo en aquella visita a mi casa que hicieron juntos en el año 1996. En la imagen, Bernardo mira la cámara con la intensidad de sus ojos oscuros posados encima de un tupido mostacho, porque entonces tenía ese aire a lo Emiliano Zapata. Bernardo no sonreía mucho porque sólo lo hacía desde la inteligencia y el agudo humor. En esa foto estaba serio, era todo mirada. Así que nos miramos a través de los años y le agradecí entonces por aquellas enseñanzas suyas sobre la amistad, la escritura y la honestidad intelectual durante mi paso por El caimán barbudo.
         Antes de cerrar mi nota reviso internet y encuentro que otras publicaciones se hacen eco de la nota que leí en El nuevo herald. Ojeo Diario de Cuba y luego sigo leyendo los comentarios al pie del obituario, se acumulan palabras de lectores anónimos, quizás amigos, y todos coinciden en despedir a Bernardo como un hombre bueno y como un escritor comprometido con su tiempo. Me sumo entonces a esas voces y dejo aquí  mi memoria para compartir y para honrar.
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MADELINE CAMARA. Teórica, crítica literaria y periodista. Se desempeña como profesora de literatura latinoamericana en la Universidad del Sur de la Florida. Con un doctorado del SUNY en Stony Brook, Madeline Cámara ha recibido las importantes becas Rockefeller y Fullbright. Entre sus libros publicados: Cuban Women Writers: Imagining a Matria, La memoria hechizada, La letra rebelde, Cuba: the Elusive Nation. Vocación de Casandra y Cuentos cubanos contemporáneos.