Cortesía de Espacio Laical 3/2013
Si
se trazara un arco imaginario desde el primer cuaderno de poemas de Rita
Martín, Estación en el mar
(1992) al presente volumen, que según la autora reúne “varios libros breves,
cerrados en sí mismos y, por ello, independientes, autónomos”, podrían anotarse
diferencias sustanciales, rupturas que remiten a la voz, a temas y estilos, así
como a la economía de medios expresivos en la escritura del poema. Aquel cuaderno
respondía a la visión de una joven habanera que, sin haber traspasado los
límites de su entorno geográfico, nos hablaba de “tiernos lirios” y de un
“nupcial instante de mi cuerpo, / unido a la dulzura” (“Tiempo sobre el mar”), pasaba por ciertas experiencias que le hacían afirmar que “hace tiempo no se ven primaveras” (“Alas viste corazón”), además de
declarar en esa misma composición, no sin humildad: “Yo nunca poseí, yo nunca
supe / y el pensamiento es aire, y estas mis palabras/ sólo pueden ser imagen,
fantasía, papel que se repleta”.
El presente volumen, que integra su poesía a partir de 1992 y ha visto la luz
veinte años
después, presenta a una poeta en su madurez.
Sin
el propósito de llevar a cabo todo un análisis del proceso evolutivo de la
producción poética de esta autora, deseamos señalar aquellos aspectos
diferenciadores que ahora se nos presentan. Porque han quedado muy atrás
entusiasmos como este: “Amor, dentro de breves días / será la primavera”
(“Estación en el mar”), para ser suplantados por versos que responden a una mirada
mucho más profunda que por momentos manifiesta cierta inclinación hacia la
observación reflexiva y en otras ocasiones se vuelve hacia el interior con el
fin de expresar estados de ánimo marcados por la soledad --“Solo es nuestra /
la pura soledad” (“Conversación con Dulce María Loynaz”)- la angustia de
diluirse en el anonimato –“he padecido la certidumbre / de no tener un nombre”
(“Sin nombre”)-, el desencanto –“Eso es la vida:
/ un recuerdo y un olvido: una imagen / ausente de pasados y una esperanza al
lanzar la piedra / sobre la que caes, a ella atada / desde la niñez, ya para siempre”
(“Los fragmentos quedaron desprendidos”)-, la certeza de poseer una carga de
experiencias y de anhelos considerable –“He venido de lejos y he soñado / (...)
extraño lugar del que regreso” (“He venido de lejos y he soñado”)-, la
sensación de inutilidad y de derrota –“Como la quinta rueda eres / (...) No
gimas: aún tienes las
piernas / seguras y tus manos recuerdan el lenguaje / que los ojos aprendieron.
Todo perdido: / Nada falta en la vida que quisiste” (“Rueda Nro. 5). Todos
estos ejemplos—pertenecientes a un período cubano-- y otros más que harían
interminable esta relación, en gran medida explican la exhortación que hallamos
en el poema inicial del volumen: “Señor, Señor, estoy tan sola / que miro tu
bondad en mi agonía. / (...) Señor, Señor, estoy tan sola / que pido a tu amor
la nueva vida” (“Las horas”).
La
lectura de esos poemas y los otros que escribe en Estados Unidos parece indicar
que la autora avanza al tacto, rozando los bordes, deslizando insinuaciones,
sugerencias tan solo esbozadas, reconociendo incluso inseguridades como
creadora –“Estos versos / que nada significan” (“Palabra de este tiempo”). Sin
embargo, en algunos momentos va directo a la diana. Así lo vemos en “Vitrales.
Plazas. La bahía”, cuando en el último verso confiesa: “El deseo de volver a
pisar /tierra cubana”. Porque desde la distancia la perspectiva conoce de
alteraciones y afloran sentimientos que quizás años antes se consideraron
prescindibles.
Poemas
de nadie tiene muchos puntos en común con los patrones más visibles del
discurso poético femenino de las autoras cubanas establecidas en los Estados Unidos,
como la asimilación de aspectos de la realidad norteamericana y las referencias
dictadas por la añoranza; pero no deja de mantener un asidero firme y vital con
nuestra Isla. Para corroborar esa afirmación basta con leer atentamente estos
versos de Rita Martín: “La Cuba secreta, la noche / de Martí, las eternas aguas:
/ pura invención del mediodía”.
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