ISLA
Rodeada de mar por todas partes,
soy isla asida al tallo de los vientos... Nadie escucha mi voz si rezo o
grito: Puedo volar o hundirme... Puedo, a veces, morder mi cola en signo de
Infinito. Soy tierra desgajándose... Hay momentos en que el agua me ciega y me
acobarda, en que el agua es la muerte donde floto... Pero abierta a mareas y a
ciclones, hinco en el mar raíz de pecho roto.
Crezco del mar y muero de él... Me
alzo para volverme en nudos desatados...! ¡Me come un mar batido por las alas
de arcángeles sin cielo, naufragados!
POEMA CI
La criatura de isla paréceme, no sé
por qué, una criatura distinta. Más leve, más sutil, más sensitiva. Si es flor, no la sujeta la raíz;
si es á, su cuerpo deja un hueco en el viento; si es niño, juega a veces con un
petrel, con una nube...
La criatura de isla trasciende
siempre al mar que la rodea y al que no la rodea. Va al mar, viene del mar y
mares pequeñitos se amansan en su pecho, duermen a su calor como palomas. Los nos de la isla son más ligeros
que los otros nos. Las piedras de la isla parece que van a salir volando...
Ella es toda de aire y de agua
fina. Un recuerdo de sal, de horizontes perdidos, la traspasa en cada ola, y
una espuma de barco naufragado le ciñe la cintura, le estremece la yema de las
alas...
Tierra Firme llamaban los antiguos
a todo lo que no fuera isla. La isla es, pues, lo menos firme, lo menos tierra
de la Tierra.
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DULCE MARÍA LOYNAZ
(La Habana, Cuba, 1902-1997)
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