5.14.2014

ÁNGEL RODRÍGUEZ ABAD: DEVOCIONARIO EN PROSA DE UN POETA



[H]ubo un mago, retirado del tráfago y del ruido veleidoso, en su cueva cervantina de las maravillas, prendado de la palabra poética en su libertad y en su resplandor por sobre todas las cosas, encadenado perpetuo a la literatura y a la sabiduría, que se llamó Gastón Baquero (Banes, Cuba, 1914 – Madrid, 1997). La primera parte de su vida la pasó en su Isla natal. Perteneció al grupo de la revista Orígenes (que tutelaba su siempre idolatrado Lezama Lima) y ejerció el periodismo, aunque como él mismo señalase “fue de la poesía al periodismo y, en lo posible, llevó a éste los temas, las personas y los problemas de la poesía”. María Zambrano lo conoció en La Habana mítica de la década de los años cuarenta y quedó deslumbrada ya por sus primeros poemas. Cintio Vitier testimonió de ellos: “Llegaban y se establecían en la luz como si siempre hubieran estado ahí, familiares en su secreto y en su grave magnitud”. A partir de 1959 Baquero residiría en su destierro español, donde moriría sin haber podido regresar a su país. Su libro Memorial de un testigo (Adonais, 1966) se convertiría en gema casi secreta de alabanzas, defendido con pertinacia por poetas como Gerardo Diego, Francisco Brines, Luis Alberto de Cuenca o Mario Míguez y críticos como José Olivio Jiménez y Guillermo Díaz-Plaja. Tuvo la buena fortuna de disfrutar de postreras ediciones de su obra en verso, que vieron la luz antes de su fallecimiento; así, Poemas invisibles (Verbum, 1991) y Autoantología comentada (Signos, 1992). En su labor de ensayista literario recordaremos Darío, Cernuda y otros temas poéticos (Editora Nacional, 1969) y La fuente inagotable (Pre-Textos, 1995).
     La minuciosa e inexcusable resonancia de Baquero sigue, felizmente, cumpliendo su curso. Gracias a la dedicación consecuente y apasionada de sus conocedores devotos. El también poeta y editor Ángel Luis Vigaray inició la andadura de la colección “Signos/Versión Celeste” (bajo el auspicio de Huerga y Fierro Editores) con un opúsculo del cubano, recuperado homenaje a Juan Ramón Jiménez, escrito tras el fallecimiento de éste en 1958. Ahora, en esa misma colección, se publica una amplia –más de 40 piezas– recopilación de crónicas y ensayos aparecidos, en su día, en prensa aquí y acullá, y reunidos en casi detectivesca indagación por el estudioso cubano Alberto Díaz-Díaz, transterrado residente en Edimburgo que asimismo culminó una tesis en la Complutense madrileña (Perfil íntegro de Gastón Baquero) sobre nuestro autor. Como encargado de esta edición subraya la sabia y generosa virtud baqueriana para pensar con fe o sentimiento siempre en la Poesía, y nos indica cómo Baquero superó las rejas del artículo periodístico para lograr incluir en su luminosidad el ensayo literario de venero hondo y palpitante. Pues lo primero que demuestra este libro, en su desplegado muestrario, es que la prosa de Gastón Baquero no es inferior a su poesía lírica.
     Escojamos un par de ejemplos relevantes. Diario de la Marina, periódico habanero. Año 1946. “Memorial por el poeta John Keats”. Se repasa ahí la existencia de creación, de contemplación y de reverencia a la Belleza por parte del romántico inglés enterrado en Roma, y se nos ofrece lo impalpable y sutil de su quehacer, en compañía y frente a sus compañeros Shelley y Byron. La divisa del Endymion (“A thing of beauty is a joy forever”) brilla como hechizo cautivador, y el excurso del comentarista aún rutila seis décadas después: “Que la vida se vive con idéntica intensidad y potencia, tanto por el que está llamado a combatir en medio de la arena, como por el que está llamado a contemplar las estrellas”. Mismo periódico y mismo año: “Emily Dickinson o de las maravillas pequeñas”. La aparición de una traducción al español de la señora rara y fantasmal de la casona de Amherst llevada a cabo por Ernestina de Champourcin y Juan José Domenchina nos conduce de bruces ante la misteriosa, mágica y exquisita Emily. La consecuencia explícita deviene lema plausible, válido para la obra del propio creador cubano: “Aun en el más humilde hondón de una aldea, o en la más apagada vida de un ser cualquiera, puede arder, y arde con frecuencia, la llama transfiguradora e inmortal de la Poesía”. Les invito a leer un par de poemas del mencionado Memorial de un testigo (“Primavera en el Metro” o “Discurso de la rosa en Villalba”) y podrán hallar las correspondencias pertinentes entre el verso y la prosa de tan sabio hacedor.
     Otoño de 1945; Baquero se refiere a su dilecto compatriota Julián del Casal. “Se sabe que el otoño ha llegado porque la luz comienza a hacerse más oscura (...) Se pronuncia despaciosamente la palabra O-to-ño, y el color gris, gris de humo, hace su aparición”. Allí donde el otoño echa sus lienzos de humo, sus meditaciones tristes y sus sentidos rebeldes queda anclado el modernista cubano. Durante otro adiós al estío –“reinar deleitoso de la luz”– en noviembre de 1951, llega a La Habana LuisCernuda. La nota de recibimiento de Baquero –siempre en el Diario de la Marina– describe al sevillano reflexivo, tocado por lo inglés, en su madurez; y nos acentúa su poesía trágica sin desmelenamiento, dolorida sin alarido, elegíaca: “En Luis Cernuda se reencuentra lo griego, se comprende que el punto final del romanticismo apuntaba más hacia el retorno a Grecia que el Renacimiento”. La inserción de lo griego gira y abre una aguda interpretación en su artículo de bienvenida. La poesía de Cernuda, en su desnudez limpia de aditamentos y estorbos, resplandece como un templo escueto, como una estatua griega. La concatenación de otoños se nos revela, como un íntimo trallazo confesional aunque sobrio, más adelante ya en Madrid, en el exilio de Gastón. Diario Arriba, 1965. El confeso otoñófilo de nacimiento, discípulo de Spengler y de Schumann, habla de su estación amiga, intuida, soñada: “El otoño es así, no defrauda, no miente, no simula. El otoño es”. La poesía, que ha de enriquecer y de perfeccionar la vida, se hace entonces explícita poética baqueriana; al ser el otoño una estación revés del perpetuo verano antillano, posibilita vivir en ella “sin precipitaciones, hablar reposadamente, contemplar sin prisas las maravillas del mundo”. Tal es su estética de compositor.
     Una fiesta de la literatura universal resulta ser este libro. En las páginas escritas antaño en La Habana podemos recrearnos con Lautréamont y Valéry, celebrar el Premio Nobel de T. S. Eliot o complacernos con excéntricos como Jorge Santayana y O. W. de Milosz. Instalado ya en Madrid, destaca un agudo ensayo sobre Borges, aparecido en el diario ABC, ¡en mayo de 1962! ¿Cúantos conocían aquí entonces al políglota, sabelotodo y memorión memorable (sic) calificado como “la primera figura intelectual de la América Española”? Se celebran con precisión las fabulaciones del argentino universal: “Gracias a Borges, América es más rica, más profunda, más inteligente...”. Un corolario de este libro es también constatar la indisolubilidad eterna del vínculo creado por la lengua española en sus dos vertientes: España y América. Gozosas de paladear ambas una lengua común que se ha imantado en maneras tan diversas: Bécquer, Martí, Valle-Inclán, Baroja, Ballagas, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Eliseo Diego. Relámpagos que recorren el devocionario de quien impelido por su
límpida obsesión sabe, y mucho, de la palabra vivificadora de la Poesía. En fin, esta Geografía literaria acoge una cultura universal unitaria (también a Novalis, Rilke, Huidobro, Ramón Gómez de la Serna y tantos más) que se hace simultánea en sus diversidades. “Un niño con una candelita encendida en medio de la noche es lo que siempre he sido” nos dejó dicho ese inmenso cubano de plural resonancia que es Gastón Baquero. Acompañémosle en este viaje por el mapa de sus predilecciones.



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Más de Gastón Baquero en Grafoscopio:
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ÁNGEL RODRÍGUEZ ABAD. (1961). 
Poeta y crítico literario español. 
Su último poemario se titula 
El centinela perpetuo 
(Madrid: Editorial Polibea, 2011). 
Es colaborador habitual de la revista cultural Turia 
y de la emisora de radio RNE.



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