ALEGRARSE LEVANTARSE PERSEVERAR
Al Excmo. Mons. Dionisio
Guillermo García Ibáñez
Arzobispo metropolitano de
Santiago de Cuba
Presidente de la Conferencia
de Obispos católicos de Cuba
Vaticano, 8 de septiembre de
2014
Querido Hermano:
Hace pocos días, la Venerada
Imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre fue colocada en los Jardines
Vaticanos. Su presencia constituye un recuerdo evocador del afecto y la
vitalidad de la Iglesia que peregrina en esas luminosas tierras del Caribe, que
desde hace más de cuatro siglos se dirige a la Madre de Dios con ese hermoso
título. Desde las montañas de El Cobre, y ahora desde la Sede de Pedro, esa
pequeña y bendita figura de María, engrandece el alma de quienes la invocan con
devoción, pues Ella nos conduce a Jesús, su divino Hijo.
Hoy que se celebra con fervor
la fiesta de María Santísima, la Virgen Mambisa, me uno a todos los cubanos,
que ponen sus ojos en su Inmaculado Corazón, para pedirle favores, encomendarle
a sus seres queridos e imitarla en su humildad y entrega a Cristo, de quien fue
la primera y mejor de sus discípulos.
Cada vez que leo la Escritura
Santa, en los pasajes en que se habla de Nuestra Señora, me llaman la atención
tres verbos. Quisiera detenerme en ellos, con el propósito de invitar a los
pastores y fieles de Cuba a ponerlos en práctica.
El primero es alegrarse. Fue
la primera palabra que el arcángel Gabriel dirigió a la Virgen: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). La vida del que ha
descubierto a Jesús se llena de un gozo interior tan grande, que nada ni nadie
puede robárselo. Cristo da a los suyos la fuerza necesaria para no estar
tristes ni agobiarse. pensando que los problemas no tienen solución. Apoyado en
esta verdad, el cristiano no duda que aquello que se hace con amor, engendra
una serena alegría, hermana de esa esperanza que rompe la barrera del miedo y
abre las puertas a un futuro prometedor. «Yo soy la Virgen de la Caridad», fue
lo que leyeron los tres Juanes en la tablilla que flotaba en la Bahía de Nipe.
Qué lindo sería si todo cubano, especialmente la gente joven, pudiera decir lo
mismo: « Yo soy un hombre de la Caridad»: vivo para amar de veras, y así no
quedar atrapado en la espiral nociva del ojo por ojo, diente por diente. Qué
alegría siente el que ama auténticamente, con hechos diarios, y no es de los
que abunda en palabras vacías, que se lleva el viento.
El segundo verbo es
levantarse. Con Jesús en su seno, dice san Lucas que María se levantó y con
prontitud fue a servir a su prima Isabel, que en su ancianidad iba a ser madre
(cf. Lc 1,39-45). Ella cumplió la voluntad de Dios poniéndose a disposición de
quien lo necesitaba. No pensó en sí misma, se sobrepuso a las contrariedades y
se dio a los demás. La victoria es de aquellos que se levantan una y otra vez,
sin desanimarse. Si imitamos a María, no podemos quedarnos de brazos caídos,
lamentándonos solamente, o tal vez escurriendo el bulto para que otros hagan lo
que es responsabilidad propia. No se trata de grandes cosas, sino de hacerlo
todo con ternura y misericordia. María siempre estuvo con su pueblo en favor de
los pequeños. Ella conoció la soledad, la pobreza y el exilio, y aprendió a
crear fraternidad y hacer de cualquier lugar en donde germine el bien la propia
casa. A Ella le suplicamos que nos dé un alma de pobre que no tenga soberbia,
un corazón puro que vea a Dios en el rostro de los desfavorecidos, una
paciencia fuerte que no se arredre ante las dificultades de la vida.
El tercer verbo es perseverar.
María, que había experimentado la bondad de Dios, proclamó las grandezas que él
había hecho con Ella (cf. Lc 1,46-55). Ella no confió en sus propias fuerzas,
sino en Dios, cuyo amor no tiene fin. Por eso permaneció junto a su Hijo, al
que todos habían abandonado; rezó sin desfallecer junto a los apóstoles y demás
discípulos, para que no perdieran el ánimo (cf. Hch 1,14). También nosotros
estamos llamados a permanecer en el amor de Dios y a permanecer amando a los
demás. En este mundo, en el que se desechan los valores imperecederos y todo es
mudable, en donde triunfa el usar y tirar, en el que parece que se tiene miedo
a los compromisos de por vida, la Virgen nos alienta a ser hombres y mujeres
constantes en el buen obrar, que mantienen su palabra, que son siempre fieles.
Y esto porque confiamos en Dios y ponemos en Él el centro de nuestra vida y la
de aquellos a quieres queremos.
Tener alegría y compartirla
con los que nos rodean levantar el corazón y no sucumbir ante las adversidades,
permanecer en el camino del bien, ayudando infatigablemente a los que están
oprimidos por penas y aflicciones: he aquí las lecciones importantes que nos
enseña la Virgen de la Caridad del Cobre, útiles para el hoy y el mañana. En
sus maternas manos pongo a los pastores, comunidades religiosas y fieles de
Cuba, para que Ella aliente su compromiso evangelizador y su voluntad de hacer
del amor, el cimiento de la sociedad. Así no faltará alegría para vivir, ánimo
para servir y perseverancia en las buenas obras.
A los hijos de la Iglesia en
Cuba les pido, por favor, que recen por mí pues lo necesito.
Que Jesús los bendiga y la
Virgen Santa los cuide siempre.
Fraternalmente,
Francisco
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