5.03.2011

JOSÉ LORENZO FUENTES: GARCÍA MARQUEZ Y EL OFICIO LITERARIO

Entrevista a Gabriel García Márquez
Publicada en Conversaciones.
La Revista del Sur. Año II. Nos. 3-4/85

«Gabriel García Márquez se mueve, inquieto, en el butacón. Los repetidos clicks de la cámara fotográfica, accionada por Lida, lo ponen nervioso. “Me voy a gastar”, dice. Pienso enseguida que lo ha dicho porque acaba de acordarse del gallo de su novela El coronel no tiene quien le escriba, que podía gastarse de tanto que lo miraba el coronel.
Me responde que sí, que acaba de acordarse del gallo. Reímos. Así comienza la entrevista en su habitación del hotel Riviera, en La Habana, en 1982, un par de meses después de que obtuviera el Premio Nóbel de Literatura».
Siempre que a usted le preguntan por el libro que lo ha dejado más satisfecho menciona El coronel no tiene quien le escriba.

¿Ahora, después de publicada Crónica de una muerte anunciada sigue pensando igual?
Lo que pasa es que uno siempre tiene una debilidad por el último libro como por el último hijo. En realidad yo he pensado siempre que El coronel no tiene quien le escriba es mi mejor libro. Primero, porque es un libro donde llegué exactamente hasta donde yo quería; es decir, un libro que se corresponde exactamente con mis deseos, y tú sabes que eso para un escritor es muy importante. Después de Cien años de soledad también hay un poco de reacción, un poco de celos por el libro que yo siempre quería y que ha sido derrotado por esa avalancha de lectores de Cien años de soledad, que, en fin, es otro fenómeno que habría que estudiar alguna vez, pero yo creo que la facilidad de lectura y el atractivo de los temas que se cuentan en Cien años de soledad también influyen mucho en la calificación del libro. Creo, de todas maneras, que El coronel no tiene quien le escriba sigue siendo un trabajo literario más riguroso, que es algo que a los escritores nos interesa mucho. Ahora bien, después de Crónica de una muerte anunciada yo he dicho, en algunas entrevistas, que es mi mejor libro. No hay que olvidar que es escrito por lo menos veinte años después que El coronel no tiene quien le escriba. Algo se aprende escribiendo. A escribir se aprende escribiendo. A mí me parece que la Crónica de una muerte anunciada resume en cierto modo todos los elementos de los libros anteriores.

¿Este último libro responde más a la realidad que a la fantasía?
Los porcentajes son muy difíciles de establecer. De todas maneras en todos mis libros el fundamento básico es la realidad. A veces se ha dicho que son bromas mías, ganas de decir cosas, pero no hay una sola línea de ninguno de mis libros que no tenga su origen en la realidad. Lo que sucede con la Crónica de una muerte anunciada es que no reúne elementos tomados de distintos lugares o de distintos episodios, sino que es un episodio completo tomado de la realidad. Es decir, ocurrió algo exactamente igual que lo que se cuenta en la novela. Lo único que he agregado es el aspecto literario. Yo siempre he trabajado alternadamente en literatura y en periodismo. Siempre me he preocupado por las diferencias que hay entre periodismo y literatura, que existen, que son muy claras, aunque yo creo que son injustas porque no debían existir esas diferencias. Tanto el periodismo como la literatura—cuando hablo de literatura hablo de novela, por supuesto—se alimentan de las mismas fuentes. Los métodos de elaboración no son los mismos pero debían ser los mismos. Su destino es el mismo: transmitir, contar, convencer. Como siempre he trabajado al mismo tiempo en literatura y en periodismo, siempre he soñado con la convergencia de los oficios, porque ni siquiera hablo de los dos géneros. Y creo que esa convergencia se logra en la Crónica de una muerte anunciada. Yo diría que como periodismo es un reportaje literaturizado; o sea, un reportaje literario. No es que tenga un gran porcentaje de la realidad, es que es la realidad misma con su tratamiento literario.

Hay dos versiones sobre su novela El otoño del patriarca. Una, que fue escrita de un tirón; la otra, que ha sido la de más difícil elaboración. ¿Cuál es la verdadera?
El único libro mío escrito de un tirón es Cien años de soledad. De un tirón que duró dieciocho meses. Es decir, si hubiera existido físicamente la posibilidad de que yo durara dieciocho meses sentado a la máquina, el libro sería escrito de un tirón. No hubo ninguna rectificación, ninguna duda, ninguna vacilación. Todo el libro estaba completamente resuelto cuando me senté a escribirlo. El otoño del patriarca es exactamente todo lo contrario, y es Ahora, encontrar la letra siguiente en El otoño del patriarca fue siempre muy duro. Yo sabía que sería así. Era un libro que yo tenía muchos deseos de escribir, un libro que yo considero que es completamente experimental. Así como en la Crónica de una muerte anunciada creo que hay esa experimentación entre literatura y periodismo, en El otoño del patriarca evidentemente lo que hay es una experiencia poética, un deseo de demostrarme a mí mismo hasta qué punto la novela es también poesía. Yo tenía en la cabeza y en notas todo el material de lo que quería contar, pero el tono, el sistema de narración que yo decidí que era el bueno para El otoño del patriarca me obligó a un trabajo realmente muy duro. En los días que iba bien, escribía cuatro o cinco líneas, que seguramente las rompía al día siguiente. Había que mantener un tono, un ritmo; además, no había encontrado una solución lineal, que tampoco le convenía. Escrito con una estructura lineal hubiera sido un libro infinito y mucho más aburrido de lo que es. Entonces yo pensé que la estructura conveniente era en espiral, en espiral hacia abajo, no hacia arriba, es decir tratando de penetrar cada vez más con es realidad. Resultó un libro experimental, con el cual los críticos han confundido mucho a los lectores, porque los críticos siempre le ponen pegotes encima a los libros de uno y lo que hacen es interferir con el lector. Muchos lectores leyeron primero las críticas que el libro, y tuvieran muchas dificultades al principio para entrar en él. Pero después que se pasa el susto es un libro muy fácil de leer. Después que los ojos del lector se acostumbran a la oscuridad empieza a verse con mucha claridad. Como ves, yo tengo un sistema de defensa para todos mis libros, porque son mis hijos, y estoy dispuesto a batirme por ellos.

¿Cree, como Hemingway, que la inspiración debe sorprenderlo trabajando?
La inspiración sólo viene, creo yo, trabajando. Hay un concepto romántico de que la inspiración es una especie de soplo divino, que lo pone a uno en condiciones de trabajar mejor que cuando no existe ese soplo. Yo tengo un concepto bastante más obrero de la inspiración. Creo que efectivamente existe un estado de gracia, un estado—y tú lo sabes, y todos los escritores lo saben—, en que las cosas empiezan a salir como si realmente hubiera un soplo mágico, como si alguien se las estuviera dictando a uno, pero eso no le sucede a uno en la calle, ni en la cama: le sucede cuando uno está trabajando. Hay un momento en que algo hace click, un momento en que la compenetración entre uno y el tema es tal, que uno realmente domina el tema más que el tema dominarlo a uno. En ese momento empiezan a ocurrir las cosas con tanta fluidez que inclusive cambia el estado de ánimo. Uno se siente realmente flotando, se siente como si estuviera en un estado sobrenatural, y eso es lo que es la inspiración. Es, sencillamente, una verdadera compenetración con el trabajo. En eso yo creo que Hemingway tenía toda la razón. Hay que recordar lo que se le atribuía a Proust de que un libro es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración.

En toda la mitología alrededor de García Márquez floreció una versión de que después de terminar Cien años de soledad le iba a ser imposible escribir otro libro. Usted ha derrotado esa versión con la publicación de otras novelas. ¿Continuará destruyendo el mito?
La idea que tengo ahora, y en la cual empiezo a trabajar, es precisamente la respuesta a esa pregunta. Voy a escribir un libro en el cual cuente cómo escribí mis libros. Es decir, a revelar con toda sinceridad cuáles la realidad que hay detrás de la ficción, cuál es el origen de cada uno de los episodios, de cada uno de los personajes. Me he dado cuenta que a la gente le interesa esos aspectos literarios mucho más de lo que uno se imagina al principio. Uno puede pensar que estos aspectos interesan sólo a los profesionales, a los profesores, a los escritores, a los lectores especializados, y resulta que no. Yo encuentro que cada vez que en cualquier medio, a cualquier nivel, me pongo a contar qué hay detrás de los libros, de dónde vienen, cuáles son sus vínculos con la vida real, a la gente le interesa. Entonces, me he puesto durante mucho tiempo a tomar notas sobre esto, y me doy cuenta de que hay una novela dentro de la novela. Y es esa novela dentro de la novela la que yo quiero escribir. Le he dado muchas vueltas porque sé que es muy largo, muy complicado. Representa un estudio verdaderamente serio de mis propios libros y un trabajo muy concienzudo sobre mi propia vida. El trabajo es casi de investigación científica, por decirlo de alguna manera. Pero el resultado tiene que ser literario. Eso no será de ninguna manera ni un ensayo ni un análisis crítico, sino que tiene que ser la novela de la novela. Si lo consigo, yo creo que será muy divertido escribirlo. Y espero que sea muy divertido leerlo.

Faulkner escribía siempre sobre papel azul; Goethe lo hacía sentado en un caballito de madera; Dostoiewski caminando por la habitación. ¿Cómo escribe García Márquez?
Sí, y Hemingway escribía de pie. Siempre se van creando manías. Yo creo que todas esas cosas son pretextos para no escribir. Es decir, uno se pone toda clase de dificultades para no sentarse a escribir. A mí, por lo menos, me da mucho terror sentarme a la máquina de escribir. Le estoy dando vueltas alrededor, viéndola ahí, y hablo por teléfono, prefiero leer primero el periódico. Voy ganando tiempo para no sentarme a la máquina de escribir pero, al fin, uno se sienta. Entre la máquina de escribir y uno, uno mismo va creando una cantidad de obstáculos que pueden volverse infinitos. Durante mucho tiempo tenía que escribir en un cuarto que ya yo tuviera lo que llamo “caliente”, quiero decir un cuarto donde me sienta muy familiarizado, siempre a la misma temperatura porque yo aprendí a escribir en el trópico, en el Caribe, a treinta grados de temperatura y me cuesta mucho trabajo escribir a otra temperatura…Tiene que ser en papel blanco, de 36 gramos, tamaño carta…Tiene que ser una máquina de escribir eléctrica, con cinta negra. Las correcciones tienen que ser con tinta, y con tinta negra. Toda una cantidad de pequeñas manías que no hay ninguna duda que son obstáculos que uno mismo se crea. Un día uno dice: “No puedo escribir porque se me acabó el papel de éste. No puedo escribir porque la tinta que tengo es azul”. Se establece una especie de lucha constante mientras esas manías se van creando. Yo las cultivo porque, en fin, son la vida de uno, pero al mismo tiempo lucho contra ellas. Estoy luchando constantemente contra ellas. Hay una cosa que nos defiende de eso, y es el periodismo. El periodismo lo obliga a uno a llegar corriendo, sentarse a la máquina y escribir, porque a una hora determinada tiene que estar todo listo. El periodismo lo obliga a uno a escribir en los hoteles, en cualquier parte, a cualquier temperatura y como sea, porque la hora del cierre no se puede aplazar. La dificultad que he tenido es que entre un libro mío y otro hay una gran distancia. Entonces, cuando terminaba un libro, pasaba un tiempo y al empezar el otro me encontraba con el brazo completamente frío y lleno de toda clase de manías para demorar el libro lo más posible. Hay libros que podía haberlos empezado dos años antes y se han ido dos años poniéndome pretextos. Inventé una cosa que hago, que es una columna semanal para El Espectador, de Bogotá. Es un verdadero sufrimiento porque la columna sale todos los viernes. Ha sido un esfuerzo que he hecho, que nadie me ha pedido, que no tenía necesidad ya de estar en eso, pero que me obligaba a escribir.

¿Usted opina también que el periodismo es útil al escritor, a condición de dejarlo a tiempo?
Yo creo que es cierto pero hablando de las condiciones de trabajo del periodismo. Hay una gran diferencia entre el periodismo como oficio y las condiciones de trabajo del periodista. Es decir, el trabajo del periodista desgasta; al escritor le quita lo mejor para dárselo al periódico, que es una vida efímera…Los sueldos no son buenos; en fin, las condiciones de trabajo son bastante malas y uno termina por no sentirse conforme con el oficio. Pero el oficio del periodismo ayuda al escritor, no sólo porque mantiene vivo su trabajo, porque lo mantiene en permanente contacto con las palabras, sino principalmente porque lo mantiene en permanente contacto con la realidad. El día que el escritor pierda el contacto con la realidad, ese día deja realmente de ser escritor. En el periodismo es imposible perder ese contacto, pero en cambio el trabajo literario lo va alejando a uno cada vez más de la realidad. Y la fama definitivamente lo desvincula y si uno se descuida se queda en una nube, metido en una campana neumática y nunca más sabe dónde está parado. En ese caso, el periodismo es siempre una gran ayuda que lo obliga a uno a bajar de la torre de marfil y darse cuenta de la clase de mundo en que vive. Por eso, yo soy un gran defensor del periodismo. Probablemente, la fórmula tiene una solución, que es la que yo mismo me he dado. Es decir, abandoné el periodismo mientras me fue perjudicial, mientras me quitaba mi mejor tiempo para escribir, mientras me distraía de mis temas literarios fundamentales, pero una vez que resolví mi vida con la literatura volví al periodismo y hago lo que llamo el periodismo ideal: que es cuando me da la gana, con los temas que yo quiero y en la forma que yo quiero. Y si no lo publican, pues no me importa. Pero, además, sí lo publican.

¿Considera que ya hemos llegado al final?
Hay una gran falla en todas las entrevistas. Generalmente son buenas hasta un cierto punto y después ya dejan de serlo. Tanto el entrevistado como el entrevistador se van entusiasmando y llega un momento en que no acaban de conversar a tiempo, y la entrevista queda siempre demasiado larga. A mí me parece que le hemos dado una buena medida y es una entrevista compacta, donde realmente decimos cosas que tocan aspectos nuevos, porque es que pocas veces me entrevistan escritores. Siempre me entrevistan críticos o periodistas o profesores, y en cambio los escritores conversan mejor de literatura entre sí. De manera que yo creo que está muy bien.

1 comment:

noticias said...

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