7.02.2011

RAÚL HERNÁNDEZ NOVÁS: TRES POEMAS

Hace meses que el recuerdo de Raúl Hernández Novás me asalta de un modo dulce e insistente.  Estuve muy cerca del poeta. Fuimos novios y de su mano desandé las calles del Vedado con ojos nuevos. A su lado, también pude ver el mar insular de otra manera. La mayoría de los amigos lo recuerdan como un hombre taciturno; pero ante mí se alza con una risa pícara, tejiendo poemas satíricos sobre figuras y figurillas de la cultura cubana. Sus ganas de vivir y su afianzamiento en la tierra eran mucho más fuerte que su soledad. Habría que añadir que él nunca tuvo conciencia de la soledad porque en realidad no estaba solo nunca: dialogaba con la cultura y el cosmos profundamente, y penetraba en la música y el cine como artes que le pertenecían. Parecía inmortal en su estatura física y poética. El suceso inesperado ocurrió en junio de 1993. Esperaba yo por unos papeles más para mi salida de Cuba--ocurrida en febrero de 1994--cuando supe de su muerte, a corta distancia de su cumpleaños (agosto). El poeta había decidido dar fin a su vida y tomó un revólver. La ciudad se le había vuelto en esos años de período especial una enemiga. Ya no podía encontrar una comida ni una bebida decente en el Wakamba ni en sus alrededores. Ya los hogares cubanos habían comenzado la mezquina pelea por un pedazo de pan--toque final de la libreta de racionamiento que no ofrecía ya nada para comprar. Ya muchos amigos se habían marchado y algunos de ellos comenzaban a olvidarlo o a traicionarlo. La ciudad misma mostraba una detención temporal mayor que la que se había vivido años atrás. Lo mismo pasaba con el deterioro de las calles en las que pululaban los grandes latones de basura desbordados en las aceras a falta de un camión que la recogiera. Cada día le quedaban menos cosas a Raúl que le ataran a la tierra. Y prefirió irse que es una manera de quedarse para siempre.  Ahora yo converso interminable con Raúl Hernández Novás como antes él lo hiciera con su familia espiritual.  Les presento a un grande poeta de América Latina. Y no digo más porque la poesía no se explica. Aquí están algunos de sus poemas. Y en breve habrán más. R.M.

QUIÉN SERÉ SINO EL TONTO

But the fool on de hill
sees the sun going down
and the eyes in his head
see the world spinning round.
Lenon y Mccartney

Quién seré sino el tonto que en la agria colina
miraba el sol poniente como viejo achacoso,
miraba el sol muriente como un rey destronado,
el tonto que miraba girar el mundo,
guardando en su rostro las huellas de la noche.
Quién seré sino el tonto de siempre atraído por el mar,
aquel que en el mar feroz dejó su nombre.
Quién sino el tonto que lloraba
y lloraba por el mar, las flores, las muchachas,
la esbelta luna sonriendo.
Sobre la colina está solo and nobody seems to like him,
pero él ve el mundo moverse a su alrededor,
el sol rebotar como una pelota roja
en el horizonte. El sol tragado por el mar, frío
entre los peces.
Quién seré sino aquel que ya no mira,
no oye, no palpa, absorto, esas tierras astrales,
esos frutos,
las viñas de la realidad, airoso manto.
El que ve la noche descender como un cuerpo
inapresable, el que siente la luna caer sobre sus
hombros
como una tela delicada, aquel que en la marisma
jugaba a rey, a payaso, a rey, a oscuro caballo.
Absorto, solo, en la colina, gritando
como loco, bajo los pájaros que emigran
señalando un carcomido rumbo. Yo
el loco, el tonto que siempre he sido, girando
en la burla,
torpe bufón de florida pirueta, riendo,
con dientes podridos, la realidad inapresable
como implacable cuerpo, a nuestro lado,
descansando en las hierbas
brotadas de los muertos, entre sonrisas de nocturnas flores.
Quién seré, dios mío, sino el loco tonto, el oso
bronco, el jorobado torpe,
bufón bailando, reuniendo rumbos entre su brazos, flores
para una mujer que no existe, quien mira al sol
dormirse cual tembloroso viejo
y al mundo girar en burla alrededor de sus hombros destronados.

De: Embajador en el horizonte (1970-1979).
Publicado por Letras Cubanas en 1984. 

HACIA PAÍS INACCESIBLE
 A Marcia
Entonces reconozco que ha llegado el momento
de hacerme a la mar lo antes posible.
Moby Dick 1.
                  I

Ya no basta la vieja biblioteca
visitada por los encantadores.
Un noviembre se filtran adonde mueven
hoscos duendes extraños torbellinos;
ya fracasa la luz: los ojos tiemblan,
la tierra tiembla, las espumas mueren
sobre aquel valle de las flores blancas
donde la luz es fúnebre y el ojo,
torvo, imagina barcos enlutados.
Ya no basta la vida, hay que viajar.

Porque la luz fracasa, y ya no sabes
cómo eran sus manos, qué pedía
al viento, sola, aquella extraña tarde,
por el embozo del desdén cubierto,
un viaje está soñando en lo remoto,
un viaje está esperando antiguamente.

                  II

¿Qué severo país entre sus pechos batía como el mar?
Las olas cruzan sobre un rostro que jamás interroga,
sobre un vuelo de pájaros que miran
únicamente las ramas altas de su redención
y la fronda cargada de paisajes.
Y en el ajado país que se ensombrece
y se incendia sobre los caducos cabellos, sobre las viejas frentes,
una sola señal de anunciación podía traernos la luz,
pero nos fue vedada como la salida maravillosa de una princesa antigua.

                  III

Teníamos el sol.
Teníamos el sol como un gran lago
de luz, y en nuestros juegos fuimos lanzando piedras
sobre su faz inerme. Teníamos el árbol
que no sabe qué significa,
el árbol antiquísimo, cargado de inscripciones
y leyendas. Y fuimos arrancando
sus hojas, para cartas que no llevaba el viento
y que la luz pudiera haber escrito.
Las ramas no podían ya soportar el peso de un paisaje.
Las raíces de cieno.
El corazón se fue quedando solo.

                  IV

Qué país de humo podía sellar el pacto de los ojos
que se abrieron sobre el mar, si era la tierra un baile
de brazos ágiles, como peces traspasados por la misma dolorosa
luz. Al interrogar a un árbol antiguo
¿qué oscura mariposa saltaría del sol?

Ave de mar, visión de flor, visión
de tierra balbuciente, y muchedumbre de vestidos marinos,
aloja los futuros espejos insondables,
la pequeña mirada infinita.

                  V

Hacia el país que recobra, con el ruido
cada vez más cercano de tus pasos
un perfil familiar, hacia las olas anunciadoras.
Y que nunca te borren la tristeza
que sobrevive en tu rostro como un perdido niño.

Puedas llevarlo de la mano.

           Hacia el lugar que afirman
los desterrados pájaros blancos. Las olas intocadas
como instancias del fuego, las que no tienen cuerpo en el reposo.

Aquella su respiración de imposible familia.

Las aves, otra vez, y la flor de la espuma.

                  VI

Mas no llamemos a la puerta del bosque
cuyo corazón es una niña dormida.
A la bella que duerme no despertemos. No
turbemos su sueño de hojas y raíces, donde canta
el duende de las aguas, donde
un caballero avanza, y a su paso
las ramas se despiertan. No toquemos
su estrella preferida. Porque ella
quizá ansía dormir, o quién sabe,
porque no eres el caballero, sino el ciego cantor que lo acompaña,
vamos,
quede su corazón hilando en el silencio,
y ella sea una historia,
           la leyenda que sueña
y en el umbral de tus ojos recobra su vestido, su reino.

                  VII

Ve,
quizá haya una ínsula de perdón para ti
en el balnco país que no perdona.

¿Recuerdas su respiración, las graves olas
congeladas? ¿Era la muerte
quien revolvía en la ceniza esos fantasmas?, pero
¿estaba ella mezclada en estos juegos? ¿Atizaba
la suave danza de sus figuras, sonaba su organillo,
componía un rostro familiar con nubes, con paisajes?

           Los labios, sí, como olas también, los ojos
          venían de lo hondo, las manos
          eran estatuas sumergidas en el sol.
          El cabello llovía en un rostro lejano.

Cuando el grave paisaje dobló el árbol
el viejo fruto se perdió en el río.

VIII
Señores, un viajero de paso... ¿Podrá estar con ustedes hasta mañana,
sólo hasta mañana, por última vez, en este cuarto?
Los hermanos Karamazov, VIII, vii

Y no podré decir nunca cómo éramos
aquella vez que cenamos juntos, fiel, amablemente...
Éramos jóvenes, sí, y estábamos alegres. Nunca
fuimos tan jóvenes, y hablábamos de nada, sonriendo.
Allí, unos a otros, nos dimos la mirada, las voces,
y todos nos hacía recordar lo futuro, y yo temblaba.
"Y tú, tú sola, qué dijiste entonces, di, oh, sin duda
no era nada importante, ya es muy tarde, sin duda, ya no importa
que no fuese nada interesante
                                                               pero dime aún, di, es tan puro
verte sonreír..."
                                                              Y no alentamos, lo adivino,
cada cual su alta prisión,
                          ¿verdad? Y aun escuchando y pensando
cada cual en una llave, ¿afirmaremos,
afirmaremos que existe una prisión?
                                                              Señores,
un minuto,
               Señores,
(termina la cena, algo muy grato tenía que decirles...),
sólo un momento, una vez más.
                                                              Aquí.
Sólo una vez, amigos, y siempre.
                                                              Hasta mañana.

IX

Termina
Termina el viaje que ardía en la  memoria.
Termina, la región desolada vuelve a su antiguo dueño.
Ya no verás las claras batallas del horizonte, a la mañana se extingue
la llamarada de los pájaros que emigran, el mar
tan leve, movido por la luz, el ejército
de las nubes, la estrella que aún alienta
sobre el océano del polvo.
Las antiguas mareas, la prosecución de las rutas
de las caravanas, las olas del desierto
como esfinges, termina el irrisorio
viaje al Toboso, los planes de conquista
y destrucción, el cruce del Danubio, termina
el viaje de la estepa en nuestros cascos.
La Cruz del Sur entre los hielos, el grito
desgarrador del pájaro blanco, en un idioma que no entiendes.
La luz que crea los recuerdos y pierde las imágenes
que no podremos recobrar:
¿Quién dice, entonces
            que no has partido, que
            nunca has partido, que siempre
cruzaron las imágenes sobre tu rostro inmóvil que alababa
extrañamente? Y los mares te poblaban,
            trayéndote noticias
            de cielos extranjeros y tú, sonriendo,
            agradecías.
Termina el viaje, y es un anillo, un horizonte roto
lo que las olas devuelven, tocando el desengaño, y encuentras
a aquél que fuiste, frente al mar tan pequeño
que sólo puede contener todos sus gestos y sus islas
                                          Regresas,
cuando el naufragio ha cortado los hilos, la ruta
se pierde en tu corazón, y ya no puedes descansar.
                                         Un naufragio
que alienta antiguamente, un perfume
no recobrado, un jardín olvidado por la luz,
y todo lo que pierde su resuello y descansa en la costa que no
duerme te dice
que el viaje no termina.

X

Y tú, quizá, que guardas
la intocada sonrisa
de infancia, la pequeña
grave mirada, puedas
recoger las palabras
latentes, las que no
tenían cuerpo en mi silencio.
Pequeña luz. Pues miras,
aun cercana, desde otro
país, desde otra orilla
(el mar ha vomitado
un gran pez en la arena)
¿serás tal vez el sueño
de un sueño, lo real,
el reverso que mira
(la turba de borrachos
contempla el pez de fuego)
desde otra orilla, desde
otro país el hueco
de mi ser, la danza
de mi muerte?

XI
Those were the days
Porque eres parte de la leyenda de mis ojos
y no sabes qué significas en tu silencio,
porque te miro como el que marcha condenado
y agradece un poco de sol, unas palomas,

¿me perdonas el ser?, ¿el triste manchón eterno?
¿me creerás si nombro una estrella, un claro árbol?

¿Y quién nos creerá que vivimos, que dijimos
tantas palabras como conjuro para un viento
que hacía arder la tarde, la aciaga bandera desplegada
sobre los jóvenes cabellos, sobre las altas frentes,
y qué país podría haber dicho otra palabra?
¿No teníamos el cielo, sobre nosotros, no confiábamos
aun en su arduo ajedrez, su marejada, su presunción de muerte?
Y si en su costa la luz moría, ¿no era también un buen augurio?

Teníamos el sol, teníamos el árbol
que no sabe qué significa. ¿Y éramos
no más, palabras de un idioma oscuro?
Y quién nos creerá si le decimos
hemos vivido, esos fueron los años,
aquella tarde ardió la eternidad sobre las frentes...

Porque una dicha que entre las hojas se derrumba
hoy hace signos sobre tu piel, que no comprendes,
pero sabes que ha muerto aquella tarde imantada
en que marchábamos, sonriendo, al mar lejano,
y no puedes reconquistar la ciudad vetusta
que se rendía ante tu paso, por siempre abierta
a la mirada, a la sonrisa de un astro joven.
Porque has pedido la tarde en esos dulces diálogos.
Porque has perdido la sagrada mañana, inclínate:
verás un río, la tierra abierta ante tu beso,
el viaje incógnito, temblando junto a la orilla.
Mas oye al hada que en tu frente comienza el canto,
no extrañarás un remoto astro que te nombre
y en los zarzales de la noche queme sus iras.
Ya la luz guarda para siempre la vieja estrofa.
Se abate el árbol de las estrellas, inscripciones
desmembradas, que un día fueron legible espuma,
ya inencontrable en el sereno crecer del árbol.

Otros verán los nuevos signos, rostros del cielo.
"No temas, duerme. Se apaga el tiempo. Estoy contigo..."
De: Da Capo (1978).
Mención Premio UNEAC "Julián del Casal" 1978


SOLO HE VENIDO
Solo he venido para decir qué milagro se hace cuando llueve,
Qué milagro desciende, qué manantial o estrella tiembla
En los ojos y en el pecho de la cólera y el duelo. Solo
He venido a decr qué hace el mar en la costa
Desde antiguo, y en qué carroza se va camino al sol.
Siento la luz que muere, su semilla y la esperanza,
Quiero que el cielo me muestre una ancha faz propicia.
Yo no diré que no conozco aquellas hojas de niebla,
Las manos de los muertos, aquellas nubes en los ojos
Que solo una vez veremos, aquellas soledades
Y caminos por donde somos conducidos como niños
Con el mismo paso de la tarde entre árboles muertos.
Por tus labios, por la soledad desvestida y el manto entregado
Cuando tanto frío hacía en los balcones, por la mano
Que arranca, por la mano que quita generosa
Y construye con lo caído y lo apagado, y amasa
Un barro virgen con estrellas muertas,
                                                No quiero
Abjurar de ti.
            Y si llegan los vientos agoreros,
            Y si el mar prepara un
            Cataclismo,
Si el mar de la mirada –el que resta en los ojos
Cuando ya se ha marchado con el sol- prepara una muerte,
                        Su muerte,
            No pensaré que me hayas traicionado,
            Pues me dejaste nombrar mi destino
Y el milagro que siempre advenía con la lluvia,
El manantial o estrella que se arrancan los ojos ahítos.
                        Desecados.


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RAÚL HERNÁNDEZ NOVÁS. Poeta y ensayista. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad de La Habana. Hasta su muerte trabajó en el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas donde, entre otras labores, preparó varias selecciones de poesía, entre las que destacan la dedicada a Luis Pales Matos y una edición crítica de la poesía completa de César Vallejo, publicada en 1988. Al morir dejó inédito un estudio sobre Octavio Paz, el intelectual mexicano cuya obra estaba entonces censurada en la Isla, y que fuera publicado póstumamente en la revista Casa de las Américas. Sobrino del escritor cubano Lino Novás Calvo, un problema cardíaco congénito influyó en su infancia, creciendo con una profunda dependencia afectiva de sus padres, aunque sobrevivió de un modo muy maduro la muerte de su madre. Cercano a los escritores reunidos alrededor de la Revista Orígenes, su desarrollo como poeta y crítico literario sobresale por un estilo muy personal en el que reúne valores tan dispares como los clásicos hispanoamericanos, los poemas de humor o la cultura beat. Se suicidó en La Habana el 12 de junio de 1993, con una reliquia familiar: un viejo revólver del siglo XIX, cuyo gatillo debió apretar varias veces: luego de tres intentos fallidos logró que una bala terminara con su vida. Publicó seis libros de poesía: Da Capo (1983), Primera Mención UNEAC´78, Enigma de las aguas (1983) Premio 13 de Marzo 1982, Embajador en el horizonte (1984), Animal civil (1987), Premio UNEAC 1985, Al más cercano amigo (1987), Primera Mención UNEAC 1981, y Sonetos a Gelsomina (1991). Atlas salta (1987-1991), publicado en Revista Casa de las Américas, La Habana, n. 188, jul.-sept. (1992): 83-109, y luego de la muerte del poeta, como poemario editado por Letras Cubanas en 1995. En el año 2000, bajo la edición de Jorge Luis Arcos La Rosa y Vitalina Alfonso, se publicó Poesía de Raúl Hernández Novás, que reúne los libros publicados en vida por el poeta, así como otros inéditos. Hasta ahora, este tomo es el más completo de la poesía de R.H.N, y el mismo recibió el "Premio José Lezama Lima", que otorga la Casa de las Américas al mejor volumen de poemas editado anualmente en la región iberoamericana.

Enlaces relacionados:

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Luis Rafael: Raúl Hernández Novás: ciudadano del mar
Rafael Grillo: Salvar al poeta Novás
Dainerys Machado Vento: Los enigmas de un viaje por las aguas de la muerte
Geovannys Manso Sedán: Raúl Hernández Novás: el cine como poiesis
Enrique Saínz: El replanteo de los ochenta
Luis Manuel Pérez Boitel: Poesía cubana: una llama sin tiempo
Odalys Leyva Rosabal: La décima tanática un camino recorrido por los poetas cubanos
Javier R. Prendes: Corriente 
La busca cruel: la poesia de Raul Hernandez [Del Caribe (Santiago de Cuba). No. 34, 2001/Del Caribe (Santiago de Cuba). 38-44.

1 comment:

Anonymous said...

Quería hablarte de lo mucho que me han impactado esos últimos poemas, que al parecer son de "Animal civil". Conozco poco de Hernández Novas, de quien el poeta Juan Carlos Flores me hablara con devoción, y que tal vez, pienso ahora, el poema suyo "El tonto de la otra colina" sea un guiño cómplice. Los primeros poemas que pones acá revelan grandeza pero te repito, esos de "Animal civil" , siendo menos líricos, despuntan a otros mundos, a otros ritmos, insospechados para mí. Y sin dudas, fundacionales en el ámbito nuestro. Gracias, Rita. Qué dicha (marcada por el dolor de su pérdida, pero no deja de ser excecional) haber compartido de cerca con alguien como él. Saberlo emparentado con ese narrador de talla única que fue Novás Calvo, e imaginar cómo le insistió a esa reliquia familiar para que le quitara la vida, son datos que completan el esbozo de un poeta al que desde ahora, miraré con otros ojos.
María Cristina Fernández
Escritora cubana, residente en Miami