Esta isla es una montaña sobre la
que vivo.
La madre solemne
empujó hacia los mares estas rocas.
En el tiempo desconocido que no se
nombra
en el límite que no se escribe
los deslaves
las profunda grietas:
—gargantas hasla los juegos
blancos—
llega la hora de mi nacimiento en
esta isla:
—planeta ardiendo en el cielo—
llega la hora de mi nacimiento
y también la de mis muertes
pues al mundo he venido para que me
instale.
¿Por que esos labios se abren como
tuneles a los que no bajo?
Yo sé que el hombre es un rumbo que
se instala
sé estas cosas y otras más que no
hablo
pero yo puedo darme con los puños
en el pecho
feliz de esta revolución que me da dientes
aunque de todo soy culpable
de todas esas muertes soy culpable
y no me arrepienten los conjuros
que en el triángulo de fuego he
provocado.
Yo soy el gran culpable
mi delito no puede condenarlo sino
Dios
y aun ni el mismo Dios pudiera
(Vosotros no lo sabeis
pues ni siquiera los colores de la
bandera
os sugieren
vosotros no lo entenderéis)
y esto se quedará como un poema más
en la tiniebla
como el ruido de palabras del
viento que me arrastra
aunque sea la estrella del alba
pues de todas estas cosa os
burlaréis
hermanos
mas allá del deseo de vuestras
convicciones
en la trama creada para mi deleite
pero yo solo sé
pero yo solo estoy seguro
pero yo mismo lo he vivido de mis
muertes y nacimientos
¿cómo puedo yo mismo asi negarme
cómo podría yo mirar al Sol y no
cegarme?
Pero lo que importa es la
Revolución
lo demás son palabras
del trasfondo
de este poema que entrego al mundo
lo demás son mis argumentos.
No creáis en mis palabras
soy uno de tantos locos que hablan
y no me comprenderéis
no creáis mis palabras
esta isla es una montaña
sobre la que vivo...
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ROLANDO ESCARDÓ
(Cuba, 1925-1960)
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