En Tashken supe por
primera vez lo que significa la sombra de un árbol
y el sonido del agua
en los días de calor abrazador.
Y también supe lo
que es la bondad humana:
allí enfermé larga y gravemente.
Anna
Ajmatova
Debo
despedirme de Elena Tamargo y espero. Yo espero. Tú esperas. Ellos. Veinte de
noviembre en el inmenso calendario chino que redujeron al simple tamaño de un
almanaque de bolsillo. Regreso a la superlativa costumbre de encerrar en
círculo de tinta barata los días. Días en que prometo a mi madre un vínculo. Un
lazo así de diminuto entre ella el proletariado y yo. Días de negociar con el
fisco uno de mis riñones si estuviese permitido. Espero. Me reconocerán por la
grieta en el pecho. Por la cara de búfalo mal castrado. Jamás por escapulario
ni musiquita Al combate corred bayameses.
Pero sucede que en la espera cada quien es monarca de la grisura. La suya.
La ajena. Tardes/noches habrá en se hable de la espera –lo presiento- como de invaluable
mineral.
Debo
despedirme de Elena Tamargo. O sea conciliar nuestras respectivas sombras sin
la inseguridad de sabernos sombras. Catulo cuan pequeña fuera tu angustia si
una vez que juntárase con la mía soplara el céfiro. Visotski cuan pequeña.
Al
borde de la carretera que perdió la altivez antaño Persa. El ansia de parecer
una carretera metropolitana. O simplemente una carretera con la mínima
vergüenza requerida mientras del cielo descienden restringidas las estrellas. Y
la gente pide cosas la mayor parte del tiempo inverosímiles. Al borde de todo
lo que exprese borde sea por sinonimia o constricción hago señas a los
automóviles inalcanzables. Discurso que comienza y termina con una mano.
Intentos de asir asuntos como el vacio. Mano petrificada en el polvo. Semeja la
de esas estatuas que el país reproduce imitando los hábitos del ganado terco.
Debo
despedirme de Elena Tamargo y espero. Los automovilistas que se acuestan y
levantan reverenciando el concepto de lo Escurridizo.
Su plural de lodo e intermitencias con las manos puestas al timón (incluso
antes) tocan lo que en términos haiwathas llaman claxon. Traslucen el fervor de
los soldados que calan bayonetas sin haber guerra. Juro que me atemorizan sus
cláxones. El énfasis como de venablo en el viento mientras digo al omnipresente
lector Debo despedirme de. En
instantes así uno desea ser confundido con un perro. Con un árbol fulminado por
un rayo. Olvidar.
Elena
entre las vacuas subjetividades del hablante lírico está la de presumir que
ningún jazmín fue más erguido que el que compró para ti a vendedor ambulante que
de los gendarmes huía. Infeliz criatura que ante Dios acredita a perseguido y
perseguidor. En un principio ninguna soledad difiere de otra. Flor subrepticia
Elena porque únicamente en lo subrepticio es que el Universo y demás trampas
etimológicamente afines acogen al poeta. Comercio de contrabando y rescate.
Nadie escapa a su hechizo. Ni las flores. Se equivocan quienes piensan que el
rocío es parte de una distinta dimensión. Pude ser conducido ante el juez y no era
el siglo XIX. Angoisse quise decir al
ambulante vendedor. Angoisse a los gendarmes. Angoisse a las muchachas que
fueron menos que la magra sortija de la Ajmatova en tashkent cuando de ellas
precisé un signo. De sus senos un remo en usufructo. Algo tuyo mejor que un
cargo en el ministerio de obras públicas que hoy se ha vuelto impúblico. Es
decir etéreo. Lo oí decir aun viejo. No era profeta. Ni hermeneuta. No
adivinaba el porvenir del maíz en los patrióticos sacos rellenos con aire.
Solamente viejo. Estar en Delfos nunca me revelaría lo que sus mortecinos ojos:
Elena y yo no alcanzaremos la décima a parte de su edad. Ni siquiera la octava
del Canora a menos que. Hemos de vivir en el A menos que. Hacerlo casa y no apotegma. Que encima de su sal
desove el ludibrio. Que no vaya a atragantarse al decir país con la pe del maltrecho pan que hace vidrio los
dientes. Se roban la harina en los depósitos que convendría no llamar
purulentos y es la escusa. Se lo roban todo y es la escusa Elena. Lo comían los
héroes del realismo socialista para preñar a sus mujeres de realismo socialista
te dirán. Fueron horneándolo con partículas de nuestra sangre primero. Luego
con estos huesos que alguien confundiría con escuálida tabla de palma real supongo.
Fue así desde los mambises. Quizás poco antes de que a Portland llegaran los
vikingos.
Angoisse.
Angoisse. Transcurrido el tiempo de Estéphane Mallarme para el tallo del jazmín
qué puedo ofrecerte. Quien de soslayo nos observa solo un escrito en braille
rozará con el dedo de los vítores. Conozco ese atisbo. El cuarzo que lo
redondea hasta hacerle parecer un falso
acorde de Schubert. Indica que no cruzamos la trocha de Júcaro a Morón. Sus
rancios alambres de cercar sitio para bebedores y otros seres igualmente
anónimos. Indica cien mil indicaciones. Tú no lo sabes bien. Ítaca era solo
palabra para cagar encima de su blonda prehistoria. Llevamos la camisa que
aquilata todas las mierdas pretéritas y futuras. Caídas como por ley de
gravedad desde las infestas gallinas del reino. Ítaca es la ropa. Y lo demás un
maniquí que cubre la carencia de cuerpo. Lo demás un verso que suple la
carencia de tornillos y jirafas pintadas por Klee. Tú no lo sabes bien.
En
el inmenso calendario chino que redujeron al simple tamaño de un almanaque de
bolsillo Elena Tamargo aparta para sí el día veinte de noviembre. Hemos de
suponer que quien ello aparta no hace más que reservar algo como una amatista.
O como la mejor curva cerrada de Canseco frente a los bateadores del comunismo
simbólico. Debo entender el recurso metonímico. La contractura del gesto. Aún no he remado demasiado en una u otra
dirección/apenas he salido de mi casa. Tampoco habré de soplar
impugnaciones al oído de quienes lo hayan hecho. Impugnaciones. Yesca húmeda.
Volverían a través de mí los setenta y ya no cuento con las vísceras
apropiadas. Ya no somos La liebre que
corre tras el tigre que duerme.
Debo
despedirme de Elena Tamargo señorita koljosciana que ordeña su cabra
cinematográfica por orden de un Lenin de palo. Señores fumadores que liban de
su cigarrillo enchapado en oro del racionamiento. Debo despedirme. Yo hombre
que salta con pértigas los sueños. Las nevadas que otros han visto por mí. Yo
sombra de McMurphy pelirrojo a veces. Yo sepulcro de José María Heredia todo el
tiempo. Yo himenóptero. Debo despedirme de Elena Tamargo transcurrido el tiempo
de Esthépane Mallarme para el tallo del jazmín.
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JOSE LUIS SANTOS. (VILLA CLARA, CUBA, 1968). Entre sus libros publicados: Escaleras al cielo. Ediciones Sed de Belleza, 2004; Monólogo de Jean Basquiat. Ediciones Capiro, 2004 y Los apagados muchachos del verano. Ediciones Capiro, 2007. Recibió el Premio Provincial de Cuento Onelio Jorge Cardoso (2000 y 2004). Primera mención en los Premios David y Eliseo Diego 2001. Colabora en CartaCuba, Umbral, Hacerse el Cuerdo y revistas en el extranjero. Reside en Cuba.
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