Quito, marzo del 2009
I
Estamos detrás de las horas, como el viento y la vela que
persistente inflama.
El tiempo por delante, como quien corta el pan para que
otro (desconocido) viva.
II
Siéntate aquí, en esta roca húmeda, comencemos a tejer
nuestro destino.
Veo el mar entre los altos árboles, aquél que iba y venía
entre los dos.
Reposa en este cuerpo helado, que aquí vino, quedó y
espera.
III
El pañuelo nos oculta entre las sombras. Nos esconde de
todos tanta luz pequeña, un destello apenas que nos envuelve y exalta.
Un pañuelo se aferra a nuestros cuerpos, simple, terso,
firme y perfumado nos encierra.
IV
Esta es la escalera que separa lo que fue y no se alcanzó.
Esta es la escalera de entonces, sórdido y estrecho desfiladero, follaje sin
raíz ni esperanzas.
V
Espera, no apures el paso, trae contigo el rumor de las
hojas del cerezo.
Eran tus huellas menudas y el valle tras la niebla. Era el
corazón anhelante.
Todo como ese árbol que obstinado florece.
Como las rojas cerezas que aplastas al caminar.
Como sus flores simples que el viento dispersa.
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