¿Qué podrá más el miedo a la represión física y al incierto futuro, o la esperanza en que es posible cambiar la realidad cuando nos mueve el sueño con un destino mejor? Eso sostuvieron Martí, Martin Luther King, Gandhi. Sin embargo, Cuba no tiene hoy una voz como la de estos visionarios, nadie, ni políticos de la disidencia interna, ni mucho menos organizaciones del exilio o del Estado Norteamericano, están detrás de los miles de cubanos que han tomado las calles desde el domingo pasado y entonan lemas de fuerte contenido verbal. Entre la ira y el choteo, ese viejo aliado de la subversión entre cubanos, la gente corea: “Díaz Canel, singao”, “Oye policía, pinga”, “Este pueblo no se calla hasta que los dictadores se vayan”. Esa es la demanda, clara: el fin de la dictadura comunista. Esas son las voces, pero quienes gritan “son cuerpos, Señor, son cuerpos” y están desprotegidos contra los golpes y el encarcelamiento con que el gobierno ha reaccionado para reprimir las aspiraciones que no se han querido oír durante décadas.
Todo estalló el día 11 de julio, es una revuelta, ¿será una nueva revolución? Aquella del 59’ murió hace décadas, su entierro no debería ser doloroso. Es la hora de dejar ir un proyecto agotado que fuera ilusión y guía para otros países. Sin embargo, tal pareciera que justo para algunos regímenes, sobre todo en Latinoamérica, incluso para los que ejercen de demócratas entre nosotros, en Estados Unidos, o en sociedades occidentales que velan por la democracia entre los suyos, Cuba es el último repertorio de utopías que les queda. Prefieren exigirles a los cubanos fidelidad a esa quimera que sacar fuerzas del pensamiento para reinventar el humanismo dentro de los patrones del muy imperfecto capitalismo. Pero es muy injusto que se juzgue a un país por los anhelos insatisfechos de otros. Al cubano que ha encontrado energías para gritar luego de una jornada de apagones y de hambre, lo mueve la indignación contra la promesa incumplida y el derecho a reclamar el control de su futuro. Algunos artistas y periodistas se han sumado a las protestas, con su presencia física, con sus escritos, la iglesia católica cubana ha sacado sus humildes vírgenes, como se vio en Bejucal, pagando con su frente rota el cura que se atrevió al desacato de bendecir a los manifestantes. El mundo cristiano que ha condenado tanta crueldad a través de los siglos no debe ignorar lo que pasa en Cuba, ahora: “son cuerpos, Señor, son cuerpos”. Son mujeres, jóvenes, blancos, mestizos, negros, gente pobre, profesionales, y no están todos pagados por la CIA, ni por la mafia del exilio, ridícula mentira que esgrimen un presidente disfuncional y su camarilla. Vergüenza para los que así hablan. Parecería que ignorasen la Historia de la Isla, de sus levantamientos armados por la independencia en el XIX, de sus luchas desde la constitucionalidad durante la República, del papel de la disidencia en nuestros días. No han entendido nada. ¡ Y qué pena! porque muchas oportunidades ha dado el pueblo al diálogo, a la reforma desde adentro, a la continuidad, a la transición pacífica. Nadie escuchaba. ¿Escucharán ahora?
Algunos Padres de la Iglesia no perdieron tiempo engarzados en disputas teológicas y atendieron a asuntos de aplicación muy terrena. Uno de los grandes temas en las obras de San Pablo, San Agustín, Santo Tomás y San Juan de la Cruz es el de la espera y la esperanza. Sus obras nos hablan de los pilares de la fe para sostener este tiempo humano entre ambas tensiones: esperar y no desfallecer. Ellos nos recuerdan el papel de la memoria, de la unidad, de la magnanimidad, de la fortaleza, de todo aquello que alimenta el espíritu. Leo para sobre llevar la angustia de estas horas y darle aire al pensamiento, y alterno mis lecturas con la recepción de videos a través de improvisados canales de youtubers, porque pobre es la cobertura de las redes nacionales donde parece que están a la espera de un decreto gubernamental o de un milagro. Veo lo que transmiten desde Cuba, cuando el intermitente internet lo permite, esos celulares que se han convertido hoy en las armas de la calle, los testigos de lo que se vive. Hago mi modesta parte y escribo estas líneas, hoy 13 de julio, sin saber que trae el mañana. Pero “pago mi prenda”, como decía María Zambrano que debía hacer todo exiliado. Dejo escrito lo que arribo a sentir desde lo más inmediato: corredor humanitario qua ayude a paliar la dura crisis de salud pública; observadores internacionales y prensa acreditada que apoye y proteja a las manifestaciones populares, bienvenida a los gobiernos y organizaciones que, teniendo en cuenta la voluntad de los cubanos de afuera y de adentro, propicien el proceso de institucionalización del cambio.
Mientras en Cuba se resiste, aquí se difunde. Importante será que este exilio actúe con razón y templanza y que muestre hoy su experiencia. Veo con orgullo, de quien se siente parte, como se organizan manifestaciones en Tampa, en Miami, en New York, Madrid, Barcelona. Los cubanos reclaman a sus representantes políticos, a los gobiernos que les han acogido, que se apoye la insurrección pacífica que protagoniza la Isla. Nuestro moroso caimán decidió convertirse en Ouroboro, o quizás en Simorgh, dejó de dormir y comenzó a soñarse a sí mismo.
La ruptura intencional que se infringió a la sociedad civil en Cuba, luego de seis décadas de impuesto comunismo, nos ha llevado a una situación que ha amenazado y postergado la elaboración de un proyecto democrático estructurado. La calle no cuenta con eso en sus consignas, para algunos vulgares, para mí valientes. Lo coloquial encontró la audacia para romper con el miedo y dislocar las jerarquías. Eso me basta, es lo crucial en este momento. El proyecto vendrá luego porque contamos con un glorioso pasado de ideas, con un arsenal de sueños, justos y necesarios. Si son universales los derechos que piden los cubanos, mundial deberá ser la respuesta de apoyo que reciban.
Publicado en La Gaceta, Tampa, 15 de julio, 2021
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