Es tarde muchacho. Es hora de dormir.
Hazme un cuento.
¿Qué quieres que te cuente?
Cuéntame de Cuba.
Ya te conté.
No. Unas veces dices una cosa y otras veces dices otra.
Vamos, es hora de dormir. Cuando llega tu madre no le gusta encontrarte despierto.
Si me cuentas de Cuba no le digo que volviste a beber.
No es verdad.
Tú nunca dices verdad. Cuando hablas de Cuba siempre es diferente.
Depende.
No. Si fuera verdad siempre sería igual. ¿Era un paraíso?
Ya te lo dije.
A veces dices que Cuba era un infierno.
Y algo más.
Dime cómo era de verdad.
¿Y te vas a la cama?
Sí.
¿Y no le dices a tu madre que estuve bebiendo coca-cola?
Siempre me pregunta.
Ya ves, yo no. Nunca le pregunto lo que hace.
Anda, hazme el cuento.
¿De cuál de las Cubas quieres que te cuente?
De la bella. Cuando dices que Cuba era bella siento cosquillas aquí dentro y duermo sin soñar. ¿Era bella?
Claro que lo era.
Cuéntame.
Las playas, los montes, las fiestas...
Cuéntame de la Condesa. Tú le dijiste al vecino que en las fiestas de la Condesa llenaban la casa de flores. Y le dijiste que los criados vestían uniformes bordados y que los platos eran de oro y que cuando los invitados se sentaban a la mesa encontraban joyas en los postres.
¿Yo dije eso?
Y que las flores las traían de Miami.
No me hagas reír.
¿Nosotros teníamos flores?
No. Nosotros vivíamos en la ciudad, pero si te asomabas al balcón podías ver el mar. ¿Quieres que te cuente de la avenida del malecón y de cómo en el invierno llegaban los vientos del norte y el mar saltaba por encima de la farola del Morro, y de cómo tu madre y yo nos íbamos hasta el Castillo de la Punta a ver romper las olas y a bañarnos de salitre?
No. Cuéntame de las fiestas de la Condesa.
La Condesa se murió.
Entonces cuéntame de Tropicana. Tú le dijiste al vecino que las muchachas eran las más bonitas del mundo. Mamá dice que eran malas. ¿Cómo pueden ser malas y bonitas?
Tendrás que preguntarle a tu mamá.
Ella no me dice.
Si me dejas refrescar el trago te lo digo yo.
¿No te vas a enfermar?
La cocacola no enferma.
A veces te enfermas cuando bebes.
Cuando no digo la verdad.
Si me haces el cuento no me importa que bebas.
Qué listo eres, muchacho. ¿A quién habrás salido?
Dicen que a la abuela.
Tu madre insiste en lo contrario.
Mamá dice que me parezco al abuelo.
Porque era español.
¿Y tú eres español?
Yo soy cubano.
¿Y yo?
Tú naciste aquí.
¿Y qué soy yo?
Puertorriqueño.
¿Y mamá? ¿Qué es mamá?
No te lo puedo decir.
¿Por qué?
Es como el cuento de Cuba. Hay muchas versiones.
Entonces cuéntame de Tropicana. ¿Es verdad que las muchachas bajaban desnudas por escaleras de cristal?
Bajaban de los árboles, caminando por la música.
Por la música no se puede caminar.
Después de unos tragos sí.
¿Ves? Te vas a enfermar.
Todavía.
No bebas más.
Si no bebo no puedo ver las muchachas caminando por la música.
No sigas. Eso no puede ser.
Eres muy chiquito para entender que las fiestas son del color del cristal con que se miran. Igual que la gente, o las revoluciones.
¿Batista era malo?
No sé.
¿Y Fidel?
Tampoco sé.
¿Entonces por qué te fuiste de Cuba?
Eso quisiera saber.
Mamá dice que te querías quedar.
Y ella se quería ir.
¿Por qué se quería ir?
Porque mataron un muchacho que llevaba el estandarte de la Virgen.
¿Quién lo mató?
Una bala.
¿Por qué?
Porque le dijeron que la Virgen lo iba a proteger.
Mamá me trae estampitas de la Virgen.
Sí. Ahora se compran en la farmacia.
¿Tú la quieres?
¿A la Virgen?
A mamá. ¿Quieres a mamá?
Todavía.
¿Y por qué la haces llorar?
Porque me pelea.
Te pelea cuando dices que Cuba era un paraíso. Mamá dice que te querías quedar porque tenías una amiga. ¿Tenías una amiga?
Sí.
¿Para qué?
Para conversar.
¿Y no conversas con mamá?
Ella y yo hablamos. Lo que pasa es que hablamos a la vez.
Mamá dice que tu amiga tuvo la culpa. Que ella te metió en la revolución. ¿Hiciste revolución?
Eso pensé yo.
¿Y luchaste contra Fidel?
Primero contra Batista y luego contra Fidel.
¿Y ahora haces revolución?
Algo parecido.
¿Por qué?
Porque nunca se termina.
¿Y por qué hacías revolución si no conocías a Batista?
Sabía cómo era.
Dijiste que no. Que no sabías cómo era. Ni cómo era Batista ni cómo era Fidel.
Sabía cómo era yo.
Mamá dice que Batista era bueno y que el malo era Fidel.
Y a veces que el malo soy yo.
¿Quién es malo?
Vete tú a saber. Al principio tal vez nadie, porque al principio el mundo parece empezar con uno y nada existe que no podamos prometer. Y las puertas están siempre abiertas y la casa llena de flores, la mesa puesta y en cada plato un regalo. Sí. Y la vida es una fiesta desfilando por escaleras de cristal. Al principio hasta tu madre bajó esa escalera, vestida solamente con el resplandor de un brillante en el ombligo, tan luminoso que era un traje de luz. Al principio fue así. Ella bajando del espacio y yo esperando, sabiendo que al final llegaría a la realidad de mis brazos y que para poder verla como era tendría que quitarle el brillante del ombligo. Al principio ni Batista era malo ni Fidel era malo ni tu madre era lo que es hoy.
Te estás enfermando.
Hoy no me voy a enfermar, porque te estoy diciendo la verdad.
No bebas más.
Solo un trago.
No quiero que te enfermes.
No me voy a enfermar.
Sí, te vas a enfermar y me vas a decir mentiras otra vez.
Verás que no. Verás como entre los dos averiguamos la verdad. Cómo era Cuba. Cómo era Batista y cómo era Fidel. Y cómo era tu madre. Y cómo soy yo. ¿No es eso lo que quieres?
Sí.
Pues te diré, muchacho, y no te va a gustar.
No, papá. No.
Ya es tarde, muchacho, ya es tarde.
Solo una cosa papá.
¿Una cosa?
Dime que Cuba era bella.
Ya te lo dije.
De verdad.
Ya hablamos de eso. Sí, era bella.
Y dime que nunca fue un infierno.
Ah, vamos, quieres el cuento a tu manera.
Y que era verdad que la Condesa llenaba la casa con flores Y los platos con regalos.
Pues, sí. Así era.
Y que las bailarinas eran buenas.
Está bien, está bien.
Y mamá... mamá la más buena y la más bella.
Mucho más. Igual que Cuba. Sí, sí, sí...
¿Como quién, papá? ¿Bella como quién?
Te diré. Verás, déjame pensar. Sí, tiene que haber alguien.
Una vez dijiste... una sirena.
¿Una sirena?
Sí. Que viven en el mar y que cantan sentadas en las rocas.
Y eso te gusta.
Más que nada.
Pues, sí, bella como una sirena, tocando la guitarra y retozando en la espuma del Caribe, radiante bajo el sol y oliendo a mar y a arrecife. Claro que era bella, tan bella que no era de este mundo. Y yo joven y sano y fuerte y lleno de ilusiones, y tan patriota que no podía contener las lágrimas cuando oía el himno nacional. Así era, muchacho, y nunca sabré por qué me fui. Tal vez tuve miedo de morir por mi libertad, o miedo de vivir sin ser libre, o miedo de que llegara este día, sí, este día, y pensé que si me iba a otro país nunca llegaría el día en que las puertas se cierran y las flores se marchitan y las joyas resultan falsas y las escaleras son de cemento y no van a ningún lado, y que una mujer sólo puede ser eso, mujer, y un hombre sólo eso, hombre, y las revoluciones solo eso, revoluciones, porque el mundo es un escenario donde todos participamos a la vez y donde uno solo oye lo que uno dice y nadie nos escucha, nadie que nos pueda dar el pie que necesitamos para entendernos y mucho menos nos pueda decir en qué curva del camino se quedó, fija en nuestros recuerdos, negada a morir, la ilusión, esa ilusión que nos hizo vivir y nos trajo hasta aquí y que se fue quedando atrás, alejándose, alejándose, alejándose, hasta ser lo que es hoy, un espejismo inalcanzable que ya apenas si puedo reconocer y mucho menos decirte cómo era, cómo era de verdad.
No, papá, no. No sigas.
Así era. Así es.
No llores.
Es la cocacola.
No quiero que llores.
La cocacola se me subió a la cabeza.
No llores. Ya no me importa.
¿No te importa?
Cuba no me importa. Pero si lloras tengo miedo y no puedo dormir. No. No me cuentes más y deja de llorar. ¿Ves, papá, ves? Lo juro. No te voy a preguntar más. Nunca... nunca... nunca.
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Ramon Ferreira. Escritor cubano nacido en España. Conocido por su antología de cuentos Los malos olores de este mundo (1970) considerado un clásico de la literatura cubana contemporánea.
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