Entre 15 y 20 (Rita Martín entrevista a Raúl Ortega)
Una de las maravillas de una entrevista es que ésta no se convierta en un mero hecho de preguntas y respuestas, sino que, todo lo contrario, alcance la sensación del diálogo, de la conversación. Creo que hemos venido logrando ese diálogo sobre creación con nuestros invitados anteriores. Pero lo nuevo con Raúl Ortega es que, en algunos momentos, me obliga a pasar a ser la entrevistada, a confesar algunas de mis obsesiones e, incluso, a releer algunos de mis poemas y cuentos. Conste que ninguno de los dos estamos deseando agotar al lector con trozos de poemas o fragmentos narrativos. Sólo que coincidimos en haber experimentado toda una época de poesía delirante así como hemos estado en diferentes épocas por lugares semejantes. También que ambos creemos, a pesar de todo, que muchas cosas, como la poesía, no se explican, porque de hecho ésta ofrece la virtud comunicante de expresarse a sí misma. Y las semejanzas de las que hablo son confluencias de aliento y del espíritu libre que busca su libertad. A diferencia de mis poemas, la narrativa que escribo es fragmentada, delirante y múltiple por lo que lleva de antítesis y aglutinación; algo que los críticos han terminado por clasificar como postmoderno. Y muy a pesar de ello Raúl Ortega (quien me corrige ese horrible trato de usted con el que comienzo) me lleva hoy a aquel cuento del gran modernista Rubén Darío: El rey burgués, y a pensar que éste aún nos grita: desde ese día en que le llevaron al rey una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de cortesanos, de retóricos y de maestros de equitación y de baile.
Razones para la escritura
R.O.: Los políticos chinos, por ejemplo, son seres sin obsesión, aunque estén obsesionados con enriquecerse y mear sobre la cabeza de quienes votaron por él, y también sobre la cabeza de quienes no votaron. Cuando hablo de la obsesión me refiero a la que nos permite saber que estamos vivos, que no somos simplemente el animal que come, caga, fornica y duerme. Y ya sabemos que las obsesiones de la escritura son las mismas desde que el hombre pintó y le dio un beso en la boca a su primera vaquita allá en la cueva: el amor y el odio y el tiempo, y la muerte y la traición y la envidia… Escribir significa no estar de acuerdo ni con uno mismo. Preguntar, preguntar y preguntar y no estar conforme con ninguna respuesta. Escribir significa sacar la cabeza del cubo de mierda, y regresar con una sonrisa en el rostro y contarles a los demás lo que viste: que sí, que hay otro mundo, que fuera de los bordes del cubo de mierda de la Tierra existe un gran país que se llama la imaginación, donde no te cobran el oxígeno, y los hombres y las mujeres se turnan para menstruar. Escribir significa que en vez de saludar con la mano saludas con el intestino. ¿Mis obsesiones? Una sola, con hipálage o con merengue pero una sola: la mujer, quiero decir, la cima, y descolgarme de ella y rendir mi homenaje; el merecido, el que se brinda por agradecimiento, nunca por humildad porque dejaría de ser un homenaje. “La mujer es la parte visible del mundo”, es la sentencia que más envidio, lo que quise decir, y no he podido, y seguiré tratando de decir aunque el poeta Octavio Paz lo haya sentenciado con su inteligencia.
R.M.: Descubro que por vías distintas a ambos nos pasó lo mismo. Afortunadamente, mucho de mi poesía fue hacia la basura; y esto muy a pesar de que comencé con la escritura a muy corta edad. Siempre había (y aún la hay) una insatisfacción; una medida que indicaba la necesidad de recomenzar de cero y así a ambos nos llegó los 90, casi inéditos.
¿Un medidor de mierda es siempre recomendable?
R.O.: Cuando ya casi todos los poetas de mi generación estaban premiados y publicados, aún yo seguía en mi inedités. Con anterioridad a 1992 había roto dos poemarios que, de haberlos publicado, hoy estaría arrepentido. Sólo se salvaron dos poemas que publiqué en la revista Somos jóvenes. Más malos no podían ser. A pesar del entusiasmo que causa ver tus primeros textos impresos, muy pronto traté de agotar la edición mientras recorría los estanquillos preguntando por ella. Fayad Jamís —ese poeta cubano-mexicano a quien tanto le debemos— publicó en 1949 un poemario llamado Brújulas, que tenía reminiscencias neorrománticas, y de las cuales el poeta siempre se arrepintió o por lo menos siempre dejaba fuera de su bibliografía. Después, para que no quedara dudas de su talento nos regaló libros como La pedrada, o Los puentes. Yo, no tan buen poeta como Fayad, sin demostrar aún mi talento, logré romper mis brújulas.
R.O.: El escritor y cineasta Ernesto Fundora fue el que me arrebató de las manos Las mujeres fabrican a los locos, y lo llevó a la Editorial Abril. Se publicó en ese mismo año. Patricia Semidey, la editora: qué mujer: inteligencia y belleza. Recuerdo que estaba embarazada, y que, cuando conversábamos me daban deseos de meterme por esa boca hasta su vientre y quedarme allí, quieto, disfrutando, sin ningún apuro por nacer. Un día, sentado en el paseo del Prado de La Habana, vi a un negro, sin camisa, brillando, chorreando todo el sudor del verano, caminando prado abajo mientras leía mi libro. Reía. Creo que nunca más he logrado que mi poesía haya hecho reír a la gente. Las mujeres fabrican a los locos es el delirio, la celebración, el homenaje.
La ensayista y poeta Elena Tamargo, quien tuvo la delicadeza de escribir sobre este libro, dice: “El tono de esta poesía es el de la designación, del homenaje, implica un reconocimiento de algo superior, en una escala que se despliega desde la admiración hasta la veneración, una palabra, esta última, hoy desprovista de sentido, pero en él, rehabitada para nombrar lo femenino. Sus poemas son himnos, una llamada a los testigos, una interpretación de signos y mensajes que garanticen el ser de lo único que este poeta considera divino”. El poema que el amigo y escritor y académico Rafael Saumell prefiere de este libro es “Ciclo cerrado”:
Salté del vientre de mi madre tras un muslo / y olvidé con el apuro los ojos / Después conseguí con gran esfuerzo dos pezones prestados / y los situé en las cuencas vacías / Desde entonces quedo siempre con hambre cuando succiono el caldo que la mujer cocina en el interior de su pared / Llevo alerta mi rayo de luz bajo el ombligo olvidando que una vez los amantes temieron el asalto del día / y espero con ansias que algún niño sin tetas / se me pose en la cara / a chuparme los ojos/.
Es mi libro más querido; también el más imperfecto, y el que más gusta. En 2003 el poeta y editor guatemalteco Carlos López, radicado en México, hizo una reimpresión del mismo. Entre este libro y Con mi voz de mi mujer, escribí Acta común de nacimiento, pasto ya de la censura en la Isla, y que también me publicó Carlos en su editorial Praxis en 1998. Si en mi primer libro el poeta implora, grita, pide, le sigue el rastro a mujeres que no tienen tiempo para detenerse ante él; en el segundo es la mujer la que toma al poeta de la mano y le dice, ven, vamos a luchar juntos contra esta mierda:
Vivíamos pacíficos chupando la placenta / hasta que la aspirina se volvió el menú cotidiano / Las madres tienen la cabeza como un cuarto repleto de humo / donde la gente se abraza a manotazos / marchan a parir en medio de la mar por temor a que los nervios las traicionen / respiran el oxígeno que le brindan los peces / en la tierra no queda ni para el desayuno // Nosotros mascamos el pezón con el apuro del adulto / no hay tiempo para entretenerse en esa bobería de crecer / Ahora vamos a interrumpir el más grandioso partido de beisbol para acostarnos en medio del estadio / a defecar en las butacas de los cines / lanzar los excrementos en el instante que se besen los protagonistas / a revolcarnos en las manos del chofer que conduce un ómnibus repleto / Daremos serenatas de chillidos / aunque la tierra siga siendo un micrófono donde se nos prohíba gritar que estamos vivos / Y esos ricos helados de adrenalina que brindaremos montados en la cola de los perros que tampoco conocieron el calor // Y si alguno por dársela de bueno nos llama a razonar / en plena reunión pones esa carita dequetelaintroduzca / y yo le arranco la puerta al primer carro que se aburre en el parqueo / para pasar al sitio que se le ocurra a tus instintos / Y si alguno se las da de viril contra tu rostro de ángel disfrazado por la angustia / le pones el sexo de sombrero encajado hasta la nuca / Nosotros no ofrecemos ni aceptamos disculpas / nosotros —sin duda— nacimos alterados.
R.O.: Con mi voz de mi mujer, al decir del escritor y amigo Carlos Olivares Baró, es mi mejor libro. Escrito en la Isla, en pleno “período especial”, y publicado en México. Poesía en prosa. La mujer que siempre me habita ha sido mejor, más valiente y más grande que el hombre que soy. Ella es la que habla, la que denuncia su dolor; la que no tiene miedo. Ella está sola, ni yo mismo que comparto mi cuerpo con ella, puedo ayudarla:
Lengua sin boca soy, como también sé que el nieto de quien le disparó a Martí es dueño del hotel que construyeron en el lugar donde estaba mi casa. Pero esto no me apena. Si tener la lengua pegada a la cara es gozar de alguna libertad, bienvenida sea esta prostituta escapada de casa. Cuervo mojado de oro fui y cazadora de ojos de varones inhóspitos. Pero no contaré de lo que quise ser, ni si seré. Nací gusano y el tiempo se rajó como una vieja bandera derrotada. No se puede volar si te cambian alas por un hierro encendí… He dicho que no voy a contar. Estatua con chorrito de agua brotando de la boca. ¿Alguien se inclinará a beber sin tener asco? En estos tiempos la nobleza me aterra. Una mujer con la lengua colgando de la oreja no puede ser apetecible; una mujer escupiendo en el bombo donde hay mil tarjetas y una sola respuesta, no puede apreciar la mirada del ángel increíble para ciertas edades y golpes. ¡No me toquen la lengua! ¡No me la estiren como un auto perseguido que desaparece en una esquina! Yo no hablaré de la hospitalidad del vidrio. ¡Pero no me la corten!, ni me introduzcan una estopa por el hueco de lo que antes fue mi boca, como si fuera un cañón al que hay que limpiar antes de la inspección. ¡Suéltenla!, ¡déjenla! Que se enrosque en el primer glande que quiera atravesarla para hacerlo girar como el anuncio de una barbería. La luna avergonzada resbala por el culo de un carnero que es fornicado por los hombres.
R.O.: Tú me dirás que en vez de una entrevista lo que quiero es que me publiques los poemas, pero la poesía no hay que explicarla, la poesía se explica con poesía. Ahora te voy a hacer una confesión para que no la publiques, para explicar un poco el delirio de mi poética y su correspondencia con el que la escribe: cuando era joven, mientras escribía Las mujeres, yo le pedía a mi novia que me regalara el algodón que tenía entre las piernas cuando estaba menstruando, y si me lo daba después de tanto rogarle, hacía un té con éste. Me lo tomaba y salía a la calle sin miedo, se me quitaba todo el miedo y a veces me creía Superman. De manera que si yo no tuviera esta mujer adentro que siempre me acompaña, o su esencia en forma de jugos vaginales, sería un vil cobarde. No hablo por la mujer —es imposible usurpar su inteligencia, superior una y cien mil veces más a la del hombre, y esto ya está más que probado—, hablo en nombre de la mujer que me habita. Reverencio este delirio de estar vivo y de tener el privilegio de tocar a una mujer con las manos o con la palabra. Seguro no me crees lo del té, pero era cierto.
R.O.: Tú sabes, porque lo viviste, que en los primeros años de la década del ochenta la poesía cubana vivía sumida en un delirio tanto por su calidad como sus poetas; había quedado atrás el llamado “quinquenio gris”, la decadencia de la poesía coloquial, y la metáfora recobraba su puesto con una salud envidiable; también, en mi caso, además del poema, mi happening diario era una manera de decir aquí está la poesía, aunque en ese instante no la estuviese escribiendo. Lo mismo me comía un ramo de rosas en un estudio de grabación de Radio Ciudad de La Habana, que me desayunaba un cenicero lleno de piedras durante una visita a una de esas poetas chilenas que residían en Cuba, y que ella, en honor a los poetas, había recogido (y traído) del cementerio de Montparnasse. Ramón Fernández-Larrea nuestro poeta mayor —en calidad, no por los años— no me dejará mentir cuando en un evento celebrado en el Pasacaballos, en Cienfuegos, fue quien me recogió en el lobby del hotel después que me tiré del tercer piso en nombre de una mujer cuya presencia no me hacía caso. Caí por el hueco por donde suben y bajan las tuberías de agua y los cables eléctricos del hotel. El guardia de seguridad, sin entender de donde yo había salido, miraba el reguero de mi cuerpo en el suelo y después levantaba la cabeza hacia el agujero que mi flaquencia, en su desesperado encuentro con la ley de gravedad, había dejado en el falso techo. La mujer se llamaba Consuelo, y espero que se llame: aún moja mi memoria su vestido de agua. En una de mis novelas (inéditas como las otras, por supuesto) el narrador-protagonista sueña y lucha por construir un salón para menstruar en paz, adonde acudan todas las mujeres del mundo durante ese periodo tan molesto para ellas. Allí, bajo los cuidados del pintor, pueden tenderse a menstruar en paz mientras él les da de comer en la boca; las baña; las viste… todo de manera gratuita.
Te cuento todo esto —sin que tenga que ver mucho con la pregunta— no por esnobismo, sino porque formó parte de una etapa —a pesar de los años difíciles— donde creerse poeta era como pensar que eras el ombligo del mundo. Ingenuidad necesaria que a veces tiene que tener la poesía y el poeta para llegar a la gente. Ingenuidad que ya perdimos, que nos arrebataron. Después todo acabó. Pum: mazorcas de maíz desgranadas por el exilio y la locura. Luego me fui a México, y me quedé durante muchos años, y me hice mexicano.
R.O.: En La memoria de queso recogí los poemas que escribí en ese país tan maravilloso y salvaje. ¿Por qué ese nombre para mi cuarto poemario? Una vez más te contesto con el poema que da título al libro:
Estamos aquí para olvidar / El que pretenda hablar de los recuerdos / o dé señales de algún vestigio de nobleza / no existe / o será devorado por esa ratas que juntos engordamos / con el trozo de queso en el que hemos convertido la memoria// Del odio sí podemos acordarnos / sobre todo si el macho enarbola su reclamo / exija que también es de él la abultada barriga / prometa nuevamente que vamos a estar vivos…// Con esos alfileres que el rencor de los amaneceres nos obsequia / la rabia de la madre irá contra su vientre / hasta escuchar que explota como el globo de una fiesta infantil/.
Un día, después de doce años, cobijado entre las piernas grandiosas de las mexicanas; con trabajo, casi feliz, con editor para mi poesía, me fui. Crucé la frontera junto al poeta Ernesto Olivera. Él ya regresó a su México; descifró primero que yo el espejismo. Yo aún sigo aquí aunque ya preparo mi regreso junto a mi mujer mexicana, también poeta, que tuvo el valor de dejarlo todo y seguirme y darme una hija.
Siempre lo blanco y otro color pastel. Es una obsesión la uniformidad de lo diverso en estas aguas.
¿Ironía llamarle la Ciudad del Sol a una ciudad espejo?
R.O.: Sin grasa y con arena es el resultado de mi experiencia en la ciudad del sol; negro para muchos, aunque nunca se atrevan a aceptarlo. Yo sí acepto que me equivoqué. Que soy un comemierda. Negro sol para mí a pesar de la mar que es mi segunda patria; la primera: mi mujer. También esta pregunta te la voy a responder con un poema que da título al libro: En cuanto uno aterriza con la idea del sueño ―aunque eso de aterrizar no sea más que un eufemismo― ya te están esperando para ponerte en cuatro patas, hasta que todos miren por el ojo de atrás y se te vea la garganta, la desnudez del grito. Más tarde, cada uno por su lado ―sin excepción repito― se encargan de esconder cada gota de grasa (hablo de la esperanza) para que ni pienses que podrás resbalar sobre un solo minuto de la vida. Y con un trozo de madera que mojan una y otra vez en el cinismo, y una y otra vez restriegan en un montón de arena (que tienen preparado en una de sus playas), te atraviesan con saña, como si estuvieran limpiando la boca de un cañón. Poco importa si gritas o te quedas callado. Se trata de empujarte a comprar la pistola para que termines disparando contra ellos en medio de un mercado y se te cumpla el sueño.
R.O.: Nada hay más distante del modo de vida de un cubano que este país, incluyendo Miami. Lo primero que tiene que hacer un cubano en este país es dejar de ser un cubano, aunque se empeñe en mantener su idiosincrasia friendo frituritas de malanga. La libertad es el invento más cínico del hombre. Aquí y en China; allá, en la isla, porque gobierna el hijo que nació del romance entre Stalin y Hitler; aquí porque las leyes te prohíben que respires un miligramo más del oxígeno que te corresponde, y así y todo tienes que pagar el que te toca. Miami no es una ciudad; en una ciudad uno camina, se embarra con el sudor de los demás, tiene amigos; le puede pasar la mano a un niño por la cabeza sin que te acusen de depravado sexual. Miami es un espejo sin azogue donde uno se mira y le da pena ver en que se ha convertido a costa de tener una casa, un carro, una tarjeta de crédito aunque sepas que al final ni la casa ni el carro ni el yate te pertenecen porque aquí todo pertenece a los bancos. Miami es una ciudad que disfruta humillar la inteligencia, y los ejemplos sobran. Éste es un país en guerra, eterna, sea por la razón que fuere, pero en guerra, y ya sabemos que las guerras se libran para enriquecer aún más a los políticos y a los fabricantes de armas; los demás, se joden mientras creen en ese cuento asqueroso de la patria y las banderas. Todo aquel que haya residido en otro país de Latinoamérica, o en Europa, antes de cometer el error de venir para acá, puede que me dé la razón, sepa que en otros países, aunque se trabaja tanto o más que en éste, uno puede decir que vive, que respira; los otros me mentarán la madre y me preguntarán: “Entonces, malagradecido, ¿por qué vives aquí?”. Tienen razón los últimos: ya me estoy yendo. El que dijo “viví en el monstruo y le conozco las entrañas” no fue el José Martí político, sino el poeta.
R.O.: La inspiración es otra de esas pajas mentales tan improbables como esa otra de que Dios existe. Y que conste que yo no soy ateo porque creo en la mujer, en mi mujer. Ahora todo el mundo cree en Dios y nadie cree en el hombre; así de jodida está la cosa. Dios es el peor invento del hombre; una manera de justificar el reguero de mierda que va dejando a cada paso. Pero volvamos a ese otro cuentecito de la inspiración, y dejemos lo que ya todo el mundo sabe pero se niega a reconocer. En la poesía, en mi caso, digo, sí existe el corrientazo: llega el tipo en forma del temblor de unos pechos (odio la silicona) que pasan, o de un gato que se está comiendo a un pajarito. Si llega por la noche y no te levantas, perdiste. En la mañana el verso será como un fantasma que ya no podrás atrapar aunque lo intentes. En la novela es diferente: el corrientazo tienes que dártelo tú mismo, todos los días tienes que sentarte; no importa si trabajas veinticinco horas al día; lo demás es pretexto. Si de verdad te sientes escritor, y tienes algo que compartir con los demás, tienes que buscar esa rendija y sentarte. “La novela es horas-nalga”, dijo alguien más inteligente que yo.
Por supuesto que estar dotado es perderse siempre y cuando durante ese delirio encuentres algo de lo que fuiste a buscar, sino es mejor que ni regreses.
Oficio
R.O.: Al principio puedo decirte que creí en eso del aislamiento y la torre y la soledad, pero al final me di cuenta de que no hay nada más lejos de la escritura que dichas pendejadas. Volvemos a lo anterior: pretextos. Simplemente no eres escritor y ya. Dedícate a jugar con un palito mientras hurgas en tu tercer ojo y sentirás más placer. Estoy terminado mi última novela, (Mi perro necesita una cerveza) sin dinero, sin trabajo, cuidando a mi hija recién nacida, tecleando con las manos aún embarradas de mierda por el último pañal que, con amor, le acabo de cambiar mientras mi mujer (el Dios que te dije antes) trabaja para que no nos falte lo indispensable. Soy un tipo feliz: por ellas, y porque no he dejado de escribir.
La sequía ante la página en blanco es natural. La tierra no siempre está pariendo sus frutos; también hay que dejarla descansar; ararla, cuidarla, mimarla. Lo mismo pasa con la escritura. Al principio, cuando aún no has descubierto lo anterior, te asustas, incluso duele hasta que aprendes que no hay nada de anormal en ello; al contrario, es lo más saludable que hay en el proceso creativo porque esa sequía te exime —siempre y cuando sepas aceptarla y aprovecharla— de que escribas mucha mierda. Hay disímiles trucos, muchas maneras de vadear ese lapso. En mi caso, a veces me masturbo con fruición, con valentía. Salvando la distancia, por supuesto, yo aprendí de James Joyce, y a él lo enseñó Nora Bernacle (la Diosa de la que te hablaba mi ateísmo). En tiempos de sequía a veces entro en Google, y acudo a esas bellezas que pululan y flotan solitarias por el ciberespacio, y también les rindo el homenaje que se merecen. En tiempos de sequía, cuando me acuesto al lado de mi mujer, le hago el amor como si la estuviese desvistiendo por primera vez; también con valor, con algo de autosuficiencia, como si fuera cierto que saldría victorioso del combate, aunque al final reconozca mi derrota. De manera que para mí la página es directamente proporcional a la cantidad de semen acumulada en el cuerpo. Entre estas eyaculaciones, para descansar, para acariciar, leo a esos escritores que te son imprescindibles, que son como tus padres, que en cada página te dan una patadita por el culo mientras te susurran al oído: “Dale, cabrón, escribe. Siéntate y por una vez en tu vida escribe una sola página que se parezca a la más mala de las mías”. Entonces tú te sientas y vas viendo cómo la página en blanco se llena de esos misteriosos animalitos negros que tanto trabajo y placer sientes cuando se dejan atrapar.
Soledad y multiplicidad
R.O.: Pessoa fue un genio. La madre. El hombre que no sólo pudo parir a todos esos hombres, sino que los dotó de una voz propia. Difícil es en la poesía que tu discurso se adueñe de una voz propia. Muchos poetas han muerto sin lograrlo. Esa voz es la suma de tus sobresaltos, de los demonios que te habitan; pero también es la suma de las voces que no te pertenecen. Ir detrás de esas voces, mezclarlas con las tuyas sin que descubran que eres un maldito ladrón, te pueden definir como un poeta; mientras no lo logres eres un impostor. A mí me salva de esa impostura la mujer: la que me habita; la que persigo y no se deja alcanzar. Cuando ellas duermen, o descansan, se me ve la costura, el cobre, como dicen en México; la gente me descubre en medio del rebaño.
R.O.: Trabajar cansa, diría Pavese en uno de sus poemas mientras perseguía a una mujer, pero él nunca descansó; sólo descansó, sólo se suicidó cuando supo que ya no podía perseguirlas. El que piensa que escribir es más fácil que dar pico y pala, muy pronto se dará de bruces con la decepción. El que da pico y pala termina su jornada, va para su casa y acaricia a sus hijos y le hace el amor a su mujer sin ninguna preocupación. El escritor que se decepciona, que no logra atrapar el asombro porque no quiere trabajar después que descubrió que éste existe, es mejor que haga lo que hizo Pavese, con la gran diferencia de que el poeta italiano dejó una obra incomparable antes de quitarse la vida. La escritura no es un pasatiempo; es a tiempo completo. Tú estás escribiendo para entregar, y el que recibe no te va a perdonar si le entregas la mierda.
R.O.: La impostura. No se puede esconder la falta de autenticidad con esa falsa erudición que algunos pretenden explayar en sus escritos para demostrar una gran “cultura”. Nadie puede engañar al lector; es tu salvación y también tu verdugo. El lector tiene que sentir que en esas palabras que tú le entregas hay vida; que estás escribiendo a corazón abierto, que el verso lo tenías atragantado en la garganta como un hueso y que si no lo escupías, te costaba la vida; lo mismo pasa en la novela. No importa si lo que cuentas nada tiene que ver con tu historia personal; tienes que hacerla tuya, creértela como si fuera tuya, para lograr en el lector la complicidad necesaria, para que también la historia sea de él. Por el puente de la autenticidad, aunque estés contando que hay enanitos rojos en la luna, es que es camina la literatura.
Identificaciones de la literatura
R.O.: La escritura es una salvación ante la mediocridad, que es la que puede llevarte a la neurosis o la locura.
R.O.: Por supuesto que existe una relación: la escritura es el cumplimiento de los sueños; la realidad de lo irreal; la necesidad de navegar por otros espacios para no morir en éste; la negación de no someternos a una única existencia. Sueño y literatura, aunque parezcan dos, es una sola puerta que es necesario abrir, traspasar. Durante ese trayecto piensas, te preguntas, tratas de hallar unas cuantas respuestas que te permitan vislumbrar por qué se vive, qué sentido tiene hacerlo, para qué, cuál es tu misión; en fin, filosofas. La historia de la filosofía ha demostrado que hay más preguntas que respuestas, por eso el hombre prefiere soñar. Ya sabemos que Nietzsche es el filósofo —a través de su lenguaje y su visión— que más cerca ha estado de la poesía: “Sé que en mi palomar hay palomas extranjeras, pero se estremecen cuando les pongo la mano encima”.
R.O.: Se escribe en el mismo instante en que uno goza mientras hace el amor; después sólo tienes que pasar a la página en blanco.
R.O.: El hombre es una crisis en sí mismo; un fiasco; alguien que vive atentando a toda hora contra la posibilidad que tiene de vivir. A la palabra le debe que todavía sobreviva. Todo lo que sirva como soporte de la comunicación entre esta sordera común; bienvenido sea. La mediocridad siempre decanta por su propio peso; también quedará en el ciberespacio una muestra digna de cómo el hombre ha podido sobrevivir, y nuevamente tendrá que agradecerle a la palabra.
Fuera del juego
R.O.: Lo primero que hace un dictador —y qué tristeza que pudimos corroborar esto por experiencia propia, aunque los ejemplos sobran— es ir contra los escritores. ¿Por qué? Porque son los primeros que no van a estar de acuerdo, que no van a aceptar que nadie les imponga su criterio. Un escritor es ante todo un anarquista en el sentido literal de la palabra: barullo, desconcierto, incoherencia, nos dice cuando consultamos la palabra anarquía en el Diccionario de la Real Academia Española. En ese mundo caótico de la creación artística nadie puede venir a poner orden; sólo quien escribe, pinta, compone… se atreve contra ese desorden necesario. Una dictadura es el orden que por conveniencia a sus intereses trata de establecer un hombre sin importarle un carajo todo lo demás, aunque en su discurso-letanía opine lo contrario. A nosotros nos tocó el peor. Nadie en la historia del mundo se ha empeñado con tanta alevosía y placer en destruir una nación. Hay dictadores que se ufanaron y se ufanan que su país es el más poderoso, el que mejores palacios tiene… El de nosotros goza, se paladea con la miseria que le ha regalado a sus súbditos, a sus ovejas. El escritor no puede callar, no puede permitirlo; si se equivoca tiene que admitir que se equivocó y también decirlo. Pero nunca plegarse, si lo hace deja de ser el escritor que fue, si alguna vez lo fue. El Neruda que todos recordarán será el de las Residencias, nunca el de la "Oda a Stalin": qué bochorno para la historia de la literatura, o la del Nobel colombiano postrado ante el caudillo.
Sin lengua
R.O.: Voy a partir de mis limitaciones, que como todos saben son esas alambradas que el hombre puede cruzar si se lo propone o nunca superarlas si rehúsa a hacerlo. En México yo nunca me sentí un extranjero; al contrario, pude ampliar mis experiencias, aprender y aprehender, superarme, publicar mis libros y escribir otros. México es un país donde todavía se lee, se respeta la escritura y al escritor. México es un país saludable en su escritura y en quienes la producen. De manera que si uno no es un impostor puede encontrar su lugar. Yo de cierta manera lo encontré, y lo desencontré cuando llegué a Miami, y una de mis limitaciones fue la del idioma, la de tener la estupidez de negarme a aprender el idioma, no para escribir, sino para sobrevivir, o para poder leer a T S. Eliot como dios manda. Para muchos escritores —¡y enhorabuena!— el exilio ha sido una bendición: Cioran renunció a su lengua materna, y alcanzó el reconocimiento de su obra escribiendo en francés. En nuestro caso, muchos de los escritores cubanos que viven en el exilio han logrado estudiar, impartir clases en prestigiosas universidades; publicar su obra, escribir, viajar, conocer, desarrollar una vida necesaria y saludable para su escritura y su persona. A otros no les ha ido tan bien; pero estoy casi seguro de que si se hubiesen quedado en la Isla, ya estuvieran muertos o presos; así que del lobo un pelo. Salir a conocer el mundo ya es ganancia; uno puede encontrarse con la luz o la mierda, pero al menos tiene la oportunidad de luchar, de probarse, de elegir, de no admitir que es un sentenciado. El escritor que se quedó sin lengua es porque no tiene nada que contar. Muchos latinos ya escriben en inglés, y bien que lo hacen; yo seguiré cantando en el lenguaje de la lanza y el loco. Es en el español donde alcanzo mi tono, mi ritmo, en donde pretendo encontrar una oreja para mi música.
R.O.: El inxilio sí es como la muerte porque nadie te escucha, y los que intentan hacerlo no tienen tiempo ni ganas porque están ocupados en su propia sobrevivencia. En una dictadura el exilio es la oportunidad. Casi siempre para ganar algo hay que perder algo. Mi familia en la Isla ha sobrevivido gracias a mi exilio. Qué más puedo pedir. Ya ese cuento baboso de la patria, y la bandera y la palma que se lo crea otro. Mi patria es el blúmer de la mujer que amo.
R.O.: La literatura de habla hispana que se escribe tanto en los Estados Unidos como en nuestros países goza de una excelente salud. Ya sabemos que en el siglo XIX y principios del XX la literatura escrita por los colonizados miraba ineludiblemente hacia la colonia: España. Llegó Darío y hasta los excelentes escritores de la generación del 98 tuvieron que mirar hacia acá. Hoy por hoy, con excepción de dos o tres escritores, los españoles no tienen nada que decir, mucho menos en poesía. Es la literatura escrita por los latinos quienes inyectan de sangre nueva las editoriales españolas; muchos de estos escritores jóvenes, como debe ser, viven en España, pero escriben sobre Bolivia, Guatemala, Argentina, Chile, Perú… Sobre Cuba se ha escrito bastante, pero ningún tema es inagotable. En cuanto a la poesía, aunque haya sido desterrada por los grandes consorcios editoriales, y el poeta casi siempre tenga que pagar de su bolsillo la edición de sus versos, se sigue escribiendo con la misma fuerza, con la misma rabia, con las mismas ganas de demostrar que estamos vivos.
Antes de terminar
R.O.: Los animales también tienen sus orgasmos, pero las palabras están ahí para eso, para erotizar, para entrar en los cuerpos a través de su música.
R.O.: Siempre me he preguntado: ¿por qué no puedo menstruar? Y siempre me he respondido que sí puedo porque escribo.
Una de las maravillas de una entrevista es que ésta no se convierta en un mero hecho de preguntas y respuestas, sino que, todo lo contrario, alcance la sensación del diálogo, de la conversación. Creo que hemos venido logrando ese diálogo sobre creación con nuestros invitados anteriores. Pero lo nuevo con Raúl Ortega es que, en algunos momentos, me obliga a pasar a ser la entrevistada, a confesar algunas de mis obsesiones e, incluso, a releer algunos de mis poemas y cuentos. Conste que ninguno de los dos estamos deseando agotar al lector con trozos de poemas o fragmentos narrativos. Sólo que coincidimos en haber experimentado toda una época de poesía delirante así como hemos estado en diferentes épocas por lugares semejantes. También que ambos creemos, a pesar de todo, que muchas cosas, como la poesía, no se explican, porque de hecho ésta ofrece la virtud comunicante de expresarse a sí misma. Y las semejanzas de las que hablo son confluencias de aliento y del espíritu libre que busca su libertad. A diferencia de mis poemas, la narrativa que escribo es fragmentada, delirante y múltiple por lo que lleva de antítesis y aglutinación; algo que los críticos han terminado por clasificar como postmoderno. Y muy a pesar de ello Raúl Ortega (quien me corrige ese horrible trato de usted con el que comienzo) me lleva hoy a aquel cuento del gran modernista Rubén Darío: El rey burgués, y a pensar que éste aún nos grita: desde ese día en que le llevaron al rey una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de cortesanos, de retóricos y de maestros de equitación y de baile.
--¿Qué es eso? -preguntó. –Señor, es un poeta-le dijeron.
R.O.: Lo primero, mi querida poeta, es quitarle el usted a esta conversación. Si me estuviese entrevistando uno de los mediocres periodistas de nuestras televisoras de habla hispana en Miami, aceptaría el distanciamiento que exige el pronombre, pero los poetas hablan de tú a tú, de carne a carne, de salivazo a salivazo. Por cierto, y perdóname que pase de entrevistado a entrevistador: ¿has visto tú alguna vez que alguna de esas televisoras que pretenden educar a “nuestra comunidad” se haya dignado alguna vez a entrevistar a un poeta? ¿Sabrán ellos que los poetas existen? ¿Sabrán qué cosa es un poeta? No. Ni dudarlo. No saben. No tienen idea que un poeta lo primero que detesta es la mediocridad. Si eres deportista, y llegas a esta ciudad, te entrevistan; si llegas y eres preso político y poeta, entrevistan al preso político, pero nunca al poeta.Razones para la escritura
La escritura es como una maldición que nos salva.
R.M.: ¿Entonces te pregunto que por qué escribes (o escribimos) sin otras alternativas que no sean arrojar palabras y des-crear, malditos, la belleza?
R.O.: ¿Por qué se escribe? La escritura es como una maldición que nos salva. Siempre hay algo de esquizoide en uno cuando escribe, pero también la escritura es el bálsamo, la catarsis. Esas voces interiores, esos yos que nos habitan, que nos ordenan, que nos obligan a obedecerlos también forman parte de la verdadera razón para existir, y si hay una razón para existir, se vive, sino se vegeta. Se escribe para que no te metan preso y también, en nuestro caso, para que te metan preso por escribir. Se escribe para no tener que matar al prójimo. Se escribe para tener una cama asegurada en el manicomio. Se escribe para no poner una bomba. Se escribe contra la soledad y también para estar solo. Escribir también es una forma de ignorar a quienes te ignoran. Ahora, el que escribe pensando que es un ser superior; uno de esos auto dioses sabelotodo, proclamado por sí mismo, está errado. Se escribe para decir lo que los demás ya saben, y no pueden decir. Se escribe porque hay una mujer, y en mi caso no hay una razón más poderosa que ésa: sublimar el origen, no hay otra cosa que merezca la pena. Se escribe porque hay un amigo, uno sólo, que también será tu único lector y con eso te basta. Escribir significa vomitar tu obsesión una y otra vez; siempre será la misma, aunque la adornes con una hipálage —que nunca será mejor que la de Milton—, o le eches merenguito por encima. Sin obsesión no hay escritura. Un escritor sin obsesión viene siendo algo así como un hombre. Cuando hablo de la obsesión me refiero
a la que nos permite saber que estamos vivos
R.M.: ¿Una relación entre obsesión, rebeldía y vida? R.O.: Los políticos chinos, por ejemplo, son seres sin obsesión, aunque estén obsesionados con enriquecerse y mear sobre la cabeza de quienes votaron por él, y también sobre la cabeza de quienes no votaron. Cuando hablo de la obsesión me refiero a la que nos permite saber que estamos vivos, que no somos simplemente el animal que come, caga, fornica y duerme. Y ya sabemos que las obsesiones de la escritura son las mismas desde que el hombre pintó y le dio un beso en la boca a su primera vaquita allá en la cueva: el amor y el odio y el tiempo, y la muerte y la traición y la envidia… Escribir significa no estar de acuerdo ni con uno mismo. Preguntar, preguntar y preguntar y no estar conforme con ninguna respuesta. Escribir significa sacar la cabeza del cubo de mierda, y regresar con una sonrisa en el rostro y contarles a los demás lo que viste: que sí, que hay otro mundo, que fuera de los bordes del cubo de mierda de la Tierra existe un gran país que se llama la imaginación, donde no te cobran el oxígeno, y los hombres y las mujeres se turnan para menstruar. Escribir significa que en vez de saludar con la mano saludas con el intestino. ¿Mis obsesiones? Una sola, con hipálage o con merengue pero una sola: la mujer, quiero decir, la cima, y descolgarme de ella y rendir mi homenaje; el merecido, el que se brinda por agradecimiento, nunca por humildad porque dejaría de ser un homenaje. “La mujer es la parte visible del mundo”, es la sentencia que más envidio, lo que quise decir, y no he podido, y seguiré tratando de decir aunque el poeta Octavio Paz lo haya sentenciado con su inteligencia.
R.M.: Descubro que por vías distintas a ambos nos pasó lo mismo. Afortunadamente, mucho de mi poesía fue hacia la basura; y esto muy a pesar de que comencé con la escritura a muy corta edad. Siempre había (y aún la hay) una insatisfacción; una medida que indicaba la necesidad de recomenzar de cero y así a ambos nos llegó los 90, casi inéditos.
¿Un medidor de mierda es siempre recomendable?
R.O.: Cuando ya casi todos los poetas de mi generación estaban premiados y publicados, aún yo seguía en mi inedités. Con anterioridad a 1992 había roto dos poemarios que, de haberlos publicado, hoy estaría arrepentido. Sólo se salvaron dos poemas que publiqué en la revista Somos jóvenes. Más malos no podían ser. A pesar del entusiasmo que causa ver tus primeros textos impresos, muy pronto traté de agotar la edición mientras recorría los estanquillos preguntando por ella. Fayad Jamís —ese poeta cubano-mexicano a quien tanto le debemos— publicó en 1949 un poemario llamado Brújulas, que tenía reminiscencias neorrománticas, y de las cuales el poeta siempre se arrepintió o por lo menos siempre dejaba fuera de su bibliografía. Después, para que no quedara dudas de su talento nos regaló libros como La pedrada, o Los puentes. Yo, no tan buen poeta como Fayad, sin demostrar aún mi talento, logré romper mis brújulas.
Salté del vientre de mi madre tras un muslo
y olvidé con el apuro los ojos
Después conseguí con gran esfuerzo dos pezones prestados
y los situé en las cuencas vacías
R.M.: Cuál fue el origen de Las mujeres fabrican a los locos y Con mi voz de mujer?R.O.: El escritor y cineasta Ernesto Fundora fue el que me arrebató de las manos Las mujeres fabrican a los locos, y lo llevó a la Editorial Abril. Se publicó en ese mismo año. Patricia Semidey, la editora: qué mujer: inteligencia y belleza. Recuerdo que estaba embarazada, y que, cuando conversábamos me daban deseos de meterme por esa boca hasta su vientre y quedarme allí, quieto, disfrutando, sin ningún apuro por nacer. Un día, sentado en el paseo del Prado de La Habana, vi a un negro, sin camisa, brillando, chorreando todo el sudor del verano, caminando prado abajo mientras leía mi libro. Reía. Creo que nunca más he logrado que mi poesía haya hecho reír a la gente. Las mujeres fabrican a los locos es el delirio, la celebración, el homenaje.
La ensayista y poeta Elena Tamargo, quien tuvo la delicadeza de escribir sobre este libro, dice: “El tono de esta poesía es el de la designación, del homenaje, implica un reconocimiento de algo superior, en una escala que se despliega desde la admiración hasta la veneración, una palabra, esta última, hoy desprovista de sentido, pero en él, rehabitada para nombrar lo femenino. Sus poemas son himnos, una llamada a los testigos, una interpretación de signos y mensajes que garanticen el ser de lo único que este poeta considera divino”. El poema que el amigo y escritor y académico Rafael Saumell prefiere de este libro es “Ciclo cerrado”:
Salté del vientre de mi madre tras un muslo / y olvidé con el apuro los ojos / Después conseguí con gran esfuerzo dos pezones prestados / y los situé en las cuencas vacías / Desde entonces quedo siempre con hambre cuando succiono el caldo que la mujer cocina en el interior de su pared / Llevo alerta mi rayo de luz bajo el ombligo olvidando que una vez los amantes temieron el asalto del día / y espero con ansias que algún niño sin tetas / se me pose en la cara / a chuparme los ojos/.
Es mi libro más querido; también el más imperfecto, y el que más gusta. En 2003 el poeta y editor guatemalteco Carlos López, radicado en México, hizo una reimpresión del mismo. Entre este libro y Con mi voz de mi mujer, escribí Acta común de nacimiento, pasto ya de la censura en la Isla, y que también me publicó Carlos en su editorial Praxis en 1998. Si en mi primer libro el poeta implora, grita, pide, le sigue el rastro a mujeres que no tienen tiempo para detenerse ante él; en el segundo es la mujer la que toma al poeta de la mano y le dice, ven, vamos a luchar juntos contra esta mierda:
Vivíamos pacíficos chupando la placenta / hasta que la aspirina se volvió el menú cotidiano / Las madres tienen la cabeza como un cuarto repleto de humo / donde la gente se abraza a manotazos / marchan a parir en medio de la mar por temor a que los nervios las traicionen / respiran el oxígeno que le brindan los peces / en la tierra no queda ni para el desayuno // Nosotros mascamos el pezón con el apuro del adulto / no hay tiempo para entretenerse en esa bobería de crecer / Ahora vamos a interrumpir el más grandioso partido de beisbol para acostarnos en medio del estadio / a defecar en las butacas de los cines / lanzar los excrementos en el instante que se besen los protagonistas / a revolcarnos en las manos del chofer que conduce un ómnibus repleto / Daremos serenatas de chillidos / aunque la tierra siga siendo un micrófono donde se nos prohíba gritar que estamos vivos / Y esos ricos helados de adrenalina que brindaremos montados en la cola de los perros que tampoco conocieron el calor // Y si alguno por dársela de bueno nos llama a razonar / en plena reunión pones esa carita dequetelaintroduzca / y yo le arranco la puerta al primer carro que se aburre en el parqueo / para pasar al sitio que se le ocurra a tus instintos / Y si alguno se las da de viril contra tu rostro de ángel disfrazado por la angustia / le pones el sexo de sombrero encajado hasta la nuca / Nosotros no ofrecemos ni aceptamos disculpas / nosotros —sin duda— nacimos alterados.
La mujer que siempre me habita ha sido mejor,
más valiente y más grande que el hombre que soy
R.M.: Es historia que cuando las mujeres ocupan espacios de creación y de pensamiento, de inmediato se les señala su yo masculino. Y por supuesto que grandes escritores y psicólogos han hablado muchísimo de su yo femenino; entre ellos Martí y Jung. Pero en los últimos tiempos, y a pesar de que muchos se abanderen dentro de la liberación femenina, muy pocos hombres creadores tienen el coraje de hablar del yin y el yang de la manera en que lo hacen José Lorenzo Fuentes y Raúl Ortega. Éste último, Raúl, con total reconocimiento en su ser, con su voz de mujer.R.O.: Con mi voz de mi mujer, al decir del escritor y amigo Carlos Olivares Baró, es mi mejor libro. Escrito en la Isla, en pleno “período especial”, y publicado en México. Poesía en prosa. La mujer que siempre me habita ha sido mejor, más valiente y más grande que el hombre que soy. Ella es la que habla, la que denuncia su dolor; la que no tiene miedo. Ella está sola, ni yo mismo que comparto mi cuerpo con ella, puedo ayudarla:
Lengua sin boca soy, como también sé que el nieto de quien le disparó a Martí es dueño del hotel que construyeron en el lugar donde estaba mi casa. Pero esto no me apena. Si tener la lengua pegada a la cara es gozar de alguna libertad, bienvenida sea esta prostituta escapada de casa. Cuervo mojado de oro fui y cazadora de ojos de varones inhóspitos. Pero no contaré de lo que quise ser, ni si seré. Nací gusano y el tiempo se rajó como una vieja bandera derrotada. No se puede volar si te cambian alas por un hierro encendí… He dicho que no voy a contar. Estatua con chorrito de agua brotando de la boca. ¿Alguien se inclinará a beber sin tener asco? En estos tiempos la nobleza me aterra. Una mujer con la lengua colgando de la oreja no puede ser apetecible; una mujer escupiendo en el bombo donde hay mil tarjetas y una sola respuesta, no puede apreciar la mirada del ángel increíble para ciertas edades y golpes. ¡No me toquen la lengua! ¡No me la estiren como un auto perseguido que desaparece en una esquina! Yo no hablaré de la hospitalidad del vidrio. ¡Pero no me la corten!, ni me introduzcan una estopa por el hueco de lo que antes fue mi boca, como si fuera un cañón al que hay que limpiar antes de la inspección. ¡Suéltenla!, ¡déjenla! Que se enrosque en el primer glande que quiera atravesarla para hacerlo girar como el anuncio de una barbería. La luna avergonzada resbala por el culo de un carnero que es fornicado por los hombres.
Ahora te voy a hacer una confesión para que no la publiques
R.M.: Poeta, lo siento mucho, pero esta anécdota va. No puedo dejar de publicarla. Hay una abominación bíblica de la mujer y tu acto se rebela ante ésta magníficamente posicionándote entre lo sagrado y lo perverso, salvadoramente.R.O.: Tú me dirás que en vez de una entrevista lo que quiero es que me publiques los poemas, pero la poesía no hay que explicarla, la poesía se explica con poesía. Ahora te voy a hacer una confesión para que no la publiques, para explicar un poco el delirio de mi poética y su correspondencia con el que la escribe: cuando era joven, mientras escribía Las mujeres, yo le pedía a mi novia que me regalara el algodón que tenía entre las piernas cuando estaba menstruando, y si me lo daba después de tanto rogarle, hacía un té con éste. Me lo tomaba y salía a la calle sin miedo, se me quitaba todo el miedo y a veces me creía Superman. De manera que si yo no tuviera esta mujer adentro que siempre me acompaña, o su esencia en forma de jugos vaginales, sería un vil cobarde. No hablo por la mujer —es imposible usurpar su inteligencia, superior una y cien mil veces más a la del hombre, y esto ya está más que probado—, hablo en nombre de la mujer que me habita. Reverencio este delirio de estar vivo y de tener el privilegio de tocar a una mujer con las manos o con la palabra. Seguro no me crees lo del té, pero era cierto.
los ochenta .... donde creerse poeta era como pensar
que eras el ombligo del mundo
R.M.: ¿Un momento poético nacido entre la metáfora y el delirio?R.O.: Tú sabes, porque lo viviste, que en los primeros años de la década del ochenta la poesía cubana vivía sumida en un delirio tanto por su calidad como sus poetas; había quedado atrás el llamado “quinquenio gris”, la decadencia de la poesía coloquial, y la metáfora recobraba su puesto con una salud envidiable; también, en mi caso, además del poema, mi happening diario era una manera de decir aquí está la poesía, aunque en ese instante no la estuviese escribiendo. Lo mismo me comía un ramo de rosas en un estudio de grabación de Radio Ciudad de La Habana, que me desayunaba un cenicero lleno de piedras durante una visita a una de esas poetas chilenas que residían en Cuba, y que ella, en honor a los poetas, había recogido (y traído) del cementerio de Montparnasse. Ramón Fernández-Larrea nuestro poeta mayor —en calidad, no por los años— no me dejará mentir cuando en un evento celebrado en el Pasacaballos, en Cienfuegos, fue quien me recogió en el lobby del hotel después que me tiré del tercer piso en nombre de una mujer cuya presencia no me hacía caso. Caí por el hueco por donde suben y bajan las tuberías de agua y los cables eléctricos del hotel. El guardia de seguridad, sin entender de donde yo había salido, miraba el reguero de mi cuerpo en el suelo y después levantaba la cabeza hacia el agujero que mi flaquencia, en su desesperado encuentro con la ley de gravedad, había dejado en el falso techo. La mujer se llamaba Consuelo, y espero que se llame: aún moja mi memoria su vestido de agua. En una de mis novelas (inéditas como las otras, por supuesto) el narrador-protagonista sueña y lucha por construir un salón para menstruar en paz, adonde acudan todas las mujeres del mundo durante ese periodo tan molesto para ellas. Allí, bajo los cuidados del pintor, pueden tenderse a menstruar en paz mientras él les da de comer en la boca; las baña; las viste… todo de manera gratuita.
Te cuento todo esto —sin que tenga que ver mucho con la pregunta— no por esnobismo, sino porque formó parte de una etapa —a pesar de los años difíciles— donde creerse poeta era como pensar que eras el ombligo del mundo. Ingenuidad necesaria que a veces tiene que tener la poesía y el poeta para llegar a la gente. Ingenuidad que ya perdimos, que nos arrebataron. Después todo acabó. Pum: mazorcas de maíz desgranadas por el exilio y la locura. Luego me fui a México, y me quedé durante muchos años, y me hice mexicano.
Estamos aquí para olvidar
El que pretenda hablar de los recuerdos
o dé señales de algún vestigio de nobleza
no existe
R.M.: ¿La memoria de queso y Sin grasa y con arena?R.O.: En La memoria de queso recogí los poemas que escribí en ese país tan maravilloso y salvaje. ¿Por qué ese nombre para mi cuarto poemario? Una vez más te contesto con el poema que da título al libro:
Estamos aquí para olvidar / El que pretenda hablar de los recuerdos / o dé señales de algún vestigio de nobleza / no existe / o será devorado por esa ratas que juntos engordamos / con el trozo de queso en el que hemos convertido la memoria// Del odio sí podemos acordarnos / sobre todo si el macho enarbola su reclamo / exija que también es de él la abultada barriga / prometa nuevamente que vamos a estar vivos…// Con esos alfileres que el rencor de los amaneceres nos obsequia / la rabia de la madre irá contra su vientre / hasta escuchar que explota como el globo de una fiesta infantil/.
Un día, después de doce años, cobijado entre las piernas grandiosas de las mexicanas; con trabajo, casi feliz, con editor para mi poesía, me fui. Crucé la frontera junto al poeta Ernesto Olivera. Él ya regresó a su México; descifró primero que yo el espejismo. Yo aún sigo aquí aunque ya preparo mi regreso junto a mi mujer mexicana, también poeta, que tuvo el valor de dejarlo todo y seguirme y darme una hija.
se encargan de esconder cada gota de grasa
(hablo de la esperanza) para que ni pienses
que podrás resbalar sobre un solo minuto de la vida.
R.M.: En Ciudad albina he escrito algo de la ciudad espejo: Sólo ve las luces del Park Plaza Hotel que bañan el McDonald's y el Burger King más próximos y hasta el Latin America que cierra a punto de la madrugada, como ilusoria opción de un pueblecito de campo, rodeado de lagos. Las luces de la ciudad entorpecen la nueva mirada (o la misma) sobre las cosas, sobre esta playa blanquecina, alguien dijo que albina, donde todo es de dos colores: blanco y verde, rojo y blanco, azul y blanco. Siempre lo blanco y otro color pastel. Es una obsesión la uniformidad de lo diverso en estas aguas.
¿Ironía llamarle la Ciudad del Sol a una ciudad espejo?
R.O.: Sin grasa y con arena es el resultado de mi experiencia en la ciudad del sol; negro para muchos, aunque nunca se atrevan a aceptarlo. Yo sí acepto que me equivoqué. Que soy un comemierda. Negro sol para mí a pesar de la mar que es mi segunda patria; la primera: mi mujer. También esta pregunta te la voy a responder con un poema que da título al libro: En cuanto uno aterriza con la idea del sueño ―aunque eso de aterrizar no sea más que un eufemismo― ya te están esperando para ponerte en cuatro patas, hasta que todos miren por el ojo de atrás y se te vea la garganta, la desnudez del grito. Más tarde, cada uno por su lado ―sin excepción repito― se encargan de esconder cada gota de grasa (hablo de la esperanza) para que ni pienses que podrás resbalar sobre un solo minuto de la vida. Y con un trozo de madera que mojan una y otra vez en el cinismo, y una y otra vez restriegan en un montón de arena (que tienen preparado en una de sus playas), te atraviesan con saña, como si estuvieran limpiando la boca de un cañón. Poco importa si gritas o te quedas callado. Se trata de empujarte a comprar la pistola para que termines disparando contra ellos en medio de un mercado y se te cumpla el sueño.
Miami es un espejo sin azogue donde uno se mira
R.M.: A Ciudad albina se le sumó Ciudad de perros muertos y patos caminantes. En el diálogo, dos personajes femeninos Ruth y Kelly se quejan: --Si al menos una plaza. – ¿Para qué necesitarías una plaza, tonta? –Kelly. – Al menos algunas palomas en lugar de patos y una fuente y un aire y un sabor de antiguo –sentenció Kelly. – Acá todo es muy nuevo –dijo Kelly. –No es lo nuevo, sino lo feo, Ruth. […] Esta ciudad nadie la camina –Ruth. –Una ciudad que no se camina no se llega nunca a amar—Kelly. R.O.: Nada hay más distante del modo de vida de un cubano que este país, incluyendo Miami. Lo primero que tiene que hacer un cubano en este país es dejar de ser un cubano, aunque se empeñe en mantener su idiosincrasia friendo frituritas de malanga. La libertad es el invento más cínico del hombre. Aquí y en China; allá, en la isla, porque gobierna el hijo que nació del romance entre Stalin y Hitler; aquí porque las leyes te prohíben que respires un miligramo más del oxígeno que te corresponde, y así y todo tienes que pagar el que te toca. Miami no es una ciudad; en una ciudad uno camina, se embarra con el sudor de los demás, tiene amigos; le puede pasar la mano a un niño por la cabeza sin que te acusen de depravado sexual. Miami es un espejo sin azogue donde uno se mira y le da pena ver en que se ha convertido a costa de tener una casa, un carro, una tarjeta de crédito aunque sepas que al final ni la casa ni el carro ni el yate te pertenecen porque aquí todo pertenece a los bancos. Miami es una ciudad que disfruta humillar la inteligencia, y los ejemplos sobran. Éste es un país en guerra, eterna, sea por la razón que fuere, pero en guerra, y ya sabemos que las guerras se libran para enriquecer aún más a los políticos y a los fabricantes de armas; los demás, se joden mientras creen en ese cuento asqueroso de la patria y las banderas. Todo aquel que haya residido en otro país de Latinoamérica, o en Europa, antes de cometer el error de venir para acá, puede que me dé la razón, sepa que en otros países, aunque se trabaja tanto o más que en éste, uno puede decir que vive, que respira; los otros me mentarán la madre y me preguntarán: “Entonces, malagradecido, ¿por qué vives aquí?”. Tienen razón los últimos: ya me estoy yendo. El que dijo “viví en el monstruo y le conozco las entrañas” no fue el José Martí político, sino el poeta.
sí existe el corrientazo:
llega el tipo en forma del temblor de unos pechos
R.M.: ¿Cómo describes el proceso creativo? ¿Se debe hablar de inspiración o de espiración? R.O.: La inspiración es otra de esas pajas mentales tan improbables como esa otra de que Dios existe. Y que conste que yo no soy ateo porque creo en la mujer, en mi mujer. Ahora todo el mundo cree en Dios y nadie cree en el hombre; así de jodida está la cosa. Dios es el peor invento del hombre; una manera de justificar el reguero de mierda que va dejando a cada paso. Pero volvamos a ese otro cuentecito de la inspiración, y dejemos lo que ya todo el mundo sabe pero se niega a reconocer. En la poesía, en mi caso, digo, sí existe el corrientazo: llega el tipo en forma del temblor de unos pechos (odio la silicona) que pasan, o de un gato que se está comiendo a un pajarito. Si llega por la noche y no te levantas, perdiste. En la mañana el verso será como un fantasma que ya no podrás atrapar aunque lo intentes. En la novela es diferente: el corrientazo tienes que dártelo tú mismo, todos los días tienes que sentarte; no importa si trabajas veinticinco horas al día; lo demás es pretexto. Si de verdad te sientes escritor, y tienes algo que compartir con los demás, tienes que buscar esa rendija y sentarte. “La novela es horas-nalga”, dijo alguien más inteligente que yo.
Por supuesto que estar dotado es perderse siempre y cuando durante ese delirio encuentres algo de lo que fuiste a buscar, sino es mejor que ni regreses.
Oficio
La tierra no siempre está pariendo sus frutos
R.M.: ¿Cómo enfrentas la sequía creativa?R.O.: Al principio puedo decirte que creí en eso del aislamiento y la torre y la soledad, pero al final me di cuenta de que no hay nada más lejos de la escritura que dichas pendejadas. Volvemos a lo anterior: pretextos. Simplemente no eres escritor y ya. Dedícate a jugar con un palito mientras hurgas en tu tercer ojo y sentirás más placer. Estoy terminado mi última novela, (Mi perro necesita una cerveza) sin dinero, sin trabajo, cuidando a mi hija recién nacida, tecleando con las manos aún embarradas de mierda por el último pañal que, con amor, le acabo de cambiar mientras mi mujer (el Dios que te dije antes) trabaja para que no nos falte lo indispensable. Soy un tipo feliz: por ellas, y porque no he dejado de escribir.
La sequía ante la página en blanco es natural. La tierra no siempre está pariendo sus frutos; también hay que dejarla descansar; ararla, cuidarla, mimarla. Lo mismo pasa con la escritura. Al principio, cuando aún no has descubierto lo anterior, te asustas, incluso duele hasta que aprendes que no hay nada de anormal en ello; al contrario, es lo más saludable que hay en el proceso creativo porque esa sequía te exime —siempre y cuando sepas aceptarla y aprovecharla— de que escribas mucha mierda. Hay disímiles trucos, muchas maneras de vadear ese lapso. En mi caso, a veces me masturbo con fruición, con valentía. Salvando la distancia, por supuesto, yo aprendí de James Joyce, y a él lo enseñó Nora Bernacle (la Diosa de la que te hablaba mi ateísmo). En tiempos de sequía a veces entro en Google, y acudo a esas bellezas que pululan y flotan solitarias por el ciberespacio, y también les rindo el homenaje que se merecen. En tiempos de sequía, cuando me acuesto al lado de mi mujer, le hago el amor como si la estuviese desvistiendo por primera vez; también con valor, con algo de autosuficiencia, como si fuera cierto que saldría victorioso del combate, aunque al final reconozca mi derrota. De manera que para mí la página es directamente proporcional a la cantidad de semen acumulada en el cuerpo. Entre estas eyaculaciones, para descansar, para acariciar, leo a esos escritores que te son imprescindibles, que son como tus padres, que en cada página te dan una patadita por el culo mientras te susurran al oído: “Dale, cabrón, escribe. Siéntate y por una vez en tu vida escribe una sola página que se parezca a la más mala de las mías”. Entonces tú te sientas y vas viendo cómo la página en blanco se llena de esos misteriosos animalitos negros que tanto trabajo y placer sientes cuando se dejan atrapar.
Soledad y multiplicidad
Difícil es en la poesía que tu discurso se adueñe de una voz propia
R.M.: Para Pessoa su ser “participaba de todos los hombres (…) una suma de no-yos sintetizada en un yo postizo. ¿Y Raúl Ortega?R.O.: Pessoa fue un genio. La madre. El hombre que no sólo pudo parir a todos esos hombres, sino que los dotó de una voz propia. Difícil es en la poesía que tu discurso se adueñe de una voz propia. Muchos poetas han muerto sin lograrlo. Esa voz es la suma de tus sobresaltos, de los demonios que te habitan; pero también es la suma de las voces que no te pertenecen. Ir detrás de esas voces, mezclarlas con las tuyas sin que descubran que eres un maldito ladrón, te pueden definir como un poeta; mientras no lo logres eres un impostor. A mí me salva de esa impostura la mujer: la que me habita; la que persigo y no se deja alcanzar. Cuando ellas duermen, o descansan, se me ve la costura, el cobre, como dicen en México; la gente me descubre en medio del rebaño.
La escritura no es un pasatiempo; es a tiempo completo
R.M.: Pensamos en estas acciones: escribir, destruir, corregir, editar… ¿Consejos para escritores de (novela/poesía/o ambas)?R.O.: Trabajar cansa, diría Pavese en uno de sus poemas mientras perseguía a una mujer, pero él nunca descansó; sólo descansó, sólo se suicidó cuando supo que ya no podía perseguirlas. El que piensa que escribir es más fácil que dar pico y pala, muy pronto se dará de bruces con la decepción. El que da pico y pala termina su jornada, va para su casa y acaricia a sus hijos y le hace el amor a su mujer sin ninguna preocupación. El escritor que se decepciona, que no logra atrapar el asombro porque no quiere trabajar después que descubrió que éste existe, es mejor que haga lo que hizo Pavese, con la gran diferencia de que el poeta italiano dejó una obra incomparable antes de quitarse la vida. La escritura no es un pasatiempo; es a tiempo completo. Tú estás escribiendo para entregar, y el que recibe no te va a perdonar si le entregas la mierda.
Evita la impostura
R.M.: ¿Qué es preciso evitar en literatura?R.O.: La impostura. No se puede esconder la falta de autenticidad con esa falsa erudición que algunos pretenden explayar en sus escritos para demostrar una gran “cultura”. Nadie puede engañar al lector; es tu salvación y también tu verdugo. El lector tiene que sentir que en esas palabras que tú le entregas hay vida; que estás escribiendo a corazón abierto, que el verso lo tenías atragantado en la garganta como un hueso y que si no lo escupías, te costaba la vida; lo mismo pasa en la novela. No importa si lo que cuentas nada tiene que ver con tu historia personal; tienes que hacerla tuya, creértela como si fuera tuya, para lograr en el lector la complicidad necesaria, para que también la historia sea de él. Por el puente de la autenticidad, aunque estés contando que hay enanitos rojos en la luna, es que es camina la literatura.
Identificaciones de la literatura
la mediocridad es la que puede llevarte a la neurosis o la locura
R.M.: ¿Es la escritura una salvación ante la neurosis y la locura? R.O.: La escritura es una salvación ante la mediocridad, que es la que puede llevarte a la neurosis o la locura.
la escritura es el cumplimiento de los sueños
R.M.: ¿Qué coordenadas encuentra entre sueño, filosofía y escritura?R.O.: Por supuesto que existe una relación: la escritura es el cumplimiento de los sueños; la realidad de lo irreal; la necesidad de navegar por otros espacios para no morir en éste; la negación de no someternos a una única existencia. Sueño y literatura, aunque parezcan dos, es una sola puerta que es necesario abrir, traspasar. Durante ese trayecto piensas, te preguntas, tratas de hallar unas cuantas respuestas que te permitan vislumbrar por qué se vive, qué sentido tiene hacerlo, para qué, cuál es tu misión; en fin, filosofas. La historia de la filosofía ha demostrado que hay más preguntas que respuestas, por eso el hombre prefiere soñar. Ya sabemos que Nietzsche es el filósofo —a través de su lenguaje y su visión— que más cerca ha estado de la poesía: “Sé que en mi palomar hay palomas extranjeras, pero se estremecen cuando les pongo la mano encima”.
Se escribe en el mismo instante en que uno goza
R.M.: ¿Qué relaciones encuentra entre escritura, sexo y placer?R.O.: Se escribe en el mismo instante en que uno goza mientras hace el amor; después sólo tienes que pasar a la página en blanco.
El hombre le debe la sobrevivencia a la palabra
R.M.: La rapidez del cinematógrafo y de la internet… ¿cómo vincula este mundo de imágenes con la literatura? ¿Hay una crisis de la palabra?R.O.: El hombre es una crisis en sí mismo; un fiasco; alguien que vive atentando a toda hora contra la posibilidad que tiene de vivir. A la palabra le debe que todavía sobreviva. Todo lo que sirva como soporte de la comunicación entre esta sordera común; bienvenido sea. La mediocridad siempre decanta por su propio peso; también quedará en el ciberespacio una muestra digna de cómo el hombre ha podido sobrevivir, y nuevamente tendrá que agradecerle a la palabra.
Fuera del juego
Lo primero que hace un dictador —y qué tristeza que pudimos corroborar esto por experiencia propia, aunque los ejemplos sobran— es ir contra los escritores
R.M.: Parto del criterio de que toda escritura es subversiva pero ¿podría ahondar en este concepto y en la relación de escritura y poder bajo regímenes totalitarios?R.O.: Lo primero que hace un dictador —y qué tristeza que pudimos corroborar esto por experiencia propia, aunque los ejemplos sobran— es ir contra los escritores. ¿Por qué? Porque son los primeros que no van a estar de acuerdo, que no van a aceptar que nadie les imponga su criterio. Un escritor es ante todo un anarquista en el sentido literal de la palabra: barullo, desconcierto, incoherencia, nos dice cuando consultamos la palabra anarquía en el Diccionario de la Real Academia Española. En ese mundo caótico de la creación artística nadie puede venir a poner orden; sólo quien escribe, pinta, compone… se atreve contra ese desorden necesario. Una dictadura es el orden que por conveniencia a sus intereses trata de establecer un hombre sin importarle un carajo todo lo demás, aunque en su discurso-letanía opine lo contrario. A nosotros nos tocó el peor. Nadie en la historia del mundo se ha empeñado con tanta alevosía y placer en destruir una nación. Hay dictadores que se ufanaron y se ufanan que su país es el más poderoso, el que mejores palacios tiene… El de nosotros goza, se paladea con la miseria que le ha regalado a sus súbditos, a sus ovejas. El escritor no puede callar, no puede permitirlo; si se equivoca tiene que admitir que se equivocó y también decirlo. Pero nunca plegarse, si lo hace deja de ser el escritor que fue, si alguna vez lo fue. El Neruda que todos recordarán será el de las Residencias, nunca el de la "Oda a Stalin": qué bochorno para la historia de la literatura, o la del Nobel colombiano postrado ante el caudillo.
Sin lengua
Es en el español donde alcanzo mi tono, mi ritmo,
en donde pretendo encontrar una oreja para mi música.
R.M.: Hay en Raúl dos experiencias exílicas, una en México (país que comparte la lengua española) y la otra EE.UU donde la lengua principal es el inglés. ¿Podrías hacerme un contraste entre ambos países en lo relacionado con la inserción en el mundo cultural. Y hoy, ¿cómo te enfrentas al hecho de haberte quedado “sin lengua”?R.O.: Voy a partir de mis limitaciones, que como todos saben son esas alambradas que el hombre puede cruzar si se lo propone o nunca superarlas si rehúsa a hacerlo. En México yo nunca me sentí un extranjero; al contrario, pude ampliar mis experiencias, aprender y aprehender, superarme, publicar mis libros y escribir otros. México es un país donde todavía se lee, se respeta la escritura y al escritor. México es un país saludable en su escritura y en quienes la producen. De manera que si uno no es un impostor puede encontrar su lugar. Yo de cierta manera lo encontré, y lo desencontré cuando llegué a Miami, y una de mis limitaciones fue la del idioma, la de tener la estupidez de negarme a aprender el idioma, no para escribir, sino para sobrevivir, o para poder leer a T S. Eliot como dios manda. Para muchos escritores —¡y enhorabuena!— el exilio ha sido una bendición: Cioran renunció a su lengua materna, y alcanzó el reconocimiento de su obra escribiendo en francés. En nuestro caso, muchos de los escritores cubanos que viven en el exilio han logrado estudiar, impartir clases en prestigiosas universidades; publicar su obra, escribir, viajar, conocer, desarrollar una vida necesaria y saludable para su escritura y su persona. A otros no les ha ido tan bien; pero estoy casi seguro de que si se hubiesen quedado en la Isla, ya estuvieran muertos o presos; así que del lobo un pelo. Salir a conocer el mundo ya es ganancia; uno puede encontrarse con la luz o la mierda, pero al menos tiene la oportunidad de luchar, de probarse, de elegir, de no admitir que es un sentenciado. El escritor que se quedó sin lengua es porque no tiene nada que contar. Muchos latinos ya escriben en inglés, y bien que lo hacen; yo seguiré cantando en el lenguaje de la lanza y el loco. Es en el español donde alcanzo mi tono, mi ritmo, en donde pretendo encontrar una oreja para mi música.
Mi patria es el blúmer de la mujer que amo
R.M.: ¿Cómo define el “exilio” un escritor, es decir, una persona acostumbrada a vivir diferentes exilios e inxilios, incluso, en su propia tierra? R.O.: El inxilio sí es como la muerte porque nadie te escucha, y los que intentan hacerlo no tienen tiempo ni ganas porque están ocupados en su propia sobrevivencia. En una dictadura el exilio es la oportunidad. Casi siempre para ganar algo hay que perder algo. Mi familia en la Isla ha sobrevivido gracias a mi exilio. Qué más puedo pedir. Ya ese cuento baboso de la patria, y la bandera y la palma que se lo crea otro. Mi patria es el blúmer de la mujer que amo.
Hoy por hoy, con excepción de dos o tres escritores, los españoles no tienen nada que decir, mucho menos en poesía
R.M.: ¿Cuáles son los síntomas y gestiones de la literatura hispanoamericana (y cubana, claro) en el Siglo XXI? ¿Cuáles para la literatura latina en USA?R.O.: La literatura de habla hispana que se escribe tanto en los Estados Unidos como en nuestros países goza de una excelente salud. Ya sabemos que en el siglo XIX y principios del XX la literatura escrita por los colonizados miraba ineludiblemente hacia la colonia: España. Llegó Darío y hasta los excelentes escritores de la generación del 98 tuvieron que mirar hacia acá. Hoy por hoy, con excepción de dos o tres escritores, los españoles no tienen nada que decir, mucho menos en poesía. Es la literatura escrita por los latinos quienes inyectan de sangre nueva las editoriales españolas; muchos de estos escritores jóvenes, como debe ser, viven en España, pero escriben sobre Bolivia, Guatemala, Argentina, Chile, Perú… Sobre Cuba se ha escrito bastante, pero ningún tema es inagotable. En cuanto a la poesía, aunque haya sido desterrada por los grandes consorcios editoriales, y el poeta casi siempre tenga que pagar de su bolsillo la edición de sus versos, se sigue escribiendo con la misma fuerza, con la misma rabia, con las mismas ganas de demostrar que estamos vivos.
Antes de terminar
las palabras están ahí para eso, para erotizar
R.M.: Una definición para el concepto literatura erótica…R.O.: Los animales también tienen sus orgasmos, pero las palabras están ahí para eso, para erotizar, para entrar en los cuerpos a través de su música.
¿Por qué no puedo menstruar?
R.M.: ¿Una pregunta que siempre te haya martillado…? ¿Una posible respuesta para la misma?R.O.: Siempre me he preguntado: ¿por qué no puedo menstruar? Y siempre me he respondido que sí puedo porque escribo.
Encuestas/Entrevistas © Rita Martin
1 comment:
He leído con detenimiento las respuestas, todas obedecen a un creo sólido, y son de una profundidad incuestionable. La itensidad de lo respondido por Raúl hace que vayamos de una respuesta a otra como si fuéramos de un capítulo a otro de una novela que nos engancha desde del inicio y no afloja.
Muy buena la entrevista, debe guardarse como material para consulta.
Gracias.
Félix Luis Viera
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