El sábado 20 de noviembre de 2010 se presentó en la Jornada Alternativa de Literatura de la Feria Internacional del Libro de Miami un poemario que merece una atención especial por al menos tres motivos: 1º) Es un excelente libro de poemas; 2º) se aventura con una lucidez excepcional en la frustración respecto de las utopías; 3º) el desarraigo de los que buscan por el mundo un asidero otro; y 4º) la soledad con que finalmente tienen que convivir los que se han atrevido; y manifiesta —más allá de su magnitud expresamente literaria, allí donde el libro ya digerido deja de ser y pasa a formar parte de la memoria y los sueños de sus lectores— una actitud moral, política y/o ideológica que conviene analizar en un aparte.
Se trata de La Patria es una naranja, del novelista, cuentista y poeta Félix Luis Viera, publicado por la Editorial Iduna, de Miami. Para no dispersarnos analicemos de modo independiente y en su orden cada uno de los motivos especificados.
La forma.
Lo dicho: es un excelente libro de poemas. Un libro —si no dos: uno sobre Cuba y otro sobre México DF— equilibrado, tenso y desoladoramente hermoso. Un libro de poemas con historias, datos y, sobre todo, pasiones. Sus imágenes son precisas, justificadas y eficaces y se manifiestan de modo natural, según el principio causa/efecto o, lo que es lo mismo, como expresión de una necesidad interior, dialéctica, del texto y, por supuesto, del “hecho” descripto. Porque, sí, como escribí, tiene también mucho de poesía descriptiva o de poesía-reportaje o crónica. Esto último lo escribo con un doble sentido: el periodístico y el clínico; pues se trata de una poesía que “informa” y, al mismo tiempo, constituye una suerte de vicio o “enfermedad” de data y curación imposibles.
Un ejemplo: En el poema 30, página 84, dice: “¿Quién habrá construido este edificio —adonde ahora voy entrando— / hace ya tanto, cuando la brisa de la Ciudad estaba apta / para que las azucenas no sintieran pavor?” —En tres versos transita de la simple descripción casi en prosa (“¿Quién habrá construido este edificio –adonde ahora voy entrando–…?”) a la un tanto más críptica o sugerente de la poesía (“¿…hace ya tanto, cuando la brisa de la Ciudad estaba apta / para que las azucenas no sintieran pavor?”) El poema “transcurre” (es un decir) en México DF; el poeta visita a un amigo que vive en un edificio “…que parece una mancha de churre en tercera dimensión…” (cit.); y se “ve” ese edificio; se sube esa escalera (es la descripción un tanto en prosa que digo); y, de paso (paso a paso), se respira, se siente, se sublima hasta convertirse en algo más: en un estado del alma de los protagonistas (el poeta que visita al amigo, y el amigo: los dos cadáveres) que, por esa mágica trasmisión que justifica el disfrute de un libro, se comunica con el lector y deviene en un arquetipo de esa alma colectiva que une, con un hilo invisible empapado de angustia, a los casi 180 millones de seres humanos que en todo el mundo viven fuera de sus lugares de origen, unos dos millones de los cuales son cubanos. (Es la poesía descriptiva, de reportaje o crónica en la acepción periodística, que también digo.)
La calidad de su contribución estética, por su parte, se aprecia en cada poema y, como piezas que son, la reflejan en el conjunto. Por ejemplo, el tono general es híbrido; o sea (los adjetivos son necesarios, disculpen): elegíaco, reflexivo, erótico, limpio… exacto. El resultado, en fin, de un trabajo meticuloso e inspirado que sólo un poeta como Félix Luis Viera, con su pulso y su sensibilidad, podía llevar a un puerto como éste. El mejor de los puertos posibles.Y como también advertí, podría considerarse que se trata de dos libros en uno; de dos “historias”: la de Cuba, que se evoca y reflexiona en la lejanía; y la de México DF, que es más “anecdótica” y dolorosamente cercana, observada con los ojos en especial atentos del exiliado que sufre los sufrimientos de las dos patrias. —Historias siameses, unidas visceralmente por el corazón del personaje poético que recorre el libro, escindido (él sí) en ambas geografías y, a veces —como manifiestan los poemas de los Intermezzos 1 y 2—, en las experiencias de los amigos mexicanos y cubanos que viven en la “inmensa Ciudad”. Un personaje que absorbe la angustia que le rodea (la suya propia, la de sus amigos y la de las putas, los niños delincuentes, los pobres que no conoce; hasta la de los perros abandonados que uno termina por percibir además como un símbolo); un personaje que no se oculta, que nada oculta y que ve, vive y medita la realidad, verso a verso, con un único aliento. Es decir, como en un único y tenso poema.
El contenido.
En este libro también resalta el qué. Un qué ambicioso. Félix Luis Viera disecciona con lucidez: 1) la frustración respecto de las utopías; 2) la soledad y el desarraigo con que finalmente tienen que convivir los que se han atrevido a buscar por el mundo un asidero contra esa frustración; 3) la postura de esa izquierda que, dogmática al fin, se resiste a cambiar de siglo; y 4) las injusticias que, aunque con matices, se cometen tanto en su Patria de origen como en la Patria adoptiva. Los tres epígrafes del libro (la nota que le envió un amigo una semana antes de suicidarse, y los versos de De cara al mar de Bonifacio Byrne y los de Duro oficio el exilio de Nazim Hikmet) dan las claves de este cuadrinomio argumental.
Pero hay algo más diluido en esas temáticas específicas: el amor. Porque éste es, sobre todo, un libro de amor. Amor a la pareja; al sexo; a la familia; a los amigos; a la Patria. Amor, así, con mayúscula, que como ocurre siempre con el amor, cohabita con su contrario. Porque éste es también, y sobre todo, un libro de odio. Odio a todo lo que se opone al amor: injusticias, violencia, muerte, alejamiento, olvido y, como raíz de casi todo eso, el Tirano. Odio, así, con mayúscula; el odio de quien ama y odia, pero con sabiduría.
Por eso su juicio implacable comienza por el oficio mismo del poeta (su oficio): En el poema 2 escribe: “…apostaste tus poemas a la patria / pero te equivocaste de patria: / cantaste a sus adalides más gloriosos / en lugar de escribir odas a aquel amigo maricón, acobardado, triste / —destazado por el Tirano que se hizo dueño de la patria—…”
El novelista, cuentista y poeta Félix Luis Viera.
Después se enfrenta a los intelectuales de Izquierda mexicanos —que pueden extrapolarse a todos los de esa Izquierda trasnochada cuyo denominador común es que continúan alimentándose con las utopías de los siglos XIX y XX y haciendo de abogados a ultranza del régimen cubano; esa Izquierda que, como dijera Baudrillard, se basta muy bien ella sola para realizar el trabajo de la derecha—; el poeta se enfrenta a ellos, digo, y lo hace con versos muy precisos en el poema 33, pág. 89: “Ved a estos caballeros y damas de Izquierda de la gran Ciudad: / mientras beben el whisky del atardecer / lloran por los pobres indios de su patria (…) Estas damas y caballeros de Izquierda de la ciudad de México / mientras comen cuatro veces diarias selectivamente / mientras consumen océanos de gasolina / en su vasto andar por la vasta Ciudad, ¿por qué?, / ¿por qué?,/ ¿por qué se orinan en las llagas ajenas?”
Y se vuelve y mira en derredor (al triste exilio en México DF), y su mirada es igualmente objetiva: ve todo lo fallido de esa monstruosa ciudad. Todo lo humanamente fallido. En el poema 20, pág. 51, por ejemplo, escribe: “Se asegura que en este barrio aun los fantasmas andan con revólveres / y que la muerte / tiene el rostro de esa muchacha / que vende Coca-Cola en el puesto de la esquina”.
De ese modo, basculando entre las dos realidades (las de México DF y las de su Cuba lejana), resume la esencia de la tragedia existencial de la Isla en, tomemos por caso, el poema 35, pág. 96: “Marta está fregando las últimas lozas quizá de la historia / mientras por la ventana hace años se ha fugado / el último duendecito del futuro (…) Qué soledad piensa Marta mientras friega la última taza / y quizá la última cazuela con humana esperanza / todos se han ido piensa / aunque muchos queden aquí todos se han ido”.
Creo que los versos transcriptos son suficientes para ejemplificar el tratamiento que Félix Luis Viera da a algunos de los pilares en los que asienta este cosmos poético. Un cosmos que, como he dicho, abarca prácticamente todos los estamentos existenciales del ser escindido del exilio.
Pero quiero terminar, como avisé al principio, refiriéndome en un aparte a algo que considero tan significativo como eso: su trascendencia y, por así decirlo, su background o trasfondo extraliterario: esa actitud moral, política y/o ideológica que trasluce.
La trascendencia extraliteraria.
Con La Patria es una naranja Félix Luis Viera nos ofrece un ejemplo de profesionalidad que rebasa con mucho la simple del poeta con la poesía. El tono de su voz, la agudeza de su mirada, la dirección de sus latidos hacen que alcance también el ámbito de la responsabilidad y, por qué no, del compromiso.
Y es que en su caso la palabra compromiso, observada a la sombra de tantos dogmatismos y fanatismos como hay, adquiere una dignidad rara. Félix Luis Viera es un hombre comprometido, sin duda. Y lo es no sólo con su lengua y con la literatura, sino también con la vida social y política. Pero lo es de un modo que ilumina y, como dije, dignifica el concepto.
Félix Luis Viera no sigue a un Partido que, como sabemos, es algo que implica el servilismo a una disciplina y, por tanto, el sacrificio de la búsqueda de la verdad en nombre de las conveniencias; tampoco se pone del lado de una ideología política o utopía cualquiera que, como también sabemos, es algo que, con independencia de su color, siempre termina por producir monstruos. Por eso, una vez que comprendió la esencia del régimen cubano, fue capaz de renunciar a la fácil carrera literaria que pudo disfrutar en Cuba (y digo “disfrutar” con toda propiedad); y lo hizo para ser libre. Y desde entonces utiliza esa libertad para ser realmente libre que, en su caso, es ser honesto a cualquier precio.
Por eso habla de la soledad y la angustia del exilio con la misma tristeza (y con la misma rabia) que habla de la soledad y la angustia que le produce su Patria destrozada. Por eso se asoma con la misma despiadada mirada crítica al cruel capitalismo de México DF, que al igualmente cruel “socialismo” de Cuba. Y es aquí, en esa imparcialidad de su intuición y de su espíritu, donde se halla ese valioso aporte que quiero resaltar.
Siendo así que, si quisiéramos imaginar un ejemplo de nueva Izquierda —que nada tenga que ver con los caudillismos latinoamericanos; ni con la dictadura castrista; ni con las injusticias allí donde se produzcan; ni siquiera con el pensamiento izquierdista al uso—; si quisiéramos imaginar ese ejemplo, digo, podríamos muy bien empezar por leer, con ojo avizor, estos maravillosos poemas.
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Abel German es escritor, poeta y periodista cubano. Ha publicado El día siguiente de mi infancia (Editorial Letras Cubanas); Cubo de Rucbick (Editorial Unión) y Curiosidades (Ediciones Extramuros). Trabajó en la Agencia de prensa independiente “Cuba Press” desde su fundación como editor y articulista, colaborando, entre otros, con Radio Martí, Cuba Free Press, Cubanet y Revista HC de la Fundación Hispano Cubana. Actualmente se encuentra exiliado en España.
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