Fragmento de la novela La gema de Cubagua, recién publicada por Legua Editorial.
La presentación de La gema de Cubagua tendrá lugar el 24 de marzo, 2011, a las 7:00 pm.
Lugar: Koubek Center (Anfiteatro): 2705 SW 3rd Street, Miami, Fl 33135.
Capítulo tercero
La historia
"Cuentan que, Juan Bautista Gonçales Ribeira y Maceira de la Portera nació en el pueblo de Figueira da Foz, reino de Portugal, en el año de mil quinientos noventa y ocho.
Fue aquella una época de ambiciones, de incesantes búsquedas de otros horizontes. Siendo aún niño, Juan Bautista oyó las historias que su abuelo paterno, súbdito del rey João III, contaba acerca de los hombres más corajudos de su sangre. A Juan Bautista el nombre de Gonçalo Ribeira, el padre de su abuelo, le sonaba a mástil y velamen, a brea y rosa de los vientos, a coral y perlas. Le salpicaba el rostro de espuma y salitre, le llenaba los pulmones de mar. Imaginaba entonces a su ancestro batiéndose contra las terribles marejadas del Cabo de las Tempestades, también llamado de la Buena Esperanza; esforzándose, codo a codo con la marinería capitaneada por Bartolomeu Dias, en abrir una nueva ruta hacia la isla de la Luna, hacia aquellas míticas Indias que Vasco da Gama ofrecería, once años después, al reino de Portugal.
La mar Tenebrosa era, para el niño Juan Bautista, un océano poblado de luces misteriosas. Desde su casa de pueblo sardinero veía surcar, a lo lejos, en altamar, los imponentes veleros cargados de palo bermejo o brasil, de azúcar procesada en Pernambuco, San Vicente y otras tierras de las Indias. Afinaba el olfato para robarle mejor al aire marino, impregnado del olor de las flores silvestres que viajaba desde las islas Azores, el aroma de las especies transportadas desde las lejanas islas Moluscas o desde la factoría portuguesa de Calicut, en el mítico Indostán.
Bien hubiera podido nacer Juan Bautista en Lisboa, mas la terrible peste de mil quinientos sesenta y nueve, la más mortífera de cuantas hasta esa fecha habían azotado al reino, cambió bruscamente el destino de su familia. Los Gonçales Ribeira, huyendo de la muerte y sus cuarenta mil víctimas, de los autos de fe y sus cientos de condenados más, abandonaron las orillas del Tajo dejando a sus espaldas una Lisboa que olía a carne humana chamusqueada, a azufre, a apocalipsis.
Juan Bautista no vivió aquella desgracia. Nació y creció en la risueña Figueira da Foz. Su infancia transcurrió contando, desde lo alto de las dunas formadas en las playas de su pueblo, las barcazas que arrastraban sobre el cauce del río Mondego la mercadería que daba gloria y renombre a la plaza fuerte de Coimbra. Cuando su padre, hombre recto, súbdito fiel, consideró que había llegado la hora de que el joven Juan Bautista se instruyese, invirtió todas sus economías en enviarlo a estudiar a la célebre Universidad de la vecina ciudad. Coimbra no era el faro de la navegación del reino; sus tabernas, en cambio, servían de palestra a todo el saber, a las Ciencias y las Letras; en ellas los estudiantes novatos y los más avanzados discutían acaloradamente, sin límites, las novedades del Nuevo Mundo; hablaban de tierras no descubiertas aún, imaginadas o soñadas, casi todas fantasías en sus mentes, y envidiaban la suerte de aquellos aventureros y grumetes de los que nadie más había vuelto a hablar, así como la muy consabida situación privilegiada del poderoso imperio español, gran rival histórico del reino lusitano.
La noche en que Juan Bautista vio por vez primera una perla margarita sintió que nada podría atarlo ya a las tediosas lecciones de la Universidad; que en lo adelante pertenecía en cuerpo y alma al anchuroso mar. Era Marcos Coelho, un marinero bien curtido, de regreso de Nueva Amsterdam, quien mostraba al coro de extasiados estudiantes la hermosísima perla que le había arrancado a una playa de la isla de Cubagua, muy cerca de Cumaná. Aquella noche, en su cubículo de aprendiz de Derecho, Juan Bautista no concilió el sueño. Como un fanal, la perla le indicaba el camino hacia el horizonte; la voz de Coelho, retumbando aún en sus oídos, le mostraba, cual brújula, las rutas del inconmesurable océano.
Cómo se produjo la llegada de Juan Bautista a las posesiones españolas de Nueva Esparta, en el noreste de la Venezuela actual, es un enigma que hasta hoy nadie ha podido desentrañar. Hay quienes aseveran que Marcos Coelho, reconociendo en el joven condiciones excepcionales para la marinería, le recomendó ante un capitán lisboense de fragata; otros sostienen haber visto su nombre en cierta lista de polizones que se conserva en la antigua Capitanía General de Cumaná. Poco aportará en todo caso este dato en cuanto a la vida de nuestro héroe. Sin embargo, sí debemos interesarnos en saber que el 18 de agosto de mil seiscientos treinta y cuatro, se registró en la Parroquia Nuestra Señora de Altagracia de Cumaná, el matrimonio contraído entre el hijo de Figueira da Foz y una criolla cumanense de nombre María de los Santos Obeda y Corzo, descendiente de los primeros vecinos de la villa más antigua que fundaran los españoles en las Tierras Firmes meridionales.
Quince años más tarde, los esposos no habían logrado aún descendencia. Juan Bautista, querido y respetado por toda la administración de la Villa, por su suegro el Corregidor y su familia, dejaba correr los rumores acerca de la esterilidad de su María de los Santos y se entregaba, entre tanto, con una obsesión casi febril, a la pesca de madreperlas en las cálidas aguas de Cumaná. Imperaba la necesidad de darle un nieto al Corregidor, hombre de rancio abolengo, poseído por la dignidad de su estirpe y posición, a quien el Rey no otorgaría título de nobleza hasta tanto no garantizara la sucesión de dicho título más allá de la segunda generación. Sombríos debieron de ser, para Juan Bautista, aquellos años de angustiosa espera. Indios curanderos, antiguos behíques; brujos africanos, recientemente esclavizados; hechiceros canarios y médicos franceses, desfilaron por la Capitanía General. Llovieron los remedios y las pócimas, las predicciones astrológicas, los cocimientos de bejucos de garañón tomados en ayunas, los amuletos de caisimón contra los malos ojos, las infusiones de corteza de dagame recomendadas para la fecundación. María de los Santos no procreaba.
Muy cerca de Cumaná, la isla de Cubagua poseía uno de los lechos perlíferos más ricos del Nuevo Mundo. En ella se había erigido la ciudad de Nueva Cádiz, la primera de toda la Venezuela actual, luego abandonada por terremotos, saqueos y también porque el lecho perlífero terminó agotándose. En todo caso, la Capitanía General a la que pertenecía la islita no era todavía el espléndido puerto atunero por el que se le conoce hoy, sino más bien un pequeño enclave de primer orden en el comercio de las perlas extraídas de la isla vecina. Cumaná, fundada en la desembocadura del río Manzanares, había erigido para su defensa los fuertes de San Antonio de la Eminencia y Santa María de la Cabeza; su preponderancia comercial despertaba la codicia de los temidos bandidos del mar, muchas veces bajo la protección de poderosos soberanos europeos.
Fue hacia el final de una de las tantas faenas lidereadas por Juan Bautista que el grupo de pescadores bajo su mando encontró la perla más perfecta, la más grande de todas las que hasta la fecha se habían extraído de los mares de Cubagua cuando ya comenzaba a escasear aquel codiciado regalo del mar. Juan Bautista sopesó la perla y presintió que con su descubrimiento llegaba también el fin de su larga espera. El vaticinio de la india arawaka Casilda debía cumplirse ahora; el negro encantamiento, roto. Tan pronto La Astrea, la goleta capitaneada por Juan Bautista tocó Tierra Firme y ancló en el puerto de Cumaná, gentes de la villa corrieron a darle la noticia: María de los Santos llevaba en su vientre el ansiado hijo. ¡La perla había obrado el milagro ! Correspondía a los Gonçales Ribeira, había precisado la india Casilda, conservarla indefinidamente como guía y talismán de generaciones venideras. Como signo de suerte, prosperidad y fecundidad."
El auditorio de La Periquera aplaudió frenético durante diez minutos. Polilla alzó su lupa, enfocó con el lente la sala atiborrada de público, colocó metódicamente las hojas de la conferencia que acababa de dar en un cartapacio verde. Arrogante, muy seguro de su competencia como investigador, no se dignó a agradecer ni siquiera los aplausos, menos aún la asistencia del público. Se puso el cartapacio debajo del brazo y comenzó a abrir una brecha de escape entre los oyentes, mientras el gentío lo halaba por las mangas de la camisa comiéndoselo a preguntas.
– ¿Y cómo fue que a esos locos les dio por afincarse luego en Holguín, con tanto mar de por medio que nos separa de Cumaná?
– Venga, venga a la segunda conferencia de esta serie –respondía Polilla tratando de liberar su camisa de la mano de otra señora que le hacía idéntica pregunta y le cerraba con su voluminoso cuerpo el acceso al pasillo que formaban los dos bloques de asientos.
Ana Isidora quiso hacerse notar desde el puesto que ocupaba en la penúltima fila, recordarle a aquel pretencioso historiador que había sido ella, la señora acusada de alojar pulgas, la que había lanzado, a partir del día en que lo encontró en los archivos, día que Polilla tenía, forzosamente, que recordar, todo aquel enredo de la herencia; la que, indirectamente, le había propiciado el estrellato que significaba ser la autoridad del pueblo en materia de orígenes y desenvolvimiento de los González de Rivera. Sin embargo, el docto investigador le pasó por el lado como una centella, rozándola sin siquiera reconocerla y secándose sin parar el sudor de la frente con un pañuelo. […]
WILLIAM NAVARRETE. (Cuba, 1968). Crítico de arte, narrador y ensayista. Ha dirigido la colección de musica cubana de SonyDisc. Entre sus libros publicados se encuentran: La chanson cubaine (1902-1959). Ed. L'Harmattan, Paris, 2002. 1902-2002. Centenario de la República Cubana (libro colectivo de ensayos, con Javier de Castro). Miami: Ediciones Universal, 2002. Cuba, la musique en exil (prólogo de Eduardo Manet. (en francés). París: Ed. L'Harmattan, 2004. Ínsulas al pairo. Poesía cubana contemporánea en París. Valencia, España: Editorial Aduana Vieja, 2004 (2da. edición: 2007). Edad de miedo al frío y otros poemas (poesía, primer Premio Eugenio Florit de Poesía, otorgado por el Centro de Cultura Panamericana de Nueva York), Editorial Aduana Vieja: Valencia, España, 2005 / Età di paura al freddo, Ed. Il Foglio, Piombino, Italia, 2005). Canti ai piedi dell'Atlante (poesía) Ed. Coen Tanugi Editore, Gorgonzola, Italia, 2006. Catalejo en lontananza. Crónicas cubanas (1996-2006). Editorial Aduana Vieja, Valencia: España, 2006, prólogo de Grace Piney Roche. Versi tra le sbarre (edición bilingüe italiano-español). Edizione Il Foglio, Piombino, Italia, 2006. La canopea del Louvre (en francés y en español), coautora Regina Ávila / prólogo de Ramón Alejandro. Editorial Aduana Vieja: Valencia, España, 2007. Visión crítica de Gina Pellón (monografía de textos críticos sobre la artista). Editorial Aduana Vieja: Valencia, España, 2007. Lumbres veladas del Sur, (poesía inspirada en Marrakech). Editorial Aduana Vieja: Valencia, España, 2008. Visión crítica de Humberto Calzada (monografía de ensayos críticos sobre el artista) con Jesús Rosado, Editorial Aduana Vieja: Valencia, España, 2008. Aldabonazo en Trocadero 162 (homenaje a José Lezama Lima), con Regina Ávila. Editorial Aduana Vieja: Valencia, España, 2008.
La presentación de La gema de Cubagua tendrá lugar el 24 de marzo, 2011, a las 7:00 pm.
Lugar: Koubek Center (Anfiteatro): 2705 SW 3rd Street, Miami, Fl 33135.
Capítulo tercero
La historia
"Cuentan que, Juan Bautista Gonçales Ribeira y Maceira de la Portera nació en el pueblo de Figueira da Foz, reino de Portugal, en el año de mil quinientos noventa y ocho.
Fue aquella una época de ambiciones, de incesantes búsquedas de otros horizontes. Siendo aún niño, Juan Bautista oyó las historias que su abuelo paterno, súbdito del rey João III, contaba acerca de los hombres más corajudos de su sangre. A Juan Bautista el nombre de Gonçalo Ribeira, el padre de su abuelo, le sonaba a mástil y velamen, a brea y rosa de los vientos, a coral y perlas. Le salpicaba el rostro de espuma y salitre, le llenaba los pulmones de mar. Imaginaba entonces a su ancestro batiéndose contra las terribles marejadas del Cabo de las Tempestades, también llamado de la Buena Esperanza; esforzándose, codo a codo con la marinería capitaneada por Bartolomeu Dias, en abrir una nueva ruta hacia la isla de la Luna, hacia aquellas míticas Indias que Vasco da Gama ofrecería, once años después, al reino de Portugal.
La mar Tenebrosa era, para el niño Juan Bautista, un océano poblado de luces misteriosas. Desde su casa de pueblo sardinero veía surcar, a lo lejos, en altamar, los imponentes veleros cargados de palo bermejo o brasil, de azúcar procesada en Pernambuco, San Vicente y otras tierras de las Indias. Afinaba el olfato para robarle mejor al aire marino, impregnado del olor de las flores silvestres que viajaba desde las islas Azores, el aroma de las especies transportadas desde las lejanas islas Moluscas o desde la factoría portuguesa de Calicut, en el mítico Indostán.
Bien hubiera podido nacer Juan Bautista en Lisboa, mas la terrible peste de mil quinientos sesenta y nueve, la más mortífera de cuantas hasta esa fecha habían azotado al reino, cambió bruscamente el destino de su familia. Los Gonçales Ribeira, huyendo de la muerte y sus cuarenta mil víctimas, de los autos de fe y sus cientos de condenados más, abandonaron las orillas del Tajo dejando a sus espaldas una Lisboa que olía a carne humana chamusqueada, a azufre, a apocalipsis.
Juan Bautista no vivió aquella desgracia. Nació y creció en la risueña Figueira da Foz. Su infancia transcurrió contando, desde lo alto de las dunas formadas en las playas de su pueblo, las barcazas que arrastraban sobre el cauce del río Mondego la mercadería que daba gloria y renombre a la plaza fuerte de Coimbra. Cuando su padre, hombre recto, súbdito fiel, consideró que había llegado la hora de que el joven Juan Bautista se instruyese, invirtió todas sus economías en enviarlo a estudiar a la célebre Universidad de la vecina ciudad. Coimbra no era el faro de la navegación del reino; sus tabernas, en cambio, servían de palestra a todo el saber, a las Ciencias y las Letras; en ellas los estudiantes novatos y los más avanzados discutían acaloradamente, sin límites, las novedades del Nuevo Mundo; hablaban de tierras no descubiertas aún, imaginadas o soñadas, casi todas fantasías en sus mentes, y envidiaban la suerte de aquellos aventureros y grumetes de los que nadie más había vuelto a hablar, así como la muy consabida situación privilegiada del poderoso imperio español, gran rival histórico del reino lusitano.
La noche en que Juan Bautista vio por vez primera una perla margarita sintió que nada podría atarlo ya a las tediosas lecciones de la Universidad; que en lo adelante pertenecía en cuerpo y alma al anchuroso mar. Era Marcos Coelho, un marinero bien curtido, de regreso de Nueva Amsterdam, quien mostraba al coro de extasiados estudiantes la hermosísima perla que le había arrancado a una playa de la isla de Cubagua, muy cerca de Cumaná. Aquella noche, en su cubículo de aprendiz de Derecho, Juan Bautista no concilió el sueño. Como un fanal, la perla le indicaba el camino hacia el horizonte; la voz de Coelho, retumbando aún en sus oídos, le mostraba, cual brújula, las rutas del inconmesurable océano.
Cómo se produjo la llegada de Juan Bautista a las posesiones españolas de Nueva Esparta, en el noreste de la Venezuela actual, es un enigma que hasta hoy nadie ha podido desentrañar. Hay quienes aseveran que Marcos Coelho, reconociendo en el joven condiciones excepcionales para la marinería, le recomendó ante un capitán lisboense de fragata; otros sostienen haber visto su nombre en cierta lista de polizones que se conserva en la antigua Capitanía General de Cumaná. Poco aportará en todo caso este dato en cuanto a la vida de nuestro héroe. Sin embargo, sí debemos interesarnos en saber que el 18 de agosto de mil seiscientos treinta y cuatro, se registró en la Parroquia Nuestra Señora de Altagracia de Cumaná, el matrimonio contraído entre el hijo de Figueira da Foz y una criolla cumanense de nombre María de los Santos Obeda y Corzo, descendiente de los primeros vecinos de la villa más antigua que fundaran los españoles en las Tierras Firmes meridionales.
Quince años más tarde, los esposos no habían logrado aún descendencia. Juan Bautista, querido y respetado por toda la administración de la Villa, por su suegro el Corregidor y su familia, dejaba correr los rumores acerca de la esterilidad de su María de los Santos y se entregaba, entre tanto, con una obsesión casi febril, a la pesca de madreperlas en las cálidas aguas de Cumaná. Imperaba la necesidad de darle un nieto al Corregidor, hombre de rancio abolengo, poseído por la dignidad de su estirpe y posición, a quien el Rey no otorgaría título de nobleza hasta tanto no garantizara la sucesión de dicho título más allá de la segunda generación. Sombríos debieron de ser, para Juan Bautista, aquellos años de angustiosa espera. Indios curanderos, antiguos behíques; brujos africanos, recientemente esclavizados; hechiceros canarios y médicos franceses, desfilaron por la Capitanía General. Llovieron los remedios y las pócimas, las predicciones astrológicas, los cocimientos de bejucos de garañón tomados en ayunas, los amuletos de caisimón contra los malos ojos, las infusiones de corteza de dagame recomendadas para la fecundación. María de los Santos no procreaba.
Muy cerca de Cumaná, la isla de Cubagua poseía uno de los lechos perlíferos más ricos del Nuevo Mundo. En ella se había erigido la ciudad de Nueva Cádiz, la primera de toda la Venezuela actual, luego abandonada por terremotos, saqueos y también porque el lecho perlífero terminó agotándose. En todo caso, la Capitanía General a la que pertenecía la islita no era todavía el espléndido puerto atunero por el que se le conoce hoy, sino más bien un pequeño enclave de primer orden en el comercio de las perlas extraídas de la isla vecina. Cumaná, fundada en la desembocadura del río Manzanares, había erigido para su defensa los fuertes de San Antonio de la Eminencia y Santa María de la Cabeza; su preponderancia comercial despertaba la codicia de los temidos bandidos del mar, muchas veces bajo la protección de poderosos soberanos europeos.
Fue hacia el final de una de las tantas faenas lidereadas por Juan Bautista que el grupo de pescadores bajo su mando encontró la perla más perfecta, la más grande de todas las que hasta la fecha se habían extraído de los mares de Cubagua cuando ya comenzaba a escasear aquel codiciado regalo del mar. Juan Bautista sopesó la perla y presintió que con su descubrimiento llegaba también el fin de su larga espera. El vaticinio de la india arawaka Casilda debía cumplirse ahora; el negro encantamiento, roto. Tan pronto La Astrea, la goleta capitaneada por Juan Bautista tocó Tierra Firme y ancló en el puerto de Cumaná, gentes de la villa corrieron a darle la noticia: María de los Santos llevaba en su vientre el ansiado hijo. ¡La perla había obrado el milagro ! Correspondía a los Gonçales Ribeira, había precisado la india Casilda, conservarla indefinidamente como guía y talismán de generaciones venideras. Como signo de suerte, prosperidad y fecundidad."
El auditorio de La Periquera aplaudió frenético durante diez minutos. Polilla alzó su lupa, enfocó con el lente la sala atiborrada de público, colocó metódicamente las hojas de la conferencia que acababa de dar en un cartapacio verde. Arrogante, muy seguro de su competencia como investigador, no se dignó a agradecer ni siquiera los aplausos, menos aún la asistencia del público. Se puso el cartapacio debajo del brazo y comenzó a abrir una brecha de escape entre los oyentes, mientras el gentío lo halaba por las mangas de la camisa comiéndoselo a preguntas.
– ¿Y cómo fue que a esos locos les dio por afincarse luego en Holguín, con tanto mar de por medio que nos separa de Cumaná?
– Venga, venga a la segunda conferencia de esta serie –respondía Polilla tratando de liberar su camisa de la mano de otra señora que le hacía idéntica pregunta y le cerraba con su voluminoso cuerpo el acceso al pasillo que formaban los dos bloques de asientos.
Ana Isidora quiso hacerse notar desde el puesto que ocupaba en la penúltima fila, recordarle a aquel pretencioso historiador que había sido ella, la señora acusada de alojar pulgas, la que había lanzado, a partir del día en que lo encontró en los archivos, día que Polilla tenía, forzosamente, que recordar, todo aquel enredo de la herencia; la que, indirectamente, le había propiciado el estrellato que significaba ser la autoridad del pueblo en materia de orígenes y desenvolvimiento de los González de Rivera. Sin embargo, el docto investigador le pasó por el lado como una centella, rozándola sin siquiera reconocerla y secándose sin parar el sudor de la frente con un pañuelo. […]
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5 comments:
¡Quiero seguir leyendo! La novela se presentará en Miami en marzo de este año, y estoy segura de que dará mucho que hablar. ¡Felicidades, William!
También yo! Me ha encantado esta lectura. Más felicidades!
Vanidad aparte, que habla de mi pueblo en Cuba -Holguín- la novela de William es una mezcla de historia con realismo mágico o lo real maravilloso -que en realidad es lo mismo-, un cóctel de datos reales con fantasía que la hacen divertida, además de que él es un contador de cuentos nato. Yo sé que gustará como a mi. Gracias, Ritísima, por este fragmento. Besos desde este helada España (y hoy tan lluvioso que Madrid parece más bien París con aguacero: sólo falta el cadáver de Vallejo) Abrazos Alberto Lauro
Gracias Rita y abrazos también para LaTe y Lauro.
Buen ritmo, poesía en la prosa de Navarrete que sólo un poeta puede conceder. Sin dudas muy interesante esta historia que comienza en Portugal.
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