Más que la escritura de Vida i sucesos de la Monja Alférez (autobiografía atribuida a Doña Catalina de Erauso, 1585–c. 1650) lo que continúa atrayendo la atención de críticos y lectores es la entramada de su propia vida. Ello no significa –como en algunos casos se ha querido ver – que el texto carezca de valores literarios (1), sino que apunta a otro hecho presente en el mismo y, que a la vez, lo excede: el constructo del misterio y de la paradoja que encarna la figura de esta mujer renacentista determinada a metamorfosearse en un ente masculino.
La paradoja y el misterio que envuelven a esta figura nos sitúan ante un problema ontológico primordial; es decir, ante las búsquedas, ansias y posibilidades de realización del ser humano como criatura. Una de las esencialidades más profundas de la mística está vinculada más que por la aceptación de un mundo predeterminado, por el ansia de realización del ser. La criatura humana –a la que se le reconoce el albedrío de elegir aún dentro de la más recia ortodoxia cristiana– dirige sus pasos hacia una realización de lo que desea ver de sí mismo y al lograrlo, no sólo halla satisfacción personal sino cierta admiración por parte de la generalidad que lo rodea. Admiración que en el terreno social resulta contradictoria pues puede darse a través de reacciones encontradas que, en algunos casos, tratan de anular al ser realizado y, en otros, lo validan como un hecho raro y extremo.
La primera etapa de la vida de Catalina de Erauso comienza dentro de los cerrados marcos del Convento de San Sebastián el Antiguo. Es sabido que sus padres pagaron una suma de dinero para que la niña de cuatro años de edad pudiese entrar en el mismo (Valbona: 1). Uno de los objetivos posibles del matrimonio parece ser que la niña recibiera una educación moral. Preocupación que junto a Catalina afecta a sus hermanas que son llevadas al mismo lugar posteriormente. En el trasfondo de todo esto, la preocupación de guardar el honor de las hijas hasta que tuvieran o bien edad casadera o bien que mostrasen vocación por profesar los hábitos religiosos. Honor femenino cargado de una lectura sexista y patriarcal, ya que no sólo la honra del hombre estará determinada por la virtud de la esposa sino la de la familia (Perry)
En el terreno especulativo, e igualmente en el trasfondo, la intención de los padres al poner a las tres hermanas en el convento puede ser visto como el medio de proporcionarles una educación mucho más relacionada con la moral y las prescripciones de una sociedad patriarcal que les facilitasen el aprendizaje de un vivir dentro de estas normas, y que, muy posiblemente, ellos fueran incapaces de dar. Recordemos el hecho de que la familia de Catalina es vasca y, según estudios recientes, se ha sabido que esta sociedad es, en esencia, matriarcal. Característica que afectaría la formación de las hijas de manera muy diferente a las expectativas sociales del momento.
La Maupin |
Catalina no entra al convento por vocación religiosa, tampoco por necesidad económica, ni por decisión propia que considere este sitio el único posible para crearse un espacio personal de estudios como fuera el caso de Sor Juana. Su entrada al convento está determinada por la violencia del acto impositivo de sus progenitores. Curiosamente, su fuga también está determinada por la violencia: “Estando en al año de noviciado, ya cerca del fin, se ofreció una rehierta con una Monja profesa llamada Da. Catarina Alizi (2), que viuda entró i profesó, la qual era robusta, i yo muchacha, me maltrató de manos, i yo lo sentí” (34).
Este y yo lo sentí es uno de los pocos momentos del texto en que se ofrece una queja de Erauso. Queja que, además, no constituye ruego. En ella no hay lágrimas ni sentimentalismos, más bien hay frialdad y raciocinio, sobre todo si pensamos en el hecho que al sentir sucede la acción. Una acción determinante y rápida que anula las posibilidades del seguir padeciendo una existencia en la que se siente un maltrato.
Mary Read |
Si aceptamos el hecho de que las Erauso fueron llevadas al convento en virtud de que fueran educadas para vivir en una sociedad patriarcal, habría que aceptar también que las hijas –específicamente Catalina- concientizan desde muy temprano la lectura sexista que la sociedad trae consigo. Sociedad en la que si algo vale la pena es ser hombre. Si aceptamos todo este entramado pesando sobre la conciencia de la mujer, no es de extrañar la nostalgia –y el deseo- de la misma por haber nacido hombre. Nostalgia y deseo que en Catalina se resuelve en la acción. Más que una determinación de cambio sexual, hay una determinación de cambio de destino. El cambio genérico es principal: hay que anular a un género primero para dar nacimiento a otro.
Es exactamente esto lo que hace Catalina una vez que huye del convento. No habiendo visto hombre con anterioridad, tiene que preparase para serlo:
[...] estuve tres días, trazando i acomodándome i cortando de vestir: corté i hícime de una basquiña de paño azul con que me hallava, unos calzones de un faldellín verde de perpetuan, que traía debaxo, una ropilla i polainas: el hábito me lo dexé por no ver qué hacer de él. Cortéme el cabello i echélo por allí, i partí la tercera noche [...]
Durante tres días y dos noches –en la tercera parte– Catalina ajusta sus ropas por las del otro y se corta el pelo, resultando de la descripción un mozo de la época, con toques aun ligeramente femeninos pero aceptados por indicar aún una edad en que los músculos de ambos sexos se gozan en la ambivalencia. Ambivalencia adolescente que le permite a Catalina pasar sin ser reconocida y perfeccionar lentamente su disfraz de hombre. Vestida de hombre, Erauso construye lenta y sagazmente el género con el que ha elegido actuar.
Si acción, representación y realización son parte de una misma moneda, el género con que Catalina de Erauso actúa, se autorepresenta y realiza es lo más evidente que nos queda de su vida. Las señas de identidad escritas en su propio cuerpo son las primeras lecturas que hacemos de la rebeldía de una mujer que se traza otro destino y actúa en concordancia con él. Identidad que llama la atención del doblete, y nos lanza a las posibles tensiones binarias del texto: escritura femenina/masculina; hombre/mujer; historia/ficción; realidad/fantasía; estas dos últimas vistas como características de la nueva escritura del continente americano.
Más que una autobiografía, Vida i sucesos parece un texto novelesco donde una joven monja escapa del convento, se disfraza de hombre, pasa a trabajar al servicio de otros, embarca a Nueva España, lleva una vida aventurera, enamora mujeres, escapa de ellas temiendo que se descubra su verdadero sexo, juega, se hace soldado, recibe la orden de alférez por su valor, mata en trifulcas y descubre finalmente su identidad para evitar la muerte, ya que como monja no podía ser procesada por las autoridades militares sino por las eclesiásticas.
Texto novelesco de indudable filiación picaresca –como han apuntado Encarnación Juárez y Valbona– a partir de seleccionar algunos segmentos de Vida i sucesos en los que se evidencian situaciones comunes entre uno y otra. Entre los más sobresalientes los lances amorosos de Catalina con mujeres en virtud de cuidar y labrar su máscara y sus fugas cada vez que está en peligro de ser descubierta.
Picaresca erausiana que construye en estos lances amorosos de sobrevivencia un personaje masculino muy similar al pícaro masculino, capaz de hacer todo por su dueño para salvar ropa, sueldo y aún el pellejo. Sin embargo, si la pícara es la contraparte de aquel, como aquel también marginada socialmente, y en la mayor de los casos caracterizada como prostituta o mujer pública, hay que reconocer desde el inicio que de lo que se trata desde la primera batalla catalinesca es de salvar el honor. Actitud que determinará un cambio de progresiva insistencia, ya que de sujeto marginal, Catalina de Erauso pasa a ser persona integrada e integrante de la sociedad de la época al entrar en el ejército. Cambio a través del que se asiste a una ratificación de los valores masculinos de ésta como soldado y, a la vez, el dejar de ser como ente sexuado: de mujer pasa a muchacho; de éste a soldado viril, pero que muy prontamente es visto como eunuco, o un regreso a la parte marginal.
Al volver sobre los rasgos novelescos, creemos que los mismos no sólo están dados a partir de los elementos picarescos que recoge esta autobiografía, sino por la utilización de ciertas técnicas literarias. En este discurso sobresale el uso de los verbos que coadyuva a dinamizar la historia y, al mismo tiempo, hay momentos en la narración de tempranas retrospectivas. Elemento este último comprendido como rasgo de las autobiografías; pero que puede, posiblemente, verse dado también por la influencia de las crónicas como escritura principal elegida por casi todos los conquistadores para narrar sus aventuras y descubrimientos en el Nuevo Mundo.
Vida i sucesos puede ser leída como una de las crónicas más sucintas escritas del continente americano, y su brevedad podría estar prefigurada también por la urgencia de esclarecer un caso ante las leyes. Recordemos que Catalina de Erauso no escribe (hace) esta confesión por el mero placer de ir contándola, sino para, primero, dar prueba de sí ante el rey y el Papa y, segundo, acceder al entramado de poder al que ha servido y obtener sus favores y/o licencias.
Dentro de la hibridez del texto eurasiano donde prevalecen autobiografía, novela y crónica podemos encontrar, además, la presencia de la “Guía” como una forma de pensamiento. Si la “Confesión” descubre a la persona que la escribe, la “Guía”, según María Zambrano “está enteramente polarizada hacia su destinatario; viene a ser como una carta, una carta y un mapa también, una carta de ruta para navegar entre el laberinto de escollos” (360); y entre sus rasgos distintivos podemos hallar que ésta se erige desde la necesidad de un argumento:
que es siempre el mismo en esencia: un viaje, un itinerario entre dificultades y escollos de diverso género en virtud de una acción que ha de ser llevada a cabo y que se presenta como la única salida posible, de una situación insostenible, tanto más visible y angustiada a medida que el hombre se va librando –al parecer, al menos– de los decretos del Destino (Zambrano: 362).
¿Acaso toda la narración de la Monja Alférez no se basa en un viaje continuo desde el primer hasta el último capítulo? ¿No es éste un viaje de aprendizaje y dificultades de un personaje que ha de ocultar su identidad y avanza siempre en el camino de la auto-revelación aún sin saberlo? ¿Qué son sus lances amorosos sino un ocultamiento, mientras sus huidas significan un escape de sí mismo/a que dilata el instante de la anagnórisis? ¿No es el descubrimiento de su identidad la única salida posible ante una situación insostenible? ¿No es su última acción confesional la que la salva de los decretos del Destino? Cada una de estas preguntas pueden ser respondidas con un rotundo sí, que permite analizar el texto de Catalina de Erauso como una reinvención que expresa, por sobre todas las cosas, una manifestación de libertad.
Pero si este discurso presenta una hibridez de géneros literarios, el mismo enfatiza este carácter al situarnos también ante la voz narrativa que se alterna ofreciendo marcas sexuadas femeninas y masculinas indistintamente, dependiendo de la situación, si ésta requiere un sujeto masculino o no. Por ejemplo, según el análisis de Valbona: “En los pasajes de cortejo, flirteo, amor, [Catalina] utiliza el masculino; igual en los de la guerra y los duelos. Sin embargo, cuando el registro es neutro, la narradora protagonista vuelve al uso del femenino” (52). Si esta interpretación de Valbona alerta sobre el constructo sexuado de la narración, también –como ella no ha dejado de apuntar– sería necesario realizar un estudio lingüístico que analice las posibles interferencias del eureska, lengua materna de los Erauso, con el castellano de Catalina.
No obstante, podemos, eso sí, comentar ciertos elementos del texto y ahí ver que la hibridez de género literario sumada al ambivalente e igualmente híbrido narrador, así como, a la representación del dual personaje protagónico (hombre/mujer), nos pone en contacto con zonas conflictivas que cuestionan, por un lado, la autoría de Catalina de Erauso y, por el otro, consideran el texto como un caso de travestismo sexual y textual (Vélez: 391-400).
El que la historia de Catalina de Erauso haya sido cierta le sigue un factor de no menos importancia: la negación de la misma no ya como mujer escritora sino como persona capacitada para usar la pluma. Ya en 1872, y a la par que Diego Barros Arana reconoce la presencia de Catalina de Erauso en Vida i sucesos en el hecho de que los hechos narrados casi siempre están en sintonía con los datos históricos, este mismo crítico deja caer la siguiente sentencia: “La firmeza del estilo, la pureza de la dicción revelan una pluma mucho más ejercitada de lo que debe suponerse de la monja aventurera, a la cual no se pueden atribuir ni práctica de escribir, ni gusto literario” (229).
El hecho de que Catalina descubriera su identidad crea su necesidad de argumentar una historia ante la sociedad. Al no poderse, ni pretenderse, anular el cuerpo híbrido de Catalina –por factores históricos que explicaremos más adelante– su palabra escrita pasa a ser archivada como uno de los tantos folios que relatan sucesos y hacen pedidos al rey. Se sabe que las crónicas de Catalina de Erauso fueron conservadas manuscritas (3) por el capitán Domingo de Urbiri (alguacil mayor de la Contratación de Sevilla). Pero también se sabe que de haberse reconocido por esa fecha a un hombre como el autor de las mismas, es muy posible que se hubieran publicado casi de inmediato. Más allá de la conveniencia o no de publicar una historia, la escritura masculina casi nunca espera por la letra impresa, tanto más, crea una verdadera ansiedad ante este hecho.
Madame de Saint-Baslemont de Neuville, 1638-1640 |
El hecho de que en esta “subyace el original autógrafo de Catalina de Erauso (o el relato oral de sus aventuras hecho por ella misma)” (Valbona: 8) contribuye a la dilatación de la letra impresa y al polémico cuestionamiento crítico del valor de lo escrito que cuando reconoce la presencia erausiana le niega valor al texto (Munárriz y Manuel Serrano y Sanz); y en cambio lo realza como texto literario cuando niega la colaboración y autoría de Erauso en este proceso (Diego Barros Arana).
La lectura sexista es más que evidente en las consideraciones críticas. Nótese que no hay cuestionamiento similar para los cronistas de Indias; pues si bien es verdad que muchos fueron hombres instruidos, otros no lo fueron y dejaron igual su testimonio americano que no ha sido nunca cuestionado en su relación autoral. Que Catalina de Erauso haya recibido educación en un convento y, por supuesto estudiado latín, no ha sido negado pero tampoco comprendido para considerar a Erauso como una persona claramente instruida.
Sin embargo, Vida i sucesos desde el inicio no sólo deja claramente expuesto la formación de Catalina sino que además insiste en mostrarla. Véase si no cómo sus dueños valoran su conocimiento desde el principio. Del catedrático Francisco de Zaralta cuenta: “Estuve con él cosa de tres meses, en los cuales él, viéndome leer bien el latín, se me inclinó más, i me quiso dar estudio” (36) Mientras que para el mercader Urquisa Catalina es persona de gran confianza y como persona instruida es quien lleva los libros de contabilidad: “Déxome también escrito en el dicho libro, i advertido de las personas a quienes podía fiar la hacienda que pidiesen i quisiesen llevar, por ser de su satisfación i seguras, pero con cuenta i razón, i asentado cada partida en el libro” (45).
La polémica en torno a la autoría de Catalina de Erauso complejiza las lecturas del texto. Pensar no sólo en que hubo un copista necesario para sus memorias, dado el conocimiento de ésta del español, sino también que hay ahí interpolaciones de una pluma autoral masculina, nos lanza a una paradoja. Paradoja explícita a partir de que es sobre el texto y el cuerpo de una mujer que la mirada masculina reconstruye un sujeto femenino masculinizante. Pensar que en Vida i sucesos subyace mucho más la oralidad de la propia Erauso, hace que consideremos, primero que todo, su elección de libertad al erigirse en masculino, libertad que la emparienta con el ser del travesti.
Pero la época que le tocara vivir a Catalina es también una paradoja. Si por una parte existe un consenso de que la mujer en su función doméstica y de objeto ha de cuidar su virtud y con ella, el honor de la familia, la conquista de América trae varios traumas para la sociedad española. La ausencia de los maridos que marchan a la Nueva España, crea, por un lado, la necesidad de que muchas mujeres cuiden la casa, y adquieran con ello ciertas funciones administrativas, mientras que por el otro, a la ausencia prolongada de los hombres suceda el viaje de algunas mujeres que embarcan hacia América disfrazadas de hombres para buscar, encontrar y reunirse con sus maridos. Disfraz con el que muchas se emparientan con Catalina, o Catalina con ellas. La diferencia fundamental entre una y otras es que Erauso adquiere su máscara por una confesa vocación a las armas, como ella misma dejara explicado en su pedimento.
Otro elemento paradojal es evidente. Por un lado, en una sociedad en la que la sodomía y el placer de la fornicación heterosexual son concebidos como pecados capitales que merecen castigo y muerte, el concepto de lesbianismo casi no fue tratado, a menos que se encontrara que una de las dos mujeres había utilizado en su relación un sustituto del falo. Sólo en estos casos, escasísimos, es que las autoridades de la Inquisición actuaban contra éstas. Por otro lado, la creciente ausencia de hombres en la sociedad española trae consigo una feminización que preocupa a las autoridades, de manera que éstas consideraron a las mujeres masculinas y/o viriles como un elemento de importancia social en el balance de los géneros.
Que el lesbianismo apenas fuese tratado en la época le permite a Catalina contar de sus flirteos constantes y de su preferencia por las mujeres de ‘buenas caras’, según su propia escritura. También, todas estas confesiones que en ese momento histórico son consideradas contra natura se estructuran sobre la base de la propia sobrevivencia del personaje que actúa pícaramente para no ser descubierto. Lo que no significa que no haya posibles lecturas homo-eróticas en el texto como sugiere Adrienne L. Martin (34-41).
Pero Catalina, además de ser una mujer viril, es un travesti, y como tal actúa en su regodeo. Si bien es verdad que son frecuentes sus flirteos amorosos con mujeres, nótese su regocijo cada vez que encuentra amo que la acoge, y sus frecuentes expresiones sobre la inclinación, la confianza y el favor de estos hacia ella/él. Ahora bien, ¿qué significa ser un trasvesti para Erauso? Para dar una respuesta posible hay que volver una vez más a sus orígenes vascos. Para 1575, el médico vasco Huarte de San Juan en su libro Examen de ingenios expresa una noción tan moderna como que la identidad sexual es un constructo, lo cual nos hace pensar rápidamente en los estudios de Judith Buttler. Este médico vasco alega que la sexualidad no es una cualidad inmutable, fija, asignada en el nacimiento, sino que depende de los hábitos alimenticios y de vida del individuo para mantener su sexo. Añade que en esa época fueron numerosos los casos de personas que pasaron de un sexo a otro, sugiriendo con esta afirmación que este hecho no era visto como anormal.
De acuerdo con sus orígenes vascos, la de Catalina es una elección normal ya en esa época. Sin embargo, en relación con la restante sociedad española del momento, esto es una transgresión, ya que el travestismo había sido prohibido por las leyes canónica y civil. Explicar por qué Catalina no sufrió un castigo al estar vestida de hombre puede ser visto a través de las siguientes consideraciones de Adrienne Martin:
A pesar de estas proscripciones la ejemplaridad de Catalina en la esfera militar probablemente pesaba más que su transgresión en el atuendo. Esta percepción se fortalece más si se consideran las varias recomendaciones de sus superiores y el hecho de que provenía de una familia hidalga que había sacrificado a otros hijos varones al servicio de la corona. […] En fin, difícilmente podría aplicársele las leyes que regían al vulgo a una mujer festejada por la alta jerarquía eclesiástica en Roma y que gozaba de la simpatía del pueblo y del rey como heroína guerrera de América (38).
Aceptación que constituye una “manera de coaccionar cualquier capacidad del ser humano al servicio del estado” (Martín: 38); y que se presenta a partir de considerar todas las opciones del juego: linaje, origen, sexo, filiación religiosa, virginidad, fidelidad a la corona, y resonancia popular ante las que el rey ha de decidir. Como en los sucesos de Fuenteovejuna, la pareja monárquica, encabezada por el rey, sinónimo de Dios, ha de considerar el sentimiento de la población para evitar otras consecuencias. De ahí que la bendición papal sea no sólo necesaria sino inmediata.
A partir de estas consideraciones, podemos ampliar ciertos comentarios sobre la virginidad de la monja Catalina de Erauso. Como acertadamente señala Perry dos son los hechos a los que alude Catalina para salvarse de una condena por haber matado: el ser monja –lo que obliga a considerarla como un caso eclesiástico y no militar– y la virginidad –que evidencia su honra. Ambas declaraciones tienen que ser comprobadas de maneras muy diferentes, una en el texto escrito que se confirme a partir de su partida conventual; la otra en el texto corporal que indique su moralidad.
El impacto de la segunda sobre la primera no sorprende, tanto más revela la concepción reduccionista de mujer=matriz y matriz=honra de esta época. Es sólo después de esta verificación para la que se han llamado por indicación de la propia Catalina a las matronas, que el Capellán expresa: “Hija, ahora creo sin duda lo que me dixistis i creeré en adelante quanto me dixeres, i os venero como una de las personas más notables de este mundo i os prometo asistiros en cuanto pueda [y cuidar] de vuestra conveniencia i del servicio de Dios” (112)
El valor que Catalina ha demostrado como soldado se completa en el remate de su virginidad. La fuerza de la virginidad y la pureza son las que determinan su credibilidad y la veneración del Capellán, lo que sugiere no sólo la importancia de estas en la consideración de la mujer sino que las mismas se encuentran cada vez menos. Sugerencia que indica otra lectura, la de que la mujer es un ser pecaminoso, tentado y tentador.
Hacia el final, Catalina no es mujer ni hombre ni travesti. Es, para Pedro de la Valle (4) como para los hombres que la describen y que la construyen en el mismo proceso un ser asexuado:
Es de estatura grande y abultada para mujer, bien que por ella no parezca no ser hombre… De rostro no es fea, pero no es hermosa, y se le reconoce estar algún tanto maltratada, pero no de mucha edad. Los cabellos son negros y cortos como de hombre, con un poco de melena como hoy se usa. En efecto, parece más un eunuco que mujer; viste de hombre a la española; trae la espada bien ceñida, y así la vida; la cabeza un poco agobiada, más de soldado valiente que de cortesano y de vida amorosa. Sólo en las manos se le puede conocer que es mujer, porque las tiene abultadas y carnosas y robustas y fuertes, bien que las mueve algo como mujer (Ferrer: 126-127, ).
Christina of Saxony |
El proceso descriptivo es de degradación femenina y gradación masculina. De la estatura grande –de hombre– a una cara que se define por la indefinición: ni fea ni hermosa, y que tiene mucho más que ver con los atributos masculinos que femeninos, ya que se observan en ellas huellas del tiempo y no de frivolidad. Se añade sus rasgos de eunuco junto a elementos viriles dados por las armas y las ropas. El desmonte es perfecto. Nada queda de la mujer salvo unas manos que por ser “abultadas y carnosas y robustas y fuertes” tampoco significan que sean de mujer, es más, niegan la condición ideal de las manos femeninas, suaves, pequeñas, delgadas.
Las lecturas son múltiples, pero todas ellas avanzan hacia la creación de un ser sin sexo que se sitúa, no obstante, dentro del sexo masculino. Todas, en nuestra opinión apuntan a un hecho: a la crisis de una sociedad que se tambalea dentro de sus propias normativas e ideas que la sustentan. Aquí, para nosotros, el guiño de Catalina de Erauso, quien obtiene el permiso para vestir las ropas masculinas de su elección que en ella son también las de su ser homo-erótico o travestido. Guiño en su regreso definitivo a América donde desaparece en el recuerdo de las gentes que recuerdan haberla visto por las montañas, con sus hombres y sus mulas, y que se traduce en la afirmación de su reinvención como ser humano. Si es cierto que la vida humana está en perpetua crisis y que esta paradójicamente determina la trascendencia, podemos afirmar que la crisis personal de Catalina de Erauso junto con la de la sociedad española, determinan el impacto de su trascendencia individual al marco social en el que se incorpora como un ser complejo, a veces indefinido, pero vivo, contradictorio, transgresivo de todas las imágenes ideales y, más aún, sostenedor de la suya.
Notas
(1) Manuel Serrano y Sanz expresó que el texto de Vida i sucesos de la Monja Alferez estaba “plagado de anacronismos y absurdas invenciones” (Autobiografías y memorias 392). Más adelante, Jesús Munárriz alerta al lector contemporáneo de que no busque en Vida i sucesos las bellezas de la literatura (9) y agrega: “El buen hacer literario, tan abundante en De Quincey como escaso en Catalina, ha hecho que su versión, comentada, anotada yexagerada al gusto del lector británico, haya tenido tanta o más difusión que el propio original que la inspiró” (Historia de la Monja Alférez escrita por ella misma 13).
(2) Valbona explica que, “de acuerdo con Ferrer, es un error conocido del copista, no habiendo duda de que su apellido era Aliri, según resulta del libro de profesiones del convento. Profesó esta monja en el año en el año de 1605, y falleció en 1957, habiendo sido priora a los quince años” (34).
(3) Ésta será conservada manuscrita e inédita hasta que en el siglo XVIII el poeta Cándido María Trigueros las copie, y permita, a la vez, a Juan Bautista Muñoz hacer una copia en Sevilla en 1784. Como la vida de Erauso, los papeles de Bautista Muñoz fueron como en un viaje a parar a la Academia de la Historia, donde fueron encontrados y copiados por Felipe Bauzá en el siglo XIX. Bauzá se las entrega a Joaquín María de Ferrer quien, en el destierro, se da a la tarea de hacer una edición revisada de la autobiografía.
(4) Texto que se encuentra recopilado por Ferrer en el “Espediente relativo á los méritos y servicios de Doña Catalina de Erauso que se halla en el archivo de Indias de Sevilla” (1626). 135-138. En las indicaciones de dicha cita seguimos a Valbona.
Notas
(1) Manuel Serrano y Sanz expresó que el texto de Vida i sucesos de la Monja Alferez estaba “plagado de anacronismos y absurdas invenciones” (Autobiografías y memorias 392). Más adelante, Jesús Munárriz alerta al lector contemporáneo de que no busque en Vida i sucesos las bellezas de la literatura (9) y agrega: “El buen hacer literario, tan abundante en De Quincey como escaso en Catalina, ha hecho que su versión, comentada, anotada yexagerada al gusto del lector británico, haya tenido tanta o más difusión que el propio original que la inspiró” (Historia de la Monja Alférez escrita por ella misma 13).
(2) Valbona explica que, “de acuerdo con Ferrer, es un error conocido del copista, no habiendo duda de que su apellido era Aliri, según resulta del libro de profesiones del convento. Profesó esta monja en el año en el año de 1605, y falleció en 1957, habiendo sido priora a los quince años” (34).
(3) Ésta será conservada manuscrita e inédita hasta que en el siglo XVIII el poeta Cándido María Trigueros las copie, y permita, a la vez, a Juan Bautista Muñoz hacer una copia en Sevilla en 1784. Como la vida de Erauso, los papeles de Bautista Muñoz fueron como en un viaje a parar a la Academia de la Historia, donde fueron encontrados y copiados por Felipe Bauzá en el siglo XIX. Bauzá se las entrega a Joaquín María de Ferrer quien, en el destierro, se da a la tarea de hacer una edición revisada de la autobiografía.
(4) Texto que se encuentra recopilado por Ferrer en el “Espediente relativo á los méritos y servicios de Doña Catalina de Erauso que se halla en el archivo de Indias de Sevilla” (1626). 135-138. En las indicaciones de dicha cita seguimos a Valbona.
OBRAS CONSULTADAS
Barros Arana, Diego. “La Monja Alférez”. Revista de Santiago. I (1892): 229-230.
Baudrillard, Jean. De la seducción. Tr. Elena Benarroch. Madrid: Ediciones Cátedra, 1981.
Castro, Marcela. “Estrategias textuales y políticas de lectura desde una perspectiva de género”.
La seducción de la escritura hoy, 1996. Rosaura Hernández Monroy y Manuel F. Medina,
Coordinadores. México, 1997. Págs. 165-169.
Cruz, Anne J. “Sexual Enclosure, Textual Escape: The Pícara as Prostitute in the Spanish Female Picaresque
Novel” Seeking the Woman in Late Medieval and Renaissance ritings. Essays in Feminist
Contextual Criticism. Sheila Fisher and Janet E. Halley, Eds. Knoxville: The University of Tenessee
Press, 1989. Págs. 135-159.
de Valbona, Rima. Ed. Vida i sucesos de la Monja Alférez (Autobiografía atribuida a Doña
Catalina de Erauso) Tempe: Center for Latin American Studies, 1992.
Erauso, Catalina. Vida i sucesos de la Monja Alférez (Autobiografía atribuida a Doña Catalina
de Erauso. Edición crítica de Rima de Valbona. Tempe: Center for Latin American Studies, 1992.
Huarte de San Juan, Juan. Examen de ingenios para las ciencias. Edición y prólogo de Guillermo
Serés. Madrid: Ediciones Cátedra, 1989.
Juárez, Encarnación. “Autobiografías de mujeres en la Edad Media y El Siglo de Oro y el canon
Literario”. Revista monográfica. 13 (1997): 154-168.
---. “La mujer militar en la América colonial: el caso de la Monja Alférez”.
Katz Kaminsky, Amy. Ed. Water Lilies. Flores del agua. Minnesota: U of Minnesota Press, 1996.
Martín, Adrienne. “Desnudo de una travestí, o la ‘Autobiografía’ de Catalina de Erauso”.
La mujer y su representación en las literaturas hispánicas. Ed. Juan Villegas. Asociación
Internacional de Hispanistas. California, 1994. Págs. 34-41.
Munárriz, Jesús. “Presentación”. Historia de la Monja Alférez escrita por ella misma. Madrid:
Hiperión, 2000. Págs. 9-15.
Serrano y Sanz, Manuel. Autobiografías y memorias españolas desde 1401 al 1833. Madrid:
Rivadeneyra, 1903.
Perry, Mary Elizabeth. “From Convent to Battlefield. Cross-Dressing and Gendering the Self in
the New World of Imperial Spain.” Queer Iberia: Sexualities, Cultures, and Crossing
from the Middle Ages to the Renaissance. Duke UP, 1999. Págs. 394-419.
---. Ni espada rota ni mujer que trota: mujer y desorden social en la Sevilla del Siglo
de Oro. Tr. Margarida Fortun y Minguella. Barcelona: Crítica, 1993.
Vélez, Irma. “Vida I sucesos de la Monja Alférez: un caso de trasvestismo sexual y textual”.
La seducción de la escritura hoy, 1996. Rosaura Hernández Monroy y Manuel F. Medina,
Coordinadores. México, 1997. Págs. 391-400.
Zambrano, María. “Una forma de pensamiento: La “Guía”. Obras reunidas. Madrid: Aguilar,
1971. Págs. 359-363.
3 comments:
¡Excelente texto, amiguita! Creo que Catalina está pidiendo a gritos volver a la actualidad, una reescritura de su vida con aires modernos...¿no te parece?
Cariños taoseños
Me llevo este trabajo a mi blog, porque vi que Teresita Dolvalpage opina debajo, estoy a la carrera, pero trataré de leerlo.
http://napoleon03.wordpress.com/
Gracias, Napoleón, ya me dirás. Saludos
Post a Comment