Las secuelas del ataque al World Trade Center
de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, han servido de tema a una buena
cantidad de películas y programas de televisión, pero el teatro ha tenido peor
suerte, aunque con honrosas excepciones, como The Shoemaker, de Susan
Charlotte, que subió a escena en Manhattan a principios del verano del año
pasado.
La pieza Sirenas, de Julie de
Grandy, estrenada en la última semana del Festival Latinoamericano del Monólogo
“A una voz”, en la sala Havanafama de Miami, forma parte desde ahora de ese
reducido grupo de obras teatrales cuya trama se desencadena a partir de los
trágicos acontecimientos del 9-11.
La actriz Belkis Proenza se desempeñó de
manera magistral en la emotiva puesta en escena, al interpretar a una
atormentada mujer que elige casualmente la fecha del 11 de septiembre de 2011
para hacer algo que ha deseado toda su vida pero que se ha negado a sí misma
por respeto a las convenciones sociales y a un largo matrimonio sin amor.
A partir de la catástrofe en la que queda
sumida Nueva York y que le toca muy de cerca, pues todos sus compañeros de
trabajo perecen en el ataque, esta mujer decide cambiar de identidad y huir en
busca de la felicidad que siempre soñó. Solo que el recuerdo de las sirenas que
recorrían la ciudad el día del desastre siguen resonando en su cabeza varios
años después, provocándole un desequilibrio mental que va progresando hasta
llevarla a un estado de demencia irreparable.
Belkis Proenza entregó una de las actuaciones
más apasionadas que le hemos visto, desde que su personaje hace un recuento de
los trágicos sucesos del 9-11 hasta que increpa a aquellos que podrían juzgarla
por haber abandonado a su familia y asumido la identidad de una amiga
fallecida. Después de todo, ¿quién no tiene secretos que ocultar, pequeñas
acciones de las cuales avergonzarse, frustraciones sexuales que nunca salen a
la luz? El personaje de Sirenas sitúa a los espectadores ante un
dilema moral: ¿Cómo actuarían ellos si se les presentara la oportunidad de
cumplir los sueños más inalcanzables de sus hijos, a cambio de desaparecer para
siempre de sus vidas?
Imposible no dejarse llevar por la
desgarradora interpretación de la actriz, mientras sus gestos compulsivos
anuncian el avance de su locura. Una interpretación eficazmente apoyada por la
proyección en una pantalla, a sus espaldas, de imágenes del fatídico día. El clímax
del monólogo llega cuando la imagen de una bandera norteamericana ondeando se
proyecta sobre el cuerpo de Proenza, como una prolongación de la pantalla,
logrando una escena de gran belleza plástica y difícil de olvidar.
Juan Roca fue el director de la puesta y es
además, el alma del festival del monólogo que está a punto de concluir su
oncena edición. Por lo que existe un motivo doble para felicitarlo de corazón y
desearle muchos más éxitos el próximo año.
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