9.23.2012

ILEANA FUENTES: LAS FUENTES FIDEDIGNAS DE JOSÉ LORENZO FUENTES


Palabras de presentación de 
El cementerio de las botellas, 
de José Lorenzo Fuentes, 
viernes 21 de septiembre, 2012. 
Cuba Ocho, Miami, Fl


Carlos Enríquez:
"La Lola en el pueblo"
El período de la Cuba republicana que abarca El cementerio de las botellas de José Lorenzo Fuentes – los años ’40 y ’50 – es un tiempo que la mayoría de nosotros solo conoce a través de las referencias, o de novelas (me viene Tres Tristes Tigres a la mente) que abundan en el repertorio literario cubano… En el repertorio literario cubano masculino, para ser exacta. Nacida el año en que asume Carlos Prío Socarrás la presidencia, y habiendo pasado mi niñez precisamente en esos años cincuenta, no tuve acceso a la dolce vita (entiéndase: la decadencia) habanera de la cual la literatura cubana –mayormente escrita por hombres-- hace exagerado alarde. Es como si Cuba hubiera sido exclusivamente La Habana; el país, una cadena de prostíbulos; y las cubanas, lo que describió en febrero de 1956 la periodista Helen Laurensen en su artículo The sexiest city in the world en la revista Esquire de Nueva York:
“Las hembras cubanas son tan castas como las chicas de cualquier lugar, pero están conscientes de que el sexo es lo más importante. Ellas viven para el amor y a veces se rigen por el amor. Hay algo en el aire de La Habana que intensifica la libido, especialmente de los extranjeros, que caen en una especie de trance y pierden el conocimiento. Puede que sea la música, o la selva africana, el ron, el aire, o la actitud cubana hacia el sexo…”
“…la selva africana”. No sabía mucha geografía esa señora. Puede que haya caído en trance en una visita de exploración periodística al cementerio de las botellas.
Esa era, aparentemente, La Habana de los años ’50 que yo no conocí, metida de lleno en una escuela de monjas, estudiando piano en el conservatorio, y protegida en el seno de una familia española-cubana en la que mi abuela, una gallega triste y férrea, repetía ad nauseum que los muchachos solo estaban interesados en toquetear a una niña y arruinarle la reputación. Si soy una mujer a quien le gustan los hombres, es porque la genética es más terca que la socialización.
Por eso, un libro como éste de José Lorenzo, que  vivió esa época y conoció a los personajes que en él se manifiestan, es de suma importancia para todos en general, pero mucho más para mí, una feminista empedernida que apenas cree en la paz de los sepulcros, y que se ha dedicado en los últimos 25 años a poner de cabeza todos los prejuicios del patriarcado machista y hetero-sexista cubano que hemos heredado.  Y miren si lo hemos heredado, y no nos libramos de su yugo, que ahí está el Máximo Macho en Jefe todavía jodiéndonos la existencia por más de medio siglo.
Los detalles e interioridades de la vida sexual --¿hay otra?-- de los personajes de carne y hueso que José Lorenzo esconde en esta historia-biografía novelada bajo nombres como Alejo Asencio y Carlos Enrico, nos dan un contexto muy real de las actitudes sexistas y racistas de la crème de la crème de la cultura cubana de esos años.  Hoy, luego de leer El cementerio….entiendo mejor el documental PM de 1960 de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez-Leal; entiendo mejor el contexto del imaginario delirante de protagonistas de novela siempre rodeados de mujeres despampanantes y multi-orgásmicas que se usaban y luego se desechaban como pañuelo untado de mocos.
Confieso que mucho antes de este libro, las primeras explicaciones feministas alternativas que articulé incluyeron la de-construcción de El rapto de las mulatas de Carlos Enríquez –el Carlos Enrico de El cementerio de las botellas.
Reubens: "El rapto de las Sabinas"
Inspirado en el concepto –y las varias pinturas y esculturas-- del rapto de las Sabinas, Carlos Enríquez vislumbra un rapto tropical con guardia-rural-rifle-en-mano y mulatas esculturales, que re-crea la narrativa europea tradicional del secuestro heroico como repertorio erótico, corregido y aumentado por las caras sonrientes y extasiadas de las mulatas que están siendo secuestradas y violadas a la vez.
Valga la aclaración: las obras de los pintores Reubens y Paussin, ambas realizadas  alrededor de 1635, muestran a unas mujeres – las de la Tribu Sabina de la época del emperador romano Flavio Romulo Augusto (fines del siglo V de nuestra era)-- avasalladas, golpeadas, arrastradas por el pelo, despojadas de sus hijos, llorando y suplicando misericordia, con la angustia y la inminente agonía en sus rostros. Nada de goce erótico, ni de múltiples orgasmos. Pero no en el rapto tropical. Las mulatas de Carlos Enríquez son otra cosa… eso, una cosa.
¡Cuántos orgasmos habrá logrado Carlos Enríquez mientras ejecutaba su obra maestra!  ¿Cuántos orgasmos masculinos habrá provocado desde entonces ese óleo considerado como una de las mejores obras de la plástica cubana de todos los tiempos? ¿Son mujeres, o son hombres, los expertos que la han calificado como tal, esta obra que glorifica la violación milenaria de las mujeres de todas las razas, y particularmente de las negras y mulatas en lo que respecta a Cuba?
Carlos Enríquez: "El rapto de las mulatas."
En 1991 discursé sobre la convergencia del racismo y el sexismo en una conferencia universitaria. Titulado “Este es para ti, Mariana Grajales”, ha sido publicado en tres antologías de ensayo desde entonces. En aquella ocasión, dije:
“La mujer negra ha sido objeto de la peor lascivia, de la peor deshumanización. Lo que en la mujer negra el patriarcado blanco identificó –y se dispuso a disfrutar-- como sensualidad ardiente, en la mujer blanca había sido amordazado por el catolicismo durante siglos. A la negra se le atribuyeron proezas y cualidades casi sobrenaturales por concepto de su etnia. En ningún otro contexto han sido las mujeres de ambas razas tan humilladas y utilizadas contra sí mismas, como en éste.”
Y ustedes dirán: ¿No es la vida privada de cada artista SU vida, sin que ella influya en la importancia y valoración que se le dé a su obra?  En efecto, yo comparto esa opinión. Pero desde una óptica feminista, se ha establecido que lo personal es politico (y por tanto, público)… y en el arte, como en la literatura, las nociones particulares y las acciones privadas de un artista, cuando se reflejan –además con cierto orgullo-- desde su propia “mirada masculina”, entonces la obra es predio público y está sujeta a los análisis que facilita la de-construcción.
Esta novela de José Lorenzo Fuentes, por lo real, es muy útil, y estoy segura de que algunos lectores la considerarán estimulante en el plano erótico. Nos asoma a un Alejo Carpentier en funciones donjuanescas conquistando lechos de todos los colores, ¡con gonorrea y todo!  Nos describe al Carlos Enríquez de los cuadros –no los plásticos, los sexuales-- en la hamaca, en la playa, en el techo, y su malvada utilización de una diosa viviente que trajo de Haití,  como centro de mesa y trofeo de potencia fálica. Interioridades memorables.  ¡Hasta el pintor Mijares –que a todos nos parecía un santo varón-- le disputaría a su amigo Carlos el usufructo de la haitiana Oona!
El cementerio de las botellas saca muchos esqueletos del closet. Es una historia de supermanes artísticos en la que abundan las Consuelos, las Anas, las Cucas, las Doras, las Nenas, las Mimís, las Nadyas y otras mujeres “efímeras que pasaban por su hamaca –la de Carlos Enríquez-- sin dejar siquiera el rastro de sus olores”…. Fuentes ha confeccionado, con humor y soltura, un encaje de desenfreno sexual, agotamiento físico, amantes intercambiadas, compartidas y también robadas, de enfermedades venéreas, de hígados cirróticos, de falos en alto y protagonistas en baja.  A devorarla, entonces. ¿Por qué no?
En otros momentos, probablemente no hubiera leído El cementerio de las botellas. ¿Otra historia más sobre las masturbaciones mentales –y reales-- de los machos reinantes de la cultura cubana?  No, qué va, ¿quién puede con eso?  Hacerlo fue una decisión de índole personal: solidaridad con un fecundo y talentoso cubano sin cuya presencia no puede escribirse la verdadera historia literaria cubana del siglo XX.  Era obligatorio rendir mis respetos al talento y la pluma de uno de nuestros escritores contemporáneos más importantes, símbolo de la persistencia y de la entereza que necesita un pueblo para sobrevivir los embates de la tiranía.

El cementerio de las botellas toma su nombre de este sendero que lleva a la casa del pintor cubano Carlos Enríquez, también conocida como el Hurón Azul. Este camino se encuentra delimitado por las botellas vacías que iban quedando al terminar las fiestas y tertulias que organizaba Carlos Enríquez quien decidió junto con un curioso jardinero colocarlos minuciosamente en tal disposición con el pasar de los años.

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