11.18.2012

AMIR VALLE: LAS ABSURDAS SENDAS HACIA LA DERROTA


Libro de la derrota María Elena Hernández Caballero
Azud Ediciones 2010

La única forma de atrapar la realidad cubana en su verdadera esencia parece ser el absurdo, la parábola. Y es que nuestra realidad misma es absurda, parabólica hasta el límite, de modo que resulta comprensible esa tesis popular que asegura que el día que se escriba la historia de los “años revolucionarios”, sin alterar la verdad como hasta hoy mismo se ha hecho y se hace, se obtendrá el más grande libro del absurdo en la historia de las letras universales.
En eso pensaba cuando cerré el Libro de la derrota, novela escrita por la cubana María Elena Hernández Caballero, una indiscutible voz de la poesía cubana de los 90s que salta al terreno de la novela con esta obra. Sólo en ese primer salto ya hay un mérito: se trata de una trama distinta, muy personal, casi un soplo íntimo inconforme sobre el “tema cubano” y, sin embargo, es una de las obras más aportadoras al concierto de la narrativa cubana de las últimas décadas.
Yendo a lo más general: en el abordaje del trauma nacional que representa la debacle de todas las esperanzas que se forjaron con el triunfo de aquella Revolución (faro de libertad de las Américas según las fanfarrias de la izquierda) existe ya una marca de distinción entre Libro de la derrota y otras obras interesadas en reflexionar sobre este tema y sus derivaciones en la vida del cubano. Lamentablemente, buena parte de la narrativa cubana “crítica” escrita en la isla o el exilio asume una pose de juez omnipotente, de voz denunciante directa, de eje único de todos los derechos y verdades, y eso ha consolidado una larga saga de novelas y libros de cuentos que apelan al consignismo casi igual que el discurso oficial, aunque de signo contrario. Ya a fines de la década del 90 algunos críticos literarios hicieron notar en eventos en Cuba y fuera de Cuba la existencia en ámbitos narrativos (refiriéndose a un grupo amplio de obras) de un perfecto equilibrio entre el discurso oficial castrista (teque) y el discurso supuestamente contestatario (antiteque): se acudían por igual a posiciones extremas, contrarias al diálogo, y la diferencia radicaba únicamente en que el signo ideológico en ambos lados era distinto.
Libro de la derrota, al apostar por la vivencia más que por la denuncia, por el desgarramiento dramatúrgico que provoca en los personajes la realidad más que por la exposición directa de los males de esa realidad, se convierte en un libro único: las únicas apelaciones directas a la crítica “contestataria” se elaboran a través de la ironía o de un sutil humor que deriva en un perfecto mecanismo de adquisición social de la crítica (como si la novelista pretendiera recordarnos que una de las “virtudes” perdidas en el discurso político cubano fue la del humor como contrapunto en el debate ideológico, dejando a un lado el sutil arte de la ironía como instrumento del debate y del diálogo e implementando el arte de la conversión automática del oponente en enemigo a desacreditar, a destruir).  No obstante lo anterior, Libro de la derrota es sin lugar a dudas una de las miradas más profundamente críticas a la realidad nacional.
Otro de los valores indudables de esta novela es la construcción de un escenario absurdo como único escenario posible donde el lector encontrará una explicación “lógica” a los sucesos que se narrarán (pero siempre desde la lógica del absurdo asumido ya desde las primeras páginas). Valentina Morera va descubriendo, aplastada por la cotidianidad más absurda, cuánto hay de verdad y mentira en la supuestamente inmutable geografía ideológica que habita: “Cuando Valentina Morera nació el paraíso no estaba en el cielo, sino en otra parte muy concreta y distante: en Rusia. El infierno también estaba ubicable, en dirección al norte, a sólo noventa millas”, desde el mismo momento en que descubre que los pichones de paloma que ha decidido criar en la azotea de su casa son ¡¡¡horror! una cifra que ella odia y teme: doce (cifra que, por esas “casualidades” de la realidad incluidas en la novela se corresponden a aquellos supuesto 12 hombres sobrehumanos que, según la mítica revolucionaria, sobrevivieron luego del desembarco del yate Granma y con los cuales, según cierto personaje histórico muy conocido por los cubanos, “basta para hacer la Revolución”. A partir de esa marca del destino, el absurdo lo llenará todo (los dos libros rojos: el prohibido y el aconsejable, la Biblia y El Capital) y alcanzará un desdoblamiento casi mágico a partir del infarto de ese hombre, su padre, culpable de que ella se llamara Valentina, por coincidir el nacimiento de la niña justo cuando la soviética Valentina Tereschkova alcanzó el cosmos. Y culminará en una admirable parábola de los absurdos otro descubrimiento: la jefa de las doce palomas es roja y, ¡oh, coincidencia histórica! se llama Celia, como cierta heroína cubana que nos enseñaron a adorar desde pequeños a los cubanos de las últimas cuatro generaciones.
Lo mismo, una espiral de sucesos de la realidad que se desdoblan en situaciones absurdas, ocurrirán al carpintero Daniel Urrutia (cuya vida se entrelazará a la de Valentina) y a Eduardo Cruz, el gran personaje de esta novela, a quien llaman todos “Mosca blanca” porque es albino y tan fastidioso como las moscas. Luego Carmita, l teniente Ramírez, el sargento Retamar… y un supuesto “complot del enemigo” se encargarán de cerrar dicha espiral: Valentina Morera cederá el protagonismo a Mosca Blanca, Mosca Blanca pasará el batón al sargento Retamar y éste a Celia, la paloma roja, fugitiva y medrosa en un inicio, con toda una nación persiguiéndolas por organizar un también supuesto atentado contra el Comandante. Llegado un momento, curiosamente en momentos en que están en la Sierra Maestra, Celia piensa que “siendo doce, como eran, no sólo podían organizarse para la defensiva, sino que podrían empezar a pensar también en la ofensiva. Pero apenas podemos defendernos, replicaron recelosas las otras. Dijo que era mejor empezar por lo más seguro: la Sierra Maestra. Después verían cómo llegar hasta el llano. Las once barbudas preguntaron si estaba proponiéndoles hacer la contrarrevolución. Y entonces Celia contestó: O la revolución, nunca se sabe”.
El más maniqueo de los personajes, Mosca Blanca, representante del fracaso mismo de todas las ideologías y las éticas “revolucionarias”, centra en sí mismo uno de los mejores momentos de Libro de la derrota y es, me atrevo a asegurar, uno de los más sólidos personajes construidos en las tres últimas décadas de narrativa cubana. Es uno de esos personajes que, cuando ya han pasado meses desde que abandonaste el libro, te siguen trayendo resonancias nuevas, mensajes muy claros, en escenas que se reviven ante tus ojos como si estuvieras, otra vez, leyendo. Y es que la novelista, a partir de algo tan burdo como la impotencia sexual construye una trama donde el mal llega a esta vida: Mosca blanca tiene su primera erección vigilando a dos amantes furtivos (Valentina y Daniel). Se erotiza persiguiendo las libertades individuales de los demás, y ese detalle, descubrir que la satisfacción sexual está fuertemente imbricada a vigilar al otro, a denunciar las “conductas impropias” de los demás, lo transforma en un ser tan irracional y absurdo como irracionales y absurdas han sido las conductas de los dirigentes políticos cubanos desde 1959. Sin decir, la novelista dice fuertes verdades; hace una profunda y certera incisión en el cuerpo podrido de la ideología política cubana de la llamada Revolución mostrando literariamente la imperfección humana de Mosca blanca que lo lleva a la doble moral, a la manipulación ideológica, a la mentira (siendo el lector quien descubre esa doble moral, esa manipulación ideológica, esa mentira a través del accionar de este personaje: la novelista prepara el escenario, mueve a los personajes… el lector tendrá que desentrañar los mensajes en clave del absurdo más cotidiano, ése dentro del cual aprendimos a vivir todos).
Novela, también, precisa en el lenguaje, aunque focalizada siempre en mostrar las escenas, en dar vida a los personajes, a través de un lente que les sacuda incluso de los más ligeros visos de la realidad para que lleguen al lector con esa perspectiva natural con la que cada uno de ellos acepta el absurdo de sus vidas, igual que hemos hecho mucho desde que nacimos, como creía Valentina en su teoría del destino para hombres fracasados, en ese pequeño país llamado Cuba. “Peor: una isla”.
Novela importante. Y singular. Y de muchas lecturas. Como debe ser la buena literatura, Libro de la derrota es una muestra más de la madurez literaria alcanzada por María Elena Hernández Caballero.

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