5.06.2013

CARLOS PINTADO: POEMAS DE NADIE EN RITA MARTIN


“De la luz vengo, Señor, mas de las sombras parece brotar mi cancioncilla”. He repetido estos versos de Rita Martín como si más allá del conjuro o de la sentencia que ellos suponen pudiera yo rozarla, violentar un poco esa silenciosa costumbre con que mi amada poeta oficia en el verso. De la luz viene, es cierto, nadie ha de dudarlo --basta con leerla para saber que, entre verso y verso, y ya tocada por el astro o alguna no siempre sosegada sierpe, Rita parece llegarnos desde algún lugar luminoso--, mas de las sombras sale esa cancioncilla con la que nos seduce y provoca en el misterio, su cancioncilla, entiéndase, su poética, su modo de vivir en el verso, su tabla de salvación. Porque justo es decirlo: la poética de Rita Martín es una de las más misteriosas de las últimas generaciones de poetas cubanos.Quizás nunca le dije pero todavía hoy, cuando releo el poema que ella tituló “Ruegos” me pregunto cómo pudo escribir versos así, después de haber vivido la terrible experiencia en esa villa de cuyo nombre no quisiera repetir (quiero respetar el críptico “V.M” que la poeta utiliza y que algún curioso lector le pregunte) y que son versos cargados de amor y de esperanza, que, sin dejar de ser desolados, (“la rosa debajo de la flor/ pero si muero/ id, niños del mundo/ a buscarle) no arrastran, empero, odio ni rencor como quizás otros, yo incluido, hubiéramos escrito. ¿Podría darme la impresión de una fuga o el simulacro de una fuga? En efecto. Y más allá de esta impresión, ¿no nos parece que el dolor ha pulido con mano de orfebre estos bellísimos poemas hasta darles formas de confesiones desesperadas o disquisiciones sobre el alma humana? Rita nos advierte que andamos en arenas movedizas, que los versos que nos irá ofreciendo están imantados  dentro de un calidoscopio que cambia continuamente. Clásica y contemporánea se nos muestra, pero también perspicua y laberíntica sin que estas condiciones entren en contradicción; y sigo leyéndola hasta darme cuenta que en este libro los poemas obran como trampas deleitables, que la poesía en Rita existe no sólo para retratar un instante conciliatorio sino también para cuestionarlo o reinventarlo si fuera necesario.  Allí donde encontramos  belleza en sus textos la poeta ha desgarrado un corazón (el suyo, el nuestro, el de otros), ha rendido un demonio, y ha partido de esa estación de calma que es la felicidad para escribir poemas como otros construyen fuegos. Gide no sabría situarla en lo clásico o en lo romántico. Los intimistas la querrán para ella, pero también los que estén en contra de los intimistas. Seduce por encantamiento y se impone, díscola, como una aparición. Y es que Rita visita constantemente estaciones diferentes y proscritas. Es ella la poeta del viaje físico y mental, la que sabe que con sus versos ha de herirnos inevitablemente.
Si alguien, en poesía, desea salvaciones mejor que evite este libro que es una suerte de viaje al abismo de las sombras, porque Rita acecha constantemente, sorprendiéndonos a golpe de antorcha en la oscuridad. Su luz ha de herirnos, lo sabemos y aún así seguimos. Es el caos asumido, pienso. La dilatación de la memoria encontrada, vuelvo a pensar. La nueva vida --me diría la poeta si esto fuera ahora mismo una conversación– o la experiencia con su esplendor axiomático; lo cierto es que una vez entrado al libro sabemos que ya Rita es dueña del oro prometeico. Es obvio que atrás ha quedado la isla amada y odiada al mismo tiempo (“ya no estará más tu voz/ entre estas aguas/duras para morder/entero tu Caribe/y resistir callada y recia/el declive/de tu ciudad secreta de La Habana") y que ahora es un nuevo espacio, otra ciudad con otros códigos llevándola a una cotidianeidad de la que sacará provecho. Es, en éste cuaderno, que la poeta hace de la brevedad un don encomiable, rarísimo. Nada sobra ni falta. Cada poema está escrito, nos parece, con las palabras justas, y es con ellas, o desde ellas, que va apartando apócrifos o innecesarios conceptualismos hasta conformar un universo muy personal que la hace única y maravillosa. Me asombra ver cómo van incorporándose en ella palabras como: Hialeah, expressways, downtown, homeless, Biscayne Boulevard, Home Depot  (que muchos poetas, estoy seguro, desterrarían del verso) y que enseñan los nuevos derroteros en los que anda. Rita es, posiblemente, la primera de los poetas de su generación que no teme dejarse absorber por la ciudad que la acoge y en seguida se lanza a cantarla: (“Polvo de nuevo/el rito fundador, oh, Hialeah", “El delirio de los expressways/el sueño de avanzar quién sabe a dónde" (…) "luces las espléndidas noches de Miami”. O “I love, dowtown Miami/pesa a, o porque/ hallo en ti/ el diario excremento/ de los homeless (…) En este punto/downtown Miami/ nos asemejamos/ a los locos con banderas/en alto por el día/de la marcha/por la libertad”. Como Cavafis, como James Joyce (con el que comparte una espectacular aventura poética en este libro), Rita Martín recorre una ciudad como si la inventara. Aquí están los poemas de quien se cuestiona todo, de quien va de un lugar a otro buscando esos asideros posibles que subyacen en la memoria; y aquí la palabra (estoy tentado a decir los poemas) son su Lazarillo de Tormes. En algún momento del libro Rita decide abandonarlo todo y ganar, otra vez, otra ciudad. Reaparece La Habana, en una cita, para después desdibujarse como en una instantánea. Me pregunto si desde Carolina del Norte esta mujer escribe sobre sus fugas o se fuga para escribir. Casi se me vuelve una viajera incansable, una Marguerite Yourcenar moderna, habanera, mientras intento descifrarla. Otra vez más la palabra cumple el objetivo de salvarla: “otros paisajes/otras superficies/ otras lluvias/ es decir simple/ que la palabra/ cumple sus funciones/ a pesar del invierno”. Me sorprenderán estos monólogos o “verbales proyecciones astrales” que consigue Rita en algunos poemas en los que parece hablarle a otra Rita Martín: “las curas de la carne sin reposo/ la carne de Rita Martín/ su libro cotidiano” (…) “Lavándome las manos/ en la ciénaga/un niño me ha gritado/ otro nombre”, “alguien que no soy escribe estas líneas”.
“De la luz vengo, Señor, mas de las sombras parece brotar mi cancioncilla”. Vuelvo a repetir sabiendo que ya no salgo del conjuro. No encuentro elogio mejor para este libro que volver a leerlo, que detenerme en aquellos poemas que prefiero (que no son pocos),y  alegrarme de que libros como éste me hagan ver que todavía es válida la gran aventura de la poesía.

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Carlos PintadoPoeta y escritor (Cuba, 1974). Graduado en Lengua y Literatura Inglesa. Recibió el Premio Internacional de Poesía Sant Jordi en España por su libro Autorretrato en azul publicado bajo el título de Habitación a oscuras (Vitruvio, Madrid, 2007). Ha publicado, además, La seducción del Minotauro (Islas Canarias, 2000), Los bosques de MortefontaineLos nombres de la noche (Bluebird editions), El árbol rojo y El unicornio y otros poemas (antología personal, Editorial Ruinas Circulares, Argentina, 2011). Poemas suyos han sido cantados por el San Fancisco Girls Chorus, el South Beach Music Ensemble y el Continuum Ensemble de New York.

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