“De la luz vengo, Señor, mas de las sombras parece
brotar mi cancioncilla”. He repetido estos versos de Rita Martín como si más
allá del conjuro o de la sentencia que ellos suponen pudiera yo rozarla,
violentar un poco esa silenciosa costumbre con que mi amada poeta oficia en el
verso. De la luz viene, es cierto, nadie ha de dudarlo --basta con leerla para
saber que, entre verso y verso, y ya tocada por el astro o alguna no siempre
sosegada sierpe, Rita parece llegarnos desde algún lugar luminoso--, mas de las sombras
sale esa cancioncilla con la que nos seduce y provoca en el misterio, su
cancioncilla, entiéndase, su poética, su modo de vivir en el verso, su tabla de
salvación. Porque justo es decirlo: la poética de Rita Martín es una de las más
misteriosas de las últimas generaciones de poetas cubanos.Quizás nunca le dije
pero todavía hoy, cuando releo el poema que ella tituló “Ruegos” me pregunto
cómo pudo escribir versos así, después de haber vivido la terrible experiencia
en esa villa de cuyo nombre no quisiera repetir (quiero respetar el críptico
“V.M” que la poeta utiliza y que algún curioso lector le pregunte) y que son
versos cargados de amor y de esperanza, que, sin dejar de ser desolados, (“la
rosa debajo de la flor/ pero si muero/ id, niños del mundo/ a buscarle) no
arrastran, empero, odio ni rencor como quizás otros, yo incluido, hubiéramos
escrito. ¿Podría darme la impresión de una fuga o el simulacro de una fuga? En
efecto. Y más allá de esta impresión, ¿no nos parece que el dolor ha pulido con
mano de orfebre estos bellísimos poemas hasta darles formas de confesiones
desesperadas o disquisiciones sobre el alma humana? Rita nos advierte que
andamos en arenas movedizas, que los versos que nos irá ofreciendo están
imantados dentro de un calidoscopio que cambia continuamente. Clásica y
contemporánea se nos muestra, pero también perspicua y laberíntica sin que
estas condiciones entren en contradicción; y sigo leyéndola hasta darme cuenta
que en este libro los poemas obran como trampas deleitables, que la poesía en
Rita existe no sólo para retratar un instante conciliatorio sino también para
cuestionarlo o reinventarlo si fuera necesario. Allí donde
encontramos belleza en sus textos la poeta ha desgarrado un corazón (el
suyo, el nuestro, el de otros), ha rendido un demonio, y ha partido de esa
estación de calma que es la felicidad para escribir poemas como otros
construyen fuegos. Gide no sabría situarla en lo clásico o en lo romántico. Los
intimistas la querrán para ella, pero también los que estén en contra de los
intimistas. Seduce por encantamiento y se impone, díscola, como una aparición.
Y es que Rita visita constantemente estaciones diferentes y proscritas. Es ella
la poeta del viaje físico y mental, la que sabe que con sus versos ha de
herirnos inevitablemente.
Si alguien, en poesía, desea salvaciones mejor que
evite este libro que es una suerte de viaje al abismo de las sombras, porque
Rita acecha constantemente, sorprendiéndonos a golpe de antorcha en la
oscuridad. Su luz ha de herirnos, lo sabemos y aún así seguimos. Es el caos
asumido, pienso. La dilatación de la memoria encontrada, vuelvo a pensar. La
nueva vida --me diría la poeta si esto fuera ahora mismo una conversación– o la
experiencia con su esplendor axiomático; lo cierto es que una vez entrado al libro
sabemos que ya Rita es dueña del oro prometeico. Es obvio que atrás ha quedado
la isla amada y odiada al mismo tiempo (“ya no estará más tu voz/ entre estas
aguas/duras para morder/entero tu Caribe/y resistir callada y recia/el
declive/de tu ciudad secreta de La Habana") y que ahora es un nuevo espacio,
otra ciudad con otros códigos llevándola a una cotidianeidad de la que sacará
provecho. Es, en éste cuaderno, que la poeta hace de la brevedad un don
encomiable, rarísimo. Nada sobra ni falta. Cada poema está escrito, nos parece,
con las palabras justas, y es con ellas, o desde ellas, que va apartando
apócrifos o innecesarios conceptualismos hasta conformar un universo muy
personal que la hace única y maravillosa. Me asombra ver cómo van
incorporándose en ella palabras como: Hialeah, expressways, downtown, homeless,
Biscayne Boulevard, Home Depot (que muchos poetas, estoy seguro,
desterrarían del verso) y que enseñan los nuevos derroteros en los que anda.
Rita es, posiblemente, la primera de los poetas de su generación que no teme
dejarse absorber por la ciudad que la acoge y en seguida se lanza a cantarla:
(“Polvo de nuevo/el rito fundador, oh, Hialeah", “El delirio de los
expressways/el sueño de avanzar quién sabe a dónde" (…) "luces las espléndidas
noches de Miami”. O “I love, dowtown Miami/pesa a, o porque/ hallo en ti/ el
diario excremento/ de los homeless (…) En este punto/downtown Miami/ nos
asemejamos/ a los locos con banderas/en alto por el día/de la marcha/por la
libertad”. Como Cavafis, como James Joyce (con el que comparte una espectacular
aventura poética en este libro), Rita Martín recorre una ciudad como si la
inventara. Aquí están los poemas de quien se cuestiona todo, de quien va de un
lugar a otro buscando esos asideros posibles que subyacen en la memoria; y aquí
la palabra (estoy tentado a decir los poemas) son su Lazarillo de Tormes. En
algún momento del libro Rita decide abandonarlo todo y ganar, otra vez, otra
ciudad. Reaparece La Habana, en una cita, para después desdibujarse como en una
instantánea. Me pregunto si desde Carolina del Norte esta mujer escribe sobre
sus fugas o se fuga para escribir. Casi se me vuelve una viajera incansable,
una Marguerite Yourcenar moderna, habanera, mientras intento descifrarla. Otra
vez más la palabra cumple el objetivo de salvarla: “otros paisajes/otras
superficies/ otras lluvias/ es decir simple/ que la palabra/ cumple sus
funciones/ a pesar del invierno”. Me sorprenderán estos monólogos o “verbales
proyecciones astrales” que consigue Rita en algunos poemas en los que parece
hablarle a otra Rita Martín: “las curas de la carne sin reposo/ la carne de
Rita Martín/ su libro cotidiano” (…) “Lavándome las manos/ en la ciénaga/un
niño me ha gritado/ otro nombre”, “alguien que no soy escribe estas líneas”.
“De la luz vengo, Señor, mas de las sombras parece
brotar mi cancioncilla”. Vuelvo a repetir sabiendo que ya no salgo del conjuro.
No encuentro elogio mejor para este libro que volver a leerlo, que detenerme en
aquellos poemas que prefiero (que no son pocos),y alegrarme de que libros
como éste me hagan ver que todavía es válida la gran aventura de la poesía.
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Carlos Pintado. Poeta y escritor (Cuba, 1974). Graduado en Lengua y
Literatura Inglesa. Recibió el Premio Internacional de Poesía Sant Jordi en
España por su libro Autorretrato en azul publicado bajo el título
de Habitación a oscuras (Vitruvio, Madrid, 2007). Ha publicado, además, La seducción del Minotauro (Islas Canarias, 2000), Los
bosques de Mortefontaine, Los nombres de la noche (Bluebird
editions), El árbol rojo y El unicornio y otros poemas (antología
personal, Editorial Ruinas Circulares, Argentina, 2011). Poemas suyos han sido
cantados por el San Fancisco Girls Chorus, el South Beach Music Ensemble y el
Continuum Ensemble de New York.
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