Playa del Carmen, México y 2013
Lo primero que me gustaría
afirmar ¾dentro
de este privilegio que me otorga la poeta de escribir sobre su poesía¾ es que Rita Martín es una guerrera. Durante mi
estancia de cinco años en Miami, cuando le comentaba a alguien (que no
pertenecía al gremio) de que escribía poemas, se me quedaba mirando con un dejo
de burla y extrañeza que nunca olvidaré. La poesía, que en un principio muy
lejano fue la primera voz entre las artes, ha pasado a ser la solterona
abandonada en medio de la tristeza de su masturbación solitaria ¾despreciada en primera instancia
por los consorcios editoriales y, como consecuencia, por el lector que, aunque
quisiese, no tiene acceso a los libros¾, y aunque parezca
pesimista decirlo, nunca más encontrará a un esposo que la acaricie dentro de
Frívolo, este planeta que hace mucho tiempo dejó de llamarse la Tierra.
Escribir poesía se ha convertido en una guerra donde el poeta, desarmado, sale
a la arena (eso sí, nunca dejará de salir, algo, alguien lo empuja y tampoco
sabremos qué, quién) en contra de todo vaticinio no digamos ya en pos del
triunfo, sino de su visibilidad. Soldado que nadie ve, que ya no es
imprescindible derrotar porque en su aparición misma está encerrada la derrota.
Gladiador dentro de la jaula de los leones, y mucho más hambrientas se escuchan
a las fieras si la intrusa es una exiliada, y mucho más fuerte es la mordida,
el zarpazo, si los leones rugen en inglés, y la exiliada se empeña en no abandonar
el idioma que le regaló su primer grito. Los “poetas” de ahora son los reguetoneros o quienes luchan por la
habilidad de manejar una pelotica y aglutinan la multitud como otrora lo
hicieran esos poetas rusos que alguna vez sí llenaron los estadios con gente
que sabía lo que significaba escuchar, sin esos griticos histéricos que tanto adoran
los fanáticos y por supuesto las “estrellas”. Insisto: Rita Martín es una
guerrera, y en Poemas de Nadie (libro
que también nos convoca dentro de su compilación), muestra su tozudez sin
importarle a su batuta en mano, a su batuta adentro, que impere la sordera;
quizás se aproveche de ésta para que no olvidemos que en la casa del verso, las
puertas y ventanas se construyen muchas veces con el silencio, y es cuando mejor
se abren o se cierran para atender a los pocos transeúntes que la visitan. Quiero
terminar esta quejumbrosa introducción diciendo que soy el único responsable de
la misma: siempre se queja el hombre sin tan siquiera imaginar los dolores del
parto. La poeta no, la poeta sigue en la arena, lanza en ristre, sin ninguna
queja, sin ningún reclamo, y si lo tiene, como tenemos todos, lo vierte en el
poema casi como una pedrada de luz que enmascara el lamento, como en estos
versos que ¾sin
ofrecer disculpa por mostrar mi entusiasmo¾
me vienen pareciendo magistrales: “Lejos, muy lejos, dentro, muy adentro: la
voz es el silencio de una hoja”. ¡Coño, qué bonito, caballeros, qué manera de
darle a la palabra y a nosotros un idioma inventado que nombre lo que existe detrás
de las inexistencias! ¿Cómo el hombre ha reunido el valor para darle la espalda
a los ojos que tiene en las espaldas? ¿Vence el guerrero que deja detrás la
oscuridad después de su paso triunfal por el campo de batalla? No, Rita sabe
que no: es la luz sepultada la que triunfa:
“Si la tarde cayera como cae/ la esperanza en la lluvia, / no se agotara/ la
noche”.
No quiero ponerme a
dilucidar si la obra reunida de Rita Martín puede insertarse dentro la poética
de una generación que cuenta ya con nombres relevantes en el ámbito de la
poesía cubana e hispanoamericana. Yo diría que con esta muestra su lugar no se
lo quita nadie, pero no me gusta la palabra “generación”, dentro de mi paranoia
me suena como si perteneciera a algún partido de cuyo nombre no quisiera
acordarme, o quizás sea porque no me recuerda que también “generación” puede
ser un grupo de amigos en derredor de una revista, de un trago de ron, de un
libro prestado, de una muchacha compartida, de una hoguera, de un sueño… Y si
continúo con esta guerra imaginaria pero al mismo tiempo real ¾en donde he puesto a combatir a
Rita Martín sin su consentimiento¾ debo decir que un
poeta exiliado lleva sobre su hombro otro exilio, donde tiene como premisa su
sobrevivencia, pero también la de su poesía, de ahí ese extrañamiento entre la
burla y el sarcasmo del vecino cuando se intenta salvar a los dos en un sitio
donde con mucho esfuerzo logra salvarse uno. ¿Cuántos buenos poetas y
narradores y pintores y músicos que salieron de Cuba sacrificaron el silencio
de su voz a cambio de la sobrevivencia? Los ejemplos sobran. Salir, llegar,
instalarse, sobrevivir, y seguir escribiendo tiene mucho que ver con cualquiera
de las campañas de un Alejandro Magno. Estamos en presencia de una poeta que,
además de insertarse en el mundo académico norteamericano (ya sabrán muchos
cuán difícil es), tuvo la osadía de continuar con su obra y de luchar para
publicarla. Poemas de nadie acoge la
selección de varios poemarios breves publicados anteriormente por la autora:
uno, escrito antes de salir de la Isla, y los demás en ese deambular eterno de
todo exiliado por encontrar un lugar al que nunca pertenecerá, pero que deberá
aceptar y adaptarse por el bien de su salud mental ¾de
su poética en este caso¾, y de quienes lo
rodean. Pero como la poesía no es una camisa que se presta, ni tampoco un
estandarte, o una imposición, el poeta, cuando lo es, no tiene ningún argumento
válido que le sirva para dejar de escribir. No puede dejar de hacerlo. Se respira
porque si no aparece la muerte; aunque tampoco deje de asombrarnos que en medio
de una debacle económica, de una guerra cien veces anunciada “sobre un enemigo
enfrente que atacará en cualquier momento si bajamos la guardia”, una poeta es
capaz de invocarnos “la tarde”, “la neblina”, “el sendero…” Esto sólo es
posible porque la poesía, además del misterio, el sobresalto, también es el
agradecimiento, la mirada por encima de los muros, la intuición de que el
planeta es demasiado estrecho e incómodo para aceptar el homenaje que merece el
asombro. Hay una luz que solo la palabra es capaz de encender, y si no me
creen, escuchen este poema que se llama “Pobreza” ¾en
medio de la pobreza¾, y díganme si a uno
no le entras ganas de vivir, o al menos de intentarlo: “Volvería a cantar/
tornando a medias/ media la alegría, media la tristeza./ Yéndome a medias/
correría esperando/ a medias la belleza/ Los días acaso me dejarán/ escuchar tu
voz a medias/ y a medias, yo sería,/ a medias, la riqueza”. Coño, caballeros, qué
sabrosa esta música que envuelve y acaricia como si fuera la novia que siempre
deseamos. Ah, se puede comer este poema que sustituye al pan como si de verdad
lo fuera.
No creo que este libro
sirva para que algún crítico indague si en el laberíntico proceso de creación
de Rita Martín existió ese escarceo con la inmadurez que tanto abunda en la
publicación del primer poemario. No existe. Tocada
por el astro hace honor a su creadora, y si alguien lo duda, tendrá que
asumir su equivocación porque no todos comienzan su quehacer poético abordando con
verdadero acierto una de las formas más difíciles, y que también fue utilizada por
nuestros clásicos españoles, y la tradición poética hispanoamericana hasta
agotar sus “posibilidades”: el soneto. Después vuelve a la carga con ese verso
libre que no titubea en la sentencia filosófica-existencialista: “Hacia adentro
es el camino de nosotros mismos”.
Tocada
por el astro
“inicia la partida” y vendrán otros libros que, no necesariamente, les va a
importar la “nacionalidad”. El poeta no, el poeta puede volverse chino o
tailandés, pero la patria del poema es la palabra. Adentro, muy adentro, pero
allá en esa Isla (de los años ochenta, principios del noventa), se queda la canción,
pero también la angustia que viaja en la advertencia de un regreso imposible: “No
regreses de ese viaje, no, no regreses, / aunque las voces/ recuerden a los
tuyos/ latiendo en el bosque inexistente”. Y el mar, siempre el mar “quien
armoniza los caminos” […]: “Es el mar la muerte o es la vida”.
Si en Tocada por el astro, la poesía de Rita
Martín era de una estridencia mesurada (canción, búsqueda, reclamos,
homenajes…), quizás porque en aquella Habana todavía le costaba trabajo
imaginar a qué sabía la soledad tan lejos de los suyos, en Poemas de nadie, el verso como que pierde su grasa natural, su
duende primigenio, y chirría, se oxida en el quejido, en la rabia de estar adonde
la arrojó la caprichosa ola: “País alguno puede hacer que recobremos/ ese fondo
sin el que estamos tan vacíos”.
Muchos de los temas
que abordan estos textos se remiten a la escritura, la cual, sin asidero, se
tiene que agarrar de la misma escritura para sobrevivir en medio de la nada: “Para
que no se pudrieran los versos/ como se pudre el ser, / escribí sobre el amor.
Sobre el amor/ de nuevo. Esa palabra, extraña/ a los sentidos de lo humano, esa
palabra/ ceniza, escarcha, mito…” Poemas que no son de nadie: ¿ni de la poeta
ni de nosotros mismos? Masoquismo de un solo latigazo tan breve como intenso: “Ni
país, ni destino, / ni memoria/ Monedas/ al aire donde, a veces, / es cara.
Otra cruz”.
También está Miami, la
amante que abrazamos acabaditos de salir del odio, por eso es que tal vez
apedreamos el faro después que nos salvó porque viajamos hasta aquí montados en
una herida inmensamente larga que nos dejó caer con muy pocas posibilidades de
un buen aterrizaje, de decir “buenos días, ya todo quedó atrás”. En el downtown de Miami Rita Martín se cruza
con el homeless ¾más cerca siempre del poeta que
del propio poema¾ “y bebemos la orina/
seca del que ya no dice/ nada. Una nada sin fin son nuestras vidas/ que van a
dar Biscayne Boulevard”.
En estos cuadernos
escritos fuera de la Isla, la poesía también es el regreso de la pérdida, la
resucitación de esos muertos que vuelven a sentarse en la conversación, o una
manera “sabia” de resistirse a la orfandad; traer la lejanía, acercarla hasta
que sea posible acariciar de nuevo a los que se quedaron maniatados en la
inmovilidad de la plaza sitiada: a la abuela, en esa pieza (una de las mejores
del libro) que se llama: “Último poema del ser y de lo otro”; o a la madre, en
la alucinación de ese texto que se llama “Envejeciendo”: “Solo era una
canción,/ madre, le digo,/ y las promesas,/ ya sabes lo que pasa/ con las promesas…/
Lo he dicho antes, ¿no?”
Hay verdaderas
puñaladas joya en la poesía de Rita, que no me resisto a citar por completo, y
donde ella se empeña en recordarnos que pudo ser la hija que no tuvo Emily
Dickinson: “En este tren lentísimo/ regresamos a casa. / Pegados contra los
cristales/ lo sentimos rodar. / Entre el cansancio/ y la costumbre/ sin ansias
de llegar/ a la otra vida”.
Cargar con la palabra
es la única manera de salvarse sobre una tabla que se hunde pero vuelve a
flotar sin ganas de interrumpir el mismo acto, como si la poeta regresara
fresca y peinadita tras el buche de vómito: “Solo sé que este/ ir y venir/ de
sucesivas máscaras/ sólo a ti te he tenido/ poesía/ impura, sucia, oscura/ pero
siempre a mano”.
La historia se repite:
partir sin regresar, y si hay algún regreso es como si regresáramos a lamer el
vacío; solo queda el fantasma del fantasma que acaba de llegar para después
volver a irse con la promesa incumplida del abrazo: esto me dicta la poesía de
Rita Martín en este libro que a veces no me deja dormir como quisiera. Poesía
que nombra la verdad del insomnio.
Estoy feliz de que la
guerra que sostiene esta mujer-soldado, o viceversa, no se termine nunca. El
testimonio que necesita una ciudad aún está en las manos de los ojos del poeta,
y no de aquella mayoría que tiene la pelotica en las orejas. “Nadie” también se
llaman los hijos, los nietos, los biznietos de Ulises, y bien lo sabe Rita que
estos poemas son de todos.
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RAÚL ORTEGA ALFONSO. (La Habana, Cuba, 1960.
Poeta y narrador. Mexicano por naturalización, país donde reside desde 1995. Se
ha desempeñado como columnista de la sección “Noterótica” de la edición
Mexicana de Playboy, 1996, México, D. F. y del suplemento cultural Sábado,
del periódico UnomásUno, México, D. F., 1997-1998. Ha publicado los
poemarios: Las mujeres fabrican a los locos (Editorial Abril, La
Habana, 1992; segunda edición a cargo de Editorial Praxis, México, D. F.,
2003); Acta común de nacimiento (Editorial Praxis, México, D.
F., 1998); Con mi voz de mujer (Editorial Arlequín, Fonca,
Guadalajara, México, 1998); La memoria de queso (Editorial La Torre
de Papel, Miami, Florida, 2006); Sin grasa y con arena (Editorial
Velámenes, Palm Beach, Florida, 2010). Ha publicado las novelas Fuácata y Robinhood.com
(Editorial Terracota, México, D.F., 2012) y El inodoro de los pájaros,
(Ediciones B, México D.F.: 2013, publicada por la imprenta con el título Tu
desnudez en el aliento). Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al alemán y
al inglés.
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