5.07.2013

RAUL ORTEGA ALFONSO: POEMAS DE TODOS

Playa del Carmen, México y 2013




Lo primero que me gustaría afirmar  ¾dentro de este privilegio que me otorga la poeta de escribir sobre su poesía¾  es que Rita Martín es una guerrera. Durante mi estancia de cinco años en Miami, cuando le comentaba a alguien (que no pertenecía al gremio) de que escribía poemas, se me quedaba mirando con un dejo de burla y extrañeza que nunca olvidaré. La poesía, que en un principio muy lejano fue la primera voz entre las artes, ha pasado a ser la solterona abandonada en medio de la tristeza de su masturbación solitaria ¾despreciada en primera instancia por los consorcios editoriales y, como consecuencia, por el lector que, aunque quisiese, no tiene acceso a los libros¾, y aunque parezca pesimista decirlo, nunca más encontrará a un esposo que la acaricie dentro de Frívolo, este planeta que hace mucho tiempo dejó de llamarse la Tierra. Escribir poesía se ha convertido en una guerra donde el poeta, desarmado, sale a la arena (eso sí, nunca dejará de salir, algo, alguien lo empuja y tampoco sabremos qué, quién) en contra de todo vaticinio no digamos ya en pos del triunfo, sino de su visibilidad. Soldado que nadie ve, que ya no es imprescindible derrotar porque en su aparición misma está encerrada la derrota. Gladiador dentro de la jaula de los leones, y mucho más hambrientas se escuchan a las fieras si la intrusa es una exiliada, y mucho más fuerte es la mordida, el zarpazo, si los leones rugen en inglés, y la exiliada se empeña en no abandonar el idioma que le regaló su primer grito. Los “poetas” de ahora son los reguetoneros o quienes luchan por la habilidad de manejar una pelotica y aglutinan la multitud como otrora lo hicieran esos poetas rusos que alguna vez sí llenaron los estadios con gente que sabía lo que significaba escuchar, sin esos griticos histéricos que tanto adoran los fanáticos y por supuesto las “estrellas”. Insisto: Rita Martín es una guerrera, y en Poemas de Nadie (libro que también nos convoca dentro de su compilación), muestra su tozudez sin importarle a su batuta en mano, a su batuta adentro, que impere la sordera; quizás se aproveche de ésta para que no olvidemos que en la casa del verso, las puertas y ventanas se construyen muchas veces con el silencio, y es cuando mejor se abren o se cierran para atender a los pocos transeúntes que la visitan. Quiero terminar esta quejumbrosa introducción diciendo que soy el único responsable de la misma: siempre se queja el hombre sin tan siquiera imaginar los dolores del parto. La poeta no, la poeta sigue en la arena, lanza en ristre, sin ninguna queja, sin ningún reclamo, y si lo tiene, como tenemos todos, lo vierte en el poema casi como una pedrada de luz que enmascara el lamento, como en estos versos que  ¾sin ofrecer disculpa por mostrar mi entusiasmo¾ me vienen pareciendo magistrales: “Lejos, muy lejos, dentro, muy adentro: la voz es el silencio de una hoja”. ¡Coño, qué bonito, caballeros, qué manera de darle a la palabra y a nosotros un idioma inventado que nombre lo que existe detrás de las inexistencias! ¿Cómo el hombre ha reunido el valor para darle la espalda a los ojos que tiene en las espaldas? ¿Vence el guerrero que deja detrás la oscuridad después de su paso triunfal por el campo de batalla? No, Rita sabe que no: es la luz sepultada la que triunfa: “Si la tarde cayera como cae/ la esperanza en la lluvia, / no se agotara/ la noche”.
No quiero ponerme a dilucidar si la obra reunida de Rita Martín puede insertarse dentro la poética de una generación que cuenta ya con nombres relevantes en el ámbito de la poesía cubana e hispanoamericana. Yo diría que con esta muestra su lugar no se lo quita nadie, pero no me gusta la palabra “generación”, dentro de mi paranoia me suena como si perteneciera a algún partido de cuyo nombre no quisiera acordarme, o quizás sea porque no me recuerda que también “generación” puede ser un grupo de amigos en derredor de una revista, de un trago de ron, de un libro prestado, de una muchacha compartida, de una hoguera, de un sueño… Y si continúo con esta guerra imaginaria pero al mismo tiempo real ¾en donde he puesto a combatir a Rita Martín sin su consentimiento¾ debo decir que un poeta exiliado lleva sobre su hombro otro exilio, donde tiene como premisa su sobrevivencia, pero también la de su poesía, de ahí ese extrañamiento entre la burla y el sarcasmo del vecino cuando se intenta salvar a los dos en un sitio donde con mucho esfuerzo logra salvarse uno. ¿Cuántos buenos poetas y narradores y pintores y músicos que salieron de Cuba sacrificaron el silencio de su voz a cambio de la sobrevivencia? Los ejemplos sobran. Salir, llegar, instalarse, sobrevivir, y seguir escribiendo tiene mucho que ver con cualquiera de las campañas de un Alejandro Magno. Estamos en presencia de una poeta que, además de insertarse en el mundo académico norteamericano (ya sabrán muchos cuán difícil es), tuvo la osadía de continuar con su obra y de luchar para publicarla. Poemas de nadie acoge la selección de varios poemarios breves publicados anteriormente por la autora: uno, escrito antes de salir de la Isla, y los demás en ese deambular eterno de todo exiliado por encontrar un lugar al que nunca pertenecerá, pero que deberá aceptar y adaptarse por el bien de su salud mental ¾de su poética en este caso¾, y de quienes lo rodean. Pero como la poesía no es una camisa que se presta, ni tampoco un estandarte, o una imposición, el poeta, cuando lo es, no tiene ningún argumento válido que le sirva para dejar de escribir. No puede dejar de hacerlo. Se respira porque si no aparece la muerte; aunque tampoco deje de asombrarnos que en medio de una debacle económica, de una guerra cien veces anunciada “sobre un enemigo enfrente que atacará en cualquier momento si bajamos la guardia”, una poeta es capaz de invocarnos “la tarde”, “la neblina”, “el sendero…” Esto sólo es posible porque la poesía, además del misterio, el sobresalto, también es el agradecimiento, la mirada por encima de los muros, la intuición de que el planeta es demasiado estrecho e incómodo para aceptar el homenaje que merece el asombro. Hay una luz que solo la palabra es capaz de encender, y si no me creen, escuchen este poema que se llama “Pobreza” ¾en medio de la pobreza¾, y díganme si a uno no le entras ganas de vivir, o al menos de intentarlo: “Volvería a cantar/ tornando a medias/ media la alegría, media la tristeza./ Yéndome a medias/ correría esperando/ a medias la belleza/ Los días acaso me dejarán/ escuchar tu voz a medias/ y a medias, yo sería,/ a medias, la riqueza”.  Coño, caballeros, qué sabrosa esta música que envuelve y acaricia como si fuera la novia que siempre deseamos. Ah, se puede comer este poema que sustituye al pan como si de verdad lo fuera.
No creo que este libro sirva para que algún crítico indague si en el laberíntico proceso de creación de Rita Martín existió ese escarceo con la inmadurez que tanto abunda en la publicación del primer poemario. No existe. Tocada por el astro hace honor a su creadora, y si alguien lo duda, tendrá que asumir su equivocación porque no todos comienzan su quehacer poético abordando con verdadero acierto una de las formas más difíciles, y que también fue utilizada por nuestros clásicos españoles, y la tradición poética hispanoamericana hasta agotar sus “posibilidades”: el soneto. Después vuelve a la carga con ese verso libre que no titubea en la sentencia filosófica-existencialista: “Hacia adentro es el camino de nosotros mismos”.
Tocada por el astro “inicia la partida” y vendrán otros libros que, no necesariamente, les va a importar la “nacionalidad”. El poeta no, el poeta puede volverse chino o tailandés, pero la patria del poema es la palabra. Adentro, muy adentro, pero allá en esa Isla (de los años ochenta, principios del noventa), se queda la canción, pero también la angustia que viaja en la advertencia de un regreso imposible: “No regreses de ese viaje, no, no regreses, / aunque las voces/ recuerden a los tuyos/ latiendo en el bosque inexistente”. Y el mar, siempre el mar “quien armoniza los caminos” […]: “Es el mar la muerte o es la vida”.
Si en Tocada por el astro, la poesía de Rita Martín era de una estridencia mesurada (canción, búsqueda, reclamos, homenajes…), quizás porque en aquella Habana todavía le costaba trabajo imaginar a qué sabía la soledad tan lejos de los suyos, en Poemas de nadie, el verso como que pierde su grasa natural, su duende primigenio, y chirría, se oxida en el quejido, en la rabia de estar adonde la arrojó la caprichosa ola: “País alguno puede hacer que recobremos/ ese fondo sin el que estamos tan vacíos”.
Muchos de los temas que abordan estos textos se remiten a la escritura, la cual, sin asidero, se tiene que agarrar de la misma escritura para sobrevivir en medio de la nada: “Para que no se pudrieran los versos/ como se pudre el ser, / escribí sobre el amor. Sobre el amor/ de nuevo. Esa palabra, extraña/ a los sentidos de lo humano, esa palabra/ ceniza, escarcha, mito…” Poemas que no son de nadie: ¿ni de la poeta ni de nosotros mismos? Masoquismo de un solo latigazo tan breve como intenso: “Ni país, ni destino, / ni memoria/ Monedas/ al aire donde, a veces, / es cara. Otra cruz”.
También está Miami, la amante que abrazamos acabaditos de salir del odio, por eso es que tal vez apedreamos el faro después que nos salvó porque viajamos hasta aquí montados en una herida inmensamente larga que nos dejó caer con muy pocas posibilidades de un buen aterrizaje, de decir “buenos días, ya todo quedó atrás”. En el downtown de Miami Rita Martín se cruza con el homeless ¾más cerca siempre del poeta que del propio poema¾ “y bebemos la orina/ seca del que ya no dice/ nada. Una nada sin fin son nuestras vidas/ que van a dar Biscayne Boulevard”.
En estos cuadernos escritos fuera de la Isla, la poesía también es el regreso de la pérdida, la resucitación de esos muertos que vuelven a sentarse en la conversación, o una manera “sabia” de resistirse a la orfandad; traer la lejanía, acercarla hasta que sea posible acariciar de nuevo a los que se quedaron maniatados en la inmovilidad de la plaza sitiada: a la abuela, en esa pieza (una de las mejores del libro) que se llama: “Último poema del ser y de lo otro”; o a la madre, en la alucinación de ese texto que se llama “Envejeciendo”: “Solo era una canción,/ madre, le digo,/ y las promesas,/ ya sabes lo que pasa/ con las promesas…/ Lo he dicho antes, ¿no?”
Hay verdaderas puñaladas joya en la poesía de Rita, que no me resisto a citar por completo, y donde ella se empeña en recordarnos que pudo ser la hija que no tuvo Emily Dickinson: “En este tren lentísimo/ regresamos a casa. / Pegados contra los cristales/ lo sentimos rodar. / Entre el cansancio/ y la costumbre/ sin ansias de llegar/ a la otra vida”.
Cargar con la palabra es la única manera de salvarse sobre una tabla que se hunde pero vuelve a flotar sin ganas de interrumpir el mismo acto, como si la poeta regresara fresca y peinadita tras el buche de vómito: “Solo sé que este/ ir y venir/ de sucesivas máscaras/ sólo a ti te he tenido/ poesía/ impura, sucia, oscura/ pero siempre a mano”.
La historia se repite: partir sin regresar, y si hay algún regreso es como si regresáramos a lamer el vacío; solo queda el fantasma del fantasma que acaba de llegar para después volver a irse con la promesa incumplida del abrazo: esto me dicta la poesía de Rita Martín en este libro que a veces no me deja dormir como quisiera. Poesía que nombra la verdad del insomnio.
Estoy feliz de que la guerra que sostiene esta mujer-soldado, o viceversa, no se termine nunca. El testimonio que necesita una ciudad aún está en las manos de los ojos del poeta, y no de aquella mayoría que tiene la pelotica en las orejas. “Nadie” también se llaman los hijos, los nietos, los biznietos de Ulises, y bien lo sabe Rita que estos poemas son de todos.




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RAÚL ORTEGA ALFONSO. (La Habana, Cuba, 1960. Poeta y narrador. Mexicano por naturalización, país donde reside desde 1995. Se ha desempeñado como columnista de la sección “Noterótica” de la edición Mexicana de Playboy, 1996, México, D. F. y del suplemento cultural Sábado, del periódico UnomásUno, México, D. F., 1997-1998. Ha publicado los poemarios: Las mujeres fabrican a los locos (Editorial Abril, La Habana, 1992; segunda edición a cargo de Editorial Praxis, México, D. F., 2003); Acta común de nacimiento (Editorial Praxis, México, D. F., 1998); Con mi voz de mujer (Editorial Arlequín, Fonca, Guadalajara, México, 1998); La memoria de queso (Editorial La Torre de Papel, Miami, Florida, 2006); Sin grasa y con arena (Editorial Velámenes, Palm Beach, Florida, 2010). Ha publicado las novelas Fuácata y Robinhood.com (Editorial Terracota, México, D.F., 2012) y El inodoro de los pájaros, (Ediciones B, México D.F.: 2013, publicada por la imprenta con el título Tu desnudez en el aliento). Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al alemán y al inglés.

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