Este es un libro escrito
desde la aridez de la “intemperie”, aquella de la que hablaba María Zambrano.
En la colección de cuentos Sin perro y
sin Penélope, a su autora, la cubana Rita Martín, no le interesa el regreso
a Ítaca, la Patria; ni tampoco rescatar a Ítaca, la infancia; y a veces dudo
incluso de sus propósitos de reinventar Ítaca: la literatura. Quien ha perdido
su perro y su esperanza no puede transitar con facilidad los caminos trazados,
le falta la mansedumbre. Por eso solo le resta el sitio solitario de la
escritura. Martín lo sabe y “escribe duro contra los papeles” (“Salvamento.
Tarea Cero” 15).
Como todo libro que se propone romper lanzas contra las
mordazas de la estética, este pequeño cuaderno se ve obligado a deslizar sus
propias claves de lectura. Aunque no
creo que por consideración con el lector sino por puro narcisismo: “Porque no
habiendo encontrado nada parecido me diera a la tarea de escribirlo” (Cita de
las “Palabras epigonales’” de la autora).
Esta ansia de “lo nuevo” que consume a casi todos los
escritores, sobre todo a los jóvenes (y me obligo a prescindir de la digresión
que merecería el tratamiento de género del asunto), nos obliga a leer con un
doble, pero merecido esfuerzo. Creo que de lo que se trata aquí es de la
construcción de un modo propio de decir, pero basado en la asimilación de
intertextualidades, canónicas o no, a la vez que el entrelazamiento de motivos
alegóricos de valor universal, pero resignificados bajo la óptica filosófica
vivencial de la escritora y dentro de una estructura más poética que narrativa.
Si aplicamos categorías tradicionales del relato como
ambiente, conflicto, narrador, diálogo, personajes, tono, etc., obtendríamos un
mapa difuso. Los personajes normalmente no tienen nombre, lo cual no quiere
decir que no tengan pasado; el espacio parece ubicarlos en escenarios irreales,
pero escuchamos la voz de Night King Cole y sentimos los efluvios del río
Almendares. Empieza entonces el juego de las adivinaciones. Somos expuestos,
sin recurrir a los códigos tradicionales, a una madeja de motivos, que como
bien observó ya el fallecido crítico cubano Salvador Redonet, son los ejes
estructurales del relato en Martín: la mujer, el hombre, Dios, las aguas, la
ciudad, se suceden en estas historias cuya interpretación final debe
subordinarse, como en la poética Expresionista, al golpe de efecto que causa la
imagen.
Intertextualidades evidentes: Wittgenstein y su temor de
no poder escribir sobre ciertos temas, Kafka y su omnipoderoso Agrimensor, la
teatralidad y el absurdo de Virgilio Piñera, las galerías borgianas, todo
mezclado: desde las sombras de Platón hasta la mirada de Tarkvoski. Tampoco hay
que olvidar la huella feminista señalada en varias críticas sobre la
cuentística de Martín. Si bien este feminismo no se valida como ideología sino
como fuerza deconstructora, opuesta a los patrones patriarcales de la
estructura familiar y de los vínculos psicosexuales de la pareja, a la manera
de las latinoamericanas Dialmela Eltit, Cristina Peri Rossi y Clarice
Lispector.
Todas estas señales confluyen en configurar una voz
propia, aspecto sobre el cual deja la palabra a Beatriz Maggi: “Los cuentos—o
lo que sean—muy buenos, aunque muy extraños, pero muy Ritawise, y muy
Ritalike”.
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MADELINE CÁMARA. Teórica, crítica
literaria y periodista. Se desempeña como profesora de literatura
latinoamericana en la Universidad del Sur de la Florida (University of South
Florida). Con un doctorado del SUNY en Stony Brook, M.C. ha recibido las
importantes becas Rockefeller y Fullbright. Entre sus libros publicados
sobresalen: Cuban Women Writers:
Imagining a Matria (NY: Palgrave, 2008), La memoria hechizada (Barcelona: Icaria, 2002), La letra rebelde: estudios de escritoras
cubanas (Miami:Universal, 2002), Cuba:
the Elusive Nation (Gainsville, Florida UP, 2000),Vocación de Casandra (NY: Peter Lang: 2000) y Cuentos cubanos contemporáneos (Xalapa: Editorial Veracruzana,
1997).
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