Poemas de nadie es un título que reúne cuatro libros de la poeta cubana Rita Martín (La
Habana 1963). A saber Tocada por el astro
–escrito en la Isla– , Poemas de nadie
–compuesto en Miami–, Signs to The World –en Carolina del Norte– y Escenarios –en Virginia-. Se trata de
conjuntos distintos, trabajados en diferentes épocas también; pero hay algo que
los unifica: el lenguaje y el tema del exilio en una suerte de búsqueda
personal que nuestra poeta identifica como el viaje que “todo espíritu libre
realiza para alcanzar sus formas” (s.p.). En lo que sigue trataremos de
acompañar a Rita Martín en su periplo poético ensayando una somera
interpretación de los alcances de su poesía.
En el primer volumen encontramos –de arranque– una voz de resonancia
mística hacia el ritual del amor que habría desaparecido del mundo. E
inmediatamente después tenemos tres sonetos, en los cuales Martín demuestra su
pericia en el uso de dicha forma clásica. En este sentido ella se da el lujo de
parafrasear el famoso soneto anónimo del Barroco español del siglo XVI sobre El infierno tan temido y sale airosa, lo
mismo que en los otros dos incluyendo un homenaje al gran poeta modernista
cubano Julián del Casal. El desarraigo –uno de sus temas recurrentes– se nos
presenta transido de metafísica: “Destino de este ser / ajeno” (21). Y se
resuelve con rítmica lezamiana: “en la luz refleja / casi discursiva de las
aguas y del aire”. En este libro primero nos espera la perfecta dicción
castellana, como ella misma dice “al amparo de una melodía”. Si no, veamos esta
cadencia: “era el amor y el mar era / el viento que en el verbo encarna / la
imagen de amor tan traspasada / por la luz que nos seduce”. Y por si fuera
poco: “Era el viento y el viento era / fuego que en la tierra se corporiza /
como sustancia del canto, / deseosa de ser lo soñado”. Indudable maestría del
oficio poético. Talento natural que en su fluidez configura su concepción de la
poesía: la naturaleza es el cuerpo del amor que a su vez es la música reflejo
de lo utópico y anhelado. Por eso comprendemos estos versos que son casi un
apotegma: “Que no supe ser: / solo amaba” (29-31 y 33).
Podríamos decir que Rita Martín es una poeta al modo clásico. Sus temas son
los de la gran poesía universal. Y como sabemos, la soledad es una condición sine qua non para el canto: “Escucho,
como siempre, / las olas del vacío” (36). Desde allí su proyección hacia el
mundo. La poeta no se encierra en su soledad, sale a tomarle el pulso a la realidad
por más dura que sea. Y se atreve a avanzar hasta el contacto físico para
llegar a todo corazón humano digno de ese nombre con poesía: “Besé en la noche
esos rostros / grises y apagados / entonando para ellos una canción”. Antes de
finalizar Tocada por el astro hay un poema sin título cuyo tema
es el cuervo, de larga y fructífera
tradición occidental –en la que brilla el texto de Edgar Allan Poe– pero aquí
nuestra autora con no menos brillo consigue –a mi juicio– una de las más
hermosas composiciones del conjunto. Su simetría prosódica es notable, muy
cerca de “El Mar” otro poema –así mismo– de conseguida textura imaginaria:
“Desde él, un vuelo hasta el sol / probando nuevamente la perfección del ala, /
deshecha en la conquista. / En su profundidad el paisaje / y el pez que gusta
de escaparse” (43, 54).Puro movimiento.
Otra nota resaltante en la poesía martiniana es su honda capacidad
reflexiva. Hay una incursión permanente en la profundidad de la experiencia
para emitir comentarios alusivos a
posteriori lo vivido. Por ejemplo: “Un leve roce de la luz / para reposar
después / de las palabras”, en el que se implica a la muerte y a la poesía y
simultáneamente a lo utópico. Porque –a veces– saca terrible conclusiones
deshaciéndose en la más sincera negación: “Si al menos creyera en el desastre /
de la escritura. Si al menos / en la escritura”. De este modo entendemos por qué
se llama Poemas de nadie esta sección
(que es el segundo libro en realidad). Hay un rechazo, una cierta visceralidad
y es que estamos en la “ciudad secreta de La Habana”. Es decir: “Cárceles que
se entrelazan, / ascienden, hunden el cerebro”. O “como se pudre el ser”. Y más
claro, en esta postal: “Vitrales. Plazas. La bahía. / El mar, siempre el mar /
y el horizonte. / Las horas casalianas” [recuerdo de Julián del Casal presente]
y el definitivo remate: “El deseo de volver a pisar / tierra cubana” (76). Miami
–símbolo del exilio– está presente y desde allí la poeta invoca a James Joyce
diciéndole: “Abandonamos patria, / hogar y religión” (60, 65, 69, 70, 72, 76, 83).
Igual que Borges, el genio irlandés es uno de sus manes tutelares.
Naturalmente las memorias familiares (pienso en el poema dedicado a ‘Lola,
mi bisabuela’) va cerrando esta parte del camino, para llegar al tercer libro o
sección que se abre con una significativa cita de Emily Dickinson sobre la
brecha existente entre el poeta y el mundo. Y aquí Rita Martín es capaz de
“saborear la lejanía” y luego “enterrar / el antiguo sabor/ girando adonde /
vamos” (98-99). Esta especie de resignación por la ausencia del país lejano es
contradicha poco después –recordando la querida Habana–: “En ruinas, pero viva,
/ la ciudad decía su adiós / y aún espera”. No todo está perdido entonces a
despecho de que su auto-crítica pueda ser tan autodestructiva: “Estos versos /
que nada significan”. Porque el lenguaje fue producto “del sueño / y del juego exorcizantes
/ de mi amante”–nos dice la poeta, involucrando el concreto amor; en esa vía
regresa la exaltación de Cuba amada y siempre recobrada (por lo menos en la
dulzura de estas líneas): “la más fermosa
tierra / donde canta el colibrí / y el calor ahoga” (100, 103-104).
En esta sección Signs to The World
encontramos un poema de desdoblamiento titulado “La carne de R.M.” Muy
interesante porque en él hay una fusión entre el cuerpo y el lenguaje (la
poesía) dentro de la contingencia efímera de la existencia cerrada a la luz del
sol, como una boca o una voz que no termina de expresar su canción. Sin
embargo, el desarraigo –océano en el que navega este volumen– es increíblemente
su propia tabla de salvación: “Ahora que tierra de por medio / configura la
palabra”. En este corsi ricorsi se
debate la poeta, algo así como que el exilio es la creación; o mejor: solo es
posible sobre la hoja del papel en blanco y la sombra de nuestra fugacidad
acaecida en su finita sensibilidad: “Tal vez la muerte no sea más que este
metatexto”. O para decirlo con este otro sencillo y lindo verso de Rita Martín:
“la música es lejana”, de riquísima polisemia en el concierto de lo que venimos
señalando (115-117).
El último libro (o sección final de la obra que comentamos) se denomina Escenarios. Aquí podríamos decir se
condensa la maestría de la poeta Rita Martín. El poema que abre esta parte
titulado “Una sola ciudad” posee excelente
factura y me recuerda otros dos textos que considero los mejores acabados de
todo el volumen –dignos de antología– y que menciono ahora: “Fin de la saga”
que cierra la sección anterior y otro no titulado que principia “Morir en el
remanso de la lluvia” inserto también en la parte III. Pues bien, en esta zona
final que trabajamos, está la composición del mismo nombre Escenarios, extendida interpretación basada en una improvisación
del gran trompetista –cubano de fama mundial– Arturo Sandoval, la cual nos lleva
–otra vez- por los paraísos desolados del exilio: “Esta tierra es la mía. /
Esta tierra no es mía. / No hay más
tierra”, definida con sutil ironía: “Solo el aire es una transitoria posesión”.
Y donde nuestra poeta hace gala de dominio rítmico: “y el sombrero tapa el vino
descorchado /dentro de un invierno parisino” [Vallejo mediante] para culminar
con un angustiado: “brindamos por algo que nunca será”. El verso penúltimo
reza: “Los amantes se perdieron” polisemia de su estilo que nos abisma hacia el
fondo de nosotros mismos ya que nunca sabremos si se extraviaron en el rumbo,
dejaron de tenerse uno al otro, o se entregaron a la más terrible y dulce
quemazón del amor (151-153). “No es lo mismo pero es igual”, diríamos citando a
Silvio Rodríguez, tal como Rita Martín en uno de los poemas de su libro.
Quiero terminar este breve viaje por los Poemas de nadie incidiendo en dos composiciones que –me parece–
marcan el trabajo creativo de nuestra autora. La radical reivindicación de su
vocación: “Solo sé que en este /ir y venir /de sucesivas máscaras /solo a ti te
he tenido / poesía / impura, sucia, oscura / pero siempre a mano”, la cual se
complementa contradictoriamente con el último poema del volumen que dice:
“Siempre ocurre lo mismo /Un poco de alcohol y un poco de verdad / y al poeta
lo echan, por sucio, por sediento” (139, 155). Malditez baudeleriana y herencia
platónica [recordemos que en el modelo social de Platón son expulsados los
poetas] sugiriéndonos que el creador siempre está afuera. Valiente reclamo de
la condición esencialmente subversiva de la poesía y la sed de sus cultores:
una que no es solamente física, sino metafísica; deseo del conocimiento,
dominio de las extremas emociones, búsqueda insaciable.
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ROGER
SANTIVAÑEZ. Poeta peruano,
nacido en Piura, costa norte del Perú. Estudió con los jesuitas en su ciudad
natal y luego se trasladó a la Universidad de San Marcos en Lima donde siguió
Literatura. Participó en el grupo “La Sagrada Familia”, militó en “Hora Zero” y
fundó el estado de revuelta poética denominado Movimiento Kloaka en 1982. En el
2006 publicó Dolores Morales de Santiváñez.
Selección de Poesía (1975-2005). Labranda
salió en Lima en sucesivas ediciones, 2008 y 2009 y en España Amaranth precedido de Amastris (Amargord 2010). En el 2011 alcanzó el premio Libros de Poesía Breve con su trabajo Roberts Pool Crepúsculos (Hipocampo: Lima, 2011). Su última colección de poesía Virtu salió en Guayaquil, Ecuador, bajo el sello Fondo de Animal en el 2012, lo mismo que en Puebla, México este año. En estos días aparece en Madrid el volumen Virtu seguido de Roberts Pool Crepúsculos, colección Trasatlántica de Ediciones Amargord. Obtuvo su doctorado en Temple University, donde actualmente es profesor de lengua y cultura hispánica.
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