5.07.2013

ROGER SANTIVÁÑEZ: LA POESÍA DE RITA MARTIN


Poemas de nadie es un título que reúne cuatro libros de la poeta cubana Rita Martín (La Habana 1963). A saber Tocada por el astro –escrito en la Isla– , Poemas de nadie –compuesto en Miami–, Signs to The World –en Carolina del Norte– y Escenarios –en Virginia-. Se trata de conjuntos distintos, trabajados en diferentes épocas también; pero hay algo que los unifica: el lenguaje y el tema del exilio en una suerte de búsqueda personal que nuestra poeta identifica como el viaje que “todo espíritu libre realiza para alcanzar sus formas” (s.p.). En lo que sigue trataremos de acompañar a Rita Martín en su periplo poético ensayando una somera interpretación de los alcances de su poesía.
En el primer volumen encontramos –de arranque– una voz de resonancia mística hacia el ritual del amor que habría desaparecido del mundo. E inmediatamente después tenemos tres sonetos, en los cuales Martín demuestra su pericia en el uso de dicha forma clásica. En este sentido ella se da el lujo de parafrasear el famoso soneto anónimo del Barroco español del siglo XVI sobre El infierno tan temido y sale airosa, lo mismo que en los otros dos incluyendo un homenaje al gran poeta modernista cubano Julián del Casal. El desarraigo –uno de sus temas recurrentes– se nos presenta transido de metafísica: “Destino de este ser / ajeno” (21). Y se resuelve con rítmica lezamiana: “en la luz refleja / casi discursiva de las aguas y del aire”. En este libro primero nos espera la perfecta dicción castellana, como ella misma dice “al amparo de una melodía”. Si no, veamos esta cadencia: “era el amor y el mar era / el viento que en el verbo encarna / la imagen de amor tan traspasada / por la luz que nos seduce”. Y por si fuera poco: “Era el viento y el viento era / fuego que en la tierra se corporiza / como sustancia del canto, / deseosa de ser lo soñado”. Indudable maestría del oficio poético. Talento natural que en su fluidez configura su concepción de la poesía: la naturaleza es el cuerpo del amor que a su vez es la música reflejo de lo utópico y anhelado. Por eso comprendemos estos versos que son casi un apotegma: “Que no supe ser: / solo amaba” (29-31 y 33).
Podríamos decir que Rita Martín es una poeta al modo clásico. Sus temas son los de la gran poesía universal. Y como sabemos, la soledad es una condición sine qua non para el canto: “Escucho, como siempre, / las olas del vacío” (36). Desde allí su proyección hacia el mundo. La poeta no se encierra en su soledad, sale a tomarle el pulso a la realidad por más dura que sea. Y se atreve a avanzar hasta el contacto físico para llegar a todo corazón humano digno de ese nombre con poesía: “Besé en la noche esos rostros / grises y apagados / entonando para ellos una canción”. Antes de finalizar Tocada por el astro hay un poema sin título cuyo tema es el cuervo, de larga y fructífera tradición occidental –en la que brilla el texto de Edgar Allan Poe– pero aquí nuestra autora con no menos brillo consigue –a mi juicio– una de las más hermosas composiciones del conjunto. Su simetría prosódica es notable, muy cerca de “El Mar” otro poema –así mismo– de conseguida textura imaginaria: “Desde él, un vuelo hasta el sol / probando nuevamente la perfección del ala, / deshecha en la conquista. / En su profundidad el paisaje / y el pez que gusta de escaparse” (43, 54).Puro movimiento.
Otra nota resaltante en la poesía martiniana es su honda capacidad reflexiva. Hay una incursión permanente en la profundidad de la experiencia para emitir comentarios alusivos a posteriori lo vivido. Por ejemplo: “Un leve roce de la luz / para reposar después / de las palabras”, en el que se implica a la muerte y a la poesía y simultáneamente a lo utópico. Porque –a veces– saca terrible conclusiones deshaciéndose en la más sincera negación: “Si al menos creyera en el desastre / de la escritura. Si al menos / en la escritura”. De este modo entendemos por qué se llama Poemas de nadie esta sección (que es el segundo libro en realidad). Hay un rechazo, una cierta visceralidad y es que estamos en la “ciudad secreta de La Habana”. Es decir: “Cárceles que se entrelazan, / ascienden, hunden el cerebro”. O “como se pudre el ser”. Y más claro, en esta postal: “Vitrales. Plazas. La bahía. / El mar, siempre el mar / y el horizonte. / Las horas casalianas” [recuerdo de Julián del Casal presente] y el definitivo remate: “El deseo de volver a pisar / tierra cubana” (76). Miami –símbolo del exilio– está presente y desde allí la poeta invoca a James Joyce diciéndole: “Abandonamos patria, / hogar y religión” (60, 65, 69, 70, 72, 76, 83). Igual que Borges, el genio irlandés es uno de sus manes tutelares.
Naturalmente las memorias familiares (pienso en el poema dedicado a ‘Lola, mi bisabuela’) va cerrando esta parte del camino, para llegar al tercer libro o sección que se abre con una significativa cita de Emily Dickinson sobre la brecha existente entre el poeta y el mundo. Y aquí Rita Martín es capaz de “saborear la lejanía” y luego “enterrar / el antiguo sabor/ girando adonde / vamos” (98-99). Esta especie de resignación por la ausencia del país lejano es contradicha poco después –recordando la querida Habana–: “En ruinas, pero viva, / la ciudad decía su adiós / y aún espera”. No todo está perdido entonces a despecho de que su auto-crítica pueda ser tan autodestructiva: “Estos versos / que nada significan”. Porque el lenguaje fue producto “del sueño / y del juego exorcizantes / de mi amante”–nos dice la poeta, involucrando el concreto amor; en esa vía regresa la exaltación de Cuba amada y siempre recobrada (por lo menos en la dulzura de estas líneas): “la más fermosa tierra / donde canta el colibrí / y el calor ahoga” (100, 103-104).
En esta sección Signs to The World encontramos un poema de desdoblamiento titulado “La carne de R.M.” Muy interesante porque en él hay una fusión entre el cuerpo y el lenguaje (la poesía) dentro de la contingencia efímera de la existencia cerrada a la luz del sol, como una boca o una voz que no termina de expresar su canción. Sin embargo, el desarraigo –océano en el que navega este volumen– es increíblemente su propia tabla de salvación: “Ahora que tierra de por medio / configura la palabra”. En este corsi ricorsi se debate la poeta, algo así como que el exilio es la creación; o mejor: solo es posible sobre la hoja del papel en blanco y la sombra de nuestra fugacidad acaecida en su finita sensibilidad: “Tal vez la muerte no sea más que este metatexto”. O para decirlo con este otro sencillo y lindo verso de Rita Martín: “la música es lejana”, de riquísima polisemia en el concierto de lo que venimos señalando (115-117).
El último libro (o sección final de la obra que comentamos) se denomina Escenarios. Aquí podríamos decir se condensa la maestría de la poeta Rita Martín. El poema que abre esta parte titulado “Una sola ciudad” posee excelente factura y me recuerda otros dos textos que considero los mejores acabados de todo el volumen –dignos de antología– y que menciono ahora: “Fin de la saga” que cierra la sección anterior y otro no titulado que principia “Morir en el remanso de la lluvia” inserto también en la parte III. Pues bien, en esta zona final que trabajamos, está la composición del mismo nombre Escenarios, extendida interpretación basada en una improvisación del gran trompetista –cubano de fama mundial– Arturo Sandoval, la cual nos lleva –otra vez- por los paraísos desolados del exilio: “Esta tierra es la mía. / Esta tierra no es  mía. / No hay más tierra”, definida con sutil ironía: “Solo el aire es una transitoria posesión”. Y donde nuestra poeta hace gala de dominio rítmico: “y el sombrero tapa el vino descorchado /dentro de un invierno parisino” [Vallejo mediante] para culminar con un angustiado: “brindamos por algo que nunca será”. El verso penúltimo reza: “Los amantes se perdieron” polisemia de su estilo que nos abisma hacia el fondo de nosotros mismos ya que nunca sabremos si se extraviaron en el rumbo, dejaron de tenerse uno al otro, o se entregaron a la más terrible y dulce quemazón del amor (151-153). “No es lo mismo pero es igual”, diríamos citando a Silvio Rodríguez, tal como Rita Martín en uno de los poemas de su libro.
Quiero terminar este breve viaje por los Poemas de nadie incidiendo en dos composiciones que –me parece– marcan el trabajo creativo de nuestra autora. La radical reivindicación de su vocación: “Solo sé que en este /ir y venir /de sucesivas máscaras /solo a ti te he tenido / poesía / impura, sucia, oscura / pero siempre a mano”, la cual se complementa contradictoriamente con el último poema del volumen que dice: “Siempre ocurre lo mismo /Un poco de alcohol y un poco de verdad / y al poeta lo echan, por sucio, por sediento” (139, 155). Malditez baudeleriana y herencia platónica [recordemos que en el modelo social de Platón son expulsados los poetas] sugiriéndonos que el creador siempre está afuera. Valiente reclamo de la condición esencialmente subversiva de la poesía y la sed de sus cultores: una que no es solamente física, sino metafísica; deseo del conocimiento, dominio de las extremas emociones, búsqueda insaciable.

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ROGER SANTIVAÑEZ. Poeta peruano, nacido en Piura, costa norte del Perú. Estudió con los jesuitas en su ciudad natal y luego se trasladó a la Universidad de San Marcos en Lima donde siguió Literatura. Participó en el grupo “La Sagrada Familia”, militó en “Hora Zero” y fundó el estado de revuelta poética denominado Movimiento Kloaka en 1982. En el 2006 publicó Dolores Morales de Santiváñez. Selección de Poesía (1975-2005). Labranda salió en Lima en sucesivas ediciones, 2008 y 2009 y en España Amaranth precedido de Amastris (Amargord 2010). En el 2011 alcanzó el premio Libros de Poesía Breve con su trabajo Roberts Pool Crepúsculos (Hipocampo: Lima, 2011). Su última colección de poesía Virtu salió en Guayaquil, Ecuador, bajo el sello Fondo de Animal en el 2012, lo mismo que en Puebla, México este año. En estos días aparece en Madrid el volumen Virtu seguido de Roberts Pool Crepúsculos, colección Trasatlántica de Ediciones Amargord. Obtuvo su doctorado en Temple University, donde actualmente es profesor de lengua y cultura hispánica.

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