12.04.2013

JOSÉ LUIS SANTOS: KAMCHATKA

1
De Todos los sitios al que arrojaron mi cuerpo, incluyendo ranuras donde solo cabría del zapatero la tenacidad al colocar su puntilla invisible, el más confortable ha sido Kamchatka. A medida que pasa el tiempo (y el tiempo pasa raudo como lectura de haiku, incluso más raudo) amas el bajo cero y lo continuas amando, del mismo modo en que generaciones copiadas al calco de otras generaciones hicieron su tesis o su manifestación endocrina del amor, flotando entre inexpugnables películas de inexpugnables hombres que arrasaron la Metro con aliento a vodka presupuestado para un rígido minuto de filmación. Y el deseo de haber nacido ensarta de tilapias, mágicamente atravesadas por alambre que antes fue añejo tendido eléctrico, en vez de persona, humana como llaman a todo lo no es partícula de aluminio ni rutilante comida para perro, los que en el tráfico de palabras afianzan su currículum, sin importar qué luz del semáforo ni que silbato en boca del guardia infiltra el casi doméstico éter, para el robusto porvenir que se te cuela en casa, si la tienes o llegas a tener antes de que tragedias de Sófocles llevadas a la cultura Maya sucedan, y se te cuela en tú noche ártica por el perestroiko radio que abre paso a la charada y al oso feliz de haber hallado hormigas en boca de alguien. Aquel deseo, repito ciento una veces más, deja de ser la dura motivación que te empujó a donde sugerir es un arte vikingo, arte o empleo de ciertas píldoras, tranquilizantes dicen los que saben, borran cualquier intermitente relación con crisantemos, palomas y todo ser de preferencia vivo.

2
Tribus visiblemente diezmadas en el sorteo de mares a escondidas, enmienden bitácoras y presuntas nociones de Ítacas adquiridas al por mayor y por menor. Olviden  sotaventos  y náuticos seminarios impartidos de hombre a iguana y viceversa. Comienza la era en que de niño, obeso individuo de Trocadero, nadie tiene suficiente fuerzas astrales como para dárselas de violinista encima de realidades que el violín manifiesta fuera de su competencia. Plátano y anón hablan del país en sánscrito, en raro Morse dicen cuanto desánimo para el escuálido telegrafista y después con frívolo acento bolchevique conspiran contra las químicas legislaciones huérfanas de Dios. En tanto vuestros padres diluidos en su bostezo mesozoico, acuden por subsidios y otros folklores así al banco de las empleadas matrioshkas.

3
No presumas de tus intentos de parcelar estrábicos abedules en Kamchatka, inclinando proa hacia Bering. Rompe tú postal del progreso y tu leitmotiv del remo. Acuérdate de Evtushenko y su tropismo de la insatisfacción depositando huevos de codorniz en los cráneos vacíos. Acuérdate que siempre serás Mujik, inoportuno Mujik sin cuadrícula para el respiro en la tasa de cambio monetario, aunque diplomas y cosas parecidas infieran a tú favor créditos de mariscal. Se llega a Kamchatka bordeando la híbrida carretera de ahí en frente, mezclándote con el pasto compungido que pugna por un buen símil aunque acuda luego el equino a trazar en fálico emblema su idea de las ideas. Lidiando con manadas de automovilistas Sioux que manejan para los Meyer Lanski de esta hora fatal, echada a empujones de meridianos en algún lugar más/menos respetable, echada de licencias poéticas y vanos intentos por enjaular ripios de la verdad en pellejo de buey, caduca visión del vellocino que seguimos importando.

4
En Kamchatka me da gusto ser el salmón que contradice la helada temperatura del agua y se exhibe ante el pescador, coquetea con el juego de anzuelos impares, con su mujer que no se sabe protozoo dando el saludo al vecino que vive de llamarnos al orden simbólico, al qué se yo de la autoridad. Salmón dialéctico que se afana en insertarse en la vida de este proletario de la ineficacia avalada por libros, escritos en pleno medioevo filosófico. Va directo a unos útiles de pesca que sobrevivieron al diluvio universal, incluso a su caricatura. Le place ahorrarle esfuerzo al ente abstracto que erige su reino en el fugaz lance del arpón y el más tranquilo desconocimiento de El tonel de amontillado. Me adelanto al e-mail que en la mañana de mañana vagará por ahí comentando la falta de especias para poner en orden el sabor a piedra de mi carne. Comentando en escasas palabras el rito si lo hubo, las consecuencias que puede acarrearle a un país subyugado por vegetación feroz, con instintos de soldadesca pudiera añadirse, el asado en diciembre de un pez cualquiera.

5
Desafino todo cuanto penetra por mi oído izquierdo, todo cuanto penetraba mejor dicho. Desafino a Celeste, la Lupe, Moraima. Véase como la torcaza y el ludibrio, creídos mansos, tenues puntos de inflexión en la hora volátil de poeta se espantan si
digo perdóname conciencia o simplemente perdóname. Desafino al señor Perucho entonando ansias de litigio brahmánico para elementales bayameses, puestos a congelar en nevera importada del Asia próspera para luego, mañana o dentro de un milenio quizás, conformar moderno lenguaje narrativo que llamarán con vocecilla  en atraco quitada a la Montaner La historia. Desafino el zumbido de la abeja, su hipérbole de libación si una vez muerto reencarno en tallo seco de junquillo. Bien sé que en Kamchatka no sufragarán esas lezamianas transformaciones, y lo agradezco.



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