"El revolucionario" de Arturo Cuenca |
con un ACTA COMÚN DE NACIMIENTO
Raúl
Ortega Alfonso nace en 1960 y a sus 32 años publica en La Habana su primer
poemario, Las mujeres fabrican a los
locos[1]. Pero este título llega a
la imprenta gracias al escritor y cineasta Ernesto Fundora (1967). Ortega
Alfonso hubiera dilatado aún más la divulgación de su primer libro porque, al
igual que Emily Dickinson (1830-1886) o Franz Kafka (1883-1924), para él, según
cuenta en una de sus entrevistas, el principio y fin de la escritura no se
encuentra tanto en la letra impresa como en la capacidad del sujeto en “atender
el sobresalto de quien despierta en pesadillas” (“La escritura es una maldición
que nos salva” 9.06.2010)[2].
Pero la voluntad de R.O.A de demorar su primera publicación
no significa, en ningún momento, que haya sido un poeta aislado del fuerte
debate cultural del período. Todo lo contrario, su sistema poético se localiza
en el centro de la discusión del momento: el concepto de antropocentrismo en
sus dos planos, epistemológico (el sujeto humano es la medida de todas las
cosas) y ético (los intereses de los seres humanos deben recibir atención moral
por sobre cualquier cosa). Ni se diga, los 80s, a casi más de 20 años de la
implantación del colectivismo y la anulación de la individualidad, activa otra
manera de reflexionar sobre las cosas.
Para entender más, describamos al
lector no avisado el fenómeno por comparación. Como en el filme Hair (1979) de Milos Forman (1932), los
ochenta en la Isla son un magnífico escenario de acciones irreverentes, iracundas,
si se quiere absurdas, pero siempre luminosas. Como en el filme de Forman, es
también la música inglesa y norteamericana la que sirve de trasfondo en esta
corriente contracultural[3]. La representación es de
irreverencia social y de denuncia del agotamiento ante la guerra; uno en el
celuloide eco de fines de los 70s, y otro en el visible performance que se sucede en las calles habaneras abogando, entre
otras, por el regreso de los soldados en tareas militares en Angola[4].
Tal vez sea esta una de las primeras veces que el
cuestionamiento social en Cuba se opere, de manera suficientemente perceptible,
de abajo hacia arriba o de la población hacia el gobierno y apunte a la
ineficacia del estado cubano en lugar de perpetuar el papel de víctima de la
nación cubana en su relación de enemigo irreconciliable con Estados Unidos que
ha durado hasta este reciente 17 de diciembre de 2014. Ocurrió así porque en todos los jóvenes
existió la ilusión como capacidad del sujeto en su historia. Y quizás sea
también una de las últimas veces que la sociedad cubana haya actuado poéticamente.
Ocurrió así porque la desilusión y el insilio (exclusión del sujeto dentro de su
historia) los alcanzó a todos.
Las propuestas y los performances
propuestos al imaginario nacional finalizan en la quimera en la que el monstruo de nombre homónimo y 3
cabezas lanza vómitos en llamas. No será accidental que, una vez incinerados
por el fuego, el delirio se constituya en la idónea manera de poetizar de esta
promoción; pero sobre todo que sea la fundación misma de Raúl Ortega Alfonso[5]. Tampoco será accidental que la promoción se
vuelva filosa y arremeta contra sí misma; pero sobre todo que, como un Cioran,
Raúl Ortega Alfonso sobresalga en su conciencia temprana de que solo
destrucción (las llamas del monstruo) "es lo que espera cualquier persona
que se esfuerza en responder a su vocación y cumplirla" ("Thinking
against oneself" 263)[6]. Del lado cubano, las
destrucciones señalan a Virgilio Piñera quien se hubiera sentido desafiado por
Raúl Ortega Alfonso, plantado desde el inicio dentro de la sobreabundancia de
la metáfora para revelar el delirio del hambre y los lenguajes escatológico y
genital como signos de la mente libre, una vez rotos los lazos con las
sensaciones; revelando así la vacuidad del sujeto mismo. (¿No es esta una concepción subversiva dentro de un
discurso homogéneo construido en la invencibilidad y la victoria?)[7]. En “Acta común de
nacimiento” Ortega Alfonso manifiesta, al revés, todas las glorias patrias:
Vivíamos pacíficos
chupando la placenta
hasta que la
aspirina se volvió el menú cotidiano
Las madres tienen la
cabeza como un cuarto repleto de humo
donde la gente se
abraza a manotazos
marchan a parir en
medio de la mar
por temor a que los nervios las traicionen
respiran el oxígeno que le brindan los peces
en la tierra no
queda ni para el desayuno
[…]
Ahora vamos a
interrumpir el más grandioso partido de béisbol
para acostarnos en medio del estadio
a defecar en las
butacas de los cines
lanzar los
excrementos en el instante que se besen los protagonistas
a revolcarnos en las
manos del chofer que conduce un ómnibus repleto
Daremos serenatas de
chillidos
aunque la tierra
siga siendo un micrófono
donde se nos prohíba gritar que estamos vivos
[…]
Y si alguno se las
da de viril
contra tu rostro de ángel disfrazado por la angustia
le pones el sexo de sombrero encajado hasta la nuca
Nosotros no ofrecemos ni aceptamos disculpas
nosotros —sin duda—
nacimos alterados
Raúl Ortega Alfonso busca el contenido
que un país ofrece a su juventud y, por si fuera poco, revela las imágenes de una Isla épica que vive,
paradójicamente, dentro de una realidad nonata, viscosa, oscura, sin asideros
(placenta) entre discursos (micrófonos) que prohíben la individualidad del
sujeto y aun la posibilidad de su grito (gritar que estamos vivos).
Por saber, este
poeta que es Poeta en mayúscula, sabe
tocar las ruinas, las pérdidas y el caos de una nación cuyo grito de victoria
avanza, en su alejamiento de su pueblo, hacia una inevitable caída en varios
terrenos sociales. Del insilio al exilio
R.O.A recorre La Habana, México D.F., Miami y una vez más México D.F., donde actualmente
reside. Palpa otras realidades no menos traumáticas y reacciona nuevamente;
pero ahora deshabitado. Insistirá entonces
en la perfecta escritura de su nombre como origen. "No olvides poner mi
segundo apellido, que tengo madre, coño!" Y ahora el lector comprende por
qué, en ningún momento me he atrevido a llamarle Raúl Ortega a secas. Porque es
su nombre, pero en lo principal esa partícula que lo enlaza a su madre, lo
único que el poeta no consciente en abandonar. De qué otra manera pudiera
hablar de sí mismo como hijo descolocado en todo tránsito, manteniendo sus
publicaciones a riesgo de necesidades, viviendo como nunca las profundidades
del horror:
Soy hijo de la pesadilla, de la incredulidad y de la gran estafa en la que
casi todo el mundo aún sigue creyendo y defendiendo como si la vergüenza fuera
un dinosaurio sentadito en un parque leyendo su periódico[9]. Todo lo que me enseñaron
a empujones es mentira. Me tuve que inventar mi propia historia: mi bandera es
un gato que dormita dentro de un crematorio. De manera que ya no creo en nada,
muchos menos en esa cosa que denominan hombre.
El poeta que en los 80s encontraba al
menos un subterfugio en la poesía, comienza a crear literatura de otra forma.
No solo escribe novelas sino que su poesía abandona la forma misma del poema[10]. Ahora el poema corre en
párrafos y ensaya con madurez el uso del aforismo, desde el que, poéticamente,
implanta declaraciones, abiertas como el aliento pero cerradas en unidad
aparente. La prosa le permite verificar lo tantas veces anunciado en sus
poemas: su incertidumbre y desconfianza ("en la poesía, que alguna vez fue
la tabla sobre el mar, dejé de creer").
Su escepticismo, sin embargo, lo hace más inclusivo. No hay duda que la
prosa le permite el diálogo y que a través de lo aforístico accede a la
reflexión. Véase si no sus conversaciones con el lector sobre las razones por
las que, a pesar de toda contingencia, escribe:
"Y entonces” —preguntarán ustedes— “¿por qué si no crees en tu poesía
la publicas? ¿No hay cierta contradicción en lo que afirmas, algo muy parecido
a Cioran, que nunca se suicidó mientras abogaba por el suicidio?”. Es cierto:
pero la poesía es una violación, producto de la cual quedas embarazado, y a
punta de palabras te obligan a parir. Y una vez que escuchas el primer grito,
ya no tienes valor para ponerle la almohada en la cabeza.
abyecciones E IMPOSTURAS
Raúl Ortega Alfonso podría localizarse cómodamente desde
el discurso patriarcal. No solo escribe (y ahora sentencia) sino que lo hace
maravillosamente bien, descubriendo aun la belleza de lo grotesco. Pero él
elige la urgencia de establecer textos futuros críticos y de tolerancia que den
voz a los marginados por raza, género o religión (la mujer, el negro, el
homosexual, y el judío, entre otros). Como
el mendigo ha renunciado para alcanzar libertades y como el loco sabio su compromiso
es con la imaginación como otro lugar imposible pero quién sabe si, en su uso,
viable.
Pero entre ser mendigo (y no serlo), ser loco (y no
serlo) y entre ser mujer (y no serlo), habrá que admitir que este poeta finge
escandalosamente. Aun peor (o mejor) simula y es creído porque sus versos
violentan la veneración, el deseo carnal y la necesidad de convertirse en la
carne del Otro, como en preciosos casos en lo que la voz lírica intenta
complementar al sujeto femenino ("Las mujeres fabrican a los locos") y,
a veces, suplantarla en "Con mi voz de mujer", denunciando el abuso
doméstico (Yo soy Eva o María, madrastra de Dios, la que le pega mientras reza
cuando Adán viene borracho y me golpea a mí") o aun la expulsión social de
lo femenino ("Yo sé de dónde vengo: mi origen está en el óvulo expulsado).
Igualmente, en simulación o fingimiento el poeta descubre, como en un delirio,
los vínculos del hijo con la amante ("A ellas les debemos/la humedad más
perfecta derretida en la cara/las únicas vacaciones tranquilas que se pueden
pasar en esta época/nueves meses en el hotel más confortable"); o las
posibilidades entre los igualmente excluidos, poeta y prostituta (Adoro las que
habitan los prostíbulos/algún día me iré a vivir con ellas/les fregaré los
platos para que puedan menstruar plácidamente/copularemos en el aire/y los
niños caerán a la tierra con los dientes afuera"); o la emergencia de
poemas polifónicos donde confluye todo lo marginado a través de la voz lírica
de una mujer que, en fusión con el mendigo y el demente, expresa:
Con su
fría falange de aburrido cadáver, la soledad y yo brindábamos con juguito de
naranjas podridas en un mísero pueblo de provincia. [...] Cocinaba el arroz con
el pistoletazo que me daba el espejo y mi comida era el semen de los mendigos
que oculta la otra cara de la luna.
La
enajenación es lo único que nos diferencia de los perros; sin ella no podríamos
soportar la dentellada. Pregúntenle a Janis Joplin, a Jim Morrison —mis
padres—, que tenían al mundo como un viejo quiste en las entrañas. [...]
Para que
dejar escrito un diario en esta era del abrazo maternal a la locura. Todo nos
puede suceder: la cabeza en los pies, los pies en la cabeza; da igual debajo o
encima de la tierra ("Apuntes de una drogadicta").
Entre el delirio y el fingimiento, R.O.A sabe que la
legitimidad y no otra cosa es lo que está en juego. Como un atalaya en la
oscuridad, el poeta atisba y le devuelve
al verbo impostar uno de sus desatendidos significados relacionado con el
lenguaje musical y en el que impostar no es otra cosa que fijar la voz en las
cuerdas vocales para emitir el sonido en su plenitud sin vacilación ni
temblor. Resolución que convierte al
poeta en sujeto que impone o impositor que no es otra cosa que obrero que
impone en la imprenta la letra. Tremendamente apasionado resulta este
movimiento en que, de suplantador, el poeta se acredita en lo cierto y lo tangible
que cada individuo lleva en su propia interpretación de las cosas, o en su friccionar
con el lenguaje y la imaginación, a contracorriente.
Con el crédito de su lado, el poeta discute cuestiones
tan graves como la enjundia misma de la escritura. “Escribir”, dice, “significa
no estar de acuerdo ni con uno mismo. Preguntar: preguntar y preguntar y no
estar conforme con ninguna respuesta”. Hay que hacerlo, parece decir, porque al
mismo tiempo, esta acción también “significa sacar la cabeza del cubo de mierda
y regresar con una sonrisa en el rostro y contarles a los demás lo que viste
que sí que hay otro mundo, que fuera de los bordes del cubo de mierda de la
Tierra existe un gran país que se llama la imaginación, donde no te cobran el oxígeno, y los hombres y las
mujeres se turnan para menstruar” (“La escritura es una maldición que nos salva”)[11].
Desde su primer libro, Ortega Alfonso insiste tanto en la
deconstrucción del imaginario cubano como en el rescate para la literatura
cubana del lenguaje de un pueblo que se ha apuntalado en un saber estar (y
conversar) dentro de relaciones binarias tales como choteo y tragedia,
oscuridad y luminosidad, nigromancia y escepticismo, dolor y placer, y
puritanismo y desfachatez, vínculos estos a los que sigue un tríptico central:
lo bello, lo absurdo y lo escatológico. Su lengua es el habla dinámica de su
pueblo u origen, y esto, a sabiendas de lo polémicas que resultan ambas
palabras; ¿hay acaso rasgos inmanentes a una comunidad; de haberlos, no son
fisonomías nacidas y perpetuadas en condiciones de aislacionismo o, en
realidad, estas características de la comunidad se transforman y desdibujan en
su transcursar? Pero, además, ¿no estábamos hablando de un poeta cuyo exilio
transcurre en México? ¿ Acaso el poeta ha permanecido inmóvil como un
dinosaurio ante el profundo México deshabitado?
¿De qué pueblo y lengua de Cuba se trata si...?
Raúl Ortega Alfonso recuerda que la vida solo puede ser
vivida poéticamente y con voz propia, o aun mejor, con todas las voces, dándole
voz al Otro marginal cuyos orígenes y lugares son siempre los mismos, como
idénticas son sus ansias y sus preocupaciones, aun más cuando el texto-hijo es
desplazado por el hijo-carne para quien, con un tono compasivo solo comparable
al de uno de los grandes de la India, Rabindranath Tagore (1861-1941), el
padre, mendigo y loco sabio le advierte, con igual descarno, qué significa ser la
hija de un padre a contracorriente:
Nadie le dará trabajo a un viejo como este, hija mía; ni en
los baños de los hoteles de lujo donde el turista de margaritas y mojitos echa
la propina en la taza del baño para que no olvidemos la bondad de los hombres.
Y mucho menos conseguiré un empleo si se enteran que amo la palabra, que me
revuelco en ella más feliz que un puerco chapoteando en su fango. ¿Qué sabe
hacer un tipo que ama la palabra?, preguntarán lo hombres de negocios. Nada, ni
recoger la mierda sabe, se responderán ellos mismos. Y hay algo de razón, hija
mía. Confundiré los excrementos con un montón de oro que enseguida iré a
devolverle a la mujer de la cintura y el sombrero, mientras afirmo delante del
asombro de sus ojos, que se le acaba de caer de entre las piernas ("Desempleado")[12].
Porque
el mundo está en otra parte y la vida es
una mentira.
[1] Reeditado por la Editorial Praxis, en
México D.F. en 2003.
[2] Entrevista que el poeta concediera en
2010 al bitácora creativo Grafoscopio
(http://grafoscopio.blogspot.com)
[3] En el 2000 se develó una estatua de John
Lennon en el parque ubicado en 17 entre 6 y 8 en el Vedado y, por extensión, el
sitio pasó a ser nombrado Parque John Lennon. Sin embargo, cabe destacar que
las melodías de Lennon, los Beatles y otros grupos de la época fueron
censuradas en los 60s y aun en los 70s cubanos. No será hasta los 80s que estas
se transmiten por espacios radiales y televisivos.
[4] A la hemorragia cubana
en las guerras en Vietnam y África, Cuba visibiliza su agotamiento ideológico y
militar en la rendición del Coronel Tortoló en Granada durante la invasión
estadounidense en 1983.
[5] En "Las mujeres fabrican a los
locos. Unas palabras sobre la poética de Raúl Ortega", la poeta y
ensayista cubana Elena Tamargo (1954-2011) alerta de este rasgo en la obra de
R.O.A cuando señala que este "es de la raza de poetas que saben que el
primer lenguaje tuvo que ser delirio. Él se comporta rebelde ante las cosas que
son hechura humana; siente la angustia de la carne, su ceniza; es humilde,
reverente, nada exige" (Bitácora La
primera palabra 20.11.2008).
[6] E. M. Cioran, "Thinking Against Oneself,
Advantages of Exile." TriQuarterly,
8 (1967): 263-73.
[7] El proceso cubano durante años de
inmovilismo ha declarado ser enemigo de Estados Unidos y en consecuencia todas
las derrotas de este país han pasado a ser victorias cubanas, como en los
ejemplares casos de la retirada norteamericana de Bahía de Cochinos y de
Viet-Nam. Compruébese, asimismo, el hecho en la propia retórica castrense que
reiteradamente habla de convertir "el revés en victoria".
[8] De este camino hablan sus distintos poemarios que se dan cita en esta antología: Acta común
de nacimiento (México, D. F.: Editorial
Praxis, 1998); Con mi voz de mujer
(Guadalajara, México: Editorial Arlequín y FONCA, 1998); La memoria de queso (Miami, FL: Editorial La Torre de Papel, 2006)
y Sin grasa y con arena (West Palm Beach, FL: Editorial
Velámenes, 2011).
[9] En el breve espacio de una presentación
no ha lugar para la interpretación de ciertas intertextualidades. Apuntamos,
sin embargo, la referencia a La gran
estafa (1954) del escritor peruano Eudocio Ravines (1897-1979).
[10] Entre las novelas de R.O.A figuran Fuácata (México D.F.: Editorial
Terracota, 2012); El inodoro de los
pájaros (México D.F.: Ediciones B, 2012); Robinhood.com
(México D.F.: Editorial Terracota, 2013) y La
vida es de mentira (México D.F.: Ediciones B, 2014).
[11] Idem.
[12] Poema escrito en Playa
del Carmen, septiembre de 2012.
1 comment:
No es lo que se llama un poeta común. Me gustó su facilidad para llegar al verso en buen cubano, no puedo poner un ejemplo concreto porque es más un sentimiento, una intuición mientras lo leía. Interesante como Raúl Ortega logra con una voz propia cantar una época que viví en Cuba, quiero decir una época que conozco. El ejemplo que me viene a la mente es el poema del loco en el Capitolio. Pienso que es un poeta irónico a veces, locuaz y de muy logradas ideas. Muchos poetas han encontrado su tema. Creo que el tema de Raul es la mujer. Trata a la mujer con una delicadeza que no le impide decir cuatro verdades. ¡Felicidades!
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