Nivaria Tejera
ocupa un lugar en la literatura cubana marcado por el signo de
la singularidad. O debo decir singularidades, de las cuales la más notable se enfatiza
en el título de este homenaje: la triangularidad de sus espacios geográficos, y
que tan bien ha analizado María Hernandez Ojeda en sus “Textos
transatlánticos”. Pero a los espacios geográficos se suma la pluralidad de
tiempos, configurada por los momentos históricos que le tocó vivir a la autora y
que son evocación constante en su obra. Otra singularidad la constituye la hibridez
de géneros, el hilo conductor de una voz poetica que aún cuando narra se
desborda en inevitable lirismo.
El proyecto escritural
de Nivaria Tejera está además inserto en una marginalidad –esto dicho como afirmación
y no como lamento--. Más bien una doble marginalidad, algo que en las letras de
nuestro país tiene mucho de fatídico, y es su condición de exiliada y su
condición de mujer. Porque si hay una política cultural que la excluye, persiste
también una resistencia aún más ancestral por parte de la ideología
masculinizante de los que asumen el oficio de "canonizar" los textos
literarios.
A esta liminalidad
de diáspora y género habría que añadir la dimensión del exilio de la
Revolución. No me refiero al destierro del país o a la desvinculación con la
geografía, sino a ese espacio lúdico e irracional que desde hace un siglo --desde
el llamamiento del Plan de Ayala en el México de 1910—ha sacudido a nuestra
América con el nombre de Revolución.
Y cuando hablo
del lugar que le pertenece a Nivaria Tejera en la literatura cubana, no aludo
a la literatura de la diáspora, sino a la literatura nacional, la que permanece
en el tiempo como una sola, sin las rupturas creadas por la política o la
geografía, que en definitiva son elementos circunstanciales con los
que nuestra propia historia ya nos ha familiarizado. Cómo ignorar que
nuestra literatura fundacional fue en gran medida escrita fuera de
la Isla. Basta recordar a Heredia, a Varela, a Gómez de Avellaneda, a
Villaverde, a Martí.
Pero ante una
temporalidad de casi 50 años, no podemos desconocer ni
disminuir las terribles consecuencias de exilio y lejanía. La
ausencia de Nivaria de su país natal solo puede traducirse como una
gran pérdida para las generaciones de cubanos en la isla que no
la han leído. Que sin saberlo, padecen de una orfandad en su formación
intelectual. Porque haber leído a Nivaria habría, sí, constituído una
enriquecedora experiencia poética, pero más aún, habría fortalecido el
engranaje de las significaciones en la vida nacional, especialmente para la autodenominada
"generación de la utopía".
Porque Nivaria
cumple un destino dentro de la literatura cubana del siglo XX, y es su testimonio
premonitorio del desencanto con la Revolución. La escritura dolorida e indómita, desolada
y colérica, trágicamente sarcástica de Espero la noche para soñarte,
Revolución, es una suerte de espejo de Perseo, al que podemos asomarnos varias
generaciones y adentrarnos en el reflejo medúsico que nos entrega una
mayor conciencia de nuestra historia política, los desaciertos y
espantos colectivos que hemos vivido de frente o de perfil –ésto es, desde
adentrop o desde afuera-- pero que nos unen desde un trasfondo recóndito y
primario. Espero la noche ... es además el discurso universal de la
antiutopía (o de la contrautopía, si se prefiere) derramadada a lo largo
del siglo pasado, para aquellos a quienes nos tocó vivirlo. Como lo resume
la bella dedicatoria de una película rusa: "para aquellos que
fueron quemados por el sol de la revolución". No obstante, las resonancias
de la escritura de Nivaria Tejera no son solamente para los antiguos
creyentes de la utopía socialista, sino para todos los que se han
visto atrapados en la maquinaria del poder. Eso que encarnó la
obra de Kafka para la literatura occidental: un estado sin
nombre y sin etiquetas ideológicas, pero que igualmente aplasta
y aniquila.
A diferencia del
sujeto kafqueano, para Nivaria Tejera el enfrentamiento con el poder no fue
nunca anónimo. Con la publicación de su novela El barranco a principios de la Revolución, da a conocer al lector a
la niña de Tenerife, para quien la experiencia del horror tenía un solo nombre:
fascismo. La escritora que regresa a Cuba para confluir en el desbordado río de
una nueva historia que se estaba escribiendo día a día, era alguien estigmatizado desde
la infancia por las ideologías de nuestra época. Alguien que, como la
mayor parte del pueblo cubano, creyó ver en la Revolución
triunfante una vindicación y una redención del pasado. El título
mismo de Espero la noche para soñarte, Revolución, conjuga un lenguaje de sorna y seducción. Una seducción
descreída y casi romántica, evocadora de una relación personal e íntima
con la Revolución, esa Gran Amante que, como el feliz caballero en la “Sonatina”
de Rubén Darío, llegaba "de lejos, vencedor de la Muerte". Espero la noche para soñarte, Revolución
es un título que intriga y cautiva al lector, a la vez inteligente y emotivo
aunque apela más al corazón que a la razón, pero que le hace acercarse al
texto desde lo vivencial y lo coloca ante la hondura de su
propia desilusión, la desgarradura de su auto-de-fe.
Y he aquí su
mayor afinidad con una Ana Ajmátova, un poco menos con una Marina Tsvetáyeva
--esa rara combinación de la poeta exquisita, la fina sensibilidad artística,
rubricada por una coyuntura política, amenazadora y omnímoda, que
define su existencia, y encauza y rige su destino. Semejantes ambas en intensidad
y elegancia, subliman su raimbaudiana estación en el infierno dentro de las texturas de
una poesía grave y melancólica, capaces de sobrecoger al lector con su
deslumbrante carga de humanidad. Ambas, Ajmátova y Tejera, escribieron a pesar
de, con y contra las contingencias que frustrarían la vocación literaria de
muchos otros, de muchas otras. El talento y la belleza de ambas poetas habrían
merecido un ámbito más amable y propicio. No creo pecar de frivolidad al aludir
a la belleza de la joven Nivaria. Ya Claude Couffon la comparó con Colette,
y aquellos que la conocieron en su juventud me hablaron siempre de su
delicada y frágil belleza. No en vano los antiguos griegos entendieron
bien que la belleza cumple una función estética imprescindible.
Antes de terminar,
quisiera reiterar la deuda que nuestra cultura tiene con París, y para no traer
a colación la larga lista de nombres que ilustrarían el magnetismo que esta ciudad
ha ejercido sobre decenas de escritores, artistas y otras
personalidades cubanas, me limito a nombrar el acontecer
femenino, comenzando con la Condesa de Merlin y Marta Abreu, y
terminando con Amelia Peláez y Lydia Cabrera. Sobre todo en el caso de
estas últimas, no podemos desestimar el papel definitivo y trascendental que
jugó París en la concreción del imaginario conceptual y estético de su obra.
Y caso que los
nacionalismos sean un sitio trasnochado para la postmodernidad,
cito entonces la deuda que toda escritora contemporánea tiene con París. Las
referencias iconográficas para la escritora de hoy incluyen a Hildegard vonBingen y a Teresa de Cepeda; para la latinoamericana, Sor Juana es la figura de
rigor. Pero menos remota está la imagen parisina de George Sand en las
tertulias de café, enfundada en unos pantalones que hoy no tendrían nada de
escandalosos, excepto que ella los acompañaba con chaleco y chistera. Mi
propia deuda personal lleva los nombres de los interludios en esa ciudad de EdithWharton y Simone de Beauvoir, de Teresa de la Parra y Anaïs Nin, de SusanSontag y de Marguerite Yourcenar.
Junto a ellas, Nivaria sobresale porque simboliza algo más. Ese algo se manifestó para mí hace solo unos días en la Conferencia del Cuban Research Institute de la Universidad Internacional de la Florida, durante uno de nuestros innumerables debates sobre la cubanidad. Me decía el historiador Javier Figueroa que el discurso del exilio histórico estaba agotado. Tuve que responder: Cómo que está agotado, Javier, si Nivaria Tejera está en París.
[1] Ensayo en
Canarias, Cuba y Francia: Los exilios literarios de Nivaria Tejera. Editora:
María Hernández-Ojeda. Madrid: Editorial Torremozas, 2012.
No comments:
Post a Comment