En
todos los países del mundo los poetas se suicidan... Pero en Cuba, parece
más sórdida la noticia. Juan Carlos Flores apareció ahorcado, el cuerpo
pendiente en el balcón de un apartamento en Alamar. Pero quizás este efecto es
solo para los que tenemos memoria del sol que castiga esa zona costera, de su
rústica y uniforme arquitectura, los que imaginamos las calles polvorientas que
recorrió justo una horas antes, para “ir a buscar el pan”. Y
es inevitable pensar en Vallejo, sin forzar intertextualidad alguna, solo que
al peruano la vida le ahorró el suicidio, muy por el contrario, le permitió
cumplir su vaticinio en aquel poema donde anunció que iría a morir a París, con
aguacero. También Flores dejó recado de lo que iba a hacer con su vida, un
comentario a sus vecinos, los que le vieron partir a la panadería esa mañana.
Esa mezcla de lo cotidiano con lo fatal es parte de ese efecto que, por
economía de palabras, llamo sórdido, pero es solo tragedia a secas, esa
substancia de la que está hecha la obra de Virgilio Piñera o las balsas que aún
se tiran al
mar. El cubano es un ser empecinado tanto en sus ilusiones como en sus
desesperanzas.
Esto
no es un obituario porque no lo conozco. Pero ha querido el azar, ese Dios al
que obedezco ciega, que llegue a mí la noticia de su muerte por una
colega y una estudiante. Entonces, al escribir esta nota, me pliego a esa
confluencia. Sentí en mi memoria el eco del nombre del poeta, y su rostro desde
la foto que acompaña a la noticia en internet se me antojó próximo. Pudimos
conocernos en Cuba, allá en los 80’, cuando yo andaba de crítica literaria, o
de jurado de concursos de literatura, trotando por las provincias de la Isla,
pero él sería muy joven. O a lo mejor nos vimos alguna vez en Miami donde
todavía juego a ejercer el criterio en alguna tertulia, con muchísimo placer,
además, de ver a mis amigos, de conversar, en la única ciudad de Estados Unidos
donde el mar me devuelve un olor que reconozco o invento. No lo sé y da igual.
Pero
me comunica algo familiar esa mirada visionaria y dura del hombre que acaba de
morir en su apartamento de Alamar, un cubano que había decidido dedicarse a la
poesía -ampliamente premiado nacionalmente, según leo en la noticia-. El
escritor nos habló de su muerte en “Franja”, el único poema de Juan Carlos
Flores que he leído antes de escribir estas líneas. Y lo degusté y lo encontré
amargo y me reconozco en ese sabor. Hablaba de un Mal que lo condenaría y del
que quería escapar adelantando el ritual de la despedida por cuenta propia,
controlando todos los detalles, como un personaje de Camus, obsesión que
transportan la sintaxis de sus versos:
Soy
un hombre obstinado, la idea era viajar para disminuir el
mal que padezco, gran mal o pequeño mal y sus daños
colaterales, sé que he de vivir mi vida entera soportando el
mal que padezco, y sus daños colaterales, sé que la causa
verdadera de mi muerte será el mal que padezco, gran mal o
pequeño mal y sus daños colaterales, no la presentación
pública del mal que padezco, grandes o pequeñas
representaciones, ni lo que daño colateralmente. Llevo diente
de ajo y otros atributos todo el tiempo, en el bolsillo trasero
del pantalón, pero esta táctica familiar tiene sus fallas. Necesito
pisar mierda, si fuera posible pisar mierda de vaca. Solo
encuentro terrones, la fauna está contraída.
mal que padezco, gran mal o pequeño mal y sus daños
colaterales, sé que he de vivir mi vida entera soportando el
mal que padezco, y sus daños colaterales, sé que la causa
verdadera de mi muerte será el mal que padezco, gran mal o
pequeño mal y sus daños colaterales, no la presentación
pública del mal que padezco, grandes o pequeñas
representaciones, ni lo que daño colateralmente. Llevo diente
de ajo y otros atributos todo el tiempo, en el bolsillo trasero
del pantalón, pero esta táctica familiar tiene sus fallas. Necesito
pisar mierda, si fuera posible pisar mierda de vaca. Solo
encuentro terrones, la fauna está contraída.
Extraño
sitio y extrañas las palabras que lo nombran
Quizás
era un mal del cuerpo, o peor aún, uno de aquellos que Dostoievski llamaría
sagrados, los de la mente. Que son los que producen el terror infinito, que es
la única fuerza que pudiera explicar que Flores pusiera una cuerda alrededor
del cuello, y en medio del calor sofocante, le cortara el aire a sus pulmones,
le negara a su cuerpo el divino soplo.
Cruzó ya la Zona el
poeta. Unos amortajarán su cuerpo en alguna funeraria habanera; otros,
invisibles ayudantes, preparan ya su entrada a otros reinos. No sé porque
necesitaba despedirlo y lo he hecho. Que se cumpla su viaje. Le agradezco por
sus otros poemas que leeré otro día, cuando necesite la compañía de palabras
valientes y desnudas.
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MADELINE
CAMARA. Teórica,
crítica literaria y periodista. Se desempeña como profesora de literatura latinoamericana en la Universidad del Sur de la Florida. Con un doctorado del SUNY en Stony Brook, Madeline Cámara ha recibido las importantes becas Rockefeller y Fullbright. Entre sus libros publicados: Cuban Women Writers: Imagining a Matria, La memoria hechizada, La letra rebelde, Cuba: the Elusive Nation. Vocación de Casandra y Cuentos cubanos contemporáneos.
1 comment:
Excelente escrito de la Dra. Camara, proyectándose desde adentro hasta llegar al otro interior nuestro.
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