11.25.2011

Virginia, la escritora al descubierto.

Arturo Arias-Polo, El Nuevo Herald

La reposición de Flores no me pongan sube al escenario de Akuara Teatro
rebautizada con el nombre de Virginia bajo la dirección de Yvonne López Arenal.
Pero en esta oportunidad, el drama de Rita Martín inspirado en el diario
de la escritora inglesa Virginia Woolf profundiza mucho más en el personaje y gana en sordidez.

“Si en el montaje anterior el tratamiento del personaje era más ‘doméstico’, en esta versión se ahonda en la bipolaridad que padecía”, expresó la actriz Miriam Bermúdez, quien repasó las novelas de la escritora y consultó documentos sobre el diagnóstico. “También vi películas sobre sus libros y hasta conversé con un doctor acerca de su bipolaridad, una enfermedad de la cual no se sabía mucho en el momento en que ella vivió”.
La obra de Virginia Woolf (1882-1941) abarca la novela y el ensayo. Entre sus títulos más famosos figuran sus novelas La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Orlando: una biografía (1928), y su ensayo Una habitación propia (1929). La escritora se suicidó sumergiéndose en un río cercano a su casa.
Tanto Bermúdez como Joan Vega, su compañero de escena, coinciden en que otro de los atractivos de la puesta es cómo el personaje principal se extiende hasta el Carcelero, quien a su vez, se convierte en otros que desempeñaron un papel clave en la vida de Woolf.
“Para mí es un reto interpretarlo porque se desdobla en cuatro personas más: su esposo Leonard, el hermano que abusaba de ella, su hermana y Vita, la escritora que fue su amante”, explicó Vega.
En referencia a la obra, el actor dijo que le resulta interesante participar en un proyecto que muestra la manipulación de que son víctimas los librepensadores, aunque buena parte del público desconoce quién fue la célebre escritora.
“Virginia sigue siendo un personaje muy atractivo para el mundo intelectual. Sin embargo, la mayoría del público no sabe quién fue realmente”, añadió.
Por su parte, la directora, que también dirigió Flores no me pongan, destacó el uso del claroscuro para acentuar la atmósfera opresiva del manicomio y el empleo de relojes que marcan los acontecimientos importantes en la vida de la heroína.
“La estética del montaje es mucho más abstracta que en la primera versión para que el público no se distraiga”, subrayó López Arenal tras destacar el diseño de luces de Mario García Joya, la música de Aurelio de la Vega, el vestuario de Alba Borrego y la asistencia técnica de Rolando Santini.
La escritora cubana Rita Martín cuenta con una larga trayectoria como narradora, poeta, crítica e investigadora literaria. Flores no me pongan-Virginia es su primer texto para las tablas.

Virginia en Akuara Teatro, 4599 SW 75 Ave., Miami. Viernes a las 8:30 p.m.
Informes: (786) 853-1283.

11.21.2011

ELENA TAMARGO: POEMAS

El último poema del año del alma


Soy sólo un trueno de voz sagrada
Stefan George
El año en que amaba
alguien tenía mis ojos
los llevaba en las manos como anillos
como pedazos de zafiros
los cuidaba desde que se habían cerrado.
Él ganaba y perdía, pero no se asomaba a las ventanas
guardaba lo demás como mis ojos
las actas, su nombre, la peor de sus horas.
Los tulipanes en Moscú lo habían decapitado
y desde entonces bebíamos juntos leche negra del alba.
Bebíamos y bebíamos
del cántaro y del cráter
y también de mi mano,
mas lo que ahora se hunde, a quién le pertenece
rosa de quién si nadie me moldea,
fuimos serenos floreciendo y ya
rosa de nadie.
Quiero mejor ser leña de un hogar
y calentar la leche de los niños,
porque esos ojos míos del ochenta y siete
que él cuidaba
están bajos
llorando
cansados de no poder dormir en las camas donde nos acostamos
ellos y yo
a vivir del esplendor
cuando la luz se enciende
o cuando se derriten los corazones de oro
de los niños
que beben la leche negra del alba.

Poeta sin tumba
Me levanté y regresé a casa, a la palabra
Hilde Domin
Las plegarias no sirven
el dios rehúsa
ve morir a los hombres
y va labrando su sueño.
El poeta camina cargado de dolores
suavemente murmura: no me olviden.
Tenía como todos sus días ya vacíos
un dolor profundo y suyo
mas no palidecía.
Oyó lo que la tierra sorda dice.
No sabía rezar.
Había bebido la sangre
y la imagen que había en la sangre.
Reza, Señor, reza tú, --solía decir--, estamos cerca.
Iba al abrevadero
y derramaba sangre.
Había días para la vida baja
el murmullo de amor como un lamento
y lectores asesinos de hombres y elefantes
que esperaban de él, tranquilamente, el balbuceo
una amarga fatiga de palabras
porque también jugó tranquilo a las palabras.
Se agitó como el fuego que raja las montañas
y se fue.

Febrero por la tarde ahora es hace tiempo.
Está ahí con las flores.
Cavamos él y yo una tumba en el aire.
Caven el aire más profundo, y canten –gritaba--
canten con más tristeza los violines, y suban como
humo a la tumba en las nubes
que se ha muerto un poeta
inasilado- inarchivado- inasistido
sin lápida- sin tumba- sin ciprés.

La muerta
Teníamos en común algunas cosas: comíamos la sobra de los pájaros;
compartimos el vino y las almohadas;
escogimos el nombre de Nazim y el aire para poner las tumbas;
él no creía en dios porque ya lo había visto;
teníamos amuletos: las palabras;
ahora yo soy la muerta y él escribe estos versos.

Habana Tú
Y hoy está crecido el mar
no es que la marea suba por un hecho natural
es que llora Yemayá
Juan Formell
De niña, entre las grietas de la tierra
buscaba en ti mi aurora
a semejanza mía, a semejanza tuya
cuerpo oscuro y esbelto de mi sueño.
Puras ante la espera las imágenes
emisarias de la tarde que caía
pegada a su horizonte.
Tenías en secreto tu espigón de metales
inclinada en tu borde busco el ancla perdida
te busco en el regreso, estás llena de pájaros
vuelve a secar tus manos y cuéntamelo todo.
Era esto el abandono y lo sabías.
Óyeme estos lamentos que me salen ardiendo
yo sólo te deseo,
la sombra de aquel tiempo en ti misma entrevista
con inútil ternura
y tú me dabas fuerza
rendida y dócil como el mar sabe serlo.
Aquel concilio que tantos han cantado
sin una urgencia propia como ésta de este instante.
Tampoco fue tu culpa si no les comprendiste la amargura
faltándoles la leche y el abrigo
te lo dieron todo, vida que no pedías.

Sincopada o fuera de tiempo
Todos los días se matan en La Habana
dos millones de gatos y quinientos caballos.
Quinientas yeguas solas sostienen el rencor de su dureza
se abrazan
en la pira arrogante del león babilónico.
Trasgos de sangre suspenden el azul y el animal del trópico
se agota.
Diez millones de vacas ya murieron
tres mil palomas agonizan
y el olor de los lirios se deslíe
en un prurito de ácidas hormigas.
Los ciudadanos temblando se repliegan
a construir el escenario de la nada
si no quedan caballos ni lengua ni jazmines
si los trenes de leche detuvieron su paso
donde canta la belleza
y ahora se escuchan los terribles quejidos de las vacas
si los lirios, los gatos, las palomas
son animales muertos.
Pero yo no he venido a ver el cielo
cómo voy a ordenar pedazos de paisajes
ordenar los amores que son fotografías
y luego tambor tosco, bocanada de sangre.
Ay, voz lejana
ay, voz de la sordera
estás aquí bebiendo mi humor de niña muerta
quiero llorar mi talco, como lloran las niñas
porque yo no soy ni mujer ni poeta ni azucena
soy el agua y el vino y el aceite
una llaga tal vez que debe al fuego
y me andan buscando.

Mar de mi patio
Y si llegaras mar
cuando mi cuerpo fuera tierra arada
y lloviera en mis ojos?
Alga y sal de prusia calentura
¿no te crecen las uñas?
Te veré frente a frente
presa en tus quemaduras, levantando las cejas
dejando ver los ojos con esa indiferencia.
Cómo tú eras cuando yo te elegí.
Diosa naciendo y destronando diosas
si tú al verme fijaras la mirada.
Ven hacia mí, no tardes
puedo perder las fuerzas.
Estoy sola bailando y en mi musgo
me pisan miles de pies desesperados.
Sácame este mareo
este jilguero tosco que custodia mi blanco
esta brújula adivinando el este.
Si te demoras se deshace mi estatua
este cuerpo que danza maravillosamente.
–¿Qué hora es que no llegas
perfumando las calles con tus pescados frescos?–
Mar de mi patio, mar atormentado
lo que me duele
es que mis días
se vuelvan más y más de tierra.

Compás de espera
Mi pasado está invadido
y lloro lentamente.
Me ha llenado de miedo una noche en el Neva
me ha llenado de fe una tarde en Bakú.
Se quedó Samarcanda como alguna promesa
y la calle de Arbat para soñar a Eszenin
siempre, siempre.
Erré como torcaz
aplastada en la calle por un caballo ciego.
Me dan miedo mi pueblo y sus hombres
mientras Jesús del Monte se derrumba en silencio.
Una ciudad de espejos y banderas
y su empinada ronda de tenores.
Yo regreso a mis pájaros
al pequeño amarillo que no canta.
Ya no tengo balcón ni noches junto al mar
y otra campana traza mis compases de espera.
Estorbo como estorban los almendros
y en el farol se queman algunas mariposas.
Ciudad y almendro y yo
ay, qué desgracia.

La boca
Esa boca sobre mi blusa blanca
mi alarma, mi vigilia
esa boca de pan
la boca mía
¿acaso está llamándome?
Ella tiene su paso
se pregunta ¿aquí qué había antes?
sabe cruzar el agua clara de otra tarde
como si allí la vida no fuera tan escasa.
Como la dulce uva del carrillón busca sus calles,
busca su cielo, su aljibe, su coro de quejidos
y va luego otra vez hasta la franja.
Esto ocurrió en una ciudad sin puerto
-la mina de dos almas-
allí viví, ciudad graciosa,
intermedia en los aires,
-¿sólo vive quien besa?-
Oh, boca, boca, boca
has llegado a tu pueblo, aquí sigue tu calle sin bombillo,
tu ventana entreabierta, tu pájaro esperándote.
Boca diciendo la ele de mi nombre
-¿es boca de libélula?-
boca que halla los agrios del lenguaje,
boca llena de migas, de negros espirituales,
dame saliva,
un membrillo maduro,
dame, mi amor, lo que tu boca quiera.

La yegua
La yegua retoza suavemente sobre el rocío.
La sombra informa sus maneras humildes,
sus pruebas de grandeza.
La yegua es suave y fuerte. Le da lecciones al sabio y al dragón.
Ella no sangra.
La luz me sigue.
Es probable que pierda mi camino
pero no necesito hacer brillar la luz delante de mí.
He sido desbordada. Acepto las escrituras
y no acepto laureles.
Amortiguo perpleja el desconsuelo.
No viajo.
Tengo cuidado.
Perdí la mampara y ahora estoy desnuda
y todos pasan a mirarme.
Los trapos de fina seda cuelgan de mi ventana.
Tampoco acepto los degüellos
y al cruzar el agua no miro para atrás
pues me ahogaría.
Ofrendo el corazón mejor que el oro.
Miro sin pena y sigo porque me espera un pozo.
Esa yegua soy yo
cuando me dejan serlo.

ELENA TAMARGO: FRAGMENTO DE SU NOVELA INÉDITA

Fragmento de la primera novela que está escribiendo Elena Tamargo, leídos por primera vez en Agartha Galería y publicado originalmente, en el blog Gaspar, El Lugareño el 26 de octubre de 2009.
Cada vez que me siento en un sillón dejo una mancha de sangre. Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas, sólo el que ha muerto es nuestro de verdad, sólo lo que he perdido es mío, no hay otro paraíso. También es nuestra suerte saber convalecer.
Mis mayores me hablaron de la sangre, del apellido y los abuelos, pero nunca de ésta que pierdo y pierdo en los trenes, las camillas y los cines.
Nunca encontré tristeza en la carne. El cielo que iría a buscar lejos lo tengo sobre la cabeza. Se me queman los labios por decirlo.
Mi figura es un mar que asoma desde el pequeño muro encalado de una iglesia de pueblo y sólo lo ve la otra muchacha a quien el viento le levanta el vestido, y yo lucho con el consuelo que dan unas palabras griegas. He ahí la pequeñísima esterilla en la que puede bordarse el ideograma de mi vida. Por lo demás, no es la claridad sino el peligro de la claridad que conforme avanzamos hacia el norte y conforme nos acercamos a nuestra época aumenta sin cesar, ese secreto que en nuestra tradición contuvo la mano del poeta para que nunca insultara. Una vez consumada la ruptura con todo mito divino el poeta ha sido llamado a actuar el papel principal.
Tengo miedo. Camino por una costa y nadie siente a nadie. Vuelvo a mi manuscrito y mientras llega el rocío que nada ocurra, que nada se mueva, por si acaso de pronto sale el sol y me deslumbra. No quería llegar sin temblar hasta ahí donde la carne acumula la sangre y hunde en el corazón un apresurado reloj. Cuando el amor y el rencor están ausentes todo se vuelve claro. Sigo caminando aunque no haya lugar a donde llegar.
Qué les ocurrió a los hombres que les dio por combinar las palabras de tal modo que no dijeran lo que decimos cotidianamente. En las canciones con que me criaron jamás me vino algo semejante a la cabeza. Pero ahí, en la edición facsimilar alemana que tenía en las manos, había otra cosa que no entendía porque, claro, no entendía el griego clásico, y eso seguramente explicaría el modo especial de la escritura. Intento expresar con palabras actuales la sensación que tenía en aquella época y que volví a encontrar en una sola cosa; en los conjuros que con sobrecogimiento y admiración sin reserva le veía hacer al mismo hombre al que quise besar en los labios.
Al mundo se entra admirándolo, me decía a mí misma. Imaginé mi obra destruida y encontrada por fragmentos. Veinticinco años de mis dones me dejan perdida de mi muerte. Pero mirando al hombre de los conjuros en los labios había aprendido esa misma mañana, que si uno tiene la belleza delante y no la ve comienza a empobrecer, entonces el tiempo sin acaecimientos me empezó a resultar más franco; así sin arabescos, me parecía el misterioso refugio que andaba buscándole a mi miedo.
Porque la palabra vacío me asustaba todavía, no era capaz de darle fe a esa sugestión de vastedad que tenía el vacío, donde antes había arrojado la voluntad.
“La vieja verdad --decía Goethe—aférrate a ella”; y yo la buscaba en los sueños, porque en el día no la hallaba. Sabía que habían existido y existirían siempre hombres excelentes a quienes dirigirles una buena palabra, decirla y dejarla escrita sobre el papel. Esa era la comunión con los santos que entonces profesaba.
Era importante la escritura; con los labios no es suficiente la palabra, siempre hay alguien que oye algo completamente distinto a lo que dices, aunque tal vez eso también sirva. Ambas cosas las pensaba antes. Después supe que las grandes verdades que uno busca se escriben en el cielo, con letras de oro, que es como se escribe en el cielo. Ese misterio lo había aprendido y era mi tesoro.
Elige un norte para tu afán, me había dicho una vez el hombre en manto blanco. A los muertos les decía amigos ocultos a sus amigos por las nuevas colinas, y los llamaba por su nombre y los levantaba de abajo de aquellos sellos ya borrados donde yacían tendidos. Todo eso se me confundía con Goethe y con Fichte y con Schleiermacher. Pero buscaba seres que se parecieran a mí en ese sentido. La profesión más deseada, mi única ambición era anticiparme, era encontrar el ideal de la comunidad con las personas animadas de los mismos sentimientos. Buscaba espíritus en los que la oscuridad era vencida por la luz y la claridad serena se había impuesto sobre la confusión. La divinidad que ansiaba alcanzar es la que actúa en lo vivo no en lo muerto, en lo que transforma y deviene, no en lo que ya ha sido y ahora es una piedra.
Porque al mundo lo encontraba viejo, y marcada por mi tiempo como estaba, la tradición y lo antiguo no los consideraba clásico por viejo sino por su vigor. La fe tenía que ser una revelación eterna.
Ahora, febrero sepulta mi paisaje, pero todo respira nuevamente, el mantel volverá a ser blanco. La constancia es más fuerte que el destino. Me dio seguridad aquel tablero, y un signo resumió lo que seguía: la tierra se pudrió pero no se murió, dijo con voz nerviosa el adivino.
En una sala de hospital empezó la historia. Puede ser cáncer, y yo dije, es cáncer, porque las palabras eternas, duras, únicas, cuando se pronuncian ya van siendo, también lo había aprendido con Goethe, quien al contemplar unas caracolas en una playa de Sicilia exclamó: “so wahr, so seiend”, “tan verdadero, tan siendo”. Así son las palabras como cáncer, si la dices ya es. El médico mexicano, en ese pueblo del volcán a donde había ido a vivir con el poeta, para escribir libros por encargo, me dió la noticia. Me viró boca abajo en una camilla, “baje las manos y levante los gluteos”, y al poeta, le dijo, “usted me tendrá que ayudar”, y mirando aquellas nalgas, que en alguno de sus poemas, ya clásicos, él había calificado, como cola de pez, y unas manos que eran alas y unas piernas y un cuello como cisne lento en el estanque y la cintura de mujer pero más fina y pronunciada y unos dientes de conchas y los labios abriéndose en un rictus amargo, como el que prueba sal, los ojos, grandes de pez y pájaro, se abrían como el mundo en su día inicial, pero ya aquellos versos no podían seguir resonando, porque aquello que pasó en la camilla, no era una lluvia lenta, cayendo dulcemente desde el cielo del alma, como una melodía, aquello era el acto de dolor más grande que habríamos de experimentar los dos juntos, un corte con tijera del tumor, y “abra el frasco”, que el poeta aguantaba temblando entre sus manos. “Lleven al laboratorio esa muestra para una biopsia”. El pomo con el pedazo mío estuvo algunos meses por ahí guardado y un día lo boté, de todos modos la palabra ya estaba pronunciada.
Las palabras son mis amuletos, creía en el pensamiento, en la cabeza, en los ritos que las religiones le hacían a la cabeza. El bautizo, agua en la cabeza sobre la pira, y ya está la criatura bendecida. Y los yorubas, sangre caliente de animal en la cabeza, sin pira, sobre el santo, que es una piedra, no es cualquier piedra, sino la que se convirtió ya en santo, y el animal sin cabeza ahí presente, sufriendo, pataleando sin cabeza un buen rato, eso se llama rogarse la cabeza.
Yo entonces explicaba el asunto africano como mímesis, y decía que la única y verdadera rogación de la cabeza era la que le hacía la madre al hijo al nacer, porque cuando iba a salir le dejaba caer unas goticas de sangre de su sexo, ahí, en la cabecita, y por eso los niños nacen con la cabecita embarrada, es decir, rogada; lo demás es una repetición muy cruel, porque hay que ver el dolor que siente un animal sin cabeza, para aquellos que creen que el dolor es solamente racional.
Entonces me volqué a buscar sanaciones, diversas, todas, de donde vinieran, pero si eran con palabras mejor, si eran con la cabeza mejor, y en ese pueblo del volcán junto al poeta, empecé a recordar las palabras más viejas de mi vida: rosario, lechón, fermín, cabañas, pide perdón, se dice gracias, gaseosa, dios, plátano macho, vaca, historia, novio, nube, piedad, buñuelo, prohibido, tristeza, hija mía, negro y blanco, francisco, abedul, ceniza, libélula, camino real, purita izquierdo, la primera maestra, escoba, espada, menta, leyenda, cuchillo, lengua, carne, golondrina, desierto, desnudez, abanico, columpio, piano, tamargo, leche, leche, leche, y algunas se quedaban goteando; busqué palabras en la tierra, en la mesa, en la escuela, en la cama, en la noche, en el mar, en el potrero, en el amor, en la poesía, y estas últimas eran las más viejas. Sabía que podía sanarme con palabras, y por eso no estaba triste con el pomito que guardaba la sentencia. Era valiente, porque todavía era feliz.

11.20.2011

RITA MARTIN: TRIBUTO A ELENA TAMARGO


Para Elena Tamargo, porque nadie se marcha para siempre

CALIZ
¿De dónde viene
esta hora
que me alcanza
el cáliz que no vierte
el alma?
¿Adónde llega
la sustancia, única planta
que ablanda
la hoja del recuerdo
tan amarga?
¿De dónde y a dónde
va la lanza
si la sangre limpia,
leve mancha
y tibia en la pared
nos desengaña?
Respóndeme viajero que conoces:
¿De dónde y a dónde
es la esperanza?

MARCHA
Voy por este aire como por la tierra
escanciada de vino en la llovizna
donde jugábamos a ser
herederos de un tiempo sin olvido:
la memoria entraba en la belleza
para que todo sea confundido cuanto antes.
Era la fijeza
seduciendo al río sobre las palomas.
El aire torna idea la sustancia y el día
no se hace sin la voz que no se escucha:
algún silencio viene con la letra en blanco
como blanco amanecer que no renuncia.
Era la escritura del poema
en lo eterno inmóvil
probando su ausencia
hasta desaparecer, fugaz, en este cielo
como son los ríos cuando al mar van a dar.
Así es todo, hasta la despedida
que en la resurrección de una imagen
aplaza el encuentro,
Instante de ir hacia lo oscuro fecundante
de esa visión que anhela el alma.
Así es todo, por hoy, mañana no sabremos.

ODA
Por sobre el río de tu cuerpo
temblaban las madres
caricias abiertas en dos surcos.
Lo demás era arena y sólo arena.
Los difuntos hundíanse
en la choza de limón apartada
con ventolera de algodones
donde el amor huele a marzo.
Sonreías con las banderillas de la vaca
en la piedra que no es metal
caricias esplendía la luna.
Se formaba la roca en el vientre.
Entre alcanfor y nube
grabó el cielo aquel grito
la voz tan bello grabó.
Lo demás era rosa y sólo rosa.
Y un anhelo y una seducción y el mar.
Canción de amantes
amanece en la ventisca
al son de una niñez.
Lo demás era campo y sólo campo.
Color sin la razón más cruda
en una nota manos clavileñas
bogan tu sangre.
El adiós no permiten.
Lo demás era mar y sólo mar.
Levantas la cabeza
y entonas la andante avecinada
al cuidadoso nombre que recuerdas
porque has nacido para siempre.
Emigra el ave siempre emigra
hacia sus rotos pedazos de luz.
Tributo que nos es tan necesario
como si el mar apenas lavase
estos cargos sin dios que no redimen.
Hasta septiembre un hasta
y hasta del basta como punto
reflexiona el segundo y a tu lado
sucede, transcurre la corriente.
Porque fueron tus manos a la entrega
de aquellos versos en la resurrección
la tierna imagen retorna en elegía
y un cazador olvida la memoria,
mirada sobre el manto
en el que por la nada apareces razón de esta palabra.

En la madrugada de hoy, 20 de noviembre del 2011, supimos de la muerte de la amiga y poeta Elena Tamargo. Para ella, estos viejos poemas que siempre le gustaron, quizás, como una premonición.

11.05.2011

TERESA DOVALPAGE: JOSE LORENZO FUENTES: DESCUBRIMIENTO Y FASCINACION

Tengo delante de mí una copia de Después de la gaviota, de José Lorenzo Fuentes, edición muy cuidada que sacara Ediciones Iduna en 2008. Comienza con el prólogo sabroso de Amir Valle, que lo abre con una cita de José Soler Puig sobre Fuentes. Y ya empiezo a sentir vergüenza de no haber leído nunca nada de este escritor cubano. En fin, me guardo la vergüenza en el bolsillo, me pongo los espejuelos y doy inicio a la lectura.
El primer cuento, que da título al volumen, es una alegoría. Vamos, que don Lorenzo, que ya debe de andar por los ochenta, entiende de vivir muchas vidas, de reencarnaciones y de metempsicosis, un tema que siempre me ha fascinado por su rareza y posibilidades literarias. Ese niño que se convierte en perro, ese perro que se convierte en toro y que termina en paisaje despedazado hace pensar, y mucho. Este señor sabe escribir, concluyo admirada.
Ya engolosinada, sigo leyendo. “Tareas de salvamento” se inicia en una habitación de hotel donde ya el lector se imagina que va a suceder algo. (Y que no va a ser bueno, por descontado). Con una atmósfera que va de lo fantástico al suspense, con ratones que hacen ruidos extraños como en cualquier habitación de miedo que se respete, y con unos sueños lúcidos que le ronca el misterio, se va componiendo esta historia que tiene tanto de magia como de metafísica.
En “¿Te das cuenta?” hay otro asomo de algo inexplicable, el tema de la mala suerte, de las influencias negativas y de las malas vibras, en las que hay que creer porque “hay vistas que tumban cocos y muertos que no hacen ruidos porque andan en alpargatas”. Paso la página y otra vez me doy de ojos con la metempsicosis, en un padre que puede haberse transmutado en sombrilla. Tan corto el cuento, y dice tanto. Me lo leo por segunda vez.
“Ya sin color” es un relato bien logrado, quizás dictado desde el otro mundo... y nada más les adelanto. Hay que leerlo con calma y saborearlo. En cuanto a “Señor García” es sin dudas el más realista de toda la colección, una historia de amor y hasta de desamor.
El alquiler de presuntos suicidas es el jocoserio tema de “En la página siete”. El cuento, o la novela corta, que cierra el volumen, “Patas de conejo”, es el relato más logrado estilística y formalmente, donde varias historias se cruzan en el tiempo y en el espacio.
Cierro el libro y me quedo pensando que tengo que conocer a José Lorenzo Fuentes en persona. Que cuando vaya a Miami lo buscaré, sin falta. Veo que ha escrito también un libro de Meditación, y yo, que me he vuelto metafísica y vegetariana, en ese orden, ya me he decidido a encargarlo. Como presentí desde las primeras páginas, este señor sabe escribir. Y además, simplemente, sabe.

11.04.2011

FELIX LUIS VIERA ENTREVISTA A JOSE LORENZO FUENTES

Cortesía de CubaEncuentro 04/11/2011

Fui condenado (Causa 559/69) a tres años de trabajo forzado
en las cárceles de la provincia de Pinar del Río, y por supuesto,
a no poder publicar mis libros acaso durante el resto de mi vida.


El escritor José Lorenzo FuentesJosé Lorenzo Fuentes nació en Santa Clara, Cuba, en 1928. Se graduó como periodista en La Habana. Se desempeñó como profesor de Historia del Arte en la Escuela de Periodismo de Las Villas. Estudió una Maestría en Hipnología Multidimensional y Biolística Curativa. Posteriormente, recibió un curso de Medicina Tibetana y Autocuración Tántrica, certificado por el Lama Gangchen Rimpoche, de Sri Lanka. Como periodista colaboró con varios medios de comunicación, entre los que destacan los periódicos El Nuevo Día, de Puerto Rico y El Mundo, Bohemia y Carteles, de Cuba. Fue, asimismo, subdirector de la revista Cuba. Es autor de varios libros con premios nacionales e internacionales. Además de su pasión por la literatura y el periodismo, José Lorenzo Fuentes ha dedicado una gran parte de su vida a la investigación y al estudio de temas metafísicos como la magia, la medicina alternativa y la parapsicología. Ha publicado: El lindero, cuento (1953); Maguaraya arriba, cuento (1963); El sol, ese enemigo, novela (1963); El vendedor de días, cuento (1967); Después de la gaviota, cuento (1968); Viento de enero, Premio Nacional de Novela (1967); Mesa de tres patas, cuento (1980); La piedra de María Ramos, novela (1986); Brígida pudo soñar, novela (1987); Los ojos del papel, novela (1990); El hombre verde y otros relatos, novela y cuento (2005), Meditación (2001), Hierba nocturna, cuento (2007), Cinco grandes, entrevistas (2009) y Las vidas de Arelys, novela (2011).


¿Por qué decidió trasladarse a otro país?
José Lorenzo Fuentes (JLF): ¿Decidí? No puedo decir que lo decidí yo. Siempre he pensado que cada persona, cuando nace, tiene en la mano derecha el mapa de su destino, y en la izquierda la promesa del libre albedrío. Salí de mi país porque no utilicé la mano izquierda, que me hubiera aconsejado quedarme en la Isla para seguir pensando, dentro de mis restringidas posibilidades, en cómo mejorar el entorno. Pero no, observé dócilmente las líneas dibujadas en la palma de mi mano derecha, y cierto día me dejé conducir por una nave de Cubana de Aviación rumbo a Miami.
Toda consecuencia deriva, por supuesto, de una acción. En 1969, mientras yo guardaba prisión en la fortaleza militar de La Cabaña, donde el poeta Juan Clemente Zenea había sido condenado un siglo antes a morir en el garrote, también como otro oscuro presagio de muerte apareció en la prensa cubana una información que decía: “ACUERDO DE LA UNEAC, El Buró Ejecutivo de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, reunido en la noche de hoy, día 22 de septiembre de 1969, AÑO DEL ESFUERZO DECISIVO, acordó por unanimidad expulsar de las filas de la organización a JOSÉ LORENZO FUENTES, por traición a la patria”. Tres meses después el Tribunal Número Uno de La Cabaña me juzgó bajo las leyes de la República en Armas, de 1868, y fui condenado (Causa 559/69) a tres años de trabajo forzado en las cárceles de la provincia de Pinar del Río, y por supuesto, a no poder publicar mis libros acaso durante el resto de mi vida.
Pero el detonante que abolió mi presencia en el país fue haber firmado en La Habana, el 2 de junio de 1991, junto a otros nueve escritores, la llamada “Carta de los Diez”, el primer documento contestatario al régimen de Fidel Castro del que se tiene noticias. A partir de entonces la vida de nosotros diez tomó un brusco giro, que para bien o para mal nos modificó el futuro. Pero el riesgo no fue inútil: a partir de ese momento tampoco Cuba siguió siendo la misma.

¿De qué manera salió de Cuba?
JLF: En 1992 recibí una invitación de la Universidad de Iowa, suscrita por la escritora y profesora Adriana Méndez, para ofrecer varias conferencias sobre literatura hispanoamericana, y ya en Miami, aconsejado por múltiples razones, sobre las que no es necesario abundar, decidí eludir por un tiempo mi residencia cubana y habanera allá en el reparto Miramar.

¿Cuál ha sido su trayectoria artística en su actual lugar de residencia?, ¿qué logros ha tenido?
JLF: Apenas arribé a Miami, por gestiones de mi amigo Vicente Báez, que a mi llegada me mandó desde Puerto Rico quinientos dólares de regalo, empecé a publicar en el suplemento dominical del periódico El Nuevo Día una sección de misticismo, parapsicología y medicina alternativa. Un día me llamó por teléfono, desde Fort Worth, Texas, donde vivía, la poeta Belkis Cuza Malé. Me dijo que un representante de la editorial Llewellyn había leído con agrado, en El Nuevo Día, mi artículo sobre meditación budista y como no tenían a nadie que pudiera escribir en español un libro sobre el tema, deseaban saber si yo tenía alguno. No, por supuesto, el libro no lo había escrito, solo aquel artículo, pero contesté que sí, era mi oportunidad. En un mes y medio ya lo tenía listo.
También, desde que llegué a Estados Unidos me hice el propósito de escribir mis memorias. Había cumplido 64 años de edad: pensé que ya tenía muchas cosas que contar. Pero no me senté a escribirlas hasta muchos años después. Cuando terminé el libro no sabía qué hacer con él: ¿enviarlo a un certamen literario o a una editorial? En esos momentos hacía esfuerzos por encontrar en español As aman thinketh, el libro de James Alles, publicado en 1902 solo en inglés, un autor que fue acaso el primero en decir que la persona es literalmente what he thinks, es decir, el resultado de todos sus pensamientos. Para James Allen la persona no puede transformar la realidad, pero sí transformarse a sí misma para lograr sus objetivos, algo que debía tener un resultado igual. También señalaba Allen que para alcanzar el triunfo, uno debe hacerse estas cuatro preguntas: ¿por qué?, ¿por qué no?, ¿por qué no yo? y ¿por qué no ahora? Tras formularme disciplinadamente esas cuatro preguntas, que me azotaban sin descanso la imaginación, introduje en un sobre magenta —el color de la seducción ¿no ven cómo pintan con ese color las paredes de un gogo-girl para atraer clientes?—, repito: introduje en un sobre magenta el ejemplar mecanografiado de mi libro y sin pensarlo dos veces lo deposité en el buzón de la oficina de correos.
¿Qué estaba sucediendo en la Isla en esos momentos?, me preguntaba desde la otra orilla, conduciendo un auto que rodaba por la calle Flagler, de Miami. Los que en 1991 suscribimos la "Carta de los Diez", apenas unos años después ya no éramos noticia. La primera plana de todos los periódicos del mundo la ocupaban ahora las Damas de Blanco, un puñado de mujeres que marchaban por las calles habaneras reclamando la libertad de los presos políticos. Fidel Castro había enfermado de gravedad y su hermano Raúl era ahora el timonel. Para evitar la hecatombe económica y la consiguiente desaparición del sistema —él mismo lo reconocía—, Raúl anunció que pronto iniciaría, en su política, un giro de 90 grados, no un cambio cosmético. La gente pensaba que se decidiría por el modelo chino.
El mundo estaba cambiando a la velocidad de un corredor de alto rendimiento. En China se recibía el 2011, el nuevo año lunar, el Año del Conejo, con grandes fiestas que incluían, como siempre, el desfile de multitudes fervorosas que afluían a los templos para encender varitas de incienso, pero esta vez con una singularidad al borde de la herejía, imprevisible en un país que hasta poco antes estaba edificando el comunismo y que en la propaganda oficial decía odiar el dólar: los niños —santo Dios, la próxima generación— recibían como regalo sobres de color rojo que contenían dinero. ¿Dinero? ¡Dinero! “En el nuevo año lunar, hago plegarias para ganar más dinero”, confesaba el obrero metalúrgico de 58 años, Wang Kuang, a la entrada del Templo de la Tierra, en Pekín.
Pasaba el tiempo y yo no tenía noticias de mi libro de memorias. Ningún rastro sobre el resultado del certamen aparecía en los periódicos. Pero mientras tanto Abelardo Linares, el director de la editorial Renacimiento, de Sevilla, viajó a Miami y durante un almuerzo en un restaurante, a cuya mesa estaban sentados también mi amigo desde la adolescencia Pedro Yanes y el poeta Nicasio Silverio, el activo Abelardo Linares anunció que publicaría cuanto antes mi libro El hombre verde, que en efecto vio la luz apenas cuatro meses más tarde. En Miami se dieron a la imprenta otros libros míos: Hierba nocturna, una colección de cuentos; Cinco grandes, con entrevistas a Julio Cortázar, Cundo Bermúdez, Gabriel García Márquez, Alfonso Grosso y Wifredo Lam, así como mi más querido libro de cuentos, Después de la gaviota, que en 1968 había obtenido mención de honor en el concurso Casa de las Américas.
En este breve recuento no puedo obviar la invitación que en 1995 me hizo el Ministerio de Asuntos Exteriores de España para participar en el evento “La Isla Entera”, donde debían reunirse, bajo un mismo techo, escritores que vivían fuera y dentro de Cuba, y que tuvo lugar en las sedes madrileñas de Casa de América y la Universidad Complutense. Tampoco olvidaré nunca la invitación que Antonio Benítez Rojo nos formuló a Manuel Díaz Martínez y a mí para ofrecer conferencias en Amherst College, o el cálido homenaje que, por iniciativa de Joaquín Gálvez, me brindó la tertulia literaria “La Otra Esquina de las Palabra”, en Café Demetrio, de Coral Gables.
Mientras tanto otro de mis libros, Meditación, rodaba por el mundo. La editorial Llewellyn, de Estados Unidos, lo publicó en español y en inglés, y más tarde apareció en editoriales de Rusia, República Checa, Portugal, Grecia y la India. “Has bailado en casa del trompo”, comentó mi amigo el pintor José Mijares, quien no había leído a Patanjali, pero sospechaba que para un escritor cubano, publicar en la India, era una hazaña como escalar el Fuji Yama, a tres mil metros sobre el nivel del mar.

¿Qué opina de la sociedad de la que ahora forma parte?
JLF: Ya he dicho que el mundo cambia a la velocidad de un corredor olímpico. El piso se está moviendo bajo nuestros pies. Por supuesto, ocurre lo mismo en la sociedad de la cual ahora formo parte. De modo que es imposible emitir opiniones inconmovibles, que el paso implacable del tiempo se encargará muy pronto de modificar. Si esto que ahora escribo, usted pudiera leerlo en un futuro no tan lejano, se daría cuenta de lo que quiero decir.

¿Alguna otra observación para los lectores de CUBAENCUENTRO?
JLF: El Ayurveda, el sistema médico más antiguo que se conoce, dice que el ritmo de la vida está dividido en tres etapas: la primera va desde el nacimiento hasta los 30 años de edad, la segunda hasta los 60, y la tercera —y última— desde los 60 años hasta que ocurre la muerte. Yo estoy, supuestamente, en la última etapa de la vida, pero hasta ahora mi estado de salud, afortunadamente, no me trasmite mensajes de desaliento o de derrota. Tras un análisis de rutina, mi médico, la doctora María Teresa Llopiz, me informó que todo estaba muy bien. El colesterol: bien. Los triglicéridos: bien. La presión arterial: bien. Las enzimas prostáticas: bien. Lo único que debía preocuparme era la anemia, y por eso tenía que someterme cuanto antes a una colonoscopía. Mi amiga Arelys Cubero, la protagonista de mi libro Las vidas deArelys, escuchó en silencio el relato de mi visita a la doctora. “Exagera”, me dijo. Nada de colonoscopía. Lo único que debes ingerir diariamente es un batido de proteínas, que atrapa los hematíes y les devuelve su alegría original. Buen consejo. Cuánta sabiduría. En todo caso, agregó, debes hacerte una biopsia con la doctora Kendall: tienes una triste lesión en la piel, a la altura del pómulo derecho, fíjate bien, el de-re-cho, ¿me oíste, amor?, porque si te miras al espejo verás, esa casi insignificante lesión, en el lado izquierdo de tu rostro.
Un 13 de enero recibí una llamada telefónica desde Londres. Me costó reconocer la voz de Miriam Gómez, la viuda de Guillermo Cabrera Infante. Me llamaba para desearme felicidades en el nuevo año. Había intentado dos veces comunicarse conmigo, me dijo, pero yo no salí en esas dos ocasiones al teléfono para responderle. Mi teléfono es un móvil que llevo conmigo a todas horas, así que no me explicaba la razón por la cual no habíamos hablado cuando me hizo esas dos llamadas, la primera el 2 de enero y la segunda el día 8, las conservaba muy bien anotadas en un cuaderno que le iba a servir algún día para escribir sus memorias.
Me confesó que Guillermo y ella habían pasado en Londres muchas dificultades económicas, pero ahora, después del Premio Cervantes y sobre todo a partir de la muerte de Guillermo, le ofrecían millones de dólares por sus manuscritos. “Debes cuidar muy bien de tu papelería”, me aconsejó, y sus palabras me llevaron a pensar en mi muerte, una idea a la que, lo quisiera o no, ya debía empezar a acostumbrarme.