5.07.2013

NORMA QUINTANA: UN MUNDO TAN VÍVIDO COMO FANTASMAL

En poesía, la fórmula ideal es el silencio de las raíces,
la oscuridad ordenada, tan ordenada que se haga luz
a la presencia del tacto.
Emilio Ballagas



He aquí un libro de raíces oscuras, con una oscuridad de templo abandonado que sueña en silencio los ecos de plegarias antiguas, nunca olvidadas, presas en el espacio largamente huérfano de fieles. Una oscuridad con un orden tal que al roce de la memoria se inflama; el resultado es la proyección, como las sombras en la pared de la cueva platónica, de un mundo tan vívido como fantasmal.
Si aceptamos, a la manera de Rilke, que la poesía está hecha de experiencia, de recuerdos, cuando ya estos se convierten en sangre nuestra, habremos de concordar en que el sedimento de las memorias, puestas en el crisol de una sensibilidad afilada, adquiere la densidad necesaria para sostener el andamiaje de un discurso donde lo anecdótico nos observa sin mostrar su perfil, porque es proyectado sobre nuestra percepción como una sombra de tiempos idos.
         
          Es esa, tal vez, la más señalada de muchas virtudes en la poesía de Rita Martín. Poemas de nadie ilustra sin esfuerzo el poder generatriz de la ley dialéctica de la unidad de los contrarios: representa el periplo accidentado y doloroso de una vida transitada sobre los campos de la muerte; vida y muerte, conceptos antitéticos que representan dos estados de un mismo fenómeno y que podrían remitirnos, por ese “deslizamiento del sentido” al que los lingüistas suelen llamar connotación, a otros dos: todo y nada, con lo cual nos hallaremos ante una manera de interpretar la propia existencia como un lento peregrinar en el que nos vamos disolviendo mientras buscamos un espacio tangible en el cual fijar nuestra “residencia en la tierra”. Y en este punto nos ayuda mucho subrayar las palabras de la autora al definir su trayectoria poética como el “viaje que todo espíritu libre realiza para alcanzar sus formas dentro del desarraigo y la intemperie” (s.p.).
          
          Los que conocemos la íntima batalla del escritor contra la naturaleza díscola e imprecisa del lenguaje sabemos que ese “todo”, la forma justa, el concepto exacto, la vida reflejada en la palabra es, como la Ítaca de Cavafis, solo una proyección de nuestro sitio ideal: lo verdadero e importante es el viaje. Y ese viaje, la búsqueda de la forma, nos salva del sinsentido de vivir para la nada, lo vago, inexacto, el vacío: la muerte.
          
          Desde el mismo título la autora nos avisa que habremos de enfrentar un aparente sinsentido, porque ese “Nadie” que pareciera prefigurar la inexistencia de una voluntad, de un sujeto en uso de la palabra, es en la práctica un alguien que ha llevado al extremo su conciencia del caos y reclama para sí todo cuanto la nada, el vacío, tienen de fecundantes en tanto son capaces de contener potencialmente sus opuestos.

          Lo relevante, y contradictorio en el sentido dialéctico, en este modo de ser como creador está justamente en el hecho de que Rita Martín no precisa luchar para expresar su identidad, puede no ser “alguien”; su búsqueda no es de orden emocional, su meta no es la autodefinición o el autoconocimiento, no necesita decir quién es --o qué es--; ella lo sabe, nosotros lo sabemos: necesita los términos que la abarquen para representarse a sí misma en una forma que habrá de salvarla del abandono a que se ve condenado todo cuanto le ha sido entrañable. Hay, en los textos que integran el volumen, un reconocimiento del vacío desde la repletes del acto creador: todo y nada, luz y sombra, son conceptos que danzan --alucinados-- en torno a la voluntad de fijar la corriente del tiempo, de atraparla entre las palabras. Pretensión inútil si las hay, porque el tiempo es la única realidad que constantemente está dejando de serlo. Y en esa batalla de antagónicos que se complementan, lo que sale ganando es la poesía, que ha de seguir el rastro de la ausencia, del vacío, tropezando en cada estación del camino.
          
          En conocimiento de su naturaleza, el sujeto lírico testimonia la experiencia del existir para el acto de la escritura. Ser nadie, desaparecer en la nada del poema, un mundo paralelo hecho de recuerdos donde se observa a sí mismo, desdoblado, multiplicado en seres y cosas, en una vida otra que puede ser trascendente en tanto se fije en el discurso. Lo demás es transcurrir, tiempo, y por lo tanto decadencia, lento caminar hacia muerte o, como dicen sus versos en el poema “Signos” de Tocada por el astro: “Inexistencia soñada/ en la muerte / que cada día oficio en mi cuerpo y en mi alma […] Tal mi descenso/ presentido, inimaginado […] palabra en la muda sobrevivencia/ de este tiempo”.
          
          Cuatro estaciones tiene este viaje, correspondientes a cuatro breves libros escritos en diferentes escenarios, y en cada una asistimos a un como desnudamiento gradual del verbo. Mirando en lo profundo, desde el primer libro incluido en esta antología, Tocada por el astro, al último, Escenarios, nos percatamos de que se está operando una pérdida de la inocencia, de cómo la intelección del entorno se va haciendo cada vez más cruda, en consonancia con la forma en que la experiencia vital va transformando la capacidad del espíritu para asimilar lo contingente y sobrevivir. Es así como paso a paso se va revelando un estado del alma en que la certeza del yo se va diluyendo en un pertenecer a la ausencia, y son sus textos un manojo de versos escritos para el entendimiento del no ser, de la orfandad latente en el desencuentro:

Instantáneas. Frialdades.

Los cristales hablan de las veces
que caíste y empinaste
a pesar de los otros y la muerte.
Ahora un sonido X se sincroniza con el del tren Y
y enceguece tanto como la locura
del que conversa con los muertos.
Son innumerables las razones
sobre las fronteras y los limites.
Un infante roza el sueño
y hace un gesto ante el vacío.

La palabra nace falsa
como la mercancía que se vende y no se usa.
Prada vende el modelo retro de unos lentes
y Amazon.com lo hace con los libros
que aun llegan a ciertos sitios con demora
y a otros con las páginas mordidas.

Hay hoteles y plazas, académicos,
diletantes y aprendices de poeta
que no dan con el sentido de la colosal broma
escrita para ciudades inventadas.

Todo tiene un precio oscuro
y los caminos se cruzan
y al final es solo uno,
el que nos lleva a parte alguna.

Nunca pensaron que no se verían
nuevamente en este tiempo.
El amigo es ahora un ser extraño.
Oficio duro el del exiliado.

Ya no recuerda ni le apelan los momentos.

No hay certeza de las vivencias.
No hay más certeza que unas teclas con letras.
No hay más certeza que un mercado vacío.
No hay más certeza que el humo de un tabaco.
No hay más certeza que el sabor del café en la saliva.

El infante abre la boca
y traga aire y aire y aire
de la teta y el chupete.

Lo fértil es una descripción imaginaria en esta tierra.
Esta tierra es la mía.
Esta tierra no es mía.
No hay más tierra.

Solo el aire es una transitoria posesión.
El náufrago lo sabe.
(“Escenarios", fragmento)

La tensión existente entre lo emocional y el rigor expresivo que ha puesto freno al desborde de los sentimientos, nos llevan de vuelta a nuestras observaciones iniciales sobre la naturaleza singular de esta poesía hecha de vivencias, sin caer en lo explícito; de emociones intensas, sin incurrir en efusiones sentimentales; una poesía de cosas y lugares y gentes perdidas, dejadas detrás, hecha con un lenguaje que las proyecta en nuestra imaginación, en nuestro entendimiento y en nuestra emotividad con recursos verbales tan limpios y precisos que los textos jamás se descomponen ni se hinchan con palabrería vana, ni hacen concesiones al facilismo, ni caen en la tentación de la cursilería.
          
          Hecha de preocupaciones trascendentes, de interrogantes antiguas, la voz lírica de Rita Martín es una de las más sólidas de una generación de poetas que ha vivido el desgarramiento de verse dividida entre la pérdida de un mundo y la aventura del descubrimiento, de los comienzos en otro. Viene del desarraigo pero tiene la fuerza necesaria para seguir siendo, con una voluntad que le llega desde la raíz oscura y silenciosa de nuestros orígenes, más allá de la percepción superficial de lo cubano que durante demasiado tiempo nos ha vestido de ruido y de colores. Nos eleva y coloca en otra dimensión esta poesía concebida en el silencio y las sombras, pero que se vuelve luz al roce del tacto, nuestra verdadera luz.

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NORMA QUINTANA. Poeta y profesora de literatura hispanoamericana. Ejerce la crítica literaria. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad de La Habana. Poemas suyos han aparecido en revistas, periódicos y antologías en Cuba y en el extranjero. Ha publicado el poemario Éxodos (1991) y el libro de ensayos La muerte en la poesía de Nicolás Guillén. Trabaja para la Secretaría de Cultura de Quintana Roo desde 1993. Imparte las cátedras de Gramática y Redacción en la Universidad de Quintana Roo hace doce años, y en dos ocasiones ha sido distinguida como becaria del Programa de Estímulo al Desarrollo y Desempeño Artístico en la categoría de Creadores con trayectoria. Reside en Quintana Roo, México. 

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