En poesía, la fórmula ideal es el silencio de las raíces,
la oscuridad ordenada, tan ordenada que se haga luz
a la presencia del tacto.
Emilio Ballagas
He aquí un libro de raíces oscuras, con una oscuridad de templo
abandonado que sueña en silencio los ecos de plegarias antiguas, nunca
olvidadas, presas en el espacio largamente huérfano de fieles. Una oscuridad
con un orden tal que al roce de la memoria se inflama; el resultado es la
proyección, como las sombras en la pared de la cueva platónica, de un mundo tan
vívido como fantasmal.
Si aceptamos, a la manera de Rilke, que la poesía está hecha de
experiencia, de recuerdos, cuando ya estos se convierten en sangre nuestra, habremos
de concordar en que el sedimento de las memorias, puestas en el crisol de una
sensibilidad afilada, adquiere la densidad necesaria para sostener el andamiaje
de un discurso donde lo anecdótico nos observa sin mostrar su perfil, porque es
proyectado sobre nuestra percepción como una sombra de tiempos idos.
Es esa, tal vez, la más señalada de muchas virtudes en la poesía de
Rita Martín. Poemas de nadie ilustra sin esfuerzo el poder generatriz de la ley
dialéctica de la unidad de los contrarios: representa el periplo accidentado y
doloroso de una vida transitada sobre los campos de la muerte; vida y muerte,
conceptos antitéticos que representan dos estados de un mismo fenómeno y que
podrían remitirnos, por ese “deslizamiento del sentido” al que los lingüistas
suelen llamar connotación, a otros dos: todo y nada, con lo cual nos hallaremos
ante una manera de interpretar la propia existencia como un lento peregrinar en
el que nos vamos disolviendo mientras buscamos un espacio tangible en el cual
fijar nuestra “residencia en la tierra”. Y en este punto nos ayuda mucho
subrayar las palabras de la autora al definir su trayectoria poética como el
“viaje que todo espíritu libre realiza para alcanzar sus formas dentro del
desarraigo y la intemperie” (s.p.).
Los que conocemos la íntima batalla del escritor contra la
naturaleza díscola e imprecisa del lenguaje sabemos que ese “todo”, la forma
justa, el concepto exacto, la vida reflejada en la palabra es, como la Ítaca de
Cavafis, solo una proyección de nuestro sitio ideal: lo verdadero e importante
es el viaje. Y ese viaje, la búsqueda de la forma, nos salva del sinsentido de
vivir para la nada, lo vago, inexacto, el vacío: la muerte.
Desde el mismo título la autora nos avisa que habremos de enfrentar
un aparente sinsentido, porque ese “Nadie” que pareciera prefigurar la
inexistencia de una voluntad, de un sujeto en uso de la palabra, es en la
práctica un alguien que ha llevado al extremo su conciencia del caos y reclama
para sí todo cuanto la nada, el vacío, tienen de fecundantes en tanto son
capaces de contener potencialmente sus opuestos.
Lo relevante, y contradictorio en el sentido dialéctico, en este
modo de ser como creador está justamente en el hecho de que Rita Martín no precisa
luchar para expresar su identidad, puede no ser “alguien”; su búsqueda no es de
orden emocional, su meta no es la autodefinición o el autoconocimiento, no
necesita decir quién es --o qué es--; ella lo sabe, nosotros lo sabemos:
necesita los términos que la abarquen para representarse a sí misma en una
forma que habrá de salvarla del abandono a que se ve condenado todo cuanto le
ha sido entrañable. Hay, en los textos que integran el volumen, un
reconocimiento del vacío desde la repletes del acto creador: todo y nada, luz y
sombra, son conceptos que danzan --alucinados-- en torno a la voluntad de fijar
la corriente del tiempo, de atraparla entre las palabras. Pretensión inútil si
las hay, porque el tiempo es la única realidad que constantemente está dejando
de serlo. Y en esa batalla de antagónicos que se complementan, lo que sale
ganando es la poesía, que ha de seguir el rastro de la ausencia, del vacío, tropezando
en cada estación del camino.
En conocimiento de su naturaleza, el sujeto lírico testimonia la
experiencia del existir para el acto de la escritura. Ser nadie, desaparecer en
la nada del poema, un mundo paralelo hecho de recuerdos donde se observa a sí
mismo, desdoblado, multiplicado en seres y cosas, en una vida otra que puede
ser trascendente en tanto se fije en el discurso. Lo demás es transcurrir,
tiempo, y por lo tanto decadencia, lento caminar hacia muerte o, como dicen sus
versos en el poema “Signos” de Tocada por el astro: “Inexistencia soñada/ en la
muerte / que cada día oficio en mi cuerpo y en mi alma […] Tal mi descenso/ presentido,
inimaginado […] palabra en la muda sobrevivencia/ de este tiempo”.
Cuatro estaciones tiene este viaje, correspondientes a cuatro breves
libros escritos en diferentes escenarios, y en cada una asistimos a un como
desnudamiento gradual del verbo. Mirando en lo profundo, desde el primer libro
incluido en esta antología, Tocada por el astro, al último, Escenarios, nos
percatamos de que se está operando una pérdida de la inocencia, de cómo la
intelección del entorno se va haciendo cada vez más cruda, en consonancia con
la forma en que la experiencia vital va transformando la capacidad del espíritu
para asimilar lo contingente y sobrevivir. Es así como paso a paso se va
revelando un estado del alma en que la certeza del yo se va diluyendo en un
pertenecer a la ausencia, y son sus textos un manojo de versos escritos para el
entendimiento del no ser, de la orfandad latente en el desencuentro:
Instantáneas. Frialdades.
Los cristales hablan de las veces
que caíste y empinaste
a pesar de los otros y la muerte.
Ahora un sonido X se sincroniza con el del tren Y
y enceguece tanto como la locura
del que conversa con los muertos.
Son innumerables las razones
sobre las fronteras y los limites.
Un infante roza el sueño
y hace un gesto ante el vacío.
La palabra nace falsa
como la mercancía que se vende y no se usa.
Prada vende el modelo retro de unos lentes
y Amazon.com lo hace con los libros
que aun llegan a ciertos sitios con demora
y a otros con las páginas mordidas.
Hay hoteles y plazas, académicos,
diletantes y aprendices de poeta
que no dan con el sentido de la colosal broma
escrita para ciudades inventadas.
Todo tiene un precio oscuro
y los caminos se cruzan
y al final es solo uno,
el que nos lleva a parte alguna.
Nunca pensaron que no se verían
nuevamente en este tiempo.
El amigo es ahora un ser extraño.
Oficio duro el del exiliado.
Ya no recuerda ni le apelan los momentos.
No hay certeza de las vivencias.
No hay más certeza que unas teclas con letras.
No hay más certeza que un mercado vacío.
No hay más certeza que el humo de un tabaco.
No hay más certeza que el sabor del café en la saliva.
El infante abre la boca
y traga aire y aire y aire
de la teta y el chupete.
Lo fértil es una descripción imaginaria en esta tierra.
Esta tierra es la mía.
Esta tierra no es mía.
No hay más tierra.
Solo el aire es una transitoria posesión.
El náufrago lo sabe.
(“Escenarios", fragmento)
La tensión existente entre lo emocional y el rigor expresivo que ha
puesto freno al desborde de los sentimientos, nos llevan de vuelta a nuestras
observaciones iniciales sobre la naturaleza singular de esta poesía hecha de
vivencias, sin caer en lo explícito; de emociones intensas, sin incurrir en
efusiones sentimentales; una poesía de cosas y lugares y gentes perdidas,
dejadas detrás, hecha con un lenguaje que las proyecta en nuestra imaginación,
en nuestro entendimiento y en nuestra emotividad con recursos verbales tan
limpios y precisos que los textos jamás se descomponen ni se hinchan con
palabrería vana, ni hacen concesiones al facilismo, ni caen en la tentación de
la cursilería.
Hecha de preocupaciones trascendentes, de interrogantes antiguas, la
voz lírica de Rita Martín es una de las más sólidas de una generación de poetas
que ha vivido el desgarramiento de verse dividida entre la pérdida de un mundo
y la aventura del descubrimiento, de los comienzos en otro. Viene del
desarraigo pero tiene la fuerza necesaria para seguir siendo, con una voluntad
que le llega desde la raíz oscura y silenciosa de nuestros orígenes, más allá
de la percepción superficial de lo cubano que durante demasiado tiempo nos ha
vestido de ruido y de colores. Nos eleva y coloca en otra dimensión esta poesía
concebida en el silencio y las sombras, pero que se vuelve luz al roce del
tacto, nuestra verdadera luz.
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NORMA QUINTANA. Poeta y profesora de literatura hispanoamericana.
Ejerce la crítica literaria. Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas en la
Universidad de La Habana. Poemas suyos han aparecido en revistas, periódicos y
antologías en Cuba y en el extranjero. Ha publicado el poemario Éxodos (1991) y
el libro de ensayos La muerte en la poesía de Nicolás Guillén. Trabaja para la
Secretaría de Cultura de Quintana Roo desde 1993. Imparte las cátedras de
Gramática y Redacción en la Universidad de Quintana Roo hace doce años, y en
dos ocasiones ha sido distinguida como becaria del Programa de Estímulo al
Desarrollo y Desempeño Artístico en la categoría de Creadores con trayectoria.
Reside en Quintana Roo, México.
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