12.08.2013

JOSÉ LUIS SANTOS: DE LA RELEGATIO IN INSULAS A LOS ELEMENTALES VELLOCINOS. DIÁLOGO CON CARLOS ALÉ MAURI

  A María Eugenia Caseiro

En el exilio la única arma es la escritura.
T.Adorno


                
Con Apolonio de Rodas, Valerio Flaco y Robert Graves (sin descartar el influjo homérico o el resto de los antecedentes mito-poéticos de la antigüedad clásica) asistimos a una praxis inaugural, y de algún modo a la ontologización  de la extraterritorialidad, ese cómodo atisbo omnipresente hoy en los llamados estudios posmigratorios.

Argonáuticos sujetos, con innegable anclaje diegético, encarnan, digamos, la primaria idea del hombre fascinado, erotizado si se quiere, por lo que existe allende el mar, sublimación de un horizonte que dificulta o hermetiza su espacialidad (o sus entresijos externos) a los efectos oculares. Sugerencia implícita de un lugar de promesa y poder que, al decir de E. Said, regirá cual leitmotiv las nuevas utopías diaspóricas, o al menos sus imaginarios. Visto así, ¿considerarías de manera asertiva la tesis de que el vellocino y la nave Argos han sido los modelos de representación de la causalidad exílica en la cultura occidental?

Aunque la tesis de Said describe mejor la época prerrenacentista, el viaje de aventura de los argonautas ilustra esa sublimación humana cuando vamos al encuentro del otro, o de lo otro, en un descubrimiento en el que hay sin duda algo de erotismo, fascinante.

De hecho, el ser humano tiene una constitución inevitablemente viajera. Alguien como Humberto Maturana, que se ha ocupado de ese otro viaje llamado conocimiento desde lo biológico a lo cultural, nos propone una filosofía cuando explica que ya en el más elemental movimiento biológico las células no pueden sino buscarse, conectarse unas a otras, dar forma a espacios que luego se llamarán corazón, hígado o pulmones.

Al igual que la Utopía como lugar, el viaje como búsqueda de la utopía sigue teniendo encarnaciones contemporáneas, no tan abarcadoramente épicas como en la aventura de los argonautas. El simbolismo es lo que confiere al vellocino y la nave Argos su valor modélico, pero el mundo simbólico es promiscuo. Desde la época renacentista aquel simbolismo clásico comenzó a ser cuestionado con un sentido todavía actual, como en la ironía saludablemente empleada por Rabelais, o por Voltaire.

En el mundo de la Historia ya en las carabelas de Colón, que abrieron para la cultura Occidental la ruta a la modernidad de los imaginarios diaspóricos, viajó también la desmitificación. El uso de lo que hoy llamamos arte para afrontar tareas épicas fue sustituido por la astucia de gobernar que se extiende hasta nuestros días. A diferencia de Orfeo, quien cantó a los  argonautas para distraerlos de la música de las de sirenas que podía extraviarlos, el Almirante engañaba a sus marineros sobre la verdad de la distancia recorrida y la que faltaba para su destino, evitando así el amotinamiento.
                     
¿Qué nos dice después Quevedo del vellocino que pretendían muchos aventureros en la Conquista de América? Lo responde el buscón Pablos al confesar el resultado de su decisión de irse a Indias: ‘Y fueme peor, como v.m. verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres’.

No es posible modificar mucho esa descripción que aplica de manera eficaz a exilios posteriores, puesto que el exilio es también un viaje. Quizá Einstein la moderniza con un toque de racionalismo que no está exento de ironía: ‘No podemos resolver nuestros problemas con la misma mentalidad con que los hemos creado’. Esta es una definición ampliada, puede aplicarse a la otra cara de la moneda que es el ‘insilio’, el enclaustramiento ideológico, o identitario; no poder encontrarnos, o peor aún, no poder salirnos de nosotros mismos.

Hay entonces exilios fecundos cuando el exiliado logra descubrir en otra vida y otras costumbres su propia vida y los sentidos trascendentes de su costumbre, para  sumarse a lo que en el arte llaman momento pregnante, proyectarse de una manera óptima en un movimiento, en un avance que le permite progresar allí donde se encuentra y también en su lugar de origen, si decide regresar. Y hay, por supuesto, exilios estériles que comienzan por la simple persona, como nos confiesa Pablos, y la actitud se vuelve inútilmente regresiva. Digo inútilmente porque se pretende volver a un lugar cuando en realidad se trata de retornar a un tiempo, tarea condenada al fracaso.

Aterrizando en el núcleo de tu pregunta, entre las motivaciones de la causalidad exílica en la cultura occidental creo entender que te refieres a esa que puede ser lo mismo un desafío que un enaltecimiento de cierto espacio otro al que dotamos idealistamente de poderes o promesas, por ejemplo, de libertades, mejor vida,  sobrevivencia, convivencia, refugio.

Aquí hay que tener en cuenta lo que llamas efectos oculares. La gente ve el viaje hacia otro lugar a través de disímiles vidrios, sobre todo cuando se enfrenta a las condiciones reales en su destino. De ahí se derivan distintas actitudes y diferentes conceptos para definirse, uno de los cuales es el de exilio. Concretándonos a éste, no es lo mismo el que va al exilio  porque es un traficante que huye, un violador de la ley en algún país, un desamparado político, un necesitado económico, al que define su exilio con esa orfandad del desterrado que construye una ficción para sobrevivir a sus inadaptaciones o desarraigos, lo que expresa Kundera en su novela La vida está en otra parte. De manera que podemos ser exiliados en el mismo lugar donde nacimos y podemos habitar el lugar en que nacimos desde cualquier lugar llamado exilio.



Retomando el asunto, y de paso resemantizándolo ¿Cuál sería a el nivel antropológico, sociológico u otros –la politología  y el tropo incluidos– el equivalente operacional de la saga argonáutica  y la búsqueda del vellocino en el éxodo revolucionario?

Puede que sea una tarea de Sísifo. No importa lo que te diga, cada vez que llegue a la cima… mi opinión rodará de nuevo montaña abajo.

Entiendo que te refieres al fenómeno migratorio ocurrido en Cuba durante la época de la Revolución, en el último medio siglo. Podemos enmarcarlo en esta época, pero tenía antecedentes. Porciones considerables de la emigración cubana, y hasta personalidades aisladas, han tenido aquel impacto fecundante en diferentes lugares antes y después de la Revolución, igual que los éxodos de otras nacionalidades. Otra cosa es la interpretación política que demos al éxodo de cubanos en esta época.

Aquí se hace complejo aplicar los componentes simbólicos del modelo argonáutico, o del vellocino. Si lo quieres ver así, toda la saga revolucionaria que originó la nación cubana y lo que hoy nos caracteriza como pueblo ha sido también una búsqueda del vellocino como dote de prosperidad, y de la Cólquide como reino definitivo. Atribuir el viaje argonáutico solamente al éxodo de los cubanos en esta época no pasaría de ser una demarcación conveniente. Además, no ha sido solamente soportar cantos de sirenas, sino también luchar contra las harpías que impiden alimentarse.

El éxodo cubano es considerable estadísticamente. Según cifras recientes los cubanos repartidos hoy por el mundo se aproximan a un 25% de los nacidos en la isla. En su conjunto ha sido exitoso, no sólo ha encontrado el vellocino en otros lugares, también ha sido él mismo el vellocino, aunque sólo sea porque ha dado lugar a una industria que, como decimos los cubanos, ha forrado en plata a mucha gente. Ha podido insertarse de manera suficientemente significativa e influyente en los éxitos de otras sociedades, de otras comunidades,  pero nos guste o no, ese éxito es además un tropiezo porque exterioriza un daño en la sociedad cubana por el que todos tenemos algo que perder.

También la sociedad cubana ha sufrido una dislocación como otras sociedades sometidas a circunstancias de asedio y desplazamiento. Hay que ser cubano para entenderlo en sus consecuencias culturales,  sociales y económicas menos evidentes y deseables. En efecto, se van convirtiendo en tics, en marcas antropológicas que fuera de la fermentación particular de nuestra cultura se derivan también de las prolongadas condiciones de guerra en que hemos vivido y que han terminado por servir de justificación a todo, a la agresividad exterior hacia el gobierno cubano, a las políticas erróneas del gobierno cubano con la economía y con la propia sociedad cubana, al modo en que el cubano de a pie construye y maneja sus transacciones con los poderes sociales,  y al modo en que los cubanos se relacionan y consideran entre sí.

Hoy las relaciones sociales del cubano dentro y fuera de Cuba transcurren aún enrarecidas por la política, forzadas por ésta a un gran simulacro en el que, detrás del escenario donde los actores fervientes entregan su alma a la obra en que creen, el resto de la gente va tejiendo otra realidad que paradójicamente no existe porque no está sancionada por los poderes vigentes, los que aún siguen en guerra.

Es la situación que hace notar con genialidad Stefan Zweig en un breve ensayo, admirándose por una crónica parisina del día en que el rey Luis XVI es llevado a la guillotina. Una multitud primero silenciosa y después vociferante vio rodar la cabeza del Rey. Mientras tanto, no lejos unos hombres daban la espalda al espectáculo político con que nacía la República y se concentraban en pescar en el río.

Hablemos entonces de la experiencia que se vive desde la multitud vociferante. 

La cuestión política ha terminado por devorarnos, comenzando por la politología misma. Ha sido tan sobredimensionada que todo lo demás en ese conjunto ha quedado supeditado a ella, con las correspondientes distorsiones y confusiones que esto puede significar.

El éxodo cubano se convierte en símbolo expedito de esas consecuencias. Hubo una etapa en que emigrar era una marca convenientemente política, hoy es una marca convenientemente económica. Pero ya sabemos desde la patrística marxista que todo asunto económico es político.

Así las cosas, un barrio llama emigración al éxodo y el otro le llama exilio, y en medio de baraúndas y cazuelazos las hormigas del éxodo van de un lado a otro incansables cargando de todo y para todos, en especial dinero.

El éxodo es convertido en prenda y disputa igual que el vellocino, y los modos de regularlo son armas políticas y tácticas económicas cuyo costo termina siendo humano.

En el éxodo de otras nacionalidades los nexos del emigrado con su sociedad de origen conservan en general más fluidez. La gente puede moverse entre su país y el lugar en que se encuentra según el albedrío razonable que hoy se entiende en los viajes internacionales. En todo caso no depende de las peculiares restricciones que lastran al emigrado cubano en los vínculos con su sociedad natal, y también al cubano que vive en la isla cuando quiere o necesita viajar.

El emigrado cubano, dondequiera que se encuentre, está limitado para relacionarse de un modo natural con su sociedad nativa por ataduras poderosas: ataduras económicas, legales y políticas. Debe pagar una cantidad de dinero exorbitante por tener derecho a viajar a Cuba y disponer de un pasaporte cubano para hacerlo, puesto que no te permiten viajar allí si no es con pasaporte cubano si eres de esta nacionalidad. Tiene que depender de un permiso legal que otorga el gobierno cubano, algo inaudito cuando lo cuentas por ahí, puesto que lo usual es que la gente no tenga que pedir permiso para entrar y salir de su propio país. Y tiene que depender de criterios políticos, lo que nos trae al dislocamiento del que te hablo.

Lo correcto políticamente, lo que predomina en la dicotómica situación alrededor del éxodo cubano, es que si vives fuera de la isla y hablas bien de algún aspecto sociocultural de Cuba pudieras ser mal visto. Si vives en la isla y hablas elogiosamente de los éxitos de “la comunidad cubana en el exterior” debes tener cuidado, puedes hacerte sospechoso, ¿de qué?, no intentes darle nombre, entre cubanos la sospecha es eso, la sospecha; es suficiente para que sufras cualquier clase de consecuencias sin enterarte ni siquiera de que las estás sufriendo. Y lo mismo si vives en la isla que en el exterior y se te ocurre criticar algún aspecto del gobierno en la isla o sus instituciones, eso puede bastar para que no salgas o no entres, a veces en el resto de tu vida, si tu criterio molesta y es valorado con el susodicho rasero político.

Si vives fuera como emigrado y decides regresar a vivir a la isla, es un proceso más doloroso, costoso económicamente, y a veces hasta más prolongado que si decides salir de la isla a vivir en otro país. En la letra sólo eres elegible a un permiso de regreso en un puñado de casos que no incluyen la simple decisión a cualquier edad adulta de regresar a vivir a la tierra donde naciste. A ese proceso lo denominan “repatriación”, que tampoco es un término de uso exclusivo para los cubanos, o por las autoridades cubanas. Pero en cualquier caso es una palabra gravosa. En la práctica nuestra termina adquiriendo el mismo sentido que “reciclaje”.

Ese género de limitaciones no es un problema absolutamente endógeno de la isla, al menos porque en Estados Unidos, el caso más complejo cuando analizas los avatares del éxodo cubano, no sólo han operado restricciones específicas para que los cubanos puedan viajar a la isla, sino que hasta hoy ese viaje les está prohibido a los ciudadanos norteamericanos, lo cual entra en contradicción con los estatutos libertarios de la sociedad estadounidense.

Lo peculiar en la sociedad cubana es que los tecnicismos, definiciones y legalidades que comparte con otras sociedades son una y  otra vez supeditados a esa  sobredimensión política a la que me refiero y los niveles de apelación que pudieras tener siguen estando sujetos a eso. Ese criterio continúa rigiendo la valoración y el tratamiento del cubano como persona, ya sea que viva en la isla o fuera de ella. Es como la archisabida tabla rasa de tanto dinero tienes, tanto vales, atribuida a la sociedad capitalista. En este caso, tanto mérito o interés político tienes, tanto vales. En ambos es una formulación deformante.

Estas circunstancias han predominado, han sido un mar revuelto al que aún deben enfrentarse quienes, sean cubanos o no y vivan fuera o dentro de la isla, están proponiendo que los cubanos sean una sociedad inclusiva, no excluyente, y que el derecho a estar y ser en la sociedad no quede sujeto a un criterio político.

Así, los cubanos tenemos que vernos navegando en una travesía en la que hemos estado sometidos a múltiples cantos de sirenas, incluyendo los que emite nuestro peñón. Nos ha tocado ser ese punto del viaje que Martí llamó el fiel de América, pero esta definición la hemos convertido de épica en dramática y hasta en comedia. Das un paso fuera de la isla y puedes dejar de ser el amigo, el familiar, el compañero, incluso el ciudadano, ya no eres más que un ‘comunitario’, un ‘residente en el exterior’, y antes fue peor, eras un asqueroso ‘gusano’, o una prescindible ‘escoria’.  Das un paso hacia la isla y puedes también dejar de ser el amigo, el familiar o el ciudadano democrático, puedes no ser más que un ‘comunista’, un ‘comemierda’,  un ‘dialoguero’, un ‘seguroso’ o un fracasado.

Ni hablar de aquellos cubanos, en cualquier orilla, a quienes todo esto les resulta indiferente, les ‘resbala’, los que están nada más por sí mismos o por su familia, y por luchar el ‘baro’ a como dé lugar para vivir bien y no buscarse problemas.

En las nuevas generaciones, tanto dentro como fuera de la isla, ocurre por lo contrario cierta identificación que no anula el dislocamiento del que hablo, sino que lo confirma. En los jóvenes hay una actitud menos marcada por la guerra y más inclinada a las complicidades con la edad y con las transiciones de la época. Ellos pueden ir al encuentro unos de otros con una curiosidad más espontánea por sus orígenes y raíces, en el caso de los hijos de cubanos nacidos fuera de la isla, o por todo aquello que constituye una otredad identitaria, en el caso de los jóvenes que viven en Cuba.  Igual que en los años 60 y 70 del pasado siglo podías encontrar en la isla jóvenes enardecidos con el rock y el pop, tanto en la capital como en el interior de Cuba; hoy puedes encontrar tanto en el interior como en la capital el rap y el reggaetón, además del rock, conviviendo con expresiones típicas de la cultura popular cubana.

Por otro lado los hijos de cubanos nacidos fuera de la isla suelen interesarse en conocer ‘en vivo’ sus raíces, su familia, o simplemente el lugar que les dio sus genes. Sin embargo, unos y otros pudieran converger en una actitud crítica hacia las respectivas sociedades en que viven, que suele confundirse porque no siempre responde a una animadversión definida como ideología política. Encuentras que un joven que vive fuera de la isla no acepta que le prohíban ir allí o le censuren pronunciarse, y un joven que vive en la isla quiere lo mismo. Finalmente es una actitud que demuestra el dislocamiento porque pone al desnudo que la guerra está anquilosada por mucho que perdure, y que el protagonista que en última instancia cuenta, la persona, el individuo, la rebasa, ya ha cruzado el umbral hacia otra realidad y no importa las barreras que le pongan, las va a burlar.

Me he referido deliberadamente a los contrastes más fuertes que ha tenido el éxodo cubano en esta época, pero las condiciones de guerra y la hegemonía del criterio político han afectado por igual la vida de la sociedad cubana dentro de la isla.

Si quieres ilustrar su expresión en la narrativa cubana de las últimas décadas, ha sido ir del realismo socialista al realismo sucio. Durante la época comenzamos a recorrer, para usar la terminología de tus preguntas, un cronotopo regresivo. Podemos utilizar momentos cimeros ya  muy estudiados para hacer expedito este argumento, sin ánimo de excluir obras, autores, tendencias, o la diversa y joven contemporaneidad. Nuestra narrativa caminó desde el viaje de excursión y la búsqueda de la casa como elemento operacional para construir la historia  –hallar el vellocino, o nuestra Cólquide– al viaje transfigurativo y la demolición de la casa para reconstruirla en otra dimensión sobre las raíces donde se funden todas las identidades; desde Villaverde a Carpentier; desde “Excursión a Vueltabajo” a “Viaje a la semilla”. La casa del cronotopo cubano deja de ser el caserón lóbrego tan típico en la literatura latinoamericana y se transfigura en una casa abierta, en un cruce de caminos donde pueden encontrarse todos los signos, todos los seres, todas las ideas, todos los tiempos, una simiente que fluye con ese cierto gozo de la naturaleza misma en su plenitud de contradicciones. Entonces volvimos a la noción unidimensional, a un pasado al que asediamos y ocupamos para transformarlo en trinchera y terminar siendo los asediados; de “Estatuas sepultadas”, de Benítez Rojo en la narrativa cubana, a la “Casa tomada” de Cortázar en la narrativa latinoamericana, en la que algo innombrable te va desplazando y te enfrenta a ti mismo y a lo que habitas.

O estás conmigo, o contra mí. O estás dentro o estás fuera. Es otra manera de levantar paredes en vez de construir puentes.

En la realidad de la isla comenzaron a surgir y a moverse después instituciones llamadas civiles, ciudadanas, o no gubernamentales, que a pesar de presuponer una salida a ese ambiente claustrofóbico al ampliar la representatividad del sujeto social no dejan de estar conectadas a las instituciones oficiales de carácter político, de modo que resulta lo mismo: o estas dentro o no estás conmigo.

Apareció además, sobre todo en el espacio de la web, un discurso extraño, pues comienzas a leerlo o escucharlo y te parece de inicio que proviene de la disidencia, dentro o fuera de la isla, y de pronto retoma determinados clisés del discurso político oficial. Todo lo demás fuera de eso, entiéndase la disidencia, los grupos y personas que se declaran independientes y asumen una actitud y un discurso muy críticos hacia el gobierno, es proclamado obra del enemigo. Por mucho que al enemigo se le ponga por lo general la etiqueta de gobierno norteamericano, se sobreentiende que es algo que está fuera, así que el éxodo sigue siendo peligroso, pero conveniente, puesto que ya es parte de la economía.

Al cerrarse la primera década del siglo XXI persiste en sordina esa dicotomía impuesta por las consecuencias de convertir la política como componente de la cultura en una cultura gobernada por la política. Y aquí cultura no es sinónimo de intelectualidad o arte, es el campesino que siembra frijoles, el vendedor de maní en la calle, y es el médico, el ingeniero, el artista, es la sociedad, es la vida.

¿Las causas? Las cuentas del rosario: el bloqueo yanqui a Cuba; la falta de democracia en la isla; el bloqueo yanqui a Cuba; la falta de democracia en la isla; el bloqueo yanqui a Cuba; la falta de democracia en la isla...

Otra vez la piedra rueda montaña abajo. 



En formulaciones poéticas que van desde el  “y no me culpes ¡No!,  porque te pida/ otra patria, otro siglo, otros hombre./ Que aquella edad con que soñé no asoma,/con mi país de promisión no acierto” hasta “La maldita circunstancia del agua por todas partes”, pasando por el conocido apotegma  “Yo no viajo, por eso resucito”, contradictorio si se repara en el episteme de la teleología insular, ¿pudiera percibirse un ansia de contestar el síndrome de aislamiento o quizá el replanteo de lo que en la exegética ovidiana sería la relegatio in ínsulas?


La condición de isla ha sido tentadora para trasmitir sentimientos como la soledad, la incomunicación, el abandono, la discriminación, el encierro, o por el contrario la felicidad, lo paradisiaco, lo placentero. Estar rodeados de agua puede ser para algunos, no voy a circunscribirlo a Virgilio, una maldita circunstancia, un afán de conjurar lo rotoso en tu minúscula realidad; para otros es una Utopía, como ha sucedido en la literatura y en la historia.

En el caso de los cubanos el síndrome de aislamiento proviene históricamente de la condición inconclusa de una isla redimida, feliz y abierta, propia y soberana, pero sobre todo próspera y de libertades civiles incontrovertibles, lo suficiente para que puedas tener en ella lo que tienes que tener, dicho lo cual volvemos a la poesía con Guillén. La isla va y viene sobre las olas de la ideología y en el lampo de los poetas. Podemos juntar si quieres rimeros de versos complacientes para cada bando y todos en paz.

El apotegma lezamiano del no viaje es una forma sin duda categórica y hermosa de enunciar una alternativa existencial. La elegancia de esta concepción es su muy fina ironía para exponer nuestra rudeza cuando ignoramos que ciertamente ir del dormitorio al baño de tu casa, o  caminar entre parques y librerías, es viajar. Es el viaje otro, la necesidad también concomitante al ser humano del viaje interior, o la importancia cósmica de lo infinitesimal. Toda la sabiduría humana atesorada, en todas las culturas, indica que sin este viaje no nos graduamos nunca de Humanidad.

Lo cierto es que el síndrome del aislamiento sigue afectándonos, seamos o no isleños, seamos o no cubanos. Años atrás yo atravesaba las calles de la isla acosado por el “rubio”, el ruido, el humo, las arengas y la gente, y me decía: la maldita circunstancia de la multitud por todas partes. En los últimos años he caminado calles del continente diciéndome: la maldita circunstancia del auto por todas partes…

Podemos convenir en que son ejemplos extremos, pero simbolizan condiciones reales y  lo sorprendente es que el ser humano sigue formando islas dondequiera, de cualquier circunstancia, habiendo perdido en gran medida la sencilla costumbre que tuvieron los antiguos de levantar la cabeza y observar el cosmos. Han podido hacerlo con más ventaja los pocos que han tripulado las incursiones fuera de la atmósfera terrestre, y entonces la revelación es casi infantil cuando se mira al planeta desde esa altura: la maldita circunstancia del agua por todas partes. No se te ocurra descender a Virgilio a los arrabales urbanísticos de la Tierra, esas otras islas.

No por su naturaleza se limita esa revelación a ser geográfica, es también metafórica, contraviene traslaticiamente ciertos sentidos que queremos atribuir a las visiones de la poesía. La condición insular no es sólo nuestra, no es exclusiva de una isla llamada Cuba y ni siquiera de una geografía llamada isla. Desde lejos se comprende mejor la relegatio in ínsulas.

Para sobrevivir al encierro y al pánico terminamos por convertir el síndrome de aislamiento en síndrome de Estocolmo, aceptamos las razones del secuestrador.

Es sutil entonces separar lo natural de lo social y lo político en las condiciones que nos aíslan, distinguir dónde terminan los límites físicos y entran a funcionar los engendros humanos. Aquéllos son desafíos que nos hacen crecer; éstos son instrumentos para manipular lo que se nos hace entender como libertad.

Por eso el síndrome del aislamiento lo conozco de una manera muy personal a través de lo que llamo el efecto sinsonte, una historia real de mi infancia en el campo cubano, que he comentado con varios de mis amigos hablando de esa maldita circunstancia del agua por todas partes.

Mi padre recogió un pichón de sinsonte abandonado y lo llevó a casa. Fue criado en una jaula especial que le hicieron y nadie esperaba que sobreviviera ahí, pero recibió alimento y atenciones, y se convirtió en foco de atención por su talento cantor. Pasó algún tiempo y mi madre se empeñó en soltarlo para que se fuera al monte abierto. Así lo hizo una mañana, dejó abierta la puerta de la jaula. El sinsonte se detuvo en el borde de la puertecilla y allí se quedó un rato indeciso, al fin echó a volar entumido y se fue. Pensamos que quizá volveríamos a verlo alguna vez revoloteando entre los árboles, pero en la tarde lo encontramos de nuevo… metido en la jaula. Así estuvo hasta que murió.

Lo aparentemente trivial de esa experiencia me ha servido después en la vida para identificar el engendro de la jaula y la plasticidad de la mente humana para aceptarlo como espacio de libertad, no importa la forma que se le dé, puede ser un automóvil o una utopía social que siempre está por venir. Puede ser una casa, una isla, un país. Puede ser el planeta.

En efecto, nadie podría culparnos a los cubanos de haber pedido otra patria, otro siglo, otro hombre, y es que no lo hemos pedido meramente, lo hemos luchado, hemos aguantado todo y lo hemos dado todo para alcanzarlo, desde quemar la casa como hicieron los bayameses. No es que eso nos diferencie, es que nos hace vibrar intensamente en la misma cuerda de una teleología no ya insular, sino  civilizatoria, la aspiración a un mundo más humano, cada vez menos enjaulado.

Si algo nos diferencia es haber asumido en esa teleología el rol de balanza que descubrió Martí en nuestra nacionalidad. Por eso la responsabilidad es más alta, más compleja y más abrumadora. No puedes pedir otra patria, otro siglo, otro hombre, si pretendes pedirlos con la misma jaula como estructura mental.

Por supuesto, eso no borra las particularidades en los conflictos sociales y políticos de Cuba y del mundo, no justifica las políticas nacionales e internacionales que han dañado a la persona y sembrado odios; ni las vetas culturales que envenenan o contradicen la humanización,   pero el debate es más humano y menos dogmático si dejamos a un lado los micrófonos de la política y nos sentamos a conversarlo de ese modo más sensible, más íntimo y contundente, que expresa la poesía en canciones populares que hicieron también a esta época.

Desde el cosmos estaremos de acuerdo con Paul MacCartney: /… la gente es la misma dondequiera que vamos/, pero… /el ébano y el marfil viven juntos en el teclado de mi piano, señor, ¿Por qué nosotros no?

A este sentido me le pone ajo y cebolla la voz telúrica de Mercedes Sosa diciéndome al oído la experiencia chacarera de Carlos Carabajal: /Fue mucho mi penar/ andando lejos del pago, / tanto correr pa’ llegar a ningún lado. / Si estaba donde nací / lo que buscaba por ahí. 

Ya poniendo los pies en el conuco dice Pablo airoso: /amo esta isla, soy del Caribe/ no puedo pisar tierra firme porque me inhibe/.

Y para no dejar de ser cubanos, para nunca ponernos de acuerdo, hay que decir a nuestra isla esas coplas que populariza Emilio José: /Ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio, / contigo porque me matas, / sin ti porque me muero… 


Cubanidad, formación de lo nacional –peculiar, autoctonía, identitario y subsecuentes conceptualizaciones hoy maltratadas por la retórica, y en ocasiones mucho más pendientes de los reclamos sociopolíticos que de lo propiamente cultural, remiten sin dilación alguna a Lo cubano en la poesía, texto en el que no pocas veces lo canónico, respetando cabalmente la acepción del término, riñe con lo epistémico que le sirve de nutriente.

Por ejemplo en Espejo de paciencia, obra que actualmente arrostra el asterisco de lo apócrifo, Vitier suscribe la apresurada teoría de que “un rango elemental de lo cubano se esconde en germen”. Y lo mismo ocurre con “A la piña”, el horaciano híbrido de Zequeira; sus pretensiones heurísticas le llevan al extremo de inferir (y casi dictaminar) que en la pieza antes citada se “escribe una especie de apoteosis mitológica de la piña, erigiendo a la fruta barroca y deliciosa el símbolo de la isla”.

Ya antes y de modo contradictorio el mismo pensador alude a “un poeta insular, apoyado necesariamente en las actitudes y orientaciones que le suministra la Metrópolis”.

¿Piensas, teniendo en cuenta el flujo y reflujo de presencias externas en las letras endógenas de inicio, presencias greco-latinas esencialmente, que la supuesta noción de cubanía transferida por Vitier a los textos y autores señalados se halla bien fundamentada, amén del asordinamiento del criterio (para validarlo con una acotación de T.Todorov) que genera cierta sinflictividad historiográfica, al soslayar que en el a posteriori paisajístico de José María Heredia, usufructuario aún de la cuerda romántica, pero ajeno a la centralidad modélica de Europa, asistimos a una autonomía literaria genésica, a una mirada antropocéntrica desde el factor lejanía o la lejanización como topos; quizás el más auténtico y crístico de los vínculos con la nacionalidad desde el destierro, hasta entonces una elucubración más, una circunstancia desprovista de todo bautismo sígnico?

Todos los conceptos que involucras en tu pregunta son propiamente culturales, también los reclamos sociopolíticos. Hay que establecerlo así porque de manera inadvertida seguimos haciéndonos progenitores de esa inercia que lastra la urgencia que tenemos de trascender las islas mentales y llegar a ver el elefante como lo que es, no seguir definiéndolo por la trompa o por la cola. Lo que argumentas se debe precisamente en gran medida a las manías taxonómicas que hemos arrastrado y por las que asignamos un compartimento a la ciencia, otro a la política, al arte, y así lo que sigue.

Los reclamos sociopolíticos han sido dominantes en la cultura cubana, y después la política erigida en sistema de Estado. El mismo Cintio señaló el dogmatismo estético que existía desde la colonia por esos motivos. Sabemos, por ejemplo, que desde el círculo delmontino comenzó el destierro normativo de lo fantástico en la narrativa y duró hasta el siglo XX.

No debemos sustraer de la historia correspondiente ni el texto con que contaba Cintio Vitier para una interpretación y una teoría, ni su propia actitud heurística en la época en que la ejerció. En otras palabras, no debemos juzgar ni a ese texto ni a Cintio solamente desde la ventaja que hoy nos dan el texto y el aparato conceptual desarrollados desde entonces y tampoco tomar como pauta valorativa sus criterios y actitudes políticas.

Lo que hizo Cintio fue asignar, como punto de partida de una  interpretación en cuanto poética, o poiesis, un sentido literal al texto existente, llámese  cubanidad, autoctonía, o apoteosis barroca de la piña. Desde el punto de vista semiológico eso es válido en lo que propone como convención,  y es lo que hoy te permite incluso discrepar de él. Toma en cuenta que la heurística de Cintio correspondía por su lado a una época en que las nociones etnológicas se hicieron usuales o de rigor en la interpretación de la cultura, no sólo en la cubana, y se integraron como componente axiológico, el enfoque reduccionista de la cultura como valores positivos, sobre todo los autóctonos, en parte además como una reacción a las dominaciones o hegemonías culturales en la época. El extremo opuesto, esgrimir mayormente los valores negativos de la cultura, es también lo mismo, una postura axiológica reduccionista y por tanto una mutilación de las consecuencias humanas que en lo social lo producen todo, lo que nos gusta y lo que no. Otra cosa es acordar en la cultura qué vamos a dejar establecido como vida social más justa y eficaz, y  qué vamos a seguir como una ética, una moral o un canon estético, nada de lo cual es perpetuo.

Es indiscutible que siempre será necesario revisar el canon, la poética, la postura heurística. De lo contrario estaríamos negando el movimiento de la vida y sus resultados, algo imposible. De todas formas revisar no es siempre sustituir. Los apócrifos de la Biblia no sustituyeron su canon esencial a lo largo de los siglos, ese que refiere un contexto común y una necesidad confesional.

A mi modo de ver lo más importante e interesante es que tenemos en nuestra cultura los complementos que necesitamos para la expresión de lo que somos. Puedes reordenar el canon y de alguna manera ahí estarán todos y estará todo lo que responda a su convención, unos enunciados y otros invocados por contraste o ausencia, en un dialogismo fecundante de voces diferentes que definen épocas y actitudes predominantes. Tienes la apoteosis de la autoctonía por la que se rige Cintio y tienes la ironía desmitificadora de Virgilio cuando al hablar del lado infernal de la isla nos completa la realidad. Si ellos fueron excluyentes, nosotros no debemos excluirlos, los necesitamos para completar ese arco de la historia que desde la poética nos revela, igual que el cronotopo de nuestra narrativa, cómo es que hemos llegado a donde hoy nos encontramos.

Es afortunado que introduzcas a Heredia en estas mediaciones. Desde su lejanía en el tiempo nos da ya la certeza de que el exilio no es más que otro accidente geográfico donde, más que descubrirlo, nos descubrimos a nosotros mismos y así también aquello con lo que nos identificamos a pesar de cualquier impostura metropolitana. 

Decía Quevedo, otra vez él, que el dinero no cambia a nadie, solamente lo descubre. Así pasa con el Poder y su contrapunteo, el exilio, que casi siempre han ido en mancuerna. Heredia es esa figura en la que chocan aquellas fronteras y se descubre la persona en sus atributos más humanos, emocionales y sentimentales, la raigambre filial e identitaria, el costado que más sufre sometido a las ambiciones sociales y políticas en la conflictividad histórica. El valor de su obra que le gana un título fundacional para la poesía cubana ha sido demostrado por estudios como los de Roberto Méndez. Sin embargo, no es menos importante el valor de su conducta para demostrar la fuerza raigal de una cultura emergiendo entre contradicciones ideológicas y emocionales como marca de identidad. Si su poesía es pre romántica, su decepción al volver a la isla desde el exilio es pre moderna.

Aunque  Heredia se le confiera ese valor de la mirada antropocéntrica que desde la lejanía puede asumirse en un topos identitario, que es literario y patriótico, y aunque finalmente haya ganado comprensiones en nuestro panteón poético, quien estableció su valoración salomónica y completa es Martí. Su interpretación de Heredia nos deja una cartilla que lamentablemente no ha tenido después suficientes alumnos aventajados.  Gracias a su grandeza, y a pesar de su distinta ontología y de su actitud consecuente hasta su muerte en apoteosis, Martí comprendió las dimensiones humanas de Heredia y su decepción porque él mismo sintió el espanto, luchó contra la decepción y lo confesó a la única persona en la que podía ver un símbolo de entendimiento, a un niño, a su hijo. Martí, además,  no divide la cultura en actitud política y actitud estética, mira éstas como son en un mismo fenómeno, la cultura cubana en un momento de su historia. Lección magistral que todavía necesitamos.

Desasistidos por una sociología e historiografía literaria, incapaces de trastocar en operatividad legitimadora tantas cuotas de malditismo y parcelamientos del albedrío, al punto que hoy no resultaría desacertado augurar la presencia de un sujeto sociocultural menos militante en el sentido gramsciano, menos receptivo a los reclamos del otro y lo otro. ¿En ese continuum de improntas excluidas por motivos extraestéticos evidentes  (ni siquiera ambivalentes), apuntalarías la tesis de La Patria Literaria, ese magnificente postulado que alguna vez emitiera César López?

Más allá de lo magnificente, de la visión de la literatura que nos da ese postulado como un espacio único, cuajado en la palabra, que nos puede contener a todos, absueltos de lo políticamente pecaminoso y participantes de una comunidad en la que además de la lengua podemos compartir muchos otros elementos identitarios y solidarios.

La Patria Literaria tiene ascendencias marcadas, como la Patria Intelectual que postuló José Enrique Rodó y estuvo vigente a principios del siglo XX. Martí participó también de esa visión ecuménica y al mismo tiempo nos dejó una pauta muy práctica sobre la trascendencia y la pertenencia. Para él Patria es Humanidad, pero es Cuba, no como literatura, sino como ente geográfico, cultural, social, y sobre todo humano. Fue tan práctico que no dudó en pasar de la pluma al revólver cuando tuvo que hacerlo.

La literatura tiene esa propiedad que de manera luminosa conjeturó Borges: en ella convergen y divergen todos los sentidos posibles. De ahí que sea amada, despreciada o usada según convenga a otros predios culturales, en especial la política y el mercado, el evidente motivo extraestético, ante los cuales puede no sólo defenderse por sí misma, sino también pasar a la ofensiva, como en Ensayo sobre la lucidez, de Saramago. ¿Qué pasaría si en un día de elecciones la mayoría de los votantes decide sin haberse puesto de acuerdo emitir su voto en blanco? Ahí tienes uno de esos libros que no se acomodan a los estantes de ningún gobierno, como no sea para demandar que se refiere a los demás. Y es que  a la luz del estado de cosas en el mundo de hoy comprendes que el sujeto sociocultural gramsciano puede traspasar desencantado las páginas del libro y echar a andar por las calles.

La Patria Literaria es un postulado elegantemente estético. Se contamina apenas comienzan las lecturas y no puede ser de otra forma, puesto que la literatura es un componente de la realidad. Hablar entre los escritores cubanos de una Patria Literaria es hermoso y estimable, porque nos proporciona un estuario civilizado y transitorio donde podemos confluir y en alguna medida eludir esa dificultad del parcelamiento y las arbitrariedades. Sin embargo, es un reducto. La sociedad no está integrada solamente por escritores, y sus problemas urgentes no son menos acuciosos que el de la historiografía literaria. A la vez, los escritores son en rigor personas de la sociedad, gente común, tienen las mismas necesidades ordinarias, experimentan por igual sentimientos y emociones nacidos de la realidad en que viven; comparten los mismos derechos y deberes.

Si algo es deber y es derecho, y nos enfrenta tarde o temprano a nosotros mismos como gente común, es el imperativo civilizatorio de que las bases culturales de la Patria, más allá de la literatura, estén levantadas sobre  esa concepción ecuménica sin que lo político nos devore. Si logramos esto habremos recuperado el cuerpo completo de la Patria y de la Literatura. Habremos ganado la guerra en su extensión mayor, que no es ideológica ni militar, sino crecer como Humanidad.

En lo personal sigo necesitando una conciencia identitaria y tomo la noción histórica o clásica de Patria, ligada a la tierra chica y los sentimientos. Hay una vivencia en especial que definió de un modo abrupto mis propias ambigüedades y hasta mis remilgos para las trilladuras del patriotismo. En la última ocasión que quise visitar la isla me expulsaron desde el aeropuerto en Cuba. No hubo ningún motivo técnicamente legal, no había errores de documentos, tenía el correspondiente permiso y no soy un delincuente ni un terrorista. Un comentario del oficial de aduanas me dejó ver que había un motivo político.

Confieso que ninguna otra experiencia en mi vida había sido tan humillante y desgarradora. Sin embargo, en un instante se definió para mí como persona qué es verdaderamente la Patria, sobre todo cuando alguien te lastima y te humilla en su nombre y todavía puedes comprender que no es ella y la sigues amando.

La patria existe. Aunque para muchos pertenece al género de sentimientos como el amor, la felicidad o la esperanza, que han sido sublimados, trivializados, ajados o renegados por todo tipo de experiencias, personas y artes, hasta el punto en que a veces nombrarlos se hace fútil o propagandístico.  Existe, sin duda, como todos esos sentimientos con los cuales comparte la dote de enaltecer, forjar el carácter y mover voluntades. Puedes ser el antipatriota más deslenguado, puedes sentirte hastiado de tanta retórica patriótica, hasta que un vuelco del destino derrumba tu atrincheramiento y te invaden las emociones que te identifican con una pertenencia de la que no quieres ser despojado, una condición o estatus que se descubren vitales. No importa si lo defines como un lugar, un ser, una vivencia, un arraigo filial o una condición de espíritu. Te pertenece, le perteneces. Es por esto que los intentos políticos por detentar la exclusividad en definir la Patria han estado condenados al fracaso.  Como dice nuestro ineludible Martí: no es feudo ni capellanía de nadie. Lo mismo que la literatura. 


En el relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo, trasladado luego al soporte cinematográfico como Fresa y Chocolate, se activa, ya sea por sinonimia, implicitud, la clásica interrogante de Spivak: ¿puede el subalterno hablar? En ambos casos se acude a un atisbo diegético que centra sus recursos discursivos en la no tolerancia de uniones sexuales radicadas en las afueras del consensus omniun. El eje temático dista mucho de versar sobre lo exílico, al menos no está en su presupuesto ideoestético obvio, no obstante se emite su salida a un hermetismo cultural, adlátere de lo social; aunque el hermetismo, lo reconozco, implique cierta percepción eufemística. Yo te preguntaría si en la memorable secuencia del abrazo entre sus protagónicos, además de quebrar antinomias ideológicas y ofrecer una perspectiva inusual de las otredades sexuales, no se está legitimando el fenómeno exilar desde una óptica no problémica o representativa de su despolitización, ya que por el travelling  de su núcleo fictivo pasa una muy importante codificación: lo humano.

Tanto el relato de Senel Paz como su versión cinematográfica tienen también esa lectura, aunque en la película esté acentuada por sus licencias respecto al relato, y es que cualquier enfoque de la tolerancia puede vagabundear y termina inevitablemente en el mismo sitio: la política, la necesidad de modificar los consensos de la sociedad en bien de la humanización. No puede ser de otra forma porque donde termina la polis comienza la jungla, o como observó Aristóteles: el hombre es un animal político. Conviene también entonces distinguir que una despolitización no es ausencia de un criterio político, sino dar espacio y participación a cada componente de la cultura humana, de modo que la política deje de ser vista como sinónimo de Estado, Poder, ejército o agencia de inteligencia, en otras palabras, imposición. Incluyo la imposición moral, ya sea secular o religiosa.

Ese abrazo protagónico en el arte es también político, abarca al fenómeno exílico y a la sociedad cubana que vive en la isla. Ninguno de los dos está cortado en una sola pieza. La sociedad cubana se inscribe en la cultura occidental, donde no existen sociedades monolíticas, unánimes, y en el mundo mismo ya es inaceptable que un solo país o una entidad representada por un grupo de países pretenda regir los destinos de toda la Humanidad.

La tolerancia del homosexual en la sociedad cubana ha tenido que reñir no sólo con la imposición moral, sino además con la imposición de la política como criterio de gobierno. Su caso permite por eso ilustrar la interrogante: ¿puede el subalterno hablar? Sin embargo, el homosexual no ha sido el único subalterno falto de palabra en la sociedad cubana, y no en esta época, desde siempre la palabra de muchos subalternos ha sido silenciada o anulada por el Big Brother político. El abrazo legitima entonces un mosaico social más amplio, una necesidad de tolerancia más abarcadora, el completamiento emancipatorio del proyecto martiano que todos los cubanos comparten como un credo, dentro y fuera de la isla.

Pero la tolerancia no es todavía justicia, es apenas el primer paso hacia ella, hacia un estatus que se extienda de la moral a las leyes, al ejercicio válido de tu ser y tu palabra como parte íntegra de la sociedad, dentro de los límites humanistas que todos podemos compartir y que excluyen la corrupción, la violación, la tortura, el terrorismo,  la guerra, el soborno, lo que sabemos en común.

Aunque tampoco de este problema se deba hacer una isla de la situación cubana, y el debate y la lucha por los derechos del homosexual están todavía en marcha en el mundo, no se trata de caer en aquello de mal de muchos, consuelo de tontos. Al contrario, que fuera de Cuba también exista injusticia social, discriminaciones, prostitución, perversiones de ese maltratado decálogo moderno que llamamos derechos humanos, nada de esto exime a la sociedad cubana de la obligación que encara de resolver sus propios males y llamarlos por su nombre. Hoy, como en el pasado,  ¿quién tira la primera piedra? Este argumento es para mí la mejor defensa de la persona que se ha hecho en los relatos civilizatorios, y no precisamente de un modelo de ciudadano.

La pregunta de si puede el subalterno hablar no entraña la respuesta evidente que puede darse: sí, en Cuba el subalterno no ha dejado de hablar. La pregunta necesaria a lo largo de esta época ha sido si puede hablar no en las cafeterías, las tertulias, las reuniones institucionales, en las salas de las casas, las encuestas o los informes burocráticos, sino por el altavoz público, de toda la gama de matices morales, políticos, religiosos, ciudadanos, ideológicos, en fin, culturales, que caracterizan la vida de cualquier sociedad. Se entiende que hablar no es decir nada más lo que conviene, lo que se pide escuchar o lo que se quiere escuchar, sino manifestar y debatir de modo natural, legítimo, todo lo que afecta, inquieta o motiva espontáneamente la vida política de la sociedad, incluidas las disensiones, incluido su gobierno. En otras palabras, ejercer políticamente la cultura.

Armando Hart decía que separar la cultura de la política es un error cultural, y separar la política de la cultura es un error político. Habría que poner sobre sus pies esa idea. Citarla es recordar que también hablar ha tenido sus etapas o décadas en Cuba. Sobre todo a partir de los años 80 del pasado siglo, y en los ambientes artísticos, el subalterno ha hablado en Cuba como nunca antes desde los inicios de esta época. Decir en los años 70 algunas de las cosas que hoy dice el subalterno en Cuba era inconcebible.

Entonces la pregunta hoy es quizá otra: ¿por qué sigue el subalterno hablando lo mismo?

En cuanto al  fenómeno exílico, ha sido un problema que agudizó la política como criterio de Estado, dentro y fuera de Cuba, y dejando a un lado las razonables normas que implica toda migración humana.  Es ese criterio lo que hizo expandir el fenómeno exílico y lo que ha ido imponiendo etiquetas y dogmas antinómicos que lo manipulan. Por eso el abrazo protagónico en la literatura y la cinematografía no deja de correr el peligro de la promiscuidad simbólica, de ser utilizado para simplificar, como diría Barthes, una falsa realidad: soy tolerante, otorgo libertades, dicho por un lado. Por otro: ¡Qué denuncia de la discriminación en Cuba!

¿Puedes negar que haya razón en ambos? Ese es el poder reduccionista que tienen las etiquetas y paradigmas impuestos, o como ha dicho alguien, los paradogmas.

Lo que está en medio es una expresión del arte cuyas lecturas o significados van mucho más allá de esas encrucijadas, y es una realidad humana que a pesar de las imposiciones políticas y morales no deja de acrecerse, de buscar mejoramientos y apretar pechos para vencer rencores; aspirar a cotas mayores, aceptar desafíos y también lanzarlos en medio de sus limitaciones. Es esa humanidad, ese abrazo, lo que prefiero aceptar.


Siempre me ha parecido que el hecho de nombrar Little Havana, aún reeditando lo perdido con apoyatura en el estatus anglófono, es una forma de verificar fragmentaria  y lexicalmente la insularidad, flexibilizando el mito de la  terra ignota  mediante el traspaso del significado a una topografía ajena ¿Allanamiento por resignificación? ¿Tal vez una suerte de globalización dentro de la globalización, invirtiendo a nuestro favor el episteme Mcluhaniano? ¿Acaso un espacio de alteridad lingüística presto a desafiar la postura subalterna que le confiere el mainstream estadounidense y los absorbentes moldes en que operan las lecturas metropolitanas del otro, lo que Gauttari y Deleuze representan con la metáfora de las aves que territorializan su dominio mediante el canto, o la táctica de trabajar dentro de los intersticios según L.Knauer?

Quizá el desafío más grande que va descubriendo la globalización es que la aldea está lejos de ser global y mucho menos una aldea. El episteme de McLuhan es ingenioso, pero excesivamente anticipado y probablemente afectado por la confusión entre medio y sujeto.  Si vamos a denominar al mundo según el medio de la interconectividad humana y el perímetro de quienes pueden utilizarlo, ya estamos globalizados desde que apareció el telégrafo, o desde que apareció el teléfono y desde más atrás.

La globalización es un terreno en el que hay que excavar un poco antes de aplaudir a los ideólogos o políticos que plantan el arbolito de lo bueno o lo malo.

La realidad es que, contrario a la impresión que tenemos los beneficiarios de las nuevas tecnologías de la información, es enorme la cantidad de lugares y personas del planeta que no tienen todavía acceso a ellas. Por otro lado, si tienes la suficiente jerga, tiempo y curiosidad, y por supuesto, la posibilidad para entrar a un chat internacional en el Internet, te das cuenta de que en ese nuevo medio globalizante sigue campeando el mismo galimatías lingüístico y cultural que ha sido el mundo desde la torre de Babel. Igual pasa en los demás medios emblemáticos de la globalización, la mensajería de texto en celulares, la televisión, la radio. Hay ya hasta un léxico del lenguaje en la mensajería por celulares, un medio en el que algunas editoriales comienzan a emitir versiones de novelas y realizan concursos de microrrelatos.

Como pasa con cada fenómeno cultural, los nuevos medios terminan motivando nuevas expresiones, así que también encuentras una jerga específica de ellos que algunos valoran como genuino lenguaje, otros lo consideran empobrecimiento y alguno lo ha utilizado como recurso estilístico en la literatura. Pero a pesar de que surge una especie de norma, siguen distinguiéndose diferentes matices culturales y específicamente lingüísticos que denotan a sujetos distintos.

Trabajé varios años en la televisión y al procesar telenovelas latinoamericanas me sorprendía a veces el uso de vocablos que en Cuba había dejado de escuchar desde mi infancia campesina. Y en la radio se hace difícil el control de lo correcto en un ambiente multicultural. Lo que en Cuba es una mala palabra resulta un término habitual en otros países, y viceversa. 

Lo nuevo de la globalización contemporánea es que hasta ayer por la mañana las emisiones eran eminentemente monológicas. Hoy son dialógicas y el emisor que no lo acepte acabará por descubrir tarde o temprano que sus mensajes terminan cada vez más pasando de largo frente a ojos y oídos conectados con otros intereses, o en una mayor cantidad de cestos de la basura, y que sus seguidores dejan de aumentar  o desaparecen, incluso entre sus mismos simpatizantes. Es lo que ha sucedido con los modelos que de la noche a la mañana han conquistado a la ‘aldea global’: Youtube, Facebook, Twitter, por ejemplo.

El emisor tiene que  llegar al contexto del sujeto y ese contexto es también étnico y personal. La moraleja: o conversas, es decir, dialogas, o te quedarás hablando solo, es decir, monologando.

Esa persistencia de lo identitario, de las alteridades y del consiguiente valor que porta la persona ha sido redescubierto en las circunstancias globalizantes del mundo actual. El comportamiento de las estrategias que dominan la comunicación indica sin duda que están reconociendo en el individuo la permanencia de un poder de cambio al que ya juegan otras apuestas. En el Internet los motores de búsqueda que se reparten la ‘aldea global’ han transferido ese poder a sus fórmulas para procesar y entregar información, han incorporado de lleno las funciones que representan las llamadas comunidades virtuales o redes sociales, como norma para medir el valor o la popularidad de la información que entregan. Básicamente se trata de ganarse el poder referencial de la persona y su palabra, que siguen teniendo una gran autoridad en los contextos locales. El modelo ya ha sido adoptado por la política, como era de esperar,  y es más que evidente en las estrategias de los poderes hegemónicos del mundo y sus aspirantes.

En ese contexto nombrar Little Havana es invocar por antonomasia lo cubano en la ciudad de Miami, pero en este caso sigue siendo una invocación transida de politizaciones. Puede prestarse a las miradas teóricas y verse como todo eso que mencionas, insularidad fragmentaria, resignificación, alteridad lingüística, metáfora o intersticio. Pero también es interesante ir a lo más simple y a los orígenes, a la inveterada costumbre humana de la toponimia, que suele darnos significaciones más accesibles que las teorías, a veces sorprendentes.

En Cuba hay un lugar llamado California nada menos que en las estribaciones de las montañas del Escambray, como mismo existen allí otros lugares cuyos topónimos se enlazan con sitios de otras partes del mundo.  En California,  Estados Unidos,  hay dos asentamientos que llevan el nombre de Cuba. Hay una pe­queña ciudad –¿una isla?– llamada Cuba,  en el Estado de Kansas,  que fue fundada en 1868 y recibió su nombre de uno de los fundadores, que había vivido antes en la isla. Y existe asimismo  otra pequeña ciudad –¿otra isla?– llamada también Cuba, que se encuentra en el Estado de Illinois. Su conexión con nuestra isla caribeña es indudable, puesto que esa ciu­dad fue renombrada así tras la guerra Cubano-Hispano-Norteamericana, y no tengo conocimiento de que allí viva o haya vivido algún cubano. Hay otros varios pequeños lugares dispersos por Estados Unidos llamados Cuba, y cuyo nombre es anterior a esta época.

En la ciudad de Miami encuentras un taller de autos nombrado Villa Clara, y en la ciudad de Hialeah un restaurante que se llama Tortillera Colombiana. Si nos extendemos más allá de las toponimias, recordarás que vocablos como guajiro y guagua, tan recónditamente simbólicos de la cubanía y la vida cotidiana en Cuba, se originaron del inglés y específicamente del hablante y la cultura norteamericanos, de los yanquis.

Creo que por ahí anda la globalización legítima, la que el ser humano crea y recrea acá y acullá en el movimiento histórico de la vida y la cultura, fecundando el surgimiento de alteridades lingüísticas e indentitarias que, sí, pueden desafiar las corrientes culturales y estrategias dominantes, y de hecho han puesto en jaque a la tecnología de los poderes emisores; no como respuesta a construcciones conceptuales que más bien han sido instaladas para describirlas desde miradas frecuentemente contaminadas por convenciones políticas o insularismos intelectivos.

En este panorama, ¿qué es la aldea global? Plástico, metal, circuitos integrados y muchos intereses acechándose mutuamente, eso sí, en un mercado mundial.

Para ponerse en fase con la complejidad de este fenómeno en que el sujeto sigue siendo local y a la vez ubicuo, los procesos identitarios se manejan hoy con una concepción dinámica, transformativa y múltiple, hasta el punto en que se acepta que en un sujeto pueden coexistir identidades distintas. Experiencias como Little Havana, que comienzan como una actitud psicocultural traspasando elementos identitarios a lugares diferentes al de origen, luego pueden ser tomados como clisés políticos o del mercado. La imagen más extendida de Miami por el discurso político del antagonismo es la “sagüeserea”, la calle ocho o Little Havana, signada por la iconografía cultural del pasado histórico cubano,  para hacer funcionar el presupuesto ideológico de una hegemonía cubana miamense congelada en el odioso pasado y pretendiendo reconquistar la isla para instalarlo, es decir, la explotación capitalista, la injusticia social, el enemigo.

De esa manera la atención queda centrada en las polaridades políticas predominantes y se ignora que en el territorio que incluye a Miami conviven personas de unos 160 países con sus respectivas culturas, intersticios o resignificaciones. Debe decirse de paso que el multiculturalismo en Estados Unidos continúa siendo en gran medida un problema debido a la insuficiente asimilación y armonización de unas culturas con otras, lo cual ha tenido inclusive repercusiones económicas.  Por lo general la gente tiende a seguir agrupándose, identificándose o ignorándose según sus nacionalidades y culturas.

Es indiscutible el peso que han tenido los cubanos y su cultura en el desarrollo y la evolución de Miami, pero esta ciudad no es solamente Little Havana, ni todos los cubanos se ubican en ese intersticio. La sociedad cubana de Miami manifiesta, igual que la de la isla, los cambios de época y generacionales, expresados no sólo en iconografías y expresiones culturales diversas, que no excluyen las del pasado histórico, sino también en las actitudes políticas. Esto es mencionado convenientemente en la isla cuando los cubanos que en Miami no aceptan el embargo económico de Estados Unidos a Cuba salen a la misma calle ocho en Little Havana a protestar públicamente para manifestarlo.

El antagonismo político ha producido también el clisé de Miami como ciudad maldita y estéril culturalmente, la hacienda de la mafia. Sin embargo, además de la cultura popular que encuentras en Little Havana tienes también, por ejemplo, el Art Basel de Miami, el más grande evento artístico internacional de Estados Unidos; tienes Una importante Feria Internacional del Libro; un festival de cine; un Adrienne Arsht Center donde se presentan figuras mundiales de otros géneros como la ópera y el ballet;  un movimiento teatral … No hablo, por supuesto, de un emporio cultural en esta ciudad donde aún faltan muchas cosas por desarrollar, como una receptividad literaria más diversa y una industria editorial que le corresponda. No es tampoco un modelo extraordinario de sociedad y política, hablo de que ante las realidades contradictorias y complejas se dispara el latiguillo simplificador de la caricatura.

La esquematización opuesta es similar. El clisé predominante al hablar fuera de Cuba de la sociedad en la isla es una caricaturesca dicotomía tras la que puja la cuestión politizadora, y que va desde la imagen epidérmica del buen salvaje dada por el turista común o el visitante oficial que cree conocer lo suficiente de la sociedad cubana cuando lo llevan a Varadero, la Bodeguita del Medio, algún hospital para atender enfermos de otros países, la casa de un ‘babalao’, la librería, una escuela o el santuario del Cobre; hasta el discurso antagónico extremo, dominado por imágenes como la decadencia urbana, la escasez material, la población hacinada, la prostitución, el horroroso transporte público, Fidel enfermo, el acoso a los disidentes.

Es una extensión de lo mismo, de aquel dislocamiento que ha provocado la politización casi absoluta de la vida, que además de haber originado en gran medida la realidad en la que se sustenta hoy, nos polariza en una trinchera mercantil y otra ideológica como emblemas de legitimación o incriminación, según sea que nos miremos a nosotros mismos o al otro. Eso es lo que lleva a su vez a que el comportamiento étnico en determinado momento o grupo sea politizado como blasón cultural, como emblema turístico o interpretación antropológica de toda una sociedad.

No creo que una visita al Barrio Chino en La Habana, o a los barrios chinos de otras ciudades del mundo, permita conocer de un modo suficiente cómo es la cultura china, para eso hay que hacer un viaje más largo, pasando por el de Leonardo Padura a las entrañas de la cultura china en la cultura cubana y hallando con Gao Xingjian La montaña del alma.

Little Havana sería el comienzo de un viaje también largo para comprender cómo vive, muere o se reproduce en su humanidad un fragmento más de la cultura popular cubana lejos de su lugar de origen y en simbiosis con otra cultura que no la ha hecho desaparecer.

Quedarse en los extremos significa no distinguir que a pesar de los usos legitimantes de que sea objeto, y de los desdoblamientos identitarios que abarcan la lengua,  hay mucho patrimonio histórico de la cultura cubana conservado en Miami, una parte del cual no existe ya en la isla.

Una vez leí una noticia sobre la colaboración de instituciones norteamericanas con las autoridades y especialistas cubanos de la Casa de Hemingway en Cuba, para preservar el patrimonio que este lugar representa, amenazado por el deterioro. ¿Cuál es el nombre de esos especialistas norteamericanos? ¿Cuál el de esos especialistas cubanos? La noticia misma era apenas una nota sepultada en un alud de desgracias, guerras, asesinatos, escándalos de la política y la farándula, chismes de famosos, reclamos electorales, y por supuesto, las últimas andadas del régimen cubano. Supongo que en el otro lado aquella nota haya estado sepultada igual en un alud de cosechas de papa o producciones de organopónicos, visitas de presidentes, mesas redondas, desfiles, inauguración de alguna obra, efemérides patrióticas, fechas históricas, entrevistas a premios nacionales, declaraciones de ministros sobre los avances en la educación y la salud o la heroica resistencia de la cultura, y por supuesto, las últimas andadas del imperialismo norteamericano.

Seré pueril. Aquella nota me alegró el día. Si lo miras así, distingues el camino otro, el que lleva, como te decía antes, al momento pregnante. Por ahí encontraremos también a los pescadores viniendo del río.



En el texto  “El abedul de hierro”, perteneciente al todavía hoy incriminado Fuera del juego, la simbiosis autor/sujeto lírico explicita un severo cuestionamiento de la otrora URSS focalizando a Stalin, el errático líder epocal. El poema es de algún modo el anticipo denunciante de las comandancias de los procesos creativos que luego llegarían al trópico bajo el rótulo eufemístico de realismo socialista.

Es curioso que en fechas y contextos distantes, también inquietudes antihegemónicas hallaron eco en los célebres decasílabos de Byrne, y mucho antes en la impronta martiana. ¿Convendría, a riesgo de que se nos tilde de eurocéntricos, una interpretación foucaultiana del citado episodio de dogmatismo, que a su vez conduce a un triste episodio exilar?

Es un hecho que el conocimiento y el discurso de las sociedades están vinculados al ejercicio del Poder en ellas. De modo que ineludiblemente Foucault está presente cuando hablamos de esto en la actualidad, y con él todos los precedentes y consiguientes que así lo han demostrado.

Era inevitable que también en el discurso literario apareciera en sus alternativas expresivas aquel proceso que tuvo su clímax con Fuera del Juego y Heberto Padilla, para desembocar en el realismo socialista, el período ‘gris’ que algunos han llamado quinquenio y otros década.

Las críticas al estalinismo y sus secuelas en la URSS no faltaron en la intelectualidad, el contexto social y los medios de comunicación cubanos desde antes de 1959. Por no faltar, no faltaron ni en la revista Selecciones, un cereal ligero para consumo masivo que llegaba a Cuba desde Estados Unidos, diseminando un anticomunismo que nos completa históricamente el drama de enredos de estas antinomias en las que terminó Cuba por caer. Hoy se sabe que aquellas críticas no eran infundadas y que los crímenes soviéticos eran tales; se sabe que las potencias que actuaron de jueces en Nüremberg contra los líderes del fascismo naufragaban e discrepancias éticas e incurrieron durante la guerra, en su desenlace y en el mundo que se repartieron, en hechos también condenables.

Seguramente nos falta mucho más por conocer, si es que algún día se llega a saber, para que podamos interpretar con más claridad esa zona oscura de la historia humana. Fue tan gris como el quinquenio cubano, que tuvo un antecedente más famoso en Estados Unidos con el episodio del Macartismo, por los mismos motivos y con las mismas justificaciones: conspirar con el enemigo; con análoga manipulación del arte y con muchas vidas de intelectuales valiosos destruidas. A todo esto se remonta sin duda la ascendencia del capítulo cubano de la década o quinquenio gris.

Lo que entonces era llamado Comunismo resultó ser un par del Capitalismo igual que esas fuerzas que en la Física conocemos como acción y reacción, inseparables y productoras de fenómenos.

Sin embargo, la cultura cubana se adelantó en muchas cosas, hasta en dar al continente la Constitución más avanzada para su época en los años 40 del pasado siglo, por mucho que sólo faltara hacerla funcionar en la realidad. Teníamos en nuestra propia cultura los referentes necesarios para ser no ya el fiel de América, sino del mundo, sin dejar de seguir evitando que los intereses de los poderosos cayeran sobre nosotros y sobre Latinoamérica.

Es indudable además que eso mismo, unido a la base popular que tuvo la Revolución Cubana, donde estaba representada toda la sociedad, fue un desafío para las hegemonías del momento y esto puso a Cuba en medio de aquel ruedo o duelo de gigantes en el mundo. Esta es la zona de explicación histórica, la que conocemos como un episodio de sobrevivencia cuando el gobierno cubano buscó amparo en la alianza con la URSS.

Y he aquí que una cultura que había avanzado desde sus orígenes a contrapelo de las convenciones, sin renunciar a su rebeldía indomable para crear sus propios modos, con una creatividad y originalidad que hicieron aportes universales, comienza a utilizar la fotocopiadora frenéticamente, como fascinada por un descubrimiento en las oficinas de la burocracia soviética.

Es necesario añadir que cuando se habla de aquellos años todo queda reducido a errores cometidos en la cultura entendida como sector artístico, y en particular a partir del Congreso Nacional de Educación y Cultura en 1971, pero la historia ha demostrado que no es así, que las fotocopias no fueron únicamente de las corrientes dogmáticas en el arte soviético, sino que abarcaron la estructura socioeconómica y política de aquel sistema.

No porque se evite hablar de esto se va a olvidar, ocultar o negar la responsabilidad de quienes en Cuba facilitaron ese desliz que anulaba en principio tanta ética, tanta virtud cívica, tantas lecciones que la cultura cubana ha atesorado como advertencias, como una suerte de vacuna contra tales virus, comenzando por Martí, nuestro hombre cumbre.

Sin duda ha habido guerra, ni siquiera desde 1868, la ha habido desde Hatuey, desde lo que ha significado Salvador Golomón en la literatura cubana, sea o no apócrifo. Gobernar no es coser y cantar, nadie tampoco lo ha definido tan escueta y acertadamente como Martí: “En política lo real es lo que no se ve”, pero hay diplomacias y diplomacias. El resultado es que quien lo quiera puede dar a todo aquello una explicación ideológica, pero no se pida coherencia, porque no la tiene. Y hasta hoy en la cultura cubana se sigue debatiendo secuelas de ese episodio. Una de ellas es la continuidad de las exclusiones.


De tu respuesta  se deduce que Padilla, lo mismo que Cabrera Infante, Lorenzo García Vega, Reinaldo Arenas, Leví Marrero, José Kozer, Carlos Victoria, Antonio Benítez Rojo, Eugenio Florit, Magali Alabáu, Labrador Ruiz, Mañach, René Ariza, Hilda Perera, Heriberto Hernández Medina, Félix Luis Viera, Magnolia García, Juan Carlos Recio, María Elena Cruz Varela, Zoe Valdés, Karla Suarez y todo un largo etcétera que te incluye, continúan siendo, con independencia  de la fluctuación diaspórica a la que pertenecen, una especie de agujero negro o asignatura pendiente en la historiografía literaria de la isla.

El punto de giro para los ausentes, que no son solamente escritores y forman un listado innumerable, es si están dentro o fuera de la isla. Y estar dentro o fuera no se refiere a si residen en Cuba o en el extranjero, sino a su valoración política en circunstancias que no son similares para todos.

De alguna manera esa valoración produce y reproduce situaciones fantasmales. En ningún lado se constata visiblemente que estés excluido, pero…

En la concreta, como suele decirse, quedas a merced del criterio de los funcionarios. ¿Cometen ellos errores? ¿Están aplicando mal las instrucciones o tal vez siguiéndolas al pie de la letra? En todo caso su conducta está condicionada por una conciencia ya acendrada de la politización que atraviesa de arriba a abajo al sistema.

En términos editoriales se sobreentiende que un autor clasificado con cualquiera de las etiquetas que lo ubican fuera de la isla tiene aún menos posibilidades de ser publicado en el país que los autores residentes allí, debido a las limitaciones materiales de la industria editorial en Cuba, pero también a ese estigma que antes se estampaba como un cuño más en tinta fuerte y hoy se mueve de un expediente a otro con pinzas.

La fantasmagoría ha abarcado además a autores que no son cubanos, libros que nadie tiene que instruirte para saber que no pueden verte leyéndolos, que ‘quien tú sabes’ no puede enterarse de que los estás circulando, pero los que pueden viajar, incluidos los funcionarios oficiales,  los leen, los traen, los llevan y algunos los prestan.

La asignatura pendiente no es que estés anulado para el lector nacional, en la academia o en las editoriales; que te dejen visitar la isla o no; que te dejen salir o no de la isla. Lo pendiente no es una asignatura estrictamente artística o intelectual, sino una actitud cultural consecuente con las convenciones políticas de las que el sistema cubano participa en el mundo contemporáneo.

La exclusión ha tenido como punto de partida en muchos casos una postura crítica del escritor como ciudadano, o un choque de su expresión artística o estética con la doctrina oficial. En otros, ni siquiera ha tenido que existir ese choque, ha bastado con que vayas a vivir como emigrado a otro país en condiciones legales. Es una consecuencia más del enrarecimiento que produce la politización de la vida. Queda eliminado en la sociedad el espacio legítimo y honesto del disenso y a la vez queda enmascarada la honestidad del consenso, convertido en unanimidad por obra de la simulación.

A partir de ahí ya no es posible esperar un entendimiento basado en la validez de participar en la extensión de todos tus derechos; comienza la sospecha mutua, la imposición doctrinaria, el descreimiento extremo por el cual cada lado no concibe que el otro crea en lo que hace o diga lo que dice; comienzan el ataque y el rencor. Luego se hace cada vez más difícil restañar esas heridas y reconstruir. Así tienes, por ejemplo, autores imprescindibles que cerraron por sí mismos el camino al gesto de reconocimiento en las condiciones actuales, como Lydia Cabrera y Reinaldo Arenas.

Intelectuales cubanos de todas las esferas de la cultura viajan por el mundo como artistas, como científicos, como funcionarios, como militantes del Partido Comunista,  y en todas partes no sólo exponen la doctrina en que creen, sino que además ejercen la crítica de aquellos males y gobiernos que consideran necesario enmendar. Muchas veces lo hacen en el mismo país cuyo gobierno están criticando. Es una convención que debe ser bilateral, porque si algo está claro universalmente es que en el mundo que vivimos nadie tiene toda la verdad en la mano y como dije antes, ¿quién puede tirar la primera piedra?

La asignatura pendiente se sale de las instituciones, de la academia, y se convierte en la comprensión faltante de que las consecuencias de toda intolerancia y segregación van desde forzar y reforzar las posiciones que se pretende combatir de esa manera, hasta desfigurar las bases humanistas de lo que se quiere o dice construir.

Has mencionado a Carlos Victoria. Me sorprendió conocerlo en persona, porque la primera vez que estuve en su casa ya había leído algunos de sus libros y él resultó ser diligente, atento y sociable, distinto de ese puño crispado que atraviesa sus novelas y cuentos, y que él mismo me definió como literatura del terror existencial. Vivía no muy lejos de mi casa, en un edificio que buscó a propósito frente a un lago, procurando un ambiente que le diera lontananza y que estuviera abierto a la belleza de la noche en ese lugar para dedicarse a su pasión absoluta, la literatura.  Dividía su vida entre el trabajo para ganarse el sustento y las horas en que de verdad vivía, que era cuando estaba escribiendo, pero también cuando iba cada semana a un centro de rehabilitación de adictos al alcohol a dar charlas y apoyo a personas que lo necesitaban.

Allí en su casa, mirando la noche, me contó del miedo y la aprensión que tuvo que vencer para tomar la decisión de visitar la isla, entre otras razones porque pensaba que el abrazo por sobre las ideologías le era ya necesario. Me habló de las peripecias que no faltaron para recibir el permiso, y otras en el aeropuerto de la isla. Pero vivió una experiencia en particular que lo marcó de nuevo. Un amigo al que guardaba especial admiración, consideración y afecto, sólo se atrevió a encontrarse con él en un lugar público, no en su trabajo y ni siquiera en su casa. Era un funcionario de nivel y a pesar de la presencia autorizada de Carlos él sabía o sentía evidentemente que podía perjudicarlo.

Cuando escuché la noticia sobre  la muerte de Carlos me pareció que hablaban de un desconocido, que unas palabras honoríficas con títulos de libros no podían abarcar ni trasmitir lo que habitaba en aquel hombre,  su más sencilla condición humana, la que tuvo que pelear hasta consigo mismo,  y lo lamenté de una manera muy personal, porque le había visto en los ojos el dolor del que también iba a morir, no precisamente de cáncer.

Es ese género de contradicciones y sutilezas lo que hay que vivir o conocer para comprender de qué puede estar empedrado y a dónde puede conducir cualquier justificación sociocultural y especialmente política que produzca esta clase de circunstancias.

Las peores consecuencias son las que van traspasando las corazas del carácter y se infiltran en la conciencia habitual de manera insensible. Como un boomerang esa mentalidad regresa desde las politizaciones y nos las trae, nos rodea y nos llega a gobernar. Nos atrinchera en juicios mutuos y posiciones convenientes. Se convierte en tabla de valores para un marketing editorial y académico dentro y fuera de la isla. Sigue siendo un humus donde también pueden germinar el extremismo y el oportunismo de la ideología y del mercado.

¿Cómo será mañana la biblioteca del cubano? Es una pregunta que me hago como ejercicio curativo y para conservar la cordura que la experiencia simple de la vida me ha dado en mis lecturas. Cabrera Infante me aportó en Tres tristes tigres un ingenio más completo de lo cubano en el carnaval de la palabra, que aunque citadino me despertaba igual el disfrute de lo sabichoso en lo más hondo y pícaro del lenguaje rural que me rodeó en mi infancia. Un poema de Fernández Retamar, felices los normales, esos seres extraños…, me ayudó a comprender de una manera emocional y precisa lo que es la limitación del reduccionismo axiológico en la cultura y el extrañamiento doloroso de las marginaciones. Así ha habido en mi vida personal toda una vida de lecturas, mi propia caja de recortes, mi baúl de los recuerdos, mi álbum inconfesable, como nos pasa a todos, como pasa en todas partes.  Si alguien se molesta por lo que representan en las politizaciones Cabrera Infante y Fernández Retamar, lo siento, no lo decidí yo, los hizo la cultura, mi cultura, la cultura cubana.

Necesitamos cambiar y sin duda nos cambiará la corriente indetenible de la existencia. Mañana encontraremos accesibles en la biblioteca cubana las obras hoy ausentes, la lista que no alcanzas a enumerar en tu pregunta, no aisladas en el clandestinaje callejero o los espacios reservados para el estudiante o el investigador autorizado. ¿Seguiremos encontrando entonces las que hoy están? Si no fuera así, ¿qué habríamos cambiado?


Si te planteara que la fijeza de la percepción extraterritorial, anclada en el formato del no-viaje, esa primaria añoranza casaliana de “ver otro cielo/otro horizonte, otro mar, /otros pueblos, otras gentes/ de maneras diferentes de pensar”, se reactualiza cada vez más, y no solo ya como tópico literario reminiscente sino como peligroso englobamiento que de manera quizás no consciente desborda nuestro imaginario colectivo, ¿qué opinarías?

Te preguntaría primeramente si te refieres a la isla o al resto del mundo, que parafraseando a Silvio Rodríguez, no es lo mismo, pero es igual. Me refiero a que la mayoría de las personas en el mundo siguen ancladas en lo que llamas el formato del no-viaje y la añoranza por ver otro cielo, otro horizonte, otro mar.

Y es que viajar no es asunto solamente de permisos, sino también de posibilidades económicas, de estatus anclados en los desbalances que siguen imperando internacionalmente debidos tanto a las políticas hegemónicas injustas como a las ineficacias locales de gobiernos que se escudan tras el San Benito de la desigualdad entre el primer y el tercer mundo para justificar sus propias injusticias e incapacidades.

Lo que ha hecho desbordar ese formato en el imaginario colectivo del cubano es el tratamiento de la necesidad y posibilidad de viajar al exterior como un salvoconducto para salir fuera de un territorio en guerra, además, por supuesto, de las condiciones económicas irregulares en que ha tenido que vivir la población cubana durante más de medio siglo, lo cual motiva una especie de fijación con lo que está más allá de ese horizonte y donde se supone que hay abundancias y más libertades.

También ha influido el posicionamiento de un estrato social, de funcionarios, de artistas y deportistas, por ejemplo, que han tenido acceso continuo a mejores condiciones materiales de vida y a viajar fuera de la isla, marcando una diferencia poco grata para el resto de la sociedad. Luego apareció la ‘comunidad cubana en el exterior’, que trajo revelaciones y también todo tipo de trasiegos, contradicciones y decepciones de ambos lados. Viajar no podía dejar de convertirse entonces en objeto de aspiración y corrupción, como todos sabemos que ha ocurrido y es típico en circunstancias sociales de encerramiento.

Quizá la necesidad menos considerada es la de simplemente viajar, la búsqueda de la otredad o de subsistencia,  que ha sido una teleología en la definición identitaria de lo humano, su formación y crecimiento.

Sin embargo, el englobamiento peligroso de esa añoranza por viajar no radica en su apariencia externa, que es todo eso, sino en la carencia o mutilación de aquello que la sutileza de Lezama advierte como degustador de la sabiduría ancestral, la incapacidad de la resurrección inmóvil, del crecimiento interior, de distinguir en medio de las apariencias y el ruido que la vida no está en otra parte, está en todas partes. Es una condición que para desarrollar como humanos necesitemos el viaje interior tanto como el viaje físico que nos permite identificarnos y diferenciarnos, aquilatar la integridad y valor del mundo por lo que es como universo y como partícula.

En la historia no son infrecuentes los viajeros inmóviles que la han transformado. Los aviones vuelan llenos de viajeros móviles entre los cuales muchos no saben ni siquiera en qué parte precisa del mapa queda el lugar a donde están viajando.

Lamentablemente la carencia o mutilación de esa capacidad que nos hace íntegros se deriva del desgarramiento por el que todavía anda escindida la humanidad. La añoranza casaliana tiene expresiones universales. Es la que siguen también miles de personas que viajan en su búsqueda a los lugares de mayor pobreza material del planeta, procurando otro género de riqueza en una actitud que no es política, sino solidaria, necesaria como esa suerte de instinto irreprimible con que se conectan nuestras células para darnos vida y forma.

La historia esplendorosa de Ryan Hreljac, entre muchísimas otras,  bastaría para confirmarlo.  A los seis años de edad, en 1998, quedó impresionado en su Canadá natal cuando su maestra le enseñó que había mucha gente muriendo en África porque estaban obligados a consumir agua contaminada. Hizo tareas durante cuatro meses a cambio de remuneración hasta reunir sus primeros 70 dólares y dedicarlos a motivar a la comunidad para pagar a una compañía constructora de pozos y dar uno a un pequeño pueblo en Uganda. Así comenzó una verdadera leyenda que motiva a muchos en el mundo. Hoy, a pesar de su juventud, Ryan es líder de una Fundación que formó  y que ha dado agua potable a más de medio millón de personas africanas.

¿Por qué politizar algo así? No se trata tampoco de predicar un bandazo de la miseria de la filosofía a una nueva filosofía de la miseria. Las carencias materiales provocan también miserias espirituales, conciencias delictivas, afanes en lo ínfimo y añoranzas extraviadas.

No es un secreto que la situación de los cubanos a lo largo de esta época ha estado afectada por las carencias en lo económico y una politización asfixiante en lo social. Sin embargo, te diría lo que un amigo invaluable que me no me excusará la cita: no habría que irse de Cuba, habría que irse del planeta.

Puesto a un lado el tremendismo, no nos queda más alternativa que enfrentarlo. El equívoco clasista enrarece la comprensión de que sí tenemos motivos humanistas poderosos, más allá de ese tipo de intereses, para confluir en la solución de los males que compartimos, o como ha dicho Facundo Cabral, nacemos para encontrarnos, la vida es el arte del encuentro. No hay en esto una gota de idealismo, como muchos se han empeñado en hacernos creer. Al contrario, su peso como realidad se ha vuelto tan consistente que quien se encarga de demostrarlo es lo solícito de los poderes hegemónicos para absorberlo politizándolo.

Sin embargo, no es menos es cierto que la percepción extraterritorial como añoranza, y hasta ese anclaje  en la excusa del no viaje para eludirla o conformarse,  adquirió tipicidad en las poblaciones del llamado socialismo real, aplicable en general a las condiciones en que emigran o viven en la isla muchos cubanos. Esto ha dado lugar a una experiencia también reveladora, diría que de una manera especialmente interesante, cuando personas que emigraron hacia la “Europa Libre” se vieron atrapadas luego en una decepción que más que consistir en no saber cómo conducirse con la democracia, o no poder cumplir expectativas materiales, se debía a la desaparición de un horizonte y a la confusión en cuanto al culpable.

Es lo que observa con agudeza el escritor húngaro  Péter Esterházy, que en los regímenes socialistas la gente sabía cómo sobrevivir y defenderse en su selva, cuándo hablar y cuándo quedarse callados, oían hablar del poder del dinero y lo deseaban… hasta que muchos conocieron cuánto era ese poder; entonces, en ese lado, el mundo se les hizo ajeno, extraño, y se sentían amenazados. Estérhazy añade algo más sobre  la ex Europa comunista y específico del campo literario: ‘En las dictaduras la literatura es insana y casi desproporcionadamente importante. Es el lugar donde puedes hablar de la libertad perdida. En la democracia no perdimos la libertad, pero cuesta encontrarla’.

Es una observación que resalta la figura del escritor, del intelectual en general, no sólo el artista, quien es alguien que sufre en especial los rigores de esa clase de cambios, puesto que su actividad, sea o no profesional, es un imperativo interior y requiere de condiciones especiales de producción. No todos los intelectuales fracasan tras haber emprendido el viaje a la añoranza, pero el éxito o el fracaso suele estar asociado a las politizaciones de turno más que al valor intrínseco de los aportes que el intelectual representa. De ahí que tengan tanto mérito anónimo los que se han crecido y han conquistado por su propio esfuerzo el otro cielo, el horizonte otro, sin extraviarse en su viaje interior, sin dejar de ser quienes son.

A mi modo de ver ese es el auténtico destino humano: conquistar cada uno y entre todos el otro cielo, y hacerlo como si nada, siendo cada cual como es, como si nadie nos estuviera mirando, como algo orgánico, porque no podemos ser sino eso, una criatura libre como el sinsonte en su estado natural. No es algo del tamaño de una frase y está lejísimo de ser simple y real, pero si al menos no lo decimos, si al menos no nos arriesgamos a equivocarnos, seguiremos perdiendo el partido creyéndonos que lo ganamos por empate, como en una película en que un personaje entra a la habitación donde otro ve un juego de fútbol y le pregunta: ¿quién está ganando? Y el otro responde: nadie, unos pierden más rápido que otros…

No soy especialista político, pero soy ciudadano común, soy lector y no leo nada más en los renglones, sino entre ellos y debajo. No hay que ser, pues, especialista, para advertir que el mundo está afectado por males que ninguno de los sistemas políticos ha resuelto y que habrá que resolver en conjunto porque ya no hay más que experimentar y pronto no habrá ni siquiera más planeta para hacerlo.

En ese desencuentro tienen mucho que ver las maneras diferentes de pensar, la necesidad de construir en común, efectivamente, una universalidad de diferencias participativas y consensos respetuosos. ¿Qué estaríamos inventando? Nada que no haya existido ya en la propia humanidad en alguna escala, como ha ocurrido en momentos puntuales y  comunidades minúsculas de distintas culturas que nunca se llamaron a sí mismas democracias, pero se reunían para debatir un consenso y llegaban a construirlo. La diferencia entre aquellas experiencias y la complejidad del presente es, por supuesto, histórica, pero esa historia incluye además las lecciones y el aprendizaje.

Tenemos una galaxia de lecciones acumuladas y un código llamado cultura, aprendizaje, que nos permite la diversidad en la unidad. A través de la cultura puede que desaparezca un día el formato del no-viaje como otra consecuencia geopolítica y nos quede tiempo de aprender finalmente lo que nos dice aquel ancestral adagio chino con impecable sabiduría: la puerta mejor cerrada es la que siempre puede estar abierta.


Muchos de nuestros coterráneos que viven la experiencia de la expatriación, terminan por adoptar como lengua literaria la que aporta el espacio de acogida (y aporte sea quizás la forma menos ríspida de abordar el complejo asunto). Fabio Morabito que siendo italiano instaló su discurso en el español se refiere al biculturalismo como fractura y discontinuidad, atisbo que indica el enterramiento definitivo de otras palabras y otras cadencias.

En términos de tabuizaciones, hallamos una zona de contacto con Heredia y su imagen del “bárbaro idioma”. ¿En el caso de los autores que optan por el bilingüismo- estoy pensando en Hijuelos y Cristina García-no se pudiera dar cabida a una cierta estrategia antropológica, emparentada con las nociones Origenistas: “adentros de la sensibilidad”, “posibilidades escondidas”, “futuridad”, “decisivo reverso de lo oscuro” et al?

Puedes verlo como una estrategia antropológica si tomamos en cuenta que la Antropología se ha redefinido en la crisis global que atraviesa la humanidad, para adaptar su estudio a esas condiciones. En este caso la estrategia es también una posibilidad dependiente de situaciones y aptitudes personales, por ejemplo el dominio de la lengua, ya sea por nativismo o por capacidad y asimilación, y también debido al contexto, porque se quiere aprovechar ese dominio de la lengua y de la sensibilidad semántica para insertarse en un mercado.

Sin embargo, una vez que participas del bilingüismo y el biculturalismo estás pisando una especie de interregno,  una tierra de nadie, y estás expuesto efectivamente a la complejidad del asunto, que se discute por los vericuetos del lenguaje y el referente en los elementos fabulares, no por los rasgos peculiares de la literatura artística.

A riesgo de pisar alguna mina, en aquella zona donde expresas una mejor eficacia se localiza tu elección afectiva, tu sensibilidad, y esa zona puede que sea el lenguaje o puede que sea el mundo fabular, y en ambos casos la realidad de la que participan. Pero esto seguramente no te define en el debate de si Conrad es escritor anglo-polaco sólo porque nació en Polonia y trasmitió temas de sensibilidad universal en lengua inglesa,  a la que nunca llegó a dominar por completo como hablante. A Italo Calvino no dudamos en identificarlo como escritor italiano aunque nació en Cuba. ¿Reinaldo Arenas es escritor cubano en El Portero aunque instala su mundo fabular en Nueva York como un mordaz y vibrante clamor contra las jaulas que aprisionan al ser humano? Su mirada y sensibilidad en este libro, y hasta su destino personal, lo acercan en la literatura norteamericana a la que representa Kennedy Toole con La conjura de los necios. ¿Es Hijuelos escritor cubano o norteamericano? ¿Qué define literariamente decir que es cubanoamericano? Las precisiones en este debate no son tampoco algo que podamos enfundar en metáforas, que son la talla versátil de la literatura.

El debate ha sido  igual de intenso, o más, en el caso de la literatura niuyorrican o literatura puertorriqueña de la diáspora. Después de medio siglo de haber comenzado esa expresión de las migraciones desde Puerto Rico a Nueva York y otras ciudades norteamericanas, el estudioso y crítico Juan Flores ha expuesto que aún faltan marcos teóricos suficientes para entender si aquella literatura es una rama de la literatura puertorriqueña, si es algo diferente o si es parte de la literatura norteamericana. El consenso sigue siendo que sin tomar en cuenta la literatura de la diáspora no sería justo ni completo valorar la literatura puertorriqueña.

Es una conclusión muy a propósito en el panorama de la literatura cubana, pero es justo señalar que no todo es asignatura pendiente en la isla. Como parte de esa conciencia integradora La Gaceta de Cuba publicó en 1993 unos dossiers sobre la literatura cubana de la diáspora con enfoques de estudiosos destacados como Gustavo Pérez Firmat y Eliana Rivero, que después reunió Ambrosio Fornet, junto a una muestra de textos de autores representativos en el exilio, en el libro Memorias recobradas, publicado por la Editorial Capiro. A pesar de las limitaciones que hoy pueda señalárseles a ambos proyectos, no dejan de constituir un punto existente en un mapa necesario.  A este mapa también han ido contribuyendo estudios académicos publicados en revistas especializadas fuera de la isla.

Tienes también, por otro lado, el fenómeno del ‘spanglish’, que tras prolongadas discusiones y recelos se esboza como parte legítima de una evolución del lenguaje al ser incluido en una extensa antología de la literatura hispana en Estados Unidos. El libro, The Norton Anthology of Latino Literature,  tiene de 2,700 páginas y abarca cinco siglos de historia. Además de su autor, el profesor mexicano Ilan Stavans, en su preparación participaron otras figuras académicas respetables como Gustavo Pérez Firmat y Rolando Hinojosa, un Premio Casa de las Américas.

El mestizaje en la literatura ha existido siempre y con él la persistencia de la ambigüedad para definir pertenencias o estrategias. Sería extenso citar la literatura escrita en español y definida como latinoamericana cuyos autores son nativos de otras lenguas.  En la Feria del Libro de Fráncfort se ha dado un caso curioso, el de la escritora Melinda Nadj Abonji, ganadora del premio alemán del libro en 2010. Ella nació en Yugoslavia, un país ahora inexistente, y perteneciendo allí además a una minoría húngara.

Comparto la opinión de que nos encaminamos a distinguir las expresiones diversas de la literatura de una manera menos confusa, sin la complejidad que le añaden los adjetivos. Es la evolución que ilustran las tendencias contemporáneas en Latinoamérica después del Boom, que no parecen proponerse un deliberado afán de invención ni una unidad cosmovisiva reconocida en un ciclo histórico, una entidad geográfica o un sector ideológico. Sus soluciones expresivas se congregan a partir de sus distintas experiencias y sus propias miradas esparcidas por los cuatro puntos cardinales y más allá de la cultura latinoamericana, pero también hacia ella misma.  No se postulan para la trascendencia ni salen a buscar o crear un mundo, sino que expresan el mundo que les llega en sus vivencias y desde las más disímiles fuentes, vitales o culturales. 



¿Además de la condición exílica, cuáles transformaciones señalaría Carlos Alé desde su participación en Dimensiones regionales de la literatura cubana contemporánea  hasta la autoría de El árbol del bien y del mal: El código censor del Poder en la cultura de Occidente?


Lo que va de uno a otro en esos libros es más bien progresivo. No he sido prolífico en la literatura y he escrito como un aprendizaje, mientras he ido aprendiendo.

Dimensiones regionales… se originó en un momento de gran fluidez en el encuentro de intereses entre un grupo notable de autores y académicos locales, villaclareños, para bien de la literatura. No fue el encuentro acostumbrado en que un crítico, o un profesor, escribe una reseña, hace una presentación o realiza un estudio circunstancial sobre la obra de un autor,  sino una acción que abarcó todos los eslabones del proceso literario, incluyendo el aula, la receptividad, la circulación del libro y por supuesto, la figura autoral. Es una manifestación modélica de lo que puede conseguir la cultura institucional que ha existido en Cuba en esta época.

El enfoque primordial de Dimensiones regionales… era dejar registrado ese evento y a la vez invitar a la reflexión sobre la amplitud de horizontes que da disponer de herramientas conceptuales para conocer y promover la literatura en las distintas escalas socioculturales en que se expresa y desarrolla. No tenía el propósito de ponderar una literatura villaclareña, sino verla como literatura cubana en sus variaciones expresivas, que viene a ser el mismo espíritu de esta conversación cuando invocamos una literatura sin fronteras.

Esa mirada continuó en El árbol del bien y del mal. Mientras estudiaba en la cuentística cubana cómo puede verse la literatura a través del lente de la Teoría General de Sistemas, quise especificar en un análisis lo que ha sido señalado en un guiño por la propia literatura,  el modo sorprendente en que la capacidad fabuladora del ser humano ha intervenido en la Historia a través de textos concretos; tanto que llega a comportarse como otra fuerza productora de realidades en la variación sociocultural de la humanidad. La idea pretendía ilustrarlo con obras ya incorporadas a la historiografía literaria.

Luego las observaciones de Lotman sobre la importancia y funciones del libro sagrado en las diferentes culturas me dieron  un punto de partida en la cultura Occidental, la Biblia como libro, para conectar aquella idea con la realidad que aún vivimos, especialmente el conflicto mayor que divide a la humanidad, el del Poder, que ha sido un cazador cazado por su propio logocentrismo, por una  estructuración mental que hemos repetido de una ideología a otra. No quería enfocarlo siguiendo el típico hábito moderno con que se han buscado explicaciones o causas en la cuestión social, o en la económica, sino utilizar como enfoque inicial la mirada foucaultiana  desde la cúpula de la cultura, desde el logos donde se acumulan, diversifican y dispersan todos los sentidos de la existencia y la experiencia humanas, y dirigirla a una interacción o sincronización con los asertos sociológicos y económicos.

Por supuesto, lo más interesante para mí era aplicar ese conocimiento a la propia cultura cubana y ese es el recorrido que hace El árbol del bien y del mal… yendo desde una síntesis cultural universalista a la experiencia cubana en esta época y colocando la concepción martiana no como su precedente, sino como colofón. Lo hice así no sólo porque en el monte intrincado y sublime del pensamiento de Martí puedes armar un proyecto visionario, vigente y lúcido, sobre el Poder, la civilización y la vida social, sino además porque ese proyecto vuelve a ir de lo particular a la universalidad, de Cuba al continente y de éste al mundo. Y como tal, sigue siendo un proyecto inconcluso, pero, más que viable, desesperadamente necesario.

¿Transformaciones? Haber aprendido en ese estudio que su propia magnitud me rebasa. Me hizo más humilde y he experimentado en mí mismo el crecimiento interior que una visión generalista de la experiencia humana, por breve o modesta que sea, puede traerte.  No se trata de una postura creyente o de misticismo, ni tampoco militante. No navego en la vida orientándome por islas de ideas, sino por convicciones que me aportan todas las experiencias culturales.

Gracias a ese crecimiento no me considero en rigor un exiliado. Nací en Cuba, resido en Miami y vivo en ambas. Son dos lugares ardientemente simbólicos de pasiones y conductas políticas que también yo he tenido. Mi aprendizaje personal me ha llevado a enfrentar en mí mismo esas pasiones. Tanto Miami como los lugares donde viví en Cuba me han dado aportes en esa formación, no precisamente por las virtudes exclusivas y excluyentes que se les suele atribuir.

No comparto o no me adapto a determinados aspectos de la cultura norteamericana, y en cambio he abrazado otros porque me han hecho crecer y puedo sentirlos en mi sensibilidad. Mientras residí en la isla tampoco aceptaba o me adaptaba a determinados aspectos de la cultura cubana, pero nunca he dejado de vivir mi patria natal, ni la cultura donde nací ha dejado de ser mi raíz. A ella pertenecen los momentos y las personas más importantes de mi vida y fue en ella donde aprendí primero que la amistad y el amor no tienen nacionalidad, ni los valores que finalmente nos definen como seres humanos.

No ignoro ni eludo los conflictos reales que me rodean, y a los cuales me he referido, sólo que hoy los asumo desde una postura que no sabía cómo explicar de la manera más sencilla o convincente, hasta que una amiga me envió el discurso que hace medio siglo pronunció Mario Moreno en boca de su personaje, de ese carácter que pasó a la cultura universal por manifestar verdades aparentemente ingenuas, como las del entrañable vagabundo de Chaplin. Fue el discurso que dio Cantinflas como embajador en una de sus películas, tan vigente que está listo para ser pronunciado muy en serio hoy mismo en las Naciones Unidas.

Así, es mejor decirlo en mis palabras, pero al modo cantinflesco…
Si comprendes que producir y consumir son una necesidad, una condición vital; que el dinero y el mercado son el medio que tenemos hoy para realizar de manera social esa necesidad; que un solo productor y un solo producto no hacen riqueza; que hay que producir para multiplicar la riqueza y mejorar la vida; que compartir riqueza no es repartir miseria; que hacer riqueza es también una actitud personal; que todo tiene un costo en el fundamento material de la vida y si no lo pagas tú lo está pagando alguien por ti; que para funcionar bien la economía no usa apellidos, sino matemáticas; que el valor de todo implica su utilidad y se traslada… si comprendes esas realidades prácticas no estás siendo capitalista, sino una persona sensata.
Si comprendes que la vida no es solamente material;  que la codicia empobrece a la sociedad tanto como el igualitarismo; que el sentido más alto de crear riqueza es crear humanidad; que el dinero y el mercado no pueden salirse de sus cauces; que la verdadera manera de utilizar la riqueza para hallar felicidad es siendo solidarios; que es inaceptable adquirir riqueza despojando a otros de la suya; que la salud y la cultura son imprescindibles para cualquier proyecto de vida; que no debe confundirse cultura con posición social; que la persona es el canon, el non plus ultra de lo que conocemos como universo;  que sólo tenemos un hogar común, nuestro planeta, y no podemos destruirlo sin pagar el precio de la existencia misma… si comprendes  esas verdades demostradas por la historia no estás siendo socialista o izquierdista, sino un ser humano.
Si ya lo eres, puedes comprender entonces el sentido irrefutable de la máxima volteriana: quizá no comparta uno las ideas de otro, pero hay que estar dispuesto a dar la vida por su derecho a expresarlas. Y puedes comprender que el Poder, como supo distinguir Martí, es sólo un tránsito, no un destino.
Sabemos que esas premisas son manipuladas por los partidismos, y que hoy todos los partidos de gobierno en el planeta, sin excepciones, son entes clasistas.  También sabemos que la cultura no es por sí misma un dechado de virtudes, que las diferentes culturas tienen además esos vestigios que nos vienen de nuestro pasado evolutivo, pero aquí estamos, a pesar de tanta historia incivilizada y bestial,  de modo que si miramos adelante, también allá podremos estar. Tengo fe personalmente en esas premisas compartidas, no en un choque de civilizaciones, sino en un encuentro de culturas.


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