A María Eugenia Caseiro
En el exilio la única arma
es la escritura.
T.Adorno
Con
Apolonio de Rodas, Valerio Flaco y Robert Graves (sin descartar el influjo
homérico o el resto de los antecedentes mito-poéticos de la antigüedad clásica)
asistimos a una praxis inaugural, y de algún modo a la ontologización de la extraterritorialidad, ese cómodo atisbo
omnipresente hoy en los llamados estudios posmigratorios.
Argonáuticos
sujetos, con innegable anclaje diegético, encarnan, digamos, la primaria idea
del hombre fascinado, erotizado si se quiere, por lo que existe allende el mar,
sublimación de un horizonte que dificulta o hermetiza su espacialidad (o sus entresijos
externos) a los efectos oculares. Sugerencia implícita de un lugar de promesa y
poder que, al decir de E. Said, regirá cual leitmotiv las nuevas utopías
diaspóricas, o al menos sus imaginarios. Visto así, ¿considerarías de manera
asertiva la tesis de que el vellocino y la nave Argos han sido los modelos de
representación de la causalidad exílica en la cultura occidental?
Aunque
la tesis de Said describe mejor la época prerrenacentista, el viaje de aventura
de los argonautas ilustra esa sublimación humana cuando vamos al encuentro del
otro, o de lo otro, en un descubrimiento en el que hay sin duda algo de erotismo,
fascinante.
De
hecho, el ser humano tiene una constitución inevitablemente viajera. Alguien
como Humberto Maturana, que se ha ocupado de ese otro viaje llamado
conocimiento desde lo biológico a lo cultural, nos propone una filosofía cuando
explica que ya en el más elemental movimiento biológico las células no pueden
sino buscarse, conectarse unas a otras, dar forma a espacios que luego se
llamarán corazón, hígado o pulmones.
Al
igual que la Utopía como lugar, el viaje como búsqueda de la utopía sigue teniendo
encarnaciones contemporáneas, no tan abarcadoramente épicas como en la aventura
de los argonautas. El simbolismo es lo que confiere al vellocino y la nave
Argos su valor modélico, pero el mundo simbólico es promiscuo. Desde la época renacentista
aquel simbolismo clásico comenzó a ser cuestionado con un sentido todavía
actual, como en la ironía saludablemente empleada por Rabelais, o por Voltaire.
En
el mundo de la Historia ya en las carabelas de Colón, que abrieron para la
cultura Occidental la ruta a la modernidad de los imaginarios diaspóricos,
viajó también la desmitificación. El uso de lo que hoy llamamos arte para
afrontar tareas épicas fue sustituido por la astucia de gobernar que se
extiende hasta nuestros días. A diferencia de Orfeo, quien cantó a los argonautas para distraerlos de la música de
las de sirenas que podía extraviarlos, el Almirante engañaba a sus marineros
sobre la verdad de la distancia recorrida y la que faltaba para su destino,
evitando así el amotinamiento.
¿Qué
nos dice después Quevedo del vellocino que pretendían muchos aventureros en la
Conquista de América? Lo responde el buscón Pablos al confesar el resultado de
su decisión de irse a Indias: ‘Y fueme peor, como v.m. verá en la segunda parte, pues
nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres’.
No es posible modificar mucho esa descripción que aplica
de manera eficaz a exilios posteriores, puesto que el exilio es también un
viaje. Quizá Einstein la moderniza con un toque de racionalismo que no está
exento de ironía: ‘No podemos resolver nuestros problemas con la misma
mentalidad con que los hemos creado’. Esta es una definición ampliada, puede
aplicarse a la otra cara de la moneda que es el ‘insilio’, el enclaustramiento
ideológico, o identitario; no poder encontrarnos, o peor aún, no poder salirnos de
nosotros mismos.
Hay entonces exilios fecundos cuando el exiliado logra
descubrir en otra vida y otras costumbres su propia vida y los sentidos
trascendentes de su costumbre, para sumarse
a lo que en el arte llaman momento pregnante, proyectarse de una manera óptima
en un movimiento, en un avance que le permite progresar allí donde se encuentra
y también en su lugar de origen, si decide regresar. Y hay, por supuesto,
exilios estériles que comienzan por la simple persona, como nos confiesa
Pablos, y la actitud se vuelve inútilmente regresiva. Digo inútilmente porque
se pretende volver a un lugar cuando en realidad se trata de retornar a un
tiempo, tarea condenada al fracaso.
Aterrizando
en el núcleo de tu pregunta, entre las motivaciones de la causalidad exílica en
la cultura occidental creo entender que te refieres a esa que puede ser lo
mismo un desafío que un enaltecimiento de cierto espacio otro al que dotamos
idealistamente de poderes o promesas, por ejemplo, de libertades, mejor
vida, sobrevivencia, convivencia,
refugio.
Aquí
hay que tener en cuenta lo que llamas efectos oculares. La gente ve el viaje
hacia otro lugar a través de disímiles vidrios, sobre todo cuando se enfrenta a
las condiciones reales en su destino. De ahí se derivan distintas actitudes y
diferentes conceptos para definirse, uno de los cuales es el de exilio.
Concretándonos a éste, no es lo mismo el que va al exilio porque es un traficante que huye, un violador
de la ley en algún país, un desamparado político, un necesitado económico, al
que define su exilio con esa orfandad del desterrado que construye una ficción
para sobrevivir a sus inadaptaciones o desarraigos, lo que expresa Kundera en
su novela La vida está en otra parte.
De manera que podemos ser exiliados en el mismo lugar donde nacimos y podemos
habitar el lugar en que nacimos desde cualquier lugar llamado exilio.
Retomando
el asunto, y de paso resemantizándolo ¿Cuál sería a el nivel antropológico,
sociológico u otros –la politología y el
tropo incluidos– el equivalente operacional de la saga argonáutica y la búsqueda del vellocino en el éxodo
revolucionario?
Puede
que sea una tarea de Sísifo. No importa lo que te diga, cada vez que llegue a
la cima… mi opinión rodará de nuevo montaña abajo.
Entiendo
que te refieres al fenómeno migratorio ocurrido en Cuba durante la época de la
Revolución, en el último medio siglo. Podemos enmarcarlo en esta época, pero
tenía antecedentes. Porciones considerables de la emigración cubana, y hasta personalidades
aisladas, han tenido aquel impacto fecundante en diferentes lugares antes y
después de la Revolución, igual que los éxodos de otras nacionalidades. Otra
cosa es la interpretación política que demos al éxodo de cubanos en esta época.
Aquí
se hace complejo aplicar los componentes simbólicos del modelo argonáutico, o
del vellocino. Si lo quieres ver así, toda la saga revolucionaria que originó
la nación cubana y lo que hoy nos caracteriza como pueblo ha sido también una
búsqueda del vellocino como dote de prosperidad, y de la Cólquide como reino
definitivo. Atribuir el viaje argonáutico solamente al éxodo de los cubanos en
esta época no pasaría de ser una demarcación conveniente. Además, no ha sido
solamente soportar cantos de sirenas, sino también luchar contra las harpías
que impiden alimentarse.
El
éxodo cubano es considerable estadísticamente. Según cifras recientes los cubanos
repartidos hoy por el mundo se aproximan a un 25% de los nacidos en la isla. En
su conjunto ha sido exitoso, no sólo ha encontrado el vellocino en otros
lugares, también ha sido él mismo el vellocino, aunque sólo sea porque ha dado
lugar a una industria que, como decimos los cubanos, ha forrado en plata a
mucha gente. Ha podido insertarse de manera suficientemente significativa e
influyente en los éxitos de otras sociedades, de otras comunidades, pero nos guste o no, ese éxito es además un
tropiezo porque exterioriza un daño en la sociedad cubana por el que todos
tenemos algo que perder.
También
la sociedad cubana ha sufrido una dislocación como otras sociedades sometidas a
circunstancias de asedio y desplazamiento. Hay que ser cubano para entenderlo
en sus consecuencias culturales,
sociales y económicas menos evidentes y deseables. En efecto, se van
convirtiendo en tics, en marcas antropológicas que fuera de la fermentación
particular de nuestra cultura se derivan también de las prolongadas condiciones
de guerra en que hemos vivido y que han terminado por servir de justificación a
todo, a la agresividad exterior hacia el gobierno cubano, a las políticas
erróneas del gobierno cubano con la economía y con la propia sociedad cubana,
al modo en que el cubano de a pie construye y maneja sus transacciones con los
poderes sociales, y al modo en que los
cubanos se relacionan y consideran entre sí.
Hoy
las relaciones sociales del cubano dentro y fuera de Cuba transcurren aún enrarecidas
por la política, forzadas por ésta a un gran simulacro en el que, detrás del
escenario donde los actores fervientes entregan su alma a la obra en que creen,
el resto de la gente va tejiendo otra realidad que paradójicamente no existe
porque no está sancionada por los poderes vigentes, los que aún siguen en
guerra.
Es
la situación que hace notar con genialidad Stefan Zweig en un breve ensayo,
admirándose por una crónica parisina del día en que el rey Luis XVI es llevado
a la guillotina. Una multitud primero silenciosa y después vociferante vio
rodar la cabeza del Rey. Mientras tanto, no lejos unos hombres daban la espalda
al espectáculo político con que nacía la República y se concentraban en pescar
en el río.
Hablemos
entonces de la experiencia que se vive desde la multitud vociferante.
La
cuestión política ha terminado por devorarnos, comenzando por la politología
misma. Ha sido tan sobredimensionada que todo lo demás en ese conjunto ha quedado
supeditado a ella, con las correspondientes distorsiones y confusiones que esto
puede significar.
El
éxodo cubano se convierte en símbolo expedito de esas consecuencias. Hubo una
etapa en que emigrar era una marca convenientemente política, hoy es una marca
convenientemente económica. Pero ya sabemos desde la patrística marxista que todo
asunto económico es político.
Así
las cosas, un barrio llama emigración al éxodo y el otro le llama exilio, y en
medio de baraúndas y cazuelazos las hormigas del éxodo van de un lado a otro
incansables cargando de todo y para todos, en especial dinero.
El
éxodo es convertido en prenda y disputa igual que el vellocino, y los modos de
regularlo son armas políticas y tácticas económicas cuyo costo termina siendo
humano.
En
el éxodo de otras nacionalidades los nexos del emigrado con su sociedad de origen
conservan en general más fluidez. La gente puede moverse entre su país y el
lugar en que se encuentra según el albedrío razonable que hoy se entiende en
los viajes internacionales. En todo caso no depende de las peculiares restricciones
que lastran al emigrado cubano en los vínculos con su sociedad natal, y también
al cubano que vive en la isla cuando quiere o necesita viajar.
El
emigrado cubano, dondequiera que se encuentre, está limitado para relacionarse
de un modo natural con su sociedad nativa por ataduras poderosas: ataduras
económicas, legales y políticas. Debe pagar una cantidad de dinero exorbitante
por tener derecho a viajar a Cuba y disponer de un pasaporte cubano para
hacerlo, puesto que no te permiten viajar allí si no es con pasaporte cubano si
eres de esta nacionalidad. Tiene que depender de un permiso legal que otorga el
gobierno cubano, algo inaudito cuando lo cuentas por ahí, puesto que lo usual
es que la gente no tenga que pedir permiso para entrar y salir de su propio
país. Y tiene que depender de criterios políticos, lo que nos trae al
dislocamiento del que te hablo.
Lo
correcto políticamente, lo que predomina en la dicotómica situación alrededor
del éxodo cubano, es que si vives fuera de la isla y hablas bien de algún
aspecto sociocultural de Cuba pudieras ser mal visto. Si vives en la isla y
hablas elogiosamente de los éxitos de “la comunidad cubana en el exterior”
debes tener cuidado, puedes hacerte sospechoso, ¿de qué?, no intentes darle
nombre, entre cubanos la sospecha es eso, la sospecha; es suficiente para que
sufras cualquier clase de consecuencias sin enterarte ni siquiera de que las
estás sufriendo. Y lo mismo si vives en la isla que en el exterior y se te
ocurre criticar algún aspecto del gobierno en la isla o sus instituciones, eso
puede bastar para que no salgas o no entres, a veces en el resto de tu vida, si
tu criterio molesta y es valorado con el susodicho rasero político.
Si
vives fuera como emigrado y decides regresar a vivir a la isla, es un proceso
más doloroso, costoso económicamente, y a veces hasta más prolongado que si
decides salir de la isla a vivir en otro país. En la letra sólo eres elegible a
un permiso de regreso en un puñado de casos que no incluyen la simple decisión
a cualquier edad adulta de regresar a vivir a la tierra donde naciste. A ese
proceso lo denominan “repatriación”, que tampoco es un término de uso exclusivo
para los cubanos, o por las autoridades cubanas. Pero en cualquier caso es una
palabra gravosa. En la práctica nuestra termina adquiriendo el mismo sentido
que “reciclaje”.
Ese
género de limitaciones no es un problema absolutamente endógeno de la isla, al
menos porque en Estados Unidos, el caso más complejo cuando analizas los avatares
del éxodo cubano, no sólo han operado restricciones específicas para que los
cubanos puedan viajar a la isla, sino que hasta hoy ese viaje les está
prohibido a los ciudadanos norteamericanos, lo cual entra en contradicción con
los estatutos libertarios de la sociedad estadounidense.
Lo
peculiar en la sociedad cubana es que los tecnicismos, definiciones y
legalidades que comparte con otras sociedades son una y otra vez supeditados a esa sobredimensión política a la que me refiero y
los niveles de apelación que pudieras tener siguen estando sujetos a eso. Ese
criterio continúa rigiendo la valoración y el tratamiento del cubano como
persona, ya sea que viva en la isla o fuera de ella. Es como la archisabida
tabla rasa de tanto dinero tienes, tanto vales, atribuida a la sociedad capitalista.
En este caso, tanto mérito o interés político tienes, tanto vales. En ambos es
una formulación deformante.
Estas
circunstancias han predominado, han sido un mar revuelto al que aún deben
enfrentarse quienes, sean cubanos o no y vivan fuera o dentro de la isla, están
proponiendo que los cubanos sean una sociedad inclusiva, no excluyente, y que
el derecho a estar y ser en la sociedad no quede sujeto a un criterio político.
Así,
los cubanos tenemos que vernos navegando en una travesía en la que hemos estado
sometidos a múltiples cantos de sirenas, incluyendo los que emite nuestro
peñón. Nos ha tocado ser ese punto del viaje que Martí llamó el fiel de
América, pero esta definición la hemos convertido de épica en dramática y hasta
en comedia. Das un paso fuera de la isla y puedes dejar de ser el amigo, el
familiar, el compañero, incluso el ciudadano, ya no eres más que un
‘comunitario’, un ‘residente en el exterior’, y antes fue peor, eras un
asqueroso ‘gusano’, o una prescindible ‘escoria’. Das un paso hacia la isla y puedes también
dejar de ser el amigo, el familiar o el ciudadano democrático, puedes no ser
más que un ‘comunista’, un ‘comemierda’,
un ‘dialoguero’, un ‘seguroso’ o un fracasado.
Ni
hablar de aquellos cubanos, en cualquier orilla, a quienes todo esto les
resulta indiferente, les ‘resbala’, los que están nada más por sí mismos o por
su familia, y por luchar el ‘baro’ a como dé lugar para vivir bien y no
buscarse problemas.
En
las nuevas generaciones, tanto dentro como fuera de la isla, ocurre por lo contrario
cierta identificación que no anula el dislocamiento del que hablo, sino que lo
confirma. En los jóvenes hay una actitud menos marcada por la guerra y más inclinada
a las complicidades con la edad y con las transiciones de la época. Ellos
pueden ir al encuentro unos de otros con una curiosidad más espontánea por sus
orígenes y raíces, en el caso de los hijos de cubanos nacidos fuera de la isla,
o por todo aquello que constituye una otredad identitaria, en el caso de los
jóvenes que viven en Cuba. Igual que en
los años 60 y 70 del pasado siglo podías encontrar en la isla jóvenes
enardecidos con el rock y el pop, tanto en la capital como en el interior de
Cuba; hoy puedes encontrar tanto en el interior como en la capital el rap y el
reggaetón, además del rock, conviviendo con expresiones típicas de la cultura
popular cubana.
Por
otro lado los hijos de cubanos nacidos fuera de la isla suelen interesarse en conocer
‘en vivo’ sus raíces, su familia, o simplemente el lugar que les dio sus genes.
Sin embargo, unos y otros pudieran converger en una actitud crítica hacia las
respectivas sociedades en que viven, que suele confundirse porque no siempre
responde a una animadversión definida como ideología política. Encuentras que
un joven que vive fuera de la isla no acepta que le prohíban ir allí o le
censuren pronunciarse, y un joven que vive en la isla quiere lo mismo.
Finalmente es una actitud que demuestra el dislocamiento porque pone al desnudo
que la guerra está anquilosada por mucho que perdure, y que el protagonista que
en última instancia cuenta, la persona, el individuo, la rebasa, ya ha cruzado
el umbral hacia otra realidad y no importa las barreras que le pongan, las va a
burlar.
Me
he referido deliberadamente a los contrastes más fuertes que ha tenido el éxodo
cubano en esta época, pero las condiciones de guerra y la hegemonía del
criterio político han afectado por igual la vida de la sociedad cubana dentro
de la isla.
Si
quieres ilustrar su expresión en la narrativa cubana de las últimas décadas, ha
sido ir del realismo socialista al realismo sucio. Durante la época comenzamos
a recorrer, para usar la terminología de tus preguntas, un cronotopo regresivo.
Podemos utilizar momentos cimeros ya muy
estudiados para hacer expedito este argumento, sin ánimo de excluir obras,
autores, tendencias, o la diversa y joven contemporaneidad. Nuestra narrativa caminó
desde el viaje de excursión y la búsqueda de la casa como elemento operacional
para construir la historia –hallar el
vellocino, o nuestra Cólquide– al viaje transfigurativo y la demolición de la
casa para reconstruirla en otra dimensión sobre las raíces donde se funden
todas las identidades; desde Villaverde a Carpentier; desde “Excursión a
Vueltabajo” a “Viaje a la semilla”. La casa del cronotopo cubano deja de ser el
caserón lóbrego tan típico en la literatura latinoamericana y se transfigura en
una casa abierta, en un cruce de caminos donde pueden encontrarse todos los
signos, todos los seres, todas las ideas, todos los tiempos, una simiente que
fluye con ese cierto gozo de la naturaleza misma en su plenitud de
contradicciones. Entonces volvimos a la noción unidimensional, a un pasado al
que asediamos y ocupamos para transformarlo en trinchera y terminar siendo los
asediados; de “Estatuas sepultadas”, de Benítez Rojo en la narrativa cubana, a
la “Casa tomada” de Cortázar en la narrativa latinoamericana, en la que algo
innombrable te va desplazando y te enfrenta a ti mismo y a lo que habitas.
O
estás conmigo, o contra mí. O estás dentro o estás fuera. Es otra manera de levantar
paredes en vez de construir puentes.
En
la realidad de la isla comenzaron a surgir y a moverse después instituciones
llamadas civiles, ciudadanas, o no gubernamentales, que a pesar de presuponer
una salida a ese ambiente claustrofóbico al ampliar la representatividad del
sujeto social no dejan de estar conectadas a las instituciones oficiales de
carácter político, de modo que resulta lo mismo: o estas dentro o no estás conmigo.
Apareció
además, sobre todo en el espacio de la web, un discurso extraño, pues comienzas
a leerlo o escucharlo y te parece de inicio que proviene de la disidencia,
dentro o fuera de la isla, y de pronto retoma determinados clisés del discurso
político oficial. Todo lo demás fuera de eso, entiéndase la disidencia, los
grupos y personas que se declaran independientes y asumen una actitud y un
discurso muy críticos hacia el gobierno, es proclamado obra del enemigo. Por
mucho que al enemigo se le ponga por lo general la etiqueta de gobierno
norteamericano, se sobreentiende que es algo que está fuera, así que el éxodo
sigue siendo peligroso, pero conveniente, puesto que ya es parte de la
economía.
Al
cerrarse la primera década del siglo XXI persiste en sordina esa dicotomía impuesta
por las consecuencias de convertir la política como componente de la cultura en
una cultura gobernada por la política. Y aquí cultura no es sinónimo de intelectualidad
o arte, es el campesino que siembra frijoles, el vendedor de maní en la calle,
y es el médico, el ingeniero, el artista, es la sociedad, es la vida.
¿Las
causas? Las cuentas del rosario: el bloqueo yanqui a Cuba; la falta de democracia
en la isla; el bloqueo yanqui a Cuba; la falta de democracia en la isla; el bloqueo
yanqui a Cuba; la falta de democracia en la isla...
Otra
vez la piedra rueda montaña abajo.
En
formulaciones poéticas que van desde el
“y no me culpes ¡No!, porque te
pida/ otra patria, otro siglo, otros hombre./ Que aquella edad con que soñé no
asoma,/con mi país de promisión no acierto” hasta “La maldita circunstancia del
agua por todas partes”, pasando por el conocido apotegma “Yo no viajo, por eso resucito”,
contradictorio si se repara en el episteme de la teleología insular, ¿pudiera
percibirse un ansia de contestar el síndrome de aislamiento o quizá el
replanteo de lo que en la exegética ovidiana sería la relegatio
in ínsulas?
La
condición de isla ha sido tentadora para trasmitir sentimientos como la
soledad, la incomunicación, el abandono, la discriminación, el encierro, o por
el contrario la felicidad, lo paradisiaco, lo placentero. Estar rodeados de
agua puede ser para algunos, no voy a circunscribirlo a Virgilio, una maldita
circunstancia, un afán de conjurar lo rotoso en tu minúscula realidad; para
otros es una Utopía, como ha sucedido en la literatura y en la historia.
En
el caso de los cubanos el síndrome de aislamiento proviene históricamente de la
condición inconclusa de una isla redimida, feliz y abierta, propia y soberana,
pero sobre todo próspera y de libertades civiles incontrovertibles, lo
suficiente para que puedas tener en ella lo que tienes que tener, dicho lo cual
volvemos a la poesía con Guillén. La isla va y viene sobre las olas de la
ideología y en el lampo de los poetas. Podemos juntar si quieres rimeros de
versos complacientes para cada bando y todos en paz.
El
apotegma lezamiano del no viaje es una forma sin duda categórica y hermosa de
enunciar una alternativa existencial. La elegancia de esta concepción es su muy
fina ironía para exponer nuestra rudeza cuando ignoramos que ciertamente ir del
dormitorio al baño de tu casa, o caminar
entre parques y librerías, es viajar. Es el viaje otro, la necesidad también
concomitante al ser humano del viaje interior, o la importancia cósmica de lo
infinitesimal. Toda la sabiduría humana atesorada, en todas las culturas,
indica que sin este viaje no nos graduamos nunca de Humanidad.
Lo
cierto es que el síndrome del aislamiento sigue afectándonos, seamos o no isleños,
seamos o no cubanos. Años atrás yo atravesaba las calles de la isla acosado por
el “rubio”, el ruido, el humo, las arengas y la gente, y me decía: la maldita
circunstancia de la multitud por todas partes. En los últimos años he caminado
calles del continente diciéndome: la maldita circunstancia del auto por todas
partes…
Podemos
convenir en que son ejemplos extremos, pero simbolizan condiciones reales
y lo sorprendente es que el ser humano
sigue formando islas dondequiera, de cualquier circunstancia, habiendo perdido
en gran medida la sencilla costumbre que tuvieron los antiguos de levantar la
cabeza y observar el cosmos. Han podido hacerlo con más ventaja los pocos que
han tripulado las incursiones fuera de la atmósfera terrestre, y entonces la
revelación es casi infantil cuando se mira al planeta desde esa altura: la
maldita circunstancia del agua por todas partes. No se te ocurra descender a
Virgilio a los arrabales urbanísticos de la Tierra, esas otras islas.
No
por su naturaleza se limita esa revelación a ser geográfica, es también metafórica,
contraviene traslaticiamente ciertos sentidos que queremos atribuir a las visiones
de la poesía. La condición insular no es sólo nuestra, no es exclusiva de una
isla llamada Cuba y ni siquiera de una geografía llamada isla. Desde lejos se
comprende mejor la relegatio in ínsulas.
Para
sobrevivir al encierro y al pánico terminamos por convertir el síndrome de aislamiento
en síndrome de Estocolmo, aceptamos las razones del secuestrador.
Es
sutil entonces separar lo natural de lo social y lo político en las condiciones
que nos aíslan, distinguir dónde terminan los límites físicos y entran a
funcionar los engendros humanos. Aquéllos son desafíos que nos hacen crecer;
éstos son instrumentos para manipular lo que se nos hace entender como
libertad.
Por
eso el síndrome del aislamiento lo conozco de una manera muy personal a través
de lo que llamo el efecto sinsonte, una historia real de mi infancia en el campo
cubano, que he comentado con varios de mis amigos hablando de esa maldita
circunstancia del agua por todas partes.
Mi
padre recogió un pichón de sinsonte abandonado y lo llevó a casa. Fue criado en
una jaula especial que le hicieron y nadie esperaba que sobreviviera ahí, pero
recibió alimento y atenciones, y se convirtió en foco de atención por su talento
cantor. Pasó algún tiempo y mi madre se empeñó en soltarlo para que se fuera al
monte abierto. Así lo hizo una mañana, dejó abierta la puerta de la jaula. El
sinsonte se detuvo en el borde de la puertecilla y allí se quedó un rato
indeciso, al fin echó a volar entumido y se fue. Pensamos que quizá volveríamos
a verlo alguna vez revoloteando entre los árboles, pero en la tarde lo
encontramos de nuevo… metido en la jaula. Así estuvo hasta que murió.
Lo
aparentemente trivial de esa experiencia me ha servido después en la vida para
identificar el engendro de la jaula y la plasticidad de la mente humana para
aceptarlo como espacio de libertad, no importa la forma que se le dé, puede ser
un automóvil o una utopía social que siempre está por venir. Puede ser una
casa, una isla, un país. Puede ser el planeta.
En
efecto, nadie podría culparnos a los cubanos de haber pedido otra patria, otro
siglo, otro hombre, y es que no lo hemos pedido meramente, lo hemos luchado,
hemos aguantado todo y lo hemos dado todo para alcanzarlo, desde quemar la casa
como hicieron los bayameses. No es que eso nos diferencie, es que nos hace
vibrar intensamente en la misma cuerda de una teleología no ya insular,
sino civilizatoria, la aspiración a un
mundo más humano, cada vez menos enjaulado.
Si
algo nos diferencia es haber asumido en esa teleología el rol de balanza que descubrió
Martí en nuestra nacionalidad. Por eso la responsabilidad es más alta, más
compleja y más abrumadora. No puedes pedir otra patria, otro siglo, otro
hombre, si pretendes pedirlos con la misma jaula como estructura mental.
Por
supuesto, eso no borra las particularidades en los conflictos sociales y
políticos de Cuba y del mundo, no justifica las políticas nacionales e
internacionales que han dañado a la persona y sembrado odios; ni las vetas
culturales que envenenan o contradicen la humanización, pero el debate es más humano y menos
dogmático si dejamos a un lado los micrófonos de la política y nos sentamos a
conversarlo de ese modo más sensible, más íntimo y contundente, que expresa la
poesía en canciones populares que hicieron también a esta época.
Desde
el cosmos estaremos de acuerdo con Paul MacCartney: /… la gente es la misma
dondequiera que vamos/, pero… /el ébano y el marfil viven juntos en el teclado
de mi piano, señor, ¿Por qué nosotros no?
A
este sentido me le pone ajo y cebolla la voz telúrica de Mercedes Sosa
diciéndome al oído la experiencia chacarera de Carlos Carabajal: /Fue mucho mi
penar/ andando lejos del pago, / tanto correr pa’ llegar a ningún lado. / Si
estaba donde nací / lo que buscaba por ahí.
Ya
poniendo los pies en el conuco dice Pablo airoso: /amo esta isla, soy del
Caribe/ no puedo pisar tierra firme porque me inhibe/.
Y
para no dejar de ser cubanos, para nunca ponernos de acuerdo, hay que decir a
nuestra isla esas coplas que populariza Emilio José: /Ni contigo ni sin ti /
tienen mis males remedio, / contigo porque me matas, / sin ti porque me muero…
Cubanidad,
formación de lo nacional –peculiar, autoctonía, identitario y subsecuentes
conceptualizaciones hoy maltratadas por la retórica, y en ocasiones mucho más
pendientes de los reclamos sociopolíticos que de lo propiamente cultural,
remiten sin dilación alguna a Lo cubano
en la poesía, texto en el que no pocas
veces lo canónico, respetando cabalmente la acepción del término, riñe con lo
epistémico que le sirve de nutriente.
Por
ejemplo en Espejo de paciencia, obra que actualmente arrostra el asterisco
de lo apócrifo, Vitier suscribe la apresurada teoría de que “un rango elemental
de lo cubano se esconde en germen”. Y lo mismo ocurre con “A la piña”, el
horaciano híbrido de Zequeira; sus pretensiones heurísticas le llevan al
extremo de inferir (y casi dictaminar) que en la pieza antes citada se “escribe
una especie de apoteosis mitológica de la piña, erigiendo a la fruta barroca y
deliciosa el símbolo de la isla”.
Ya antes
y de modo contradictorio el mismo pensador alude a “un poeta insular, apoyado
necesariamente en las actitudes y orientaciones que le suministra la Metrópolis”.
¿Piensas,
teniendo en cuenta el flujo y reflujo de presencias externas en las letras
endógenas de inicio, presencias greco-latinas esencialmente, que la supuesta
noción de cubanía transferida por Vitier a los textos y autores señalados se
halla bien fundamentada, amén del asordinamiento del criterio (para validarlo
con una acotación de T.Todorov) que genera cierta sinflictividad
historiográfica, al soslayar que en el a posteriori paisajístico de José María
Heredia, usufructuario aún de la cuerda romántica, pero ajeno a la centralidad
modélica de Europa, asistimos a una autonomía literaria genésica, a una mirada
antropocéntrica desde el factor lejanía o la lejanización como topos; quizás el
más auténtico y crístico de los vínculos con la nacionalidad desde el
destierro, hasta entonces una elucubración más, una circunstancia desprovista
de todo bautismo sígnico?
Todos
los conceptos que involucras en tu pregunta son propiamente culturales, también
los reclamos sociopolíticos. Hay que establecerlo así porque de manera inadvertida
seguimos haciéndonos progenitores de esa inercia que lastra la urgencia que
tenemos de trascender las islas mentales y llegar a ver el elefante como lo que
es, no seguir definiéndolo por la trompa o por la cola. Lo que argumentas se
debe precisamente en gran medida a las manías taxonómicas que hemos arrastrado
y por las que asignamos un compartimento a la ciencia, otro a la política, al
arte, y así lo que sigue.
Los
reclamos sociopolíticos han sido dominantes en la cultura cubana, y después la
política erigida en sistema de Estado. El mismo Cintio señaló el dogmatismo
estético que existía desde la colonia por esos motivos. Sabemos, por ejemplo,
que desde el círculo delmontino comenzó el destierro normativo de lo fantástico
en la narrativa y duró hasta el siglo XX.
No
debemos sustraer de la historia correspondiente ni el texto con que contaba Cintio Vitier para una interpretación y una teoría, ni su propia actitud heurística en la
época en que la ejerció. En otras palabras, no debemos juzgar ni a ese texto ni
a Cintio solamente desde la ventaja que hoy nos dan el texto y el aparato
conceptual desarrollados desde entonces y tampoco tomar como pauta valorativa
sus criterios y actitudes políticas.
Lo
que hizo Cintio fue asignar, como punto de partida de una interpretación en cuanto poética, o poiesis, un sentido literal al texto
existente, llámese cubanidad,
autoctonía, o apoteosis barroca de la piña. Desde el punto de vista semiológico
eso es válido en lo que propone como convención, y es lo que hoy te permite incluso discrepar
de él. Toma en cuenta que la heurística de Cintio correspondía por su lado a
una época en que las nociones etnológicas se hicieron usuales o de rigor en la
interpretación de la cultura, no sólo en la cubana, y se integraron como
componente axiológico, el enfoque reduccionista de la cultura como valores
positivos, sobre todo los autóctonos, en parte además como una reacción a las
dominaciones o hegemonías culturales en la época. El extremo opuesto, esgrimir
mayormente los valores negativos de la cultura, es también lo mismo, una
postura axiológica reduccionista y por tanto una mutilación de las
consecuencias humanas que en lo social lo producen todo, lo que nos gusta y lo
que no. Otra cosa es acordar en la cultura qué vamos a dejar establecido como
vida social más justa y eficaz, y qué
vamos a seguir como una ética, una moral o un canon estético, nada de lo cual
es perpetuo.
Es
indiscutible que siempre será necesario revisar el canon, la poética, la
postura heurística. De lo contrario estaríamos negando el movimiento de la vida
y sus resultados, algo imposible. De todas formas revisar no es siempre
sustituir. Los apócrifos de la Biblia no sustituyeron su canon esencial a lo
largo de los siglos, ese que refiere un contexto común y una necesidad
confesional.
A
mi modo de ver lo más importante e interesante es que tenemos en nuestra cultura
los complementos que necesitamos para la expresión de lo que somos. Puedes
reordenar el canon y de alguna manera ahí estarán todos y estará todo lo que responda
a su convención, unos enunciados y otros invocados por contraste o ausencia, en
un dialogismo fecundante de voces diferentes que definen épocas y actitudes
predominantes. Tienes la apoteosis de la autoctonía por la que se rige Cintio y
tienes la ironía desmitificadora de Virgilio cuando al hablar del lado infernal
de la isla nos completa la realidad. Si ellos fueron excluyentes, nosotros no
debemos excluirlos, los necesitamos para completar ese arco de la historia que
desde la poética nos revela, igual que el cronotopo de nuestra narrativa, cómo
es que hemos llegado a donde hoy nos encontramos.
Es
afortunado que introduzcas a Heredia en estas mediaciones. Desde su lejanía en
el tiempo nos da ya la certeza de que el exilio no es más que otro accidente
geográfico donde, más que descubrirlo, nos descubrimos a nosotros mismos y así
también aquello con lo que nos identificamos a pesar de cualquier impostura
metropolitana.
Decía
Quevedo, otra vez él, que el dinero no cambia a nadie, solamente lo descubre.
Así pasa con el Poder y su contrapunteo, el exilio, que casi siempre han ido en
mancuerna. Heredia es esa figura en la que chocan aquellas fronteras y se
descubre la persona en sus atributos más humanos, emocionales y sentimentales,
la raigambre filial e identitaria, el costado que más sufre sometido a las
ambiciones sociales y políticas en la conflictividad histórica. El valor de su
obra que le gana un título fundacional para la poesía cubana ha sido demostrado
por estudios como los de Roberto Méndez. Sin embargo, no es menos importante el
valor de su conducta para demostrar la fuerza raigal de una cultura emergiendo
entre contradicciones ideológicas y emocionales como marca de identidad. Si su
poesía es pre romántica, su decepción al volver a la isla desde el exilio es
pre moderna.
Aunque Heredia se le confiera ese valor de la mirada
antropocéntrica que desde la lejanía puede asumirse en un topos identitario,
que es literario y patriótico, y aunque finalmente haya ganado comprensiones en
nuestro panteón poético, quien estableció su valoración salomónica y completa
es Martí. Su interpretación de Heredia nos deja una cartilla que lamentablemente
no ha tenido después suficientes alumnos aventajados. Gracias a su grandeza, y a pesar de su
distinta ontología y de su actitud consecuente hasta su muerte en apoteosis,
Martí comprendió las dimensiones humanas de Heredia y su decepción porque él
mismo sintió el espanto, luchó contra la decepción y lo confesó a la única
persona en la que podía ver un símbolo de entendimiento, a un niño, a su hijo.
Martí, además, no divide la cultura en
actitud política y actitud estética, mira éstas como son en un mismo fenómeno,
la cultura cubana en un momento de su historia. Lección magistral que todavía necesitamos.
Desasistidos
por una sociología e historiografía literaria, incapaces de trastocar en
operatividad legitimadora tantas cuotas de malditismo y parcelamientos del
albedrío, al punto que hoy no resultaría desacertado augurar la presencia de un
sujeto sociocultural menos militante en el sentido gramsciano, menos receptivo
a los reclamos del otro y lo otro. ¿En ese continuum de improntas excluidas por
motivos extraestéticos evidentes (ni
siquiera ambivalentes), apuntalarías la tesis de La Patria Literaria, ese
magnificente postulado que alguna vez emitiera César López?
Más
allá de lo magnificente, de la visión de la literatura que nos da ese postulado
como un espacio único, cuajado en la palabra, que nos puede contener a todos, absueltos
de lo políticamente pecaminoso y participantes de una comunidad en la que
además de la lengua podemos compartir muchos otros elementos identitarios y solidarios.
La
Patria Literaria tiene ascendencias marcadas, como la Patria Intelectual que postuló
José Enrique Rodó y estuvo vigente a principios del siglo XX. Martí participó
también de esa visión ecuménica y al mismo tiempo nos dejó una pauta muy
práctica sobre la trascendencia y la pertenencia. Para él Patria es Humanidad,
pero es Cuba, no como literatura, sino como ente geográfico, cultural, social,
y sobre todo humano. Fue tan práctico que no dudó en pasar de la pluma al
revólver cuando tuvo que hacerlo.
La
literatura tiene esa propiedad que de manera luminosa conjeturó Borges: en ella
convergen y divergen todos los sentidos posibles. De ahí que sea amada, despreciada
o usada según convenga a otros predios culturales, en especial la política y el
mercado, el evidente motivo extraestético, ante los cuales puede no sólo
defenderse por sí misma, sino también pasar a la ofensiva, como en Ensayo sobre la lucidez, de Saramago.
¿Qué pasaría si en un día de elecciones la mayoría de los votantes decide sin
haberse puesto de acuerdo emitir su voto en blanco? Ahí tienes uno de esos
libros que no se acomodan a los estantes de ningún gobierno, como no sea para
demandar que se refiere a los demás. Y es que
a la luz del estado de cosas en el mundo de hoy comprendes que el sujeto
sociocultural gramsciano puede traspasar desencantado las páginas del libro y
echar a andar por las calles.
La
Patria Literaria es un postulado elegantemente estético. Se contamina apenas
comienzan las lecturas y no puede ser de otra forma, puesto que la literatura
es un componente de la realidad. Hablar entre los escritores cubanos de una
Patria Literaria es hermoso y estimable, porque nos proporciona un estuario
civilizado y transitorio donde podemos confluir y en alguna medida eludir esa
dificultad del parcelamiento y las arbitrariedades. Sin embargo, es un reducto.
La sociedad no está integrada solamente por escritores, y sus problemas
urgentes no son menos acuciosos que el de la historiografía literaria. A la
vez, los escritores son en rigor personas de la sociedad, gente común, tienen
las mismas necesidades ordinarias, experimentan por igual sentimientos y
emociones nacidos de la realidad en que viven; comparten los mismos derechos y
deberes.
Si
algo es deber y es derecho, y nos enfrenta tarde o temprano a nosotros mismos
como gente común, es el imperativo civilizatorio de que las bases culturales de
la Patria, más allá de la literatura, estén levantadas sobre esa concepción ecuménica sin que lo político
nos devore. Si logramos esto habremos recuperado el cuerpo completo de la Patria
y de la Literatura. Habremos ganado la guerra en su extensión mayor, que no es
ideológica ni militar, sino crecer como Humanidad.
En
lo personal sigo necesitando una conciencia identitaria y tomo la noción
histórica o clásica de Patria, ligada a la tierra chica y los sentimientos. Hay
una vivencia en especial que definió de un modo abrupto mis propias
ambigüedades y hasta mis remilgos para las trilladuras del patriotismo. En la
última ocasión que quise visitar la isla me expulsaron desde el aeropuerto en
Cuba. No hubo ningún motivo técnicamente legal, no había errores de documentos,
tenía el correspondiente permiso y no soy un delincuente ni un terrorista. Un comentario
del oficial de aduanas me dejó ver que había un motivo político.
Confieso
que ninguna otra experiencia en mi vida había sido tan humillante y desgarradora.
Sin embargo, en un instante se definió para mí como persona qué es
verdaderamente la Patria, sobre todo cuando alguien te lastima y te humilla en
su nombre y todavía puedes comprender que no es ella y la sigues amando.
La
patria existe. Aunque para muchos pertenece al género de sentimientos como el
amor, la felicidad o la esperanza, que han sido sublimados, trivializados,
ajados o renegados por todo tipo de experiencias, personas y artes, hasta el
punto en que a veces nombrarlos se hace fútil o propagandístico. Existe, sin duda, como todos esos sentimientos
con los cuales comparte la dote de enaltecer, forjar el carácter y mover
voluntades. Puedes ser el antipatriota más deslenguado, puedes sentirte
hastiado de tanta retórica patriótica, hasta que un vuelco del destino derrumba
tu atrincheramiento y te invaden las emociones que te identifican con una
pertenencia de la que no quieres ser despojado, una condición o estatus que se
descubren vitales. No importa si lo defines como un lugar, un ser, una vivencia,
un arraigo filial o una condición de espíritu. Te pertenece, le perteneces. Es
por esto que los intentos políticos por detentar la exclusividad en definir la
Patria han estado condenados al fracaso.
Como dice nuestro ineludible Martí: no es feudo ni capellanía de nadie.
Lo mismo que la literatura.
En el
relato El lobo, el bosque y el
hombre nuevo, trasladado luego al soporte
cinematográfico como Fresa y Chocolate, se activa, ya sea por sinonimia,
implicitud, la clásica interrogante de Spivak: ¿puede el subalterno hablar? En
ambos casos se acude a un atisbo diegético que centra sus recursos discursivos
en la no tolerancia de uniones sexuales radicadas en las afueras del consensus
omniun. El eje temático dista mucho de
versar sobre lo exílico, al menos no está en su presupuesto ideoestético obvio,
no obstante se emite su salida a un hermetismo cultural, adlátere de lo social;
aunque el hermetismo, lo reconozco, implique cierta percepción eufemística. Yo
te preguntaría si en la memorable secuencia del abrazo entre sus protagónicos,
además de quebrar antinomias ideológicas y ofrecer una perspectiva inusual de
las otredades sexuales, no se está legitimando el fenómeno exilar desde una
óptica no problémica o representativa de su despolitización, ya que por el
travelling de su núcleo fictivo pasa una
muy importante codificación: lo humano.
Tanto
el relato de Senel Paz como su versión cinematográfica tienen también esa
lectura, aunque en la película esté acentuada por sus licencias respecto al
relato, y es que cualquier enfoque de la tolerancia puede vagabundear y termina
inevitablemente en el mismo sitio: la política, la necesidad de modificar los
consensos de la sociedad en bien de la humanización. No puede ser de otra forma
porque donde termina la polis comienza la jungla, o como observó Aristóteles:
el hombre es un animal político. Conviene también entonces distinguir que una
despolitización no es ausencia de un criterio político, sino dar espacio y
participación a cada componente de la cultura humana, de modo que la política
deje de ser vista como sinónimo de Estado, Poder, ejército o agencia de
inteligencia, en otras palabras, imposición. Incluyo la imposición moral, ya
sea secular o religiosa.
Ese
abrazo protagónico en el arte es también político, abarca al fenómeno exílico y
a la sociedad cubana que vive en la isla. Ninguno de los dos está cortado en
una sola pieza. La sociedad cubana se inscribe en la cultura occidental, donde
no existen sociedades monolíticas, unánimes, y en el mundo mismo ya es inaceptable
que un solo país o una entidad representada por un grupo de países pretenda
regir los destinos de toda la Humanidad.
La
tolerancia del homosexual en la sociedad cubana ha tenido que reñir no sólo con
la imposición moral, sino además con la imposición de la política como criterio
de gobierno. Su caso permite por eso ilustrar la interrogante: ¿puede el
subalterno hablar? Sin embargo, el homosexual no ha sido el único subalterno
falto de palabra en la sociedad cubana, y no en esta época, desde siempre la
palabra de muchos subalternos ha sido silenciada o anulada por el Big Brother
político. El abrazo legitima entonces un mosaico social más amplio, una
necesidad de tolerancia más abarcadora, el completamiento emancipatorio del
proyecto martiano que todos los cubanos comparten como un credo, dentro y fuera
de la isla.
Pero
la tolerancia no es todavía justicia, es apenas el primer paso hacia ella,
hacia un estatus que se extienda de la moral a las leyes, al ejercicio válido
de tu ser y tu palabra como parte íntegra de la sociedad, dentro de los límites
humanistas que todos podemos compartir y que excluyen la corrupción, la
violación, la tortura, el terrorismo, la
guerra, el soborno, lo que sabemos en común.
Aunque
tampoco de este problema se deba hacer una isla de la situación cubana, y el
debate y la lucha por los derechos del homosexual están todavía en marcha en el
mundo, no se trata de caer en aquello de mal de muchos, consuelo de tontos. Al
contrario, que fuera de Cuba también exista injusticia social,
discriminaciones, prostitución, perversiones de ese maltratado decálogo moderno
que llamamos derechos humanos, nada de esto exime a la sociedad cubana de la
obligación que encara de resolver sus propios males y llamarlos por su nombre.
Hoy, como en el pasado, ¿quién tira la
primera piedra? Este argumento es para mí la mejor defensa de la persona que se
ha hecho en los relatos civilizatorios, y no precisamente de un modelo de
ciudadano.
La
pregunta de si puede el subalterno hablar no entraña la respuesta evidente que
puede darse: sí, en Cuba el subalterno no ha dejado de hablar. La pregunta
necesaria a lo largo de esta época ha sido si puede hablar no en las
cafeterías, las tertulias, las reuniones institucionales, en las salas de las
casas, las encuestas o los informes burocráticos, sino por el altavoz público,
de toda la gama de matices morales, políticos, religiosos, ciudadanos,
ideológicos, en fin, culturales, que caracterizan la vida de cualquier
sociedad. Se entiende que hablar no es decir nada más lo que conviene, lo que
se pide escuchar o lo que se quiere escuchar, sino manifestar y debatir de modo
natural, legítimo, todo lo que afecta, inquieta o motiva espontáneamente la
vida política de la sociedad, incluidas las disensiones, incluido su gobierno.
En otras palabras, ejercer políticamente la cultura.
Armando
Hart decía que separar la cultura de la política es un error cultural, y
separar la política de la cultura es un error político. Habría que poner sobre
sus pies esa idea. Citarla es recordar que también hablar ha tenido sus etapas
o décadas en Cuba. Sobre todo a partir de los años 80 del pasado siglo, y en
los ambientes artísticos, el subalterno ha hablado en Cuba como nunca antes
desde los inicios de esta época. Decir en los años 70 algunas de las cosas que
hoy dice el subalterno en Cuba era inconcebible.
Entonces
la pregunta hoy es quizá otra: ¿por qué sigue el subalterno hablando lo mismo?
En
cuanto al fenómeno exílico, ha sido un
problema que agudizó la política como criterio de Estado, dentro y fuera de
Cuba, y dejando a un lado las razonables normas que implica toda migración
humana. Es ese criterio lo que hizo
expandir el fenómeno exílico y lo que ha ido imponiendo etiquetas y dogmas
antinómicos que lo manipulan. Por eso el abrazo protagónico en la literatura y
la cinematografía no deja de correr el peligro de la promiscuidad simbólica, de
ser utilizado para simplificar, como diría Barthes, una falsa realidad: soy
tolerante, otorgo libertades, dicho por un lado. Por otro: ¡Qué denuncia de la
discriminación en Cuba!
¿Puedes
negar que haya razón en ambos? Ese es el poder reduccionista que tienen las
etiquetas y paradigmas impuestos, o como ha dicho alguien, los paradogmas.
Lo
que está en medio es una expresión del arte cuyas lecturas o significados van
mucho más allá de esas encrucijadas, y es una realidad humana que a pesar de
las imposiciones políticas y morales no deja de acrecerse, de buscar
mejoramientos y apretar pechos para vencer rencores; aspirar a cotas mayores,
aceptar desafíos y también lanzarlos en medio de sus limitaciones. Es esa
humanidad, ese abrazo, lo que prefiero aceptar.
Siempre
me ha parecido que el hecho de nombrar Little
Havana, aún reeditando lo perdido con
apoyatura en el estatus anglófono, es una forma de verificar fragmentaria y lexicalmente la insularidad, flexibilizando
el mito de la terra ignota mediante el traspaso del significado a una
topografía ajena ¿Allanamiento por resignificación? ¿Tal vez una suerte de
globalización dentro de la globalización, invirtiendo a nuestro favor el
episteme Mcluhaniano? ¿Acaso un espacio de alteridad lingüística presto a
desafiar la postura subalterna que le confiere el mainstream estadounidense y
los absorbentes moldes en que operan las lecturas metropolitanas del otro, lo
que Gauttari y Deleuze representan con la metáfora de las aves que
territorializan su dominio mediante el canto, o la táctica de trabajar dentro
de los intersticios según L.Knauer?
Quizá
el desafío más grande que va descubriendo la globalización es que la aldea está
lejos de ser global y mucho menos una aldea. El episteme de McLuhan es
ingenioso, pero excesivamente anticipado y probablemente afectado por la
confusión entre medio y sujeto. Si vamos
a denominar al mundo según el medio de la interconectividad humana y el
perímetro de quienes pueden utilizarlo, ya estamos globalizados desde que
apareció el telégrafo, o desde que apareció el teléfono y desde más atrás.
La
globalización es un terreno en el que hay que excavar un poco antes de aplaudir
a los ideólogos o políticos que plantan el arbolito de lo bueno o lo malo.
La
realidad es que, contrario a la impresión que tenemos los beneficiarios de las
nuevas tecnologías de la información, es enorme la cantidad de lugares y
personas del planeta que no tienen todavía acceso a ellas. Por otro lado, si
tienes la suficiente jerga, tiempo y curiosidad, y por supuesto, la posibilidad
para entrar a un chat internacional en el Internet, te das cuenta de que en ese
nuevo medio globalizante sigue campeando el mismo galimatías lingüístico y
cultural que ha sido el mundo desde la torre de Babel. Igual pasa en los demás
medios emblemáticos de la globalización, la mensajería de texto en celulares,
la televisión, la radio. Hay ya hasta un léxico del lenguaje en la mensajería
por celulares, un medio en el que algunas editoriales comienzan a emitir
versiones de novelas y realizan concursos de microrrelatos.
Como
pasa con cada fenómeno cultural, los nuevos medios terminan motivando nuevas
expresiones, así que también encuentras una jerga específica de ellos que
algunos valoran como genuino lenguaje, otros lo consideran empobrecimiento y
alguno lo ha utilizado como recurso estilístico en la literatura. Pero a pesar
de que surge una especie de norma, siguen distinguiéndose diferentes matices
culturales y específicamente lingüísticos que denotan a sujetos distintos.
Trabajé
varios años en la televisión y al procesar telenovelas latinoamericanas me
sorprendía a veces el uso de vocablos que en Cuba había dejado de escuchar desde
mi infancia campesina. Y en la radio se hace difícil el control de lo correcto
en un ambiente multicultural. Lo que en Cuba es una mala palabra resulta un
término habitual en otros países, y viceversa.
Lo
nuevo de la globalización contemporánea es que hasta ayer por la mañana las
emisiones eran eminentemente monológicas. Hoy son dialógicas y el emisor que no
lo acepte acabará por descubrir tarde o temprano que sus mensajes terminan cada
vez más pasando de largo frente a ojos y oídos conectados con otros intereses,
o en una mayor cantidad de cestos de la basura, y que sus seguidores dejan de
aumentar o desaparecen, incluso entre
sus mismos simpatizantes. Es lo que ha sucedido con los modelos que de la noche
a la mañana han conquistado a la ‘aldea global’: Youtube, Facebook, Twitter,
por ejemplo.
El
emisor tiene que llegar al contexto del
sujeto y ese contexto es también étnico y personal. La moraleja: o conversas,
es decir, dialogas, o te quedarás hablando solo, es decir, monologando.
Esa
persistencia de lo identitario, de las alteridades y del consiguiente valor que
porta la persona ha sido redescubierto en las circunstancias globalizantes del
mundo actual. El comportamiento de las estrategias que dominan la comunicación
indica sin duda que están reconociendo en el individuo la permanencia de un
poder de cambio al que ya juegan otras apuestas. En el Internet los motores de
búsqueda que se reparten la ‘aldea global’ han transferido ese poder a sus
fórmulas para procesar y entregar información, han incorporado de lleno las
funciones que representan las llamadas comunidades virtuales o redes sociales,
como norma para medir el valor o la popularidad de la información que entregan.
Básicamente se trata de ganarse el poder referencial de la persona y su palabra,
que siguen teniendo una gran autoridad en los contextos locales. El modelo ya
ha sido adoptado por la política, como era de esperar, y es más que evidente en las estrategias de
los poderes hegemónicos del mundo y sus aspirantes.
En
ese contexto nombrar Little Havana es invocar por antonomasia lo cubano en la
ciudad de Miami, pero en este caso sigue siendo una invocación transida de
politizaciones. Puede prestarse a las miradas teóricas y verse como todo eso
que mencionas, insularidad fragmentaria, resignificación, alteridad
lingüística, metáfora o intersticio. Pero también es interesante ir a lo más
simple y a los orígenes, a la inveterada costumbre humana de la toponimia, que
suele darnos significaciones más accesibles que las teorías, a veces sorprendentes.
En
Cuba hay un lugar llamado California nada menos que en las estribaciones de las
montañas del Escambray, como mismo existen allí otros lugares cuyos topónimos
se enlazan con sitios de otras partes del mundo. En California, Estados Unidos, hay dos asentamientos que llevan el nombre de
Cuba. Hay una pequeña ciudad –¿una isla?– llamada Cuba, en el Estado de Kansas, que fue fundada en 1868 y recibió su nombre
de uno de los fundadores, que había vivido antes en la isla. Y existe
asimismo otra pequeña ciudad –¿otra
isla?– llamada también Cuba, que se encuentra en el Estado de Illinois. Su
conexión con nuestra isla caribeña es indudable, puesto que esa ciudad fue
renombrada así tras la guerra Cubano-Hispano-Norteamericana, y no tengo
conocimiento de que allí viva o haya vivido algún cubano. Hay otros varios
pequeños lugares dispersos por Estados Unidos llamados Cuba, y cuyo nombre es
anterior a esta época.
En
la ciudad de Miami encuentras un taller de autos nombrado Villa Clara, y en la
ciudad de Hialeah un restaurante que se llama Tortillera Colombiana. Si nos
extendemos más allá de las toponimias, recordarás que vocablos como guajiro y
guagua, tan recónditamente simbólicos de la cubanía y la vida cotidiana en
Cuba, se originaron del inglés y específicamente del hablante y la cultura
norteamericanos, de los yanquis.
Creo
que por ahí anda la globalización legítima, la que el ser humano crea y recrea
acá y acullá en el movimiento histórico de la vida y la cultura, fecundando el
surgimiento de alteridades lingüísticas e indentitarias que, sí, pueden
desafiar las corrientes culturales y estrategias dominantes, y de hecho han
puesto en jaque a la tecnología de los poderes emisores; no como respuesta a
construcciones conceptuales que más bien han sido instaladas para describirlas
desde miradas frecuentemente contaminadas por convenciones políticas o
insularismos intelectivos.
En
este panorama, ¿qué es la aldea global? Plástico, metal, circuitos integrados y
muchos intereses acechándose mutuamente, eso sí, en un mercado mundial.
Para
ponerse en fase con la complejidad de este fenómeno en que el sujeto sigue
siendo local y a la vez ubicuo, los procesos identitarios se manejan hoy con
una concepción dinámica, transformativa y múltiple, hasta el punto en que se
acepta que en un sujeto pueden coexistir identidades distintas. Experiencias
como Little Havana, que comienzan como una actitud psicocultural traspasando
elementos identitarios a lugares diferentes al de origen, luego pueden ser
tomados como clisés políticos o del mercado. La imagen más extendida de Miami
por el discurso político del antagonismo es la “sagüeserea”, la calle ocho o
Little Havana, signada por la iconografía cultural del pasado histórico
cubano, para hacer funcionar el presupuesto
ideológico de una hegemonía cubana miamense congelada en el odioso pasado y
pretendiendo reconquistar la isla para instalarlo, es decir, la explotación
capitalista, la injusticia social, el enemigo.
De
esa manera la atención queda centrada en las polaridades políticas predominantes
y se ignora que en el territorio que incluye a Miami conviven personas de unos
160 países con sus respectivas culturas, intersticios o resignificaciones. Debe
decirse de paso que el multiculturalismo en Estados Unidos continúa siendo en
gran medida un problema debido a la insuficiente asimilación y armonización de
unas culturas con otras, lo cual ha tenido inclusive repercusiones
económicas. Por lo general la gente
tiende a seguir agrupándose, identificándose o ignorándose según sus
nacionalidades y culturas.
Es
indiscutible el peso que han tenido los cubanos y su cultura en el desarrollo y
la evolución de Miami, pero esta ciudad no es solamente Little Havana, ni todos
los cubanos se ubican en ese intersticio. La sociedad cubana de Miami
manifiesta, igual que la de la isla, los cambios de época y generacionales,
expresados no sólo en iconografías y expresiones culturales diversas, que no
excluyen las del pasado histórico, sino también en las actitudes políticas.
Esto es mencionado convenientemente en la isla cuando los cubanos que en Miami
no aceptan el embargo económico de Estados Unidos a Cuba salen a la misma calle
ocho en Little Havana a protestar públicamente para manifestarlo.
El
antagonismo político ha producido también el clisé de Miami como ciudad maldita
y estéril culturalmente, la hacienda de la mafia. Sin embargo, además de la
cultura popular que encuentras en Little Havana tienes también, por ejemplo, el
Art Basel de Miami, el más grande evento artístico internacional de Estados
Unidos; tienes Una importante Feria Internacional del Libro; un festival de
cine; un Adrienne Arsht Center donde se presentan figuras mundiales de otros
géneros como la ópera y el ballet; un
movimiento teatral … No hablo, por supuesto, de un emporio cultural en esta
ciudad donde aún faltan muchas cosas por desarrollar, como una receptividad
literaria más diversa y una industria editorial que le corresponda. No es
tampoco un modelo extraordinario de sociedad y política, hablo de que ante las
realidades contradictorias y complejas se dispara el latiguillo simplificador
de la caricatura.
La
esquematización opuesta es similar. El clisé predominante al hablar fuera de
Cuba de la sociedad en la isla es una caricaturesca dicotomía tras la que puja
la cuestión politizadora, y que va desde la imagen epidérmica del buen salvaje
dada por el turista común o el visitante oficial que cree conocer lo suficiente
de la sociedad cubana cuando lo llevan a Varadero, la Bodeguita del Medio,
algún hospital para atender enfermos de otros países, la casa de un ‘babalao’,
la librería, una escuela o el santuario del Cobre; hasta el discurso antagónico
extremo, dominado por imágenes como la decadencia urbana, la escasez material,
la población hacinada, la prostitución, el horroroso transporte público, Fidel
enfermo, el acoso a los disidentes.
Es
una extensión de lo mismo, de aquel dislocamiento que ha provocado la politización
casi absoluta de la vida, que además de haber originado en gran medida la
realidad en la que se sustenta hoy, nos polariza en una trinchera mercantil y
otra ideológica como emblemas de legitimación o incriminación, según sea que
nos miremos a nosotros mismos o al otro. Eso es lo que lleva a su vez a que el
comportamiento étnico en determinado momento o grupo sea politizado como blasón
cultural, como emblema turístico o interpretación antropológica de toda una
sociedad.
No
creo que una visita al Barrio Chino en La Habana, o a los barrios chinos de
otras ciudades del mundo, permita conocer de un modo suficiente cómo es la
cultura china, para eso hay que hacer un viaje más largo, pasando por el de
Leonardo Padura a las entrañas de la cultura china en la cultura cubana y
hallando con Gao Xingjian La montaña del
alma.
Little
Havana sería el comienzo de un viaje también largo para comprender cómo vive,
muere o se reproduce en su humanidad un fragmento más de la cultura popular
cubana lejos de su lugar de origen y en simbiosis con otra cultura que no la ha
hecho desaparecer.
Quedarse
en los extremos significa no distinguir que a pesar de los usos legitimantes de
que sea objeto, y de los desdoblamientos identitarios que abarcan la
lengua, hay mucho patrimonio histórico
de la cultura cubana conservado en Miami, una parte del cual no existe ya en la
isla.
Una
vez leí una noticia sobre la colaboración de instituciones norteamericanas con
las autoridades y especialistas cubanos de la Casa de Hemingway en Cuba, para
preservar el patrimonio que este lugar representa, amenazado por el deterioro.
¿Cuál es el nombre de esos especialistas norteamericanos? ¿Cuál el de esos especialistas
cubanos? La noticia misma era apenas una nota sepultada en un alud de
desgracias, guerras, asesinatos, escándalos de la política y la farándula,
chismes de famosos, reclamos electorales, y por supuesto, las últimas andadas
del régimen cubano. Supongo que en el otro lado aquella nota haya estado
sepultada igual en un alud de cosechas de papa o producciones de organopónicos,
visitas de presidentes, mesas redondas, desfiles, inauguración de alguna obra,
efemérides patrióticas, fechas históricas, entrevistas a premios nacionales,
declaraciones de ministros sobre los avances en la educación y la salud o la
heroica resistencia de la cultura, y por supuesto, las últimas andadas del
imperialismo norteamericano.
Seré
pueril. Aquella nota me alegró el día. Si lo miras así, distingues el camino
otro, el que lleva, como te decía antes, al momento pregnante. Por ahí encontraremos
también a los pescadores viniendo del río.
En el
texto “El abedul de hierro”,
perteneciente al todavía hoy incriminado Fuera del
juego, la simbiosis autor/sujeto lírico
explicita un severo cuestionamiento de la otrora URSS focalizando a Stalin, el
errático líder epocal. El poema es de algún modo el anticipo denunciante de las
comandancias de los procesos creativos que luego llegarían al trópico bajo el
rótulo eufemístico de realismo socialista.
Es
curioso que en fechas y contextos distantes, también inquietudes antihegemónicas
hallaron eco en los célebres decasílabos de Byrne, y mucho antes en la impronta
martiana. ¿Convendría, a riesgo de que se nos tilde de eurocéntricos, una interpretación
foucaultiana del citado episodio de dogmatismo, que a su vez conduce a un
triste episodio exilar?
Es
un hecho que el conocimiento y el discurso de las sociedades están vinculados
al ejercicio del Poder en ellas. De modo que ineludiblemente Foucault está
presente cuando hablamos de esto en la actualidad, y con él todos los
precedentes y consiguientes que así lo han demostrado.
Era
inevitable que también en el discurso literario apareciera en sus alternativas
expresivas aquel proceso que tuvo su clímax con Fuera del Juego y Heberto Padilla, para desembocar en el realismo
socialista, el período ‘gris’ que algunos han llamado quinquenio y otros
década.
Las
críticas al estalinismo y sus secuelas en la URSS no faltaron en la
intelectualidad, el contexto social y los medios de comunicación cubanos desde
antes de 1959. Por no faltar, no faltaron ni en la revista Selecciones, un cereal ligero para consumo masivo que llegaba a
Cuba desde Estados Unidos, diseminando un anticomunismo que nos completa
históricamente el drama de enredos de estas antinomias en las que terminó Cuba
por caer. Hoy se sabe que aquellas críticas no eran infundadas y que los
crímenes soviéticos eran tales; se sabe que las potencias que actuaron de
jueces en Nüremberg contra los líderes del fascismo naufragaban e discrepancias
éticas e incurrieron durante la guerra, en su desenlace y en el mundo que se
repartieron, en hechos también condenables.
Seguramente
nos falta mucho más por conocer, si es que algún día se llega a saber, para que
podamos interpretar con más claridad esa zona oscura de la historia humana. Fue
tan gris como el quinquenio cubano, que tuvo un antecedente más famoso en
Estados Unidos con el episodio del Macartismo, por los mismos motivos y con las
mismas justificaciones: conspirar con el enemigo; con análoga manipulación del
arte y con muchas vidas de intelectuales valiosos destruidas. A todo esto se
remonta sin duda la ascendencia del capítulo cubano de la década o quinquenio
gris.
Lo
que entonces era llamado Comunismo resultó ser un par del Capitalismo igual que
esas fuerzas que en la Física conocemos como acción y reacción, inseparables y
productoras de fenómenos.
Sin
embargo, la cultura cubana se adelantó en muchas cosas, hasta en dar al continente
la Constitución más avanzada para su época en los años 40 del pasado siglo, por
mucho que sólo faltara hacerla funcionar en la realidad. Teníamos en nuestra
propia cultura los referentes necesarios para ser no ya el fiel de América,
sino del mundo, sin dejar de seguir evitando que los intereses de los poderosos
cayeran sobre nosotros y sobre Latinoamérica.
Es
indudable además que eso mismo, unido a la base popular que tuvo la Revolución
Cubana, donde estaba representada toda la sociedad, fue un desafío para las
hegemonías del momento y esto puso a Cuba en medio de aquel ruedo o duelo de
gigantes en el mundo. Esta es la zona de explicación histórica, la que conocemos
como un episodio de sobrevivencia cuando el gobierno cubano buscó amparo en la
alianza con la URSS.
Y
he aquí que una cultura que había avanzado desde sus orígenes a contrapelo de
las convenciones, sin renunciar a su rebeldía indomable para crear sus propios
modos, con una creatividad y originalidad que hicieron aportes universales,
comienza a utilizar la fotocopiadora frenéticamente, como fascinada por un
descubrimiento en las oficinas de la burocracia soviética.
Es
necesario añadir que cuando se habla de aquellos años todo queda reducido a
errores cometidos en la cultura entendida como sector artístico, y en
particular a partir del Congreso Nacional de Educación y Cultura en 1971, pero
la historia ha demostrado que no es así, que las fotocopias no fueron
únicamente de las corrientes dogmáticas en el arte soviético, sino que
abarcaron la estructura socioeconómica y política de aquel sistema.
No
porque se evite hablar de esto se va a olvidar, ocultar o negar la
responsabilidad de quienes en Cuba facilitaron ese desliz que anulaba en
principio tanta ética, tanta virtud cívica, tantas lecciones que la cultura
cubana ha atesorado como advertencias, como una suerte de vacuna contra tales
virus, comenzando por Martí, nuestro hombre cumbre.
Sin
duda ha habido guerra, ni siquiera desde 1868, la ha habido desde Hatuey, desde
lo que ha significado Salvador Golomón en la literatura cubana, sea o no apócrifo.
Gobernar no es coser y cantar, nadie tampoco lo ha definido tan escueta y
acertadamente como Martí: “En política lo real es lo que no se ve”, pero hay
diplomacias y diplomacias. El resultado es que quien lo quiera puede dar a todo
aquello una explicación ideológica, pero no se pida coherencia, porque no la
tiene. Y hasta hoy en la cultura cubana se sigue debatiendo secuelas de ese
episodio. Una de ellas es la continuidad de las exclusiones.
De tu
respuesta se deduce que Padilla, lo
mismo que Cabrera Infante, Lorenzo García Vega, Reinaldo Arenas, Leví Marrero,
José Kozer, Carlos Victoria, Antonio Benítez Rojo, Eugenio Florit, Magali
Alabáu, Labrador Ruiz, Mañach, René Ariza, Hilda Perera, Heriberto Hernández
Medina, Félix Luis Viera, Magnolia García, Juan Carlos Recio, María Elena Cruz
Varela, Zoe Valdés, Karla Suarez y todo un largo etcétera que te incluye,
continúan siendo, con independencia de
la fluctuación diaspórica a la que pertenecen, una especie de agujero negro o
asignatura pendiente en la historiografía literaria de la isla.
El
punto de giro para los ausentes, que no son solamente escritores y forman un
listado innumerable, es si están dentro o fuera de la isla. Y estar dentro o
fuera no se refiere a si residen en Cuba o en el extranjero, sino a su
valoración política en circunstancias que no son similares para todos.
De
alguna manera esa valoración produce y reproduce situaciones fantasmales. En
ningún lado se constata visiblemente que estés excluido, pero…
En
la concreta, como suele decirse, quedas a merced del criterio de los
funcionarios. ¿Cometen ellos errores? ¿Están aplicando mal las instrucciones o
tal vez siguiéndolas al pie de la letra? En todo caso su conducta está
condicionada por una conciencia ya acendrada de la politización que atraviesa
de arriba a abajo al sistema.
En
términos editoriales se sobreentiende que un autor clasificado con cualquiera
de las etiquetas que lo ubican fuera de la isla tiene aún menos posibilidades
de ser publicado en el país que los autores residentes allí, debido a las
limitaciones materiales de la industria editorial en Cuba, pero también a ese
estigma que antes se estampaba como un cuño más en tinta fuerte y hoy se mueve
de un expediente a otro con pinzas.
La
fantasmagoría ha abarcado además a autores que no son cubanos, libros que nadie
tiene que instruirte para saber que no pueden verte leyéndolos, que ‘quien tú
sabes’ no puede enterarse de que los estás circulando, pero los que pueden
viajar, incluidos los funcionarios oficiales,
los leen, los traen, los llevan y algunos los prestan.
La
asignatura pendiente no es que estés anulado para el lector nacional, en la academia
o en las editoriales; que te dejen visitar la isla o no; que te dejen salir o
no de la isla. Lo pendiente no es una asignatura estrictamente artística o
intelectual, sino una actitud cultural consecuente con las convenciones políticas
de las que el sistema cubano participa en el mundo contemporáneo.
La
exclusión ha tenido como punto de partida en muchos casos una postura crítica
del escritor como ciudadano, o un choque de su expresión artística o estética
con la doctrina oficial. En otros, ni siquiera ha tenido que existir ese
choque, ha bastado con que vayas a vivir como emigrado a otro país en
condiciones legales. Es una consecuencia más del enrarecimiento que produce la
politización de la vida. Queda eliminado en la sociedad el espacio legítimo y
honesto del disenso y a la vez queda enmascarada la honestidad del consenso,
convertido en unanimidad por obra de la simulación.
A
partir de ahí ya no es posible esperar un entendimiento basado en la validez de
participar en la extensión de todos tus derechos; comienza la sospecha mutua,
la imposición doctrinaria, el descreimiento extremo por el cual cada lado no
concibe que el otro crea en lo que hace o diga lo que dice; comienzan el ataque
y el rencor. Luego se hace cada vez más difícil restañar esas heridas y
reconstruir. Así tienes, por ejemplo, autores imprescindibles que cerraron por
sí mismos el camino al gesto de reconocimiento en las condiciones actuales,
como Lydia Cabrera y Reinaldo Arenas.
Intelectuales
cubanos de todas las esferas de la cultura viajan por el mundo como artistas,
como científicos, como funcionarios, como militantes del Partido Comunista, y en todas partes no sólo exponen la doctrina
en que creen, sino que además ejercen la crítica de aquellos males y gobiernos
que consideran necesario enmendar. Muchas veces lo hacen en el mismo país cuyo
gobierno están criticando. Es una convención que debe ser bilateral, porque si
algo está claro universalmente es que en el mundo que vivimos nadie tiene toda
la verdad en la mano y como dije antes, ¿quién puede tirar la primera piedra?
La
asignatura pendiente se sale de las instituciones, de la academia, y se
convierte en la comprensión faltante de que las consecuencias de toda
intolerancia y segregación van desde forzar y reforzar las posiciones que se
pretende combatir de esa manera, hasta desfigurar las bases humanistas de lo
que se quiere o dice construir.
Has
mencionado a Carlos Victoria. Me sorprendió conocerlo en persona, porque la
primera vez que estuve en su casa ya había leído algunos de sus libros y él
resultó ser diligente, atento y sociable, distinto de ese puño crispado que atraviesa
sus novelas y cuentos, y que él mismo me definió como literatura del terror
existencial. Vivía no muy lejos de mi casa, en un edificio que buscó a
propósito frente a un lago, procurando un ambiente que le diera lontananza y
que estuviera abierto a la belleza de la noche en ese lugar para dedicarse a su
pasión absoluta, la literatura. Dividía
su vida entre el trabajo para ganarse el sustento y las horas en que de verdad
vivía, que era cuando estaba escribiendo, pero también cuando iba cada semana a
un centro de rehabilitación de adictos al alcohol a dar charlas y apoyo a
personas que lo necesitaban.
Allí
en su casa, mirando la noche, me contó del miedo y la aprensión que tuvo que
vencer para tomar la decisión de visitar la isla, entre otras razones porque
pensaba que el abrazo por sobre las ideologías le era ya necesario. Me habló de
las peripecias que no faltaron para recibir el permiso, y otras en el
aeropuerto de la isla. Pero vivió una experiencia en particular que lo marcó de
nuevo. Un amigo al que guardaba especial admiración, consideración y afecto,
sólo se atrevió a encontrarse con él en un lugar público, no en su trabajo y ni
siquiera en su casa. Era un funcionario de nivel y a pesar de la presencia
autorizada de Carlos él sabía o sentía evidentemente que podía perjudicarlo.
Cuando
escuché la noticia sobre la muerte de
Carlos me pareció que hablaban de un desconocido, que unas palabras honoríficas
con títulos de libros no podían abarcar ni trasmitir lo que habitaba en aquel
hombre, su más sencilla condición
humana, la que tuvo que pelear hasta consigo mismo, y lo lamenté de una manera muy personal,
porque le había visto en los ojos el dolor del que también iba a morir, no
precisamente de cáncer.
Es
ese género de contradicciones y sutilezas lo que hay que vivir o conocer para
comprender de qué puede estar empedrado y a dónde puede conducir cualquier
justificación sociocultural y especialmente política que produzca esta clase de
circunstancias.
Las
peores consecuencias son las que van traspasando las corazas del carácter y se
infiltran en la conciencia habitual de manera insensible. Como un boomerang esa
mentalidad regresa desde las politizaciones y nos las trae, nos rodea y nos
llega a gobernar. Nos atrinchera en juicios mutuos y posiciones convenientes.
Se convierte en tabla de valores para un marketing editorial y académico dentro
y fuera de la isla. Sigue siendo un humus donde también pueden germinar el
extremismo y el oportunismo de la ideología y del mercado.
¿Cómo
será mañana la biblioteca del cubano? Es una pregunta que me hago como
ejercicio curativo y para conservar la cordura que la experiencia simple de la
vida me ha dado en mis lecturas. Cabrera Infante me aportó en Tres tristes tigres un ingenio más
completo de lo cubano en el carnaval de la palabra, que aunque citadino me
despertaba igual el disfrute de lo sabichoso en lo más hondo y pícaro del
lenguaje rural que me rodeó en mi infancia. Un poema de Fernández Retamar, felices los normales, esos seres extraños…,
me ayudó a comprender de una manera emocional y precisa lo que es la limitación
del reduccionismo axiológico en la cultura y el extrañamiento doloroso de las
marginaciones. Así ha habido en mi vida personal toda una vida de lecturas, mi
propia caja de recortes, mi baúl de los recuerdos, mi álbum inconfesable, como
nos pasa a todos, como pasa en todas partes.
Si alguien se molesta por lo que representan en las politizaciones
Cabrera Infante y Fernández Retamar, lo siento, no lo decidí yo, los hizo la
cultura, mi cultura, la cultura cubana.
Necesitamos
cambiar y sin duda nos cambiará la corriente indetenible de la existencia.
Mañana encontraremos accesibles en la biblioteca cubana las obras hoy ausentes,
la lista que no alcanzas a enumerar en tu pregunta, no aisladas en el
clandestinaje callejero o los espacios reservados para el estudiante o el
investigador autorizado. ¿Seguiremos encontrando entonces las que hoy están? Si
no fuera así, ¿qué habríamos cambiado?
Si te
planteara que la fijeza de la percepción extraterritorial, anclada en el
formato del no-viaje, esa primaria añoranza casaliana de “ver otro cielo/otro
horizonte, otro mar, /otros pueblos, otras gentes/ de maneras diferentes de
pensar”, se reactualiza cada vez más, y no solo ya como tópico literario
reminiscente sino como peligroso englobamiento que de manera quizás no
consciente desborda nuestro imaginario colectivo, ¿qué opinarías?
Te
preguntaría primeramente si te refieres a la isla o al resto del mundo, que
parafraseando a Silvio Rodríguez, no es lo mismo, pero es igual. Me refiero a
que la mayoría de las personas en el mundo siguen ancladas en lo que llamas el
formato del no-viaje y la añoranza por ver otro cielo, otro horizonte, otro
mar.
Y
es que viajar no es asunto solamente de permisos, sino también de posibilidades
económicas, de estatus anclados en los desbalances que siguen imperando
internacionalmente debidos tanto a las políticas hegemónicas injustas como a
las ineficacias locales de gobiernos que se escudan tras el San Benito de la
desigualdad entre el primer y el tercer mundo para justificar sus propias
injusticias e incapacidades.
Lo
que ha hecho desbordar ese formato en el imaginario colectivo del cubano es el
tratamiento de la necesidad y posibilidad de viajar al exterior como un
salvoconducto para salir fuera de un territorio en guerra, además, por
supuesto, de las condiciones económicas irregulares en que ha tenido que vivir la
población cubana durante más de medio siglo, lo cual motiva una especie de
fijación con lo que está más allá de ese horizonte y donde se supone que hay
abundancias y más libertades.
También
ha influido el posicionamiento de un estrato social, de funcionarios, de
artistas y deportistas, por ejemplo, que han tenido acceso continuo a mejores
condiciones materiales de vida y a viajar fuera de la isla, marcando una
diferencia poco grata para el resto de la sociedad. Luego apareció la
‘comunidad cubana en el exterior’, que trajo revelaciones y también todo tipo
de trasiegos, contradicciones y decepciones de ambos lados. Viajar no podía
dejar de convertirse entonces en objeto de aspiración y corrupción, como todos
sabemos que ha ocurrido y es típico en circunstancias sociales de
encerramiento.
Quizá
la necesidad menos considerada es la de simplemente viajar, la búsqueda de la
otredad o de subsistencia, que ha sido
una teleología en la definición identitaria de lo humano, su formación y
crecimiento.
Sin
embargo, el englobamiento peligroso de esa añoranza por viajar no radica en su
apariencia externa, que es todo eso, sino en la carencia o mutilación de
aquello que la sutileza de Lezama advierte como degustador de la sabiduría
ancestral, la incapacidad de la resurrección inmóvil, del crecimiento interior,
de distinguir en medio de las apariencias y el ruido que la vida no está en
otra parte, está en todas partes. Es una condición que para desarrollar como
humanos necesitemos el viaje interior tanto como el viaje físico que nos
permite identificarnos y diferenciarnos, aquilatar la integridad y valor del
mundo por lo que es como universo y como partícula.
En
la historia no son infrecuentes los viajeros inmóviles que la han transformado.
Los aviones vuelan llenos de viajeros móviles entre los cuales muchos no saben
ni siquiera en qué parte precisa del mapa queda el lugar a donde están
viajando.
Lamentablemente
la carencia o mutilación de esa capacidad que nos hace íntegros se deriva del
desgarramiento por el que todavía anda escindida la humanidad. La añoranza
casaliana tiene expresiones universales. Es la que siguen también miles de
personas que viajan en su búsqueda a los lugares de mayor pobreza material del
planeta, procurando otro género de riqueza en una actitud que no es política,
sino solidaria, necesaria como esa suerte de instinto irreprimible con que se
conectan nuestras células para darnos vida y forma.
La
historia esplendorosa de Ryan Hreljac, entre muchísimas otras, bastaría para confirmarlo. A los seis años de edad, en 1998, quedó
impresionado en su Canadá natal cuando su maestra le enseñó que había mucha
gente muriendo en África porque estaban obligados a consumir agua contaminada.
Hizo tareas durante cuatro meses a cambio de remuneración hasta reunir sus
primeros 70 dólares y dedicarlos a motivar a la comunidad para pagar a una
compañía constructora de pozos y dar uno a un pequeño pueblo en Uganda. Así
comenzó una verdadera leyenda que motiva a muchos en el mundo. Hoy, a pesar de
su juventud, Ryan es líder de una Fundación que formó y que ha dado agua potable a más de medio
millón de personas africanas.
¿Por
qué politizar algo así? No se trata tampoco de predicar un bandazo de la
miseria de la filosofía a una nueva filosofía de la miseria. Las carencias
materiales provocan también miserias espirituales, conciencias delictivas,
afanes en lo ínfimo y añoranzas extraviadas.
No
es un secreto que la situación de los cubanos a lo largo de esta época ha
estado afectada por las carencias en lo económico y una politización asfixiante
en lo social. Sin embargo, te diría lo que un amigo invaluable que me no me
excusará la cita: no habría que irse de Cuba, habría que irse del planeta.
Puesto
a un lado el tremendismo, no nos queda más alternativa que enfrentarlo. El
equívoco clasista enrarece la comprensión de que sí tenemos motivos humanistas
poderosos, más allá de ese tipo de intereses, para confluir en la solución de
los males que compartimos, o como ha dicho Facundo Cabral, nacemos para
encontrarnos, la vida es el arte del encuentro. No hay en esto una gota de
idealismo, como muchos se han empeñado en hacernos creer. Al contrario, su peso
como realidad se ha vuelto tan consistente que quien se encarga de demostrarlo
es lo solícito de los poderes hegemónicos para absorberlo politizándolo.
Sin
embargo, no es menos es cierto que la percepción extraterritorial como
añoranza, y hasta ese anclaje en la
excusa del no viaje para eludirla o conformarse, adquirió tipicidad en las poblaciones del
llamado socialismo real, aplicable en general a las condiciones en que emigran
o viven en la isla muchos cubanos. Esto ha dado lugar a una experiencia también
reveladora, diría que de una manera especialmente interesante, cuando personas
que emigraron hacia la “Europa Libre” se vieron atrapadas luego en una
decepción que más que consistir en no saber cómo conducirse con la democracia,
o no poder cumplir expectativas materiales, se debía a la desaparición de un
horizonte y a la confusión en cuanto al culpable.
Es
lo que observa con agudeza el escritor húngaro
Péter Esterházy, que en los regímenes socialistas la gente sabía cómo
sobrevivir y defenderse en su selva, cuándo hablar y cuándo quedarse callados,
oían hablar del poder del dinero y lo deseaban… hasta que muchos conocieron
cuánto era ese poder; entonces, en ese lado, el mundo se les hizo ajeno,
extraño, y se sentían amenazados. Estérhazy añade algo más sobre la ex Europa comunista y específico del campo
literario: ‘En las dictaduras la literatura es insana y casi desproporcionadamente
importante. Es el lugar donde puedes hablar de la libertad perdida. En la
democracia no perdimos la libertad, pero cuesta encontrarla’.
Es
una observación que resalta la figura del escritor, del intelectual en general,
no sólo el artista, quien es alguien que sufre en especial los rigores de esa
clase de cambios, puesto que su actividad, sea o no profesional, es un
imperativo interior y requiere de condiciones especiales de producción. No
todos los intelectuales fracasan tras haber emprendido el viaje a la añoranza,
pero el éxito o el fracaso suele estar asociado a las politizaciones de turno
más que al valor intrínseco de los aportes que el intelectual representa. De
ahí que tengan tanto mérito anónimo los que se han crecido y han conquistado
por su propio esfuerzo el otro cielo, el horizonte otro, sin extraviarse en su
viaje interior, sin dejar de ser quienes son.
A
mi modo de ver ese es el auténtico destino humano: conquistar cada uno y entre
todos el otro cielo, y hacerlo como si nada, siendo cada cual como es, como si
nadie nos estuviera mirando, como algo orgánico, porque no podemos ser sino
eso, una criatura libre como el sinsonte en su estado natural. No es algo del
tamaño de una frase y está lejísimo de ser simple y real, pero si al menos no
lo decimos, si al menos no nos arriesgamos a equivocarnos, seguiremos perdiendo
el partido creyéndonos que lo ganamos por empate, como en una película en que
un personaje entra a la habitación donde otro ve un juego de fútbol y le
pregunta: ¿quién está ganando? Y el otro responde: nadie, unos pierden más
rápido que otros…
No
soy especialista político, pero soy ciudadano común, soy lector y no leo nada
más en los renglones, sino entre ellos y debajo. No hay que ser, pues,
especialista, para advertir que el mundo está afectado por males que ninguno de
los sistemas políticos ha resuelto y que habrá que resolver en conjunto porque
ya no hay más que experimentar y pronto no habrá ni siquiera más planeta para
hacerlo.
En
ese desencuentro tienen mucho que ver las maneras diferentes de pensar, la
necesidad de construir en común, efectivamente, una universalidad de
diferencias participativas y consensos respetuosos. ¿Qué estaríamos inventando?
Nada que no haya existido ya en la propia humanidad en alguna escala, como ha
ocurrido en momentos puntuales y
comunidades minúsculas de distintas culturas que nunca se llamaron a sí
mismas democracias, pero se reunían para debatir un consenso y llegaban a
construirlo. La diferencia entre aquellas experiencias y la complejidad del
presente es, por supuesto, histórica, pero esa historia incluye además las
lecciones y el aprendizaje.
Tenemos
una galaxia de lecciones acumuladas y un código llamado cultura, aprendizaje,
que nos permite la diversidad en la unidad. A través de la cultura puede que
desaparezca un día el formato del no-viaje como otra consecuencia geopolítica y
nos quede tiempo de aprender finalmente lo que nos dice aquel ancestral adagio
chino con impecable sabiduría: la puerta mejor cerrada es la que siempre puede
estar abierta.
Muchos de
nuestros coterráneos que viven la experiencia de la expatriación, terminan por
adoptar como lengua literaria la que aporta el espacio de acogida (y aporte sea
quizás la forma menos ríspida de abordar el complejo asunto). Fabio Morabito
que siendo italiano instaló su discurso en el español se refiere al biculturalismo
como fractura y discontinuidad, atisbo que indica el enterramiento definitivo
de otras palabras y otras cadencias.
En
términos de tabuizaciones, hallamos una zona de contacto con Heredia y su
imagen del “bárbaro idioma”. ¿En el caso de los autores que optan por el
bilingüismo- estoy pensando en Hijuelos y Cristina García-no se pudiera dar
cabida a una cierta estrategia antropológica, emparentada con las nociones
Origenistas: “adentros de la sensibilidad”, “posibilidades escondidas”, “futuridad”,
“decisivo reverso de lo oscuro” et al?
Puedes
verlo como una estrategia antropológica si tomamos en cuenta que la
Antropología se ha redefinido en la crisis global que atraviesa la humanidad,
para adaptar su estudio a esas condiciones. En este caso la estrategia es
también una posibilidad dependiente de situaciones y aptitudes personales, por
ejemplo el dominio de la lengua, ya sea por nativismo o por capacidad y asimilación,
y también debido al contexto, porque se quiere aprovechar ese dominio de la
lengua y de la sensibilidad semántica para insertarse en un mercado.
Sin
embargo, una vez que participas del bilingüismo y el biculturalismo estás
pisando una especie de interregno, una
tierra de nadie, y estás expuesto efectivamente a la complejidad del asunto,
que se discute por los vericuetos del lenguaje y el referente en los elementos
fabulares, no por los rasgos peculiares de la literatura artística.
A
riesgo de pisar alguna mina, en aquella zona donde expresas una mejor eficacia
se localiza tu elección afectiva, tu sensibilidad, y esa zona puede que sea el
lenguaje o puede que sea el mundo fabular, y en ambos casos la realidad de la
que participan. Pero esto seguramente no te define en el debate de si Conrad es
escritor anglo-polaco sólo porque nació en Polonia y trasmitió temas de
sensibilidad universal en lengua inglesa,
a la que nunca llegó a dominar por completo como hablante. A Italo
Calvino no dudamos en identificarlo como escritor italiano aunque nació en
Cuba. ¿Reinaldo Arenas es escritor cubano en El Portero aunque instala su mundo fabular en Nueva York como un
mordaz y vibrante clamor contra las jaulas que aprisionan al ser humano? Su
mirada y sensibilidad en este libro, y hasta su destino personal, lo acercan en
la literatura norteamericana a la que representa Kennedy Toole con La conjura de los necios. ¿Es Hijuelos
escritor cubano o norteamericano? ¿Qué define literariamente decir que es
cubanoamericano? Las precisiones en este debate no son tampoco algo que podamos
enfundar en metáforas, que son la talla versátil de la literatura.
El
debate ha sido igual de intenso, o más,
en el caso de la literatura niuyorrican o literatura puertorriqueña de la
diáspora. Después de medio siglo de haber comenzado esa expresión de las
migraciones desde Puerto Rico a Nueva York y otras ciudades norteamericanas, el
estudioso y crítico Juan Flores ha expuesto que aún faltan marcos teóricos
suficientes para entender si aquella literatura es una rama de la literatura
puertorriqueña, si es algo diferente o si es parte de la literatura
norteamericana. El consenso sigue siendo que sin tomar en cuenta la literatura
de la diáspora no sería justo ni completo valorar la literatura puertorriqueña.
Es
una conclusión muy a propósito en el panorama de la literatura cubana, pero es
justo señalar que no todo es asignatura pendiente en la isla. Como parte de esa
conciencia integradora La Gaceta de Cuba
publicó en 1993 unos dossiers sobre la literatura cubana de la diáspora con
enfoques de estudiosos destacados como Gustavo Pérez Firmat y Eliana Rivero,
que después reunió Ambrosio Fornet, junto a una muestra de textos de autores
representativos en el exilio, en el libro Memorias
recobradas, publicado por la Editorial Capiro. A pesar de las limitaciones
que hoy pueda señalárseles a ambos proyectos, no dejan de constituir un punto
existente en un mapa necesario. A este
mapa también han ido contribuyendo estudios académicos publicados en revistas
especializadas fuera de la isla.
Tienes
también, por otro lado, el fenómeno del ‘spanglish’, que tras prolongadas
discusiones y recelos se esboza como parte legítima de una evolución del
lenguaje al ser incluido en una extensa antología de la literatura hispana en
Estados Unidos. El libro, The Norton Anthology of Latino Literature, tiene de 2,700 páginas y abarca cinco siglos
de historia. Además de su autor, el profesor mexicano Ilan Stavans, en su preparación participaron otras
figuras académicas respetables como Gustavo Pérez Firmat y Rolando Hinojosa, un
Premio Casa de las Américas.
El
mestizaje en la literatura ha existido siempre y con él la persistencia de la
ambigüedad para definir pertenencias o estrategias. Sería extenso citar la
literatura escrita en español y definida como latinoamericana cuyos autores son
nativos de otras lenguas. En la Feria
del Libro de Fráncfort se ha dado un caso curioso, el de la escritora Melinda
Nadj Abonji, ganadora del premio alemán del libro en 2010. Ella nació en Yugoslavia,
un país ahora inexistente, y perteneciendo allí además a una minoría húngara.
Comparto la opinión de que nos encaminamos a distinguir
las expresiones diversas de la literatura de una manera menos confusa, sin la
complejidad que le añaden los adjetivos. Es la evolución que ilustran las
tendencias contemporáneas en Latinoamérica después del Boom, que no parecen
proponerse un deliberado afán de invención ni una unidad cosmovisiva reconocida
en un ciclo histórico, una entidad geográfica o un sector ideológico. Sus
soluciones expresivas se congregan a partir de sus distintas experiencias y sus
propias miradas esparcidas por los cuatro puntos cardinales y más allá de la
cultura latinoamericana, pero también hacia ella misma. No se postulan para la trascendencia ni salen
a buscar o crear un mundo, sino que expresan el mundo que les llega en sus
vivencias y desde las más disímiles fuentes, vitales o culturales.
¿Además
de la condición exílica, cuáles transformaciones señalaría Carlos Alé desde su
participación en Dimensiones regionales
de la literatura cubana contemporánea hasta la autoría de El árbol del bien y
del mal: El código censor del Poder en la cultura de Occidente?
Lo
que va de uno a otro en esos libros es más bien progresivo. No he sido prolífico
en la literatura y he escrito como un aprendizaje, mientras he ido aprendiendo.
Dimensiones regionales… se originó en un
momento de gran fluidez en el encuentro de intereses entre un grupo notable de
autores y académicos locales, villaclareños, para bien de la literatura. No fue
el encuentro acostumbrado en que un crítico, o un profesor, escribe una reseña,
hace una presentación o realiza un estudio circunstancial sobre la obra de un
autor, sino una acción que abarcó todos
los eslabones del proceso literario, incluyendo el aula, la receptividad, la
circulación del libro y por supuesto, la figura autoral. Es una manifestación
modélica de lo que puede conseguir la cultura institucional que ha existido en
Cuba en esta época.
El
enfoque primordial de Dimensiones
regionales… era dejar registrado ese evento y a la vez invitar a la
reflexión sobre la amplitud de horizontes que da disponer de herramientas
conceptuales para conocer y promover la literatura en las distintas escalas
socioculturales en que se expresa y desarrolla. No tenía el propósito de
ponderar una literatura villaclareña, sino verla como literatura cubana en sus
variaciones expresivas, que viene a ser el mismo espíritu de esta conversación
cuando invocamos una literatura sin fronteras.
Esa
mirada continuó en El árbol del bien y
del mal. Mientras estudiaba en la cuentística cubana cómo puede verse la
literatura a través del lente de la Teoría General de Sistemas, quise
especificar en un análisis lo que ha sido señalado en un guiño por la propia
literatura, el modo sorprendente en que
la capacidad fabuladora del ser humano ha intervenido en la Historia a través
de textos concretos; tanto que llega a comportarse como otra fuerza productora
de realidades en la variación sociocultural de la humanidad. La idea pretendía
ilustrarlo con obras ya incorporadas a la historiografía literaria.
Luego
las observaciones de Lotman sobre la importancia y funciones del libro sagrado
en las diferentes culturas me dieron un
punto de partida en la cultura Occidental, la Biblia como libro, para conectar
aquella idea con la realidad que aún vivimos, especialmente el conflicto mayor
que divide a la humanidad, el del Poder, que ha sido un cazador cazado por su
propio logocentrismo, por una
estructuración mental que hemos repetido de una ideología a otra. No
quería enfocarlo siguiendo el típico hábito moderno con que se han buscado
explicaciones o causas en la cuestión social, o en la económica, sino utilizar
como enfoque inicial la mirada foucaultiana
desde la cúpula de la cultura, desde el logos donde se acumulan,
diversifican y dispersan todos los sentidos de la existencia y la experiencia
humanas, y dirigirla a una interacción o sincronización con los asertos
sociológicos y económicos.
Por
supuesto, lo más interesante para mí era aplicar ese conocimiento a la propia
cultura cubana y ese es el recorrido que hace El árbol del bien y del mal… yendo desde una síntesis cultural
universalista a la experiencia cubana en esta época y colocando la concepción
martiana no como su precedente, sino como colofón. Lo hice así no sólo porque
en el monte intrincado y sublime del pensamiento de Martí puedes armar un
proyecto visionario, vigente y lúcido, sobre el Poder, la civilización y la
vida social, sino además porque ese proyecto vuelve a ir de lo particular a la
universalidad, de Cuba al continente y de éste al mundo. Y como tal, sigue
siendo un proyecto inconcluso, pero, más que viable, desesperadamente
necesario.
¿Transformaciones?
Haber aprendido en ese estudio que su propia magnitud me rebasa. Me hizo más
humilde y he experimentado en mí mismo el crecimiento interior que una visión
generalista de la experiencia humana, por breve o modesta que sea, puede
traerte. No se trata de una postura
creyente o de misticismo, ni tampoco militante. No navego en la vida
orientándome por islas de ideas, sino por convicciones que me aportan todas las
experiencias culturales.
Gracias
a ese crecimiento no me considero en rigor un exiliado. Nací en Cuba, resido en
Miami y vivo en ambas. Son dos lugares ardientemente simbólicos de pasiones y
conductas políticas que también yo he tenido. Mi aprendizaje personal me ha
llevado a enfrentar en mí mismo esas pasiones. Tanto Miami como los lugares
donde viví en Cuba me han dado aportes en esa formación, no precisamente por
las virtudes exclusivas y excluyentes que se les suele atribuir.
No
comparto o no me adapto a determinados aspectos de la cultura norteamericana, y
en cambio he abrazado otros porque me han hecho crecer y puedo sentirlos en mi
sensibilidad. Mientras residí en la isla tampoco aceptaba o me adaptaba a
determinados aspectos de la cultura cubana, pero nunca he dejado de vivir mi
patria natal, ni la cultura donde nací ha dejado de ser mi raíz. A ella
pertenecen los momentos y las personas más importantes de mi vida y fue en ella
donde aprendí primero que la amistad y el amor no tienen nacionalidad, ni los
valores que finalmente nos definen como seres humanos.
No
ignoro ni eludo los conflictos reales que me rodean, y a los cuales me he
referido, sólo que hoy los asumo desde una postura que no sabía cómo explicar
de la manera más sencilla o convincente, hasta que una amiga me envió el
discurso que hace medio siglo pronunció Mario Moreno en boca de su personaje,
de ese carácter que pasó a la cultura universal por manifestar verdades
aparentemente ingenuas, como las del entrañable vagabundo de Chaplin. Fue el
discurso que dio Cantinflas como embajador en una de sus películas, tan vigente
que está listo para ser pronunciado muy en serio hoy mismo en las Naciones
Unidas.
Así,
es mejor decirlo en mis palabras, pero al modo cantinflesco…
Si comprendes que producir y consumir son una necesidad,
una condición vital; que el dinero y el mercado son el medio que tenemos hoy
para realizar de manera social esa necesidad; que un solo productor y un solo
producto no hacen riqueza; que hay que producir para multiplicar la riqueza y
mejorar la vida; que compartir riqueza no es repartir miseria; que hacer
riqueza es también una actitud personal; que todo tiene un costo en el
fundamento material de la vida y si no lo pagas tú lo está pagando alguien por
ti; que para funcionar bien la economía no usa apellidos, sino matemáticas; que
el valor de todo implica su utilidad y se traslada… si comprendes esas realidades
prácticas no estás siendo capitalista, sino una persona sensata.
Si comprendes que la vida no es solamente material; que la codicia empobrece a la sociedad tanto
como el igualitarismo; que el sentido más alto de crear riqueza es crear
humanidad; que el dinero y el mercado no pueden salirse de sus cauces; que la
verdadera manera de utilizar la riqueza para hallar felicidad es siendo
solidarios; que es inaceptable adquirir riqueza despojando a otros de la suya;
que la salud y la cultura son imprescindibles para cualquier proyecto de vida;
que no debe confundirse cultura con posición social; que la persona es el
canon, el non plus ultra de lo que conocemos como universo; que sólo tenemos un hogar común, nuestro planeta,
y no podemos destruirlo sin pagar el precio de la existencia misma… si
comprendes esas verdades demostradas por
la historia no estás siendo socialista o izquierdista, sino un ser humano.
Si ya lo eres, puedes comprender entonces el sentido
irrefutable de la máxima volteriana: quizá no comparta uno las ideas de otro,
pero hay que estar dispuesto a dar la vida por su derecho a expresarlas. Y
puedes comprender que el Poder, como supo distinguir Martí, es sólo un
tránsito, no un destino.
Sabemos que esas premisas son manipuladas por los partidismos,
y que hoy todos los partidos de gobierno en el planeta, sin excepciones, son
entes clasistas. También sabemos que la
cultura no es por sí misma un dechado de virtudes, que las diferentes culturas
tienen además esos vestigios que nos vienen de nuestro pasado evolutivo, pero
aquí estamos, a pesar de tanta historia incivilizada y bestial, de modo que si miramos adelante, también allá
podremos estar. Tengo fe personalmente en esas premisas compartidas, no en un
choque de civilizaciones, sino en un encuentro de culturas.
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