2.08.2014

AIMÉE G. BOLAÑOS: HISTORIAS DE ESCRIBAS




Libro rico e inclasificable de biografías imaginarias de diosas y personajes que a través de la historia han sido escribas y que comienzan a fundar cuando vislumbran "el silencio abismal", cuyo influjo precede y patrocina las vivencias y reflexiones personales: testimonio cósmico o ensayo lírico sobre el misterio de la voz poética en sus múltiples avatares en el tiempo. De lo mítico a lo personal, se acrisola la voz en este libro donde encuentro patios familiares e islas peregrinas de hermosas resonancias. Hay una gran erudición tras la seductora narración que siempre desemboca en iluminaciones atemporales: se ilumina el enigma 
sin romper el misterio  con que se vive.
Juana Rosa Pita 

 Fragmentos de Escribas 
(Madrid: Betania, 2013)  
 

AIKA KIU (1259-1297), POETA ZEN

No tengo biografía, solo profesión de fe. Mi vida solitaria carece de trama. Nada afirmo o niego. A la vuelta de un punto inmóvil, existo en movimiento. No aspiro a transformar la sociedad, tampoco a ser parte de una comunidad. Sustentada por el trabajo diario de la menuda existencia, camino hacia la iluminación, en busca de una sabiduría espiritual y psíquica, incomunicable por su propia naturaleza.
   Practico el oficio de descifrar mitos y símbolos, dándole vida poética y ni preciso fijarlos en la escritura. Cada día me entreno en el raro arte de ver la verdad. No soy egoísta, solo guardiana de esas verdades sin nombre, a las que rindo culto en cada poema, si bien ellas están en la vida, a disposición de cualquiera, tanto sabios como necios.
   He sacrificado todo lo que poseo, entregándome al gran camino, donde la poesía es un culto interior que no persigue la comunicación ni el reconocimiento. Estoy siempre dispuesta a sobrepasar los límites y si tuviera que cortar el brazo con que escribo, no dudaría un instante porque la sabiduría no está en la letra. 
   Tengo cualidades esenciales que vienen del zen, por tanto, escapan a cualquier definición. Porque sé que la tierra y el cielo no dan abrigo, la poesía me ofrece posibilidades sin fin. Escribo en papel áspero, quebradizo, no quiero que dure, con frágil pincel y tinta china, sin colores ni diseños, pero los poemas tienen formas vivaces. 

   Mi arte es súbito y repentino. La escritura no admite vacilación. Aprendo a dejar las palabras fluir rápidas, de manera espontánea, sintiendo el mundo sin intelectualizarlo. Quiero libertarme de mi mente, ir al corazón para tocarlo de forma incomprensible, pero directa. La mejor referencia, el arte de los guerreros. Si me detuviera a pensar, haciendo mudanzas y retoques, las palabras ya estarían muertas.  
   Prefiero la suciedad de mis pies andariegos a la pulcritud erudita de los libros. Soy viajera experta que no deja rastros. Debe ser por eso que mi escritura es enmarañada, vacía de realidades, que son apenas ilusiones. Sé también que el cuerpo y el alma son irreales. Cultivo la serenidad activa. Ni soñadora, ni erudita, fluctúo en la calma. Soy de naturaleza frágil y aérea, inmersa en el adentro.
   Junto a la poesía, la ceremonia del té me inspira. Cada uno de sus sorbos es un soplo de vida que se proyecta en el universo, propiciando los cambios y la paz espiritual a través de la contemplación de la belleza. Practico en la Morada del Vacío. Decoré sus paredes con mis poemas caligráficos en blanco y negro; además, inscribí los pasos concretos y simbólicos del ceremonial, encaminado a refrescar el espíritu, ausentándolo del mundo. Con el ritual del té es posible experimentar una liberadora evasión, sobre todo de la servidumbre del tiempo.
   Tanto la escritura de poesía como la ceremonia del té me han enseñado la nobleza de los materiales sencillos. También a dedicarme a una cosa de cada vez. Ya una vez alcancé un único punto y fue la más difícil de las tareas. Reverencio las cosas comunes, intento verlas en su eficacia natural e inconstancia. Huyo de las distorsiones, de lo obvio, sentimental y afirmativo, para facilitar el contacto con la vida. Sé que la rigidez es inherente a la muerte; la debilidad y lo suave, atributos de lo vivo. Para mí, no existen pasado ni futuro, la poesía es del instante único en que la vida acontece.
   No quiero copiar ni reproducir, afán absurdo de tanto escriba. Cada palabra y cada cosa son únicas. Busco la inmóvil sabiduría que capta el pájaro antes del vuelo. Dejo fluctuar los sentidos que nada significan. No interpreto, solo escucho el silencio de los intersticios. Sugiero, abro trayectos aunque no sepa su final o destino.
   Con la poesía aspiro a crear un vacío reticente, ideal supremo de algunos poetas. Allí existen todas las palabras: las indecibles y no dichas. Y que cada cual, vea por sí mismo. Como un samurai, pudiera decir que no tengo poderes mágicos; hago con la fluencia espiritual, mi magia escrita, de palabras o sin ellas.
   He comenzado a experimentar que existo sin separaciones, en un amoroso desapego. Nada me pertenece, tampoco me resulta ajeno. Puedo hasta imaginar que las palabras contienen saberes, pero mi espacio interior es de la vida. En el canto del pájaro está la mejor prédica.
   El ser profundo que me habita se ha vuelto risueño, abierto, inclusivo. Voy envuelta en mi propia sombra y sé que de ella viene lo oscuro. Sin seguir los pasos de los antiguos sabios, consciente de que existen varios tipos de senda, recorro libremente mi camino y hasta, a veces, la poesía me acompaña.

ESCRITURAS DE A

 XVI



Escribo que escucho, a lo lejos, el suave canto del sabiá. Él siempre dice que vuelve, desde el romanticismo los pajaritos regresan del destierro, fieles a su primer hogar. Solo que ellos no saben, son puro instinto sabio. Su vuelo no cesa de inspirar a los poetas errabundos, con sus pérdidas insuperables para tener alguna cosa que cantar. Porque, según Borges, qué hubiera sido de Homero sin tanto forcejeo humano y divino, sin tanta guerra, tanto mar y tanto viaje.
   Al partir, todo se hace trascendente. El mar, el barco, desde donde se avizora la tierra perdida El sujeto en su duelo, desesperado, que es así como debe imaginarse la partida. Y después, como Rastignac, lanzando su célebre desafío de “nos veremos las caras”. Eso mismo pensé desde el Sacré Coeur, ante un París rutilante.
   Pero mi isla no tiene París. Tampoco, sabiás. Declino retos y nostalgias, más bien, cultivo saudades. No quiero volver, tal vez, no me fui. Al partir fue un gran alivio, me alcé hacia otra forma más fluida. Dejaba mi peso de no ser real, apenas una imitación cualquiera, doble hasta de mí misma.
   Ahora invento visiones. Se sabe que a Ovidio le dio por las metamorfosis y las elegías en el destierro. Escribir visiones conforma, ocupa, alegra. Ellas tienen formas cambiantes y aunque las hay catastróficas, la mayoría lleva el júbilo de lo que vi y estoy contando.
   Veo olas de alta mar en calma, no quiero más naufragios, ni seductoras playas. Aguas profundas de transparencias mutantes, aguamala gigante. Y en ellas, una isla minúscula sin fin que lleva consigo los cuatro puntos cardinales. Una isla a la deriva, flotante, florecida, con olor a jazmín de noche en pleno día. De azules y dorados, como le gustan a las Cariátides. Ellas y la Isla resistiendo a la devastación de los Estringes. Entregadas a sí, con la amorosa carga.

 XXII


Mi escritura es errante. De no haber perdido un país, la familia reunida, un amado entre amantes, el habla de todos los días, las liturgias del cotidiano y varios objetos entrañables, no hubiera embarcado en este viaje. De no haberme sentido extraña, extranjera, no habría jugado a las palabras, ideales para habitar la ausencia, tan hospitalarias.

   Y cuando digo que escribo, van juntos incompetencia y exilio. Tengo conciencia de que estos rasguños sirven para nada y es bastante. Escribir es una consecuencia natural de la manera en que me relaciono con el mundo: no me gusta y no lo entiendo. Demasiadas negaciones. Escribir y dejarse escribir es también un modo de rehacerse.
   He vislumbrado, además, que escribir puede ser el más contradictorio y definitivo de los actos. Me explico: la escritura es consumación porque la secuencia de letras resulta inalterable. A la par, evidencia un fracaso o falla esencial, los hechos resbalan imperturbables hacia ese otro reino donde al volverse signos, dejan de ser ellos mismos.
   En verdad, la escritura es memoria de lo vivido y por venir. El doble de cualquier escriba, el lector, transforma el balbuceo del autor. Su lectura pertenece a un futuro conjetural, tiempo predilecto de la escritura que es un evento bienaventurado de la lectura. Cuando se lee, incluyendo lo que uno mismo escribe, en el lugar del autor, ya sin rostro, aparece una hidra de mil y una cabezas.
   Escribo para llegar al fin de mi deseo: crear una isla con palabras. Nada original, en realidad lo hacemos casi todos los que perdemos islas. Después, y ya estoy en terreno más hipotético, quisiera llegar a la polis para decir lo que no dije, en voz alta. Pero nadie escucha. Al final, y en modo alguno conclusivo, entreveo que las palabras escritas solo han sido signos de algo que debería excederlas y no acontece. Un punto de fuga del deseo sin fin.
   La escritura comienza cuando son abandonados los propósitos y se vislumbra el silencio abismal, que no es un no ser, sino una plenitud vacía, donde viven todas las palabras.
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AIMÉE G. BOLAÑOS. (Cuba-Brasil). Escriba y lectora de ficción. Profesora de literatura de la Universidade  Federal de Rio Grande, Brasil y profesora adjunta de la University of Ottawa, Canadá. Doctorado de Literatura Latinoamericana en la Rostock Universität, Alemania; posdoctorado de literatura comparada en la Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil. Ha publicado numerosos artículos en diversas revistas de América Latina y Europa, sobre todo referidos en los últimos años a la poesía femenina cubana y brasileña. Publicaciones recientes: Sus lecturas de poesía de la diáspora cubana integran numerosos libros Poesía insular de signo infinito. Una lectura de poetas cubanas de la diáspora (2008). Ha escrito sobre diáspora para el Dicionário das mobilidades culturais: percursos americanos (2010); Voces negras de la literatura de las Américas (coorganizadora, 2011). Poesía: El Libro de Maat (2002), Las Otras. Antología mínima del Silencio (2004), Layla y Machnún, el amor verdadero, (coautoría, 2006), Las palabras viajeras (2010) y Escribas, narrativa (2013).  
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Las palabras viajeras

9 comments:

mallorca said...

Os textos ficaram ótimos junto às imagens! Adorei essa forma literária virtual. Parabéns, Aimée querida. lizete

Unknown said...

E a saudade só se faz maior, a cada passo. Saudade do teu abraço amigo, do teu olhar reconfortante, do teu colo de mãe. Te amo!
Lindo espaço. :)

dovalpage said...

Excelente, refrescante...me encantaría leer más de este libro. Tiene un aire ligero y a la vez profundo...todos somos escribas. Buscaré algo más de Aymee. ¡Felicidades por el libro! Y la imagen de la portada, perfecta y sugerente, como todas las de Betania.

Abrazos desde Taos,

Teresita

Crónicas y Espirales del Poema. said...

Hermosa Poeta, maravillosa amoga

Crónicas y Espirales del Poema. said...

Hermosa Postage amiga.

annabell said...

gracias por compartir estos fragmentos. me encantaria leerlo completo. annabell

annabell said...

aime, gracias por compartir estos fragments. cuando podremos leerlo completo?

Joselma Noal said...

Me encantó visitar tu espacio literario, Aimée. Besos, Joselma

Unknown said...

¡Gracias por compartirlo, felicitaciones! Abrazo grande y venturoso camino para vos y tu obra.