Próximo libro en proceso de publicación
RECUERDOS DE UNA
REUNIÓN ESPIRITISTA
En vano he tratado de darle cierta ilación cronológica
a estos relatos ya que la memoria no me es muy fiel y se me escapan algunos
fenómenos a relatar. Es así como olvidé narrar en su momento un par de
experiencias que tuvieron lugar en Banes cuando apenas transitaba los años de
mi adolescencia.
Las primeras de estas experiencias se relacionan con
mis tías Enriqueta y María, ambas fallecidas en el mismo mes del mismo año
1963.
El Espiritismo tal como lo conocíamos en casa no era
completamente ajeno al misticismo, si bien es cierto que no se usaban íconos
religiosos o cirios. La médium Isolina Feria de quien voy a hablar más adelante
practicaba bautismos de criaturas, y usando el devocionario compilado por AllanKardec, celebraba ciertas evocaciones en las fechas como a los nueve días
después de una desencarnación, a ese ritual le llamaban los espíritas que se
habían formado en el centro de Isolina Feria, novenarios. Luego al mes y
posteriormente cada año en la fecha de esa desencarnación.
La casa donde vivían mis tías era la casa de mis
abuelos. Era una típica vivienda de los primeros años del siglo veinte. Tenía
unas ventanas muy amplias y el techo no tenía cielo raso, sino que estaba a una
gran altura y se podían ver el techado desde el interior de la vivienda. Recuerdo
que en la reunión que celebramos toda la familia en la casa de la abuela era un
día completamente veraniego y demasiado caluroso, abrimos todas las ventanas de
la sala de estar que era bastante amplia y tenía dos enormes ventanas al lado
derecho y una al frente que la mantuvimos cerrada para evitar la mirada de los
curiosos. Era uno de esos días cuando todos comentan “no entra ni una brisita”.
En efecto, por aquellas ventanas no entraba apenas aire fresco.
Se dio comienzo a la sesión simplemente escuchando a
la médium Tita Serrano que fervorosamente oraba y nosotros no repetíamos como
acostumbran a hacer los católicos en sus responsos. Había una atmósfera de
sopor y un calor infernal aún con las dos ventanas abiertas.
A la mitad de la ceremonia comenzamos a sentir un frío
gélido. Yo recuerdo que fui por una toalla para enredármela al cuello. De
inmediato cerramos todas las ventanas y lo más curioso es que al mirar al techo
distinguíamos una bruma azulosa y nos caían como gotas de rocío. El espíritu
guía de la médium nos advertía que ese fenómeno no implicaba nada nocivo para
nosotros, simplemente era la acción fluídica de todos los seres que eran más de
veinte que venían a escuchar las oraciones y a ayudar a los espíritus de mis
tías recién fallecidas a reconocer su nuevo estado.
MIS EXPERIENCIAS
CON EL MÉDIUM ENRIQUE ROJAS EN EL CENTRO DE JUANITA NÁPOLES
A comienzos de los años setentas comencé a sufrir de
un estado de ansiedad severa con un insomnio muy rebelde y tuve que consultar a
la siquiatra del pueblo, la doctora Josefa León.
Ésta me prescribió un ansiolítico muy fuerte llamado
Melleril en dosis elevadas, así como un hipnótico, el Dormidén, pero no logré
alivio, ni recuperación alguna.
Bien recuerdo que mi estado de ansiedad me mantenía
acostado para súbitamente levantarme y ponerme a caminar como un loco de un
extremo a otro de la casa. Cuando viajaba, si tenía la oportunidad, me acostaba
literalmente en tres asientos sin brazos y alineados en las estaciones
terminales de autobuses pues no aguantaba el dolor en la región sacrolumbar.
Consulté con médicos sobre este dolor y me hicieron exámenes de rayo x sin descubrir
algo anormal. Fueron de la opinión de que se trataba de uno de los síntomas de
la ansiedad generalizada que padecía.
Una noche mientras cenaba recuerdo que no pude más y
recordé que mi amigo Pedro Quiñones me había platicado que había sufrido de un
dolor muy fuerte en una de sus piernas y aconsejado, por una gran amiga en común, nuestra
recordada Rica Aguilera, visitó el centro de Juanita Nápoles donde laboraba el
médium Enrique Rojas, quien había sufrido poliomielitis cuando niño y eso lo
obligó a deambular en una silla de ruedas.
Enrique en trance le recomendó que tomara la
Butacifona por determinados días y que tan pronto desapareciera el dolor la
suspendiera porque ese medicamento ataca la mucosa gástrica. Pedro era muy
escéptico y recuerdo que antes de darme el consejo de ver a Enrique y a raíz de
su experiencia con el medicamento, el cual realmente trabajó y le curó, me dijo
sarcásticamente: “yo no entiendo esto de los espíritus, pues según el
médium y las personas que acuden al centro espírita, quien extiende las
curaciones es un espíritu médico que desencarnó en los años cuarenta, entonces
¿cómo este espíritu pudo conocer de la butacifona si cuando él vivió como
encarnado todavía no habían sintetizado ese medicamento?” Así era mi querido
amigo, pero al verme en ese estado casi demencial, sin encontrar alivio para mi
estado de ansiedad e insomnio, me instó a que fuera a ver a Enrique.
Sin terminar mi cena salí como un bólido al centro de
Juanita Nápoles para ver a Enrique. Cuando llegué a la casa vi que afuera en el
portal y en un jardín que tenían al frente de la vivienda habían improvisado de
manera muy rústica unas bancas, que simplemente consistían en cuatro hileras de
bloques de cemento para construir y encima le ponían unas tablas. Como pude,
logré hacerme de un hueco y me senté a esperar que llamaran mi número pues al
llegar
a la estancia había una persona que entregaba esos
números limitados a 30 personas por sesión, quien no alcanzaba debía regresar
en otra ocasión.
Ocupé un espacio en aquella larga tabla al lado de una
muchacha que me conocía. Hay que imaginar mi dolorosa sacro lumbalgia sentado
en aquella tabla sin respaldar. Un poquito después de llegar salió un señor de
la casa y gritó: “¿hay alguien aquí que se llama Joire Daire?” De
inmediato me levanté para acompañar al señor y la muchacha a mi lado me dijo: “no hagas trampas que tú no te llamas así, yo te conozco y sé que te llamas
René Abella, le respondí que luego le contaría por qué me llamaban de esa
forma.
Antes de proseguir con mi relato debo aclarar que el
centro era una vivienda familiar y habían dispuesto la mesa del comedor para
las sesiones y detrás de la casa habían instalado una cocina y un comedor para
que funcionara como tales para la familia. El médium estaba sentado en su silla
de ruedas frente a aquella larga mesa en un rincón de la vivienda y de ninguna
manera podía ver a los asistentes que esperaban afuera, a la entrada de la
casa.
El otro detalle a tener en cuenta es ese nombre por el
cual me llamaron. Mis padres asistían al centro espírita de Isolina Feria. La
médium Isolina Feria tenía una rara facultad de ver en el periespíriitu de los
niños que le llevaban para bautizarlos, pues su práctica espírita coincidía con
el aspecto místico religioso del Espiritismo, el nombre de una encarnación
previa del espíritu del recién nacido. Así las cosas, yo fui bautizado por
Isolina y tuve de padrinos a Josefa Mir y Rafael Domínguez, ambos espíritas
practicantes. Mi madre me contó que cuando me llevaron al bautizo le
preguntaron a Isolina, ¿qué nombre trajo el niño? Y ella respondió Joire Daire.
Mi madrina que era muy ocurrente le dijo a mi madre,
no le vayas a dejar ese nombre, pues los demás niños en la escuela se van a
burlar de él. De ese modo mi padre recordó que había tenido un tío abuelo
francés que se llamaba René y me inscribieron René Daire, luego al llegar a los
Estados Unidos los agentes de Inmigración por error escribieron Dayre en lugar
de Daire y así quedaron las cosas. Fuera de mis padres y mis padrinos nadie sabía de ese
nombre, Joire. De manera que al llamarme aquel señor de ese modo me di cuenta
que el médium era auténtico y había incorporado a una entidad real.
Fui conducido a sentarme frente al médium quien me
puso una de sus manos en la frente y sentí como una fuerte corriente eléctrica
atravesar toda mi columna vertebral y de inmediato se incorporó mi espíritu
guía o protector, el mismo espíritu que se había manifestado antes a través de
la mediumnidad de mi madre.
Me reprochó que hubiera descuidado mucho mi
crecimiento espiritual y que me perdiera en divagaciones y confusión.
Debía retomar el camino. Estudiar, reflexionar y
profundizar mucho en la Doctrina Espírita.
Que no debía olvidar que nos unía un lazo kármico
desde existencias anteriores y que en la última encarnación yo había prometido
dedicar mis esfuerzos a divulgar la Doctrina y entonces me comprobó que en esa
previa encarnación yo había sido un sacerdote y él mi obispo y que ambos
estudiábamos secretamente y en privado las obras de Kardec. De ahí que el Karma
lo había preparado todo; nacer en el seno de una familia espiritista y
desarrollarme en ese
ámbito. Incluso, nombró algo que el médium y la mayoría de los presentes
ignoraban, mi afición por la escritura, particularmente por la poesía lírica.
Me dijo que todo eso estaba muy bien, pero debería emplear la pluma como
instrumento para divulgar la Obra. Esa era realmente mi misión.
La sesión se prolongó toda la noche, después de
atenderme, el médium me invitó a quedarme para ser testigo de los demás
fenómenos que iban a desenvolverse en aquella sesión. De ese modo vi cómo una
entidad recién desencarnada que no reconocía su nuevo estado daba gritos y
vociferaba a través del médium. Se dirigía a sus supuestos compañeros de labor
y les decía: “¿qué hacen ustedes ahí mirando como unos idiotas? ¿No ven que la
carreta me cayó encima y ustedes están “pasmaos” y no me ayudan?” Y continuaba
lanzando blasfemias y palabras soeces. Se trataba de un operador de una carreta
de tiro de caña en una de las industrias azucareras de la región. El hombre
había muerto un par de días antes y su espíritu no reconocía su nuevo estado.
Una escena realmente dramática. Uno de sus parientes asistía a la sesión y
procuraba que los asistentes se dirigieran al espíritu y le trataran de hacer
comprender que había dado su cambio y que fuera hacia la luz, como se
acostumbra a decir en la semántica espírita.
Me llamó la atención que entre los médiums sentados
junto a Enrique y alrededor de la mesa formando una cadena se encontraba un
señor que hacía muy poco tiempo había conocido, Don Arturo Miranda. Un hombre
muy versado en temas de ocultismo. Me lo había presentado un amigo teósofo y le
agradecí una serie de buenos consejos que me prodigó. Al verle ahí en ese
centro espírita donde se observaba cierta liturgia, como cirios en la mesa, una
copa de agua y muchas flores me obligó a preguntarle una vez que terminó la
sesión y me ofrecí a llevarlo hasta su casa en el antiguo barrio americano a
pie pues a esas horas de la noche ya no circulaban los autobuses, “¿cuál era la
razón para esa parafernalia?” Y entonces me respondió que el agua como un
líquido absorbía perfectamente los fluidos espirituales, la cera de los cirios
mediante la flama les servía a los espíritus para ciertos fenómenos y por
último, las flores era porque a los espíritus les encanta las flores.
Demás está por decir que después de aquella sesión
desapareció completamente la ansiedad y sobre todo mi sacro lumbalgia. Era joven
y caminar hasta la casa de Don Arturo para mí era un simple paseo, sin
experimentar fatiga alguna.
Durante el viaje le propuse si estaba dispuesto a
hacer un pacto. A él le pareció sorprendente pues le proponía justamente que
quien partiese primero al mundo espiritual le debía dar al otro una prueba
contundente de identidad. Su respuesta me dejó sin argumentos.
Me dijo: “pero si
acabas de recibir pruebas a través del médium Enrique que es médium parlante
inconsciente, un fabuloso médium de incorporación y ¿todavía no te convences de
la realidad del mundo de los espíritus?” Me sentí un poco avergonzado y
luego del modo más cariñoso me dijo: “yo
te comprendo, eres muy joven y a esa edad uno no está del todo convencido”.
En nuestro camino hasta la calle Corojo que es donde vivía hay una ceiba
centenaria que es un árbol sagrado en la Regla de Ocha, la religión sincrética
afrocubana, entonces Don Arturo me dijo que por imperativo biológico él debía
partir primero y que me daría esa prueba que tanto anhelaba, pero, como en la
vida no hay nada seguro, si yo partiese primero no tenía que darle ninguna
prueba porque él estaba realmente convencido de la otra realidad y acto seguido
me confesó algo que ignoraba, me comunicó que él había trillado muchos caminos
y dentro de esos caminos él había investigado la santería y se había hecho
santo y que ya que estábamos frente a la ceiba podíamos hacer el pacto delante
de los orishas o santos.
Miró su reloj y esperamos unos minutos a que llegara
la medianoche. Le dimos la vuelta a aquel árbol y me hizo repetir en lengua
lucumí una serie de palabras ritualistas en lengua ñáñiga que nunca supe su
significado. Terminó la breve ceremonia y llegamos a su casa, y entonces me
invitó a almorzar al día siguiente. Gustoso acudí a la invitación y luego de conversar
sobre varios temas muy interesantes me dijo que me iba a regalar un libro muy
apreciado por él, y me obsequió un libro de un autor rosacruz AMORC sobre la
Lemuria.
ROSA MACAVIDRIOS
Pasaron unos cuantos meses y en una ocasión me
encontré con Enrique en la calle y le pregunté por Don Arturo y para mi
sorpresa me dijo que había fallecido, no le comenté nada al médium sobre
nuestro pacto.
En ese tiempo yo era promotor cultural y había ido con
una compañía de actores aficionados a intervenir en un festival de teatro que
se celebró en la ciudad de Santiago de Cuba. Yo siempre fui aficionado a la
fotografía. El director del grupo de teatro me invitó para que le hiciera fotos
a la presentación de la obra y también que le hiciera fotos a él cuando la
maquillista del teatro Oriente, una chica llamada Teresita, lo maquillara.
Después de la función de teatro, al siguiente día me
fui con mi inseparable cámara Zorki a recorrer un poco la ciudad. De ese modo
descubrí que estaban restaurando la casa del Adelantado Don Diego Velázquez
para convertirla en un museo. No había acceso fácil al lugar pues estaba en
plena reconstrucción. Yo tenía un carnet que me había expedido el Consejo
Nacional de Cultura y con ese carnet tuve fácil acceso al museo.
Conocí al doctor Quintela, un español que estaba a
cargo de esas labores y a una muchacha licenciada en Historia del Arte que
estaba a cargo de montar las diferentes salas que formarían parte del museo, se
llamaba Aída, como la ópera de Verdi. Les hice fotos a ambos, pero no me
permitieron fotografiar las salas, por supuesto.
A mi regreso a Santiago en tareas de promoción
cultural visité primero la casa museo para luego llegarme hasta el viejo teatro
Oriente y entregarle una foto a Teresita maquillando al actor Juan Ramón
Herrera. Cuando les mostré las fotos a Aída y al doctor Quintela, Aída le
señaló la foto donde aparecía la maquillista al señor Quintela y le dijo: “Mire,
viejo, la Teresita, ¿ve lo que trae al cuello?” En efecto la maquillista traía
unos collares de santería y en ese tiempo a los militantes de la Juventud
Comunista y del Partido Comunista de Cuba les tenían prohibido profesar
creencias religiosas y era algo grave mostrar esos collares.
A mí me chocó esa actitud de Aída y le respondí ¿qué
tiene de malo el particular? A lo mejor ella usa ese collar como ornamento.
Entonces Aída me llamó a una de las salas que estaba decorando y me confesó que
ella era creyente en la santería y además, Licenciada en Historia del Arte
pero, no era militante. Teresita sí lo era. Al final le dije que ese detalle no
me importaba y de algún modo me notó contrariado. Entonces me dijo que ella
tenía aché[1],
una especie de mediumnidad, y que me veía muy mal y me quería llevar a ver a su
iyalocha[2],
o sea, su madrina en la santería que era la famosa Rosa
Macavidrios.
Su intución o su aché le advertían que algo malo me
iba a pasar. Por supuesto que no le creí porque ese es un campo minado de
peligros ya que los llamados orishas son espíritus de la naturaleza, los que
Paracelso llamó elementales, además, me repugna la práctica de sacrificios ya
que soy amante de los animales y vegetariano, pero por muchas objeciones que le
puse a Aída, no me quedó otra alternativa que acompañarla a visitar a su
madrina.
Caminamos bajo un sol inclemente justo en el
meridiano, subimos una calle estrecha que se llama Calvario, y realmente es un
calvario subirla a esa hora del día en pleno verano. Finalmente llegamos a un
viejo caserón colonial tocamos a la puerta con una manita de bronce que se
conservaba intacta al paso del tiempo. La puerta de madera muy rústica sin
pintar y en el centro de la misma una pequeña ventanilla donde se apareció
Rosa. Enseguida Aída le rogó que me hiciera un “registro”, esto es una especie
de observación y como yo debía regresar a Banes a las cuatro de la tarde, le
pedía por favor que me consultara. Finalmente, la señora accedió y abrió la
puerta.
Una vez dentro de la casa la señora le dijo a Aída que
yo traía conmigo un séquito de espíritus y que ella no era “muertera”[3],
esto es médium. Que los espíritus de los muertos la dejaban muy mal porque
perdía la consciencia. Fue mi oportunidad para decirle a Aída, “ves ella no nos
puede atender, vámonos”. Y en ese momento justo la médium cambió la expresión
de su rostro y retorciéndose decía: “yo no le doy mi cuerpo a un muerto,
carajo!” y entonces escuché de sus labios: “yo soy Arturo, Arturo
Miranda, ¿recuerdas el pacto? El libro que te regalé no sirve, tíralo”.
Después que el espíritu de mi amigo se retiró, Rosa
increpó a Aída y le preguntó: “agarré un muerto, verdad, ahijada?” “No,
madrina, fue el santo”, le respondió, pero Rosa sabía que había sido un
espíritu. Entonces se dirigió a mí y me dijo: “mira, muchacho, tu camino es el
espiritismo, eso es bonito. Este camino no es para ti. Le di las gracias por
aquella manifestación, aún contra su voluntad y le dije que la tomaba como una
contundente prueba de identidad. Entonces Rosa quiso mostrarme algunas de sus
habilidades psíquicas. Primeramente, me dijo que veía junto a mí al espíritu de
una mujer gruesa vestida de blanco que no alcanzaba a verle el rostro porque
despedía mucha luz y que el espíritu le decía que era mi madre, pero mi madre
entonces vivía, le pregunté, “¿está segura, Rosa, que le dice que es mi madre?
Se hizo un pequeño silencio y entonces me respondió: “es tu madre, pero no tu
madre carnal que está viva, es tu madre espiritual”. Luego le pregunté si podía
darme el nombre y me dijo: “se llama Iso”, algo realmente sorprendente pues con
ese apelativo sólo la trataban sus familiares y personas más allegadas a ella.
Por último, me dijo: “¿sabes una cosa? Lo que mi
ahijada te vio es que Oyá[4]
está sobre tu cabeza, pero tu Ángel de la Guarda te va a librar de la muerte.
¡Recuérdalo!” Esa
misma tarde llegué a la terminal de autobuses para tomar el ómnibus que cubría
la ruta Banes-Santiago. Yo tenía una boleta oficial que me daba el Consejo
Nacional de Cultura para que no tuviera que hacer filas y esperar por un
número. Cuando llegué a la terminal me encontré con una señora de Banes muy
amable y cariñosa, se llamaba Elsa y era la esposa de un médico, el doctor
Edmundo Prieto, gente muy querida por toda la comunidad. Cuando me vio, me
abrazó con mucho afecto y me dijo, qué bueno que te veo para que me acompañes a
Holguín, no alcancé un número para irme en la guagua[5]
de Banes y entonces llamé a Mundo—ese era el apelativo familiar para su
esposo—y él me va a buscar a Holguín, yo siempre saco dos números por si me
encuentro con alguien conocido para no hacer el viaje sola. Le dije que tenía
una boleta para irme en el ómnibus de Banes que salía a las cuatro de la tarde,
pero que iba a entregar la boleta y me iba a ir con ella. Se puso muy contenta.
Salimos unos quince minutos después de la guagua de Banes y cuando llegamos a
un punto conocido como Mergarejo el chofer detuvo el ómnibus. Nos dijo que una
guagua había chocado y el tráfico se había detenido por unos momentos. Al
ratito subió un hombre que venía en la guagua de Banes y nos preguntó “¿Hay
alguien de Banes en esta guagua? Hubo un accidente, cuando veníamos bajando la
loma al chofer se le fueron los frenos y chocamos con un camión militar que
transporta vigas de hierro para la construcción. Hay muertos, sobretodo el
pasajero que venía en el asiento número dos”. Fue impactante, ese era el asiento
que me iba a tocar pues esos dos asientos del frente eran para los organismos
oficiales. La señora Elsa me besaba y eufórica decía le salvé la vida a este
muchacho y les contaba a todos los incidentes. Yo guardé en una caja de
cerillos fragmentos de vidrio del parabrisas de la guagua accidentada.
Rosa Macavidrios no se equivocó.
[1] Aché es una
especie de mediumnidad en la Regla de Ocha o santería.
[2] Iyalocha en
lengua yoruba-lucumi es madrina de Santo.
[3] Muertera , tiene
dos acepciones la primera es Oyá y Obá que son las dos orishas
que reinan en el cementerio, por lo tanto, significan la muerte y la segunda
acepción es una mujer médium que presta su cuerpo a los espíritus.
[4] Oyá, representa a
la muerte.
[5] Guagua, en Cuba y
en Puerto Rico se le nombra así al autobús.
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Más de René Dayre Abella en Grafoscopio:
1 comment:
Rita querida, un millón de gracias por publicar estos relatos que forman parte de mi libro A las puertas del país de después, todavía inédito.
Un beso y abrazo grandes.
René
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