5.26.2010

RITA MARTIN: INSCRITO EN LA PIEL (NARRADORAS SUBVERSIVAS CUBANAS DE LOS OCHENTA)


Podemos aventurar la siguiente afirmación: la mayoría de los textos literarios escritos en Cuba a partir de los años ochenta por los novísimos/as[1] afirman la noción del sujeto y/o texto perverso. Para entender tal, seguimos a Barthes en su ensayo El placer del texto al diferenciar el texto de placer del texto de goce y alertar sobre la presencia del sujeto anacrónico y/o perverso. Para el teórico francés un texto de placer "proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica confortable de la lectura". El texto de goce, sin embargo, es aquel "que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez, incluso, hasta una forma de aburrimiento), hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la consistencia de sus gustos de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje". El sujeto perverso y/o anacrónico en este ensayo es el texto que "mantiene los dos textos en su campo y en su mano las riendas del placer y del goce" ya que "goza simultáneamente de la consistencia de su yo (es un placer) y de la búsqueda de su pérdida (es su goce). El sujeto resultante de esta tensión entre el goce y el placer es un texto "dos veces escindido, dos veces perverso" (23).

Los textos literarios de las narradoras del período se inscriben dentro de esta misma noción. Son los de ellas, textos perversos que, por una parte, se gozan en el doble descubrimiento del cuerpo y/o tejido social donde viven la cultura y la historia a que pertenecen, mientras que, por la otra, se asiste en la mayoría de los textos literarios a la deconstrucción de la cultura misma, en un goce supremo: la búsqueda de la pérdida del ser humano, desde un punto distante y crítico, revolucionario y asocial.
En realidad, no es nada nuevo comprender la relación entre texto y tejido, dado que el primero significa etimológicamente hablando una contracción del segundo. Noción que permite no sólo verificar las relaciones entre texto literario y tejido social, sino acentuar la idea generativa de Barthes de que el texto "se trabaja a través de un entrelazado perpetuo; perdido en ese tejido --esa textura-- el sujeto se deshace en él como una araña que se disuelve en las segregaciones constructivas de su tela" (81). Interacción donde se operan las relaciones del ser siendo tejido (y texto) como ser social y convertido en texto (y tejido) por la palabra. Como ya se adivina, nuestro análisis comprende cómo las íntimas relaciones entre texto de placer y de goce develan las fisuras sociales del sujeto socio-histórico acentuando su carácter subversivo y/o perverso.

Una aparente nota disgresiva sobre el texto de placer o el lugar donde se inscriben las novísimas. Cuando en pleno siglo XIX los románticos insistían en utilizar la descripción del paisaje para mostrar estados de ánimos y/o sentimientos, la dramaturga, poeta y novelista cubana Gómez de Avellaneda se despedía de la Isla de Cuba escuetamente: "tu dulce nombre halagará mi oído" ("Al partir" 12). Desde allí la descripción del paisaje se convierte en nominación concentrada y plurivalente, es decir, en un símbolo que recoge el paisaje, el sentir, y lo aéreo. Lo no dicho actúa como parte de la sugerencia, de lo que espera ser develado y de lo socialmente entredicho: buscar las razones de la partida (su gozo). Esta calidad de gozo, de perversión, junto al reclamo que Gómez de Avellaneda hace para la mujer escritora de géneros que en la época son vistos como propios de lo masculino: teatro y novela, posiblemente sean uno de los motivos por los que su escritura y su persona resultaran casi intolerables en la Isla tanto a fines del diecinueve como en los inicios del veinte (piénsese en Martí y Vitier, respectivamente).[2]

Los textos literarios de las narradoras de los ochenta se insertan dentro de esta tradición femenina reclamante de la cultura como un cuerpo agenérico desde el que la mujer actúa y que con Gómez de Avellaneda confluye hacia Virginia Wolf en la defensa de que la escritura es el espacio de la mujer y la imaginación su dominio. Paradójicamente, el reclamo de un cuerpo cultural agenérico es absolutamente genérico ya que enfrenta y cuestiona la postura patriarcal, reclamando el espacio cultural de la mujer escritora dentro de la sociedad.
La mayoría de estas narradoras utilizan un lenguaje nominativo, simbólico y poético, contentivo de múltiples significados que actúan en el espacio de la imaginación y en él hallan su placer. Si nos atenemos al placer de ser también parte de una cultura sin fronteras ni tiempos, de carácter universalista, se comprende la voluntad desclasificativa con que actúan, cuestionadora del género en su doble significado, como género literario y como diferenciador sexual, y en el desorden que con ello crean dentro del poder de lo hegemónico, el gozo.

En su ensayo "El mar, el mar, una y otra vez (lo cubano y la escritura de las novísimas)", Nara Araújo adelanta los límites de este gozo del texto, su calidad transformativa de los fundamentos socio-históricos no sólo al afirmar con Salvador Redonet la existencia de "un cambio de los modelos escriturales femeninos" (238) con las novísimas, sino al apuntar que con ellas llegan propuestas culturales estrechamente conectadas con asuntos como nación, género e identidad. Un debate en el que los textos de estas, inscritos en el cuerpo, "borran límites totalizantes y perturban las maniobras ideológicas mediante las cuales, 'se le dan identidades esencialistas a comunidades marginales[3]'"(239).

Abundemos en esta idea de gozo: darle habla a las comunidades marginales. La mayoría de estas narraciones evidencia la preocupación de todas estas escritoras por darle habla a la mujer a través de la percepción de la mujer de sí misma. Para ello, reaparece la construcción psicológica de personajes femeninos (Fernández Pintado, "Anhedonia 'Historia en dos mujeres'", Pérez Kónica, "Ernesto II"), la correspondiente liberación sexual y social (García Mora, "Parto"; Suárez "Algo de luna y mar", el propio, "Elisa o el precio del sueño") y con ello, la necesidad de darle voz al sujeto lésbico (Portela, "Sombrío despertar del avestruz"). Se plant(e)a igualmente el conflicto mujer/escritura (Carrasco, "Ejercicios de escritura", el propio, "Epílogo introductorio"). No quedan fuera los marginales rockers adictos a la música heavy y a la marihuana (Mendoza, "Las señales y la flauta"), ni las angustiosas elecciones de destino en el suicidio o la antropofagia (Portela, "La urna y el nombre 'un cuento jovial'").
Resulta apasionado volver a anotar --ya lo han apuntado algunos críticos (Araújo, Redonet)-- que esta habla integradora de lo marginal y en la que se mueve el sujeto marginalizado es construida o bien dentro de espacios cerrados donde los cuerpos sufren la inacción y la asfixia y donde se desdibujan las fronteras entre lo real y lo irreal ("La urna y el nombre 'un cuento jovial'"), o bien dentro de constructos imaginados y/o subconscientes cuyos únicos límites visibles están en el texto mismo, en sí mismo infinito ("Parto", "Elisa o el precio del sueño").
La creación de espacios cerrados y la preocupación constante del sexo desempeñan una función fundamental en estos textos literarios, ya que estos (espacio y sexo) develan el único instante en que el ser se encuentra solo con su soledad y como Narciso, se mira en el espejo y percibiéndose, se re-conoce, es decir, se conoce doblemente pues al conocerse en su ser individual se percata de su destierro social ("Elisa o el precio del sueño", "La urna y el nombre 'un cuento jovial'").
Conocimiento y percepción ambas nociones problemáticas para una nación de voz hegemónica, empeñada por casi medio siglo en crear un hombre nuevo y una literatura política y aún ficcional comprometida en mostrar la necesidad de este cambio social, aún a riesgo de anular al ser individual, para una nación como ésta, repetimos, el retorno al drama individual del ser humano, la comprensión de su conflicto y su tragedia, se articula, sin duda, dentro de una posición binaria: desestabiliza los mecanismos del orden al cuestionar el espacio político e ideológico a través de la representación de una realidad múltiple que en su de-fragmentación y des-automatización comienza a ser conocida.
Permítaseme hablar desde la experiencia personal un segundo. Como ha apuntado Araújo, la anécdota de "Elisa o el precio del sueño" cuenta "la salvación de su amante y de un pueblo por una mujer. Así enunciada se puede pensar en una gesta épica. Todo lo contrario, el espacio de la acción es el del sueño" (249). Pero en el sueño, hay varias obsesiones: el destierro, la purificación y el viaje. El personaje de Elisa sabe de su invisibilidad social. Por ello, tras recordar su ser desterrado (y/o marginado) oficia un rito amoroso mostrando públicamente su cuerpo desnudo. La reacción inmediata de hombres y mujeres es tacharla de prostituta. Pero muy pronto se invierte el signo: la mujer cuyo cuerpo se inscribe dentro de lo inmoral y/o abyecto es la que lleva a cabo la misión civilizadora del poblado que igualmente lleva inscrita en su piel en forma de una herida sacrificial. Ahora bien, una vez que la paz ha sido concertada, Elisa marcha hacia cualquier lugar, sugiriendo que su destierro como ser histórico aún no ha concluido.
Otra narración donde la relación mujer/abyección/desorden invierte su significado es "El amor oscuro" de Elena María Palacio. La historia comienza justo cuando ya ha tenido lugar el descubrimiento amatorio entre Victoria (una joven loca sucia y andariega) y Nicolás (un estudiante universitario). El espacio previo al encuentro, el de la calle, es determinante en la acción. En este espacio, el cuerpo de Nicolás revela su tejido social, "hacer mimesis con el gentío; mutarse de individualidad solitaria como un minarete, en partícula transparente y coloidal" (204), y también su necesidad de autoafirmación como sujeto: una lucha contra su propia nulidad.
Esta necesidad de ser sitúa a Nicolás en conflicto con la realidad en que vive. En palabras de Alberto Garrandés lo lleva al "viejo combate lírico del individuo contra la convención, que no es sino un avatar de su percepción de sí mismo como héroe posible en un mundo dominado por el fragmento, el simulacro y la diversidad de nociones acerca de la realidad" ("Sexos, textos, cuerpos" 76). La próxima cita de los amantes, acordada para mañana, se sustenta en este conflicto y se convierte en un leiv motiv resonante en el personaje que afirma el próximo encuentro a riesgo de ser descubierto, acusado y tachado por la sociedad como un ser "perverso que gozó del favor de la circunstancia" (201).
Pero la fuerza de Victoria que vence a Nicolás no se encuentra en su locura, sino en el tejido de su mirada y de su cuerpo. La peste y el polvo tienen en su ser una filosofía: es el disfraz que el personaje ha elegido para ir por el mundo, y lo explica: "me gusta retener a las personas y a las cosas. Me las enredo en el pelo, las dejo fotografiarse sobre mi piel petrificada por la lluvia. Me gusta saber que huelo a gente y a vida". La suciedad de Victoria, su peste, no son vistos aquí como elementos enajenantes, sino convertidos en enigmas, inscripciones del polvo de la ciudad y de la mugre de las cosas.
Si comprendemos que la ciudad inscribe su polvo, sus hilos textuales, en el cuerpo de Victoria, podemos entender la viceversa: el cuerpo de Victoria está inscrito en el cuerpo de la ciudad (tejido social e histórico). Victoria no es sólo parte de la ciudad, es la ciudad misma, su historia descrita en esta narración como un cuerpo, de "gruesos troncos enfermos y descortezados" de barrios de "asfixiante capilaridad /…/ callejas sucias que no tienen final"(198). Palimpsesto: las capas de polvo que durante siglos se han sedimentado en la ciudad se enredan y forman capas en el cuerpo de Victoria. El polvo de vida y muerte asentado en su cuerpo de mujer construye su conciencia de ser espejo y reflejo de las cosas y su cuerpo sexual afirma el ser perdido del hombre que la busca y/o se busca, se conoce por ella.
Ambos personajes, Elisa y Victoria son personajes lírico-simbólicos en cuyos ritos, público en una, privado en la otra, se reconocen sus dos amantes. Ambas construcciones están emparentadas en ser signos que invierten sus significados: de prostituta y loca a salvadora y espejo. Desde otro ángulo, "Parto" de Elvira García Mora insiste en la inversión y/o destrucción de los signos. En éste, una mujer da a luz una calabaza. Una de las líneas más apasionantes en él es el proceso en el cual sicología y cuerpo se corresponden en una suerte de travestismo en el que lo Uno se convierte en lo Otro y lo Otro en lo Uno, y así sucesivamente. Mientras lo Uno, o la innombrada mujer se hincha, el Otro, su marido, adelgaza y siente todos los malestares, náuseas, vómitos y dolores asociados con el parto. Le cambian también a éste el color de sus pupilas y sus cabellos, y su boca se reduce hasta imposibilitarle fumar. El proceso es doble: de un lado, el hombre sufre una experiencia femenina y del otro, su cuerpo realiza un viaje a la semilla hasta quedar convertido en el recién nacido que recibe el nombre de su padre.
Pero "Parto" sitúa al lector en una posición realmente incómoda. Lo doble es dos veces doble. Por una parte, la narración revoluciona la tradicional relación mujer/maternidad haciendo posible esta experiencia femenina dentro de lo masculino. Por la otra, cuando lo Otro (cuerpo masculino) se ha convertido en lo Uno (cuerpo femenino) y viceversa, estas transformaciones puede ser entendidas igualmente como un proceso de anulación de la mujer cuyo nombre, cuerpo, sexo y voz han sido robados dentro de una convención que perpetúa el nombre del progenitor. Tal polaridad desacomoda un lenguaje patriarcal, se goza en enjuiciar su orden y su poder.
Los personajes de la parturienta, la loca orate y la sucia viajera presentan variaciones experimentales del texto a través de sus propios cuerpos. Desde ellas, la realidad se comprende desde fragmentos mínimos que ensayan algo de un modo diferente, donde la imagen visual es esencial, casi más teatral que poética. Todas ellas aparecen en narraciones desde las que se percibe estar mirando un algo mucho más que estar leyendo algo.
Dentro de esta misma línea de ensayo corporal, los apasionadamente cínicos "La urna y el nombre (un cuento jovial)" de Ena Lucía Portela y "Escrituras" de Aymara Aymerich Carrasco. Deteniéndonos en el primero veamos cómo Portela presenta tres personajes (Julio, un filólogo, René, un ex-actor teatral, conocido como "El Espectro", y Tata, una escritora suicida). Estos, conscientes de que la vida del afuera no existe, se destierran conscientemente a los marcos de una habitación cerrada y tapiada donde fuman y a donde nadie llega.
La historia destruye elementos de filosofía creacionista y religión. La tradicional idea Verbo = Dios, se expresa en un sentido contrario, pues verbo, lenguaje y Dios son en éste "experiencia alternativa," e insatisfecha que proporciona las experiencias más variadas y donde, a sabiendas de la desaparición del Paraíso, el Infierno aparece como una lectura de la realidad social más que del imaginario religioso. Al infierno por el que atravesara Ugolino, marcado por la ambigüedad de haberse o no consumado su acto caníbal, se suma al mismo nivel el texto de Portela en el que tal posibilidad es visible todo el tiempo. No es casual que la relación erótica entre Thais y Julio es representada en términos violentos y abyectos donde los mordiscos que se inscriben en el cuerpo de la mujer parecen satisfacer no sólo un hambre sexual sino física. Ninguna de las dos hambres se satisface, por supuesto.
La parábola social es otra de las lecturas posibles. Si Ugolino sufre un encierro político que le lleva a un grado de conciencia del hambre y a la tortura sicológica frente a sus hijos, los personajes aislados de Portela, --el lector es libre de determinar qué tipo de reclusión-- parten no sólo de la conciencia del hambre y la tortura misma sino de la experiencia ética de Ugolino como antecedente del conflicto que sufren entre los límites del engaño de ser y no ser, conscientes los tres de que la elección de una víctima es lo que determina la sobrevivencia.
Todos y cada uno de los textos vistos hasta aquí son textos de doble experiencia: la experimentación en el texto mismo y en sus correspondientes cuerpos diferenciados. Les toca, junto a otros textos producidos en Cuba, la reflexión postmoderna ante la historia, la ausencia de utopías y un sello indiviso de angustia existencial. Un rasgo en lo literario, tremendamente modernista, hermana estas narraciones: el haber presentado personajes como la loca, la prostituta salvadora, la transformación de la relación mujer/maternidad, y la suicida, no sólo evidencian un trabajo sobre lo raro, sino que, por la manera en que lo hacen, fijan para la literatura cubana textos que vuelven a hablar desde el instante mismo de lo raro. Textos que son palabras, hilos del tejido, actos, casi sangre y vida inscrita en la piel y/o un tatuaje perverso que identifica los fragmentos.

Obras Consultadas
Araújo, Nara. "El mar, el mar, una y otra vez. (Lo cubano y la escritura de las novísimas).” El Caribe: región, frontera y relaciones internacionales II. Eds.Johanna Von Grafenstein and Laura Muñoz. México D.F.: Ediciones del Instituto Mora, 2000. 238-56.
Carrasco, Aymara Aymerich. "Ejercicios de escritura." Cuentistas cubanas contemporáneas. Ed. Mirta Yáñez. Salta: Editorial de Textos Universitarios, 2000. 231-45
Barthes, Roland. El placer del texto. Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1974.
Fernández Pintado, Mylene. "Anhedonia (Historia en dos mujeres)." Estatuas de sal. Eds. Mirta Yáñez y Marilyn Bobes. La Habana: Ediciones Unión, 1996. 322-33.
García Mora, Elvira. "Parto." Los últimos serán los primeros. Ed. Salvador Redonet. 76-78.
Garrandés, Alberto. "Sexos, textos, cuerpos." Síntomas (ensayos críticos). La Habana: Ediciones Unión, 1999. 58-84.
Gómez de Avellaneda, Gertrudis. Antología poética. Ed. Mary Cruz. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1983. 29.
Martin, Rita. "Elisa o el precio del sueño." Los últimos serán los primeros. Ed. Salvador Redonet. 138-43.
---. "Epílogo introductorio." Doce nudos en el pañuelo. Ed. Salvador Redonet. Mérida: Ediciones Mucuglifo, 1995. 29-32.
Mendoza Quevedo, Karina. "Las señales y las flautas." Los últimos serán los primeros. Ed. Salvador Redonet. 242-60.
Palacio Rame, Elena María. "El amor oscuro." Los últimos serán los primeros. Ed. Salvador Redonet. 198-206.
Pérez Konina, Verónica. "Ernesto II." Los últimos serán los primeros. Ed. Salvador Redonet. 216-21.
Portela, Ena Lucía. "La urna y el nombre (un cuento jovial)." Los últimos serán los primeros. Ed. Salvador Redonet. 261-70.
Redonet, Salvador, Ed. "Para ser lo más breve posible." Los últimos serán los primeros. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1993. 5-31.

Sarduy, Severo. Escrito sobre un cuerpo. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1969.
Vitier, Cintio. “Lección ¿?: Acentos de José Jacinto Milanés. Su hermano Federico. El caso de la
Avellaneda.” Lo cubano en la poesía. Santa Clara, Cuba: Ediciones del Departamento de
Relaciones Culturales de la Universidad Central de Las Villas, 1958.

[1] La promoción de los ochenta fue calificada por Salvador Redonet con el término novísimo/a, y se refiere, en lo fundamental, a los autores nacidos entre 1959 y 1975. A su labor se debe la primera compilación de de estos, Los últimos serán los primeros. La Habana: Ediciones Letras Cubanas, 1993; y otras importantes antologías como Doce nudos en el pañuelo. Mérida: Ediciones Mucuglifo, 1995 y otros estudios fundamentales como Vivir del cuento. La Habana: Ediciones Unión, 1994.
[2] En su lección “El caso Avellaneda” Cintio Vitier comenta que en su análisis sobre la poeta no seguirá a José Martí, en su artículo de 1875 sobre Luisa Pérez de Zambrana, en el que aquél le negara americanizad a Gertrudis Gómez de Avellaneda. Distingue Vitier que el espíritu de Gertrudis Gómez de Avellaneda es, por su fuerza, profundamente americano y el de Luisa Pérez de Zambrana, por su tono suave, insular. La distinción entre lo continental y lo insular (territorial y/o nacional) trae la siguiente afirmación de C.V.: “[…] desde el punto de vista en que estamos situados, persiguiendo la iluminación progresiva de lo cubano en nuestra lírica, decae notablemente su interés y su importancia” para rematar en los siguientes y concluyentes párrafos: “pero, ¿cubana de adentro, de los adentros de la sensibilidad, la magia y el aire, que es lo que andamos buscando? Confieso llanamente mi impresión: no encuentro en ella ese registro” (110). Es decir, la tremenda personalidad de Gertrudis Gómez de Avellaneda y su no menos vigorosa obra, molestan tanto al pensamiento patriarcal que el crítico Cintio Vitier no sólo le niega a G.G.A. el derecho propio de pertenecer a determinada lírica nacional, sino que además, esta conjunción contribuye a que el crítico le niegue su nacionalidad como ser y como poeta.
[3] La comilla simple indica la cita que Araújo hace del ensayo de Homi Bhabha "Dissemination" en The Location of Culture, Routledge, Londres, Nueva York, 1994, p. 149.

Encuestas/Entrevistas © Rita Martin

5.20.2010

¿SOBREVIVIRÁ LA PALABRA?

Entre 10 y 15 (R.M. entrevista a Beatriz Maggi)

Cada vez que alguien dice el nombre de Beatriz Maggi me viene a la mente una persona contradictoria, ácida, corrosiva, en contra de su nombre que significa “mujer feliz”, en contra de su naturaleza y, como consecuencia, de sus afinidades. En contra de muchas cosas, ciertamente, pero también una intelectual recia a favor de la belleza y de la literatura. Ésta es la razón por la que dieciséis años después de esta entrevista decida su publicación. Pero presentémosla un poco más: profesora ya retirada, B.M. es una ensayista de estudios fundamentales en un país (y un continente) en el que el cuerpo ensayístico ha sido esbozado principalmente por poetas, narradores y filósofos. De alguna manera esta mujer es una diferencia: no es una poeta que escribe un ensayo. Es la ensayista que se resiste a entender el ensayo como mera información, aportando pensamiento condensado, poesía, inteligencia y claro, humor cínico. El ensayo recreativo "se dio" en Beatriz Maggi porque, según su confesión, siente una obsesión por la palabra. De ahí que proponga hoy esta entrevista, con el bisturí de Beatriz Maggi (Chaparra, Santiago de Cuba, provincia de Oriente, 1924). De ahí que prefiera sea ella quien diga de su vida y de sus actos, a través de su palabra, sin otra presentación. [1]
La palabra, en su hora de peligro sobrevivirá
R.M.: En uno de sus ensayos, Ud. se muestra obsesionada con la idea de que la imagen visual ha desplazado la imagen que crea la lectura en la mente de los hombres. ¿Ha sonado la hora de la muerte de la literatura?
B.M.: De su pregunta me interesa referirme al correlato posible entre la disminución que se está produciendo en el interés por la lectura, en la eficacia de ésta, y el número real de lectores, por una parte, y, por otra, el aumento en los públicos televidentes y de los que acuden al cinematógrafo. En El pequeño drama de la lectura afirmo, como Ud. recuerda, que se debe parcialmente a la mayor velocidad de la imagen visual en comparación con la que toma la palabra para instalarse en nuestra conciencia. El progreso en las técnicas y la eclosión artística del cine acrecientan la preferencia por la imagen visual conjuntamente con otras causas. Se lee menos y se mira más; es un hecho. E inclusive, el libro con ilustraciones se desarrolla más y más, a expensas de la palabra. Se desprende la pregunta: “¿Ha sonado la hora de la muerte de la literatura?” Confío en que no. Pero todo en la vida muestra su verdadero valor a la hora del riesgo mortal. La palabra sobrevivirá, por derecho propio, si se sabe rebasar el peligro y esto no dependerá, en esencia, de recetas, sino de su valor real, eterno, intrínseco. ¿Qué puede hacer el profesor de literatura? A mi juicio, la palabra debe sobrepujarse a sí misma, contribuir a aumentar el riesgo que corre, evitar el engaño, la trampa; no compadecerse de sí, no comerciar con la imagen, no congraciarse con ella; ser más que nunca ella misma. El profesor ha de provocar el regodeo, ver en la palabra un Odiseo, o un hijo afiebrado. Cultivarla, abonarla, injertarla, podarla; dejarla que llore, que ría, que cante; susurrarla, vociferarla, declamarla. Y escucharla. Si la palabra tiene razón de ser, superará este momento. ¿Cómo? ¿Negando la imagen? ¿Oponiéndose a ella? No. Esto no sería realista. ¿Acaso buscando que el guión se engulla a la imagen? Bueno, sí, aceptar este reto, a ver si puede. El problema no está en la palabra, ni en la imagen. Si la voracidad desquiciada caracteriza el fin de siglo, si los públicos disfrutan cada vez más la instantaneidad, si se trata de apurar la copa de la vida del modo más fulminantemente rápido, es claro que la imagen es dueña del momento. La palabra, en su hora de peligro sobrevivirá tornando a su favor, su desventaja, su carácter más enrarecido y abstracto que el de la imagen; el intervalo mayor de tiempo que necesita. Debe aumentar su dosis de fermento, de hervidero, de refriega con el alma.
no llamo escritores a los que meramente informan sobre literatura.
R.M.: ¿Es cierto que Ud. padece de un excesivo respeto a la creación en poesía y narrativa?
B.M: Ni como profesora, ni como ensayista, puede haberme perjudicado un excesivo respeto a la creación en poesía y en narrativa. Nunca podría ello ser tildado de excesivo. Como profesora esto no hace sino beneficiarme, pues sólo así extiendo a mis estudiantes aquel amor a las letras que inflama. Como escritora del tipo de ensayo que cultivo, éste puede o suele ser creador precisamente en razón directa de la llama que enciende en mí el poema o el relato que leo. En esa medida, siendo poseída por lo que leo, puedo padecer una experiencia creadora, así como comunicarla. Yo no niego que el ensayo pueda ser creador, pero estimo que lo es en la medida en que participa de lo que caracteriza a la poesía y a la narración, como la imaginación, el verbo preñado y represado, intensidad, organización. Creo haber leído muchos ensayos buenos que no eran creadores. (Lo de la perspiración en este caso no tiene que ver). Y no creo que esta fe en la poesía y la narrativa haya limitado o demorado nada en mí. Toda obra para bien; y mientras más tiempo se haya añejado dentro de mí las lecturas realizadas, más se habrán depurado, entronizado, emulsionado y contaminado de mí misma, y de otras lecturas hechas por mí, y de otros lectores, en un todo nuevo e inseparable. Lo que sí puedo haber obtenido con esta demora es una buena dosis de humildad y de modestia (que no le hacen mal a nadie). No llamo escritores a los que meramente informan sobre literatura.
el ensayo pueda ser creador, pero estimo que lo es en la medida en que participa de lo que caracteriza a la poesía y a la narración, como la imaginación
R.M.: Además de los ensayistas ingleses, ¿qué otros prefiere La Maggi en su intercambio de ideas?
B.M.: Por los ensayistas ingleses siento devoción, es como si fueran míos; cuando alguien los cita, casi creo que se están metiendo en algo que no es asunto de ellos! Le siguen para mí, los franceses. En lengua española, al que más conozco, y admiro profundamente, es a Reyes, también en sus ensayos poeta verdadero.
pues de cuando en cuando añoro… … haber tenido la sandunga peculiar de una Tina Turner
R.M.: ¿Cuándo se dio en Ud. la vocación por la literatura?
B.M.: Yo no sé. No creo que se dio. No estoy consciente de que empezara en ningún momento determinado. Dentro de mí y a mi alrededor, la única vía para tener conciencia de lo que alienta es la palabra. Aunque amo la pintura, todo lo que me habla --y me habla todo-- lo hace en palabras. A veces me creo que las palabras son sólo mías, (tan sin derecho a ello!) Yo sé que es una mengua, pues de cuando en cuando añoro haber nacido pianista, o haber sido un alarido --como la Piaff--, o haber tenido la sandunga peculiar de una Tina Turner. Ahora bien, si lo que quiere saber es en qué instante ocurrió algo exterior que en pequeña medida pueda haber inclinado la balanza --en mi opinión no tuvo ningún peso--, mi profesor de literatura en Bachillerato me pidió que impartiera en el aula una clase sobre el habla popular cubana y esa actividad todos la disfrutamos mucho. El curso siguiente, participé y triunfé, en un Concurso Nacional sobre la poesía amorosa de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
un guiño malicioso de Satanás
R.M.: ¿Cree que el artista crea, sobre todo, por la necesidad de superar una pérdida, de producir una recuperación, por vencer el misterio, por penetrar en lo desconocido?
B.M.: Por todas esas razones, sí. Sea lo que fuere, hay un proceso de combustión, y cada vez que se crea una obra de arte, aquello en que se ha inspirado perece. Sale humo! Lo que surge es nuevo, distinto, es arte; pero es una resurrección, porque incluye lo anterior: la hendidura que produce un rayo, las crines desbocadas de un caballo, la música de las esferas, la mar embravecida, una lágrima inmensa, la nobleza de un pecho, un hilillo de sangre, un parto doloroso, un guiño malicioso de Satanás, la punta de una flecha perforando el corazón de un pájaro en vuelo. Pero todo eso muere para resurgir en la eleación que produce la presencia hialina de lo bello. Así se vence el misterio, se penetra en lo desconocido. Pero sólo parcialmente; nunca del todo.
me guío… por la experiencia de la observación, casi por estadística
R.M.: ¿Cree que la creación nace en un estado de plena exaltación?
B.M.: La respuesta mía es "sí". O mental, o nerviosa. Alteración en dos sentidos: el de metabolismo, proceso de cambio substantivo, y en el de anormalidad: pérdida o exaltación de algún elemento de la constitución normal. En esto, en opinar de este modo, no me guío por ninguna posición ideológica o filosófica, y sí por la praxis, por la experiencia de la observación, casi por estadística.
nunca me alegraré lo suficiente de haber hecho una Maestría de literatura inglesa y norteamericana en Wellesley College
R.M.: Wellesley College…
B.M.: Yo nunca me alegraré lo suficiente de haber hecho una Maestría de literatura inglesa y norteamericana en Wellesley College, o sea, no en cualquier College de ese país, sino en un College muy bueno. Nunca me encontré en un sitio más hermoso y con mejores condiciones para el estudio y tengo un recuerdo imperecedero de la mayoría de las profesoras, muy especialmente de Miss Ola Winslow y Miss Katherine Balderston. Su método de enseñanza, su rigor, la exigencia permanente de consultas bibliográficas, el apego a los autoress en sus textos; todo, lo debo a ellas dos, tanto en mi condición de estudiante como luego al convertirme en profesora. Mas, si yo volviera a ser joven y la vida tornara a depararme una oportunidad como la de Wellesley College, yo intentaría participar más en la vida de la comunidad, dentro y fuera del campus. Fui un ratón de biblioteca y desdeñé participar y aún observar, la vida del país; confraternizar con las otras estudiantes del albergue. Por lo que me gradué con muy poco conocimiento del país que visitaba, de sus pueblos pequeños o sus grandes urbes; las virtudes y defectos de su pueblo. Para aprovechar los estudios óptimamente me puse orejeras; viví intelectualizadamente y no compartí en grado suficiente las alegrías juveniles, ni la joya de la amistad que se me brindó.
no me preocupa descubrir que soy original
R.M.: De sus influencias
B.M.: Creo que las influencias son legítimas e inevitables pero, para poder hablar de ellas debe hacerse evidente la persistencia de ciertos rasgos, de un sello distintivo. Estimo que ni yo, ni nadie puede hacer de mi poca prosa un escrutinio en que se destaque o discierna, en el estilo o en los enfoques, la influencia de una época, de una lengua, de una nación, o de un autor. Y no porque tenga yo un sello personalísimo; nada de eso, sino porque no ofrezco (al menos todavía) suficiente territorio que explorar. Por otra parte, nunca me hubiera interesado averiguar esto, ya que no me preocupa descubrir que soy original. Ojalá me pareciera a alguien que vale más que yo! Cómo querría que alguien dijera: “me recuerda a Henry James!”
el crítico deja un testimonio de lo que una obra cualquiera significó, no para el autor del asado, sino para la época posterior que la lee
R.M.: Papel de la crítica
B.M.: Creo que la crítica posee o desempeña más de una función. Sirve, en primer lugar, para ayudarnos a hurgar intensivamente en el sentido que una obra de arte tiene, en sí misma. Y otra cosa sería (la crítica también ayuda en esto) qué intención tuvo el autor al escribirla. Esto, quieras que no, nos acerca a desentreñar su sentido último. Si se trata de un crítico-teórico, nos enseña a desmontar y encontrar el esqueleto de la obra, y sus miembros y las funciones de éstos, coopera, pues, con el que busca preparación científico-literaria. Por otra parte, el crítico deja un testimonio de lo que una obra cualquiera significó, no para el autor del pasado, sino para la época posterior que la lee. Tanto la crítica contemporánea a una creación artística, como la que estudia una creación de una épica pasada, la crítica --en forma que se aleja un tanto de la literatura propiamente dicha-- tiene, ancilarmente, la función de colaborar con una historia del pensamiento humano; una historia de las ideas en una época dada, o en su despliegue y evolución. Si el crítico es un gozador --que no siempre-- intensifica, al extremo de multiplicar, el placer estético que deriva de la obra el lector. Mas, por creadora que sea la labor del crítico (y aquí se incluye al profesor) nunca es más importante que la obra en sí. Y la prueba está en que pueden existir textos artísticos sin crítica, pero qué sería de los críticos sin obras que criticar?
no consideraré literatura nada que no transmite en arte sus contenidos, por válidos que éstos sean
R.M.: ¿Cuál es su primera exigencia al acercarse a un objeto artístico?
B.M.: Lo mismo como lectora que como profesora, mi criterio es éste: exigir un nivel estético elevado a todo aquello que voy a considerar literatura. Un libro puede interesarme por su contenido (historia, filosofía, biografía, ciencias, etc), pero no consideraré literatura nada que no transmite en arte sus contenidos, por válidos que éstos sean. Si se me pregunta cómo mido esa transfiguración de vida en arte ha tenido lugar no, diré que lo mido por la inmediatez e intensidad de la experiencia perceptiva, por el efecto absoluto y totalizador que se opera en mí; por su auto evidencia sobrecogedora. Después vendrá el desmonte, la reflexión, el análisis, la corroboración. La obra de arte me tunde con su seco golpe; luego es que la estudio. Por lo general, si lo primero se cumple; el segundo movimiento renueva y aun acrece el disfrute, a no ser que no sean suficientemente delicados y expertos los instrumentos utilizados en esa segunda fase.
R.M.: ¿Cómo comprende el valor testimonial de la literatura?
B.M.: Si entiendo la expresión valor testimonial en su sentido más amplio, toda obra literaria tiene valor testimonial, por definición.
lo sano y lo útil es sumarnos aritméticamente
R.M.: Muchos creen que ha entregado su vida a Ezequiel Vieta [2] en la creencia de la genialidad de este escritor. Otros, o los mismos, que debió Ud. luchar más por su propia creación para nuestra literatura. Y Ud., ¿qué opina?
B.M.: Su pregunta irrita, pero se la agradezco mucho: me da la oportunidad de decir de unos y otros que se creen más intuitivos o conocedores de la cuenta. ¿Qué saben ellos, los unos y los otros? ¿Y qué importaría, o a quién? ¿Vieta es más, o es menos genio porque yo crea que lo es, o que no lo es?[3] ¿Sé yo acaso definir el genio? ¿Puede alguien testimoniar que he dicho eso de Vieta? ¿Cuántas esposas no tienen una inmensa opinión sobre el talento de sus esposos? ¿Y en cuanto al misterio de las relaciones humanas, quién fue primero, el huevo o la gallina? Vieta suele insistir en que yo fui la más temprana influencia en su vida de escritor; ¿quién puso a quién en contacto con el Universo, yo a él, o él a mi? ¿quién el huevo? ¿Quién la gallina? Cierto, mi relación con el Univesro ha sido vicaria, pero ¿cómo supo que había un Universo, de dónde las ínfulas para apropiárselo? No, ni siquiera a través de él he entrado verísimamente en contacto con el Universo, pero… más vale! … Habría que empezar a definir potencia y acto y no soy Aristóteles. En fin de cuentas, a unos y otros, dígales que no les incumbe, y que en nuestro caso, creo que lo sano y lo útil es sumarnos aritméticamente, y no restar a uno del otro. Sería raro si fuera excéntrico, pero él incide en el centro de las cosas. Sería experimental, si se dispusiera a hacer experimentos; él, simplemente, se hace eco - a veces retumbante- de la disonancia del mundo actual
¡Qué Beckett ni Beckett!
R.M.: ¿Cree que la obra de Ezequiel Vieta tiene una influencia predominante de Biam y Beckett como sostienen algunos críticos?
B.M.: ¿Qué cosa dice? ¡Qué Beckett ni Beckett! ¡Una o dos cosillas de Beckett se ha leído! ¡Qué Biam, qué Beckett! ¿De dónde diablos surge esa suposición? Tengo 69 años,[4] conozco a Vieta desde los 17 (de paso, pensando en la pregunta anterior, ¡qué clase de fósiles calcáreos seríamos si en 52 años no hubiera algún tipo de simbiosis?) En esos 52 años, le he visto leer con intensidad a Quevedo, Unamuno, Dostoievski, Kafka y punto! Como hombre culto, como profesor de literatura, conoce bien el Siglo de Oro español, la Generación del 98, y multitud de autrores (Shakespeare, Steerne, Homero, Conrad, Ibsen, Shaw. Deliberadamente ha rehuído a los contempráneos; no quiere influencias. Beckett, ni Beckett!
Sería raro si fuera excéntrico, pero él incide en el centro de las cosas
R.M.: ¿Vieta podría ser considerado como un raro o experimental?
B.M.: No me gusta, para Vieta, ni lo de raro ni lo de experimental: No es raro, sino original (está más insertado en lo que abunda de lo que parece). No es experimental, sino proteico, instrumento de percusión; percibe, a veces, con carcajadas, los estremecimientos y los estertores, del siglo. Sería raro si fuera excéntrico, pero él incide en el centro de las cosas. Sería experimental, si se dispusiera a hacer experimentos; él, simplemente, se hace eco --a veces retumbante-- de la disonancia del mundo actual[5].
Shakespeare … …es el único genio inglés que el paladar de las demás naciones acepta como suyo
R.M.: ¿Dónde el genio de Shakespeare en su contemporaneidad?
B.M.: Shakespeare sí, porque nunca se repite sin modalidades (tiene un diapasón muy sutil y discriminador); porque lo supo todo y lo abarcó todo; porque es el único genio inglés que el paladar de las demás naciones acepta como suyo; porque es en él donde el arte se parece más a la vida; porque en él como nadie, el arte tensa su arco y no por ello se adelgaza la textura de la vida; porque en él, el silencio es tan importante como la palabra, y ésta tan importante como aquél; porque, como Falstaff, es la causa de ingenio en los demás; porque, como a Terencio, nada humano le es ajeno; porque es el más pedagógico y el menos didáctico de los dramaturgos; porque no piensa por nosotros, sino que nos pone a pensar; porque es un gran mistificador, que lo esclarece todo, y lo oscurece todo; porque perdona todos los pecados; porque en él la vida bulle, pero la muerte espera siempre su bocado. Con esto le respondo, sin agotar, las razones por las cuales Shakespeare es para todos los siglos, y también aquellas por las cuales seduce particularmente al siglo XX; siglo que se solaza en -más todavía, esgrime- la ambivalencia y el misterio impenetrable.
el arte no inventa la belleza; la exprime del mundo y, por ende, nos hace amarlo más entrañablemente
R.M.: ¿Cómo entiende la relación entre Poesía, Historia y Filosofía --o aún entre estas pero quitándole las mayúsculas?
B.M.: La Filosofía y la Historia guardan relación, a veces íntima, con la Poesía, pero no son ella, Filosofía e Historia a menudo fuente de inspiración de obras inmortales; más frecuentemente aun, la subyacen. La Historia organiza el conocimiento del paso del Hombre sobre la Tierra; el Hombre se objetiva en la Historia; la Filosofía busca el conocimiento sobre la existencia del Universo, su esencia y consistencia, incluido el Hombre. Pero la Literatura, el Arte, por serlo, crean una nueva realidad, paralela a la vida y contaminada por ella, y ha de producir esa particular emoción que llamamos emoción estética. Filosofía e Historia buscan conocimiento; el arte, o conoce, o asume, o presume, y parte de allí. La literatura se origina en la vida y vuelve hacia ella. Parte de la vida, se nutre en ella, no habla de otra cosa que de ella, pero tendría la mitad de su sentido, de su contenido, de su valor, si no incidiera sobre ella. La Literatura sirve, y ha de servir, para vivir, porque nos revela la belleza inmanente en la vida y en el Universo, y nos inficiona en ella. El arte no inventa la belleza; la exprime del mundo y, por ende, nos hace amarlo más entrañablemente.

Encuestas/Entrevistas © Rita Martin



[1] Entre las publicaciones más importantes de Beatriz Maggi se encuentran Panfleto y Literatura; El pequeño drama de la lectura; La voz de la escritura; El cambio histórico en William Shakespeare; así como la selección y estudio que hiciera de Los dramas históricos del dramaturgo inglés para la Ed. Arte y Literatura. Dentro de su trabajo figura también la traducción. [2] Desde su temprana juventud, Beatriz Maggi unió su vida al narrador, dramaturgo y también profesor, Ezequiel Vieta. Entre las obras de éste se encuentran: Libro de los Epílogos (con prólogo de Beatriz Maggi); Swift: La lata de manteca y Pailock, el presdigitador. [3] Aunque respetada, la obra del fallecido narrador Ezequiel Vieta no ha sido aún cabalmente comprendida dentro de la literatura cubana, en virtud de su diferencia; a pesar de que serios investigadores y críticos han mostrado su integración dentro de una cultura constituida en sus mejores exponentes por esta cualidad, cómo si no asimilar Casal, José Martí, el infinito sistema lezamiano y el absurdo de Piñera. [4] Esta entrevista fue concedida por Beatriz Maggi en el año 1994. [5] A la muerte de Ezequiel Vieta, Beatriz Maggi escribió una nota para la Revista Unión en la que abunda sobre la simbiosis que hicieron el uno del otro.

5.17.2010

FAISEL IGLESIAS: BENY MORE Y ERNEST HEMINGWAY


fragmento de la novela Que bueno baila Usted



De la bahía donde desemboca el Gran Río del Norte, llegaban aquellos barcos quejumbrosos, movidos por velas a todo viento y remos de galeotes y bagarinos. Con la marinería se esparramaban, por la Avenida del Puerto y las callejuelas de la ciudad vieja, los turistas, agentes de viajes y hombres de negocios, procurando el ambiente de bares con mujeres y guaracheros. Era una tradición que permanecía vigente en la época de los vapores. Un vínculo ancestral unía a ambos pueblos. Los tambores, claves y marugas cubanas no les eran ajenos a los hijos de la desembocadura del Mississippi, por lo que los músicos del delta buscaban el sabor del son y los isleños procuraban el swing del jazz.

−What is Cuban son, man? −había preguntado un turista tan pronto se bajó del barco.
Jazz con clave, mi socio −contestó un mulato trovador desde el bar de la esquina.
−Oh, yea!

Desde los primeros tiempos de España, sus músicos arribaban a la Isla con el deliberado propósito de cantar, bailar y agregarle al cimbaleo rítmico del jazz los repiques de los tambores del Verde Caimán del Caribe, para que se les montara el santo.

Después de dejar unos aredyés[1] en el tronco de la ceiba de la Plaza de Armas amarrados con tiras colora, unos negros con congas, quinto y tumbadora formaron una rumba frente al Palacio del Segundo Cabo. Desde la acera frente al portal del Palacio de los Capitanes Generales, salió un mulato tocando claves, vestido con una colorida guarachera y zapatos negros bordeados en blanco. Desde entonces la estridencia de los tambores se contuvo por unas notas producidas por los entrechocados corazones de ácana, que no seguían el orden natural, haciendo de vez en vez un silencio que se llenaba de emoción. Un turista recién llegado, impulsándose con el ritmo de los tambores, sacó de la funda una trompeta y comenzó a improvisar una lejana pero íntima melodía, cayendo siempre, como por sorpresa musical, dentro del patrón que, al parecer sin proponérselo, marcaban aquellas reducidas médulas de árbol, manipuladas por las leyes del arte. El negro del quinto cantaba en lengua lucumí. Una negra vestida de blanco, recién bajada del barco, se arrebató, dio un par de brincos, se echó a llorar y cayó desmayada. Rápido pretendieron llevarla a la Casa de Socorros a fin de que la examinara un médico de emergencias.

−¡Déjenla! −gritó, apartando a la gente, un negro vestido con zapatos, pantalón, camisa y gorro blancos, y muchos collares de piedras verdes y amarillas. Se le acercó, puso en la frente de ella sus manos de Orula, le hizo tres cruces con el índice en medio de la cabeza, le sopló los oídos y comenzó a hablarle en lenguas viejas.

La mujer, tendida en la acera con los ojos cerrados, respirando profundo, poco a poco volvió en sí.
− ¿Qué le pasó? −preguntaban los transeúntes.
− ¡Se le montó un muerto! −dijo alguien.
−La cogieron de caballo.
− ¡Se le subió el santo!

En el Templete estaba Bartolomé Maximiliano Moré cantando con su guitarra canciones trovadorescas, percibiendo a distancia las melodías que dejaba en el eco el negro trompetista del Misisipi. No se acercó; sabía que el trompetista seguiría colocando aquellas notas en las estrellas de la noche hasta el amanecer del nuevo día y que lo de la negra no era enfermedad.

− ¡De eso sé yo! −dijo riendo, y pasó de nuevo el sombrero−. ¡Cooperen con el artista cubano!

En una de las mesas del restaurante estaba el Gringo Grande de los hombros anchos, pecho firme, pies de elefante y ojos alegres e invictos, que andaba siempre por las calles de La Habana, con un pantaloncillo por las rodillas, roto por el fondillo, barba semanal y gorra de pescador, dándose en los bares de las esquinas unos largos tragos de daiquiri con ron doble, a los que llamaba “papas”. Se sentaba frente a los mostradores a pensar y escribir en servilletas unos párrafos luchadores y compulsivos, al margen de aquellas bullarangas de bares de puerto.
Era un personaje arrojado al torbellino de la acción, a la complicidad del amor y la fraternidad humana. Su inagotable poder creador lo abocaba, por temporadas, a las soledades. Había nacido para protagonista de los más grandes y dramáticos eventos: dos guerras mundiales, el conflicto chino-japonés, la Guerra Civil Española, la rebelión de los Mau Mau, tres accidentes de aviones detrás de los leopardos en el continente negro y cuatro matrimonios.

“Es el escritor más caro del mundo”, comentaba José Lezama Lima con ironía, mientras soltaba unas bocanadas de humo con su tabaco de siempre, sentado en el balancín de madera en su casa de la calle Trocadero.

Su madre lo quería músico (él adoraba a Pablo Casal); su padre lo soñaba médico, pero eligió ser escritor. Por ella era lírico; por él (que le regaló su primer rifle de caza, lucha y muerte), aventurero.

Era amigo de la chiquillada de La Habana, que andaba detrás de los turistas en busca de centavos; de los cantineros, las prostitutas y artistas ambulantes de aquella ciudad que caminaban con sus cartulinas y lápices de colores, haciendo dibujos a mano alzada unos, y otros con bongó, guitarras y maracas, cantando guarachas, sones y boleros para extenderles el sombrero a los forasteros: “¡Coopere con el artista cubano!”.

Le gustaba quedarse hasta tarde en los bares y cafetines, porque necesitaba luz en las noches. Tenía completa conciencia de que no se era un gran escritor impunemente, y de que el espionaje divino se pagaba caro.

Aquel día, sin embargo, el Gringo no tomaba, no leía ni escribía sobre la servilleta. Estaba malhumorado. Había veces que desaparecía y la prensa daba noticias de él en las nieves de Sun Valley, en las laderas de Castilla, en las verdes colinas de África o en los canales de Venecia, en aventuras que emulaban las de sus más fantásticos personajes. Se trataba de un ser vulnerable pero terco, seguro de que podía ser destruido pero jamás derrotado.

Se comentaba, por los estibadores del puerto y los pescadores de Cojímar[2], que se había caído a tiros con su mujer, una gringa que se bañaba encuera en el mar como si solo ella existiera en el mundo, porque le había cortado unas raíces de un árbol del patio que se le metían en la casa y lo amenazaba con envenenarle su ejército de perros y gatos y ahuyentarle las palomas del alero.

Lo acompañaba un niño de piel blanca, pelo blanco, camisa blanca y pantaloncillos y medias blancas por las rodillas.

Bartolo seguía cantando sus canciones al compás de su rayado de guitarra. Un chiquillo carniprieto, descalzo, descamisado, de vientre inflado y mechones de cabellos cayéndole sobre la frente, se paró delante del Gringo. Le dio la vuelta, sin dejar de mirarlo. Se detuvo ante el Gringuito; le sonrió y comenzó a hacer garabatos sobre un papel de estraza. Después, sin quitarle los ojos de encima, caminó de espaldas hasta chocar contra la pared. Frunció el ceño, pegó la mirada en el papel, volvió a observar como con reparos al Gringo y al Gringuito. Borró par de trazos, los corrigió, se les acercó de nuevo y, extendiéndole el dibujo, le dijo al Gringo Grande:

− ¡Coopere con el artista cubano!
− ¡Cuando un escritor está pensando no se le interrumpe! −gritó. Tomó el papel en las manos, lo miró−: ¡Mejor que ese los hace mi hijo de siete años! −dijo. Y lo tiró contra el piso.

El aire de mar, sin embargo, no lo dejó caer al suelo; y el dibujo, con sus alas de papel, salió volando por entre la muchedumbre que iba y venía por las estrechas y empedradas calles de la ciudad indiferente.

−Sí, pero su hijo tiene un padre millonario y puede ir a la escuela −le contestó retirándose, observando cómo su arte, impulsado por el aire, se abría paso por entre la multitud.
− ¡Oye! ¡Oye! ¡Ven acá!
− ¡Diga, señor!
− ¿Qué tú quieres? −le preguntó con voz gangosa y los ojos humedecidos el Gringo Grande.
−Comer.
− ¡Cantinero!
− ¡Diga, Hemingway!
−Que nunca le falte la comida. Yo la pagaré siempre −dijo, mientras unas lágrimas corrían por su barba blanca, hasta que su mano de hombre de hierro las dispersó.

Por entre las mesas, como convocada por el instante, venía una mulata con una copa de daiquiri en una bandeja a la altura del hombro izquierdo y, en la diestra, un vaso de ron. Le dio el vaso a Bartolo, dejándole una mirada por sobre el hombro, que lo calibraba de arriba abajo y siguió con su andar nalgueador hasta la mesa de Hemingway. Camarera, camarera/Tú eres la camarera de mi amor.
− ¡Toma tu Papa! −le dijo la mulata, con cierto tono mimoso, a Hemingway, que mal simulaba indiferencia.

Hemingway la miró por sobre el hombro y, sin mover la cabeza, corrió la vista por donde el trovador, que los observaba. El vientre de la camarera estaba ligeramente inflamado. Los dos hombres miraron de nuevo a la mujer y después se clavaron los ojos. Ninguno pronunció palabra. Hemingway se levantó, le dio una patada a una lata que llegó al mar y se hundió haciendo burbujitas que apenas podían aflorar en las contaminadas aguas de la Bahía, y salió a la acera para seguir su rumbo.

− ¡Heming! ¡Heming! −lo llamó con insistencia la camarera.

Hemingway se volvió. La miró con las mandíbulas pegadas al pecho y el ceño fruncido, gesto que acentuaba su carácter terco y su semblante duro: le puso la mano en el vientre y dijo:

−Se puede ser infiel, pero no desleal −y siguió rumbo al Hotel Ambos Mundos a escribir de pie, mirando por la ventana abierta la Bahía de La Habana: Camarera, camarera/Tú eres la camarera de mi amor.
Bartolo siguió cantando y tomando ron.

Meses después, el Sargento Taquígrafo desde la Primera Magistratura, invitó al Nobel a un homenaje en el Palacio. Sin embargo, a Hemingway lo vieron acompañando a la camarera a depositar los restos del natimuerto en el campo santo. Desde entonces, no se sabe si el nombre de Papa que le gustaba que le dijera la camarera, se debía al trago de daiquiri con ron doble que prefería o a una frustrada paternidad.

[1] Arayé: Revolución, guerra, Alboroto, envidia, mala fé.
[2] Pueblo de pescadores del norte de La Habana, cuyos pobladores inspiraron la novela El viejo y el mar de Ernest Emingway.


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Faisel Iglesias (Pinar del Río, Cuba, 1953). Abogado y narrador. Ha publicado El olor de la tierra (1996) y Que bueno baila Usted (2009).

ALBERTO GARRANDES: KASHMIR (FRAGMENTOS)




Soy el Viajero del Tiempo y el Espacio / estoy donde he estado, vivo donde he vivido, en la tierra muerta o en el pasto hollado por los leones, en las cuevas o en los mares, en la ceniza de las calderas volcánicas que se apagan, o en las lunas de Júpiter / estoy donde siempre, pero dónde siempre, cuándo siempre, o cómo siempre, si Lady Murasaki me recibe con su kimono azul y me dice: Deje afuera un poco de esa felicidad que trae a esta casa, y entre por propia voluntad en ella.
No me pregunten por la lámpara rojiza del umbral, la seña diminuta esplendiendo sin extenderse todavía / no me pregunten por el rostro sonriente diciendo Pase, entre / todo era muy afilado, los contornos agraviándose por la ulceración y el férreo dibujo del acontecer / Come in, Sir, dijo Lady Murasaki, con falsete victoriano en la voz, y otra vez sentí la alzadura de la brisa en el crepúsculo, los pétalos amarillos very sharp indeed, los crisantemos hervidos y mustios / No me dejen, Ancestros, aquí, retraído en el agua del deseo. Quiero partir cuando el sol caiga de una vez y la tierra muera, aguardando mis pasos.

Oye la música, oye la música y calma tu sangre, Peregrino del Desierto / Oye las cuerdas, pulsa la sangre, atempera el erguimiento / y mueve el sable, mueve el filo sobre mis pezones mansamente / Córtame discreto, sé brutal bajo la Luna que se cuela por las ventanas... Decide pronto si vas a privarte de estos vellos oscurecidos por la lascivia y el terror anticipado de la Muerte / No te arrepientas del paso del sable por mi pecho... pero no quieras, después, sentir el roce de esos vellos en tu boca, Peregrino del Desierto.

El traje, la danza silenciosa y una gota de bárbara sustancia / Yo era el Señor de las odas novelescas / Merecíamos contemplar el hundimiento de los océanos cuando la Ciudad Sumergida se levantase de su sueño... En la seda inexacta, un gemido microscópico / Y Lady Murasaki regresó al Pan Bendito, la manzana de cáscara verde limón, los objetos de papel colgando de las luces amortiguadas por el ocio... / Hoy no sé cómo proseguir, mi animal exótico se contonea frente al espejo / El kimono cae abatido sobre un piso agrietado por la sangre de los amantes.

Volveré a ti cuando mi alma regrese de esos lugares que me niego a nombrar... / Una mandolina cenicienta reposaba junto al arpa / Y avancé por la Casa sin alumbrarme todavía, buscando a Lady Murasaki por el rastro de su olor / Comprendí que los fantasmas de aquel sueño nos habían convertido en los Esposos del Gran Siglo / Mi lascivia frutal era como la del farmacéutico rodeado de esencias, yerbas y venenos nutritivos... Yo era el Alquimista Perdido y había bañado el cuerpo de mi Doncella en las aguas de un tepidario romano / Nadie sabe lo que sueña una mujer acariciada con devoción por las sangrientas alas de la aurora...

Pero Lady Murasaki se ha puesto el kimono azul pálido y acaricia la punta de la espada / Siento el aroma de su respiración en la absenta, en el pelo de los gatos que se acercan a observarnos / ¿Dónde podré encontrar los limpios contornos de las figuras que proveen mi historia? / Para nombrar y expresarme... ¡O para soñar y callarme! / Mis alegrías terminan con las del caminante insensato / Soy un fantasma pueril y desnudo... Los demonios beben mi simiente y sus gargantas se iluminan como lámparas en el desierto / Soy un espectro elemental en la ruta de Kashmir.

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Alberto Garrandés. Escritor. Entre sus libros fundamentales destacan: Artificios (cuento, 1993); Salmos paganos (cuento, 1996); Fake (novela, 2003); Cibersade (piezas narrativas, 2002); La poética del límite. Sobre los cuentos de Virgilio Piñera (ensayo, 1994); Los dientes del dragón (ensayo, 1999); Presunciones (ensayo, 2005) y Las potestades incorpóreas (novela, 2007).

5.16.2010

JOSE LORENZO FUENTES: EL TRIUNFO DEL OFICIO

Por Sarah Moreno

La historia de una reina rumana que escribía a escondidas a la luz de una vela, que recitaba a Shelley y a Byron por los pasillos del palacio, y que murió silenciada y olvidada por escribir en su diario una crítica a la monarquía y por sus supuestas relaciones lésbicas con una dama de la corte, es suficientemente interesante para inspirar una novela. Y si la trágica suerte de la reina es sólo una de las existencias que una maestra del siglo XXI descubre en una sesión de regresión a vidas pasadas efectuada por el mismo escritor de la novela, es casi imposible contener la curiosidad.Los elementos anteriores, sumados a la atmósfera de misterio que se consigue bajo hipnotismo, integran Las vidas de Arelys (Ediciones Atenea), la novela más reciente del escritor cubano José Lorenzo Fuentes, quien la presentará mañana en el Café Demetrio, en la tertulia La otra esquina de las palabras, que coordina el escritor Joaquín Gálvez. "Ella tocaba el piano, hacía meditación budista y leía a los grandes maestros del hinduismo'', cuenta Fuentes de Carmen Sylva, seudónimo literario de Elizabeth de Weid (1843-1916), una joven de la nobleza alemana que por su matrimonio con Carol I de Rumanía llegó a ser reina de ese país. Fuentes supo de la existencia de esta olvidada escritora del siglo XIX, que compartió antologías con Dostoievski, Víctor Hugo, Gogol y Balzac, gracias a su amistad con Arelys Cubero, una maestra nacida en Puerto Rico que el escritor conoció en Miami, en el 2007, en una presentación de uno de sus libros, Yerba Nocturna. "Cuando nos vimos por primera vez tuve la impresión de que Arelys y yo nos conocíamos de antes'', recuerda Fuentes, de 82 años, autor de un libro sobre meditación e interesado también en el tema de la reencarnación. A petición de Cubero, Fuentes le sirvió de guía en regresiones a sus vidas pasadas. En una de estas sesiones, Cubero dijo, bajo hipnosis, que "había sido escritora y vivido en un palacio''. Cuando Fuentes le preguntó de quién se trataba, Cubero mencionó a Carmen Sylva, un nombre desconocido hasta entonces para Fuentes. Después de varias indagaciones, el escritor supo de la relevancia de esta mujer y se enteró de que ese seudónimo latino había sido elegido por De Weid, que combinó los términos en latín de "bosque'' (Sylva) y "canto'' (Carmen). También supo que había escrito un poema sobre Safo y una tragedia sobre la reina de Inglaterra decapitada, Ana Bolena. Como la de Sylva, la vida del escritor cubano ha estado poblada de momentos de protagonismo y oscuridad.
Fuentes reportó como periodista la batalla de Santa Clara, liderada por el Che Guevara, durante la insurrección que condujo al inicio de la Revolución cubana, en enero de 1959. A principios de los años 60, fue periodista personal de Fidel Castro y jefe de prensa del Instituto Nacional de Reforma Agraria. Cuando en 1969 fue acusado de agente de la CIA y encarcelado por tres años, ya había ganado el Premio Nacional de Novela con Viento de enero (1967) y una mención en el concurso Casa de las Américas con Después de la gaviota (1968).Fuentes --que en 1991 firmó el documento contestario La Carta de los Diez, el cual incluyó las firmas de otros escritores cubanos como Manuel Díaz Martínez, María Elena Cruz Varela y Raúl Rivero, entre otros-- logró salir de la isla en 1992 con una invitación de la Universidad de Iowa. "Ahora me parece que escribo mejor que antes porque tengo más experiencia. Decía Chéjov que el escritor posee la facultad natural y la dificultad adquirida. Y es que el oficio es muy importante'', comenta el escritor, que hoy trabaja a un ritmo más pausado. "Cuando era joven escribía 20 cuartillas al día, hoy sólo hago dos'', confiesa.
• Publicado originalmente en El Nuevo Herald, el jueves 13 de mayo de 2010.smoreno@elnuevoherald.com