De la sonrisa de este Dionisio
nacieron los dioses;
de sus lágrimas los hombres.
Nietzche
Para nadie es ya un motivo de asombro,
el grado extremo de indefensión en que se hallan, sígnica y perceptualmente,
por decirlo de algún modo, las sociedades actuales respecto a los medios. El
dilema comunicológico que ahora llaman: mass-media o algo así. La realidad
virtual, telemática si se quiere, se muestra cada vez más invasiva frente a la
realidades otras del sujeto que participa de la recepción. Impresionante es el
desmontaje mediático que de lo autóctono o lo cubano trascendente se viene
generando, lo mismo en la forma de pensar un video clips que en las noticias
sobre la marcha de la zafra.
En el primer caso, además de graficar
piezas musicales que constituyen verdaderos desastres textuales, se acude, de
manera casi monolítica, a la coloración abusiva y/o festiva de idiolectos y
sujetos locales; ejercicio en el que la voluntad idiosincrásica o antropológica
que nos define se reduce, de más está decirlo, a una mera compensación de
índole bailable o circense. En el otro extremo se ubicaría la utilización,
igualmente desmedida, de lo pre-revolucionario-sensorial, quizás para
satisfacer los intereses acríticos de un público no insular acostumbrado a
mirar el sistema político imperante y sus actores por el prima de las
mitologías. Se trata, en la mayor parte de los casos, de relatos visuales que
empujan la operatividad del discurso a una especie de embeleso sinflictivo. El
cuerpo femenino, como implementador de estéticas y lenguajes, atrofia su
mecanismo de lectura al explicitar la altisonancia de un torso semidesnudo o un
movimiento de caderas electrizante, ritualidad erótica ya desechada por lo peor
y más grotesco de los espectáculos nocturnos, diseñados para los circuitos que
operan en moneda libremente convertible. A su vez el presupuesto narrativo que
se ocupa de normar los modos de vida, no puede ser más estereotipado y
simplista. Su referente más usual está dado por la tenencia de un Cadillac o
una Haley Davidson, etc, etc.
En cuanto a la zafra, me urge señalar
que su ejercicio noticiario, además de pertenecer a la categoría de los
desenterramientos arqueológicos, se encuentra signado por la elipsis u omisión
de la textura semántica que legitimaría los matices visuales del mensaje, o su
rol social en términos semióticos. Una mirada al espectro informativo, y en
especial al que se ocupa de tales menesteres, serviría para corroborar el
desbalance entre noticias hegemónicas y subalternas. Para muchos profesionales
de la información, lo que la zafra implica a nivel enunciativo/conceptual se
limita a dos o tres apologías de «esforzados directivos» o algún alucinante
dato de recuperación empresarial. El perjuicio que estos epidérmicos enfoques
ocasionan al valor intrínseco del mensaje socialista, para beneficio de la
expresión formal arquetípica, es algo que merece un estudio aparte (1).
Nuestro país, pionero en el uso de la
radio y la TV con relación al resto de América de habla hispana, basa hoy los
fundamentos de su lógica comunicacional en la infalibilidad del componente
ideológico, siempre que en la ya clásica relación emisor/destinatario, el
primero se autoproclame hermeneuta exclusivo de la propuesta audiovisual. Desde
este supuesto, centrista a todas luces, se establecen las fronteras espaciales
que aislarían a los distintos grupos de telerecepción poblacional, del influjo
de la foraneidad y sus depredaciones globalizadoras. Como si fuera tan
sencillo.
En su momento, W. Kornhauser cargó de
significado el ámbito en que, bajo el auspicio tutelar de las élites
dominantes, se accionaban los derroteros mediáticos en la otrora Europa
Socialista: «A través de los medios impresos y trasmisiones, líderes
carismáticos alcanzaban directamente a los individuos pulverizados. Debido a la
carencia de roles, es fácil motivar a las masas a seguir las instrucciones de
los líderes» (2).
Esta teoría, ocupada en anatematizar
la forma en que los centros de poder (cultura oficial) inciden, de manera funcionalista
y aplastante, en las sociedades de masas (culturas en constricción) deja fuera
otras aristas del problema. Por ejemplo, la no validación de mensajes y
estereotipos informacionales que acometería el posible receptor, en caso de que
estos negaran el debido respaldo a su lógica de vida cotidiana; ya que «el
estímulo que no se adecue a esa lógica resulta inoperante, se rechaza como
falso o es resemantizado en busca de una gratificación que desconstruye la
imagen audiovisual del emisor» (3). Por consiguiente, cuando este último,
guiándose tal vez por una idea pragmática de la comunicación, humilla la tarea
crítica de su contraparte al despojarla de todo margen actoral; o simplemente
no hace coincidir el modo de vida real del espectador con el de las idolatrías
mediáticas, está entregando, digamos que sin tener conciencia de ello, las
herramientas axiológicas e identitarias que preservarían los pequeños espacios
destinados a la audiencia doméstica, de la invasión de todo un sin número de
productos sin dudas alternativos, pero reduccionistas, enajenantes, amorfos al
abordar contextos y otredades ni siquiera difíciles. Y aunque de procedencia
soterrada o externa al sistema, cuentan con vía de acceso cada vez más
expeditas e inmunes a cualquier atisbo de amonestación.
Además de convertirse en verdaderas
máquinas de abolir instituciones, imaginarios y valores sociales establecidos,
estos productos, como algunos estudiosos han señalado, crean «una falsa
conciencia resistente a la falsedad que promueven». Instalados casi que por
derecho de conquista en el inconsciente de las personas, no hay edificio
cultural ni sistema de creencia colectiva que no peligre ante su falacia.
Fortuitos héroes de la desconstrucción (sus nombres desbordan el fetichismo
radical que les dio origen) usurpan el espacio que antes sobresaturó el
desempeño puritanista de nuestros mensajes. Su itinerar por la violencia no
reconoce barrera, ni afanes de preservación, así sean de índole familiar,
magisterial o coercitivo. Y nadie venga a decirme, que la violencia que con
total explicitud deslizan estos héroes del proceso virtual no fascina, o no
actúa sobre las fisuras que dejó la plasmación de referentes mojigatos (y
muchas veces insinceros) en determinados espacios; nuestros espacios valga la
redundancia.
Sucede que a la hora de negociar
significados entre las partes (léase el producto que, banco subterráneo de
películas mediante, se encuentra disponible al doblar de la esquina, y el
espectador. Aunque lo más aconsejable en el orden semántico, fuera hablar de un
consumidor, o tal vez de un mediador disfuncional que interviene en la
interpretación cualitativa) una nueva suspicacia, la del receptor-colaborador
que trepa al carro del desencanto cotidiano, marcará el constreñimiento de
cualquier actividad valorativa, que se propongas ir más allá de ambiguas
lecturas de superficie.
Si antes se podía pensar que el
soporte financiero (o clasista) de cada quien, serviría de coto a semejante
problémica, ahora no. El cubano, diestro en el acto de sortear restricciones y
políticas de emergencia, hallará siempre la forma de acceder a las nuevas
tecnologías del divertimiento (no se me ocurre ningún otro modo de definir
tanta alienación).
Admítase de una buena vez, que si
quienes están facultados para tomar decisiones en el sistema mediático del
país, no se plantean la necesidad de rescatar los diferentes sujetos que
intervienen en el proceso de audiencia (y se lo planteen en serio), su hijo, el
mío y el de aquel pasarán más tiempo del aconsejable, con el video-juego
(propio o alquilado) de última generación, y muy poco, para no decir que
ninguno, con las encomiendas de su centro escolar. Y diría más: puede hasta
suceder que ese mismo niño hipotético, convertido ya en adicto a la virtualidad
evasiva, colonizada su breve psiquis, olvide la razón por la que gran parte de
los insulares (me refiero a los de adentro) se empeñan en lanzar flores a los
ríos y mares (o a cuanto recurso hídrico lo permita) cada octubre. Eso entre
otros simbolismos y nutrientes de la imago colectiva, tal vez a punto de correr
la misma suerte.
Y no es que haya que reinventar la Castalia
de H. Hesse a nivel comunicológico, ni olvidar, como dijera E. Ichikawa, que el
pensamiento social contemporáneo ha comenzado a ausentarse de las grandes
construcciones universales (4), se trata, pienso yo, de escindirnos del enfoque instrumentalista
que de manera casi canónica se viene aplicando en nuestros medios. Me pregunto
si en vez de apelar a la homogeneización de significados y actantes en nuestro
audiovisual, no sería más provechoso ir al encuentro de las peculiaridades del
comportamiento racial, demográfico, lingüístico, económico y/o sexual, en
segmentos de recepción que hoy se encuentran condicionados por algún tipo de
desarraigo. O quien sabe si por literales desigualdades que, tras el
atascamiento del marxismo dogmático, quedaron sin explicación convincente.
A la televisión nacional, quizás por
ser el medio al que un supuesto le atribuye el mayor poder de convocatoria, y
acaso por ser el único para muchos (estoy pensando en quienes carecen de la
posibilidad de adquirir libros, no leen el periódico ni clasifican como
internautas), corresponde un papel primordial a la hora de influir sobre
destinatarios cada vez más afectados por el pragmatismo y la crisis de valores,
esos caballos de madera del mundo pos-moderno o pos-cualquier otra cosa.
Corresponde, para decirlo a la manera de Barthes, «la sacudida incesante de la
observación, no para fomentar el contenido de los mensajes sino su hechura» (5).
Hora es de que realidades y temáticas escasamente amables, sean objeto de mayor
atención, o por lo menos de una mirada desacralizante, que no necesite
establecer una relación de dependencia entre la praxis y el clásico «parámetro»,
adlátere de lo «correctamente político». Algo así como que el espectador
simple, no tenga que impugnar la poca credibilidad o la contractura del referente
ideotemático a abordar. Que aquello que lacera la estimación del cubano por el
factor autoctonía, por su cultura e Historia; o lo que refleja su inmediato,
quizás indeciblemente amargo, no encuentre como única vía de focalización la
desmesura del humor callejero. Que los espacios de carácter informacional no
apelen tanto a la receta del triunfalismo para adentro, y lo apocalíptico para
afuera. Que en las temáticas policiales no importe tan solo el quién y el como sino,
y además, el por qué, y, dicho sea de paso, que quienes enfrentan el delito y
la criminalidad en tales propuestas, se desprendan de esos personajes
encartonados, carentes de vida propia y de conflictos. Y por favor, señores
guionistas y directores de telenovelas no más tomaduras de pelo en lo que a
escenografía o ambientaciones se refiere. Pónganse al insular de las
situaciones límites (creo que también se le llama de a pie) a vivir en su nivel
real de hacinamiento, en su casa destartalada o temerosa de la próxima
eventualidad climatológica. Basta ya de mansiones surrealistas, inalcanzables
desde todo punto de vista.
Quizás nadie como José Lezama Lima,
para advertirnos sobre «la falta de imaginación estatal», un asunto que no
respeta demarcaciones epocales o ideopolíticas (al menos así lo percibió la
voluntad origenista de aquel entonces). Para el poeta, «el remedio debe brotar
de la creación y de la imagen», ya que «un país frustrado (…), puede alcanzar
virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza» (6). Virtudes y
Expresiones con mayúscula, asuntos que le resultan diametralmente opuestos a la
postura hedonista (y complaciente para con las esferas de mando), que la mayor
parte del tiempo prevalece, en medios a los que no sabría si llamar de
comunicación, de difusión o de algún otro revestimiento lexical.
Se trata, pienso yo, de que la
Cultura, también con mayúscula, sea realmente el escudo y la espada de la
nación, y no un escudo y una espada que solo funcionen a nivel retórico, o peor
aún, que entreguen esa suerte de axioma que encierra la frase, para convertirse
en uno de los tantos eslóganes, vacíos e impersonales, con los que a diario nos
tropezamos. Se trata de que con los pobres destinatarios de la tierra (esos que
no son funcionarios de ninguna corporación, no reciben remesas y seguramente
han de trabajar bien duro para alimentar a los suyos) algún realizador de
audiovisuales, quiera su suerte echar.
No se debe olvidar que la producción
de azúcar en Cuba, nos remite a un fuerte contexto cultural de origen, y hasta
hace muy poco formó parte de las experiencias compartidas por la comunidad. No
hay razón, por tanto, para que se le aborde desde un mecanismo de habla
ritualesco, desasistido por el conocimiento de causa o el respeto.
---------------------------
Notas
(1) Jorge C. Potrony García, profesor
del Instituto Superior de Arte, sostiene que, desde una óptica funcionalista y
conductista, los medios educan a la audiencia para interpretar los mensajes
mediante una retórica y una semiótica, capaz de obviar aristas importantes de
la vida cotidiana del espectador, e incluso de interesarse mucho más en la
descodificación lineal del mensaje emitido que en la mediación del contenido
por parte del receptor. Ver: «Difusión mediática y publicidad». Temas. No. 20-21 (2000): 86.
(2, 3) Wiliam Kornhauser. The Politics
of Mass Society. Citado por el especialista Vicente G. Castro en «Medios de
difusión y patrones culturales en Cuba». Revista Temas. No. 20-21 (2000): 58.
(4) Emilio Ichikawa Morin. El
pensamiento agónico. Editorial Ciencias Sociales, La Habana 1996. página 47.
(5) Roland Barthes. «La cocina del
sentido», fragmento de La aventura semiológica. Editorial Paldós: Barcelona, 1990. pp 223-225
(6) Orígenes. «Revista de Arte y Literatura». Edición Fascimilar. México: El Equilibrista, 1989. Vol. IV, pp 9-10.
-----------
Más de José Luis Santos en Grafoscopio:
* De la relegatio in insulas a los elementales vellocinos. Diálogo con Carlos Alé Mauri.
* Tashken o un poema para despedirse de Elena Tamargo
* Tashken o un poema para despedirse de Elena Tamargo
No comments:
Post a Comment