12.30.2010

FÉLIX LUIS VIERA: SONIA DÍAZ CORRALES Y EL HOMBRE DEL VITRAL

Sonia Díaz Corrales pertenece al equipo literario Todos Estrellas de la región espirituana, quizá la tierra menos propicia para la creación artística de la Isla de Cuba: allí los dirigentes del Partido Comunista de Cuba se han dedicado sobre todo a estimular la siembra de arroz y acorralar a los intelectuales. Díaz Corrales, poeta de reconocida trayectoria y que hoy, felizmente, vive en Islas Canarias, acaba de publicar su primera novela por Ediciones Aguerre, con sede en aquellas islas.
      La novela gana mucho por el andamiaje milimétrico con que está diseñada —pienso, además, que Díaz Corrales le tiró a innovar con esta vertiente dialogada desde los inicios-- y, fundamentalmente, porque la autora ha sabido trasegar a la narrativa sus talentos de poeta, así como por la notable capacidad de observación, que se destaca sobremanera al abordar lo íntimo humano y esas fuerzas, hasta ahora y felizmente por nadie descubiertas, que se escurren, digamos, por los meandros del amor entre dos seres humanos (digo “seres humanos” porque de eso se trata el amor, creo).
      Creo que no sólo la ópera prima, sino aun la vigésima novela de todo autor, deben pasar por las manos de un editor, o de un consejo editorial profundo, o por un consejo de amigos de igual marca. Porque el género novela tiene esa enjundia: es flexible, volátil, escurridizo, tramposo... Y perdonen que casi diga lo mismo con estos calificativos.
      Si yo hubiera estado en ese consejo de amigos, aunque los demás expresaran su desacuerdo, le hubiera aconsejado a Díaz Corrales que no comenzara El hombre del vitral con un capítulo a base de diálogos. Le hubiera dicho que, a menos que los diálogos sean intensos y los movimientos planteados de esta forma extensos, y con suficiente vuelo narrativo, amén de “escenificación” suficiente... no se debe comenzar una novela de esta forma... Es más, le habría pedido que transformara todo el plano de Álex y Sandra, o al menos que lo ubicara con más precisión y más “adelante”. Porque si bien los diálogos —sin acotaciones—de estos dos personajes, técnicamente, son buenos, el lector comienza a temerles por una razón muy sencilla: los demás planos y capítulos de la novela, que no tienen que ver con estos dos personajes, o que sólo lo evocan, son de muy alto nivel narrativo.
      Creo que la novela debió empezar a partir de “Miró el pescado que, poco a poco, se convertía en un espinazo ahogado, hundido en la salsa que quedaba en la fuente” (pág. 17). De aquí en adelante, y en esta dirección narrativa, la obra alcanza destacables momentos en donde la poseía ya dicha, el ingenio y la reflexión nos ofrecen momentos de alta prosa.

«Empezaba a estar muy claro que el que dos personas lean el mismo libro, no significa que leyeran lo mismo” (pág. 21)
«Las luces de las ciudades son más bonitas que las ciudades en sí” (pág. 73)
«... siempre antes de que algo o alguien esté; en ese sitio ha estado el vacío, la ausencia, la necesidad de ese algo o alguien” (pág. 109)
«Se sintió acompasar y acelerar los movimientos a pesar de todo. Subir le parecía una huída que el deseo finalmente detenía. Bajar era un caer continuado, sin fin, de vértigo, tan placentero que nada podía sacarla de aquella sensación” (pág. 124).
      Por otra parte, Sonia Díaz Corrales apuesta por la cita, dentro de su novela, de creadores y especialistas en la materia literaria. Para mí esto no demuestra fuerza per se, es algo así como recurrir a otro para autorreforzarse, y asimismo alguna cita podría no ser comprendida por un lector extraño o por uno del año 2090.
      De lo dicho antes se podría inferir que la autora es eficaz sólo cuando se vale del narrador omnisciente. No. Vean la diferencia del plano “Ángela...” y comprobarán que aquí, a diferencia del de “Alex y Sandra”, el diálogo corre bien engrasado y decidor.
      Son 151 cuartillas que rebosan de pulpa en uno y otro sitio. Yo esperaría, para bien de la literatura cubana, una segunda edición “corregida por la autora”. Mientras, lean esta primera edición, les aseguro que vale la pena.
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Félix Luis Viera. Poeta, cuentista y novelista cubano. Ejerce la crítica literaria y el comentario político. Reside en México desde 1995. Entre sus libros destacan: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la UNEAC, 1976); En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983) y Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988) y Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2003). En este año acaba de publicar el poemario La patria es una naranja y la novela El corazón del Rey.

12.27.2010

ALINA GALLIANO: POEMA VII

DEL LIBRO: DETRÁS DE LA MIRADA
VII
Verte como te he visto
tan distante y contigo
tan concentrada en ti
sobre tu forma,
amante sorpresiva
que junto a mí requiere,
casi camina
en timidez su cuerpo;
voracidad de gesto
donde los dedos buscan
su misterio de olor
entre las piernas:
yo me diluyo en tu tensión,
la observo,
casi logro atraparla,
adentrarme a su punto
más irreconocible
y luego tenazmente
te traigo a la pupila,
te sujeto en el punto más
débil de tu cráneo,
absoluto testigo
de tu implacable combustión,
del solitario acto
de amor que te fabrica,
hasta que soy espejo
para que tú te mires
y veas crecer en mí
lo mismo que un reflejo
tu incandescente borde
fuera de todo límite:
no sé bajo qué orquídeas
buscarás mis azogues
cuando la noche en filo
resbale a tus ojeras
o tu espalda despierte
su más letal conciencia
queriendo compartirse y compartirme;
porque hay cosas o gestos
que son inevitables
que siempre nos esperan
frente adentro, lo mismo que un olvido:
y nos reclaman.

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ALINA GALLIANO. Con una licenciatura en Sicología (Mercy College) y una maestría en Trabajo Social (Fordham U, New York), la poeta Alina Galiano ha sido distinguida con varios premios literarios entre los que destacan, en 1984, Premio Federico García Lorca del Queens College y el Consulado de España en Nueva York; en 1990-91, Premio “Letras de Oro” por su libro La geometría de lo incandescente (en fija residencia). Primera finalista de la Primera Bienal de Barcelona en 1979, ha publicado los poemarios Entre el párpado y la mejilla (Bogotá 1980); Hasta el presente, poesía casi completa (Editorial Betanía, Madrid, 1989); La geometría de lo incandescente (en fija residencia) (Universidad de Miami, Florida, 1992); En el vientre del trópico (Serena Bay Books, New York 1994); Otro fuego a liturgia (Editorial Betanía, Madrid, 2007). Su obra aparece igualmente antologada en numerosas antologías entre las que sobresalen: Poesía cubana contemporánea (Editorial Catoblepas, Madrid, 1986);  Americanto (El Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1988) y Poetas cubanos en Nueva York (Editorial Betania, Madrid, 1988). 

12.25.2010

RENE DAYRE: UN BREVE POEMA PARA PACO

A la memoria de Francisco Mir Mullet, poeta

RENE DAYRE ABELLA: POEMAS

RETRATO DEL OTRO


Ese hombre de la mirada adusta
que ensaya sin lograr una sonrisa
delante de un espejo.

Ese sujeto torpe que enreda sus pisadas
entre libros y juguetes al descuido
que revuelve las piedras arañando la tierra
y dialoga con árboles y ríos
desandando caminos.

Ese loco que increpa a la montaña,
al cielo, a las estrellas en la noche.
Que llama al sol su amigo.

Ese infeliz que sufre de delirio
puede ¿por qué dudarlo?
tratarse de mí mismo.


PAR DELICATESSE J´AI PERDU MA VIE


Oisive jeunesse à tout asservie
Par délicatesse j’ai perdu ma vie…
Arthur Rimbaud


Muero cuando aún no termino mi máscara
y mi parteniere se cansó de bailar.

Muero de sorpresa cuando me invento viajes a lo ignoto
y el tiempo se alza ante mis ojos como una nube
ocultándome lo adorable.

Muero de rabia en el momento menos oportuno.

De todos modos termino mi poema
con una frase lapidaria:
“Por delicadeza he perdido mi vida”.


DESTIERROS

Yo tuve una casa y un patio.
Un ocuje, un quebracho y también un limonero.
Yo tuve un hermano pequeño con quien jugar
y unos padres tan viejos que parecían abuelos.

Un día nos arrastraron a vivir a una ciudad.
Nos llevaron a vivir a una casita pegada a otra casita y a otra casita más
sin patio y sin ocujes.
Apenas una mata de higuereta
para jugar bajo su sombra a las canicas.

Creciendo entre libros y papeles
se me ocurrió aprender el arte de las letras.
Que me enseñaran cómo escribir poemas.

Me fui a La Habana a estudiar Licenciatura
y me enviaron al campo a ordeñar vacas
por aquello de estar " parametrado ".

Un día infeliz. Una mañana
me llevaron a un cuartico improvisado
en un " complejo de hormigón ".

Techo y paredes de " hormigón "
y un tipo con alma de " hormigón "
me espetó justo a la cara:
"no cabes en el país. ¡Vas a largarte! ".

A la distancia de los años me pregunto:
"¿tuvo ese tipo alguna vez una casa y un patio,
un ocuje, un quebracho , un limonero,
un hermano con quien jugar y unos padres tan viejos
que al mirarlos los confundían a veces con abuelos ? "

SOLITUDE IV

A Ivette Marie, por si un día le asalta la soledad.

En aquel viejo templo
Sostenido apenas por cariátides que se desmoronan
Y los espectros deambulan con los ojos y los labios calcinados,
Te descubro espiándome desde un rincón.
Oh, tú, mi antigua compañera.
Y te unes al desfile espectral,
Para luego desvanecerte en la nada,
Y regresar rediviva en las notas lánguidas de un adagio.


UN POEMA PARA ÁNGEL


Te sueño en medio de una plaza
de las que pintaba De Chirico.

Te envuelves en laxitud y te dejas llevar
desdibujándote lentamente
delante de mis ojos.

Al final sólo me queda tu sonrisa
y la inmensa vacuidad de aquella plaza.


PEQUEÑA ODA A LA SOLEDAD

A Miguel Ángel Mondragón Ruíz,
quien se propuso acompañar mi soledad.

¡Oh, soledad que me acompañas
en este samsara interminable!

Persiguiendo cualquier grieta o vacío de mi yo.

De pie frente a mí.
Poblando de fantasmas
las cuatro esquinas de mi casa.


Soledad amiga de la noche y del silencio.

De los grandes espacios.

Amarga cicuta. Preludio ineludible de mi agonía.


Te paseas con tu olor a muerte
sobre el rostro de los agonizantes.


Oh, soledad que me acosas
espiándome desde dentro.
Aplastándome con el peso de una lápida.


Imposible evitar lo inevitable.


Te veo venir casi desnuda
provocando una ola de estupor en mis entrañas.


Tómame de la mano y llévame contigo.
Ayúdame a cruzar sin miedo
la delgada frontera de lo desconocido .


SUEÑOS

A Lucevan vagh Owen Berg, hermano en la poesía.

Anoche me soñé pez
muriendo a pedacitos.
Luego soñé la luna
escondida en una caja de zapatos.


Una fila de hormigas movía una araña.
-¡Niño, no te manches la ropa, ni los zapatos blancos ¡- .


Quise soñarme hombre y me soñé poeta,
un infeliz que sueña
escondiéndose siempre de la Muerte.

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RENÉ DAYRE ABELLA (Banes, Oriente, Cuba, 1945). Poeta y narrador. Estudió en el antiguo Instituto Pedagógico Manuel Ascunce Domenech.  Mientras se desempeñaba como profesor, fue promotor cultural.  Integró la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente, donde dio a conocer sus primeros intentos literarios. Una muestra de su poética aparece en la Muestra de la Poesía del Siglo Veintiuno de la Sociedad Prometeo de Poesía, de Madrid, España. Es miembro de la Red Mundial de Escritores en Español, REMES, de la Sociedad Peruana de Poetas y de la Sociedad Internacional de Poetas (W.P.S.) con sede en Atenas, Grecia, así como de la Sociedad de Escritores Latinoamericanos y Europeos (SELAE) con sede en Milán, Italia. Desde el año 2004 forma parte de la Redacción de Linden Lane Magazine, el tabloide literario fundado por los poetas Belkis Cuza Malé y Heberto Padilla en New Jersey, en el año 1982, y que se ha vuelto el decano de la prensa literaria cubana exiliada. Colabora con revistas literarias digitales e impresas de Cuba, República Dominicana, Argentina, Venezuela, Perú, España y los Estados Unidos. Mantiene inéditos los poemarios: Poesía Repartida, Poeta en la luna de Cuba, Alvenix, un ángel, y Golpes en la Pared.
Su libro de relatos testimoniales Banes: La piel de la memoria, se encuentra en proceso de edición. Desde el año 1980 reside en California, Estados Unidos.

12.24.2010

Abel German: La poesía-crónica de Félix Luis Viera

Tomado de Cubaencuentro.com

El sábado 20 de noviembre de 2010 se presentó en la Jornada Alternativa de Literatura de la Feria Internacional del Libro de Miami un poemario que merece una atención especial por al menos tres motivos: 1º) Es un excelente libro de poemas; 2º) se aventura con una lucidez excepcional en la frustración respecto de las utopías; 3º) el desarraigo de los que buscan por el mundo un asidero otro; y 4º) la soledad con que finalmente tienen que convivir los que se han atrevido; y manifiesta —más allá de su magnitud expresamente literaria, allí donde el libro ya digerido deja de ser y pasa a formar parte de la memoria y los sueños de sus lectores— una actitud moral, política y/o ideológica que conviene analizar en un aparte.
Se trata de La Patria es una naranja, del novelista, cuentista y poeta Félix Luis Viera, publicado por la Editorial Iduna, de Miami. Para no dispersarnos analicemos de modo independiente y en su orden cada uno de los motivos especificados.
La forma.
Lo dicho: es un excelente libro de poemas. Un libro —si no dos: uno sobre Cuba y otro sobre México DF— equilibrado, tenso y desoladoramente hermoso. Un libro de poemas con historias, datos y, sobre todo, pasiones. Sus imágenes son precisas, justificadas y eficaces y se manifiestan de modo natural, según el principio causa/efecto o, lo que es lo mismo, como expresión de una necesidad interior, dialéctica, del texto y, por supuesto, del “hecho” descripto. Porque, sí, como escribí, tiene también mucho de poesía descriptiva o de poesía-reportaje o crónica. Esto último lo escribo con un doble sentido: el periodístico y el clínico; pues se trata de una poesía que “informa” y, al mismo tiempo, constituye una suerte de vicio o “enfermedad” de data y curación imposibles.
Un ejemplo: En el poema 30, página 84, dice: “¿Quién habrá construido este edificio —adonde ahora voy entrando— / hace ya tanto, cuando la brisa de la Ciudad estaba apta / para que las azucenas no sintieran pavor?” —En tres versos transita de la simple descripción casi en prosa (“¿Quién habrá construido este edificio –adonde ahora voy entrando–…?”) a la un tanto más críptica o sugerente de la poesía (“¿…hace ya tanto, cuando la brisa de la Ciudad estaba apta / para que las azucenas no sintieran pavor?”) El poema “transcurre” (es un decir) en México DF; el poeta visita a un amigo que vive en un edificio “…que parece una mancha de churre en tercera dimensión…” (cit.); y se “ve” ese edificio; se sube esa escalera (es la descripción un tanto en prosa que digo); y, de paso (paso a paso), se respira, se siente, se sublima hasta convertirse en algo más: en un estado del alma de los protagonistas (el poeta que visita al amigo, y el amigo: los dos cadáveres) que, por esa mágica trasmisión que justifica el disfrute de un libro, se comunica con el lector y deviene en un arquetipo de esa alma colectiva que une, con un hilo invisible empapado de angustia, a los casi 180 millones de seres humanos que en todo el mundo viven fuera de sus lugares de origen, unos dos millones de los cuales son cubanos. (Es la poesía descriptiva, de reportaje o crónica en la acepción periodística, que también digo.)
La calidad de su contribución estética, por su parte, se aprecia en cada poema y, como piezas que son, la reflejan en el conjunto. Por ejemplo, el tono general es híbrido; o sea (los adjetivos son necesarios, disculpen): elegíaco, reflexivo, erótico, limpio… exacto. El resultado, en fin, de un trabajo meticuloso e inspirado que sólo un poeta como Félix Luis Viera, con su pulso y su sensibilidad, podía llevar a un puerto como éste. El mejor de los puertos posibles.
Y como también advertí, podría considerarse que se trata de dos libros en uno; de dos “historias”: la de Cuba, que se evoca y reflexiona en la lejanía; y la de México DF, que es más “anecdótica” y dolorosamente cercana, observada con los ojos en especial atentos del exiliado que sufre los sufrimientos de las dos patrias. —Historias siameses, unidas visceralmente por el corazón del personaje poético que recorre el libro, escindido (él sí) en ambas geografías y, a veces —como manifiestan los poemas de los Intermezzos 1 y 2—, en las experiencias de los amigos mexicanos y cubanos que viven en la “inmensa Ciudad”. Un personaje que absorbe la angustia que le rodea (la suya propia, la de sus amigos y la de las putas, los niños delincuentes, los pobres que no conoce; hasta la de los perros abandonados que uno termina por percibir además como un símbolo); un personaje que no se oculta, que nada oculta y que ve, vive y medita la realidad, verso a verso, con un único aliento. Es decir, como en un único y tenso poema.
El contenido.
En este libro también resalta el qué. Un qué ambicioso. Félix Luis Viera disecciona con lucidez: 1) la frustración respecto de las utopías; 2) la soledad y el desarraigo con que finalmente tienen que convivir los que se han atrevido a buscar por el mundo un asidero contra esa frustración; 3) la postura de esa izquierda que, dogmática al fin, se resiste a cambiar de siglo; y 4) las injusticias que, aunque con matices, se cometen tanto en su Patria de origen como en la Patria adoptiva. Los tres epígrafes del libro (la nota que le envió un amigo una semana antes de suicidarse, y los versos de De cara al mar de Bonifacio Byrne y los de Duro oficio el exilio de Nazim Hikmet) dan las claves de este cuadrinomio argumental.
Pero hay algo más diluido en esas temáticas específicas: el amor. Porque éste es, sobre todo, un libro de amor. Amor a la pareja; al sexo; a la familia; a los amigos; a la Patria. Amor, así, con mayúscula, que como ocurre siempre con el amor, cohabita con su contrario. Porque éste es también, y sobre todo, un libro de odio. Odio a todo lo que se opone al amor: injusticias, violencia, muerte, alejamiento, olvido y, como raíz de casi todo eso, el Tirano. Odio, así, con mayúscula; el odio de quien ama y odia, pero con sabiduría.
Por eso su juicio implacable comienza por el oficio mismo del poeta (su oficio): En el poema 2 escribe: “…apostaste tus poemas a la patria / pero te equivocaste de patria: / cantaste a sus adalides más gloriosos / en lugar de escribir odas a aquel amigo maricón, acobardado, triste / —destazado por el Tirano que se hizo dueño de la patria—…”
El novelista, cuentista y poeta Félix Luis Viera.
Después se enfrenta a los intelectuales de Izquierda mexicanos —que pueden extrapolarse a todos los de esa Izquierda trasnochada cuyo denominador común es que continúan alimentándose con las utopías de los siglos XIX y XX y haciendo de abogados a ultranza del régimen cubano; esa Izquierda que, como dijera Baudrillard, se basta muy bien ella sola para realizar el trabajo de la derecha—; el poeta se enfrenta a ellos, digo, y lo hace con versos muy precisos en el poema 33, pág. 89: “Ved a estos caballeros y damas de Izquierda de la gran Ciudad: / mientras beben el whisky del atardecer / lloran por los pobres indios de su patria (…) Estas damas y caballeros de Izquierda de la ciudad de México / mientras comen cuatro veces diarias selectivamente / mientras consumen océanos de gasolina / en su vasto andar por la vasta Ciudad, ¿por qué?, / ¿por qué?,/ ¿por qué se orinan en las llagas ajenas?”
Y se vuelve y mira en derredor (al triste exilio en México DF), y su mirada es igualmente objetiva: ve todo lo fallido de esa monstruosa ciudad. Todo lo humanamente fallido. En el poema 20, pág. 51, por ejemplo, escribe: “Se asegura que en este barrio aun los fantasmas andan con revólveres / y que la muerte / tiene el rostro de esa muchacha / que vende Coca-Cola en el puesto de la esquina”.
De ese modo, basculando entre las dos realidades (las de México DF y las de su Cuba lejana), resume la esencia de la tragedia existencial de la Isla en, tomemos por caso, el poema 35, pág. 96: “Marta está fregando las últimas lozas quizá de la historia / mientras por la ventana hace años se ha fugado / el último duendecito del futuro (…) Qué soledad piensa Marta mientras friega la última taza / y quizá la última cazuela con humana esperanza / todos se han ido piensa / aunque muchos queden aquí todos se han ido”.
Creo que los versos transcriptos son suficientes para ejemplificar el tratamiento que Félix Luis Viera da a algunos de los pilares en los que asienta este cosmos poético. Un cosmos que, como he dicho, abarca prácticamente todos los estamentos existenciales del ser escindido del exilio.
Pero quiero terminar, como avisé al principio, refiriéndome en un aparte a algo que considero tan significativo como eso: su trascendencia y, por así decirlo, su background o trasfondo extraliterario: esa actitud moral, política y/o ideológica que trasluce.
La trascendencia extraliteraria.
Con La Patria es una naranja Félix Luis Viera nos ofrece un ejemplo de profesionalidad que rebasa con mucho la simple del poeta con la poesía. El tono de su voz, la agudeza de su mirada, la dirección de sus latidos hacen que alcance también el ámbito de la responsabilidad y, por qué no, del compromiso.
Y es que en su caso la palabra compromiso, observada a la sombra de tantos dogmatismos y fanatismos como hay, adquiere una dignidad rara. Félix Luis Viera es un hombre comprometido, sin duda. Y lo es no sólo con su lengua y con la literatura, sino también con la vida social y política. Pero lo es de un modo que ilumina y, como dije, dignifica el concepto.
Félix Luis Viera no sigue a un Partido que, como sabemos, es algo que implica el servilismo a una disciplina y, por tanto, el sacrificio de la búsqueda de la verdad en nombre de las conveniencias; tampoco se pone del lado de una ideología política o utopía cualquiera que, como también sabemos, es algo que, con independencia de su color, siempre termina por producir monstruos. Por eso, una vez que comprendió la esencia del régimen cubano, fue capaz de renunciar a la fácil carrera literaria que pudo disfrutar en Cuba (y digo “disfrutar” con toda propiedad); y lo hizo para ser libre. Y desde entonces utiliza esa libertad para ser realmente libre que, en su caso, es ser honesto a cualquier precio.
Por eso habla de la soledad y la angustia del exilio con la misma tristeza (y con la misma rabia) que habla de la soledad y la angustia que le produce su Patria destrozada. Por eso se asoma con la misma despiadada mirada crítica al cruel capitalismo de México DF, que al igualmente cruel “socialismo” de Cuba. Y es aquí, en esa imparcialidad de su intuición y de su espíritu, donde se halla ese valioso aporte que quiero resaltar.
Siendo así que, si quisiéramos imaginar un ejemplo de nueva Izquierda —que nada tenga que ver con los caudillismos latinoamericanos; ni con la dictadura castrista; ni con las injusticias allí donde se produzcan; ni siquiera con el pensamiento izquierdista al uso—; si quisiéramos imaginar ese ejemplo, digo, podríamos muy bien empezar por leer, con ojo avizor, estos maravillosos poemas.
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Abel German es escritor, poeta y periodista cubano. Ha publicado El día siguiente de mi infancia (Editorial Letras Cubanas); Cubo de Rucbick (Editorial Unión) y Curiosidades (Ediciones Extramuros). Trabajó en la Agencia de prensa independiente “Cuba Press” desde su fundación como editor y articulista, colaborando, entre otros, con Radio Martí, Cuba Free Press, Cubanet y Revista HC de la Fundación Hispano Cubana. Actualmente se encuentra exiliado en España.

FELIZ NATIVIDAD

Para todos los amigos con una brevísima muestra de pinturas famosas sobre el tema:
Pietro Lorenzetti: La Natividad de la Virgen (1342)

Hans Memling: Tríptico (La Natividad, La adoración de Magi y La presentación en el templo), 1470


 Leonardo Da Vinci:
 La adoración de Magi (1481-1482)

Alessandro Boticelli:
Natividad mística(1500)
Matthias Grunewald:
Concierto de ángeles y Natividad (1510-1515)


Caravaggio:
Natividad con San Francisco y San Lorenzo (1609)


El Greco:
La adoración de los pastores (1612-1614)



Nicolas Poussin: La Natividad (1650)

12.22.2010

Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco: Mística de José Lorenzo Fuentes

Estábamos conversando con Marta Calvo. Ella rememoraba su luna de miel con “Guillermito” (Cabrera Infante para la mayoría) en el hotel frente al parque Vidal de Santa Clara, cuando nos contó que después de comer en el restaurante del lugar, exactamente un día antes de partir hacia Trinidad, su esposo había salido a visitar a José Lorenzo Fuentes. Por eso, en uno de los primeros correos que le escribiríamos más tarde a aquel señor, le comentamos que su nombre nos había llegado como un eco, y de nuestro empeño por perseguir los ecos hasta el sitio del cual proceden. 
Convencidos del privilegio que implica leer a un escritor y sostener un diálogo a pesar de las distancias geográficas, repasamos Después de la gaviota, “El lindero”, su texto “Horacio Quiroga” publicado en Lunes de Revolución. Y sin saber muy bien cómo, ya intercambiábamos correspondencia con el autor de “El coime y el ocho” que Cabrera Infante presentara en la sección Cuentistas cubanos de la revista Carteles: “José Lorenzo es de los que desde dentro de Cuba lucha por hacerse oír. Como Raúl González de Cascorro en Camagüey o Alcides Iznaga en Cienfuegos, José Lorenzo Fuentes debe pelear contra el dragón apático de la provincia, de tierra  adentro, “del campo”, como se le llama en Cuba todo lo que no sea La Habana , groseramente”.
Emilio Ballagas, quien fue determinante para varias generaciones de poetas en Cuba, era profesor de la Escuela Normal para Maestros de Santa Clara cuando leyó la historia que José Lorenzo puso en sus manos. Tres palabras fueron aliento suficiente para quien dudaba tomar el angustioso camino de la creación. Después tuvo la suerte de colaborar en las revistas Bohemia y Carteles, estimulado en ambos casos por quienes a su vez trascenderían como grandes de las letras: Lino Novás Calvo y Guillermo Cabrera Infante.
Tras recorrer caminos tan disímiles como el espiritismo, la teosofía, los textos de Helena Petrovna Blavastski y San Agustín, el hinduismo y la doctrina de Buda en busca de una explicación para la muerte, José Lorenzo Fuentes no cede a la incomodidad cuando su obra recibe una crítica negativa e insiste en apreciar el éxito o fracaso de un libro por el sonido de las palabras.
La condena que el autor hace pender sobre sus primeros cuentos bajo el influjo de Quiroga, no impide que todavía pueda encontrarse entre los estantes de una librería habanera, el volumen Maguaraya arriba, publicado en 1963 por la editorial de la Universidad Central de Las Villas que dirigía Samuel Feijóo. Son esos los recursos que simulan burlar el tiempo y traspasar las fronteras reales e imaginarias para permitir la aproximación a quien reconoce que optar por el destino de escritor fue una decisión providencial.

¿Cuándo y cómo supo José Lorenzo Fuentes que podía abrirse camino en el espinoso mundo de la literatura?
J.L.F.: Casi consigo recordar que una tarde inesperada me senté a escribir mi primer cuento. Después de leerlo y releerlo, decidí vencer las exigencias de la timidez (entonces tenía quince o dieciséis años, no más) y someterlo a la consideración de Emilio Ballagas, quien vivía en La Habana pero viajaba cada semana a Santa Clara, mi pueblo natal, donde se desempeñaba como profesor de la Escuela Normal para Maestros. Diestro como pocos en desentrañar los mensajes secretos de la poesía, en aquellos momentos Ballagas se dejaba conquistar por una lucha librada con muy buena fortuna contra sus  demonios interiores, puesto que sus ojos, de un color indefinido, tenían el brillo acogedor de las personas que han conseguido el dominio de todos sus ímpetus, y sus gestos pausados eran los de un monje extraído de una abadía medieval. Ballagas prometió leerlo con detenimiento y al día siguiente me devolvió el original con tres palabras destinadas a fortalecer mi autoestima: “Excelente. Siga escribiendo”. El cuento, que era un verdadero bodrio, tuvo su merecido destino en el cesto de la basura. Fue lo mejor que hice para no tener que arrepentirme más tarde de haberlo publicado. Pero la indulgencia de Ballagas me ayudó a seguir adelante, convencido de que mi destino era llegar a convertirme en escritor.
Realmente fue una decisión providencial. Poco después logré confirmar que yo no era capaz de ganarme la vida en ninguna otra ocupación. En 1952 mi cuento “El lindero” obtuvo el Premio Internacional Hernández Catá, el más prestigioso certamen literario del país, cuyo jurado lo integraban Fernando Ortiz, Juan Marinello, Jorge Mañach y Raimundo Lazo. A partir de ese momento se me abrieron las puertas en los medios de comunicación habaneros. Lino Novás Calvo, que entonces se desempeñaba como jefe de información de Bohemia, me invitó a colaborar en las páginas de la revista, y más tarde Guillermo Cabrera Infante me acompañó hasta el despacho de Antonio Ortega,  el director de Carteles, donde empecé a trabajar como redactor de la sección de crónica roja. De manera que periodismo y literatura han sido desde muy temprano las dos actividades centrales de mi vida.

Para algunos críticos a partir de 1959 usted potencia en sus cuentos una vertiente imaginativa y una modernización de los recursos expresivos. ¿Coincide o discrepa con ellos?
J.L.F.: A partir del estallido revolucionario de 1959 caí en la cuenta de que la nueva realidad obligaba al escritor cubano a asumir el proyecto de remodelación de un lenguaje literario que de pronto se había hecho inoperante. Intuí que la literatura que hasta entonces todos cultivábamos (digamos Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso o Raúl González de Cascorro) estaba condenada a su transformación, pues el presupuesto que la animaba, el compromiso social, la denuncia de los males que aquejaban a hombres y mujeres en las zonas rurales, había sido sustituido por un nuevo discurso y una nueva problemática nacional. Pensaba que a partir de ese momento nuestra misión consistía en abordar la narrativa con una conciencia de más profundidad y mayor variedad temática, es decir menos constreñida  como hasta entonces por los agobiantes mecanismos del diario vivir, que ya resultaban insuficientes para explicar la nueva realidad. Coincidía entonces plenamente con la opinión de Alejo Carpentier cuando destacaba que el método naturalista-nativista-tipicista-vernacular, propio de la novela latinoamericana durante tantos años de tanteos previsibles, nos legó una novelística regional y pintoresca que muy pocas veces había llegado a lo hondo, a lo trascendental, obviamente incapacitada para alcanzar la apetecible universalidad. Así que encaminado por esas reflexiones, era lógico que a partir de 1959 potenciara mi trabajo literario “con una vertiente imaginativa y una modernización de los recursos expresivos”, que se hizo evidente en obras que respondían a las exigencias del realismo mágico, entre ellas mi novela La piedra de María Ramos, o de la literatura fantástica, como es el caso del libro  de cuentos Después de la gaviota.

El volumen Después de la gaviota, ¿fue un alto en el camino de José Lorenzo Fuentes?
J.L.F.: Después de la gaviota más bien representó un brusco giro en mi trabajo literario. Hasta entonces había seguido dócilmente las normas del más puro realismo. Había escrito mis primeros cuentos bajo la tutela de Chéjov y Maupassant, y seguido los consejos que Horacio Quiroga legó en su Decálogo del perfecto cuentista. Sin embargo, un día afortunado cayeron en mis manos los libros de Felisberto Hernández, quien llenaba las cuartillas en blanco escribiendo con engañosa facilidad algunos de los cuentos fantásticos que más se aprecian aún en el continente. Yo había ganado en 1952 el Premio Internacional Hernández Catá con “El  lindero”, cuento rabiosamente realista, pero a partir de Felisberto Hernández mi vida literaria cambió. Nadie encendía las lámparas, una colección de sus mejores cuentos, me afiebró la imaginación hasta el delirio. Tal vez fue por eso que vio la luz en 1968, mi libro Después de la gaviota, volumen de cuentos que en opinión de Jorge Edwards “se impone por su fantasía auténtica y manejo del lenguaje” y que ha sido reeditado por la editorial Iduna , de Estados Unidos, cuarenta años después de haber obtenido mención de honor en el concurso Casa de las Américas, en La  Habana.

En un trabajo sobre Horacio Quiroga reconocía en ese escritor una preocupación constante por destacar el relato corto dentro del campo de las letras. ¿Cuál es la importancia que le concede usted al género?
J.L.F.: La segunda etapa literaria de Horacio Quiroga comienza cuando el cuentista logró emanciparse del influjo de Edgar Allan Poe y dejó de obsesionarle lo anormal a medida que iba descubriendo a los grandes cuentistas rusos. Es la época en que se establece en San Ignacio, en la región de la selva de Misiones, de donde extrae ambiente y tipos, color y angustia, todo un mundo poderoso que él describe con frase directa, desnuda, sin una palabra de más o de menos. Así nacen sus mejores libros: Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), El salvaje (1920), Anaconda (1921), La gallina degollada y otros cuentos (1925) y Los desterrados (1926).
La tercera y última etapa literaria de Quiroga, realmente pobre, se inicia cuando publica en 1929 su novela Pasado amor. A esa misma etapa pertenece también la colección de cuentos que da a la estampa bajo el título harto significativo de Más allá (1935). Es una etapa de desaliento, de derrota, que va abriéndole camino a la fecha del 19 de febrero de 1937 en la que voluntariamente el cuentista desaparece de la vida.
La publicación de Pasado amor le gana a Quiroga la crítica más despiadada que pueda imaginarse. Por supuesto que había motivos para el comentario adverso pues esta novela era lo peor que salió de su pluma. Pero experiencia tan desagradable al menos le sirve a Quiroga para responder con prontitud al desafío, para reafirmar sus ideales literarios, para encontrar en el cuento “sofocado”, en el “cuento corto, que es cuento de verdad”, la forma artística insuperable que posee “la triple capacidad para sentir con intensidad, atraer la atención y comunicar con energía los sentimientos”. Quiroga postulaba que el cuento es síntesis mientras la novela es análisis, y acaso justificando su fracaso como novelista expresó: “Tan preciso  es este límite de aptitudes que nadie ha podido salvarlo con gloria. Ni Tolstoi, ni Dostoievsky, ni Zola, ni Conrad, ni novelista alguno de garra ha descollado en el cuento corto. Pero tampoco Bret Harte, ni Maupasant, Chéjov ni Kipling han expresado más en la media tinta de sus novelas que en el aguafuerte de sus cuentos”.
Todo este largo exordio me sirve para contestar la pregunta de ustedes, para decir que como Quiroga le asigno una especial importancia al relato corto dentro del campo de las letras. De modo que cuando algún escritor joven se me acerca solicitándome consejos lo remito al Decálogo del perfecto cuentista, que Quiroga publicó por primera vez en la revista El hogar, de Buenos Aires, decálogo que casi íntegramente lo tengo grabado en la memoria: “No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra a dónde vas…No adjetives sin necesidad; inútiles serán cuantas colas adhieras a un  sustantivo débil…Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte…No pienses en los amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno”.
Reinaldo Arenas desde La Gaceta de Cuba advertía en su novela Viento de enero otro intento apresurado de llevar el hecho reciente a la literatura, y al mismo tiempo reconoció una obra valiosa, con un ritmo ascendente en la narración, en la que destacaba la estructura y la construcción del protagonista Virgilio Mora. ¿Cómo recibió esta crítica? ¿Le incomodó de algún modo viniendo de alguien tan joven?
No ignoro que Reinaldo Arenas escribió y publicó en La Gaceta de Cuba un trabajo sobre mi novela Viento de Enero pero por razones inexplicables nunca llegué a leerlo. Si como ustedes señalan Reinaldo opinó que mi novela había sido un intento apresurado de llevar un hecho tan reciente a la literatura, sin duda tuvo razón. En esa novela, cuando aún no se había producido una zona sagrada, neutral, entre mi mirada y los acontecimientos, es decir, el imprescindible distanciamiento que aconsejaba Carpentier, relaté la vida de un oficial del ejército de Batista durante los primeros quince días  del poder revolucionario. Lo describí huyendo, escondiéndose, refugiándose en distintos lugares hasta que fue apresado por la policía revolucionaria.
Ya Jorge Luis Borges había advertido que el empeño de modelar la materia vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que pueda acometerse, y que el fracaso puede ser inevitable. En efecto, demasiado cercano en el tiempo estaba aquel acontecimiento cuando me dispuse a escribir Viento de enero. La novela, que alcanzó el Premio Nacional Cirilo Villaverde en 1967, despertó en su momento las más opuestas (pero tal vez complementarias) opiniones. Recuerdo que Reinaldo Arenas, conversando conmigo, elogiaba la estructura de la novela. Otros escritores de mi generación, entre ellos Lisandro Otero, opinaban que era la novela cubana mejor estructurada. Reynaldo  González, con la lógica imposible de molestarme, dijo que era la mejor estructurada pero la peor escrita. En cambio, José Lezama Lima, quien rara vez escribió sobre la obra de sus contemporáneos, expresó: “Ahora la novela se vuelve americana porque todo concurre a dos líneas cruzadas en un esclarecimiento universal. Y en esa línea está trabajada y lograda la novela Viento de Enero de José Lorenzo Fuentes”.
De regreso al punto central de la pregunta debo decir que mi ego, contra cuyo desbordamiento tanto lucho, no llega al extremo visceral (porque el disgusto se aposenta en la boca del estómago) de que una crítica negativa me produzca incomodidad. Mucho menos si provenía de Reinaldo Arenas, que era mi amigo, y a quien siempre consideré una persona de gran honestidad intelectual.

¿Qué relación existe entre el relato “El cielo del general” y el acercamiento al tópico del tirano que reeditan algunos autores en el continente americano?
J.L.F.: Seducido por los recursos expresivos del realismo mágico concebí la idea de escribir una novela que abordara el tema del dictador latinoamericano, en el que ya habían incursionado desde Valle-Inclán con Tirano Banderas, hasta Augusto Roa Bastos con Yo el Supremo y Gabriel García Márquez con El otoño del patriarca.
Aunque ya tenía acopiada, en notas y en la memoria, la suficiente información para sentarme a escribir, pensando en quienes me habían tomado la delantera, cancelé la idea de la novela y me conformé con las escasas cuartillas que necesitaba para darle vida a un cuento, que en 1983 obtuvo del Premio Literario Plural, de México.

¿En qué medida el periodismo le resultó útil en su carrera como escritor?
J.L.F.: Medio en broma y medio en serio, he dicho que hacía periodismo para ganarme la vida y literatura para darme gusto. No es totalmente cierto. El periodismo ha sido también una de mis grandes pasiones, y todavía aprovecho cualquier oportunidad, cuando los acontecimientos me son propicios, para redactar una crónica periodística o para hacerle una entrevista a algún personaje cuya vida o cuya obra despierta mi interés.
En una de las tantas oportunidades en que conversamos en La Habana Gabriel García Márquez me dijo: “El oficio del periodismo ayuda al escritor, no sólo porque mantiene vivo su trabajo, porque lo mantiene en permanente contacto con las palabras, sino principalmente porque lo mantiene en permanente contacto con la realidad. El periodismo es siempre una gran ayuda que lo obliga a uno a bajar de la torre de marfil y darse cuenta de la clase de mundo en que vive”.
Yo suscribo la misma opinión. De modo que en Cuba, aparte de escribir ficción, mi trabajo siempre estuvo vinculado al periodismo: fui responsable de la sección de crónica roja de la revista Carteles, secretario de redacción del periódico El Mundo, sub-director de la revista INRA, jefe de la sección de arte y literatura de la revista Bohemia, y redactor de la emisora COCO. Y al llegar a los Estados Unidos redacté hasta hace poco, semanalmente, para el periódico El Nuevo Día, de Puerto Rico, una sección sobre parasicología, misticismo, magia y medicina alternativa.

¿Por qué se confiesa una persona de índole aventurera? ¿Qué le ha permitido a la hora de hacer literatura esa característica suya?
J.L.F.: En una entrevista que recién me hizo la revista hispanoamericana Otro Lunes, el entrevistador escribió: “A José Lorenzo Fuentes se le recuerda en La Habana como un hombre tranquilo”. Y en una entrevista posterior declaré: “No obstante, mi vida ha estado sembrada de acontecimientos complejos y a veces contradictorios, propios de una persona de índole aventurera. Como la gran mayoría de los jóvenes de mi generación, aunque sin militar en ningún partido político, estuve guiado por las ideas revolucionarias, participé junto al Che en la batalla de Santa Clara y durante casi dos años me desempeñé como periodista personal de Fidel Castro, pero también sufrí el presidio  político y finalmente tuve que salir al exilio”.
Los cabalistas dicen que la imagen del Hombre Celestial, de la persona verdadera que somos, es la de un rey de frondosa barba, visto de perfil. Sólo muestra el lado derecho de su rostro para confirmar que hay un aspecto oculto, negado a nuestra comprensión a menos que pongamos en el empeño todos los recursos de nuestra voluntad. Por eso es tan difícil conocerse a sí mismo. De modo que si no me engaño, porque uno constantemente se crea paradigmas imposibles, tal vez mi más rotundo deseo hubiera sido permanecer en mi hogar, entre libros, escribiendo, pero en última instancia sólo el destino decide el curso de nuestra historia personal. Y a menudo para bien. Todo ese proceso lleno de turbulencias, retrocesos y afirmaciones, lo he asumido como una experiencia literaria, como un  abundante proveedor de temas y personajes. Así acabo de escribir una novela titulada Foto a la deriva en la que relato peripecias enmarcadas entre el asalto al Palacio Presidencial y acontecimientos más cercanos en el tiempo.

¿Puede considerársele el más místico de los escritores cubanos?
J.L.F.: No necesité de la lectura del Apocalipsis de San Juan para encontrar una fuente de reflexión en la precariedad de la vida humana, en ese final individual de los tiempos que es la muerte física: tres de mis compañeros de las aulas primarias murieron en el mismo curso y casi el mismo mes, antes de que hubieran cumplido los quince años de edad. La muerte siempre tiene un componente de misterio pero a tan tierna edad el misterio es aún más insondable y lacerante. “Desear el bien de los demás es desear que no mueran”, ha escrito el filósofo Manlio Sgalambro. En aquellos instantes, en plena adolescencia, me preguntaba cómo era posible que Dios hubiera podido permitir la muerte de mis  condiscípulos. ¿O es que la noción que de momento tuve de Dios equivalía a confirmar que el bien era impracticable? Para buscarle respuestas a mi angustiosa pregunta, recorrí todos los caminos que me fueron posibles, desde el espiritismo hasta la teosofía, desde los textos de Helena Petrovna Blavastski hasta los libros de San Agustín, y desde el hinduismo hasta la doctrina de Buda. Gracias a Buda logré reafirmarme en la idea de que nadie puede escapar al ciclo de nacimiento y muerte, y que la muerte no sólo es inevitable sino también ilusoria, algo que confirma la física cuántica cuando nos dice que los últimos ladrillos constitutivos del universo son las partículas subatómicas, y esas partículas, ya se sabe, son pura energía, es decir, son sólo “tendencias a existir”.
Gracias al budismo me inicié desde hace años en la práctica de la meditación. Pero además estaba al tanto de las numerosas investigaciones que se realizaban en Harvard, Stanford, Yale y otras importantes universidades, investigaciones que confirmaban que la meditación no es sólo efectiva para reducir la presión sanguínea, bajar los niveles de colesterol y fortalecer el sistema inmunológico, sino para combatir todo tipo de dolencias, incluida una enfermedad tan agresiva como el cáncer. Tales investigaciones confirmaban que la meditación no sólo era efectiva para proveernos de un apetecible estado de salud corporal sino también para desatar el potencial humano, liberando las inagotables reservas de  energía y creatividad que la persona necesita para responder al desafío que le impone el creciente desarrollo tecnológico de la sociedad. A partir de esas ideas empecé a practicar la meditación y muy pronto me di cuenta de los beneficios que esa práctica aportaba. Decidí por tanto contribuir a que los demás también se beneficiaran de esa técnica. Escribí el libro Meditación, que inicialmente se publicó en español y en inglés en los Estados Unidos, y posteriormente en Rusia, República Checa, Portugal, Grecia y la India.
Con todo, esas infinitas búsquedas no me permiten afirmar, presuntuosamente, que soy el más místico de los escritores cubanos. Para salir del paso acudo a una frase acuñada por Cabrera Infante: “Franz Kafka es el único verdadero escritor metafísico del siglo”. Diez palabras que le sirvieron para obviar a Melville, o para permitirse reiterar que Kafka  entró al arte del siglo XX por la pantalla del cinematógrafo, “invención que proyecta figuras fotografiadas en constante movimiento”, la única y verdadera pasión de Cabrera Infante.

¿Aún considera pretencioso alcanzar la iluminación?
J.L.F.: La iluminación, para el budismo, es una experiencia personal. “Haced de vosotros una lámpara, apoyaos en vosotros mismos, no dependáis de nadie más”, sentenció Buda. Pero eso no quiere decir que el propósito de un budista sea lograr un estado contemplativo que lo aleja del mundo, desentendiéndose de los problemas y angustias de los demás. Todo lo contrario. Para el budista la noción de interdependencia no puede soslayarse: lo que me afecta a mí, te afecta a ti y al resto de la humanidad.
Un koan del Zen dice que antes de llegar al Zen las montañas sólo son montañas, cuando se profundiza en el Zen las montañas ya no son montañas, pero cuando se alcanza la iluminación las montañas vuelven a ser montañas. Este koan postula el regreso a la condición humana enriquecida por la experiencia de la iluminación. Por eso el iluminado logra percibir su papel en la sociedad con gran claridad, y en lugar de sentirse perturbado por el egoísmo encuentra su mayor gozo en el servicio desinteresado a los demás. Sin duda, los grandes hombres que le han abierto rutas de gloria a la humanidad, gracias a sus obras han merecido  la iluminación.
Para Buda el destino final de las personas debe ser alcanzar la iluminación. No es, por tanto, pretencioso trazarse esa meta. Es el resultado inevitable de su crecimiento espiritual, intelectual y mental.

¿En qué pensaba con mayor constancia cuando decidió marcharse de Cuba?
 J.L.F.: Sólo pensaba con ahínco en lo que dejaba atrás mientras viajaba hacia lo desconocido: en los libros de otros autores que había acumulado durante años, en mi papelería, en los miembros de mi familia que acudieron a despedirme, y en los amigos que acaso nunca más volvería a ver.

¿Existe algún libro publicado fuera de Cuba que le interesaría especialmente que  se leyera en la Isla ?
 J.L.F.: Sus coterráneos son los lectores naturales de cualquier escritor. De mis libros publicados fuera de la Isla tal vez me gustaría más que circulara en Cuba Hierba nocturna, colección de cuentos que publicó la editorial Iduna. Muchos de esos cuentos ya habían visto la luz en Cuba; otros los escribí en Miami, donde actualmente resido. Pero todos están perneados del amor a la realidad, a los colores, olores y sabores de la tierra, ya se sabe, más hermosa que ojos humanos han visto.

¿Cómo consuela la tristeza que impone la lejanía?
 J.L.F.: Durante años he combatido la nostalgia con la esperanza repetida de que algún día se me haga posible regresar a mi país. Pero desde hace poco, a esa esperanza se ha añadido la alegría de saber el interés que mi obra, y en especial mi libro de cuentos Después de la gaviota, ha despertado entre los escritores cubanos de las nuevas generaciones. Siempre había pensado que por razones obvias no habían tenido acceso a mis libros. Apenas ayer (es un decir) supe que un novelista y ensayista de la más reciente promoción, Alberto Garrandés, escribió, desde La Habana , que Después de la gaviota es “una de las historias más extrañas de  la literatura cubana contemporánea” y agregó que en ese libro se encuentran “las premisas de una escritura que no se parece a ninguna de las que predominaron, o ejercieron algún influjo, en el panorama del cuento y la novela cubanos a lo largo de aquella época”. Por su parte, Amir Valle, un brillante novelista de las últimas generaciones, opinó desde Alemania, donde reside, que Después de la gaviota “es uno de los libros de cuentos más filosóficamente reflexivos de nuestras letras” y que los cuentos que lo integran “pueden leerse en estos momentos del siglo XXI, es decir cuarenta años después de haber sido publicados, sin que hayan envejecido”. Otro escritor joven, residente en México, Félix Luis Viera, opinaba: “Con Después de la gaviota José  Lorenzo Fuentes ha escrito un libro de cuentos para siempre, si es que hay obras de arte que puedan recibir este dictamen”, en tanto que Jorge Félix Rodríguez, desde España, ha dicho que “Después de la gaviota a veinte años de salir seguía siendo un magisterio de escritura; cuarenta años después continúa siéndolo”.  ¿No es motivo suficiente para que se disipen “las tristezas que impone la lejanía de la Isla ”, como ustedes muy bien resaltan?

(La Habana-Miami, abril de 2009)

12.21.2010

Félix Luis Viera: Nos vemos, Gustavo

Con un poco de retardo el periódico oficialista de Cuba, Granma, ha dado a conocer la muerte del escritor Gustavo Eguren ocurrida el viernes 17 de diciembre. Con un poco de retardo y con muy pocas líneas. Debe ser porque por estos días hay noticias mucho más interesantes. Por demás, la muerte de un escritor no merece tantas líneas como otras, según hemos visto, con pertinacia, en las páginas del Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba.

Eguren era un buen escritor. Y un hombre bueno. Conmigo fue bueno desde que nos conocimos a principios de la década de 1970. Y era un hombre inteligente. “Llévate el golpe”, me dijo por entonces. Era un principio que, según se afirma, valió para la concepción del Judo y otras disciplinas. Surgió, dicen, de aquel que estaba observando cómo las gotas de lluvia no lograban perforar las hojas de una planta porque éstas cedían ante el impacto. “Se llevaban el golpe”. Sin embargo, la roca más compacta, resulta perforada, gota a gota de lluvia, con el paso del tiempo; porque ofrece resistencia. Gracias, maestro.
Me ayudó —con su talento, su bondad, su sabiduría más que todos—cuando, en 1973, “los potros de bárbaros Atilas” casi me aplastan. Él me dio el consejo, él me dio el Norte a seguir. Y me animó. No se apartó del apestado.
Una y otra noche, durante décadas, me ofreció amparo en su casa del Vedado, donde las macetas del balcón eran atendidas con toda puntualidad por la buena de María Elena, y donde Gustavito —a quien vi nacer— dio sus primeros pasos y sus primeras corridas.
Era un hombre de un humor fuera de serie. Y un escritor igual. Y congratulado por Dios con una paciencia infinita. Aun era capaz de, sin ser psiquiatra, calmar al ansioso, reanimar al deprimido. Sólo una vez lo vi perder los estribos: un funcionario había “enredado” ciertos documentos que necesitaba. Aquella tarde, enrojecido por la rabia, con expresiones que yo no le conocía, estalló y rompió varios papeles delante de mí. Sólo unos minutos después bajamos las escaleras del edificio donde vivía. Sonrió y me dijo “nada, bicho” y siguió sonriendo. “¿Qué pasa, bicho?”, era por lo general el saludo cuando nos encontrábamos.
Antes de conocer al hombre conocí al escritor, por La robla. Sin embargo, creo que allí ya estaba el Hombre: el comedimiento, la capacidad de reflexión, la justeza en la Propuesta que siempre, además de lo antes dicho, me hicieron admirar a Gustavo. Y ese ánimo de solidaridad, del cual, hoy, muchos, podrían dar fe.
“A Gustavo Eguren, buen maestro”, reza en la dedicatoria de mi cuento “Noemí”, fechado en 1983 y que forma parte del libro Precio del amor, editado unos años después.
Por hoy eso es todo, Gustavo; seguramente leeremos más cuartillas sobre ti. Y sobre todo seguiremos leyendo las tuyas.
Ahí nos vemos, bicho.

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Gustavo Eguren (1925-2010). Escritor e investigador literario. Nació en Isla de Pinos. Hijo de emigrantes, vivió desde los tres hasta los nueve años en España y regresó a Cuba en medio de la gran crisis económica. Doctor en Derecho en la Universidad de La Habana en 1950. Desempeñó diversos trabajos, entre ellos, jefe del Negociado de Pactos y Convenios del Ministerio del Trabajo. Ocupó cargos diplomáticos entre 1960 y 1965, en países como India, República Federal Alemana, Finlandia y Bélgica. Publicada por Ediciones UNIÓN en el 2002, De sombras y apariencias, su última novela muestra las recreaciones y variaciones en torno a enigmas, ocultos entre sus obras, referidos a la vida privada y aún al inconsciente de figuras enormes en la cultura mundial, como son Goethe, Rosseau, Nietzsche y Frederic Amiel, escribe Emilio Colmas Paret en CUBARTE. Eguren tiene publicados catorce títulos, entre ellos se encuentran Los lagartos no comen queso, La fidelísima Habana y Aventuras de Gaspar Pérez de Muela Quieta, este último recibió el Premio de la Crítica.
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