1.31.2014

JOSÉ LUIS SANTOS: HERMENÉUTICA DE SU NOMBRE EN UN CARTEL. ARDIDES Y RESEMANTIZACIONES DE LORENZO LUNAR O LA VERDAD QUE YA NO ESTÁ EN MANOS DE LOS SUJETOS PUROS DEL PENSAR

…la lógica era una ciencia cuya finalidad sería la de determinar los principios de los que dependen todos los raciocinios y que pueden ser aplicados para probar la validez de toda conclusión extraída de premisas. Una trampa.
                                                      Rubem Fonseca. El gran arte

Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla: con semejante reflexión de Milán Kundera se nos introduce (yo diría: se nos empuja, y evito así contraer determinadas deudas de praxis con el neopolicial) en una estética de lo opresivo, formulada y defendida como tesis en (y por) El lodo y la muerte, propuesta narrativa de Lorenzo L. Cardedo, y por añadidura propuesta institucional del sello «Capiro».
Hacedor de ambientes caóticos en su literatura, y dotado de ciertas mañas para reclamar la interacción lector/mundos ficcionales, lector/personajes de aristas espinosas en su diseño psicológico, Lorenzo Lunar acude al autor checo (cosmopolita desde hace mucho) para brindarnos la posibilidad de un mapa en el que a nivel de diégesis, concurren toda una serie de expectativas existenciales mutiladas, o en el peor de los casos falseadas por los discursos de legitimación, asuntos que la politología y otras disciplinas pudieran explicar mejor. Mi objetivo, como dije al comienzo (y según Barthes el comienzo de cada texto lo establece el título) es abordar posibles resemantizaciones, o posibles modos de replantear lo que quizás agotó el desmedido tránsito genérico. Para ello me adentraré en el cuento «Su nombre en un cartel», a mi juicio la pieza más lograda y pudiera hasta decirse que la estructura ósea del libro si tal estructura existiera en dicha dinámica.
Con el personaje Eusebio Ramírez y su ejercicio escritural in extremis pequeño, estamos ante un recurso quizás arquetípico de una literatura que se ocupa de develar (o al menos de pesquisar) asuntos «criminales», previa mediación de la semántica: «el acto de leer palabras impresas y descifrar signos escritos en un papel». En este caso la posible interpretación semiótica tendrá que vérselas con un muro, reemplazo posmoderno de la clásica hoja de papel y espacio predilecto de toda sugerencia caótica en nuestros días. Téngase en cuenta el tiempo físico al que remite, sin ambivalencia alguna, la construcción dramática del cuento: año 1999; la ínsula, para decirlo a la manera de Lezama, recibe las embestidas de una crisis que en el lenguaje figurado de las instituciones se llamará «Período Especial». En semejante margen de temporalidad, el desempeño analítico del exégeta que este tipo de narración presupone, no podrá contar siquiera con la posibilidad de una malhadada hoja de libreta escolar.
La gramática genérica de un nombre (María), graficado con sangre en el instante último de la vida de Eusebio, deviene en una suerte de enunciado informal, antípoda de los modelos referenciales propios de las llamadas «sociedades de masas», donde los mensajes que alcanzan la categoría de impresos, y los que como soporte gráfico emplean las paredes se hallan fuertemente signados por la lógica comunicacional de los centros de poder, o cumplen la función específica que la asigna la correspondiente estructura de poder. Solo que estas categorías referenciales, como ocurre en «Su nombre en un cartel», suelen ser desplazadas por una especie de otro informacional, o cultura de lo subyacente/subrepticio dispuesta a permear el dominio retórico de los mensajes formales u oficiales. Y todos, en alguna medida, hemos sido receptores fortuitos de los sistemas escriturales que al margen de la operatividad lexical del Estado y sus cotos, se generan.
El texto póstumo de Eusebio (recordemos que el narrador desde un indispensable yo protagónico, y sin menoscabo de la relación fundamental de la lingüisticidad con el ensamblaje de la pieza literaria, así lo infiere) lleva implícito una tesis que hace coincidir en un mismo y breve discurso, en una misma y trémula caligrafía, los signos de un desgarramiento indecible y la «elucidación de la cuestión de la verdad desde la experiencia del arte». La relación: Eusebio sujeto otro / Eusebio sujeto actoral de la actividad estético-literaria, se magnifica del modo siguiente: «Teniendo en cuenta que durante los último tres años de su vida Eusebio tenía como norma emborracharse, hablar mal del gobierno y visitar el taller literario de la casa de la cultura, podemos otorgarle el título – post mortem – de escritor».
¿Es el nombre de esta especie de fenme fatal, el espacio que designa la, digamos, autenticidad textual de quien lo suscribe o lo carga de significados ocultos a priori? A modo quizás de aclaración el narrador personaje nos dice: «En estos tiempos es muy común sustituir las palabras por signos más rudimentarios». Y un experto en laberintos narratológicos, demasiado ampuloso para mi gusto o mi desconocimiento, sostendría que «El símbolo permite el acceso a un nuevo sentido diferente al de la realidad cotidiana, comunicada por la lengua común», etcétera.
En cualquier caso, un nombre apenas trascendente se nos revela en estado de desnudez semiótica y luego, convertido en cifrado lingüístico por el afán de enigmas del género, parte a encontrarse con sus destinatarios por antonomasia: a) El hombre de letras (escritor, crítico de arte o lector sagaz) que a título personal, o como trabajador por cuenta propia al decir del propio Lorenzo Lunar, o como hermeneuta sin gratificaciones en última instancia, se involucra en una investigación en la que el corpus delictis es demasiado cuerpo para la ley, ese vocablo abstracto. b) El policía como representante de la sociedades de vigilancia y de control, ampliamente descritas por Foucault. Tendrá habilidades casi pintorescas a la hora de discernir sobre el quien y el como, pero estará incapacitado para llegar al por qué.
El primero, «dueño de la palabra pero a la vez depositario de toda la incertidumbre que las palabras generan», perseguirá un fin netamente heurístico: la verdad o el conjunto de verdades entretejidas, y al mismo tiempo dispersas, sutiles, oscuras. Al respecto nos hace notar que «ya no está [la verdad] en manos de los sujetos puros del pensar (como el filósofo clásico y el científico) sino que debe ser construida en situación de peligro». En ocasiones la carta de presentación será la de una verdad demasiado pública, engorrosamente explícita quizás. Nadie más que él, se atreverá a dignificarla desde el adentro de la cultura: «Es que la gente solo tiene ojos para ver las relaciones directas, las vías amplias y despejadas», dirá con cierto desdén.
El segundo, representará la ausencia de mecanismos cognitivos que invadan, desde el lenguaje y su negociación de significados, el espacio caótico que los sucesos cotidianos trasladan al crimen. O a la violencia como centro y hallazgo esencial del modelo genérico, inaugurado por Dashiell Hammet. Su biotipo, al decir de Leonardo Padura, está «muy lejos de simbolizar la existencia de un orden, o cuando menos de un orden aceptable». El paso por la trama de este factor, como en Los crímenes de la calleMorgue, no sobrepasará las dimensiones de una presencia ritual. Inhabilitado para lidiar con los matices problémicos de la sociedad, o formular lenguajes de explicación al respecto, ayudará a convertir en demiurgo a su antagonista el hombre de letras. El exhibicionismo de los medios tecnológicos o el alarde de las ciencias forenses, no le garantizan su «conquista sobre lo incognito del individuo».
Un nombre de mujer plasmado en forma de hipérbole trágica, tal y como lo harían los maestros de la escuela clásica, convierte al maltratado recurso del enigma en espacio otro y remantización de la mítica figura del lector-exégeta, descendiente por vía materna de la alta cultura, o de la relación suspicaz entre lo que designa la naturaleza cultural de su desempeño y lo que se ubica en los estratos sociales más bajos. Como en La muerte y la brújula, El nombre de la rosa, El gran arte, La loca y el relato del crimen, Adiós Hemingway y otras muchas narraciones también antológicas, se retorna, de una manera francamente renovadora, a «la enfermedad de la lectura, el exceso de los mundos irreales, a la mirada caracterizada por la contemplación y el exceso de sentido».
Enigmáticos planteamientos escriturales y severos de ejercicios de carácter bibliófilo, vuelven a ser leitmotiv y punto de partida. Al igual que Erik Lonnrot, el extravagante investigador por cuenta propia creado por la inventiva delirante de J. L. Borges, el narrador-personaje de «Su nombre en un cartel» apelará a la reflexión erudita, que en este caso tomará los matices de una indagación narratológica: «¿Cuál es el mensaje del cartel? Elemento fundamental para dar respuesta a la pregunta anterior es descubrir una nueva superposición de categorías en el texto. Autor, narrador y personaje protagónico son una misma voz. Eusebio se convierte en una triple entelequia».
Como un profeta de los tiempos de Semana Negra de Gijón, Lorenzo Lunar, alias el Gordo, nos advierte, acaso con gran dolor, que la violencia, implícita o explícita, es la norma expresiva de los tiempos que corren. Y no está dispuesta a ceder terreno ante los cada vez más insulsos afanes de contención gubernamental; agazapada en cada esquina de la isla solo espera el simple estímulo exterior. «¿Y entonces qué era lo que iba a escribir Eusebio?, me preguntó Alexis. Ustedes los policías no saben nada de análisis de texto, negro, le contesté».

Bibliografía
Pligia, Ricardo. «Lectores imaginarios». El Cuentero, número 1, marzo 2006, y perteneciente al libro El último lector. Madrid: Anagrama 2005.
---. Los sujetos trágicos (literatura y psicoanálisis). Buenos Aires: Grupo Editorial SRI, 1999.
Pérez Cano, Tania. «Prólogo a la primera reimpresión de El gran arte». La Habana: Editorial Casa de las Américas, 2005.


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