1.31.2014

MIREYA ROBLES: VUELO 202



el bar estaba oscuro, ceniciento, golpeando con su oscuridad los colores de las lámparas de Tiffany's que bombardeaban sus colores rojo‑rubí, amarillo‑amarillo, verde‑esmeralda; una de las banquetas, alta, más alta que mis piernas, me mantenía allí, sentada frente a la barra, frente a un Grand Manier que se hacía color naranja y sabor naranja y pasión de alcohol y distancia casi protectora en este año que podía haber sido el de 1920 y era más bien el de 1985 cuando yo era mujer y me alimentaba de zanahorias y verduras que brotaban sigilosamente del asfalto, de las ventanas de algún subway, de los raíles del tren, de la proa de algún barco; salía yo, a una hora indefinida, a rastrear la presencia de alguna hoja, un tallo de apio que detesto, algo que se dijera alimento, y después comenzaba el proceso penoso, inyectarme todo aquello por las uñas, volatilizarlo primero, invisibilizarlo, invisibilizar los carbohidratos, la clorofila, alguna proteína perdida en el pequeño montón vegetal, alimento, que se diga, vaporizado, amaestrado, verlo atravesar el largo de las uñas hasta que se perdía de vista al llegar a las cutículas y sentirlo pasar entonces y eventualmente, al flujo de alguna corriente de sangre; todo esto ocurría siempre en el más absoluto secreto, en la cocina de Sunnyside, en el piso alto hasta donde llegaba la hiedra que subía desde la planta baja para tapar la fachada de ladrillos rematada con ventanas y por donde un día vi volar las hostias que consumíamos aquella mujer etérea y yo; el templo lo formó ella con música de Mozart y Beethoven, con incienso, con unas palomas blancas transparentes, que a la hora de la meditación le cedían el movimiento a la música de Kitaro y detenían ellas su vuelo, quedándose con las alas abiertas en la pequeña sala donde se concentraba toda Llhasa, Potala, y las ropas blancas que nos cubrían, aquellas camisas anchas y lisas y aquellos pantalones anchos y amarrados en la cintura, que nos permitían formar casi perfectamente, la flor de loto; en ese silencio silencioso profundo, la rueda, chakra, estrella, giraba en su punto de luz en el mismo centro de nuestra frente y desde ese punto giratorio salíamos a elevarnos para llegar al Maestro aunque sabíamos que aún no nos era permitido el encuentro, sólo llegábamos hasta Mount Abu para contemplar desde su altura otras montañas, para dejar que las nubes nos golpearan la cara con su salud, con su liberación humedecida, con su realidad ya liberada, aunque sabíamos que había más, mucho más, en la elevación inaccesible donde no existía la densidad y a donde por el momento, nos era vedada la entrada; con la última nota de Silk Road, volvíamos a nuestra frente, al punto de luz energetizado por la meditación y deambulábamos entonces por aquel apartamento de pisos de madera, con su fachada de ladrillos abrazada por la hiedra en el que una vez conté hasta diez ventanas, un largo pasillo, dos habitaciones y varios cuartos más; allí, por aquel espacio dividido, deambulábamos con nuestra ropa blanca y nos decíamos que nos habitaba la luz; otras veces nos sentábamos frente a frente, siempre en flor de loto, y nos dábamos drishti, transmisión de la energía a través de vasos comunicantes invisibles: la mirada; hasta que la energía golpeaba las pupilas y nos corría por el rostro, líquida, intensa, hasta que nos tocaba algún resorte en el chakra del corazón para avisarnos que era la hora de la paz, que podíamos deambular tranquilas, con nuestra ropa blanca, por todos los rincones de la casa de hiedra, por todos los rincones de la casa de ventanas, hasta que en la cocina, sentadas a la mesa de cristal y hierro blanco, tomábamos el té de jazmín que nos ponía una máscara de humo húmedo y de aroma; y todo duró hasta el día en que empezó a deslizarse todo, tan sigilosamente, por las ventanas: la ropa blanca, el incienso, las notas de Kitaro y todas las demás se pusieron en fila, dispuestas en su marcha; creo que todo desapareció por las ventanas del frente rodeadas de hiedra; por allí, tal vez fue por allí también por donde se fue la mirada  que retenías en tus ojos, y tu frente de luz, y el gesto suave con el que solías sonreír, porque allí me situaba yo, muchos meses después de la desaparición, a esperar el regreso; era algo intuitivo, era un radar doloroso que me iba llevando hasta la ventana de la derecha y allí me quedaba tan quieta, esperando el regreso con una angustia que se hacía silencio; vi, literalmente, el mecanismo del paso del tiempo; vi el espacio atravesado por la lluvia; vi la nieve desvalida, cayendo, enfriando todo tal vez a pesar suyo, humedeciéndolo todo con su paso; y vi, literalmente, el no regreso; y vi, literalmente, el momento en que las ventanas y las puertas y las paredes encerraban un vacío; y vi, literalmente, el momento en que la otra voz era sólo el sonido de mi propia voz; y vi, literalmente, el momento en que los pasos que golpeaban la madera, eran el eco de mis propios pasos y nada más y punto y silencio y ausencia, hasta que se fue de mí, sin movimiento casi, imperceptiblemente casi, sin avisarlo casi, el radar doloroso que me impulsaba hacia la ventana, y dejé de esperar; por aquel tiempo, empecé a dar unos pasos torpes, escaleras abajo, en lo que era más bien una estrecha galería escalonada, y en el descanso, a la izquierda, inmediatamente después de la puerta del apartamento, el Erasmo que tantos años atrás había pintado Holbein y que ahora cubría todo el espacio de un enorme afiche que insistentemente anunciaba: Piermont Morgan Library, abril 21 ‑ julio 30; me reafirmaba la mirada de Erasmo: sí, era hora de empezar a andar, era hora de saber que el dolor depositado en el área lumbar como un sablazo que se apoderaba también de la pierna derecha, era un recordatorio de que algo se nos rompe dentro, de que algo se nos rompe, mientras que se nos sigue exigiendo ‑‑es la ley del cosmos, es la ley de la rueda del tiempo,‑‑ que continuemos andando, con o sin piezas de repuesto, manteniendo tan cercamente, tan cerca de las ventanas del corazón, un saco vacío; Erasmo estaba allí, con su mirada esquinada puesta allí por las manos de Holbein, cuyo último retoque terminó tal vez, un día en que hacía frío, en que la lluvia caía helada, en que la nieve, enfriaba todo a pesar suyo, humedeciéndolo todo con su paso; fue entonces cuando me decidí al descenso, apoyándome en el pasamanos, asegurándome de que el pie, al descender, no caía falsamente en el vacío; en el tramo más bajo de las escaleras, unos pasos más y ya la puerta de salida; fue entonces cuando comenzó esa búsqueda esporádica, desordenada, desapasionada y casi ajena, en el asfalto, en las ventanas del tren que rugía en el vientre de la tierra; algo que pudiera recoger sin que nadie viera que en ese gesto tan aparentemente ingenuo de mi mano, se escondía el hambre, esa vergüenza que nos trae el abandono, esa vergüenza que nos trae la desaparición de todo lo que amamos, de todo eso en que una vez fuimos, una desaparición que nos dejó incapaces de encontrarnos a nosotros mismos, porque así sucedió, al regreso de esa marcha asistemática, supe y me di cuenta de que en aquel apartamento, cuando se abría la puerta al movimiento giratorio de mi mano, no entraba nadie; mis pies caminaban escondidos en sus tenis, pero ya no sostenían mi arquitectura interior; allí no había nadie, nada, sólo aquellos manojos vegetales que arrancaba tan secreta y asistemáticamente, la vaporización en la mesa de donde había desaparecido el humo de jazmines y después, absorber todo aquello por las uñas, pero el hambre seguía allí y también el vacío, el saco vacío, tan cerca del corazón; y fue entonces cuando empecé a devorarlo todo: dos cafeteras italianas, una pequeña y otra, con capacidad para ocho tazas, las tablas sueltas de un librero sostenidas por tres columnas de ladrillos, un chinero que estaba, exactamente, en la cocina y desde donde veíamos, a través de las vitrinas, nuestras tazas más queridas, y el bargueño que me regalaste, con su tapa serpenteante, rodante; todo esto entre cuatro paredes, la puerta cerrada y el insólito asombro: la persistencia del hambre; asistemáticamente, en las galerías de la avenida Madison, busqué sin que me vieran, algunas raíces, tubérculos, hojas, detrás de los cuadros de Francis Bacon, de Botero, de las esculturas de More: todo estaba limpio, ni una hoja; volví al asfalto, a las ventanas del tren, a los raíles, sólo para convencerme de que estas formas de vida, tan escasas y tan poco variadas, habían dejado de existir por desinterés, por falta de incentivo; fue entonces cuando me adentré en la estación profunda y esperé el tren, el subway‑tren, el subte‑sub, subsuelo‑tren, subterráneo, y abrí la boca para hacerla enorme, inmensa, infinita, inmedible, incalculable, y tragarme todos los vagones, el primero, con su luz a un lado de la frente y sus letras, IRT, con destino a cualquier parte, de Manhattan a Sunnyside, de Manhattan a cualquier parte; la boca se me abrió como un universo y se fue cerrando poco a poco ante la promesa del hambre: nada llenaría este vacío; y me fui tragando aquel ruido, solamente el ruido, como un hilo delgado de estridencia que cayó en mi vacío, como un relámpago; el tren había pasado con sus vagones y sus gentes colgando en las manillas; fue un paso vertiginoso e inaccesible, fue una ruidosa, deshumanizada velocidad; me encogí de hombros, subí las escaleras, salí por la boca del túnel; la tarde estaba fría, muy fría, y yo, con cara de ingenuidad y de inocencia para que nadie notara el abandono; me dije confiadamente, certeramente, que la búsqueda se había prolongado por un año y cuatro meses y que todo estaba igual: el saco vacío pegado tan pegadamente al corazón, la vaciedad del alma que había decidido alojarse en todo el espacio comprendido entre la garganta y el estómago; recorrí algunas calles que me eran familiares y  a la vez, desconocidas; el frío de la tarde era y después fue siendo un frío anochecido; empujé la puerta del bar y todo quedó atrás; la hilera de banquetas persistía, paralela a la barra; a mi lado, a la izquierda, una, dos, tres, cuatro banquetas vacías; en la quinta, una mujer casi doblada sobre el mostrador, su mano abrazada a un ancho vaso que parecía contener ginebra; comenzó a mirarme y la reconocí: había participado como yo en algunas de esas reuniones pseudoliterarias en que un grupo ‑‑siempre el mismo,‑‑  leíamos poemas a otro grupo que también era siempre el mismo; sabía yo su nombre y lo sabía bien, pero a mi mente venía el sobrenombre de la Flaca, que surgió nuevo, en ese preciso momento, o tal vez vino a mí como una persistencia de esa memoria que no siempre nos resulta localizable; enderezó en lo que pudo sus hombros cargados, se separó un poco de la barra; su gesto, una mezcla de lento desparpajo y desvalimiento: desde hace ocho años te estoy esperando, la oí decir, sí, ocho años con esta obsesión a cuestas, hasta que no pude más y fui a verte al hospital y allí me convencí, cuando te hablé por tantas horas de cosas ajenas, de cosas que nada tenían que ver con este momento de ahora que tenía que llegar, hablamos del hueco que te abrieron en la espalda, el disco lumbar, que tan biológicamente mencionaste, y yo hablé incansablemente de mi divorcio, de mi divorcio por venir, y llené la habitación con todo eso que nada tenía que ver con lo que quería decirte;  su voz era extraña, sumamente extraña, casi nasal, y como si al salir, recibiera golpetazos, martillazos, desde la garganta que remataba con un empujón de la lengua; su cuerpo, arqueado como el de la planchadora de Picasso; me tomó de la mano, caminamos hasta la piquera de taxis a pesar de mi protesta de que muy pronto me iría, de que en unos meses me iría a cumplir la invitación que me vino en un aviso del New York Times: "en un país lejano necesitamos a alguien con sus cualificaciones,"  unas cualificaciones que no me interesaba tener, pero que en esa ocasión específica me ponían a la cabeza de los invitados; terminé dejándome llevar de su mano, siguiendo su voz extraña: estos meses conmigo te servirán para no irte sola, me servirán para no quedarme sola; tomamos un taxi que nos llevó a Astoria; el apartamento en planta baja, claro y acogedor, rociado con la voz de la niña mágica, con su encanto total, con su sabiduría increíble y a quien tantas veces, semanas después, oiría preguntar desde la bañadera: mamá, mamá, y ese silencio? es que te estás casando?; esta visita definitiva nos inició en el hábito de recorrer la ciudad, de caminarla a veces con la niña entre las dos, cada una de sus manos apretada entre las nuestras, y nos íbamos a recorrer el Village; otras veces nos íbamos sin la niña en aventuras que incluían la visita al Jacques Marchais  Center for Tibetan Art en Staten Island donde vimos una función del Yueh Lung Shadow Theatre con varias representaciones: "The two friends," "The Crane and the Tortoise," "The Mountain of Firey Tongues;"  el South Street Seaport con sus calles de adoquines y el fuerte olor del Fulton Fish Market; atravesar el puente de Brooklyn, ir al Kabuki, a algún museo de Manhattan o armarnos de mantas, libros y una merienda y pasarnos horas en Central Park, buscando siempre la esquina donde se estacionaba un cantante negro, un cantante callejero que cantaba canciones nostálgicas en francés, acompañándose de su guitarra; los días soleados de fines de marzo comenzaron a traer una alegría con su tumulto de caminatas, cenas en distintos restaurantes, alguna película, y al regreso, la niña mágica con sus historias y su imaginación tan fabulosa, y yo también con mis historias y los cuentos que yo le leía en alta voz y los programas de televisión que comentábamos tan seriamente y todo el encanto y toda la alegría de esa pequeña maga hasta que por fin la vencía el sueño y era hora de acostarse en su pequeña cama rodeada de juguetes, y la noche saltaba entonces a una taza de manzanilla, a un bombón Lady Godiva, al humo del incienso, a la música de Kitaro que otra vez servía de fondo; la habitación en la esquina, la luz de los faroles de la calle, el ruido de carros esporádicos, todo filtrándose en la habitación, filtrándose en la delgadez de aquella mujer, sumándose a su ternura, a su amor enloquecido, viéndola cabalgar la noche que la hacía casi hermosa, casi tan hermosa, casimente hermosa; se poetizaba su cuerpo desgarbado, la anchura de mi cuerpo, ‑‑escultórica, como decías,‑‑  hasta que nos sorprendía el amanecer; un día imprevisto tal vez, empezó a visitarte el olvido, el olvido de que nuestro pacto eterno duraría exactamente, aproximadamente, casimente, unos meses; un olvido que empezó a vigilar mis pasos, mi andar, mi voz, la dirección de mis pupilas; ese olvido creció hasta tus manos, en tus manos, desde tus manos para asirse a mí; para crecer en los mismos rincones donde también crecía tu generosidad de pantera enflaquecida que ronda la noche, y nunca dije, no fui capaz de hacerlo, de mi ternura, cuando me reclamabas en una violencia apache, en tus escenas de celos apasionados y gratuitos, porque sabía yo, sabía perfectamente y bien, que desde tu muchedumbre de huesos de ahora, gritaba tu niñez de 9 años, punto exacto en que los milicianos hicieron desaparecer a tu madre para esconderla en una cárcel por cinco años, el punto exacto en que hicieron desaparecer a tu padre para esconderlo en otra cárcel, por diez años; y te quedaste sola, rodando de casa en casa, rodando de desamor en desamor, rodando de abandono en abandono, en Santiago, antigua capital de Oriente, donde sufriste el castigo de ser hija de unos padres bautizados con el nombre de contrarrevolucionarios; y vi, literalmente, alargarse tu piel de pantera, brillar en la oscuridad; vi, literalmente, que se alargaba tu pena como una larga piel de leopardo; vi, literalmente, cuando te enroscabas en mí, por mí, hacia mí, en llanto, en dolor, en ternura, en olvido de un pacto de tiempo fragmentado, para que me acompañes, recuerdas? para que te acompañe; para que no me vaya sola, recuerdas? para que no te quedes sola; todo ocurrió una mañana, muy de mañana; estabas en la sala, exactamente en el marco de una puerta y empezó a emanar de ti un quejido que se hizo agua, corriente de agua, violencia de agua, vertiginosidad de agua que lo llenaba todo, que lo arrastraba todo, que pasaba por el ángulo de tus piernas, por el espacio abierto de tus brazos, a través de tu cuerpo inmóvil, fijo siempre en el marco de la puerta; hasta que la corriente de agua se hizo dolida, mansa, quieta, y te hiciste sol; quedó todo seco, en una quietud de limpieza; salimos para el aeropuerto y me viste desaparecer al golpe de la voz: vuelo SAA 202 con destino a Johannesburg; era julio entonces, un día 12 
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Mireya Robles. Foto de Tania Spencer.
MIREYA ROBLES.  Nació en Guantánamo, Cuba. Reside en Estados Unidos. Ha publicado cuatro novelas y dos libros de cuentos, que han sido traducidos al inglés por Susan Griffin y Anna Diegel; tres poemarios; dos libros de crítica literaria; el documental Diario de Sudáfrica y artículos, narraciones cortas, poemas y cuentos en revistas literarias en unos veinte países.  Ha recibido premios en Estados Unidos, México, Francia, Italia y España y ha sido entrevistada en radio y televisión en Miami, New York, Buenos Aires, Madrid y Durban, Sudáfrica, así como en el documental Conducta Impropia/Improper Conduct dirigido por el cinematógrafo Néstor Almendros, ganador del Oscar en 1978. Este documental recibió el Premio de Derechos Humanos en Grenoble, Francia. Mireya Robles ha enseñado en varios colleges en Estados Unidos y durante diez años fue Senior Lecturer en la Universidad de  Natal, Durban, Sudáfrica. En la actualidad es Senior Research Associate de esa universidad.

RITA MARTIN: ¿QUÉ PASA EN MIAMI? ENTREVISTA A MARICEL MAYOR MARSÁN


los artistas pueden encontrar espacios
 para manifestarse de manera auténtica en Miami.

R.M.: ¿Existe en Miami un espacio para que los artistas puedan manifestarse verdaderamente?
M.M.M.: Pienso que los artistas pueden encontrar espacios para manifestarse de manera auténtica en Miami. Por supuesto, existen más posibilidades para los artistas plásticos y para los músicos que para los escritores y otras disciplinas artísticas.

El problema fundamental es la falta de suficientes medios de prensa.

R.M.: A pesar del espacio que existe para publicaciones y exhibiciones, ¿no hay un verdadero impacto social de ese mismo arte? ¿Dónde está el origen de esta indiferencia? ¿Podemos hablar de indigencia crítica?
M.M.M.:  El problema fundamental es la falta de suficientes medios de prensa. A pesar de que la ciudad de Miami es una urbe de alrededor de dos millones de habitantes, sólo contamos con dos diarios en español: Diario Las Américas y El Nuevo Herald. Ambas publicaciones dedican muy pocas páginas al acontecer literario y cultural en general. Muchos eventos pasan desapercibidos por el gran público. El diario The Miami Herald, una publicación en inglés, no cubre los eventos ni las publicaciones en español. Por tanto, se puede decir que los habitantes de la ciudad suelen ignorar muchas de las actividades culturales, publicaciones, conciertos y exhibiciones que se ofrecen en la misma semanalmente.
Las organizaciones culturales, librerías y las revistas literarias establecidas en la ciudad suelen tener su propia plataforma en la Red. De esta manera mantienen la información disponible en sus páginas virtuales y se comunican con su red de asociados, clientes asiduos o lectores a través de los correos de sus respectivas listas de contactos.
Es muy común escuchar, entre las personas que recién llegan, los que llevan tiempo residiendo en el área –pero que están ajenos al quehacer artístico o intelectual– o los turistas de origen hispanoamericano, la frase trillada de que en Miami no hay vida cultural. Ese tipo de comentario corresponde a una falta de información adecuada y un deseo de calificar la ciudad de manera ligera, sin que medien muchas averiguaciones o conocimiento para llegar a tal conclusión.
Por otra parte, las personas que están más al tanto de los eventos culturales son los escritores o los artistas que suelen comunicarse y apoyarse entre sí. Para esto utilizan las redes sociales, facebook, twitter, los correos electrónicos y los blogs personales, que solamente llegan al grupo de amigos o conocidos de la persona que utiliza alguno de estos medios. Y mi pregunta sería, ¿acaso no está sucediendo algo así en la mayoría de los grandes centros urbanos en la actualidad?

Cuando los artistas y escritores cubanos e hispanos deciden continuar 
su quehacer artístico o creativo en español, las posibilidades se reducen 
y el esfuerzo para lograr resultados tangibles se duplica.

R.M.: ¿Este problema cultural para los artistas cubanos e hispanos en Miami  lo origina el exilio, o el propio país?
M.M.M.: El idioma oficial de los Estados Unidos es el inglés. Por tanto, debemos descartar la posibilidad de que el país es el causante del problema cultural para los artistas cubanos e hispanos en Miami. Y, cuando hablamos de las artes, debemos excluir a los artistas plásticos. La percepción visual no requiere un idioma específico para vender, comprar, almacenar, exhibir, coleccionar o admirar una pintura o una escultura. De hecho, las artes visuales son las menos comprometidas en este aspecto.
Tampoco diría que el exilio es la causa del problema.  El origen de todo es el idioma en el cual los artistas (actores en general) o los escritores deciden desarrollar su obra. Aquellos que optaron por llevar a cabo su obra en inglés han resultado favorecidos por los medios, los auspicios del gobierno y las fundaciones que otorgan becas anuales, así como el acceso fácil a un público natural.  
Cuando los artistas y escritores cubanos e hispanos deciden continuar su quehacer artístico o creativo en español, las posibilidades se reducen y el esfuerzo para lograr resultados tangibles se duplica. Hasta hace muy poco, las características de este empeño se reducía a lo que los críticos suelen denominar como literatura o cultura étnica. En la actualidad, la situación ha cambiado y se pueden lograr muchas cosas debido al aumento de la población hispana de la nación –casi cincuenta millones de habitantes– y los consiguientes mecanismos para llegar hasta ese grupo poblacional que sobrepasa la cifra de habitantes de muchos países de América Latina y la propia España.

El Miami actual es una ciudad cosmopolita

R.M.: Se dice extensivamente que Miami es parte de Cuba, ¿existe entonces una reduplicación de esa ausencia de la sociedad en relación con los artistas?
M.M.M.: Si hablamos del Miami de la década de los sesenta o los setenta del pasado siglo XX, es factible referirse a la ciudad como una extensión de Cuba porque esa era la imagen que daba en esos años. Entonces, sí podríamos hablar de una reduplicación de esa distensión o ausencia de la sociedad en relación con los artistas.
El Miami actual es una ciudad cosmopolita que, aparte de albergar a una mayoría de ciudadanos de origen cubano, también cuenta con la presencia de un gran grupo de colombianos, nicaragüenses, venezolanos y residentes de todas partes del mundo. En los últimos años, la ciudad se ha tornado muy atractiva para los españoles y europeos en general. Cada grupo nacional aporta sus propios ingredientes culturales. Se perciben cambios positivos y un progreso evidente en esta área.

ese segmento del exilio cubano que es poderoso económicamente 
no tiene ninguna obligación de establecer instituciones que velen por la cultura o que promuevan a los artistas, a menos que ellos así lo deseen.

R.M.: ¿Habría que exigirle al exilio cubano, ya poderoso económicamente, la creación de instituciones que velen por su cultura, o al menos la promoción consciente de los artistas?
M.M.M.: Te recuerdo que Miami está localizado en el sur de los Estados Unidos y el sistema establecido en este país es una democracia de orientación capitalista. Por tanto, la palabra exigencia no es pertinente en este caso. Aquí nadie le puede exigir nada a nadie, salvo el gobierno. Por tanto, ese segmento del exilio cubano que es poderoso económicamente no tiene ninguna obligación de establecer instituciones que velen por la cultura o que promuevan a los artistas, a menos que ellos así lo deseen.
En esta sociedad lo que funciona es la labor filantrópica, a través de donaciones o fundaciones de carácter espontáneo, las cuales se pueden deducir de los impuestos. Estas facilitan la ayuda a muchas organizaciones culturales y de asistencia social. Existen muchos ejemplos de este tipo de labor filantrópica que han sido generados por exiliados cubanos ricos a través de los años, tales como las donaciones millonarias para el Cuban Heritage Collection de la Biblioteca Ritcher de la Universidad de Miami, que han permitido la expansión y el sostenimiento del patrimonio cultural de los cubanos en el exilio, convirtiéndola en la más importante del mundo en su clase, con un catálogo inmenso de todas las publicaciones que se han hecho en el exilio y en la diáspora cubana. 

en Miami todavía hay muchas cosas por hacer

R.M.: ¿Considera que Miami es aún el lugar equivocado para el lanzamiento de un artista?
M.M.M: Nunca he pensado que Miami es un lugar equivocado para el lanzamiento de un artista, de un libro o de un proyecto cultural. Todo lo contrario. La ciudad se inventa y se re-inventa cada día, con la llegada de gente y voces nuevas.
Miami fue fundada en el 1896. Compararla con otras grandes ciudades de Europa o América Latina, cuando apenas en el año 2014 cumplirá los 118 años de fundada, no es justo ni se ajusta a los logros alcanzados en todos los ámbitos de la vida de la dicha urbe durante las últimas décadas, incluyendo el aspecto cultural. Precisamente, el hecho de ser una ciudad tan joven nos indica que en Miami todavía hay muchas cosas por hacer y que existen espacios disponibles para las personas que tengan deseos de crear o innovar algo.

R.M.: ¿Es aún válida esta pregunta: cuáles son las razones por las que la Ciudad de Miami no se ha dado cuenta de que el arte es también una mercancía?
M.M.M.: No creo que la pregunta sea válida en los tiempos que corren. La ciudad de Miami y sus habitantes, que son los que le dan vida y color a la ciudad como tal, reconocen la importancia mercantil del arte, más allá del realce que le proporciona a la ciudad.
En el campo de las artes visuales, en este momento existen muchísimas galerías y varios distritos comerciales, tales como las áreas de Brickell, Coconut Grove, Downtown y Wynwood, donde se estimula la promoción de este género artístico. En la actualidad, dos de las ferias de arte contemporáneo más importantes del hemisferio tienen lugar todos los años en Miami Beach, una de las ciudades del Condado Miami-Dade: Arteaméricas y Art Basel. En ambas ferias se dan cita artistas plásticos, galeristas y compradores de arte del mundo entero.
En el campo de la literatura, te recuerdo que en noviembre de 2013 se celebró la XXX Feria Internacional del Libro de Miami, auspiciada por el Miami Dade College, institución presidida por un cubanoamericano, el Dr. Eduardo Padrón. Durante la semana que dura la feria, se lleva a cabo un extenso programa literario en inglés y español, con resultados notables de asistencia de público y venta de libros.
En otros géneros artísticos, tales como el ballet, la música, el cine y el teatro, contamos con un Festival Internacional de Ballet Clásico, un Festival de Teatro Hispano, un Festival Internacional de Cine y varios festivales de música de diversos tipos. Las ventas de entradas superan las expectativas de los organizadores en la mayoría de las ocasiones, tal y como sucede en cualquier ciudad de América Latina o Europa; incluso en Nueva York.

R.M.: Los cubanoamericanos: ¿es un público potencial para el escritor radicado en Miami de lengua española? 
M.M.M.: Definitivamente, la respuesta es sí. Los cubanoamericanos que gustan de la lectura, leen y consumen libros en español y en inglés. Por regla general, suelen estar interesados en mantener vivo el idioma español y por leer lo que se escribe en Miami, aunque residan en ciudades de otras partes del país.  

R.M.: ¿Cómo ve el medio cultural en Miami en el 2020?
M.M.M.: ¡Estupendo! Estoy convencida de que los proyectos culturales seguirán en aumento. Existen organizaciones como The Florida Endowment for the Arts, Miami Dade Cultural Affairs, The Knight Foundation y Young Arts, entre otras, que están dedicadas a apoyar el desarrollo cultural del área.

el acto de crear significa sacar de la nada una idea

R.M.: ¿Qué significa para Ud. crear?
M.M.M.: Para mí el acto de crear significa sacar de la nada una idea y darle vida en la forma de un poema, un cuento, una pintura o un proyecto cultural, para nombrar algunas formas de creación.
Crear es también la complicidad del individuo con su entorno y el universo. Es un regalo que nos brinda la naturaleza, para que podamos dejar una huella leve en el infinito de los días.

R.M.: ¿Dónde está el puente social cubano e hispano en relación con el desarrollo de su arte y trascendencia dentro de los Estados Unidos?
M.M.M.: Ese puente social cubano e hispano es muy importante. El mismo se logra a nivel individual, en la medida de que cada individuo, en este caso “un creador”, se vincule a los grupos de hispanos de otras nacionalidades que residen en los Estados Unidos. Por esa razón, el nivel de desarrollo o trascendencia de cada creador se logra en la medida de su propia interacción.
Es imposible pensar en ningún tipo de desarrollo o trascendencia a nivel nacional cuando ni siquiera existe una intención de parte del artista plástico o autor para relacionarse con otros grupos de hispanos.

Diría que siempre ha existido el interés para mejorar
 el ambiente cultural de Miami.

R.M.: En los últimos años la Ciudad de Miami ha sido testigo del nacimiento de editoriales, tertulias, bitácoras, promociones culturales por parte de artistas… ¿Hay un cambio de signo en el ambiente cultural de Miami?

M.M.M.: Es una realidad evidente que el número de editoriales, tertulias, revistas, bitácoras y proyectos culturales han aumentado en los últimos años en la ciudad. Yo no diría que hay un cambio de signo. Yo diría que siempre ha existido el interés para mejorar el ambiente cultural de Miami. Otros nombres y otras organizaciones culturales han trabajado por años para crear las bases de la infraestructura que tenemos ahora. Nada de lo que existe hoy en el sur de la Florida sería posible sin el esfuerzo de varias décadas de dedicación por parte de las generaciones que nos han precedido. Para finalizar, es importante destacar que el incremento de actividades culturales está relacionado, de manera proporcional, con el aumento de la población en el sur de la Florida. 
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MARICEL MAYOR MARSAN. Nació  en Santiago de Cuba en 1952. Poeta, narradora, dramaturga, crítica literaria, editora, traductora y profesora.  Vivió en  España entre 1970 y 1972. Reside en los Estados Unidos desde 1972. Es Licenciada en Historia, Ciencias Políticas y Educación (1976) y graduada con una Maestría en Administración Pública (1977) por la Universidad Internacional de la Florida, Miami, Florida, EE.UU. Ha publicado los libros de poesía: Lágrimas de papel (1975),  17 Poemas y un saludo” (1978),  Rostro cercano (1986),  Un corazón dividido / A Split Heart (1998),  Errores y Horrores/ Sinopsis histórica poética del siglo XX (1ra Ed. 2000, 2da Ed. 2001),  En el tiempo de los adioses (2003), Poemas desde Church Street / Poems from Church Street (2006), Desde una plataforma en Manhattan.  Antología poética / 1986-2006, publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana − UAM de la Ciudad de México (2008), y  Rumores de suburbios (2009). Sus piezas dramatúrgicas  han sido exitosamente llevadas a escena y publicadas en libros de teatro como Gravitaciones teatrales (2002), The Plan of the Waters / El plan de las aguas (2008), Trilogía de Teatro Breve (2012) y  Las tocayas – pieza teatral – (2013). Ha coeditado con otros autores: el libro de testimonios y coincidencias artísticas  Haz de incitaciones: poetas y artistas cubanos hablan (2003) y el libro de análisis literarios Perfiles y sombras. Una introducción a la poesía de José María Álvarez/Profiles and Shadows. An introduction to the Poetry of José María Álvarez (2005). Ha editado y escrito elprólogo de los libros:  José Lezama Lima y la mitificación barroca (2007),  Español o Espanglish ¿Cuál es el futuro de nuestra lengua en los EE.UU.?  (1ra Ed. 2005, 2da Ed. 2006, 3ra Ed. 2008) y  Homenaje a Miguel Hernández en su centenario (2010), entre otros. Ha traducido al inglés el libro  Romances de Coral Gables  (Romances of Coral Gables) de Juan Ramón Jiménez, publicado por la Agencia Española de Cooperación Iberoamericana para el Desarrollo − AECID, el Centro Cultural Español de Miami y la Embajada de España en los EE.UU. (2011). Lleva a cabo un ingente trabajo de promoción cultural a través de las páginas de la Revista Baquiana, de  la cual es la directora de redacción.

Entrevista archivada en la página de Marice Mayor Marsán  Sigue a la escritora en twitter

JOSE LORENZO FUENTES: ELADIO GONZALEZ, LA FORMA Y EL COLOR DE CUBA

Cada una de las obras  de Eladio González (1937-) parece ser un universo cerrado, que se rige  por sus propias leyes intransferibles. Y sin embargo,  al mismo tiempo todas responden  a la dinámica de un denominador común que las convierte en parte de un sistema unificador. Por suerte, este artista,  uno de los creadores latinoamericanos que ha alcanzado justificado renombre en los Estados Unidos y en Europa, nunca se repite porque su pródiga imaginación se lo impide, pero existe una constante en su obra que podría derivar de una obsesión que se reitera, de una necesidad de comunicar por vías diferentes una pasión o un a idea que prevalece por encima de todas las demás.
    ¿Cuál es esa obsesión dominante? ¿El mundo de su niñez? ¿La nostalgia de la patria lejana y perdida? Pudiera ser. Ya señaló George Lukács, refiriéndose específicamente a la novela, que toda obra de arte es un “exilio trascendental”. En efecto, toda la prosa latinoamericana es una literatura del exilio. ¿Y no está ocurriendo así, en gran medida, con los artistas plásticos de nuestro continente? Nadie escoge voluntariamente el destierro como forma de vida. Se le impone. Una fuerza superior, ciega, incontrolable, lo lanza a la otra orilla de esa tierra de nadie que de pronto tiene que ser también la suya. Esa separación, que es una mutilación, implica, acaso, el mayor de los desgarramientos y a menudo explica las reiteraciones ideo-temáticas de un autor que, para ganancia del arte, en lugar de lastrar su obra, logra comunicarle a cada óleo o a cada escultura, a cada trazo del pincel, un inusitado esplendor.
     Eladio González nació en Itabo, un pequeño pueblo de la provincia de Matanzas, que ahora, cuando lo recuerda, tiene la impresión de que está fuera del mundo, como si flotara en otra dimensión, porque para él  pertenece más al territorio de la imaginación que al de la geografía. Como Wifredo Lam y Ángel Acosta León, otros dos grandes de la plástica cubana, Eladio González es el resultado de una mezcla genética y cultural que, por lo demás, tampoco ha sido infrecuente en Cuba: su padre era un intelectual chino emigrado desde muy joven a la Isla, y su madre una mulata. Del  padre, Eladio González parece haber heredado  no solo el apego  “a la austeridad y la paciencia” que, como él mismo ha señalado, son las normas de su vida, sino ese riguroso equilibrio de las formas que domina su obra, donde ninguna emoción está fuera de control, donde todo apunta a la serenidad del infinito. En cambio, de su madre heredó sin dudas la sensualidad del trópico que penetra a raudales en sus pinturas y esculturas. “Uno de mis primos –recuerda Eladio González- era el dentista del pueblo, y a mí me gustaba sentarme a su lado para verlo trabajar mientras hacía los moldes de las dentaduras… eso despertó mi interés por la creación”. Sea cierto o no que la actividad del primo estuviera en el centro de sus primeras motivaciones artísticas, desde muy joven Eladio González comenzó a pintar afiebradamente y a los 19 años de edad ganó un beca para estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas. Dos profesores, Rafael Soriano, en pintura, y Manuel Rodulfo-Tardo, en escultura, le ofrecieron su apoyo para que pudiera ingresar más tarde en la renombrada Escuela de Artes Plásticas San Alejandro, donde se graduó de profesor en Dibujo y Escultura.
      Después de haber participado en Cuba en numerosas exposiciones colectivas y personales, Eladio González salió de su país natal en 1967. Mientras esperaba el permiso de entrada a Estados Unidos, estableció su residencia en Madrid. “Durante aquellos meses –dice- solo supe de libros, de exhibiciones y exposiciones. Pasaba ratos y ratos en el Museo del Prado. Puedo describir de memoria cada galería de Madrid… Me propuse asimilar las tendencias europeas: estar al día en cuanto a técnicas y escuelas”. En 1968 se estableció en Chicago, donde reside actualmente. En 1979 obtuvo la prestigiosa beca Cintas, y desde entonces ha expuesto en Nueva York, Washington, Miami, México y, por supuesto, en Chicago, ciudad donde ha recibido numerosos premios, entre ellos el que se le concedió en la exposición Fine Art 88 y en el concurso para la creación de la estatuilla de los premios Ovation 105, oportunidad –recuerda con emoción- que le permitió reencontrarse, después de años, con su amiga Celia Cruz.
      Mientras contemplamos una de sus esculturas de bronce montada en una base de mármol, y que ha titulado “Yo mismo” porque según él refleja su personalidad, Eladio González nos dice:
      -El bronce es el material que más me atrae, no solo porque es para siempre, porque es totalmente opuesto a lo efímero, sino porque disfruto trabajándolo. Yo hago todo el proceso, excepto fundir. Yo mismo pulo mis piezas, les doy la pátina caliente con ácídos, y diseño las bases de mármol donde deben ser colocadas
     -¿Qué opinión tienes sobre las influencias en la creación artística?
     -Que son necesarias a condición de deshacerse de ellas a tiempo para dar paso a una genuina personalidad. No creo que exista ningún artista que no haya sido deudor de otro. En mi caso puedo decir que durante años no pude sustraerme a la influencia que sobre mí ejercieron las obras de Willem de Kooning. Ëse y otros maestros me enseñaron mucho. Yo siempre le he aconsejado a los jóvenes que deben estudiar pacientemente la obra de todos los que le han precedido en esta labor, sin temor a las influencias. También les digo que deben adquirir la disciplina y el rigor necesarios para no encontrarle a la vida otro sentido y otro placer más allá del que nos proporciona la propia creación, y finalmente no sentirse satisfechos aunque hayan alcanzado fama y fortuna. Un hombre satisfecho nunca llegará a alcanzar el sitial destinado a los grandes creadores.

     Eladio González hace una pausa y sonríe, una sonrisa en la que se mezclan su característica modestia pero también su legítima ambición:

    -En eso ando yo todavía: en busca de lo perdurable.

JOSÉ LUIS SANTOS: HERMENÉUTICA DE SU NOMBRE EN UN CARTEL. ARDIDES Y RESEMANTIZACIONES DE LORENZO LUNAR O LA VERDAD QUE YA NO ESTÁ EN MANOS DE LOS SUJETOS PUROS DEL PENSAR

…la lógica era una ciencia cuya finalidad sería la de determinar los principios de los que dependen todos los raciocinios y que pueden ser aplicados para probar la validez de toda conclusión extraída de premisas. Una trampa.
                                                      Rubem Fonseca. El gran arte

Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla: con semejante reflexión de Milán Kundera se nos introduce (yo diría: se nos empuja, y evito así contraer determinadas deudas de praxis con el neopolicial) en una estética de lo opresivo, formulada y defendida como tesis en (y por) El lodo y la muerte, propuesta narrativa de Lorenzo L. Cardedo, y por añadidura propuesta institucional del sello «Capiro».
Hacedor de ambientes caóticos en su literatura, y dotado de ciertas mañas para reclamar la interacción lector/mundos ficcionales, lector/personajes de aristas espinosas en su diseño psicológico, Lorenzo Lunar acude al autor checo (cosmopolita desde hace mucho) para brindarnos la posibilidad de un mapa en el que a nivel de diégesis, concurren toda una serie de expectativas existenciales mutiladas, o en el peor de los casos falseadas por los discursos de legitimación, asuntos que la politología y otras disciplinas pudieran explicar mejor. Mi objetivo, como dije al comienzo (y según Barthes el comienzo de cada texto lo establece el título) es abordar posibles resemantizaciones, o posibles modos de replantear lo que quizás agotó el desmedido tránsito genérico. Para ello me adentraré en el cuento «Su nombre en un cartel», a mi juicio la pieza más lograda y pudiera hasta decirse que la estructura ósea del libro si tal estructura existiera en dicha dinámica.
Con el personaje Eusebio Ramírez y su ejercicio escritural in extremis pequeño, estamos ante un recurso quizás arquetípico de una literatura que se ocupa de develar (o al menos de pesquisar) asuntos «criminales», previa mediación de la semántica: «el acto de leer palabras impresas y descifrar signos escritos en un papel». En este caso la posible interpretación semiótica tendrá que vérselas con un muro, reemplazo posmoderno de la clásica hoja de papel y espacio predilecto de toda sugerencia caótica en nuestros días. Téngase en cuenta el tiempo físico al que remite, sin ambivalencia alguna, la construcción dramática del cuento: año 1999; la ínsula, para decirlo a la manera de Lezama, recibe las embestidas de una crisis que en el lenguaje figurado de las instituciones se llamará «Período Especial». En semejante margen de temporalidad, el desempeño analítico del exégeta que este tipo de narración presupone, no podrá contar siquiera con la posibilidad de una malhadada hoja de libreta escolar.
La gramática genérica de un nombre (María), graficado con sangre en el instante último de la vida de Eusebio, deviene en una suerte de enunciado informal, antípoda de los modelos referenciales propios de las llamadas «sociedades de masas», donde los mensajes que alcanzan la categoría de impresos, y los que como soporte gráfico emplean las paredes se hallan fuertemente signados por la lógica comunicacional de los centros de poder, o cumplen la función específica que la asigna la correspondiente estructura de poder. Solo que estas categorías referenciales, como ocurre en «Su nombre en un cartel», suelen ser desplazadas por una especie de otro informacional, o cultura de lo subyacente/subrepticio dispuesta a permear el dominio retórico de los mensajes formales u oficiales. Y todos, en alguna medida, hemos sido receptores fortuitos de los sistemas escriturales que al margen de la operatividad lexical del Estado y sus cotos, se generan.
El texto póstumo de Eusebio (recordemos que el narrador desde un indispensable yo protagónico, y sin menoscabo de la relación fundamental de la lingüisticidad con el ensamblaje de la pieza literaria, así lo infiere) lleva implícito una tesis que hace coincidir en un mismo y breve discurso, en una misma y trémula caligrafía, los signos de un desgarramiento indecible y la «elucidación de la cuestión de la verdad desde la experiencia del arte». La relación: Eusebio sujeto otro / Eusebio sujeto actoral de la actividad estético-literaria, se magnifica del modo siguiente: «Teniendo en cuenta que durante los último tres años de su vida Eusebio tenía como norma emborracharse, hablar mal del gobierno y visitar el taller literario de la casa de la cultura, podemos otorgarle el título – post mortem – de escritor».
¿Es el nombre de esta especie de fenme fatal, el espacio que designa la, digamos, autenticidad textual de quien lo suscribe o lo carga de significados ocultos a priori? A modo quizás de aclaración el narrador personaje nos dice: «En estos tiempos es muy común sustituir las palabras por signos más rudimentarios». Y un experto en laberintos narratológicos, demasiado ampuloso para mi gusto o mi desconocimiento, sostendría que «El símbolo permite el acceso a un nuevo sentido diferente al de la realidad cotidiana, comunicada por la lengua común», etcétera.
En cualquier caso, un nombre apenas trascendente se nos revela en estado de desnudez semiótica y luego, convertido en cifrado lingüístico por el afán de enigmas del género, parte a encontrarse con sus destinatarios por antonomasia: a) El hombre de letras (escritor, crítico de arte o lector sagaz) que a título personal, o como trabajador por cuenta propia al decir del propio Lorenzo Lunar, o como hermeneuta sin gratificaciones en última instancia, se involucra en una investigación en la que el corpus delictis es demasiado cuerpo para la ley, ese vocablo abstracto. b) El policía como representante de la sociedades de vigilancia y de control, ampliamente descritas por Foucault. Tendrá habilidades casi pintorescas a la hora de discernir sobre el quien y el como, pero estará incapacitado para llegar al por qué.
El primero, «dueño de la palabra pero a la vez depositario de toda la incertidumbre que las palabras generan», perseguirá un fin netamente heurístico: la verdad o el conjunto de verdades entretejidas, y al mismo tiempo dispersas, sutiles, oscuras. Al respecto nos hace notar que «ya no está [la verdad] en manos de los sujetos puros del pensar (como el filósofo clásico y el científico) sino que debe ser construida en situación de peligro». En ocasiones la carta de presentación será la de una verdad demasiado pública, engorrosamente explícita quizás. Nadie más que él, se atreverá a dignificarla desde el adentro de la cultura: «Es que la gente solo tiene ojos para ver las relaciones directas, las vías amplias y despejadas», dirá con cierto desdén.
El segundo, representará la ausencia de mecanismos cognitivos que invadan, desde el lenguaje y su negociación de significados, el espacio caótico que los sucesos cotidianos trasladan al crimen. O a la violencia como centro y hallazgo esencial del modelo genérico, inaugurado por Dashiell Hammet. Su biotipo, al decir de Leonardo Padura, está «muy lejos de simbolizar la existencia de un orden, o cuando menos de un orden aceptable». El paso por la trama de este factor, como en Los crímenes de la calleMorgue, no sobrepasará las dimensiones de una presencia ritual. Inhabilitado para lidiar con los matices problémicos de la sociedad, o formular lenguajes de explicación al respecto, ayudará a convertir en demiurgo a su antagonista el hombre de letras. El exhibicionismo de los medios tecnológicos o el alarde de las ciencias forenses, no le garantizan su «conquista sobre lo incognito del individuo».
Un nombre de mujer plasmado en forma de hipérbole trágica, tal y como lo harían los maestros de la escuela clásica, convierte al maltratado recurso del enigma en espacio otro y remantización de la mítica figura del lector-exégeta, descendiente por vía materna de la alta cultura, o de la relación suspicaz entre lo que designa la naturaleza cultural de su desempeño y lo que se ubica en los estratos sociales más bajos. Como en La muerte y la brújula, El nombre de la rosa, El gran arte, La loca y el relato del crimen, Adiós Hemingway y otras muchas narraciones también antológicas, se retorna, de una manera francamente renovadora, a «la enfermedad de la lectura, el exceso de los mundos irreales, a la mirada caracterizada por la contemplación y el exceso de sentido».
Enigmáticos planteamientos escriturales y severos de ejercicios de carácter bibliófilo, vuelven a ser leitmotiv y punto de partida. Al igual que Erik Lonnrot, el extravagante investigador por cuenta propia creado por la inventiva delirante de J. L. Borges, el narrador-personaje de «Su nombre en un cartel» apelará a la reflexión erudita, que en este caso tomará los matices de una indagación narratológica: «¿Cuál es el mensaje del cartel? Elemento fundamental para dar respuesta a la pregunta anterior es descubrir una nueva superposición de categorías en el texto. Autor, narrador y personaje protagónico son una misma voz. Eusebio se convierte en una triple entelequia».
Como un profeta de los tiempos de Semana Negra de Gijón, Lorenzo Lunar, alias el Gordo, nos advierte, acaso con gran dolor, que la violencia, implícita o explícita, es la norma expresiva de los tiempos que corren. Y no está dispuesta a ceder terreno ante los cada vez más insulsos afanes de contención gubernamental; agazapada en cada esquina de la isla solo espera el simple estímulo exterior. «¿Y entonces qué era lo que iba a escribir Eusebio?, me preguntó Alexis. Ustedes los policías no saben nada de análisis de texto, negro, le contesté».

Bibliografía
Pligia, Ricardo. «Lectores imaginarios». El Cuentero, número 1, marzo 2006, y perteneciente al libro El último lector. Madrid: Anagrama 2005.
---. Los sujetos trágicos (literatura y psicoanálisis). Buenos Aires: Grupo Editorial SRI, 1999.
Pérez Cano, Tania. «Prólogo a la primera reimpresión de El gran arte». La Habana: Editorial Casa de las Américas, 2005.


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